– Me alegro de tenerle otra vez por aquí, señor Red?ford.
– Esto empieza a ser una costumbre desafortuna?da, teniente. -Redford tomó asiento ante la mesa de in?terrogatorio-. Me esperan en Los Ángeles dentro de unas horas. Espero que no me retenga usted mucho tiempo.
– Soy de las que gustan de tener las cosas bien atadas para que nada ni nadie se cuele por las grietas.
Miró hacia el rincón donde estaba Peabody de pie, con el uniforme al completo. Al otro lado del espejo, Eve sabía que Whitney y el fiscal observaban atentos. O atrapaba a Redford ahora o lo más probable era que fuese ella la atrapada.
Se sentó y señaló con la cabeza al holograma del ase?sor escogido por Redford. Evidentemente, ni Redford ni su abogado creían ni por un momento que la situa?ción fuese lo bastante grave para justificar una represen?tación en persona.
– Asesor, ¿tiene la trascripción de las declaraciones de su cliente?
– Así es. -La imagen (traje a rayas, mirada dura) cru?zó sus pulcras y cuidadas manos-. Mi cliente ha coope?rado mucho con usted y su departamento, teniente. Si accedemos a esta entrevista es sólo para poner punto fi?nal al asunto.
Acceden porque no les queda otra alternativa, pensó Eve.
– Me consta que ha cooperado, señor Redford. De?claró usted que conocía a Pandora y que mantenía con ella una relación casual e íntima.
– Correcto.
– ¿Participó también en algún negocio con ella?
– Produje dos vídeos directo-a-casa en los que Pan?dora tenía un papel. Estábamos discutiendo otro.
– ¿Tuvieron éxito esos proyectos?
– Sólo moderado.
– Y aparte de esos proyectos, ¿tuvo usted alguna otra relación de negocios con la difunta?
– Ninguna. -Redford esbozó una sonrisa-. Sin con?tar una pequeña inversión a título especulativo.
– Explíquese, por favor.
– Ella afirmaba haber sentado las bases para su propia línea de cosméticos y moda. Naturalmente, necesitaba pa?trocinadores y a mí me intrigó lo suficiente para invertir.
– ¿Le dio usted dinero?
– Sí, durante el último año y medio invertí algo más de trescientos mil dólares.
Has buscado el modo de escurrir el bulto, pensó Eve, y se retrepó en su butaca.
– ¿Cuál es la categoría de esta línea de moda y cos?méticos que según dice la víctima estaba llevando a cabo?
– No tiene ninguna categoría, teniente. -Redford le?vantó las manos, las bajó otra vez-. Me embaucó. Hasta después de su muerte no descubrí que no existía tal lí?nea, ni otros patrocinadores, ni producto alguno.
– Ya. Usted es un hombre adinerado, un productor de éxito. Debió pedirle cifras, gastos, ingresos previstos. Quizá hasta una muestra de los productos.
– No. -Su boca se tensó al mirarse las manos-. No se lo pedí.
– ¿Espera que crea que le entregó el dinero para una línea de productos de la que no disponía de informa?ción?
– Esto es engorroso. -Levantó los ojos de nuevo-. Tengo buena reputación, y si esta información sale a la luz, me vería seriamente perjudicado.
– Teniente -interrumpió el abogado-. La reputación de mi cliente es un activo muy valioso. Si estos datos esca?pan a los parámetros de la investigación, este activo que?dará dañado. Puedo y voy a conseguir una orden para que esta parte de la declaración quede anulada a fin de prote?ger los intereses de mi cliente.
– Hágalo. Menuda historia, señor Redford. ¿Quiere decirme por qué un hombre con su reputación en los negocios, con todos sus activos, dedicaría trescientos mil dólares a una inversión inexistente?
– Pandora era muy persuasiva, y muy guapa. Ade?más era inteligente. Eludió mi solicitud de planes y ci?fras. Yo justificaba los pagos continuados porque me parecía que ella era una experta en su campo.
– Y no se enteró del engaño hasta que ella estuvo muerta.
– Hice algunas averiguaciones, contacté con su re?presentante. -Hinchó los carrillos y casi logró parecer inocente-. Nadie sabía nada del proyecto.
– ¿Cuándo hizo usted esas averiguaciones?
Redford dudó apenas un segundo.
– Esta tarde.
– ¿Después de nuestra entrevista?, ¿de que yo le pre?guntara sobre los pagos?
– En efecto. Quería asegurarme de que no hubiera ningún enredo antes de contestar a sus preguntas. Por consejo de mis abogados, me puse en contacto con la gente de Pandora y descubrí que me había timado.
– Es usted un artista de la oportunidad. ¿Tiene algún hobby, señor Redford?
– ¿Hobby?
– Un hombre con un trabajo estresante como el suyo, con sus… activos, debe necesitar alguna distrac?ción. Coleccionar sellos, jugar con el ordenador, horti?cultura…
– Teniente -dijo el abogado con cansancio-. ¿A qué viene eso?
– Me interesan los ratos de ocio de su cliente. Ya sa?bemos a qué dedica su tiempo profesional. Quizá espe?cula usted con inversiones a modo de válvula de escape.
– No, Pandora fue mi primer error y será el último. No tengo tiempo para hobbies, ni ganas.
– Le comprendo. Alguien me ha dicho hoy que la gente debería plantar petunias. Yo no podría perder el tiempo ensuciándome de tierra y plantando flores. Y no porque no me gusten. ¿A usted le gustan las flores?
– Cada cosa a su tiempo. Por eso tengo personal de?dicado a ello.
– Pero usted tiene licencia de horticultor.
– Yo…
– Solicitó una licencia que le fue concedida hace unos meses. Más o menos cuando efectuó un pago a Jerry Fitzgerald por la suma de ciento veinticinco mil. Y dos días antes, hizo usted un pedido de Capullo Inmortal a la colonia Edén.
– El interés de mi cliente por la flora no tiene la me?nor relevancia en este asunto.
– Se equivoca -dijo Eve al punto- y esto es una en?trevista no un proceso judicial. No necesito que sea rele?vante. ¿Para qué quería ese Inmortal?
– Pues… era un regalo. Para Pandora.
– Empleó usted tiempo, desvelos y gastos para con?seguir una licencia, y luego compró una especie contro?lada como regalo para una persona con la que se acostaba de vez en cuando. Una mujer que en el último año y medio consiguió sacarle más de trescientos mil dólares.
– Eso fue una inversión. Lo otro un regalo.
– Bobadas. Ahórrese la protesta, abogado, queda de?bidamente anotada. ¿Dónde está ahora la flor?
– En New Los Angeles.
– Agente Peabody, disponga que la confisquen.
– Eh, oiga, espere un momento. -Redford arrastró su silla-. Es propiedad mía. Yo pagué por ella.
– Ha falsificado datos para obtener esa licencia. Ha comprado ilegalmente una especie controlada. Será confiscada y usted será debidamente acusado. ¿Pea?body?
– Sí, señor. -Sofocando una risa, Peabody sacó su comunicador y estableció contacto.
– Esto es acoso. -El abogado estaba hecho una fiera-. Y los cargos son ridículos.
– Vaya… Usted conocía esa planta, sabía que era un elemento necesario para elaborar la droga. Pandora iba a sacar mucho dinero de esa sustancia. ¿Acaso intentaba ella excluirle?
– No sé de qué me está hablando.
– ¿Acaso intentó enrollarle, le dio a probar lo suficien?te como para hacerle adicto? Quizá le escondió la droga hasta que usted le imploró. Hasta que quiso matarla.
– Yo jamás toqué esa droga -explotó Redford.
– Pero sabía de su existencia. Sabía que ella la tenía. Y había manera de conseguir más. ¿Acaso fue usted quien trató de excluirle del negocio y hacérselo con Jerry? Usted compró la planta. Averiguaremos si hizo analizar la sustancia. Teniendo la planta, usted podía fa?bricar la droga. Ya no necesitaba a Pandora. Pero tam?poco podía controlarla. Ella quería más dinero, más droga. Usted descubrió que era letal, pero ¿para qué es?perar cinco años? Quitando a Pandora de en medio, hubiera tenido todo el campo libre.
– Yo no la maté. Había terminado con ella, no tenía motivos para matarla.
– Usted fue a su casa esa noche. Se acostó con ella. Ella tenía la droga. ¿La utilizó para tentarle a usted? Us?ted ya había matado dos veces para proteger su inver?sión, pero ella seguía obstruyéndole el paso.
– Yo no he matado a nadie.
Eve le dejó gritar, dejó que el abogado exclamara sus objeciones y sus amenazas.
– ¿La siguió a casa de Leonardo o la llevó allí usted mismo?
– Yo no estuve allí. Jamás la toqué. Si hubiera queri?do matarla, lo habría hecho en su propia casa, cuando me amenazó.
– Paul…
– Cállese la boca -le espetó Redford a su abogado-. Está tratando de cargarme un asesinato, maldita sea. Discutí con Pandora. Ella quería más dinero, mucho di?nero. Se aseguró de que yo viera sus provisiones de dro?ga, lo mucho que tenía a su disposición. Era una fortuna. Pero yo ya la había hecho analizar. No necesitaba a Pan?dora, y así se lo dije a ella. Tenía a Jerry para respaldar el proyecto cuando estuviera listo. Pandora se puso furio?sa, me amenazó con arruinarme, con matarme. Para mí fue un placer dejarla plantada.
– ¿Planeaba usted fabricar y distribuir la droga?
– Como tópico -dijo, secándose la boca con el dor?so de la mano-. Y cuando estuviera preparada. El dinero era irresistible. Sus amenazas no significaban nada para mí, ¿entiende? No podía arruinarme sin arruinarse a sí misma. Y eso no lo habría hecho nunca. Yo había termi?nado con ella. Y cuando supe que había muerto, abrí una botella de champán y brindé por su asesino.
– Muy bonito. Bien, empecemos otra vez.
Después de dejar a Redford para que lo ficharan, Eve entró en el despacho del comandante.
– Excelente trabajo, teniente.
– Gracias, señor. Aunque preferiría ficharlo por ase?sinato que por drogas.
– Todo llegará.
– Cuento con ello. Hola fiscal.
– Teniente. -El fiscal se había levantado al verla en?trar, y seguía en pie. Sus modales eran bien conocidos dentro y fuera de los juzgados. Su actuación estaba siempre llena de brío, fueran cuales fuesen las circuns?tancias-. Admiro sus técnicas. Me encantaría tenerla como testigo en este asunto, pero no creo que esto lle?gue a juicio. El abogado del señor Redford ya se ha puesto en contacto con mi oficina. Vamos a negociar.
– ¿Y el asesinato?
– No tenemos suficientes pruebas físicas. -Y añadió antes de que ella pudiera protestar-: Y el móvil… usted ha demostrado que tuvo manera de conseguir sus fines antes de la muerte de Pandora. Es muy probable que sea culpable, pero tendremos mucho trabajo para justificar los cargos.
– No lo tuvo para acusar a Mavis Freestone.
– Por pruebas abrumadoras -le recordó él.
– Usted sabe que ella no lo hizo, fiscal. Sabe que las tres víctimas de este asunto están relacionadas. -Miró hacia Casto, que estaba arrellanado en una silla-. Ilega?les lo sabe.
– En esto, estoy con la teniente -dijo Casto-. Hemos investigado la posible implicación de Freestone con la sustancia conocida como Immortality sin encontrar co?nexión alguna entre ella y la droga o ninguna de las otras víctimas. Tenía ciertas manchas en su expediente, pero cosas antiguas y sin importancia. En mi opinión, la chica estaba en el sitio equivocado a la hora equivocada. -Son?rió a Eve-. Debo apoyar a Dallas y recomendar que le sean retirados los cargos a Mavis Freestone pendiente del resultado de la investigación.
– Anoto su recomendación, teniente -dijo el fiscal-. La oficina del fiscal lo tendrá en cuenta cuando revise?mos todos los datos. Ahora mismo, la creencia de que estos tres homicidios están relacionados sigue estando necesitada de pruebas sólidas. Sin embargo, nuestra ofi?cina está dispuesta a acceder a la reciente solicitud del re?presentante de Mavis Freestone en el sentido de unas pruebas de detección de mentiras, autohipnosis y recrea?ción por vídeo. Los resultados pesarán mucho en nues?tra decisión.
Eve soltó un suspiro. Era una concesión importante.
– Gracias -dijo.
– Estamos del mismo lado, teniente. Y creo que to?dos deberíamos tenerlo presente y coordinar nuestra postura antes de la rueda de prensa.
Mientras hacían los preparativos, Eve se acercó a Casto.
– Le agradezco lo que ha hecho.
Él le quitó importancia.
– Era una opinión profesional. Espero que eso ayude a su amiga. Yo creo que Redford es culpable. Tanto si se los cargó él como si pagó para que lo hiciera otro.
Eve quería sumarse a esa opinión pero, en cambio, meneó la cabeza.
– Demasiado chapucero para tratarse de profesiona?les, demasiado personal. De todos modos, gracias por arrimar el hombro.
– Considérelo, si quiere, como pago por proporcio?narme uno de los mejores casos de ilegales de toda la dé?cada. En cuanto lo hayamos aclarado y salga a la luz el asunto de esa nueva droga, voy a comprarme unos galo?nes de capitán.
– Bien, enhorabuena anticipada.
– Yo creo que eso va por los dos. Usted resolverá esos homicidios, Dallas, y luego los dos podremos des?cansar un poco.
– Es verdad, los voy a resolver. -Eve levantó una ceja cuando él le pasó la mano por el pelo.
– Me gusta. -Con una sonrisa, Casto se metió las ma?nos en los bolsillos-. ¿Está segura de que quiere casarse?
Inclinando la cabeza, ella le devolvió la sonrisa.
– Me han dicho que sale a cenar con Peabody.
– Oh, es una joya. Tengo debilidad por las mujeres fuertes, Eve, y tendrá que perdonarme si estoy un poco decepcionado por mi falta de oportunidad.
– ¿No podría sentirme halagada? -Vio la señal de Whitney y suspiró-. Está bien, ya vamos.
– Se siente uno como un hueso suculento, ¿verdad? -murmuró Casto mientras la puerta se abría a una horda de periodistas.
Salieron airosos, y Eve habría considerado que el día ha?bía ido muy bien si Nadine no la hubiera esperado en el aparcamiento subterráneo.
– Esta zona está restringida a personal autorizado.
– Espere un poco, Dallas. -Sentada en el capó del co?che de Eve, sonrió-. ¿Me acompaña?
– Canal 75 queda lejos de mi camino. -Como Nadi?ne continuaba sonriendo, ella maldijo y abrió la puerta-. Suba.
– Está guapa -dijo Nadine-. ¿Quién es su estilista?
– La amiga de una amiga. Estoy harta de hablar de mi pelo, Nadine.
– Vale, entonces hablemos de asesinatos, drogas y di?nero.
– Acabo de estar cuarenta y cinco minutos hablando de eso. -Eve mostró la placa a la cámara de seguridad y salió disparada a la calle-. Usted estaba allí, ¿no?
– Lo que he visto es mucho regate. ¿Qué es ese ruido?
– Mi coche.
– Ya. Otra vez con recortes de presupuesto, ¿ver?dad? Es una vergüenza. En fin, ¿qué es todo eso de unas nuevas pesquisas?
– No puedo hablar de ese aspecto de la investigación.
– Aja. ¿Y los rumores sobre Paul Redford?
– Como se ha dicho en la conferencia de prensa, Redford ha sido acusado de fraude, posesión de espéci?men controlado e intento de fabricación y distribución de sustancia ilegal.
– ¿Y cómo se relaciona esto con el asesinato de Pan?dora?
– No estoy en libertad de…
– Bueno, bueno. -Nadine se apoyó en el respaldo y miró ceñuda el tráfico que atestaba la calzada-. ¿Y si ha?cemos un canje?
– Veamos. Usted primera.
– Quiero una entrevista en exclusiva con Mavis Freestone.
Eve no se molestó en responder. Sólo bufó.
– Vamos, Dallas, deje que la gente sepa lo que ella piensa.
– A la mierda la gente.
– ¿Puedo citar eso? Usted y Roarke la tienen asedia?da. Nadie puede acceder a ella. Usted sabe que seré justa.
– Sí, la tenemos asediada. No, nadie puede acceder a ella. Y usted seguramente será justa, pero Mavis no ha?blará con los media.
– ¿De quién es la decisión?
– Ojo, Nadine, o la mando al transporte público.
– Transmítale mi petición. Es lo único que le pido, Dallas. Dígale solamente que me interesa hacer pública su versión de los hechos.
– Vale, ahora cambie de onda.
– De acuerdo. Esta tarde me ha llegado una noticia de la emisora de cotilleos.
– Y usted sabe que a mí me pirra conocer detalles de las vidas de los ricos y ridículos.
– Dallas, admita que pronto se convertirá en uno de ellos. -Al ver la furiosa mirada de Eve, Nadine rió-. Oh, me encanta pincharla. Es tan fácil. En fin, se rumorea que la pareja más despampanante de los últimos dos me?ses ha partido de la ciudad.
– Estoy intrigadísima.
– Lo estará cuando le diga que la pareja está formada por Jerry Fitzgerald y Justin Young.
El interés de Eve subió lo suficiente para hacerle re?considerar la idea de aparcar junto a una parada de auto?bús y soltar a su pasajero.
– Hable.
– Esta mañana se produjo una verdadera escena en el ensayo para el show de Leonardo. Parece ser que nues?tros enamorados llegaron a las manos. Hubo reparto de golpes.
– ¿Se pegaron el uno al otro?
– Más que palmaditas cariñosas, según mi fuente. Jerry se retiró a su vestidor. Ahora tiene el de la estrella, por cierto, y Justin se marchó malhumorado y con un ojo hinchado. Unas horas después estaba ya en Maui, festejándolo con otra rubia. También modelo. Una mo?delo más joven.
– ¿De qué discutían?
– Nadie lo sabe. Se cree que el sexo está detrás de todo. Ella le acusó de engañarla y él hizo otro tanto. Ella no pensaba tolerarlo. Él tampoco. Ella ya no le necesita?ba, pues él tampoco a ella.
– Muy interesante, Nadine, pero no significa nada. -No, pero qué oportuno, pensó, qué oportuno.
– Tal vez sí, tal vez no. Pero es curioso que dos cele?bridades se dediquen a tirarse los trastos a la cabeza en público. Yo diría que o estaban muy colocados o esta?ban haciendo un magnífico número.
– Ya le digo que es interesante. -Eve paró frente a la verja de seguridad de Canal 75-. Hemos llegado.
– Podría llevarme hasta la puerta.
– Coja el tranvía, Nadine.
– Escuche, sabe muy bien que va a investigar lo que acabo de decirle. Por qué no comparamos algunos da?tos, Dallas, usted y yo tenemos aquí una buena historia.
Eso era bastante cierto.
– Mire, Nadine, las cosas están ahora mismo pen?dientes de un hilo. No quisiera arriesgarme a cortarlo.
– No diré nada en antena hasta que usted me dé el visto bueno.
Eve dudó, meneó la cabeza.
– No puedo. Mavis me importa demasiado. Hasta que no haya demostrado su inocencia, no puedo arries?garme.
– Vamos, Dallas. ¿Va Mavis camino de ello?
– Extraoficialmente: la oficina del fiscal está reconsi?derando los cargos. Pero todavía no los van a retirar.
– ¿Tiene usted otro sospechoso? ¿Es Redford?
– No me presione, Nadine. Casi somos amigas.
– Joder. Hagamos una cosa. Si algo de lo que le he di?cho o puedo decirle más adelante influye en el caso, us?ted me debe una.
– Le informaré tan pronto haya aclarado el asunto, Nadine.
– Quiero un tête-à-tête con usted, diez minutos an?tes de que cualquier noticia salga a la luz.
Eve se inclinó para abrirle la puerta.
– Hasta pronto.
– Cinco minutos. Maldita sea, Dallas. Cinco asque?rosos minutos.
Lo que significaba centenares de puntos en el nivel de audiencia. Y millares de dólares.
– Que sean cinco, si es que ha lugar. No puedo pro?meterle más.
– De acuerdo. -Satisfecha, Nadine se apeó del coche y luego se inclinó hacia Eve-. Sabe una cosa, Dallas, us?ted nunca falla. Seguro que lo consigue. Tiene un talento especial para los muertos y los inocentes.
Muertos e inocentes, pensó Eve con un escalofrío mientras se alejaba. Sabía que muchos de los muertos eran los culpables.
Lloviznaba por la ventana cenital cuando Roarke se se?paró de Eve en la cama. Era una nueva experiencia para él el hecho de tener nervios antes, durante y después de hacer el amor. Había docenas de razones, o así se lo dijo a sí mismo mientras ella se acurrucaba contra él como era su costumbre. La casa estaba llena de gente. El vario?pinto equipo de Leonardo había tomado posesión de un ala entera. Roarke tenía varios proyectos en diversas fa?ses de desarrollo, negocios que estaba resuelto a cerrar antes de la boda.
Luego estaba la boda en sí. Suponía que cualquier hombre estaba un poco distraído en semejantes ocasio?nes.
Pero Roarke era, al menos consigo mismo, un hom?bre brutalmente sincero. Los nervios sólo podían venir de una cosa. De la imagen que continuamente le asalta?ba, la imagen de Eve apaleada, ensangrentada y deshe?cha. Y del terror de que al tocarla pudiera hacerla revivir todo aquello, convertir algo hermoso en algo brutal.
Eve se movió un poco y se incorporó para mirarle. Tenía la cara encendida, los ojos apagados.
– No sé qué he de decirte.
Él le pasó un dedo por la mandíbula.
– Sobre qué.
– Yo no soy frágil. No hay razón para que me trates como si estuviera herida.
Él juntó las cejas, enojado consigo mismo. No se había dado cuenta de que era tan transparente, incluso con ella. Y la sensación no le gustó.
– No sé a qué te refieres.
Empezó a levantarse para servirse una copa que no quería, pero ella le cogió firmemente del brazo.
– Roarke, tú no sueles escurrir el bulto. -Estaba preo?cupada-. Si tus sentimientos han cambiado por lo que hice, por lo que recordé…
– Esto es insultante -le espetó él, y el mal humor que brilló en sus ojos fue para ella un alivio.
– ¿Qué quieres que piense, si no? Es la primera vez que me tocas desde aquella noche. Parecías más una ni?ñera que otra cosa…
– ¿Es que tienes algo contra la ternura?
Qué inteligente es, pensó Eve. Sereno o enardecido, sabía cómo barrer hacia dentro. Eve no apartó la mano, siguió mirándole a los ojos.
– ¿Crees que no veo que te contienes? No quiero que te contengas, Roarke. Me encuentro bien.
– Pues yo no. -Se apartó de ella-. Algunas personas somos más humanas, necesitamos más tiempo. No ha?blemos más de ello.
Sus palabras fueron como un bofetón en la mejilla. Eve asintió, volvió a acostarse y se dio la vuelta.
– Está bien. Pero lo que me pasó de niña no fue irse a la cama. Fue una obscenidad.
Cerró fuertemente los ojos con la intención de dormir.