Si la conducta reciente era un ejemplo de lo que re?presentaba tener marido, se dijo Eve, la cosa no estaba tan mal. La habían acunado en la cama, lo cual debía re?conocer había sido buena idea, y cinco horas después la había despertado el aroma del café caliente y unos gofres recién hechos.
Roarke ya estaba en pie y enfrascado en transmitir alguna información vital.
Le fastidiaba de vez en cuando que él pudiera pasar?se sin dormir más que cualquier humano normal, pero no se lo había dicho. Esa clase de comentario sólo habría provocado en él una sonrisa presuntuosa.
Hablaba en su favor el hecho de que él no pusiera de manifiesto que estaba cuidando de ella. Saberlo era de por sí lo bastante raro como para que encima se vanaglo?riara de ello.
Así pues, se dirigió hacia la Central, descansada, bien alimentada y con el vehículo recién reparado, aunque no había recorrido más de cinco manzanas cuando el coche la sorprendió con un nuevo fallo. El indicador de velocidad señalaba zona roja, pese a que Eve estaba absolutamente parada en medio del atasco.
AVISO. MOTOR SOBRECARGADO EN CINCO MINUTOS A ESTA VELOCIDAD. REDUZCA POR FAVOR O CAMBIE A SUPERDIRECTA AUTOMÁTICA.
– Al cuerno -dijo ella, y condujo el resto del camino con la constante advertencia de que o reducía la veloci?dad o explotaba.
No pensaba dejar que eso le cambiara el humor. Los negros nubarrones que hacían amontonarse los gases de escape de la circulación no la molestaban. El hecho de que fuera sábado, una semana antes de su boda, y que previera un día largo, duro y potencialmente brutal de trabajo no menguó su placer.
Entró en la Central con paso muy decidido y sonrisa torva.
– Parece a punto de comer carne cruda -comentó Feeney al verla.
– Es como más me gusta. ¿Alguna novedad?
– Vayamos por el camino más largo. Le pondré al co?rriente.
Feeney fue hacia un deslizador aéreo, casi vacío a mediodía. El mecanismo tartamudeó un poquito, pero los llevó hacia arriba. Manhattan quedó a sus pies como una preciosa ciudad en miniatura de avenidas que se cruzaban y vehículos de vivos colores.
Los relámpagos agrietaron el cielo con un acompa?ñamiento de truenos que sacudió el recinto de cristal. La lluvia cayó a cántaros por la grieta.
Feeney miró hacia abajo y vio cómo los peatones se hacinaban como hormigas enloquecidas. Un airbús hizo sonar su claxon y pasó rozando casi el deslizador.
– ¡Maldita sea! -Feeney se llevó una mano al cora?zón-. ¿Dónde diablos sacan su licencia estos cerdos?
– Cualquiera que tenga buen pulso puede conducir uno de esos cacharros. Yo no me subiría ni con una pis?tola en el pecho.
– El transporte público es la deshonra de esta ciudad. -Feeney sacó una bolsa de cacahuetes dulces para sose?garse-. En fin, su corazonada sobre las llamadas desde Maui ha tenido éxito. Young llamó dos veces a casa de Fitzgerald antes de volver en el puente aéreo. Pidió el show en pantalla, además. Las dos horas enteras.
– ¿Algún dato de seguridad sobre su casa la noche en que mataron a Cucaracha?
– Young entró con su bolsa de viaje hacia las seis de la mañana. El avión llegaba a medianoche. No hay datos de qué hizo el resto del tiempo.
– No hay coartada. Tuvo tiempo de sobra para ir de la terminal a la escena del crimen. ¿Podemos localizar a Fitzgerald?
– Estuvo en el salón de baile hasta poco más de las veintidós treinta. Ensayos para lo de anoche. No apareció en su casa hasta las ocho. Hizo muchas llamadas: su estilista, su masajista, su esculpidor. Ayer pasó cua?tro horas en Paradise, haciendo que la dejaran gua?pa. En cuanto a Young, estuvo todo el día hablando con su agente, su administrador y… -Feeney sonrió un poco-. Con un agente de viajes. Nuestro hombre que?ría información sobre un viaje para dos a la colonia Edén.
– Le quiero, Feeney.
– Bueno, a mí me quiere mucha gente. De camino he recogido el informe de los del gabinete. Ni en casa de Young ni en la de Fitzgerald hay nada que nos sirva. El único rastro de ilegales estaba en el zumo azul. Si tienen más, lo guardan en otro sitio. No hay constancia de nin?gún tipo de transacción ni señales de fórmulas. Aún me quedan por examinar los discos duros, por si escondie?ron algo allí. De todos modos, no creo que sean unos ge?nios de la tecnología.
– No, el que podría saber más de esto es Redford. Yo creo que aquí hay algo más que tráfico y asesinato, Feeney. Si logramos que la sustancia pase como veneno y les colgamos conocimiento previo de sus cualidades le?tales, tendremos fraude organizado a gran escala y cons?piración para asesinar.
– Nadie ha usado conspiración para asesinar desde las Guerras Urbanas.
El deslizador gruñó al pararse.
– Pues yo creo que suena muy bien.
Encontró a Peabody esperando frente al área de in?terrogatorios.
– ¿Dónde están los demás?
– Los sospechosos están hablando con sus abogados. Casto ha ido a buscar café.
– Bien, contacte con las salas de reunión. Se les ha terminado el tiempo. ¿Se sabe algo del comandante?
– Viene hacia aquí. Dice que quiere observar. La ofi?cina del fiscal participará vía enlace.
– Muy bien. Feeney se encargará de examinar las grabaciones de los tres. No quiero ninguna metedura de pata cuando esto vaya a los tribunales. Usted se ocupa de Fitzgerald, Casto de Redford. Yo me cojo a Young.
Vio venir a Casto con una bandeja y café para todos.
– Feeney, infórmeles de los datos adicionales. Úsen?los con cuidado -añadió, cogiendo una taza-. Cambia?remos de equipo dentro de media hora.
Eve entró en su zona. El primer sorbo de café abyec?to le hizo sonreír. El día iba a ser bueno.
– Creo que puede hacerlo mejor, Justin. -Eve estaba calentando motores. Llevaba tres horas de interroga?torio.
– Me pregunta qué es lo que ocurrió. Los otros me preguntan qué es lo que ocurrió. -Young bebió un poco de agua. Él sí estaba perdiendo el paso-. Ya se lo he dicho.
– Usted es actor -señaló ella, toda sonrisas amables-. Y de los buenos. Así lo dicen las críticas. En una que leí el otro día afirmaban que es capaz de hacer que una frase mala suene a música. Yo no oigo nada, Justin.
– ¿Cuántas veces quiere que le repita lo mismo? -Miró hacia su abogado-. ¿Cuánto tiempo va a durar esto?
– Podemos interrumpir el interrogatorio cuando queramos -le recordó la abogada. Era una rubia feno?menal de mirada penetrante-. No tiene ninguna obliga?ción de seguir hablando.
– En efecto -intervino Eve-. Podemos parar. Puede volver a custodia. No podrá salir bajo fianza habiendo ilegales de por medio, Justin. -Se inclinó hacia adelante, asegurándose de que él la mirara a los ojos-. Y menos te?niendo sobre su cabeza cuatro cargos por asesinato.
– Mi cliente no ha sido acusado de otro delito que una sospecha de posesión. -La abogada la miró desde su nariz estrecha como una aguja-. No tienen pruebas, te?niente. Eso lo sabemos todos.
– Su cliente está al borde de un precipicio. Eso lo sa?bemos todos. ¿Quiere caerse usted solo, Justin? A mí no me parece justo. Sus amigos están respondiendo ahora mismo a otras preguntas. -Levantó las manos, separó los dedos-. ¿Qué piensa hacer si le delatan?
– Yo no maté a nadie. -Justin desvió la mirada hacia la puerta y el espejo. Sabía que tenía público, y por pri?mera vez no sabía cómo actuar-. Ni siquiera conocía a esas personas.
– Pero a Pandora sí.
– Naturalmente que conocía a Pandora. Es evidente.
– Usted estuvo en casa de ella la noche en que fue ase?sinada.
– Ya lo he dicho antes, ¿no? Escuche, Jerry y yo fui?mos a su casa porque ella nos había.invitado. Tomamos unas copas, llegó la otra mujer. Pandora se puso muy pesada y nos marchamos.
– ¿Suelen usar usted y la señorita Fitzgerald la en?trada de servicio del edificio donde viven?
– Es por la intimidad -insistió él-. Si tuviera usted a los periodistas acosándola cada vez que quiere hacer pipi, lo comprendería.
Eve sabía qué era eso y sonrió enseñando los dien?tes.
– Es curioso, pero ninguno de los dos parecía muy receloso de los media. Si yo fuera cínica, diría que uste?des más bien los utilizaban. ¿Cuánto hace que Jerry toma Immortality?
– No lo sé. -Volvió a mirar al espejo, como si espera?ra que un director gritase «¡corten!» y terminara la esce?na-. Ya le he dicho que yo ignoraba qué había en esa be?bida.
– Tenía una botella en su dormitorio, pero no sabía qué había dentro. ¿Ni siquiera lo probó?
– Jamás.
– Eso también es curioso. Sabe, Justin, si yo tuviera algo en la nevera, tendría tentaciones de probarlo. A me?nos, claro está, que supiera que era veneno. Usted sabe que Immortality es un veneno lento, ¿no es así?
– Qué quiere que le diga. -Se calló, respiró hondo por la nariz-. Yo no sé nada al respecto.
– Una sobrecarga del sistema nervioso, de acción lenta pero igualmente letal. Usted le sirvió una copa a Jerry, se la dio. Eso es asesinato.
– Teniente…
– Yo no le he hecho nada a Jerry -explotó él-. Estoy enamorado de ella. Nunca podría hacerle daño.
– ¿De veras? Varios testigos afirman que usted le hizo daño hace unos días. ¿Pegó o no pegó usted a la se?ñorita Fitzgerald en el salón Waldorf el día dos de julio?
– No, yo… Perdimos los estribos. -Empezaba a no recordar bien su papel-. Fue un malentendido.
– Usted la pegó en la cara.
– Sí, bueno, no. Sí. Estábamos discutiendo.
– Y como discutían, le da usted un puñetazo a la mu?jer que ama y la deja tumbada. ¿Aún estaba usted tan enfadado cuando ella se presentó anoche en su aparta?mento?, ¿cuando usted le sirvió un vaso de veneno?
– Ya se lo he dicho, no es como usted dice. Yo soy in?capaz de hacerle daño. Jamás me he enfadado con ella.
– Nunca se ha enfadado con ella. Nunca le ha hecho daño. Le creo, Justin. -Eve serenó su tono de voz, se in?clinó nuevamente hacia él, puso una mano amable sobre la de Justin, que temblaba-. Ni tampoco la pegó. Usted lo fingió todo, ¿no es así? Usted no es de los que pegan a la mujer amada. Usted representó un papel, como en una de sus películas.
– No, yo… -Levantó impotente los ojos hacia Eve, y ella supo que ya le tenía.
– Usted ha hecho muchos vídeos de acción. Sabe cómo dar un puñetazo, cómo fingir uno. Y eso hizo aquel día, ¿no es verdad, Justin? Usted y Jerry fingieron una riña. Usted no le tocó ni un pelo. -Su voz era suave, llena de comprensión-. Usted no es un individuo vio?lento, ¿verdad, Justin?
Destrozado, él apretó los labios y miró a su aboga?da. Ella levantó la mano para atajar más preguntas y le dijo algo al oído.
Sin inmutarse, Eve esperó: sabía el lío en que estaban metidos. ¿Admitía Justin haber fingido, convirtiéndose en mentiroso, o declaraba haber pegado a su amante, de?mostrando su carácter violento? Era una maroma difícil de pasar.
La abogada se incorporó y cruzó los dedos.
– Mi cliente y la señorita Fitzgerald representaron una inofensiva tragedia. Fue una tontería, desde luego, pero tampoco es delito fingir una pelea.
– No, no es delito. -Eve advirtió la primera grieta que debilitaba su coartada-. Y tampoco lo es huir a Maui y fingir que uno se encama con otra mujer. Todo era inventado, ¿no es cierto, Justin?
– Bien, nosotros… Supongo que no tuvimos tiempo de reflexionar. Estábamos preocupados, nada más. Des?pués que usted pillara a Paul, temimos que viniera a por nosotros. Los tres estábamos allí aquella noche, así que nos parecía lógico.
– Eso mismo pensé yo, Justin. -Eve lo miró radian?te-. Es un paso muy lógico.
– Ambos teníamos importantes proyectos en pers?pectiva. No podíamos enfrentarnos a lo que está pasan?do ahora mismo. Creíamos que si fingíamos una ruptu?ra, eso daría más peso a nuestra coartada.
– Porque sabían que la coartada era endeble. Se figu?raban que nos daríamos cuenta de que uno de los dos, o ambos, podían haber salido sin ser vistos del apartamen?to la noche en que murió Pandora. Podían haber ido a casa de Leonardo, matarla y regresar a casa sin que el si-tema de seguridad detectara nada.
– No fuimos a ninguna parte. No puede demostrar lo contrario. -Enderezó la espalda-. Usted no puede probar nada.
– No esté tan seguro. Su amante es adicta a Immortality. Usted tenía esa droga en su casa. ¿Cómo la consiguió?
– Pues… alguien se la dio a ella. No sé.
– ¿Fue Redford? ¿Fue él quien la enganchó, Justin? Si lo hizo, debe usted de odiarlo. La mujer a quien ama empezó a morir la primera vez que probó un sorbo de Immortality.
– No es un veneno, se equivoca. Ella me dijo que así era como Pandora pretendía apropiarse de todo. Pando?ra no quería que Jerry se beneficiara de esa bebida. La muy cerda sabía que a Jerry podía irle muy bien, pero ella quería… -Se interrumpió, haciendo caso de la adver?tencia de su abogada demasiado tarde.
– ¿Qué quería ella, Justin? ¿Dinero? ¿Mucho dinero? ¿A usted? ¿Se burló de Jerry? ¿Le amenazó a usted? ¿Es por eso que usted la mató?
– Yo no lo hice. Ya le he dicho que no le puse las ma?nos encima. Discutimos, ¿vale? Tuvimos una escena después que se fuera la chica de Leonardo aquella noche. Jerry estaba muy molesta. Tenía razón para estarlo, des?pués de lo que dijo Pandora. Por eso me la llevé, fuimos a tomar unas copas y la calmé un poco. Le dije que no se preocupara, que había otras maneras de conseguir un suministro.
– ¿Cuáles?
Respirando con dificultad, Young se zafó con furia de la mano de su abogada.
– Cállese ya -le espetó-. ¿De qué me está sirviendo tenerla aquí? Me van a meter en una celda de un momen?to a otro. Quiero hacer un trato. -Se pasó el dorso de la mano por la boca-. Quiero hacer un trato.
– De eso ya hablaremos -dijo Eve con calma-, ¿qué me puede ofrecer?
– Paul -dijo él, estremeciéndose-. Le doy a Paul Redford. Él la mató. Y probablemente los mató a todos.
Veinte minutos después, Eve se paseaba por la sala.
– Quiero que Redford se ponga nervioso, que se pre?gunte hasta dónde han hablado los otros.
– De la señorita no hemos sacado gran cosa. -Casto apoyó los pies en la mesa y cruzó los tobillos-. Es muy dura. Ha mostrado signos de rendición (la boca seca, temblores, etcétera), pero se aferra a su coartada.
– No ha probado eso en diez horas al menos. ¿Cuán?to tiempo cree que podrá aguantar?
– No lo sabría decir. -Casto abrió las manos-. Podría salirse por la tangente, o puede que dentro de diez mi?nutos esté hecha papilla.
– Muy bien, entonces no contemos con ella.
– Redford ha titubeado bastante -terció Peabody-. Creo que está cagado de miedo. Su abogado es un hueso duro de roer. Si consiguiéramos tenerle solo unos minu?tos, cantaría de plano.
– No tenemos esa opción. -Whitney examinó la co?pia impresa de los últimos interrogatorios-. La declara?ción de Young servirá para presionarle.
– Es demasiado endeble -murmuró Eve.
– Haga que no lo parezca. Él dice que Redford fue quien introdujo a Fitzgerald en la droga hará unos tres meses y le propuso que fueran socios.
– Y según nuestro guapo actor, todo iba a ser legal y sin tapujos. -Eve gruñó con sorna-. Nadie es tan cándido.
– No sé -dijo Peabody-. Está colado por Fitzgerald. Creo que ella pudo convencerle de que el negocio era honesto: una nueva línea de productos de belleza con el nombre de Fitzgerald.
– Y todo lo que tenían que hacer era desbancar a Pandora. -Casto sonrió-. El dinero vendría solo.
– Todo se reduce a beneficios. Pandora les estorbaba. -Eve se dejó caer en una silla-. Los otros les estorbaban. Puede que Young sólo sea un tonto inocentón, o puede que no. Ha acusado a Redford, pero de lo que no se ha dado cuenta aún es de que podía estar acusando a Fitz?gerald al mismo tiempo. Ella le dijo lo suficiente para que planeara un viaje a la colonia Edén, esperando que entre los dos pudieran conseguir un espécimen para ellos solos.
– Si Young suelta el resto -señaló Whitney-, hare?mos el trato que él quiere. Aún le queda mucho para aclarar el asesinato, Eve. Tal como están las cosas, el tes?timonio de Young no tiene mucho peso. Él cree que Redford eliminó a Pandora. Nos ha dado el móvil. Po?demos establecer la oportunidad. Pero no hay pruebas físicas, no hay testigos.
Whitney se puso en pie.
– Consígame una confesión, Dallas -dijo-. El fiscal me está presionando. Retirarán los cargos contra Mavis Freestone el próximo lunes. Si no tienen nada más que dar a los media, vamos a parecer todos un hatajo de idiotas.
Casto sacó una navaja y empezó a limpiarse las uñas mientras Whitney salía.
– Está bien claro que no interesa que el fiscal parez?ca un idiota. Caray, quieren que se lo demos todo en bandeja, ¿no? -Miró a Eve-. Redford no va a confe?sar un asesinato, Eve. Sólo aceptará lo de la droga. Qué diablos, si casi queda bien. Pero de ningún modo aceptará cuatro homicidios. Sólo nos queda una espe?ranza.
– ¿Cuál? -quiso saber Peabody.
– Que él no lo hiciera solo. Si hundimos a uno de los otros, le hundimos a él. Yo apuesto por Fitzgerald.
– Entonces encárguese usted de ella, -rezongó Eve-. Yo voy con Redford. Peabody, coja la foto de Redford. Vuelva al club, a casa de Boomer, de Cucaracha, de Moppett. Enséñesela a todo el mundo. Necesito que al?guien le identifique.
Miró frunciendo el entrecejo el enlace que estaba pi?tando y lo conectó.
– Aquí Dallas. No me molesten.
– Siempre me encanta oír tu voz -dijo Roarke impla?cable.
– Estoy reunida.
– Y yo. Parto para FreeStar dentro de media hora.
– ¿Te vas del planeta? Pero si… bueno, que tengas buen viaje.
– Es inevitable. Estaré de vuelta dentro de tres días. Ya sabes cómo ponerte en contacto.
– Sí, por supuesto. -Ella quería decir tonterías, inti?midades-. Yo también voy a estar bastante ocupada. Te veré cuando regreses.
– Deberías pasar por tu despacho, teniente. Mavis ha intentado ponerse en contacto contigo varias veces. Pa?rece ser que no has ido a la última prueba. Leonardo está… desquiciado.
Eve hizo lo que pudo para ignorar la risita de Casto.
– Tengo otras cosas en la cabeza.
– Y quién no. Busca un momento para ir a verle, cari?ño. Hazlo por mí. A ver si así sacamos a toda esa gente de casa.
– Haberlo dicho antes. Pensaba que a ti te gustaba te?ner compañía.
– Y yo pensaba que era hermano tuyo -murmuró Roarke.
– ¿Qué?
– Nada, un viejo chiste. A mí no me gusta tener tanta gente en casa. Están todos pirados. Acabo de encontrar a Galahad escondido debajo de la cama. Alguien le ha cubierto de cuentas y lacitos rojos. Es una tortura, para los dos.
Ella se mordió la lengua para contener una carcaja?da. Roarke no parecía divertido.
– Ahora que sé que te están volviendo loco, me sien?to mucho mejor. Los sacaremos de casa.
– Hazlo. Ah, y me temo que algunos detalles sobre lo del próximo sábado tendrás que solucionarlos tú sola. Summerset tiene las notas. Me están esperando. -Eve le vio hacer señas a alguien fuera de pantalla-. Hasta dentro de unos días, teniente.
– Sí. -El monitor se apagó mientras ella refunfuña?ba-. No te vayas a perder por el espacio.
– Caray, Eve. Si necesita ir al modisto o llevar el gato al terapeuta, Peabody y yo podemos ocuparnos de esta menudencia de asesinato.
Eve estiró los labios esbozando una sonrisa per?versa:
– Cuidado, Casto.
Pese a sus muchas e irritantes cualidades, Casto tenía verdadero instinto. Redford no se iba a derrumbar así como así. Eve lo trabajó a fondo y tuvo la dulce satis?facción de colgarle el asunto de las drogas ilegales, pero una confesión de asesinato múltiple no era tan sencilla de conseguir.
– A ver si lo he entendido bien. -Se puso en pie. Ne?cesitaba estirar las piernas. Fue a servirse café-. Pandora fue quien le habló de Immortality. ¿Cuánto hace de eso?
– Como le dicho, hará cosa de un año y medio, quizá un poco más. -Ahora estaba absolutamente frío, con?trolando la situación. Sabía que podía salir airoso, sobre todo desde el ángulo en que había enfocado el asunto-. Me vino con una propuesta de negocios. Así lo llamó Pandora, al menos. Aseguró que tenía acceso a una fór?mula que revolucionaría la industria de los cosméticos.
– Un producto de belleza. Y no aludió a que era ile?gal ni que tenía efectos peligrosos.
– Entonces no. Necesitaba un patrocinador para po?ner en marcha el negocio. Pretendía lanzar una línea de productos bajo su nombre.
– ¿Le enseñó a usted la fórmula?
– No. Ya le he dicho antes que me engañó, me hizo promesas. De acuerdo, por mi parte fue un fallo. Yo te?nía una adicción sexual hacia ella, y ella explotó esa de?bilidad. Al mismo tiempo, el negocio en sí parecía bue?no. Ella estaba consumiendo el producto en forma de tabletas. Los resultados parecían impresionantes. Se la veía más joven, más en forma. Su energía física y sexual iba en aumento. Bien introducido en el mercado, un producto así podía generar enormes beneficios. Yo que?ría dinero para ciertos proyectos comercialmente arries?gados.
– Y como quería el dinero, le seguía pagando a Pan?dora en pequeñas dosis sin estar del todo informado so?bre el negocio.
– Durante un tiempo. Pero me impacienté. Ella me prometió más cosas. Empecé a sospechar que Pandora intentaba hacerlo sola o que trabajaba con alguien más. Así que cogí una muestra para mí.
– ¿Cogió una muestra?
Redford tardó un poco en contestar, como si estu?viera buscando las palabras adecuadas.
– Le cogí la llave mientras estaba dormida y abrí la caja donde guardaba las tabletas. Pensando en proteger mi inversión, cogí unas cuantas para hacerlas analizar.
– ¿Y cuándo robó la droga, pensando en proteger su inversión?
– El robo no está demostrado -intervino la aboga?da-. Mi cliente había pagado de buena fe por el producto.
– Está bien, lo diré de otra manera. ¿Cuándo decidió interesarse más activamente en su inversión?
– Hace como seis meses. Llevé las muestras a un con?tacto que tengo en un laboratorio químico y le pagué para que me hiciera un informe privado.
– ¿Y qué fue lo que supo?
Redford se miró los dedos.
– Que el producto tenía, en efecto, las propiedades que Pandora había afirmado. Sin embargo, creaba adición, lo cual le daba automáticamente la categoría de ile?gal. También supe que era potencialmente letal si se to?maba regularmente.
– Y como es un hombre honrado, valoró los contras y se retiró del negocio.
– Ser honrado no es un requisito legal -dijo Red?ford-. Y yo tenía una inversión que proteger. Decidí in?vestigar por mi cuenta para ver si los efectos secundarios podían disminuirse o erradicarse. Creo que lo consegui?mos, o casi.
– Utilizó a Fitzgerald como conejillo de indias.
– Eso fue un error. Quizá me puse nervioso porque Pandora no dejaba de pedirme dinero y de insistir en que iba a lanzar el producto. Yo quería cogerle la delan?tera, y sabía que Jerry sería la persona ideal. A cambio de dinero, accedió a probar el producto que mi equipo ha?bía reelaborado. En forma líquida. Pero la ciencia come?te errores, teniente. La droga seguía siendo, como supi?mos demasiado tarde, altamente adictiva.
– ¿Y fatal?
– Eso parece. El proceso ha sido ralentizado, pero sí, creo que aún existe el riesgo de perjuicio físico a largo pla?zo. Un posible efecto secundario del cual yo informé a Jerry hace semanas.
– ¿Antes o después de que Pandora descubriese que usted quería engañarla?
– Creo que fue después, justo después. Por desgra?cia, Jerry y Pandora se pelearon por un puesto. Pando?ra hizo ciertos comentarios sobre su antigua relación con Justin. Por lo que yo sé, y esto es de segunda mano, Jerry le lanzó a la cara el trato que habíamos hecho.
– Y Pandora se lo tomó muy mal.
– Como es lógico, se puso furiosa. En ese momento nuestra relación era, por decir poco, tormentosa. Yo ya había conseguido un espécimen de Capullo Inmortal, resuelto a eliminar los efectos secundarios de la fórmula. No tenía la menor intención, teniente, de introducir en el mercado una sustancia peligrosa. Eso puede respal?darlo mi historial como productor.
– Dejaremos que Ilegales se ocupe de eso. ¿Le ame?nazó Pandora?
– Pandora vivía de amenazas. Uno se acostumbraba a ellas. Yo creía estar en buena posición para ignorarlas. -Redford sonrió, más confiado ahora-. Si ella hubiera ido más lejos, sabiendo qué propiedades contenía esa fórmula yo podía haberla arruinado. No tenía motivos para hacerle daño.
– Su relación era tormentosa y sin embargo usted fue a su casa aquella noche.
– Con la esperanza de llegar a algún acuerdo. Por eso insistí en que Justin y Jerry estuvieran presentes.
– Se acostó con ella.
– Pandora era hermosa y deseable. Sí, me acosté con ella.
– Ella tenía tabletas de esa droga.
– En efecto. Como le he dicho, las guardaba en una caja, en su tocador. -Volvió a sonreír-. Le conté lo de la caja y las tabletas porque supuse, correctamente, que la autopsia revelaría rastros de la sustancia. Me pare?ció bien ser amable. No hice otra cosa que cooperar.
– Cosa fácil, si sabía que yo no iba a encontrar las ta?bletas. Una vez muerta Pandora, usted volvió a por la caja. Para proteger su inversión. No habiendo más pro?ducto que el que usted tenía, y tampoco competidor, las ganancias iban a ser mucho mayores.
– Yo no volví a su casa después. No tenía motivo para hacerlo. Mi producto era superior.
– Ninguno de esos productos podía irrumpir en el mercado, y usted lo sabía. Pero en la calle, el de Pandora hubiera tenido mucho éxito, más que su versión refina?da, aguada, y seguramente muy cara.
– Con más pruebas, más investigación…
– ¿Dinero…? Usted ya le había dado más de trescien?tos mil dólares. Había corrido con muchos gastos para procurarse un espécimen, había pagado al laboratorio, había pagado a Fitzgerald. Supongo que estaría impa?ciente por ver algún beneficio. ¿Cuánto le cobró a Jerry por probar el producto?
– Jerry y yo llegamos a un acuerdo comercial.
– Diez mil por cada entrega -interrumpió Eve, vien?do que daba en el blanco-. Es la cantidad que ella trans?firió tres veces en dos meses a la cuenta que usted tiene en Starlight Station.
– Era una inversión -empezó él.
– Primero le crea la adicción, luego se aprovecha de ella. Usted es un traficante, señor Redford.
La abogada hizo lo que tenía que hacer, convertir un asunto de narcotráfico en un acuerdo entre socios.
– Usted necesitaba contactos en la calle. Boomer siem?pre sucumbía a los encantos del dinero en mano. Pero se entusiasmó, quiso probar el producto. ¿Cómo consiguió él la fórmula? Eso fue una metedura de pata, señor Redford.
– No conozco a nadie que se llame Boomer.
– Usted le vio irse de la lengua en el club, jactarse de que había hecho el gran negocio. Cuando Boomer se metió en un cuarto con Hetta Moppett, usted se puso nervioso. Pero luego él le vio, echó a correr y usted deci?dió que había que actuar.
– Se equivoca de medio a medio, teniente. Yo no co?nozco a esas personas.
– Puede que matara a Hetta por miedo. No quería hacerlo, pero cuando vio que estaba muerta, tuvo que disimular. Y de ahí la exageración en el crimen. Quizá ella le dijo algo antes de morir o quizá no, pero el si?guiente paso era Boomer. Yo diría que a usted empezaba a gustarle la cosa, a juzgar por el modo en que le torturó antes de acabar con él. Pero se confió demasiado, y no se le ocurrió ir a buscar la fórmula a su piso antes de que yo lo hiciera.
Eve se apartó de la mesa y dio una vuelta por la habi?tación.
– Está metido en un lío: la policía tiene una muestra, tiene la fórmula, y Pandora se está desmandando. ¿Qué elección le queda? -Puso las manos encima de la mesa, se acercó a él-. ¿Qué puede hacer uno cuando ve que su in?versión y todas las futuras ganancias se van al garete?
– Mi negocio con Pandora había concluido.
– Sí, usted lo concluyó. Llevarla a casa de Leonardo fue un buen truco. Usted es inteligente. Ella ya estaba mosca por lo de Mavis. Si usted la liquidaba en casa de él, parece?ría que Leonardo se había hartado. Tendría que matarlo a él también, si es que estaba allí, pero usted le había tomado gusto a eso. Leonardo no estaba, mejor. Y mejor aún cuan?do apareció Mavis y usted pudo colgarle el muerto.
La respiración era un poco forzada, pero Redford se resistía.
– La última vez que vi a Pandora, ella estaba viva, drogada y ansiosa de castigar a alguien. Si no la mató Mavis Freestone, creo que lo hizo Jerry Fitzgerald.
Intrigada, Eve volvió a su silla.
– ¿De veras? ¿Por qué?
– Se despreciaban mutuamente, ahora más que nunca eran rivales. Por encima de todo, Pandora tenía ganas de recuperar a Justin. Eso era algo que Jerry no iba a tole?rar. Además… -Sonrió-. Fue Jerry quien dio la idea de ir a casa de Leonardo para ajustarle las cuentas a Pandora.
Vaya, esto es nuevo, pensó Eve arqueando una ceja.
– No me diga.
– Cuando se marchó Mavis Freestone, Pandora esta?ba muy nerviosa, enfadada. Jerry pareció disfrutar pre?senciando la pelea. Jerry incitó a Pandora. Dijo algo en el sentido de que ella en su lugar no habría tolerado que la humillaran de aquella manera, que por qué no iba a casa de Leonardo y le enseñaba quién llevaba los panta?lones. Entonces añadió algo sobre que Pandora no era capaz de conservar a un hombre, y luego Justin se llevó a Jerry a toda prisa.
Su sonrisa se ensanchó.
– Despreciaban a Pandora, comprende. Ella por ra?zones obvias, y Justin porque yo le había dicho que la droga era asunto de Pandora. Justin haría cualquier cosa por proteger a Jerry, cualquier cosa. Yo, por el contra?rio, no tenía ningún vínculo emocional con los demás. Aparte de acostarme con Pandora, teniente. Acostarme y hacer negocios.
Eve llamó a la puerta del cuarto donde Casto estaba in?terrogando a Jerry. Al sacar él la cabeza, ella desvió la mirada hacia la mujer sentada ante la mesa.
– Tengo que hablar con ella.
– Está agotada. No creo que le saquemos mucho ahora. El abogado ya está dando la lata con un descanso.
– He de hablar con ella -repitió Eve-. ¿Cómo ha en?focado el interrogatorio esta vez?
– Línea dura, en plan agresivo.
– Muy bien, seré un poco más suave. -Eve entró en la habitación.
Aun podía sentir compasión por los demás. Jerry te?nía la mirada tenebrosa e inquieta, la cara hundida y las manos temblorosas. Su belleza era ahora frágil, pertur?bada.
– ¿Quiere comer algo? -preguntó Eve en voz baja.
– No. -Jerry miró alrededor-. Quiero irme a casa. Quiero ver a Justin.
– Intentaré arreglar una visita, pero habrá de ser su?pervisada. -Sirvió agua-. ¿Por qué no bebe un poco de esto y descansa un momento? -Tomó las manos de Jerry y las cerró sobre el vaso, llevándoselo a los labios-. Sé lo que está pasando. Lo siento. No podemos darle nada para contrarrestar el síndrome. Aún no sabemos sufi?ciente, y el remedio podría ser peor que la enfermedad.
– Estoy bien. No es nada.
– Qué putada. -Eve se sentó-. Redford la metió en esto. Lo ha confesado.
– No es nada -repitió ella-. Sólo estoy muy cansada. Necesito un trago de mi preparado. -Miró desesperada a Eve-. ¿Por qué no me da un poco para recuperarme?
– Usted sabe que es peligroso, Jerry. Sabe lo que le está haciendo. Abogado, Paul Redford ha declarado que él introdujo a la señorita Fitzgerald en la droga bajo el pretexto de una aventura comercial. Suponemos que ella desconocía las propiedades adictivas de la sustancia. De momento, no tenemos intención de acusarla de consu?mo de ilegales.
Como Eve había esperado, el abogado se relajó visi?blemente.
– Entonces, teniente, quisiera disponer la liberación de mi cliente y su ingreso en un centro de rehabilitación. Ingreso voluntario.
– Eso puede arreglarse. Si su cliente coopera unos minutos más, me ayudaría a cerrar los cargos contra Redford.
– Si ella coopera, teniente, ¿retirará todos los cargos?
– Sabe que eso no se lo puedo prometer. Sin embar?go, recomendaré indulgencia en los cargos por posesión e intento de distribución.
– ¿Dejará ir a Justin?
Eve volvió a mirar a Jerry. El amor era una extraña carga, pensó.
– ¿Estuvo implicado en la transacción?
– No. Él quería que yo lo dejase. Cuando descubrió que yo era… drogodependiente, me instó a rehabilitar?me, a que dejara de beber. Pero yo lo necesitaba. Quería parar, pero necesitaba tomar más.
– La noche en que murió Pandora hubo una discu?sión.
– Siempre había discusiones con Pandora. Era odio?sa. Creía que podía recuperar a Justin. La muy zorra no le quería nada, sólo pretendía hacerme daño. Y a él tam?bién.
– Justin no hubiera vuelto con Pandora, ¿verdad, Jerry?
– La odiaba tanto como yo. -Se llevó las cuidadas uñas a la boca y empezó a mordisqueárselas-. Es un ali?vio que esté muerta.
– Jerry…
– Me da lo mismo -explotó, lanzando una mirada fu?riosa a su cauteloso abogado-. Merecía morir. Ella lo quería todo sin importarle cómo lo conseguía. Justin era mío. Yo habría sido cabeza de cartel en el show de Leo?nardo si ella no hubiera sabido que a mí me interesaba. Hizo cuanto pudo para seducirle, para ponerme la zan?cadilla y quedarse ella con el trabajo. Y aquel trabajo tendría que haber sido mío desde el principio. Como lo era Justin. Como lo era la droga. Te pones guapa, sexy, joven. Y cada vez que alguien la tome, pensará en mí. No en ella, en mí.
– ¿Justin fue con usted a casa de Leonardo aquella noche?
– ¿Qué es esto, teniente?
– Una pregunta, abogado. Responda, Jerry.
– Claro que no. No fuimos a casa de Leonardo. Sali?mos a tomar copas y luego a casa.
– Usted se burló de ella, ¿verdad? Sabía cómo mane?jarla. Usted tenía que asegurarse de que ella fuera en busca de Leonardo. ¿Habló con Redford, le dijo él cuándo salió Pandora de allí?
– No, no sé. Me está confundiendo. ¿Puedo tomar algo? Necesito mi bebida.
– Usted había consumido esa noche. Se sentía fuerte. Lo bastante para matarla. Usted quería su cabeza. Pan?dora siempre se metía en su camino. Y sus tabletas eran más potentes y efectivas que su preparado bebible. ¿Las quería usted, Jerry?
– Sí, las quería. Se estaba volviendo más joven delante de mis narices. Más delgada. Yo he de vigilar cada maldi?to bocado que tomo, pero ella… Paul dijo que quizá po?dría quitárselas. Justin procuró hacerle desistir, apartarle de mí. Pero es que Justin no entiende lo que se siente: eres inmortal -dijo Jerry con una horrible sonrisa-. Te sientes inmortal. Sólo un trago, por el amor de Dios.
– Usted salió esa noche por la puerta de atrás y fue a casa de Leonardo. ¿Qué pasó allí?
– No puedo, estoy confusa. Necesito algo.
– ¿Cogió usted el bastón y la golpeó? ¿La pegó repe?tidas veces?
– Quería verla muerta. -Sollozando, Jerry apoyó la cabeza en la mesa-. Ayúdeme por favor. Le diré todo lo que quiera si me ayuda.
– Teniente, cualquier cosa que mi cliente diga bajo coacción física o mental será inadmisible.
Eve contempló a la mujer que lloraba y alcanzó el enlace.
– Avise a un médico -ordenó-. Y disponga una am?bulancia para la señorita Fitzgerald. Bajo custodia.