Capitulo Veinte

Nunca había vivido una semana tan rápida. Y se sentía brutalmente sola. Todo el mundo consideraba ce?rrado el caso, incluidos la oficina del fiscal y su propio jefe, el comandante Whitney. El cadáver de Jerry Fitzgerald fue incinerado, y archivado su último interroga?torio.

Los media, como era de esperar, se pusieron las bo?tas. La vida secreta de una top model. La asesina de la cara perfecta. La búsqueda de la inmortalidad deja una estela de muertos.

Eve tenía otros casos, también otras obligaciones que cumplir, pero pasaba todos los momentos libres revisan?do el caso, repasando las pruebas y tratando de pergeñar nuevas teorías hasta que incluso Peabody le dijo que lo dejara.

Intentó solucionar los pequeños detalles de la boda que Roarke le había pedido que arreglara. Pero ¿qué sabía ella de menús, surtido de vinos y disposición de asientos? Finalmente, se tragó el orgullo y le endilgó la tarea a un re?funfuñante Summerset.

Y tuvo que oír, en tono didáctico, que la esposa de un hombre de la posición de Roarke tendría que apren?der las bases de la vida social.

Ella le dijo que la dejara en paz, y ambos se pusieron a hacer lo que mejor sabían. En el fondo, lo que más te?mía Eve era que estuvieran empezando a caerse bien.


Roarke fue al despacho de Eve y meneó la cabeza. Iban a casarse al día siguiente. Dentro de menos de veinte ho?ras. ¿Estaba la novia probándose el traje de boda, bañán?dose en fragantes perfumes o fantaseando sobre su vida futura?

En absoluto, estaba encorvada sobre el ordenador, hablando sola, con el pelo alborotado de tanto rascarse con los dedos. Tenía una mancha de café en la camisa. Un plato con lo que había sido un emparedado había quedado en el suelo. Hasta el gato lo evitaba.

Él se acercó por detrás y vio, como ya esperaba, el archivo de Fitzgerald en pantalla.

Su tenacidad le fascinaba y le seducía a la vez. Se pre?guntó si Eve habría dejado que alguien más viera que su?fría por la muerte de Fitzgerald. Hasta a él mismo se lo habría ocultado, de haber podido hacerlo.

Roarke sabía que sentía culpa, y compasión. Y senti?do del deber. Todo eso mantenía a Eve atada al caso. Era una de las razones por las que él la quería; esa enorme capacidad para la emoción dentro de una mente lógica e inquieta.

Empezó a inclinarse para besarle la cabeza justo cuando ella la levantó. Ambos maldijeron cuando su ca?beza chocó con la mandíbula de él.

– Santo Dios. -Entre divertido y dolido, Roarke se secó la sangre del labio-. Contigo, hasta el amor es peli?groso.

– No deberías espiarme de esa manera. -Eve se frotó la cabeza. Otro sitio más que le dolía-. Creía que Feeney y tú y algunos de tus amigos hedonistas estabais dedica?dos al pillaje.

– Una despedida de soltero no es una invasión vikinga. Aún me queda tiempo antes de que empiece la barba?rie. -Se sentó en la esquina de la mesa y la miró detenida?mente-. Eve, necesitas descansar.

– Voy a tomarme tres semanas de permiso, ¿no? -dijo entre dientes mientras él levantaba las cejas-. Per?dona, soy insoportable. No puedo pasar de esto, Roarke. Lo he dejado una docena de veces durante la semana pasada, pero no para de venirme a la cabeza.

– Dilo en voz alta. A veces ayuda.

– Está bien. -Eve se apartó de la mesa, a punto de pi?sar al gato-. Jerry pudo ir al club. Hay gente elegante que va a esa clase de sitios.

– Pandora, por ejemplo.

– Exacto. Y se mezclaban con el mismo tipo de per?sonal. Así que ella pudo ir al club, pudo ver a Boomer allí. Incluso puede que algún contacto le dijera que él estaba en el club. Suponiendo, claro es, que ella le cono?ciera, lo cual no está probado. Y que trabajaba con él, o a través de él. Jerry le ve allí, comprueba que se está yendo de la lengua. Boomer es un cabo suelto, alguien que ha dejado de ser útil para convertirse en una contin?gencia.

– Hasta aquí tiene lógica.

Ella asintió, pero sin dejar de pasearse.

– Bien, Boomer la ve cuando sale del cuarto privado con Hetta Moppett. Jerry está preocupada por lo que Boomer haya podido decir. Puede que él haya fanfarro?neado, hinchado incluso su relación con el negocio para impresionar a Hetta. Boomer es lo bastante listo para sa?ber que está en un aprieto, se larga, se esconde. Hetta es la primera víctima porque podría saber algo. Es asesina?da rápida y brutalmente, para que parezca una cosa for?tuita, producto de un arrebato. Hetta tiene ficha. Eso significa que se tardaría más en relacionar a Jerry con el club y con Boomer. Si es que a alguien se le ocurría rela?cionarla, cosa improbable.

– Sólo que no contaban contigo.

– Exacto. Boomer tiene una muestra, tiene la fórmu?la. Era rápido cuando le daba la gana, y tenía talento para robar. La inteligencia no era su fuerte. Tal vez exigió más dinero, una tajada más grande. Pero en su especiali?dad era muy bueno. Nadie sabía que era un soplón apar?te de algunas personas relacionadas con el departamento de policía y seguridad de Nueva York.

– Y esas personas no podían saber hasta qué punto uno se toma en serio una asociación comercial. -Roarke ladeó la cabeza-. En otras circunstancias, supongo que su muerte habría sido atribuida a un conflicto entre tra?ficantes, un acto de venganza por parte de uno de los so?cios, y ya está.

– Cierto, pero Jerry no actuó con suficiente rapidez. Encontramos la droga en casa de Boomer y empezamos a trabajar desde ahí. Al mismo tiempo, pude ver perso?nalmente a Pandora en acción. Ya sabes lo que pasó, y has oído el resumen sobre las circunstancias que se die?ron en la noche de su muerte. Colgarle el crimen a Mavis fue un golpe de suerte, buena y mala. Eso daba tiem?po a Jerry, y de paso le proporcionaba un chivo expiatorio.

– Un chivo expiatorio que casualmente era muy que?rido del primer investigador.

– Por eso he dicho mala suerte. ¿Cuántas veces voy a tener un caso cuyo primer sospechoso sé que es absolu?tamente inocente? Pese a las pruebas, pese a todo. No creo que eso vuelva a ocurrir.

– Quién sabe. A mí me pasó hace unos meses.

– Yo no sabía, sólo lo presentía. Pero después tuve la certeza. -Eve metió las manos en los bolsillos y volvió a sacarlas-. Con Mavis lo supe desde el primer momen?to. De modo que enfoqué el problema desde otro án?gulo. Ahora veo tres posibles sospechosos, todos ellos, a decir verdad, con móvil, oportunidad y medios. Empiezo a creer que uno de estos sospechosos es adicto a esa misma droga que lo echó a rodar todo. Y cuando piensas que ya puedes empezar a hacer cabalas, un camello del East End es asesinado. El mismo modus operandi. ¿Por qué? Algo no encaja, Roarke, y no consigo aclararlo. No necesitaban a Cucaracha. Las desventajas de que Boomer le confiara algún dato son tantas que llegan a la es?tratosfera. Pero a él se lo cargan, y en su organismo ha?bía rastros de la droga.

– Una estratagema. -Roarke sacó un cigarrillo y lo encendió-. Una maniobra de distracción.

Ella sonrió por primera vez en horas.

– Es lo que me gusta de ti. Tu mente criminal. Poner una pista falsa para confundirnos. Que la poli se las vea y se las desee para buscar una conexión lógica con ese Cucaracha. Mientras, Redford está fabricando una va?riedad propia de Immortality, y se la da a probar a Jerry. Junto con unos suculentos honorarios. Pero él recuperó el dinero, desplumándola por todas y cada una de las botellas. Es un negociante avispado; se tomó la moles?tia y el riesgo de procurarse un espécimen de la colonia Edén.

– Dos -dijo Roarke y tuvo el placer de ver que aque?lla cara se volvía blanca.

– ¿Dos qué?

– Encargó dos especímenes. Pasé por Edén de regre?so al planeta y charlé con la hija de Engrave. Le pedí si podía buscar un hueco para hacer una verificación. Red?ford encargó su primer espécimen hace nueve meses, bajo otro nombre y con una licencia falsificada. Pero los números de identificación son los mismos. Lo hizo en?viar a una floristería de Vegas II que tiene una reputación dudosa por contrabando de flora. -Hizo una pausa para echar la ceniza en un bol de mármol-. Creo que de allí la mandaron a un laboratorio a fin de destilar el néctar.

– ¿Por qué diablos no me lo has dicho antes?

– Te lo estoy diciendo ahora. Me lo han confirmado hace cinco minutos. Probablemente podrás contactar con seguridad en Vegas II y hacer que interroguen a la florista.

Eve estaba sudando cuando aporreó su enlace y dio órdenes al respecto.

– Aunque consigan arrestar a Redford, llevará sema?nas hacer los trámites burocráticos para que lo manden al planeta y yo pueda hablar con él. -Pero se frotó las manos, anticipando el placer que eso le reportaría-. Po?drías haberme dicho que estabas en esto.

– Si no sacaba nada te hubieras decepcionado. En cambio, deberías agradecérmelo. Mira, Eve, esto no cambia mucho las cosas.

– Pero significa que Redford trabajó por su cuenta más de lo que nos insinuó. Y significa… -Se dejó caer en una silla-. Sé que ella pudo hacerlo, Roarke. Ella sola. Pudo salir del apartamento de Young sin ser detectada. Pudo dejarle durmiendo, volver después. Cuando le diera la gana. O puede que él lo supiera. Él se habría sa?crificado, y además es actor. Habría arrojado a Redford a las fieras, pero no si con eso involucraba a Jerry.

Apoyó un momento la cabeza en las manos, frotán?dose la frente.

– Sé que ella pudo hacerlo. Pudo ver la ocasión y pudo entrar en el almacén. Pudo haber decidido acabar a su manera, eso encaja con su carácter. Pero no me gusta la idea.

– No puedes culparte de su muerte -dijo Roarke con voz queda-. Por la sencilla razón de que tú no tienes la culpa, y por otra razón que has de aceptar: la culpa em?paña la lógica.

– Sí, lo sé. -Se levantó otra vez, intranquila-. No he estado a la altura de las circunstancias. Primero Mavis, recordándome lo de mi padre. Se me han escapado deta?lles. Y luego todo lo demás.

– ¿Incluida la boda? -sugirió él.

Ella esbozó una débil sonrisa.

– He tratado de no pensar demasiado en eso. No te lo tomes a mal.

– Considéralo una formalidad. Un contrato, si lo prefieres, con unos cuantos accesorios.

– ¿Has pensado que hace apenas un año ni siquiera nos conocíamos? ¿Que vivimos en la misma casa, pero que la mayor parte del tiempo estamos separados? ¿Que todo esto que sentimos el uno por el otro podría no ser realmente algo que dure mucho tiempo?

Él la miró largamente.

– ¿Vas a hacer que me enfade la noche antes de que nos casemos?

– No intento hacer que te enfades. Tú has sacado el tema y puesto que ésa ha sido una de las cosas que me han distraído estos días, me gustaría dejarlo claro. Son preguntas razonables y merecen respuestas razonables.

La mirada de Roarke se ensombreció. Ella lo advir?tió y se preparó para la tormenta. Pero él se puso en pie y habló con una calma tan glacial que ella casi se estre?meció.

– ¿Te estás echando atrás, teniente?

– No. Dije que me casaría. Yo sólo creo que debería?mos… pensarlo -dijo ella, odiándose a sí misma.

– Pues piensa tú, busca tus respuestas razonables. -Consultó su reloj-. Se me hace tarde. Mavis te está es?perando abajo.

– ¿Para qué?

– Pregúntale a ella-dijo él mientras se disponía a salir.

– Maldita sea. -Eve dio una patada a la mesa hacien?do que Galahad la mirase malévolamente. Dio otra pa?tada, porque el dolor a veces tenía sus recompensas, y luego bajó renqueando a encontrarse con Mavis.

Una hora después, la estaban arrastrando al Down amp; Dirty. Había soportado las órdenes de Mavis para que se cambiara de ropa, para que se arreglara el pelo, la cara. Incluso la actitud. Pero cuando la música y el ruido la impactaron como un gancho largo, Eve se plantó.

– Caray, Mavis, ¿por qué aquí precisamente?

– Porque es feo, por eso. Las despedidas de soltero se supone que son feas. Eh, mira a ese del escenario. Con esa polla tan grande hasta podría clavar clavos. Menos mal que le dije a Crack que nos reservara una mesa bue?na. Esto está hasta los topes, y apenas son las doce de la noche.

– Mañana he de casarme -dijo Eve, encontrando por primera vez que era una excusa buena.

– Exactamente. Por Dios, Dallas, tranquilízate. Mira, ahí llegan.

Eve estaba acostumbrada a los sustos. Pero aquello era el no va más. No podía creer que estuviera sentada a una mesa justo debajo de un meneapollas con Nadine Furst, Peabody, una mujer que debía de ser Trina y, San?to Dios, la doctora Mira.

Antes de poder cerrar la boca, Crack apareció por detrás y la hizo levantarse.

– Qué tal, rostro pálido. Esta noche hay fiesta. Te traeré una botella de champán de la casa.

– Si en este tugurio hay champán, me como el tapón.

– Eh, y con burbujas y todo. ¿Qué te habías creído? -Crack la hizo girar provocando exclamaciones de aprobación entre el público, la cazó al vuelo y la deposi?tó de nuevo en la silla-. Señoras, a divertirse o se van a enterar.

– Qué amigos más interesantes tiene, Dallas -dijo Nadine entre el humo de su cigarrillo. Allí nadie iba a preocuparse por la prohibición de fumar-. Tómese algo. -Levantó una botella de una cosa desconocida y sirvió un poco en lo que parecía un vaso bastante limpio-. No?sotras llevamos ventaja.

– He tenido que obligarla a cambiarse. -Mavis se acomodó en una silla-. Y no ha parado de protestar. -Se le hizo un nudo en la garganta-. Pero lo ha hecho por mí. -Tomó la copa de Eve y la apuró-. Queríamos sor?prenderos.

– Lo ha conseguido. Doctora Mira. Usted es la doc?tora Mira, ¿verdad?

Mira sonrió alegremente.

– Lo era cuando he entrado. Me temo que ahora mis?mo estoy un poco confusa.

– Hemos de brindar. -Peabody, inestable, sobre sus tacones, utilizó la mesa como punto de apoyo. Consi?guió levantar su copa sin derramar más de la mitad en la cabeza de Eve-. Por la poli más cojonuda de esta maloliente ciudad, que va a casarse con el tío más sexy que he conocido, y que, como es más lista que el ham?bre, ha hecho que me asignen de forma permanente a Homicidios. Que es donde debo estar, como podría decirles cualquier gilipollas. Salud. -Apuró el resto y cayó de nuevo sobre su silla, sonriendo como una tonta.

– Peabody -dijo Eve y agitó un dedo delante de su nariz-. Nunca me había emocionado tanto.

– Estoy beoda, Dallas.

– Las pruebas así lo indican. ¿Podemos pedir algo de comer que no tenga ptomaína? Me muero de hambre.

– La futura novia quiere comer. -Todavía sobria como una monja, Mavis se puso en pie de un salto-. Yo me encargo de eso. No os levantéis.

– Ah, Mavis. -La hizo sentar y le murmuró al oído-: Tráeme algo de beber que no sea letal.

– Dallas, esto es una fiesta.

– Y pienso disfrutarla, de veras. Pero mañana quiero tener la mente clara. Es importante para mí.

– Oh, qué romántico. -Sollozando de nuevo, Mavis apoyó la cara en el hombro de Eve.

– Sí, me usan como edulcorante artificial. -Hizo girar a Mavis y la besó directamente en la boca-. Gracias. A nadie más se le habría ocurrido esto.

– A Roarke sí. -Mavis se secó los ojos con los volan?tes que le colgaban de la manga-. Lo hemos preparado juntos.

– Claro. -Sonriendo un poco, Eve echó una nueva ojeada prudente a los cuerpos desnudos que evoluciona?ban en el escenario-. Eh, Nadine. -Llenó el vaso de la periodista-. Ese de las plumas rojas en el rabo no le qui?ta ojo de encima.

– ¿ Ah, sí? -Nadine se volvió para mirar con ojos tur?bios.

– A que no.

– A que no ¿qué? ¿Que no subo ahí? Bah, eso es pan comido.

– Pues hágalo. -Eve le sonrió-. Un poco de acción no nos vendrá mal.

– Cree que no lo haré. -Nadine se levantó a duras pe?nas, se enderezó como pudo-. Oye, tío bueno -le gritó al que tenía más cerca-. Ayúdame a subir.

A la gente le encantó. Sobre todo cuando Nadine se puso a su altura y se quedó en bragas color morado. Eve suspiró ante el agua mineral. Sabía cómo escoger a sus amigos, sí señor.

– ¿Cómo va eso, Trina?

– Estoy en plena experiencia ultracorpórea. Ahora mismo creo estar en el Tibet.

– Ya. -Eve miró de reojo a la doctora Mira. Por la forma en que estaba vitoreando, daba la impresión de que podía saltar al escenario de un momento a otro. Eve no creía que ninguna de las dos quisiera guardar esa ima?gen en los archivos de su memoria-. Peabody. -Hubo de pincharle el brazo con los dedos para obtener una vaga reacción-. Vamos a buscar más comida.

– Eso también puedo hacerlo yo -gruñó Peabody.

Siguiendo la dirección de su mirada, Eve vio a Nadine meneando las caderas frente a un negro de más de dos metros con el cuerpo pintado.

– Seguro que sí. Seguro que echaría la casa abajo.

– Lo que pasa es que tengo un poco de tripa. -Se tambaleó, pero Eve la sostuvo por el brazo-. Jake lo lla?ma gelatina. Estoy ahorrando para que me la succionen.

– ¿Está segura? Haga más abdominales.

– Es hereditaria.

– ¿Hereditaria?

– Sí. -Peabody iba dando tumbos mientras Eve la guiaba entre la gente-. En mi familia todos tienen tripa. A Jake le gustan flacas, como usted.

– Pues que le jodan.

– Ya lo he hecho. -Peabody se rió como una tonta y luego se apoyó pesadamente en una barra auxiliar-. Fo?llamos hasta matarnos. Pero usted sabe que eso no basta, Evie.

Eve suspiró.

– Peabody, no me gusta pegar a un agente cuando está en inferioridad de condiciones. Así que no me llame Evie.

– Vale. ¿Sabe cómo se consigue eso?

– Comida -encargó Eve al androide que servía-. Lo que sea y en cantidad. Mesa tres. ¿Cómo se consigue qué, Peabody?

– Pues eso. Lo que usted y Roarke tienen, eso. Cone?xión. Relaciones internas. El sexo sólo es un añadido.

– Claro. ¿Tiene problemas con Casto?

– No. Sólo que ahora que el caso está cerrado no te?nemos mucha conexión. -Peabody meneó la cabeza y antes sus ojos explotaron mil y una luces-. Jo, estoy trompa. He de ir al lavabo.

– Le acompaño.

– Puedo hacerlo sola. -Con cierta dignidad, Peabody se zafó de la mano de Eve-. No me gusta vomitar delan?te de un oficial superior, si a usted no le importa.

– Como quiera.

Pero Eve la vigiló todo el tiempo que Peabody invir?tió en cruzar la pista. Llevaban casi tres horas en el club. Y aunque un día era un día, Eve iba a tener que meter algo en el estómago de sus amigas y ver que todas llega?ran sanas y salvas a sus casas.

Se acodó en la barra, sonriendo, y vio a Nadine to?davía en bragas, sentada a la mesa charlando animada?mente con la doctora Mira. Trina había apoyado la cabe?za en la mesa y seguramente estaba conversando con el Dalai Lama.

Mavis, brillantes los ojos, estaba subida al escenario y vociferaba una melodía improvisada que hacía mover?se a toda la pista.

Maldita sea, pensó al sentir que le quemaba la gar?ganta. Cuánto quería a aquel hatajo de borrachas. Pea?body incluida, pensó, y entonces decidió ir a echar un vistazo al servicio para asegurarse de que su ayudante no se hubiera desmayado u otra cosa.

Había cruzado casi medio club cuando notó que al?guien la agarraba. Como había estado haciendo a lo lar?go de la velada a medida que los parroquianos se dedica?ban a buscar pareja, ella empezó a zafarse.

– Llama a otra puerta, tío. No me interesa. ¡Eh! -El breve pellizco en el brazo le causó menos daño que en?fado.

Pero su vista empezó a nublarse mientras la condu?cían a la fuerza por entre la multitud hasta meterla en un cuarto privado.

– He dicho que no me interesa, caray. -Hizo ademán de enseñar su placa, pero no llegó a encontrarse el bol?sillo.

Alguien le dio un pequeño empujón y Eve cayó de espaldas sobre una cama estrecha.

– Tómeselo con calma. Tenemos que hablar. -Casto se tumbó a su lado y cruzó los pies.


Roarke no estaba de humor para fiestas, pero como Feeney se había tomado la molestia de crear una atmósfera marcadamente hedonista, decidió representar su papel. Era una especie de salón repleto de hombres, a muchos de los cuales les sorprendía verse metidos en aquel ritual pagano. Pero Feeney, con su pericia electrónica, había conseguido dar con algunos de los socios más próximos a Roarke, ninguno de los cuales había querido ofender a alguien de su prestigio negándose a asistir.

Conque allí estaban los ricos, los famosos y los de?más, embutidos en una sala mal iluminada con pantallas tamaño natural en las que aparecían cuerpos desnudos en diversos e imaginativos actos de frenesí sexual, un terceto de bailarinas de striptease ya desnudas, y cerveza y whisky suficientes como para hundir la Séptima Flota.

Roarke hubo de admitir que había sido un gesto simpático y hacía lo posible por estar a la altura de las expectativas de Feeney como soltero en su postrera no?che de libertad.

– Tenga, muchacho, otro whisky para usted. -Tras haber tomado varias copas de irlandés, Feeney había adoptado cómodamente el acento de un país que jamás ni siquiera sus tatarabuelos habían pisado nunca-. Vivan los rebeldes.

Roarke enarcó una ceja. Él sí había nacido en Dublín y pasado casi toda su juventud vagando por sus callejue?las. Sin embargo no tenía el apego sentimental de Feeney hacia aquella tierra y sus sublevaciones.

– Slainte -brindó en gaélico para complacer a su amigo.

– Así me gusta. Bueno, Roarke, deje que le diga, las señoras que hay aquí son sólo para mirar. Nada de toqueteos.

– Me contendré.

Feeney sonrió y le dio a Roarke un manotazo en la espalda que casi le hizo trastabillar.

– Está como un tren, ¿eh? Nuestra Dallas…

– Bueno… -Roarke miró ceñudo su vaso de whisky-. Sí.

– Esa Dallas nos hace estar a todos siempre alerta. Sabe más que Merlín, la muy jodida. Es de las que no para cuando se le mete una cosa entre ceja y ceja. Le diré una cosa, este último caso la ha dejado hecha polvo.

– Todavía está en ello -murmuró Roarke, y sonrió fríamente cuando una rubia desnuda le acarició el pe?cho-. Prueba suene con ése -le dijo, señalando a un hom?bre de mirada vidriosa y traje gris de rayas finas-. Es el dueño de Stoner Dynamics.

Al ver que ella no entendía, Roarke se desembarazó de las manos que empezaban bajar alegremente hacia su entrepierna.

– Está forrado -dijo.

La chica se alejó bamboleándose, mientras Feeney la miraba con más deseo que esperanza.

– Soy casado y feliz, Roarke.

– Eso me han dicho.

– Es degradante confesar que estoy un poco tentado de darme un revolcón en un cuarto a oscuras con una cosa guapa como ésa.

– Usted merece algo mejor, Feeney.

– Eso es verdad. -Suspiró largamente y luego reto?mó el anterior tema de conversación-. Dallas se va unas semanas. Creo que dejará el caso y se meterá en el si?guiente.

– A ella no le gusta perder, y tiene esa sensación. -Roarke trató de restarle importancia. Maldita la gracia que le hacía pasar la víspera de su boda hablando de ho?micidios. Maldiciendo por lo bajo, llevó a Feeney hasta un rincón tranquilo-. ¿Qué sabe usted de ese camello al que mataron en el East End?

– Cucaracha. No hay mucho que decir. Traficante, bastante hábil, bastante estúpido. Es curioso que tantos traficantes sean las dos cosas a la vez. No salía de su te?rritorio. Le gustaba el dinero fácil y rápido.

– ¿También era un soplón? ¿Como Boomer?

– Lo había sido. Su preparador se retiró el año pa?sado.

– ¿Y qué pasa cuando un preparador se retira?

– Que se encarga otro del soplón o se le deja suelto. No encontraron a nadie que quisiera encargarse de Cu?caracha.

Roarke iba a encogerse de hombros, pero algo le se?guía intrigando.

– El policía que se retiró, ¿trabajaba con alguien?

– ¿Qué se ha creído? ¿Que tengo memoria de orde?nador?

– Sí.

El halago hizo que Feeney se pavoneara.

– Bueno, a decir verdad, recuerdo que estaba asocia?do con un viejo amigo mío, Danny Riley. Eso fue en, a ver, en el cuarenta y uno. Creo que patrulló con Mari Dirscolli hasta el cuarenta y ocho, más o menos.

– No importa -murmuró Roarke.

– Después hizo equipo con Casto un par de años.

Roarke avivó sus cinco sentidos.

– ¿Casto? ¿Patrullaba con Casto mientras era prepa?rador de Cucaracha?

– Así es, pero sólo uno de los dos trabaja como pre?parador. Por supuesto -rezongó Feeney mientras arru?gaba la frente-. El procedimiento normal es tomar pose?sión de los contactos de tu pareja. No hay constancia de que Casto lo hiciera. Él tenía sus propios soplones.

Roarke se dijo que eran prejuicios, que eran sus ce?los ridículos y reflejos.

– No todo consta en los archivos. ¿No le parece una coincidencia que dos soplones que trabajaban con Casto fueran asesinados, ambos relacionados con Immortality?

– No he dicho que Casto usara a Cucaracha como soplón. Y no es tanta coincidencia. Ya se sabe que en el mundo de las ilegales, todo está conectado de un modo u otro.

– ¿Qué más descubrieron que pudiera relacionar a Cucaracha con los otros asesinatos, aparte de Casto?

– Cielos, Roarke. -Feeney se pasó la mano por la cara-. Es peor que Dallas. Mire, hay muchos policías de Ilegales que acaban con problemas de toxicomanía. Cas?to está limpio del todo. Jamás ha dado positivo en ningu?na prueba. Tiene buena reputación, puede que lo ascien?dan a capitán, y no es ningún secreto que él lo busca. Sería tonto si ahora lo estropeara todo metiéndose en líos.

– Hay veces que un hombre no puede resistir la ten?tación, Feeney, y acaba cediendo. ¿Pretende decirme que sería la primera vez que un policía de Ilegales saca algún dinero bajo, mano?

– No. -Feeney suspiró de nuevo. Aquella conversa?ción le estaba poniendo sobrio. Y eso no le gustaba-. A Casto no se le puede imputar nada. Dallas estaba tra?bajando con él. Si fuera un mal policía se lo habría olido. Ella es así.

– Dallas ha estado descentrada -murmuró Roarke recordando las palabras de Eve-. Píenselo, Feeney, por más rápido que ella se movía siempre parecía ir un paso por detrás de los acontecimientos. Si alguien hubiera co?nocido sus movimientos le habría sido fácil anticiparse. Especialmente si era alguien con mentalidad de policía.

– Le cae mal porque es casi tan apuesto como usted -dijo Feeney de mal humor.

Roarke se lo pasó por alto.

– ¿Qué podría usted averiguar de él esta noche?

– ¿Esta noche? Joder, ¿quiere que le busque las cos?quillas a un colega, que investigue los expedientes per?sonales sólo porque dos de sus soplones resultaron muertos? ¿Y encima esta noche?

Roarke le apoyó una mano en el hombro.

– Podemos usar mi unidad.

– Harán buena pareja -masculló Feeney mientras Roarke le empujaba hacia la multitud-. Menudo par de estafadores.


Eve veía a Casto borroso y podía oler el tenue aroma a jabón y sudor que despedía su piel. Pero no lograba en?tender qué hacía él allí.

– ¿Qué ocurre, Casto? ¿Tenemos una llamada? -Miró alrededor buscando a Peabody y vio los chillones cortinajes rojos que se suponía añadían sensualidad a un cuarto destinado al sexo rápido y barato-. Espere un momento.

– Relájese, Dallas. -No quería darle otra dosis,-me?nos teniendo en cuenta lo que ya habría estado bebiendo en su fiesta de soltera-. La puerta está cerrada, o sea que no puede ir a ninguna parte. -Se puso a la espalda un co?jín con bordes de satén-. Habría sido mucho más fácil si lo hubiera dejado correr. Pero no. Usted erre que erre. No me cabe en la cabeza que haya estado machacando a Lilligas.

– ¿Quién… qué?

– La florista de Vegas II. Eso es ir demasiado lejos. Yo mismo he utilizado a esa zorra.

Eve notó una sensación desagradable en el estómago. Cuando notó el sabor de la bilis en la garganta, se inclinó hacia adelante, metió la cabeza entre las rodillas y procuró respirar hondo.

– Hay picos que pueden producir náuseas. La próxi?ma vez probaremos otra cosa.

– Me equivoqué con usted. -Eve trató de concentrar?se en no vomitar la pesada y grasienta comida que había ingerido en lugar de alcohol-. Maldita sea, cómo no me di cuenta.

– Usted no estaba buscando a otro policía. Bueno, ¿por qué iba a hacerlo? Y tenía otras cosas que la preo?cupaban. Ha quebrantado las normas, Eve. Usted sabe muy bien que el primer investigador jamás debe impli?carse personalmente. Estaba demasiado preocupada por su amiga. Es algo que admiro en usted, aun cuando sea una estupidez.

La cogió del pelo y le echó la cabeza hacia atrás. Tras una rápida ojeada a sus pupilas, decidió que la dosis ini?cial la tendría un rato más a raya. No quería arriesgarse a una sobredosis. Al menos hasta que hubiera terminado.

– De veras que la admiro, Eve.

– Hijo de puta. -La lengua casi le impedía hablar-. Usted los mató.

– Sí. A todos. -Sereno, Casto cruzó los pies por los tobillos-. Ha sido difícil mantenerlo oculto, lo admito. Es duro para el ego no poder demostrar a una mujer como usted lo que un hombre inteligente puede llegar a hacer. Sabe, me preocupé un poco cuando supe que se encargaba de Boomer. -Le acarició con un dedo desde la barbilla hasta los pechos-. Creí que podía cautivarla. Confiese que se sintió atraída.

– Quíteme las manos de encima. -Intentó abofetear?le pero falló por unos centímetros.

– Su percepción de fondo falla. -Rió entre dientes-. La droga es mala, Eve. Se lo digo yo, que lo veo cada puñetero día en las calles. Me harto de verlo. Así empezó todo. Esos tipos estrafalarios sacando dinero a espuertas sin jamás ensuciarse las pulcras uñas. ¿Por qué no yo?

– Lo hizo por dinero…

– ¿Qué, si no? Hace un par de años di con el enlace de Immortality. Fue cosa del hado. Me tomé las cosas con calma, hice mis deberes, utilicé una fuente que tenía en la colonia Edén para que me consiguiera una muestra. El pobre Boomer lo descubrió… mi contacto en la Edén.

– Boomer se lo dijo.

– Claro. Cuando averiguaba algo en el mercado de ilegales, venía a decírmelo. Él entonces no sabía que yo estaba metido en eso. Ignoraba que Boomer tenía una copia de la jodida fórmula. Ignoraba que él estaba aguantando para ver si sacaba una buena tajada.

– Usted le mató. Le hizo pedazos.

– Sólo cuando fue necesario. Nunca hago nada a me?nos que sea imprescindible. Fue culpa de la hermosa Pandora, ¿comprende?

Eve escuchaba, pugnando por recuperar el control de su cerebro, mientras él le relataba una historia de sexo, poder y beneficios.

Pandora le había visto en el club. O se habían visto mutuamente. A ella le gustó la idea de que él fuera poli?cía, y la clase de poli que era. Él podía meter mano a un montón de golosinas, ¿no? Y lo habría hecho con gusto. Estaba obsesionado, hechizado por ella. Era un adicto a Pandora. Admitirlo ya no podía hacerle ningún daño. Su error había sido compartir la información acerca de Immortality, prestar oídos a las ideas de ella sobre cómo ganar dinero. Unos beneficios enormes, le había prome?tido ella. Más dinero del que podían gastar en tres vidas. Y además juventud, belleza y sexo a lo grande. Ella se había convertido rápidamente en adicta, siempre quería más droga, y le había utilizado a él para conseguirla.

Pero Pandora también había sido útil. Su carrera, su fama, le permitían viajar, traer más de aquello que en?tonces se fabricaba exclusivamente en un pequeño labo?ratorio privado de Starlight Station.

Entonces descubrió que había metido a Redford en el negocio. Él se había puesto furioso, pero ella había conseguido aplacarlo con sexo y promesas. Y dinero, por supuesto.

Pero las cosas habían empezado a torcerse. Boomer le había exigido dinero, se había adueñado de una bolsa de droga en forma de polvo.

– Yo debería haber podido manejar a ese mequetrefe. Le seguí hasta aquí. Estaba despilfarrando a manos lle?nas los créditos que yo le había dado para que callara la boca. Yo no podía saber qué le había dicho a aquella puta. -Casto se encogió de hombros-. Usted lo imagi?nó. Acertó en una cosa, Eve, pero se equivocó de perso?na. Tuve que cargarme a la chica. Estaba demasiado me?tido como para cometer errores. Y ella sólo era una furcia.

Eve recostó la cabeza en la pared. La cabeza casi no le daba vueltas. Dio gracias de que la dosis hubiera sido tan pequeña. Casto estaba lanzado. Lo mejor era hacerle hablar. Si no conseguía salir de allí por sí misma, alguien vendría a buscarla tarde o temprano.

– Y entonces fue por Boomer.

– No podía sacarlo de su pensión. En esa zona mi cara es demasiado conocida. Le di un poco de tiempo y luego me puse en contacto con él. Le dije que podíamos hacer un trato. Lo queríamos de nuestro lado. Y él fue lo bastante tonto para creerme. Entonces lo liquidé.

– Primero le hizo una buena faena. No se dio prisa en matarle.

– Tenía que averiguar hasta qué punto había habla?do, y con quién. Boomer no soportaba bien el dolor, po?bre. Sacó hasta la primera papilla. Descubrí lo de la fór?mula. Eso me cabreó mucho. Yo no pensaba estropearle la cara como a la furcia, pero perdí los estribos. Así de sencillo. Estaba emocionalmente implicado, como si di?jéramos.

– Es un cabrón de mierda -masculló Eve, fingiendo una voz débil y velada.

– Eso no es verdad, Eve. Pregúntele a Peabody. -Casto sonrió y acto seguido le pellizcó un pecho ha?ciendo que la rabia la embargara de nuevo-. Le tiré los tejos a DeeDee en cuanto vi que usted no iba a morder el anzuelo. Estaba demasiado embobada con ese cerdo de irlandés como para fijarse en un hombre de verdad. Y DeeDee, pobrecilla, estaba a punto de caramelo. De todos modos, no llegué a sacarle gran cosa sobre lo que usted se traía entre manos. DeeDee tiene madera de buen policía. Pero con un pequeño aditamento en el vaso de vino se muestra más cooperadora.

– ¿Drogó usted a Peabody?

– Unas cuantas veces, sólo para sonsacarle algún de?talle que usted hubiera podido dejar fuera de sus infor?mes oficiales. Y para dejarla bien dormida cuando yo te?nía que salir de noche. Era una coartada perfecta. En fin, ya sabe lo de Pandora. Eso también fue casi como usted había imaginado. Solo que yo estaba acechando su casa esa noche. La agarré tan pronto salió por la puerta hecha una furia. Quería ir a casa del diseñador ese. Para enton?ces ya habíamos terminado nuestra relación erótica. Sólo nos unía el negocio. Y pensé: ¿por qué no eliminar?la? Yo sabía que ella intentaba dejarme fuera del nego?cio. Quería quedarse con todo. Le parecía que ya no ne?cesitaba a un poli, ni siquiera teniendo en cuenta que yo era quien le había proporcionado la droga. Sabía lo de Boomer. Pero eso no le quitó el sueño. ¿Qué más daba un sucio personajillo de los bajos fondos? Y en ningún momento se le ocurrió pensar que yo le haría daño.

– Pero se lo hizo.

– La llevé adonde quería. No estoy seguro de si pen?sé hacerlo entonces, pero cuando vi la cámara de seguri?dad rota me pareció un buen presagio. El apartamento estaba vacío. Ella y yo, solos. Se lo cargarían al modisto, o a la chica con la que ella se había peleado. Así que la li?quidé. Al primer golpe cayó al suelo, pero luego se le?vantó. Esa droga le daba fuerza. Tuve que seguir pegán?dole y pegándole. Joder, la de sangre que salió. Al final cayó del todo. Luego entró esa amiga suya, y el resto ya lo conoce.

– Sí. Usted volvió a casa de Pandora y cogió la caja de las tabletas. ¿Por qué se llevó también el minienlace?

– Ella lo usaba para llamarme. Podía haber grabado los números.

– ¿Y Cucaracha?

– Un añadido a la mezcla. Lo hice para confundir. Cucaracha siempre estaba dispuesto a probar productos nuevos. Usted estaba dando palos de ciego, y yo quería hacer algo donde mi coartada fuera perfecta, por si aca?so. De ahí lo de DeeDee.

– También hizo lo de Jerry, ¿no es cierto?

– Fue tan fácil como un paseo por la playa. Incité a uno de los pacientes violentos con un colocón rápido y esperé a que se armara. Tenía algo para Jerry, la hice salir de allí antes de que supiera lo que estaba pasando. Le prometí una dosis y ella lloró como un bebé. Primero morfina para que no se le ocurriera negarse a cooperar; luego Immortality, y después un poco de Zeus. Murió feliz, Eve. Dándome las gracias.

– Qué humanitario.

– No, Eve. Soy un tipo egoísta que busca ser el núme?ro uno. Y no me avergüenzo. Llevo doce años pateándo?me la calle, nadando en sangre, vómitos y corridas. Yo ya he cumplido. Esta droga me va a dar todo lo que siempre he deseado. Seré capitán, y gracias a los contactos que eso supondrá, iré ingresando beneficios en una bonita cuenta durante cuatro o cinco años y luego me retiraré a una isla tropical para dedicarme a tomar daiquiris.

Casto empezaba a refrenarse, Eve lo veía por su tono de voz. La excitación y la arrogancia habían dado paso al sentido práctico.

– Primero tendrá que matarme a mí.

– Ya lo sé. Es una pena. Casi le entregué a Fitzgerald, pero usted no quiso contentarse con eso. -Con algo pa?recido al afecto, él le pasó una mano por el cabello-. A usted se lo voy a hacer más fácil. Aquí tengo algo que hará el trabajo suavemente. No sentirá nada.

– Es muy considerado, Casto.

– Se lo debo, encanto. De poli a poli. Si hubiera deja?do las cosas como estaban después que su amiga quedó libre, pero no le dio la gana. Ojalá todo hubiera sido dis?tinto, Eve. Me caía usted realmente bien. -Se acercó un poco más, tanto que ella notó su aliento en los labios como si él quisiera demostrarle lo bien que le caía.

Eve levantó lentamente las pestañas, mirándole a la cara.

– Casto -musitó.

– Sí, ahora relájese. Enseguida acabaremos. -Metió la mano en el bolsillo.

– Cabrón. -Eve lanzó la rodilla con fuerza. Su per?cepción de fondo aún estaba un poco deteriorada. En vez de darle en la ingle le incrustó la rodilla en el men?tón. Casto cayó de la cama y la jeringa á presión que te?nía en la mano fue a parar al suelo.

Ambos se lanzaron por ella.


– ¿Dónde se habrá metido? No es capaz de largarse de su propia fiesta. -Mavis taconeó impaciente mientras seguía escudriñando el club-. Y es la única que aún está sobria.

– ¿En el servicio de señoras? -sugirió Nadine, ponién?dose sin entusiasmo la blusa sobre el sostén de encaje.

– Peabody ha mirado dos veces. Doctora Mira, no habrá intentado fugarse, ¿verdad? Sé que está nerviosa, pero…

– No, no es su estilo. -Aunque la cabeza le daba vueltas, Mira procuró hablar con serenidad-. Volvere?mos a mirar. Tiene que estar en alguna parte. Pero hay tanta gente…

– ¿Siguen buscando a la novia? -Crack se les acercó sonriendo de oreja a oreja-. Creo que le apetecía un pol?vo de despedida. Ese de ahí la vio entrar en un cuarto privado con un tipo con pinta de cowboy.

– ¿Dallas? -Mavis explotó de risa -. Ni pensarlo.

– Lo estará celebrando, -Crack se encogió de hom?bros-. Hay más habitaciones, si a alguna le entran las ga?nas.

– ¿En qué cuarto? -inquirió Peabody, ahora sobria después de haber sacado todo lo que tenía en el estómago.

– El número cinco. Eh, si prefieren una cama redon?da, puedo buscarles unos cuantos chicos guapos. Varie?dad de tamaños, formas y colores. -Crack meneó la ca?beza mientras ellas se alejaban, y decidió que lo mejor sería irse a mantener el orden.


Los dedos de Eve resbalaron sobre la jeringa, y el coda?zo que sintió en el pómulo repercutió en toda su cara. La ventaja inicial y el hecho de haberse mostrado dispuesta a pelear habían desconcertado a Casto.

– Tendría que haberme dado una dosis más grande. -Eve acompañó sus palabras con un puñetazo al esófa?go-. Imbécil, esta noche no he bebido nada. -Puntuó la frase aplastándole la nariz-. Esto va por Peabody, hijo-puta.

Casto la golpeó en las costillas, dejándola sin respi?ración. La jeringa pasó a un centímetro de su brazo y ella le lanzó una patada. Nunca llegaría a saber si fue la suerte, la falta de percepción de fondo o el propio error de Casto, pero éste hizo una finta para esquivar la patada al estómago, y los pies de ella, como sendos pistones, acertaron de lleno en su cara.

Casto puso los ojos en blanco y su cabeza golpeó el suelo con un siniestro y satisfactorio golpe.

Con todo, había conseguido meterle un poco más de droga. Eve se arrastró por el suelo con la sensación de estar nadando en un espeso jarabe dorado. Llegó a la puerta, pero la cerradura y el código parecían estar tres o cuatro metros más arriba de su mano.

Entonces la puerta se abrió.

Eve notó que la izaban y le daban palmaditas. Al?guien estaba ordenando que le dieran aire. Tuvo ganas de reír pero no le salía la risa. Estaba volando, no podía pensar en otra cosa.

– Ese cabrón los mató -repetía-. Los mató a todos. Me equivoqué con él. ¿Dónde está Roarke?

Le levantaron los párpados, y pudo haber jurado que los globos oculares rodaban como canicas enloque?cidas. Oyó las palabras «centro de salud» y empezó a lu?char como una tigresa.


Roarke bajó la escalera con una sonrisa. Sabía que Feeney se había quedado arriba, resoplando de mal humor, pero él estaba convencido. Para un negocio de la enver?gadura de Immortality hacía falta un experto y contac?tos confidenciales. Casto cumplía ambos requisitos.

Eve tampoco querría saber nada, de modo que no se lo diría. Pero Feeney tendría tres semanas para fisgar mientras ellos estaban de luna de miel. Si es que iba a ha?ber luna de miel.

Oyó abrirse la puerta y ladeó la cabeza. Esto lo iban a aclarar de una vez por todas, decidió. Aquí y ahora. Bajó dos peldaños más, y luego el resto a la carrera.

– ¿Qué diablos le ha pasado a Eve? Está sangrando. -También él tenía los ojos inyectados cuando arrebató a Eve de brazos de un negro corpulento ataviado con un taparrabos plateado.

Mientras todos empezaban a hablar a la vez, Mira dio un par de palmadas como una maestra en un aula ruidosa.

– Eve necesita un sitio tranquilo. Le han dado algo para contrarrestar la droga, pero habrá efectos secunda?rios. Y no ha dejado que le curaran los cortes y las magu?lladuras.

Roarke se quedó de piedra.

– ¿Qué droga? -Miró a Mavis-. ¿Adonde coño la has llevado?

– No es culpa suya. -Vidriosos los ojos, Eve rodeó el cuello de Roarke con sus brazos-. Fue Casto, Roarke. Casto. ¿Lo sabías?

– Ahora que lo dices…

– Qué estúpida; cómo no me di cuenta. ¿Podría acos?tarme?

– Llévela arriba, Roarke -dijo Mira con calma-. Yo me ocuparé de ella. Se pondrá bien, créame.

– Sí, me podré bien -dijo Eve escaleras arriba-. Te lo contaré todo. Puedo contártelo todo, ¿verdad? Porque tú me quieres, bobo.

Roarke sólo quería saber una cosa en ese momento. Dejó a Eve en la cama, echó un vistazo a la mejilla con?tusa y la boca hinchada.

– ¿Está muerto?

– No. Sólo le di una paliza. -Eve sonrió, vio cómo la miraba él y meneó la cabeza-. De eso nada. Ni lo pienses siquiera. Nos casamos dentro de un par de horas.

Roarke le apartó un mechón de la cara.

– ¿De veras?

– Lo he pensado bien. -Era difícil concentrarse, pero tenía que hacerlo. Cogió la cara de él con sus manos para no perderlo de vista-. No es una formalidad. Y tampoco un contrato.

– ¿Qué es, entonces?

– Una promesa. Además, no es tan duro prometer algo que realmente quieres hacer. Y si resulta que soy una mala esposa, tendrás que aguantarte. Yo siempre cumplo mis promesas. Y aún hay otra cosa.

Roarke vio que se estaba durmiendo, y se apartó un poco para que Mira le curara la mejilla.

– ¿Qué cosa, Eve?

– Te quiero. A veces eso me da dolor de estómago, pero creo que me gusta. Estoy cansada. Ven a la cama. Te quie…

Roarke dejó el campo libre a Mira y le preguntó:

– ¿No hay problema en que se duerma?

– Es lo mejor. Cuando despierte se encontrará bien. Puede que con un poco de resaca, cosa que es injusta ya que no ha probado el alcohol. Dijo que quería tener la cabeza despejada para mañana.

– ¿Eso dijo? -Roarke recordó que ella nunca parecía serena cuando dormía-. ¿Recordará todo esto?, ¿lo que me estaba diciendo ahora?

– Tal vez no -dijo Mira-. Pero usted sí, y eso será su?ficiente.

Roarke asintió. Eve estaba a salvo. A salvo una vez más. Se volvió hacia Peabody.

– Agente, ¿cuento con usted para que me dé los detalles?


Eve tenía resaca, efectivamente, y eso no le gustó. No?taba como nudos de grasa en el estómago, y le dolía mucho la mandíbula. Pero entre Mira y los sortilegios de Trina habían hecho que apenas se notaran las contu?siones. Como novia, se dijo mirándose al espejo, podía pasar.

– Estás de fábula, Dallas. -Mavis suspiró emociona?da y dio lentamente la vuelta para contemplar la obra maestra de Leonardo. El vestido le sentaba muy bien, el tono bronceado añadía calidez a su piel y las líneas real?zaban su tipo largo y delgado. La simplicidad del diseño hacía buena la frase de que lo que importaba era la mujer que había dentro-. El jardín está repleto de gente -si?guió muy animada mientras Eve luchaba con su estóma?go-. ¿Has mirado por la ventana?

– No es la primera vez que veo gente.

– Hace un rato había periodistas en vuelo de inspección. No sé qué botón habrá pulsado Roarke, pero han desaparecido.

– Menos mal.

– Te encuentras bien, ¿verdad? La doctora dijo que no tendrías ningún efecto secundario peligroso, pero…

– Estoy bien. -Sólo era mentira a medias-. Cerrado el caso y conocidos todos los hechos, la verdad sim?plifica las cosas. -Pensó en Jerry y sufrió. Al mirar a Mavis con su cara radiante y su cabello con puntas pla?teadas, sonrió-. ¿Tú y Leonardo aún pensáis en coha?bitar?

– De momento sí, en mi casa. Estamos buscando algo más grande, donde haya espacio para que él pueda tra?bajar. Y yo voy a hacer clubes otra vez. -Sacó una caja del escritorio y se la entregó-. Roarke te manda esto.

– ¿Ah, sí? -Al abrirla, sintió placer y alarma a la vez. El collar era perfecto, por descontado. Dos gargantillas de cobre tachonadas de piedras de colores.

– Al final se lo dije.

– Ya lo veo. -Con un suspiro, Eve se lo puso y luego se ajustó en las orejas las dos lágrimas a juego. Su aspec?to, pensó, era el de un guerrero pagano.

– Otra cosa.

– Mavis, no estoy para más cosas. Roarke tiene que comprender que… -Calló mientras Mavis iba hasta la caja larga que había sobre la mesa y sacaba un bonito ramo de flores blancas: petunias. Sencillas petunias de patio trasero.

– Siempre da en el clavo -murmuró. Los músculos de su estómago se relajaron, los nervios desaparecieron de golpe-. No sé cómo lo hace.

– Imagino que cuando alguien te comprende tan bien, tan, bueno, tan íntimamente, es una gran suerte.

– Sí. -Eve cogió las flores y se las llevó al pecho. Al mirarse al espejo ya no vio a una desconocida: era, pensó, Eve Dallas en el día de su boda-. Roarke se va a caer de espaldas cuando me vea.

Riendo a carcajadas, Eve agarró a su amiga del brazo y corrió a cumplir sus promesas.


***

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