Nueve

Babs llenó la habitación de flores. Meg preparó un bufé suntuoso. El pastelero llevó una tarta de varios pisos. Lo que Kyla pretendía que fuera sólo una pequeña reunión familiar con el pastor empezaba a parecerse demasiado a una boda.

Se estaba quejando de ello en su dormitorio.

– Todos están haciendo mucho ruido con esta boda -estiró los brazos hacia los botones de la espalda para abrocharse el vestido.

– Todos deberían. Es un boda, por todos los santos -Babs la obligó a girarse para abrocharle la botonadura.

– Una segunda boda.

– ¿De qué te quejas? Algunas todavía estamos esperando la primera.

Kyla se quedó mirando fijamente a Babs, sorprendida.

– No sabía que hubieras pensado alguna vez en casarte.

Babs parecía apenada por haber dicho algo que le habría gustado poder retirar.

– No con cualquiera. Pero si un Richard Stroud o un Trevor Rule irrumpieran de pronto en mi vida, los atraparía con el lazo y los llevaría a rastras al altar.

Sintiéndose mal por su amiga, Kyla se puso la falda.

– Lo siento, Babs. Sé que he tenido mucha suerte.

– Eh, no me hagas mucho caso. No llamaría suerte a que mataran a mi marido en un atentado terrorista. Estoy celosa porque a mí no me ha querido ningún hombre estupendo y tú en cambio has tenido a dos arrodillados a tus pies.

Las descripción de Babs hizo reír a Kyla.

– No creo que Trevor se haya arrodillado nunca en su vida.

Babs también se rió.

– Pensándolo bien, yo tampoco -suspiró-. Por Dios, Kyla, Trevor es un semental. Pero un semental con buen corazón, y esas dos cosas casi nunca se dan juntas.

Kyla no quería pensar en el hombre que la estaba esperando abajo. Cada vez que pensaba en Trevor y la noche que los aguardaba, se ponía a temblar.

– ¿Estás segura de que este vestido es apropiado? -preguntó para cambiar de tema-. Tengo la sensación de que debería haber elegido algo más sencillo.

– Es perfecto.

El traje de seda de dos piezas de color amarillo pálido la hacía parecer un sorbete de limón. Sólo se había puesto un par de pendientes.

– ¿No crees que deberías quitarte eso?

Kyla siguió los ojos de Babs, fijos en su mano izquierda.

– Mi alianza.

Ni siquiera se había parado a pensar en ello, ese anillo había llegado a ser indisociable de su mano, tanto como sus huellas dactilares. Los ojos se le llenaron de lagrimas cuando pensó en quitárselo. Desde el día que Richard lo había puesto en su dedo y había prometido solemnemente amarla hasta el día de su muerte, no se lo había quitado nunca.

Lentamente, fue haciéndolo girar para hacerlo salir. Lo guardó con cuidado dentro de su joyero y cerró la tapa.

– ¿Estás lista? -preguntó Babs.

– Supongo que sí-respondió Kyla, agitada. Separarse de la alianza de casada había sido una sacudida emocional tan violenta como cuando había dejado el cuerpo de Richard en su tumba. Llevaba toda la semana restando importancia a la boda, pero ya no podía seguir haciéndolo. Estaba a punto de casarse con otro. En cuestión de unos minutos, ese hombre, no Richard, sería su marido.

– ¿Papá ya ha llevado a Aaron abajo?

– ¡Eres la novia! Deja de preocuparte por Aaron. Entre tus padres y yo podemos ocuparnos de él -Babs le pasó una gran caja cuadrada que había llevado antes al dormitorio-. Trevor me ha pedido que te dé esto antes de bajar.

Era un ramo de orquídeas blancas, de campana, las que tanto le gustaban, adornadas con capullos blancos.

– Dios santo -murmuró Kyla tomando el ramo de las manos de Babs-. Aquí debe haber…

– Una docena de orquídeas en total. Fue muy específico -los ojos azules de Babs centelleaban-. Te digo que ese hombre es una joya, Kyla, y si echas a perder este matrimonio, yo le echaré el guante sin pedirte permiso y sin cargo de conciencia.

– Haré lo que pueda para que funcione -murmuró Kyla mientras miraba hacia la puerta con aire atolondrado.

Abajo, Babs la precedió al entrar en el salón. Kyla oyó que las conversaciones se apagaban. Respiró hondo. Todos la estaban mirando.

Meg tenía un pañuelo húmedo apretado contra su mejilla, pero estaba sonriendo. Clif tragó saliva, emocionado, y el gesto hizo que en el cuello la nuez subiera y bajara. Babs sonreía con la malicia de una ninfa del bosque. Los Haskell, Ted y Lynn, estaban muy solemnes, algo poco habitual en ellos.

Finalmente Kyla miró a Trevor. Estaba tan guapo que casi se derrite. Llevaba el mismo traje oscuro que se había puesto el día de la cena de los promotores y camisa color crema. La corbata era listada en colores negro y crema, y del bolsillo del traje asomaba un pañuelo de seda.

Fue hacia Kyla, pero Aaron, que se movía como un relámpago cuando uno menos lo esperaba, echó a correr hacia su madre y llegó primero hasta ella. Meg y Babs se lanzaron hacia ellos para evitar que el niño le hiciera una carrera en las medias o le arrugara la falda.

Pero Trevor llegó primero y alzó a Aaron en brazos.

– ¡Qué guapa está tu madre, eh, scout! -exclamó con un murmullo ronco cuando se incorporó.

Aaron balbuceó algo que sonaba como «mamá»repetido varias veces, y luego se estiró hacia delante y plantó un beso húmedo en la mejilla de Kyla. Parecía contento en brazos de Trevor. Mejor, porque ella no sabía cómo habría hecho para agarrar a su hijo y el ramo de orquídeas al mismo tiempo.

– Parece que siempre te voy a estar dando gracias por las flores que me regalas.

– ¿Te gustan?

– Son preciosas. Claro, me encantan. Te has excedido un poco, ¿no?

Él sacudió la cabeza a ambos lados.

– Es el día de mi boda y tú eres la novia. Todo es poco para nosotros, cariño.

Se quedaron mirándose el uno al otro durante unos momentos hasta que Aaron empezó a moverse, inquieto, en brazos de Trevor. Éste salió del trance al que lo había inducido la aparición de Kyla y la tomó del brazo. Juntos, avanzaron por el salón, donde los esperaban los demás.

– Kyla, Trevor, éste es un día feliz -empezó a decir el pastor.

Aunque era media tarde y el sol entraba por las ventanas, Babs se había empeñado en encender unas velas. Las llamas parpadeaban, esparcidas por los rincones de la habitación, y despedían una fragancia dulce a vainilla. A alguien se le había ocurrido poner un disco de música instrumental, melodías románticas. Babs debía de haber agotado las existencias de Traficantes de pétalos, a juzgar por la cantidad de flores que decoraban el lugar y llenaban jarrones y cestas. Las había de todos los colores del arco iris.

La ceremonia fue obligadamente informal. Mientras repetían los votos matrimoniales, Aaron estornudó sobre el hombro de Trevor. Automáticamente, Kyla extendió el brazo y agarró el pañuelo que le tendía su madre para limpiarle las gotas que habían caído en el traje. Trevor sonrió cariñosamente. Luego el pastor continuó. Cuando pidió la alianza, Trevor se cambió a Aaron de brazo y metió la mano en el bolsillo derecho. Kyla se quedó con la vista clavada en la mano, en cuyo dedo anular él deslizó un anillo de brillantes.

Trevor se fijó en la marca circular blanca que tenía en el dedo y, cuando cayó en la cuenta de su origen, levantó los ojos y la miró. Una expresión que ella no pudo descifrar cruzó su rostro, pero desapareció inmediatamente. Algo como una disculpa. Luego empujó la alianza de brillantes hasta arriba y le apretó con fuerza la mano. El instante quedó atrás y sólo ellos fueron conscientes de que algo había sucedido.

Al cabo de unos instantes el pastor dijo:

– Trevor, puedes besar a la novia.

Se miraron el uno al otro. Los ojos de Kyla estaban fijos en el nudo de su corbata, y parecía que se negaban a moverse. Por fin, subieron tímidamente hasta la barbilla; luego hasta la boca sensual que surgía bajo el espeso bigote; después hasta la nariz, perfecta, y finalmente hasta su ojo verde, brillante. Ella tragó saliva.

Trevor inclinó la cabeza y bajó los labios hasta los de ella. Los de él se separaron, húmedos y cálidos, y la besaron con ternura no exenta de posesividad. Cuando se retiraron, sonrieron y luego se posaron en la mejilla de Aaron.

– Os quiero a los dos -susurró al oído a Kyla. Ésta sintió ganas de echarse a llorar.

Antes de que pudiera hacerlo, se vio rodeada y abrazada por sus padres. Babs fue hacia Trevor y aprovechó la oportunidad para volver a besarlo en la boca. Ted y Lynn se unieron al intercambio de besos.

Para tener un recuerdo de ese día, Clif sacó la máquina de fotos. Kyla sonrió a la cámara, pero no pudo evitar pensar en el álbum con tapas forradas de seda que tenía arriba, en su armario, y que contenía las fotos de otra boda.

Se estaba sirviendo un plato de comida junto al bufé cuando Trevor se acercó a ella.

– Si no te gusta la alianza, podemos cambiarla.

– No me lo esperaba -respondió Kyla, mirándose la sortija nueva-, pero me gusta mucho.

Y era verdad. Era sencilla y elegante.

– Los brillantes son de la alianza de mi madre. Papá me la mandó hace unos días. La montura era anticuada, pensé que no te gustaría, así que pedí que montaran las piedras de nuevo.

– ¿Que has encargado esta alianza para mí con los brillantes de tu madre? -preguntó ella, pasmada.

– Antes de morir me dio su alianza para que yo se la regalara a mi esposa el día que me casara.

– Pero Trevor, deberías haberla guardado para… -se interrumpió al darse cuenta de lo que había estado a punto de decir: «para una mujer que te quisiera».

– ¿Para quién? -él le puso el dorso de la mano debajo de la barbilla para obligarla a alzar la mirada y le echó la cabeza levemente hacia atrás-. Tú eres mi esposa, Kyla, la única -se inclinó hacia delante y posó un beso en sus labios antes de retirar la mano.

– Yo no te he comprado alianza, lo siento -no iba a reconocer que ni siquiera se le había ocurrido. La verdad era que no se había acordado de los anillos hasta que Babs, bendita fuera, le había sugerido que se quitara el suyo unos minutos antes de la ceremonia-. No estaba segura de si querrías llevar anillo. A algunos hombres no les gusta.

– Bueno, he estado pensándolo -se metió una aceituna en la boca y la masticó exagerando el movimiento de la mandíbula, como si fuera a hacer un anuncio importante-. He pensado que me gustaría algo diferente, no lo tradicional.

– ¿Cómo qué?

– Tal vez un pendiente de oro en la oreja.

Ella se quedó mirándolo con la boca abierta. Entonces se dio cuenta de que le estaba tomando el pelo y se echó a reír.

– ¿Qué ocurre? -quiso saber Trevor, como si su risa lo ofendiera-. ¿No crees que un pendiente de oro iría bien con el parche negro?

– Sí, sí -dijo ella con sinceridad-. Los pendientes para hombre están muy de moda, y creo que te quedaría muy bien.

– Entonces ¿por qué te ríes?

– Me estaba preguntando qué dirían los hombres que trabajan en las obras.

– Mmm, tienes razón. Tal vez debería reconsiderarlo.

Los dos se echaron a reír.

– Por algo se empieza.

– ¿A qué te refieres?

– Por fin he conseguido que cambies esa expresión tensa y sonrías. Incluso te has reído.

– Yo siempre me río.

– Conmigo no. Quiero verte riéndote siempre -se inclinó y añadió en un murmullo-: Excepto cuando me desnude.

La mera idea hizo que Kyla dejara de reírse.

– Te prometo no reírme.

Le habría dado un beso a su padre por interrumpirlos en ese momento para tomarles otra foto. Les hicieron más fotos. Comieron, bebieron varios vasos del ponche que había preparado Meg, dijeron adiós a los Haskell con la promesa de volver a verse pronto.

Babs se marchó, tenía un cita.

– Pobre hombre -dijo a Trevor y a Kyla en la puerta cuando se marchaba-, no sabe lo que le espera esta noche. Todo esto de la boda me ha puesto muy romántica -guiñó un ojo con picardía y agitó la mano en señal de despedida.

– Mamá, deja que te ayude a limpiar todo esto.

– No, no, no -dijo Meg, empujando a Kyla fuera de la cocina-. Trevor y tú, marchaos.

– Pero las cosas de Aaron todavía no están preparadas. Pensé cambiarme primero y luego… -se quedó callada al darse cuenta de que los demás, sus padres y su marido, la miraban como si estuviera loca. Sólo Trevor parecía divertido. Ella ya se había dado cuenta de que ese ligero movimiento de su bigote anunciaba una sonrisa-. ¿Qué ocurre?

– Bueno, tu madre y yo nos imaginábamos que, al menos esta noche, dejarías aquí a Aaron -dijo Clif, incómodo.

Kyla abrió la boca para hablar y se dio cuenta de que no tenía nada que decir. Volvió a cerrarla.

– Gracias a los dos -dijo Trevor para llenar el incómodo silencio-. Os lo agradecemos. Si no os importa, dejaremos que duerma aquí esta noche. Mañana vendremos a buscarlo con la ranchera para llevarnos todas las cosas. A Kyla todavía le quedan algunas cajas, ¿no, cariño?

– Sí -asintió ella-. Mañana terminaré de guardarlo todo y por la noche estarán las dos habitaciones despejadas.

En la semana que había mediado entre el anuncio de su compromiso y la boda, los Powers habían vendido la casa. Kyla sabía que cuanto antes se llevara todas sus cosas, antes cerrarían el trato.

Sin embargo, no estaba pensando en eso cuando habló. Estaba pensando en que esa noche no podría escudarse en Aaron para mantener lejos de ella a su marido.

– Tu madre sabe cómo organizar una fiesta -dijo Trevor cuando ya estaban en el coche, camino de su casa.

– Siempre ha sido muy buena anfitriona.

– Le agradezco mucho cuánto ha trabajado.

– Le encanta hacer este tipo de cosas.

– Me gusta tu vestido.

– Gracias.

– ¿Es de seda?

– Sí.

– Me gusta cómo cruje la tela cuando te mueves.

– ¿Cruje?

– Ese frufrú me invita a imaginar cómo se mueve tu cuerpo debajo.

Kyla se quedó con la vista fija en el horizonte.

– No sabía que hiciera ruido.

– Claro que hace ruido. Cada vez que te mueves. Resulta tremendamente sexy… -extendió el brazo derecho hacia ella, le agarró la mano y la puso encima de su muslo, casi en su regazo-, y excitante.

A Kyla, el corazón le golpeaba el pecho. Le resultaba difícil respirar. Intentó concentrarse en el tacto de la tela de los pantalones que rozaba la palma de su mano, pero su mente parecía empeñada en no apartar su atención del regazo de Trevor, cuya excitación resultaba evidente. Con sólo subir un poco la mano…

Las luces iluminaron la fachada de la casa y el coche se detuvo.

– ¿Necesitas algo de lo que está en la bolsa esta noche?

– Sí. Tengo el desmaquillador y… cosas.

– Ah, ya. Cosas -la sonrisa de Trevor no ayudaba ni al corazón ni a los pulmones de Kyla, que parecían haber dejado de funcionar-. Y no puedes pasarte ni una noche sin las cosas, ¿no?

Una vez en el porche, dejó la bolsa en el suelo, metió la llave en la cerradura y abrió la puerta. Sin previo aviso, tomó a Kyla en brazos.

– Bienvenida a casa.

La llevó dentro. En cuanto traspasaron el umbral, inclinó la cabeza y la besó. Y la besó otra vez, y otra… hasta que ya no se sabía cuándo terminaba un beso y empezaba otro.

Tenía ambas manos ocupadas. Kyla podría haber apartado la cara para poner termino a aquellos besos, pero no tenía fuerza de voluntad para hacerlo. Sentía un deseo irresistible de comprobar hasta dónde podía llegar la lengua de Trevor. Se introducía una y otra vez en su boca con una codicia atemperada por la ternura.

Él retiró el brazo que tenía bajo sus rodillas pero la mantuvo abrazada con el otro mientras el cuerpo de Kyla se deslizaba hacia el suelo. Hasta que ella estuvo de pie, pegada a él. Pero el beso no se interrumpió en ningún momento.

Con los brazos ya libres, las manos de Trevor empezaron a explorar. Se deslizaron por la espalda de Kyla. Ella notó la presión de las palmas en el trasero, animándola a pegarse más a él. Una vez que la hubo atraído más contra sí, le pellizcó los pezones hasta que éstos se endurecieron.

A ella le costaba respirar. Las manos de Trevor se retiraron inmediatamente. La abrazó, protector, y apoyó la cabeza de Kyla contra su pecho.

– Estoy a punto de dejarme llevar -murmuró en el pelo de Kyla-. Hacer el amor en el vestíbulo no es lo que tenía planeado para nuestra noche de bodas -sonrió, se apartó un poco de ella y la miró a los ojos-. Al menos vamos a cerrar la puerta.

Cuando se dio la vuelta para hacerlo, Kyla se alejó de él cuanto pudo, sin que pareciera que estaba huyendo.

– ¿Tienes hambre? -preguntó, esperanzada-. Te prepararé algo.

– ¿Después de la comilona que nos ha dado Meg? -preguntó él con incredulidad-. Una alcachofa marinada más y exploto. Pero tengo una botella de champán en el frigorífico. ¿Quieres cambiarte primero?

Primero. Primero. Había pronunciado una palabra con muchas implicaciones. Kyla sabía que era lo que venía tras aquellos «primeros».

– Lo del champán suena bien -¿notaría él cómo le temblaban las comisuras de los labios cuando intentaba sonreír?

Según entraba en la cocina, Trevor se quitó la chaqueta y se deshizo el nudo de la corbata. Con naturalidad, lanzó ambas encima de una de las sillas. Se desabrochó los tres primeros botones de la camisa y, después de quitarse los gemelos, se remangó hasta el codo.

Parecía sentirse muy a gusto. Kyla envidiaba su naturalidad. Le habría gustado descalzarse, quitarse esos zapatos nuevos que le estaban estrangulando los dedos, pero no se sentía lo bastante cómoda.

– Ah, bien frío -dijo sacando la botella del frigorífico tamaño industrial.

Kyla se fijó que estaba lleno de comida, incluidas las cosas que le gustaban a Aaron. ¿Es que a Trevor no se le había olvidado nada?

– ¿Me pasas las copas, cariño? Están en ese armario -dijo señalando uno-. Puedes cambiar de sitio lo que quieras para ponerlo a tu gusto.

– Seguro que todo está fenomenal -respondió Kyla inexpresivamente.

Encontró las copas de champán y le llevó dos. Cuando el corcho salió disparado, dio un brinco. Él se rió y sirvió el espumoso en las copas. Una pequeña parte se derramó y las burbujas cubrieron las manos de Kyla. Ella también se rió. Las burbujas heladas fueron estallando una a una.

Dejó las copas sobre la encimera y sacudió las manos, pero Trevor se las agarró y las llevó hasta su boca.

– Déjame.

Ella vio cómo su dedo desaparecía entre el bigote y el labio inferior, pero no se dio cuenta de lo que pasaba hasta que notó cómo la lengua de Trevor le lamía la yema.

Aturdida, se limitó a quedarse quieta mientras él terminaba con un dedo e introducía el siguiente en su boca. Deslizó la lengua por los dos siguientes, lamiendo los restos de champán. Su lengua recorrió también la preciosa alianza que había deslizado antes en su dedo.

A Kyla la invadían sensaciones maravillosas. Las caricias de su lengua se limitaban a las yemas de los dedos, pero parecía como si estuviera acariciándole todo el cuerpo, en lugares prohibidos. Despertaban en ella respuestas que pensaba haber enterrado para siempre con el ataúd envuelto en la bandera, allá en Kansas.

Esa sensación de que su cuerpo iba a derretirse. Ese dolor en el pecho que sólo la lengua de Trevor podría aliviar, lamiéndolo igual que estaba lamiendo las yemas de sus dedos. La respiración acelerada. Los latidos de su corazón.

Finalmente él besó la palma de su manó antes de soltarla. Ella sintió el impulso de esconderla debajo del brazo, como uno hacía cuando se pillaba un dedo o se pinchaba. ¿O la razón por la que quería esconder la mano era que le daban vergüenza sus respuestas eróticas?

– Aquí tienes -Trevor le ofreció una copa-. Por nosotros -hicieron chocar las copas y bebieron un sorbo. Luego él bajó la cabeza y la besó dulcemente-. ¿Sabes una cosa? -dijo con los labios todavía pegados a los de ella.

– ¿Qué? -¿qué colonia usaba?, se estaba preguntando Kyla en aquel momento. La aturdía tanto como el champán.

– Que sabes mejor que el champán -la lengua de Trevor exploró su labio inferior-. La verdad es que sabes mejor todo. Voy a volverme un glotón contigo, hasta saciarme, pero nunca tendré bastante. Siempre voy a querer más… y más… y más… -entre palabra y palabra, no dejaba de posar besos tiernos en sus labios. Después del último «más», dejó los labios sobre los de ella e introdujo la lengua en su boca.

Le quitó la copa de la mano. Trastabillaron y se apoyaron en la encimera sin dejar de besarse.

Lentamente, él agarró las manos de Kyla y las puso sobre sus hombros. Sin ser consciente de lo que hacía, ella le rodeó el cuello. Las manos de Trevor la abrazaron por la cintura. El beso se hizo más profundo. Se pegaron más el uno al otro hasta que ella quedó atrapada entre el cuerpo de Trevor y la encimera. Él empezó a frotar las caderas contra ella.

– Ay, Dios -suspiró Kyla cuando él levantó la boca para posar en su cuello, tan vulnerable, uno de esos besos traicioneros. Echó la cabeza hacia atrás, abrió los ojos y miró el techo mientras los labios de Trevor tocaban su piel.

¿Por qué Dios le hacía aquello a ella? ¿Por qué le mandaba esa tentación? Casarse con él ya era una traición a Richard. No amaba a Trevor, sólo lo deseaba desde un punto de vista físico. ¡No estaba bien! ¿Cómo iba a resistir tanta provocación sexual sin sucumbir?

– ¿Quieres ir tú primero al dormitorio? No sé, tal vez prefieras estar sola antes de que yo vaya -preguntó él con voz ronca.

Ella asintió con la cabeza y él la soltó. Se dio la vuelta como una sonámbula y se dirigió hacia el otro lado de la casa, al dormitorio. Trevor la siguió con la bolsa de viaje en la mano y dejó ésta al lado de la puerta.

– En seguida vengo -la puerta se cerró suavemente tras él.

Ella llevó la bolsa al baño y la abrió. Como si estuviera programada para hacer aquello, fue sacando los cosméticos y las cremas y tónicos y los fue poniendo junto al lavabo. Cuando se vio reflejada en el espejo, se quedó helada.

¡Sus ojos! ¿Qué les había pasado a sus ojos? Estaban radiantes, límpidos, resplandecientes. No brillaban de ese modo desde la noche que había descubierto que estaba enamorada de Richard Stroud.

¡Enamorada! Dios, sí. Eso parecía, una mujer enamorada.

Al pensar aquello, el brillo de su mirada se extinguió inmediatamente, tan deprisa que casi se convenció de que en realidad nunca había estado allí, de que había sido un reflejo de las luces del baño, producto de su imaginación.

¿Enamorada de Trevor Rule? Imposible. Hacía muy poco tiempo que se conocían. Ella quería a Richard. Única y exclusivamente a Richard. En su corazón no había espacio para nadie más.

Incluso si aceptaba acostarse con Trevor esa noche, no estaría traicionando a Richard. Después de todo, era sólo su cuerpo lo que le estaría entregando. El cuerpo no tenía nada que ver con su corazón, el corazón de Kyla Stroud.

Kyla Rule, le recordó una vocecilla insidiosa. Kyla Stroud, insistió ella. Se acostaría con Trevor porque había hecho un trato con él e iba a cumplirlo hasta el final. Ella lo aceptaría en su cama y él, a cambio, ejercería de padre con Aaron. Tendría derecho a su cuerpo, pero nunca, nunca, a su corazón. Había entregado su corazón a Richard y no permitiría que Trevor Rule rompiera esa promesa.

La tarde anterior, Babs y ella habían llevado sus cosas a la casa. Toda su ropa, la de verano y la de invierno, ocupaba tan sólo una pequeña parte del amplio armario del dormitorio. Se dio una ducha rápida, se puso el salto de cama que había comprado bajo coacción y se cepilló los dientes y el pelo. Casi mecánicamente, se puso unas gotas de perfume detrás de las orejas y en la base del cuello.

Fue al dormitorio y retiró la colcha que cubría la cama. Dejó sólo una lámpara encendida. Al oír el golpe suave de los nudillos en la puerta, se giró y entrelazó las manos.

– Pasa, Trevor.

Cuando la luz de la única lámpara cayó sobre Trevor, Kyla lamentó por un instante no estar enamorada de él. Llevaba los pantalones negros del pijama sujetos con un cordón a la altura de la cadera. El pecho era impresionante. El vello oscuro descendía por su abdomen en una flecha que desaparecía bajo su ombligo. No quería ni pensar adónde conduciría aquella flecha. La cicatriz que tenía bajo el pecho, en el lado izquierdo, la seguía intrigando. Quería tocarla, aliviarla de algún modo. Iba descalzo y el pie izquierdo estaba cubierto de cicatrices que cruzaban el empeine.

Sólo después de haber recorrido su cuerpo, los ojos de Kyla fueron hasta su cara. Él estaba contemplándola con un asomo de sonrisa que curvaba uno de los extremos de su bigote.

– Estás preciosa, Kyla -se acercó y se detuvo a menos de un metro de ella.

Ella no podía adivinar lo atractiva que en ese momento le resultaba. Era la mujer de las cartas, la mujer cuyas cartas habían cautivado su corazón antes incluso de conocerla. Y estaba allí, delante de él, desnuda debajo de aquel camisón de gasa color de melocotón. Una fantasía erótica estaba al alcance de la mano. Podía sentir su aliento en el pecho desnudo.

El halo de luz dorada resaltaba los colores. El pelo de Kyla brillaba como el cobre y su piel parecía de seda. Sus ojos, muy abiertos e increíblemente brillantes, eran de terciopelo oscuro. El salto de cama era transparente y cubría su cuerpo como un velo. Tenía un lazo bajo el pecho, que realzaba la plenitud de sus senos. Los pezones eran una tentación oscura bajo la gasa.

El cuerpo de Kyla se recortaba a contraluz bajo la gasa. A medida que sus ojos la recorrían, la excitación de Trevor aumentaba, el deseo lo llenaba. Tenía la cintura muy estrecha, teniendo en cuenta además que había tenido un hijo. Estaba paralizado por la hendidura en sombras que se insinuaba entre sus muslos, el centro mismo de toda mujer. Quería acariciarlo; acariciarlo con su cuerpo, con su sexo, con su boca.

Incapaz de contenerse, extendió el brazo, llevó la palma de la mano hasta ese dulce delta y lo apretó.

– Eres tan cálida -murmuró-. Aquí de pie, contigo, me siento más débil que después del accidente, cuando me desperté y no podía moverme -la mano subió por su vientre hasta el pecho-. Te deseo tanto que me duele.

Movió el dedo sobre el pezón y, cuando éste respondió a su caricia, dejó escapar un gemido y se pegó a ella. La besó con ferocidad y siguió acariciándole el pecho mientras el otro brazo se cerraba en torno a la cintura.

Kyla intentaba mostrarse indiferente. Quería desdoblarse, salir de sí misma y contemplar su abrazo desde fuera, pero resultaba difícil permanecer indiferente cuando la pasión de Trevor atravesaba su cuerpo y los dedos de éste la hacían estremecerse allí donde la tocaban. La invadía una lasitud que amenazaba con hacerle incumplir su promesa de no participar con su corazón en aquel acto.

A través del fino camisón, ella notaba la caricia del vello de su pecho y sus tetillas endurecidas. Los muslos de Trevor eran fuertes y empujaban los suyos. Su sexo se acomodaba en el refugio que ella le ofrecía. Estaba excitado y ella lo deseaba.

Su mente y su cuerpo estaban enzarzados en una batalla. Luchaba para que aquello no afectara a sus emociones, pero, al hacerlo, su cuerpo se volvía tan insensible como su mente.

De repente, Trevor retiró su boca. El movimiento fue tan inesperado que a ella se le cayó hacia atrás la cabeza. Una mirada verde y fría se clavó en ella.

Trevor la agarró por los brazos y la apartó, sujetándola lejos de él.

– No, gracias, Kyla.

Ella lo miró llena de temor. Estaba furioso y se notaba. Sus cejas oscuras estaban fruncidas y las aletas de la nariz se inflaban ligeramente con cada respiración.

– ¿«No, gracias»? -repitió ella con un hilo de voz-. No entiendo.

– Te lo explicaré -hablaba con voz tensa y ella sabía que le debía costar trabajo no gritar-. No quiero que te sacrifiques como un cordero. No quiero hacer el amor con un cordero.

Ella bajó los párpados, era tanto como una confesión.

– Eres mi marido. Tienes derecho a exigir…

Él se rió.

– Si supieras lo risible que resulta eso. Exigir no es mi estilo, Kyla. ¡No tengo la menor intención de convertirme en un hombre de las cavernas con mi mujer!

La soltó tan bruscamente que ella se chocó con la mesilla.

– Relájate -dijo con ironía-. Estás a salvo. No voy a imponerte mi deseo. Ni ahora ni nunca.

Ella volvió a mirarlo.

– Mira, Kyla -habló con voz tranquila al ver lo sorprendida que estaba-. Todavía te quiero, y ese amor no está condicionado a que te acuestes o no conmigo. Pero te advierto -la señaló con un dedo- que, queriéndote como te quiero, será imposible que no te enamores de mí.

Antes de que ella se diera cuenta, Trevor ya estaba otra vez a su lado, con la mano izquierda enredada en su pelo. La derecha la apretó contra él, y a ella no le quedó duda de que seguía igual de excitado y dispuesto a tomarla si ella así lo decidía. Él le hizo bajar la cabeza hacia atrás para obligarla a mirarlo.

– Te prometo -habló con énfasis- que nadie te ha querido tanto como te quiero yo ni nadie puede hacerte el amor tan bien como yo. Me enterraré dentro de ti tan profundamente que cuando no esté allí, sentirás que has perdido una parte vital de tu cuerpo -bajó la cabeza y puso la boca sobre los senos de Kyla-. Cuando te libres de esos fantasmas que te acechan, dímelo y estaré encantado de mostrarte de qué estoy hablando.

La soltó, giró sobre sus talones y fue hasta la puerta.

– Que duermas bien -se despidió, y salió dando un portazo.

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