Tres

Trevor se disculpó por la ranchera.

– No sabía que acabaría llevándoos a casa esta tarde… Si no, habría dejado esto en casa y habría venido en el coche.

Abrió la puerta con la mano derecha mientras seguía sujetando a Aaron con el brazo izquierdo. En cuanto Kyla subió a la cabina, le instaló al niño en el regazo.

Al hacerlo, le rozó levemente el pecho con un brazo. Ella fingió no darse cuenta y él hizo lo mismo. Al menos, se apresuró a cerrar la puerta. Ambos hicieron como si no hubiera ocurrido nada, pero Kyla sabía que él debía de estar pensando en aquel roce fugaz tanto como ella.

– Hace calor aquí dentro -señaló Trevor cuando se sentó tras el volante y puso en marcha el motor-. Está recalentado por el sol.

– Es agradable. Todavía estamos mojados -comentó Kyla.

Se hubiera mordido la lengua por haber mencionado aquello. Él lanzó una mirada rápida y culpable a su blusa. Ella se alegró de que Aaron le sirviera de escudo.

Se hizo un silencio extraño mientras, lentamente a causa de la afluencia de coches, avanzaban por el aparcamiento hacia la salida. Él la miraba de vez en cuando y sonreía, como disculpándose por el retraso. Kyla le devolvía las sonrisas preguntándose si parecerían tan forzadas y poco entusiastas como le resultaban a ella. ¿Por qué no se le ocurría nada que decir?

Cuando el coche pasó bajo la barrera de la salida, Trevor giró la cabeza. Ella notaba que la estaba mirando, pero se concentró en alisar el pelo castaño claro de Aaron con los dedos.

¿Por qué la miraba de ese modo? Tal vez debería pedirle que pusiera el aire acondicionado. El calor, dentro de la cabina, empezaba a resultar incómodo, pegajoso. ¿O era su temperatura corporal la que estaba aumentando?

– Tengo que preguntarte algo -dijo él tranquilamente.

El corazón de Kyla dio un brinco.

«¿Te animas a un revolcón?». «¿Qué hacemos con el niño?». «¿Usas algún método anticonceptivo?». «¿En tu casa o en la mía?». Por la mente de Kyla cruzaron todas las posibilidades. Le horrorizaría escuchar cualquiera de ellas. Hasta ese momento había sido tan amable…, pero debería haberse imaginado que las cosas no podían ser tan sencillas. Ningún hombre ayuda a una mujer y la sube a su coche sin esperar algo a cambio.

Con la mano todavía en el remolino de la coronilla de Aaron, dijo:

– ¿Qué?

– ¿Por dónde vamos?

Una risa nerviosa, de alivio, escapó de los labios de Kyla.

– Ah, lo siento. A la derecha.

Él le dirigió una sonrisa que la desarmó y fue siguiendo las indicaciones que ella le daba sin que tuviera ya que pedírselas.

«Debe pensar que soy una mema», se dijo Kyla. «Es un hombre agradable que está desempeñando el papel de buen samaritano con la viuda y el niño». Sólo eso.

Él papel le iría mejor si no fuera tan guapo y tan… sexy. Las manos, por ejemplo. Grandes, fuertes, bronceadas. Cuando llevó la derecha al dial de la radio para sintonizar una emisora Kyla se fijó en que llevaba las uñas bien recortadas. El dorso de la mano y los nudillos estaban cubiertos de vello oscuro, con las puntas aclaradas por el sol.

Pasó el pie derecho del acelerador al freno. Ella se fijo en la contracción leve y el estiramiento posterior de los músculos del muslo.

También el regazo atrajo su atención.

– ¿Calor? -preguntó él.

– ¿Qué?

– ¿Qué si tienes calor?

Kyla tenía la sensación de que la cara le ardía y de que por dentro estaba en llamas. ¿La había sorprendido mirando… eso?

– Sí, un poco.

Trevor ajustó el termostato y el aire frío empezó a llenar la cabina, pero desde ese instante ella apartó los ojos de él.

Clif y Meg Powers vivían en la misma casa desde que ella era una niña. Cuando la compraron, aquél era un barrio elegante, pero la expansión industrial y el hecho de que Chandler se estuviera transformando en una ciudad dormitorio más en el área de Dallas habían cambiado la fisonomía del barrio. Ya no era elegante.

Las casas, que en otra época eran bonitas y cuidadas, pertenecían a gente que no se preocupaba de arreglarlas. Como matronas resignadas a los estragos de la edad, su aspecto era descuidado, y los jardines estaban abandonados a su suerte.

La única excepción en la manzana era la casa de los Powers. El amplio jardín delantero estaba rodeado por una reja de hierro forjado que Clif había repintado con esmero el verano anterior. Los arbustos estaban podados y los arriates cubiertos de flores en todo su esplendor.

Cuando la ranchera de Trevor dobló para enfilar la calle, un aspersor regaba vigorosamente una de las mitades del jardín. El césped de la mitad restante, al otro lado del sendero central que conducía al porche, resplandecía bajo la luz de la tarde, pues ya estaba regado.

– Es ésa -dijo Kyla señalándole la casa.

Trevor ya tenía el pie en el freno. Sabía cuál era la casa. Durante el mes que llevaba en Chandler había pasado por allí con tanta frecuencia que incluso sabía qué días recogían la basura.

Kyla estaba tan inquieta que no había reparado en que él parecía conocer el barrio. Había un coche aparcado delante de la casa, un coche conocido. Babs. Por si explicarles todo aquello a sus padres no fuera a ser bastante difícil, tendría que lidiar con Babs y su imaginación calenturienta. Tal vez pudiera saltar de la cabina y darle las gracias a Trevor sin más. Quizá él se marchara antes de que alguien lo viera. No iba a tener tanta suerte. Trevor no había acabado de estacionar junto al bordillo cuando la puerta delantera de la casa se abrió y apareció su padre. Éste miró la ranchera con curiosidad mientras se inclinaba para cerrar la llave del agua y poner punto final al riego. Su curiosidad fue en aumento al reconocer a Kyla y a Aaron, sentados en un extremo de la cabina.

– Ése es mi padre -informó Kyla mientras Clif Powers avanzaba tranquilamente hacia ellos por el sendero. Por razones que no alcanzaba a explicarse se sentía nerviosa y tímida.

Trevor abrió la puerta de su lado de la cabina.

– Hola -saludó con tono amistoso, y bajó de la ranchera-. Traigo unos pasajeros que dicen que viven aquí.

Clif Powers parecía haberse quedado mudo.

Cuando Trevor rodeó la cabina Kyla ya había abierto la puerta del lado del pasajero.

– Mejor pásame a mí a Aaron. El escalón es bastante alto.

Con cierta reticencia, ella levantó al niño de su regazo.

Como si llevara años haciéndolo, Trevor agarró a Aaron por debajo del trasero y lo sujetó contra el pecho. Con la mano libre ayudó a bajar a Kyla. La dejó debajo del codo de ésta mientras rodeaban la ranchera para ir al encuentro de su confundido padre.

– Hola, papá.

– ¿Dónde está tu coche? ¿Ha pasado algo?

– Nada importante, pero nunca había sufrido tantos contratiempos en una excursión al centro comercial -dijo lastimeramente. Se preguntaba cómo podía hacer para arrebatar a su hijo de los brazos de Trevor sin crear una situación embarazosa. No quería arriesgarse a volver a tocarlo, lo cual era ridículo, puesto que era totalmente inofensivo.

– ¿Qué ocurre? ¿Clif?, ¿Kyla?

Era la voz de Meg Powers, la cual acababa de aparecer por la puerta delantera. Su cara agradable tenía una expresión preocupada. Tras ella surgió Babs. Kyla no quería ni siquiera entrever la expresión pícara de su amiga.

Meg bajó corriendo los escalones del porche y se apresuró por el sendero. Sus ojos iban una y otra vez de Kyla al desconocido moreno y alto que sostenía a su nieto en brazos.

– Mamá, papá, éste es el señor Rule. Trevor Rule.

– Encantado -dijo Trevor educadamente y se pasó a Aaron al brazo izquierdo para estrechar la mano de Clif Powers.

– Y ésta es mi amiga y socia, Babs Logan -añadió Kyla.

– Hola, señorita Logan.

Los ojos de Babs examinaban a Trevor con aprobación.

– ¿Qué tal? ¿De dónde te ha sacado Kyla?

Babs no tenía mucho tacto, no sabía contenerse. Soltó lo que los Powers estaban pensando y no tenían la osadía de preguntar. Sus modales se lo impedían.

– Ha sido él el que nos ha encontrado a nosotros -respondió Kyla.'

– ¿Dónde está tu coche? -repitió Clif.

– Sigue en el centro comercial.

– Creo que se ha quedado sin batería -añadió Trevor educadamente.

– El señor Rule se ha ofrecido a traernos a casa.

– Todo un caballero -comentó Babs. Sus ojos todavía estaban muy ocupados examinando a Trevor-. ¿Y qué le parece todo esto al señor Rule?

¡La mataría!, pensó Kyla. ¡Tan pronto como encontrara ocasión la mataría con sus propias manos!

Trevor se limitó a sonreír mientras depositaba a Aaron en el suelo. Normalmente éste habría echado a correr, pero en cuanto sus pies tocaron el suelo, empezó a gimotear. Sus manos gordinflonas se aferraron a las perneras mojadas de los vaqueros de Trevor, el cual se agachó de nuevo, volvió a alzar en brazos al niño y le palmeó suavemente el trasero. Dichoso, Aaron se abrazó a él.

– Lo siento -murmuró Kyla, incómoda al ver que su hijo se había encariñado tan rápidamente-. Pásamelo y así podrás marcharte.

– No pasa nada -le aseguró Trevor con una sonrisa cálida.

Durante un instante, sus miradas se cruzaron y fue como si estuvieran los dos solos. Se olvidaron momentáneamente de que tenían una ávida audiencia de tres personas.

– El niño tiene la ropa mojada -comentó Meg.

– Ah, sí -respondió Kyla, obligándose a salir del breve trance-. Se ha caído en la fuente.

Los Powers se alarmaron al instante. La curiosidad de Babs iba en aumento.

– ¿Antes o después de quedarte sin batería? -preguntó su amiga, divertida.

– Antes. Trevor se metió en el agua y lo pescó. No te preocupes, mamá, no le pasa nada. Sólo está mojado.

– ¿Cómo ha sucedido?

– Le estaba dando de comer un helado -Kyla ofreció una versión resumida de la secuencia de acontecimientos-, y cuando volví a mirar a mi alrededor, había desaparecido y la gente estaba congregada alrededor de la fuente. El señor Rule estaba allí con Aaron en brazos.

– ¿Saltaste dentro de la fuente para pescar a Aaron? -preguntó Babs a Trevor, señalando los vaqueros con un movimiento de cabeza. Las perneras todavía estaban mojadas por debajo de las rodillas.

– Sí.

– Mmm -ronroneó Babs, y miró a Kyla de un modo cómplice que hizo que a esta última le dieran ganas de abofetearla.

Clif y Meg estaban ocupados agradeciendo a Trevor su rápida actuación y elogiándolo por la amabilidad que había mostrado con Kyla y Aaron. Ninguno de los tres se dio cuenta de la conversaciónque tenía lugar entre las dos amigas. Éstas hablaban sólo moviendo los labios, sin articular sonido.

– Está de chuparse los dedos.

– Cállate.

– Tienes la blusa mojada.

Inmediatamente, Kyla inclinó la cabeza y vio que, efectivamente, la tela mojada de la blusa todavía se le pegaba al pecho y que se le transparentaba el sujetador de encaje.

Levantó la vista a tiempo de sorprender a Trevor mirándola. Los ojos de él habían seguido a los de Kyla, y subieron de inmediato a la cara de ella. Todo eso sucedía mientras Meg, que estaba quejándose de lo rápido que desaparecían de vista los niños de la edad de Aaron y cómo eran especialistas en meterse en líos, concluía diciendo:

– ¿Por qué no entra a tomar un café, señor Rule?

– ¡No!

Las mejillas de Kyla se pusieron coloradas al darse cuenta de que había dicho aquello en voz alta. Se humedeció los labios.

– Quiero decir que ya hemos entretenido mucho al señor Rule -se acercó para tomar en brazos a Aaron y casi se lo arrancó a Trevor de los brazos-. Gracias otra vez. Nos has ayudado muchísimo, y lo de traernos a casa ha sido muy amable por tu parte -«y ahora vete», terminó de decir en silencio.

– Ha sido un placer -dio un pellizco a Aaron en la barbilla-. Adiós, chico. Me alegro de haberte conocido -dijo, y se despidió de los demás con una inclinación de cabeza. Con paso lento y relajado, apenas entorpecido por la cojera, dio media vuelta y se alejó hacia su ranchera. Agitó la mano por última vez y se marchó.

Algo cohibida, Kyla se volvió hacia sus padres y Babs, que estaban mirándola con expectación.

– Voy a quitarle a Aaron esta ropa mojada -se abrió paso hacia la casa, pero los tres fueron tras ella y la rodearon cuando estaba llegando al amplio y espacioso vestíbulo.

– ¡Cuenta, cuenta!-pidió Babs.

Era la mejor amiga de Kyla desde la escuela. Su madre había muerto cuando eran adolescentes. Desde entonces, su padre solía trabajar doble jornada en una fábrica de Dallas. Durante sus años de estudiante, Babs pasaba tanto tiempo en casa de los Powers como en la suya propia. Se consideraba parte de la familia y ellos también la veían así.

– ¿Contarte qué?

– Pues de él… ¿Qué impresión te ha dado?

– Ninguna.

Kyla se dirigió a la cocina para darle a Aaron un zumo de frutas. Lo puso en la trona y abrió el frigorífico. Babs y sus padres la rodearon de nuevo.

– ¿De verdad se metió en la fuente para rescatar a Aaron? -preguntó Meg, y se hizo a un lado sólo cuando Kyla la apartó para sacar un vaso.

– Tampoco es tan heroico, mamá. Ni que se hubiera lanzado a aguas infestadas de tiburones… Es una fuente que apenas cubre, y Aaron no debía de llevar en el agua más de unos segundos.

No podía creerse que ahora estuviera minimizando el incidente. Hacía tan sólo una hora, pensaba que Aaron podría haberse ahogado de no ser por los reflejos de Trevor Rule.

– ¿Y el coche? -preguntó su padre-. ¿Cómo sabía lo del coche?

– Bueno, eh…, es que salió conmigo.

– ¿Te acompañó al coche? -preguntó Babs.

– Sí -respondió Kyla concisamente.

– Mmm.

– ¿Quieres dejar de decir «mmm»? Ni que estuvieras haciendo un diagnóstico. Y me gustaría que dejarais de mirarme como si me estuviera guardando un cotilleo jugoso. No es más que un hombre, ¿de acuerdo? Un hombre lo bastante amable como para ofrecerme su ayuda. La verdad -dijo con exasperación-, parecéis una banda de gatos hambrientos que hubieran atrapado al último ratón de la ciudad.

– No tenía por qué haberte traído a casa -apuntó Meg.

– Sólo trataba de ser amable.

– Cojea. Me pregunto qué le habrá ocurrido -dijo pensativamente Clif.

– No es asunto nuestro. No vamos a volver a verlo nunca más. Y, papá, será mejor que llames al taller para que se ocupen del coche. ¿Necesitas que te ayude con la cena, mamá?

Sus padres reconocieron su tono de voz. Era cortante, tajante, el mismo que había empezado a usar hacía unos meses para hacerles saber que el luto por la muerte de Richard había tocado a su fin. Con aquel tono brusco les había dado a entender que no hacía falta que anduvieran de puntillas y hablaran a media voz, como si estuvieran en el funeral. Había quedado claro que no pensaba tolerar más mimos. Aquel tono les indicaba cuándo debían retirarse, y había llegado el momento.

– No, gracias, cariño -Meg declinó su ofrecimiento-. Vete arriba para cambiar a Aaron. No vamos a cenar más que unos sandwiches, no necesito ayuda. ¿Te vas a quedar, Babs?

– Esta noche no, gracias. Tengo una cita.

Kyla salió de la cocina y fue escaleras arriba con Aaron. Babs la siguió.

– Pensaba que tenías una cita -dijo Kyla con enfado mientras llevaba a su hijo a la habitación libre que habían convertido en dormitorio del niño.

– Tengo tiempo.

– ¿Lo conozco, o es uno nuevo?

– No te va a funcionar, Ky -dijo Babs mientras se dejaba caer en la mecedora y se sentaba como los indios, con las piernas cruzadas.

– ¿Qué es lo que no va a funcionar? -preguntó Kyla, haciéndose la desentendida al tiempo que bajaba los tirantes del pantalón de Aaron y se lo quitaba.

– Tratar de evitar el tema de ese pedazo de hombre tan guapo, alto y moreno. ¿Crees que estará casado?

– ¿Cómo voy a saberlo? Además, ¿qué puede importar?

– ¿Quieres decir que tendrías una relación con un hombre casado?

– ¡Babs! -exclamó Kyla dándose la vuelta para mirar a su amiga-. No voy a tener ninguna relación con nadie. Se ha ofrecido a traerme a casa, por todos los santos. ¿Qué tal el día en la tienda?

– Regular. No creo que esté casado -insistió Babs-. No llevaba anillo.

– Eso no significa nada.

– Ya lo sé. Pero no tenía pinta de casado, ¿me entiendes?

– No, no te entiendo. No me he fijado tanto.

– Pues yo sí. Medirá como uno noventa. Y hablando de medidas, ¿te has fijado en cómo rellenaba los pantalones por delante?

– ¡No sigas! -Babs había dado en el blanco. Se quedó de espaldas a su amiga para que ésta no descubriera el rubor que la delataba-. Eres tremenda.

– ¿Y qué te parece el parche en el ojo?

– No me parece nada

Babs se estremeció.

– Es increíblemente sexy. Y, unido a ese bigote tan perverso, le da un aire de bandolero o algo así.

– ¿Sexy, perverso? Me parece que has estado leyendo demasiadas novelas rosa.

– ¿Y ese ojo azul?

– Es verde -en cuanto lo dijo, se dio cuenta de que se había delatado. Esperaba que Babs no se hubiera percatado y miró a su amiga por encima del hombro.

La sonrisa de Babs era angelical, pero su mirada estaba llena de malicia.

– Creía que habías dicho que no te habías fijado mucho -la provocó.

– ¿Quieres hacer el favor de irte? -Kyla levantó a Aaron, que ya estaba desnudo-. Voy a bañar a Aaron para acostarlo en cuanto cene. Y tú vas a salir esta noche… -respiró hondo-. No quiero seguir hablando del señor Rule. No quiero volver a pensar en él.

– Pues apostaría a que él sí está pensando en ti -dijo Babs, descruzando las piernas y poniéndose de pie. La irritación de Kyla no la afectaba en absoluto.

– No digas ridiculeces. ¿A santo de qué va a estar pensando en mí?

– Parecía reacio a marcharse. Si no hubieras reaccionado como si te acabaras de sentar encima de una chincheta. Y, además, se ha fijado en tu blusa mojada, igual que yo.

– ¡No es verdad! -gritó Kyla, indignada.

– Sí lo es. Adiós.

Antes de que Kyla pudiera volver a protestar, Babs ya estaba bajando las escaleras.

Durante la cena, los Powers mostraron su curiosidad por el hombre que los había «rescatado», como Meg se empeñaba en llamarlo. Sus preguntas no eran tan explícitas como las de Babs ni contenían alusiones de tipo sexual, pero también eran muy concretas.

Cuando no pudo resistir por más tiempo el interrogatorio, Kyla se levantó.

– Ojalá hubiera tomado un taxi para volver, no sabía que esto fuera a provocar semejante conmoción. No vamos a volver a verlo. Y ahora, buenas noches.

Subió las escaleras con Aaron en brazos y lo acostó. Una vez en su propio dormitorio, intentó leer, pero no podía dejar de pensar en Trevor Rule.

– No me extraña, si los demás llevan toda la tarde hablando de él… -refunfuñó, cerrando de golpe el libro-. Diga lo que diga Babs, no estaba mirándome la blusa -declaró mientras se la quitaba-. No, no y no -murmuró de nuevo mientras se quitaba el sujetador.

Pero la idea de que la hubiera estado mirando la mantuvo despierta largo rato.


– No me lo puedo creer -dijo de pronto Babs, y el balancín del porche se quedó balanceándose adelante y atrás cuando se puso repentinamente de pie.

– ¿Qué es lo que no te puedes creer? -inquirió Kyla con un bostezo. Estaba estirada en una de las butacas del porche, con la cabeza apoyada en el respaldo y los ojos cerrados. Era domingo por la tarde. Hacía sol y calor, y se sentía perezosa e indolente.

– Es él.

Kyla abrió un ojo y vio a quién se refería Babs. Inmediatamente abrió el otro. Trevor Rule detenía el coche en ese instante delante de la casa.

– ¿Qué te había dicho? -anunció Babs-. Vuelve para echar otro vistazo.

– Si se te ocurre empezar a decir tonterías y ponerme en una situación violenta, te mataré -amenazó Kyla a su amiga. Sonrió a Trevor, que avanzaba por el sendero hacia el porche.

– Hola.

– Hola -respondieron las dos a coro.

Trevor dirigió una rápida mirada a Babs y luego sus ojos se concentraron en Kyla. Ella se dio cuenta de pronto de que estaba en pantalón corto y descalza, y eso la turbó. Había dejado las sandalias a un lado, pero empezar a ponérselas en ese momento habría resultado forzado y habría atraído aún más la atención sobre el desenfado de su atuendo.

– Estaba preocupado por tu coche, pero veo que ya lo tienes de nuevo en casa -señaló el vehículo azul claro estacionado en la entrada al garaje.

– Sí. Papá llamó al taller al que va siempre, y el mecánico fue al centro comercial, cargó la batería y me trajo el coche. Aunque funciona de momento, probablemente tenga que cambiarla y poner una nueva.

– Sería buena idea. ¿Fuiste con él?

– No.

– ¿Y cómo localizó el coche entre todos los que había allí ayer por la tarde?

Ella se rió.

– Es el único que tiene el logo de «Traficantes de pétalos» en la puerta.

La risa espontánea de Trevor resonó en el porche.

– Bueno, me alegro de que ya te lo hayan traído.

– Yo también.

Nerviosa, Kyla se retiró un mechón de pelo detrás de la oreja mientras se preguntaba si su pelo no estaría muy despeinado.

La reacción nerviosa de Trevor ante el declive de la conversación fue meterse las manos en los bolsillos traseros de los téjanos, de modo que éstos se ciñeron a sus caderas, que eran estrechas. Kyla habría deseado no tener tan presente como las tenía las palabras de Babs sobre el físico de Trevor. Pero recordaba muy bien lo que había dicho y eso hacía que su mente se lanzara a especulaciones impropias de una dama.

Babs, por su parte, habría estrangulado a Kyla por estar actuando como una boba. Se hizo cargo de la situación.

– ¿Por qué no te sientas, Trevor? ¿Te gustaría beber algo?

– Eh, no, no -respondió él sacando las manos de los bolsillos-. La verdad es que pasaba por aquí con la esperanza de llevar a Kyla y a Aaron a tomar un helado. Sé que le gustan los helados.

Kyla abrió la boca para rehusar la invitación, pero Babs reacéionó de inmediato.

– Es una pena. Aaron está durmiendo la siesta -de repente abrió mucho sus ojos azules, como si hubiera recibido una inspiración-. Pero tú si puedes ir, Kyla.

Kyla se puso aún más nerviosa y respondió:

– No…

– ¿He interrumpido algo? -Trevor miró a Babs inquisitivamente.

– Ah, no te preocupes por mí -respondió ella riéndose-. No vivo aquí, pero tampoco soy una visita de la que haya que ocuparse. Kyla y yo somos amigas desde hace mucho. Bueno, se puede decir que sus padres casi me han criado. Esta tarde hemos estado tomando el sol. Mira, en esa parte del tejado, justo fuera del dormitorio de Kyla, se puede tomar el sol con total privacidad -le guiñó un ojo audazmente-. No sé si entiendes lo que quiero decir.

Claro que lo había entendido, no era tonto. Y en lo que se refería a ese tipo de juegos de palabras, podría hacer que Babs pareciera una simple aficionada a su lado. ¿Sería posible?, pero si él mismo había inventado algunos de esos juegos. Podría haberse lanzado y, con una sonrisa sugerente, haber hecho un comentario ingenioso y haber lanzado varias insinuaciones sobre las ventajas de tomar el sol sin bañador. Pero había tanta tensión en la sonrisa de Kyla que desistió de hacerlo.

– Pero luego ha empezado a hacer mucho calor -prosiguió Babs-, así que nos hemos dado una ducha y estábamos descansando un poco a la sombra. En realidad yo estaba a punto de quedarme dormida, así que no hay razón para que Kyla y tú no os vayáis a tomar ese helado.

Trevor miró a Kyla y sonrió.

– ¿Quieres?

– No, yo…

– ¿Quién es, Kyla? Ah, señor Rule -dijo su padre desde detrás de la puerta mosquitera. La abrió y salió en calcetines. Llevaba una camiseta vieja y pantalones de andar por casa.

– Hola -Trevor le dio la mano educadamente-. Espero no haber interrumpido su siesta.

– No, no -mintió Clif-. Todavía no había terminado con el periódico del domingo. Creo que voy a salir a leerlo aquí fuera.

– Trevor ha venido para invitar a Kyla a ir a tomar un helado, ¿no es muy atento por su parte? -Babs anunció aquello con una gran sonrisa, como si se hubiera tomado una decisión muy importante y acabara de firmarse ante notario.

– Desde luego -Clif se mostró de acuerdo.

– Pero no creo que pueda ir -empezó a decir Kyla-. Aaron…

– No te preocupes -la interrumpió Babs-. Tu padre y tu madre están todavía despiertos, y yo acabo de echar una miradita en su cuarto. Venga, te sentará bien salir un poco.

Kyla no lograba recordar cuándo había sido la última vez que le habían dejado terminar una frase. Los habría estrangulado a los tres: a su padre por ser tan complaciente; a Babs por su descaro y a Trevor por ponerla en una situación comprometida.

– De acuerdo, voy a cambiarme y vuelvo -anunció, y fue hacia la puerta.

– No hace falta que te cambies -afirmó Babs con voz de sargento. Sabía lo que iba a hacer Kyla. Iría arriba y despertaría a Aaron con el fin de usarlo como excusa para no salir.

No iba a dejarse engañar por ese truco. Era viuda, sí, pero una viuda joven, llena de vida y tenía el propósito de que no volviera a refugiarse bajo su caparazón.

Trevor Rule era el primer hombre lo bastante valiente como para ir tras ella a pesar de la frialdad con que lo trataba. Le gustara o no a Kyla, Babs se había propuesto evitar que se desanimara y se esfumara. Suavizó el tono de voz cuando dijo:

– ¿Tú crees que necesita ir a cambiarse, Trevor? Seguro que no iréis a un sito donde haga falta ir arreglado, ¿no?

– Difícilmente. ¿Kyla?

El tono de su voz era tan apremiante cuando pronunció su nombre que ella no logró encontrar un modo educado de rehusar la invitación.

– Me imagino que no hace falta que me cambie -dijo, nerviosa, alisándose los pantalones-. No nos entretendremos mucho -se sentó de nuevo y se puso las sandalias. Tras lanzar a Babs una mirada llena de veneno, se puso otra vez de pie-. Entonces ya estoy lista.

Trevor le puso una mano debajo del codo y salieron del porche.

– No tengáis prisa por volver. Disfrutad del paseo -dijo Clif tras ellos-. Nosotros nos encargamos de Aaron.

– Que os divirtáis -deseó Babs, agitando alegremente una mano en señal de despedida.

Mortificada, Kyla se montó en el coche. Tuvo que hacer un esfuerzo para no taparse el rostro con las manos cuando Trevor subió y encendió el motor. En cuanto hubieron doblado la primera esquina, le sorprendió ver que él se acercaba al bordillo y frenaba. Puso las luces de avería, apoyó el brazo derecho encima del respaldo del asiento y se volvió para mirarla.

– Oye, ya sé que te has sentido violenta ahí en el porche, pero no te preocupes, ¿de acuerdo? No merece la pena.

Las comisuras de su boca esbozaban una sonrisa. Echó la cabeza hacia atrás y dejó escapar una risa breve.

– La verdad es que sí me sentía violenta -admitió Kyla.

– Ya lo sé. Lo siento.

– No ha sido culpa tuya. Parecía como si quisieran echarte el lazo antes de que escaparas.

– Me he figurado que no habrías salido mucho desde la muerte de tu marido.

– No he salido nada en absoluto. Ni quiero hacerlo.

Para él aquello representaba un sorpresa que no sabía cómo tomarse. Se inclinó hacia delante y contempló el capó del coche a través del parabrisas. Por una parte, le hacía ilusión enterarse de que no había salido con nadie. Por otra, ella estaba exponiendo cuáles eran las reglas del juego, y no parecía tener prisa por alterarlas. Pero estaba en el coche, ¿o no? Había conseguido llevarla hasta allí, ¿o no?

Kyla estaba pensando que tal vez había sido franca hasta el punto de parecer ruda, y estaba a punto de formular una disculpa cuando él volvió la cabeza y dijo:

– ¿Ni siquiera a tomar un helado?

Interpretó la risa espontánea de Kyla como un acuerdo y volvió a poner el coche en marcha.

– Además, tomar un helado es como tomar una copa.

– ¿O sea?

– No es divertido hacerlo sin compañía.

El coche avanzaba por las calles de Chandler. A Kyla deberían haberle resultado familiares, pero él parecía conocerlas mejor que ella.

– He comprado ese terreno.

– Ahí estaba la oficina de correos antes de que la trasladaran al nuevo centro comercial.

– Eso me han contado. Voy a edificar un pequeño complejo de oficinas. Bonito. Habrá un patio central con sus plantas y sus fuentes. Espero que atraiga a profesionales liberales: abogados, médicos…, ese estilo. He hecho una oferta por ese terreno, pero no creo que la acepten -señaló refiriéndose a otro mientras lo dejaban atrás-. Ahí van a construir un supermercado.

– ¡Pero si es un prado lleno de vacas!

Él se rió.

– Espera a verlo dentro de un año. Creo que también van a abrir un cine.

Parecía disponer de información confidencial sobre los proyectos de desarrollo de la ciudad en la que ella llevaba viviendo toda la vida. Aún más, parecía que era uno de los promotores que los estaban sacando adelante.

– Tal vez Babs y yo deberíamos empezar a pensar en trasladar Traficantes de pétalos a otra parte de la ciudad.

– No, la zona donde estáis ahora está muy bien.

Ella lo miró rápidamente.

– ¿Y cómo sabes tú la dirección de la tienda?

– He pasado por allí con el coche antes de ir a tu casa -respondió tranquilamente tras una breve pausa-. Tenía curiosidad por saber cómo sería una tienda con ese nombre. ¿Cuánto tiempo lleváis con ella?

– Casi un año. La abrimos seis meses después de la muerte de Richard…, mi marido -distraídamente, tiró de sus pantalones cortos hacia abajo, como si quisiera estirarlos-. Cuando Babs y yo éramos unas crías, nos encantaba la película My fair lady, y siempre decíamos que de mayores trabajaríamos en una floristería, igual que quería Eliza Dolittle. Así que cuando me vi sin nada que hacer, Babs empezó a rondarme con la idea. El trabajo que tenía no le gustaba, y yo necesitaba hacer algo con mi vida para darle un futuro a Aaron, así que… -dijo alargando la palabra-, juntamos nuestros recursos y, antes de que me diera cuenta, era copropietaria de una floristería.

– ¿Y ha sido positivo para ti?

– Hasta ahora, mucho. La otra floristería tiene ideas anticuadas y ninguna imaginación. Estamos arrinconándola -informó con una sonrisa maliciosa. Trevor habría dado lo que fuera por probar su sabor. Se había fijado en todos y cada uno de los pliegues que había ido haciendo en los pantalones cortos contra su muslo, un muslo suave, hidratado, bronceado y que olía a flores.

Pero para gran irritación suya, tenía que consagrar toda su atención a la carretera. Se había desviado de la carretera principal y había tomado un camino que no estaba asfaltado. El terreno era accidentado.

– ¿Es que vamos a una heladería nueva que no conozco? -inquirió Kyla.

Él esbozó una gran sonrisa y le guiñó un ojo.

– O puede ser que te secuestre y te lleve al bosque -se rió y, alargando una mano, le dio una palmadita en la rodilla-. Tranquila -«la estoy tocando. Qué piel tan suave… No tientes a la suerte, quita la mano ya. Ya, Rule, ya»-. Estoy edificando una casa para venderla luego. Algunos carpinteros iban a ir hoy a hacer horas extra y quiero asegurarme de que están trabajando. ¿Te importa que paremos unos minutos?

No, no le importaba, le aseguró ella. Pero ¿«tranquila»? Imposible. Si todavía notaba el calor de la mano de Trevor sobre la piel desnuda de la rodilla…

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