Tardó unos momentos en recordar por qué estaba durmiendo en el suelo. Sin almohada, sin sábana, sin nada para mitigar la dureza de la madera, había dormido toda la noche de un tirón por primera vez en mucho tiempo.
Movió los ojos y miró a través de las cristaleras. Vio que aún era temprano. Dudando, estiró las piernas acalambradas y trató de sentarse. Los dedos de Trevor estaban enredados en su pelo.
Tuvo que maniobrar un poco, pero consiguió liberarse. Recogió sus pantalones cortos y, de puntillas, fue hacia el pasillo. Mientras se dirigía al dormitorio de Aaron, se abrochó el cierre de la parte superior del biquini.
El niño seguía durmiendo y no daba señales de ir a despertarse. El día anterior había sido muy intenso y se estaba cobrando su precio. Kyla dio gracias al cielo. En ese instante necesitaba pensar y no quería que nada la distrajera.
Se puso los pantalones cortos y volvió sobre sus pasos. Trevor no se había movido, dormía placidamente en el suelo, delante del sofá. No roncaba pero su respiración era acompasada. Kyla se deslizó fuera sin despertarlo.
Tomó una toalla del armario que había cerca del jacuzzi y se dirigió hacia el arroyo por la arboleda. La mañana era apacible. Los rayos del sol aún no penetraban la tupida vegetación de las ramas. Iba descalza y el suelo estaba húmedo y fresco.
El arroyo fluía lánguidamente. Sólo cuando llovía mucho sus aguas se agitaban y corrían veloces. El resto del tiempo, acudían a beber allí los pájaros del bosque. Aaron había palmoteado encantado cuando Trevor…
Trevor.
Su nombre retumbó en la mente de Kyla y eliminó cualquier otro pensamiento. Suspirando, extendió la toalla sobre la hierba cerca de un remanso y se sentó. Dobló las rodillas contra el pecho y apoyó en ellas la barbilla.
Había ocurrido.
Cerró los ojos al tiempo que las oleadas de placer envolvían su memoria. Apretó la frente contra las rodillas e intentó no recordar todo el esplendor de su encuentro sexual, pero sus esfuerzos fueron en vano. Su mente quizá no quisiera recordar, pero su cuerpo se deleitaba con cada detalle.
¿Por qué no se había resistido? Podría haberlo hecho perfectamente. Trevor había bebido demasiado. Cuando se había derrumbado encima de ella, podría haberlo apartado y probablemente no se habría dado ni cuenta. ¿Por qué no lo había hecho?
«Porque querías hacer el amor con él».
Tenía que admitirlo.
Levantó la cabeza y se quedó mirando el arroyo como esperando que le respondiera, pero el agua siguió su curso ladera abajo.
Quería hacer el amor con él desde el momento en que lo había besado después del partido. Ese beso había sido un punto de inflexión. Incluso en ese instante, allí sentada, era capaz de recordar a la perfección cómo se había acercado corriendo hasta donde estaban ella y Lynn: sonreía de oreja a oreja y bajo el bigote brillaban los dientes blancos. Sobre la frente le caían varios mechones negros; tenía el pelo húmedo de sudor. La cinturilla de los pantalones estaba mojada de sudor, ensanchada, ligeramente debajo de su ombligo.
Nunca había visto a un hombre tan masculino. Trevor era la personificación del hombre y se sentía atraída por él tan indefectiblemente como el agua del arroyo en su camino hacia el lago.
El beso que Trevor le había estampado en los labios era salado, pastoso. El sudor pegajoso del vello del pecho se le había pegado también en los senos. Cuando había notado sus manos, poderosas y masculinas, sujetándola contra su sexo excitado, se había dado cuenta de que lo deseaba, y de que se acostaría con él, si no por iniciativa de Trevor, por la suya propia.
Más tarde, cuando él había empezado a besarle los pechos, ella había rogado con toda su alma que nada los interrumpiera esa vez.
Podía calificarse de perversión. De deslealtad a Richard. De lo que uno quisiera, pero la noche anterior lo único que deseaba era sentir a Trevor Rule dentro de ella.
– ¿Kyla?
Ella dio un brinco y giró la cabeza hacia atrás. Trevor estaba de pie a su espalda, vestido únicamente con los vaqueros cortados. La barba incipiente asomaba a sus mejillas y la expresión de su rostro era cautelosa.
– Hola.
– ¿Estás bien?
Ella fijó de nuevo la mirada en el arroyo. Le resultaba difícil mirarlo después de la noche anterior. Le costaba tanto trabajo respirar que el pecho le dolía.
– Sí, estoy bien. Me he despertado temprano y hacía tan buen día… ¿Se ha despertado Aaron?
– Cuando he salido seguía dormido.
– Supongo que ayer acabó agotado.
– Me imagino.
Se acuclilló justo detrás de ella. Arrancó distraídamente unas briznas de hierba, las examinó y volvió a tirarlas al suelo.
– ¿A qué hora vas a ir a trabajar esta mañana?
– Hoy no trabajo. Lo arreglé con Babs: el sábado pasado a cambio de hoy. Por eso no tenía prisa por despertar a Aaron.
Él asintió con la cabeza y se incorporó. Estaba inquieto. Ninguno de los dos hablaba de lo que en realidad ocupaba sus mentes.
Por el rabillo del ojo, Kyla vio cómo él se dirigía hacia un árbol. Se detuvo, se dio la vuelta y la miró. Cuando por fin llegó hasta el árbol, alzó los brazos y se colgó de un rama baja, con la cabeza mirando al suelo. Se balanceó. Ella volvió a apoyar la cabeza en las rodillas y rezó para que algo rompiera aquel silencio.
– ¿Lo de anoche fue verdad, Kyla?
Siempre había creído que Dios tenía sentido del humor, y parecía que así era.
Miró hacia donde estaba Trevor. Ahora estaba arrancando pedacitos de la corteza del tronco del roble y tirándolos al agua.
– ¿No te acuerdas?
– Recuerdo un sueño increíblemente erótico… -respiró hondo-, lo mejor que me ha pasado nunca.
Ella apartó la mirada y giró rápidamente la cabeza, pero él vio las lágrimas que asomaban a sus ojos. El rostro de Trevor se contrajo con arrepentimiento.
– Dios mío, lo siento.
– No pasa nada.
– Lo dirás tú.
– No, en serio.
– Estaba borracho.
– Te relajaste.
– ¿Te hice daño?
– No.
– ¿Te obligué a algo?
– No.
– ¿Hice algo abusivo?
– No.
– Porque nunca me lo perdonaría si…
– ¡Yo quería, Trevor!
Las mil y una disculpas que había preparado murieron en su boca.
– ¿En serio?
– En serio -lanzó un suspiro estremecido y empezó ella también a arrancar unas briznas de hierba-. He estado pensando.
– ¿El qué?
– Que es posible que tú… que quieras hijos, además de Aaron, quiero decir. Uno, al menos, uno tuyo. Sería injusto por mi parte no…
Sus palabras se vieron interrumpidas por un dedo que se posó en sus labios obligándola a callar. Allí estaba el ojo verde de Trevor, mirándola, traspasándola hasta el alma.
– Me gustaría tener al menos un hijo, y agradezco tu comprensión en ese sentido. Pero ¿ésa es la única razón por la querías hacer el amor conmigo?
– No -murmuró ella sacudiendo la cabeza-. Es que no sabía qué decir.
– ¿Por qué querías hacer el amor conmigo, cuando estaba borracho y haciendo el idiota?
– No estabas borracho y haciendo el idiota.
– Podrías haberme dado esquinazo.
Ella se rió y le pasó la mano por el pelo con gesto cariñoso.
– Anoche te comportaste como siempre desde la primera vez que te vi.
– ¿O sea?
– Amable, generoso, divertido…
– No sigas, por favor. No quiero ruborizarme. ¿Estás describiéndome a mí o a Santa Claus? -puso la misma expresión zalamera de un niño que quiere conseguir otro caramelo-. ¿No tengo alguna cualidad de naturaleza más romántica?
Las risa de Kyla burbujeó en el aire como el agua del arroyo bajo la luz del sol.
– ¿Necesitas que refuerce tu ego?
– Para empezar.
Ella lo miró con timidez pero le siguió el juego.
– ¿Qué quieres oír? ¿Que eres guapo y fogoso, que mi mejor amiga dice que eres un semental, pero un semental con buen corazón, lo cual es raro?
– ¿Tu mejor amiga? ¿Cómo ha llegado Babs hasta aquí? Yo quiero saber lo que piensas tú, no ella.
– Todo lo que acabo de decir -confesó Kyla con voz áspera.
– ¿Y hay más? -enterró la nariz en los rizos que enmarcaban la oreja de Kyla.
– ¿Debería ir tan lejos como para decirte que sólo con ver tu cuerpo me hierve la sangre?
– Suena bien.
Ella echó la cabeza hacia atrás cuando los labios de Trevor se posaron en su cuello.
– Eres increíblemente atractivo y sexy, y… -se mordió el labio inferior con los dientes.
– ¿«Y»? -la espoleó él, y le sujetó la cabeza para que lo mirara a los ojos.
– Y -añadió ella con calma- me alegro mucho de haberme casado contigo.
Trevor la empujó ligeramente por los hombros y ella se tendió sobre la toalla. Él la siguió, cubriendo parcialmente el cuerpo de Kyla con el suyo.
– Te quiero, Kyla Rule.
Los brazos de Kyla se cerraron en torno a su espalda. Las piernas desnudas de ambos se entrelazaron. Lo que sus cuerpos habían hecho hacía unas horas, sus bocas lo reemprendieron.
– ¿Te has tomado el día libre? -preguntó él con voz ronca al cabo de unos instantes.
– Ajá.
– Entonces yo también. Pero vamos a despertar a Aaron. Le daremos de desayunar y lo llevaremos a la guardería de todos modos.
– ¿Por qué?
Su marido sonrió y le lanzó una mirada pícara que hizo que su corazón palpitara más deprisa y los muslos le flojearan.
– Porque quiero pasar el día en la cama con mi mujer.
– … sí, sí…
– ¿Así?
– ¡Sí!
– Me da miedo entrar tanto, por si te hago daño.
– No… es… ah…Trevor… sí…
– Amor mío… Kyla… No puedo… ¿Cuánto rato más crees?
– Todavía no. Quiero que dure siempre.
– Yo también, pero…
– Ahora, ahora, ahora…
– Eres tan hermosa.
– Tú mirada me vuelve hermosa. Y traviesa.
– ¿Traviesa?
– Nunca me había sentado delante de un espejo para que me admiraran. Es un poco decadente, ¿no?
– Mucho. Pero es el único modo de verte toda de una vez. Levanta los brazos.
– ¿Cómo?, ¿así?
– Perfecto. ¿Le diste el pecho a Aaron?
– Unos meses. ¿Por qué?
– Por curiosidad. Tus pechos son muy bonitos. ¿He dicho algo malo?
– No, sólo que…
– ¿Qué?
– Que a veces dices cosas que me hacen sentir incómoda.
– No te sientas incómoda. Te quiero. ¿Te importa que te toque así?
– ¿Importarme? Si apenas… ah…
– Dios, mírate. Casi no te he tocado y…
– Sabes cómo tocarme… cómo…
– Sabes a leche.
– Usa el bigote…
– Dulce, dulce como la leche.
– Y la lengua…
– Sabes a Kyla.
– ¿Las cicatrices te duelen?
– No.
– ¿Nunca?
– Bueno, a veces.
– Y ésta ¿por qué dibuja una curva, desde la columna hasta el esternón?
– Ahora mismo, me alegro de tenerla.
– ¿Te alegras?
– Sí. Me encanta sentir tus labios en el pecho.
– Te besaría igual aunque no tuvieras la cicatriz.
– ¿De verdad?
– Sí. Quería besarte así en el pecho desde hace mucho.
– Eso ya no es el pecho, es el ombligo.
– Cerca.
– Hablando de cerca… mmm, ca…
– No te desvíes del tema. ¿Por qué te abrieron así?
– Porque tenía varias hemorragias internas.
– Dios mío.
– No pasa nada. Tú sigue tocándome así y se me olvidará en seguida.
– ¿Cómo, así?
– Ay, cielo, eso me gusta. Kyla… Kyla… Ay, mi amor, ay… Es la primera vez que me tocas.
– La primera vez que te vi…
– ¿Sí?
– Cuando saliste del jacuzzi…
– ¿Sí?
– Me quedé sin respiración.
– Esto es lo que lo deja a uno sin respiración… El modo como me estás tocando ahora, eso es lo que lo deja a uno sin aliento.
– … pero le dije a Babs que ni se imaginara que yo iba a subir al autobús del equipo de fútbol.
– Eras una buena chica.
– Era una cobarde, siempre tenía miedo de meterme en líos. Así que volví a casa con la banda de la que formábamos parte.
– ¿Y Babs?
– ¿Cómo has encontrado esas pecas?
– Con suerte, me imagino.
– Es una marca de nacimiento.
– Sí. Cuéntame lo de Babs.
– Bueno, cuando volvimos al instituto, bajó del autobús con un chico al que antes había llamado «cara de ratón». Tenía una… no sé… una cara…, y yo me di cuenta de lo que había pasado. Y también de que éramos distintas. Yo no podría acostarme con alguien sólo por el sexo.
– ¡Maldición! ¿Estás segura?
– Creía que estábamos hablando en serio…
– Entonces deja de parecer tan deseable. De acuerdo, lo siento. Sigamos.
– Se me ha olvidado lo que te estaba diciendo.
– ¿Todavía eras virgen cuando te casaste?
– ¿La primera vez o la segunda?
– Muy graciosa. Contesta.
– No era de eso de lo que estábamos hablando.
– Tienes razón, siento habértelo preguntado. No es asunto mío.
– Sí, era virgen.
– Casi parece que te diera vergüenza.
– Me temo que se te quiten las ganas de estar con alguien con tan poca experiencia.
– ¿Estaría haciendo esto si se me hubieran quitado las ganas?
– No sé qué me gusta más de todo. Lo que estás haciendo o la expresión de tu cara mientras lo haces.
– Mira cómo se enreda entre mis dedos. Tiene un color muy bonito. Y es suave. Y esto también.
– Trevor… ¿qué…?
– Relájate.
– Pero ¿qué…? ¡No!
– Quiero hacerlo.
– No, yo…
– Por favor, Kyla, deja que te demuestre mi amor.
– Pero…, ay, Dios mío… ¿Trevor?
– Sí, mi amor, sí. Eres dulce, muy dulce…
– No más, por favor… No puedo aguantar, me duele todo el cuerpo.
– Uno más. Éste es un hombre que entra en una tienda de mascotas para comprar un loro.
– Trevor, te lo digo en serio, deja de contar chistes verdes.
– Te estás riendo.
– Por eso precisamente. No debería, soy una señora.
– ¿Cómo puedes pretender ser una señora cuando estás sentada a horcajadas en mi regazo y te estoy comiendo los pezones?
– ¡Trevor!
– Ay, cariño. No te muevas o me dejarás más lisiado de lo que ya lo estoy. Aunque si quieres, adelante, sigue retorciéndote. Me encanta mirarlos cuando se menean así.
– Eres infame.
– Espera a oír el chiste.
– ¿No hay nada que te haga detenerte?
– No. Ahora pórtate bien y escucha. Este es un señor que entra en un tienda de mascotas y… Kyla, te he dicho que te estés quieta. El señor entra en la tienda y le dice el dependiente: «Tengo un loro extraordinario». «¿Sabe hablar?», pregunta el señor. Kyla, te la estás buscando. Para ahora mismo. «Claro que sabe hablar», contesta el dependiente, «pero tiene un problema». Kyla, te lo advierto. «¿Qué problema?», pregunta el señor. «El loro habla pero no tiene pies». Kyla… Y dice el señor: «Y ¿cómo se sujeta a la percha?». Y el dependiente contesta… Al diablo con el dependiente.
– ¿Ése es el chiste?
– No, pero se me ha ocurrido una gracia mejor.
– Eso fue lo más difícil de asumir. Los marines no me mandaron nada, ningún recuerdo, nada. Como si Richard nunca hubiera existido. Eso me hundió. Y los restos eran tan pocos que ni siquiera rellenaban el ataúd.
– No sigas, cariño.
– Se merecía morir de otra manera. Y hablar con los militares era frustrante. No podían o no querían contarnos nada por razones de seguridad. Todo era vago, impreciso…
– ¿Por ejemplo?
– Richard ni siquiera estaba durmiendo en su propia litera esa mañana. ¿Por qué? ¿Por qué no quedó ni rastro de ninguno de sus efectos personales? Yo quería algo tangible, algo suyo que pudiera tener entre las manos. Una maquinilla de afeitar, su reloj de muñeca, cualquier cosa…
– Chist, chist. Si esto te angustia, no sigamos hablando de ello.
– No es tan doloroso como parece. En realidad, me sienta bien poder hablar de ello. Y tú eres un cielo por escucharme.
– Te quiero, Kyla. Necesitábamos hablar de Richard. Quería que los dos nos sintiéramos libres de pronunciar su nombre en voz alta.
– Yo lo quería, Trevor.
– Ya lo sé.
– ¿Y sabes que te quiero a ti? Pensaba que nunca podría volver a querer a otro hombre, pero te quiero. Acabo de darme cuenta. ¡Te quiero! Trevor, ¿estás llorando?
– Te quiero tanto, Kyla.
– Tú nunca me abandonarás, ¿verdad?
– Ni pensarlo.
– Júramelo.
– Nunca.
– No me puedo creer que esté lloviendo.
– Es sólo un chaparrón. En seguida escampará, así que vamos a vestirnos para ir a buscar a Aaron.
– Todavía no. Vamos a disfrutar un poco de la lluvia.
– La lluvia es para compartirla con alguien.
– ¿Cómo lo haces?
– ¿Qué?
– Saber lo que estoy pensando.
– ¿Eso hago?
– Desde el principio, era como si supieras siempre lo que estaba pensando. ¿Cómo?
– Porque te quiero.
– Sí, pero…
– Date la vuelta, Kyla.
– No entiendo cómo puedes…
– ¿Vamos a hacer el amor otra vez antes de ir a buscar a Aaron o no?
– Mmm, Trevor, no es justo. Sabes que en cuanto me tocas, me derrito.
– ¿Dónde? ¿Aquí?
– Sí, sí.
– ¿Y si te beso aquí?
– Me muero un poco.
– Entonces bésame tú también y nos moriremos un poco los dos juntos.
Huntsville, Alabama
Echó la carta al buzón.