Capítulo 8

Greg se apoyó en uno de los pocos espacios libres de las paredes de la galería de arte y ocasionalmente bebía un sorbo de la copa de vino blanco que sostenía en la mano. No sabía si su mal sabor de boca se debía al espantoso chardonnay o a que tenía que ver cómo Kim se relacionaba con otros hombres e incluso los tocaba.

Con vaqueros negros y una camisa de frac de faldones sueltos, Kim estaba de perfil a Greg, rodeada por un corro de supuestos amigos. Se había recogido la tupida cabellera rubia a la altura de la nuca y la sostenía, en apariencia mágicamente, con dos palillos de laca negra. La ex modelo se inclinó para asestar un golpecito en el antebrazo de un negro descomunal y cuando sonrió ante la reacción del hombre, los destellos de su melena reflejaron la luz y captaron toda la atención de Greg.

El más joven de los hermanos Kincaid la había observado desde que la conoció. Greg había vuelto a vivir a Caidwater cuatro meses después de que Kim se casara con Roderick. Entonces supuso que sería solo una estancia temporal.

Estaba entre un rodaje y otro y, como disponía de tiempo y en la mansión había una joven que le alegraba la vida, se dedicó a observarla. La observó mientras nadaba en la piscina cubierta, cortaba rosas en uno de los jardines y se pintaba las uñas de los pies en el solario.

Al principio Kim se mostró muy tímida. Se disculpaba cada vez que Greg entraba en una estancia, no lo miraba a los ojos cuando este lograba arrancarle unas palabras y sujetaba los frascos de laca para uñas como si fueran cuerdas de salvamento.

Pero al cabo de poco tiempo Kim cambió. En cuanto supo que estaba embarazada, sustituyó los frascos de laca para uñas por libros. Greg no dejó de observarla y se quedó fascinado por el modo en el que la joven florecía al ritmo que marcaba su cuerpo. Kim empezó a sonreír, a reír, a bromear y a hablar con él sobre el embarazo, los bebés y cualquier otro tema que le interesó, porque se puso a leer de todo un poco. La biblioteca de Caidwater encontró por fin su ratón.

A lo largo de aquellos meses Greg la vio madurar, alcanzar la maternidad y llegar a adulta.

Al observarla ahora y verla reír y golpear delicadamente con el hombro a la persona que tenía a su lado, Greg volvió a experimentar una enfermiza sensación de vergüenza en la boca del estómago, que finalmente lo abrumó.

Todavía se sentía avergonzado, aunque no por estar enamorado de la esposa de su abuelo o porque cuatro años atrás la dejara escapar.

Estaba espantosamente avergonzado porque todavía no lo había superado.

Kim podría haberse puesto en contacto con Greg cuando los documentos que Roderick le hizo firmar la obligaron a mantenerse lejos de Iris. A lo largo de esos cuatro años Greg se había hecho infinidad de preguntas y había esperado, pero ella jamás se puso en contacto con él; además la semana anterior le dejó más claro que el agua que no quería volver a verlo.

Así que esa noche Greg había acudido a la inauguración de la galería para convencerse a sí mismo de que lo que sentía por Kim no era amor y de que, simplemente, se trataba de un caso de desear lo prohibido.

Su forma de pensar tenía sentido, ¿no?

– ¿Qué haces solo aquí? -preguntó Rory, y se apoyó con tanta fuerza en la pared que sonó como un golpe seco.

Greg se obligó a apartar la mirada de Kim y prestó atención a su hermano. Esa noche también había algo extraño en Rory. Iba vestido totalmente de negro y solo los ojos daban un toque de color que aliviaba tanta oscuridad.

– Sería más interesante saber por qué has querido venir -respondió Greg, bebió otro sorbo de vino y envidió a su hermano que, por lo visto, había pillado la única cerveza de la inauguración. Fingió que estudiaba una escultura vanguardista: una torre de hueveras de cartón salpicadas de virutas de madera-. ¿A tus jefes del Partido Conservador les parece bien que aprecies las artes?

Rory entornó los ojos y echó un vistazo a la copa de vino de Greg.

– Esa bebida debe de ser mucho peor de lo que suponía porque estás de un humor de perros. Si lo que aquí se expone es o no «arte» tendrá que decidirlo alguien que sepa del tema más que yo. -A pesar de su mal humor, Greg no tuvo más remedio que reír al recordar que la mente de Rory era unidireccional. Este paseó la mirada por la sala y preguntó-: ¿Has visto a Jilly?

– Siempre piensas en lo mismo -masculló Greg.

– ¿Cómo dices?

– No, no la he visto.

Rory se apartó de la pared con actitud impaciente.

– Tengo la sospecha de que me evita. -Terminó de beber la cerveza y dejó la botella vacía en manos de Greg-. Voy a buscarla.

Greg meneó la cabeza y siguió donde estaba. Como de costumbre, se quedó impresionado por la necesidad inmediata de actuar de Rory. Era precisamente el motivo por el que pensaba que la vida política no estaba hecha para su hermano y lo que siempre había llevado a Greg a sentirse menos hombre que los demás.

Se hizo un repentino silencio, en medio del cual resonó una carcajada. Greg miró hacia el lugar del que procedía el sonido, pese a que ya sabía quién lo había emitido: Kim. La joven, que se encontraba en un rincón de la galería, se volvió a medias y en ese instante avistó a Greg.

Jilly no le había advertido que él estaría presente.

Diversas expresiones se alternaron en su rostro cada vez más pálido: sorpresa, miedo, ansia… Por fin sus miradas se encontraron. Greg recordaba perfectamente la oscura calidez de sus ojos pardos.

La copa de vino se deslizó entre los dedos de Kim y chocó estrepitosamente contra el suelo encerado.

Kim apartó la mirada de la de Greg y recuperó el color. Greg reparó en que la joven se excusaba ante sus acompañantes. El negro se agachó y con una servilleta recogió la mayoría de los trozos de cristal.

Cuando el negro se incorporó, Kim casi le arrancó la servilleta y, sin volver a mirar a Greg, se alejó a toda velocidad.

El actor pensó que tal vez se parecía a su hermano más de lo que suponía, ya que no pudo reprimir el deseo repentino de seguirla y solo pensó en darle alcance.

Fue detrás de ella hasta que Kim entró en una cocina diminuta. Estaba de espaldas a la estrecha entrada y había inclinado la cabeza, por lo que daba la sensación de que se miraba las manos.

– ¿Te has cortado? -preguntó Greg.

Al oír su voz, Kim sacudió los hombros y meneó la cabeza.

– Estoy bien.

Greg avanzó un paso y, como si lo hubiera notado, Kim se volvió y retrocedió. Lo miró y se mordió el labio inferior. No llevaba pintalabios ni otro tipo de maquillaje. Mientras vivió en Caidwater, se pintaba la boca de un tono rosa suave y las pestañas de un tono oscuro, por lo que sus ojos resultaban mucho más intensos.

Y mucho más prohibidos.

De todas maneras, en ese instante a Greg le pareció igualmente hermosa.

Y pensar que Kim había dicho que no quería volver a verlo…

Por consiguiente, el modo en el que esa mujer le aceleraba el pulso, como si le asestase un puñetazo, tenía que deberse a que le estaba vedada, eso era todo, no ocurría nada más.

Tanto entonces como ahora le seguía estando vedada.

– De joven fui exageradamente noble -declaró Greg, y su contrariedad alcanzó nuevas y coléricas alturas-. Fui noble y estúpido. Es posible que si te hubiese besado e incluso acariciado, no habría perdido los últimos cuatro años en pos de un sueño absurdo. -Kim se abrazó a sí misma, como si temiera que Greg la tocase, y retrocedió un paso más. El mal humor de Greg fue en aumento-. ¡Kim, ya está bien! En este momento no voy a intentarlo. Has dejado muy claro que ni siquiera quieres que me acerque a ti. Es posible que por fin haya comprendido que este es tu juego y que mi actitud te deja fría.

La ex modelo se estremeció y guardó silencio.

Greg sintió deseos de aguijonearla, presionarla y hacerla llorar. Quería que aquella mujer lo desease con ese anhelo cargado de dolor que él había experimentado hacía cuatro años.

Aspiraba a que lo deseara con el mismo afán que también sentía ahora.

– Kim, ¿con cuántos hombres has jugado a este juego? ¿A cuántos has enamorado y luego les has exigido que no te hablen de sus sentimientos? ¿A cuántos has impedido que acaricien tu piel o te besen en la boca? -Greg avanzaba un paso con cada una de sus preguntas y Kim se replegaba. La joven acabó con los hombros apoyados en la pared; permanecieron juntos, pero el rostro de Kim no dejó de ser una máscara pálida e inescrutable, como si estuviera interiormente congelada. Tanta frialdad lo desconcertó-. Kim, por Dios… -La cólera se convirtió en cansancio, bajó la voz, miró las punteras de sus gastadas botas vaqueras y preguntó-: ¿Nunca sientes nada?

– No -repuso Kim-. Intento no sentir.

Greg levantó la cabeza y detectó dos manchas de color en el rostro de Kim, una en cada mejilla. El joven Kincaid tragó saliva, pensó que era imposible y volvió a experimentar un arrebato de cólera. Seguro que era otro truco manipulador de esa mujer.

– ¿Por qué no quieres sentir? -inquirió con desconfianza.

Kim levantó la barbilla.

– Ya lo sabes, por aquello malo que ocurrió en el pasado.

Greg frunció el ceño. ¿A qué se refería con «aquello malo»? ¿Qué demonios significaba?

– Kim, jamás hicimos nada malo, mejor dicho, nunca hicimos nada.

La mujer lo miró como si fuera un crío pequeño que no tiene dos dedos de frente.

– No me refiero a nosotros, sino a mí. Fui yo quien hizo algo malo. Me casé con Roderick, me casé con tu abuelo a pesar de que no lo quería.

Greg meneó la cabeza e intentó comprenderla y creerla.

– ¿Pagarás el resto de tu vida el castigo de haber cometido ese error?

La muchacha se encogió de hombros.

– En este preciso momento el resto de mi vida está en el aire.

Conmovido por la tristeza contenida en esa respuesta, Greg retrocedió y musitó:

– Kim…

La joven aprovechó la oportunidad para intentar escapar. Pasó a su lado y franqueó la puerta de la cocina en un abrir y cerrar de ojos, pero se volvió y dijo:

– Para que lo sepas… -Kim se humedeció los labios y soltó el resto de la frase a toda velocidad-. Para que lo sepas, contigo… contigo nunca fue un juego.

Cada palabra fue como un golpe y Greg los absorbió uno tras otro. Cerró los ojos para defenderse del dolor. Los últimos días había hecho denodados esfuerzos para convencerse de que la odiaba.

Greg respiró hondo y abrió los ojos. Al mirarla el dolor se intensificó.

– Ya lo sé -reconoció, porque en lo más profundo de su ser siempre lo había sabido.

Sus miradas se encontraron y fue como si no hubiesen transcurrido cuatro años. Todo se volvió como en aquellos meses en Caidwater, a lo largo de los cuales Kim floreció porque llevaba a Iris en su seno, en los que la única comunicación íntima que mantuvieron fue con la mirada.

«Siempre me preocupé por ti, jamás me he propuesto hacerte daño…» Greg dedujo claramente esas palabras, fue como si las oyera.

Él suspiró e intentó transmitirle todo lo que sentía: «Nunca supe si mis sentimientos estaban totalmente equivocados o eran acertados».

«No sabes cuánto lo siento.» Kim se acercó lentamente.

Greg quedó petrificado, sin saber lo que ella se proponía, aunque con la certeza de que la alejaría si hacía algún movimiento brusco.

Kim levantó la mano y le acarició los cabellos.

«¡Por Dios…!», pensó Greg y tuvo la sensación de que lo atravesaba un rayo, un calor chisporroteante que partió su cerebro como un cortafuegos, descendió por su cuerpo y endureció su miembro con una descarga veloz y desesperada.

Intentó abrazarla.

– Kim…

Pero ella huyó sin darle tiempo a devolverle la caricia.


Jilly cogió una punta de la manga de la camisa de Rory porque, en realidad, tenía miedo de tocarle el brazo, e intentó arrastrarlo hacia un extremo de la galería.

– Quiero presentarte a algunos vecinos -propuso.

Rory no pareció oírla pero tampoco tuvo dificultades para rechazar sus intentos de moverlo. Pese a los tirones de Jilly, el magnate seguía inmóvil y miraba a Kim, que acababa de salir disparada de la pequeña cocina de la galería.

– ¿Quién es? -quiso saber Kincaid.

Jilly estiró el cuello y fingió que no sabía a quién se refería.

– Es Mackenzie, el encargado de la condonería.

Rory hizo una mueca de contrariedad.

– No podías dejar de recordarme esa tienda, ¿verdad? De todas formas, me refería a la mujer alta y rubia, la que al parecer acaba de pisotear el amor propio de mi hermano.

– Ah, esa mujer…

Nerviosa, Jilly pensó que Kincaid también había reparado en la presencia de Kim. Albergaba la esperanza de que Rory no hubiese visto, como ella, la escena que había tenido lugar entre Greg y su socia. Lo cierto es que Greg parecía conmocionado después de hablar con Kim, y Jilly no sabía a qué se debía.

– ¿La conoces? -insistió Rory. Jilly carraspeó.

– Bueno… verás… sí. Es mi socia. Ya te he hablado de ella, es la que se ocupa de la parte informática del negocio.

– ¿Cómo se llama? Tengo la sensación de que la conozco.

Jilly notó cómo se formaban gotas de sudor bajo el jersey con abalorios, típico de los años cuarenta, y se deslizaban hasta la cinturilla de la falda negra y recta que le llegaba a las rodillas.

– Se llama Kim.

Su amiga había dejado clarísimo que jamás había visto a Rory y que él probablemente ni siquiera sabía su nombre de pila, y menos aún el apellido que ahora utilizaba.

Por otro lado, Iris era la viva imagen de su madre.

Rory se rascó el mentón y volvió a mirar por encima del hombro, como si quisiese ver nuevamente a Kim. Por fortuna, la ex modelo se había esfumado. Volvió a dirigirse a Jilly, se encogió de hombros y preguntó:

– ¿Está casada?

Más gotas de sudor se deslizaron por la columna vertebral de Jilly.

– ¿Tanto te interesa esa mujer?

La joven se preguntó qué diablos haría si Rory respondía afirmativamente, pero el hombre se limitó a sonreír y la cogió de la barbilla.

– ¿Estás celosa?

Jilly simuló que lo estaba y puso los ojos en blanco.

– Solo pretendía decir que tu imagen política sufriría un gran revés si iniciaras rápidamente otra conquista.

Rory rió a mandíbula batiente, por lo que varios de los asistentes a la inauguración los miraron. Jilly lanzó una muda advertencia a una mujer que se encontraba cerca, que súbitamente había reparado en Rory y que intentaba acortar distancias. La mujer se dio por aludida, sonrió con actitud cómplice y se alejó.

Jilly se cruzó de brazos.

– ¿Qué me dices?

Rory clavó la mirada en el jersey, lanzó un gemido y añadió:

– No hagas eso. Cada vez que adoptas esa postura soy incapaz de pensar.

Jilly bajó la cabeza y supo a qué se refería Rory, por lo que descruzó rápidamente los brazos. Unos botones como perlas adornaban la pechera de su jersey de pura lana virgen y de tono rosa claro; mantenía desabrochados los tres superiores, por lo que su aspecto era perfectamente recatado, pero el jersey era ceñido y su exuberancia pectoral, que hacía que todas las prendas pareciesen ceñidas, aconsejaba evitar posiciones que destacaran todavía más sus senos.

Kincaid respiró hondo.

– Bien, ¿qué decías?

Jilly esperaba que no se notase que su piel estaba encendida.

– Que mostrabas un interés excesivo por otra mujer.

Rory miró hacia el otro lado de la galería y vio que Greg seguía junto a la puerta de la cocina.

– Solo he preguntado si tu socia está liada con alguien, porque parece que acaba de dar calabazas a mi hermano pequeño.

Jilly sonrió aliviada. Se dijo que seguramente era lo que había ocurrido. Greg la había invitado a salir y, como es lógico, Kim había dicho que no.

– Rory, lamento decírtelo, pero tengan o no un hombre en su vida, algunas mujeres son inmunes al encanto de los Kincaid. Kim no está liada con nadie y te garantizo que tampoco tiene la menor intención de enrollarse con un hombre.

Kincaid enarcó las cejas.

– ¿En serio? Ah, de modo que se trata de eso. -Observó a Jilly con renovado interés-. En ese caso, ¿eres tú la mujer de su vida?

Jilly parpadeó.

– ¿Me estás preguntando si soy…? -De pronto comprendió el significado de las palabras de Rory y se quedó boquiabierta-. No soy… no entiendo cómo has pensado que… -Como no supo si sentirse incómoda u ofendida o si ninguna de esas dos reacciones era políticamente correcta, Jilly se limitó a farfullar. Miró atentamente a Rory y reparó en la perversa diversión que destellaba en su mirada. Le golpeó el pecho y apostilló-: Ya está bien de tomarme el pelo.

Kincaid rió descaradamente.

– Tendrías que haber visto tu expresión.

Jilly carraspeó.

– Pues piensa en la cara que habrías puesto si tu suposición fuese cierta y la prensa se enterara. ¿Qué pensaría el Partido Conservador de un candidato que sale con una mujer… a la que le gustan las mujeres?

– ¡Está bien! ¡Está bien! -Rory se puso serio-. Para que lo sepas, aunque prefiera candidatos heterosexuales, al Partido Conservador no le interesa legislar sobre moralidad. -Rory se acercó a Jilly-. Lo que significa que es totalmente aceptable que un posible candidato como yo esté con su hermosa y sensual prometida la noche del viernes.

Como se quedó sin respiración, Jilly pensó que, con su tentadora boca, tal vez Rory había absorbido todo el aire de la galería.

– Yo no soy sensual ni hermosa -precisó, aunque el comentario le resultó gratificante e incluso seductor.

Rory levantó una ceja con actitud picara e inquirió:

– ¿Quieres que te lo demuestre?

– ¡No! -De todos modos, Jilly tuvo que contenerse para no inclinarse hacia él-. Te lo he dicho este mediodía. Mi astróloga me ha aconsejado que no me acerque a nadie del otro sexo durante la luna llena -explicó recatadamente-. Creo que ya nos hemos excedido.

Más le valía ponerse la armadura completa, dado que durante el picnic las cosas habían cambiado. Era evidente que Rory había tomado una decisión y el resultado era esa faceta provocadora, encantadora e incluso más sensual. Por añadidura, esa faceta podía ser letal para una de las mejores alumnas de sor Bernadette.

Con la intención de enfriar a Rory y mantenerlo a distancia, Jilly le volvió la espalda. El contraste del azul celeste de la tapa de un cuaderno y el color tabaco de un vestido discreto llamaron su atención en medio del gentío.

¡Perfecto…!

Jilly lo miró de reojo, mantuvo la expresión severa y añadió en tono dulce:

– Vamos, demos una vuelta.

Rory le dirigió otra sonrisa provocadora.

– Llámalo como quieras, a esta altura me atrevo a todo.

Era un hombre malo, seductor y pecador.

– Déjate de tonterías. No sé qué mosca te ha picado de repente.

Rory se la comía con la mirada.

– Ni más ni menos que la realidad de la situación. Millones de personas han visto tu espalda desnuda y mis manos. Luego nos besamos, yo diría que convincentemente, ante las cámaras de la condenada prensa sensacionalista a fin de demostrar que tenemos una relación especial. -Kincaid se encogió de hombros-. Por consiguiente, más nos vale tenerla.

Jilly le clavó la mirada. De modo que era eso lo que había decidido durante el picnic.

– ¿Así de simple? ¿Tú dices que tiene que ser así y es así? -Jilly puso los brazos en jarras-. Pues tal vez a mí no me apetece…

Rory se inclinó hacia Jilly y apoyó en su oreja su jugosa boca de jeque del desierto.

– Nena, dame una oportunidad. Lograré que lo desees. -Jilly cerró los ojos porque la tentación recorrió su cuerpo como una ola-. ¡Por favor! -le susurró roncamente al oído-. La temperatura de tu cuerpo acaba de subir quince grados.

Jilly hizo lo imposible por no hacerle caso, apeló a su sentido común y se lo quitó de encima.

– ¡Porque estás demasiado cerca! Además, la galería está atiborrada de gente.

Rory rió con actitud cómplice y Jilly fingió que era más molesto que seductor. Más acorralada que nunca, la joven se volvió hacia los presentes y estuvo en un tris de llorar de alivio al vislumbrar un poco más cerca el cuaderno de tapas azules.

– ¡Aura! -gritó Jilly a su amiga.

Aura y el doctor John detuvieron su recorrido por la sala, vieron a Jilly, que los saludaba con ademanes desaforados, cambiaron de dirección y se acercaron. Era todo un espectáculo ver al negro corpulento, calvo y con infinidad de piercings y llamativos tatuajes junto a Aura, muy parecida a la comunicadora Martha Stewart con su vestimenta conservadora y los zapatos de tacón bajo. Aura llevaba el cuaderno en una mano y con la otra echó hacia atrás su melena rubia rojiza salpicada de canas.

– ¿Es quien yo creo? -preguntó Rory, que parecía desconcertado.

– Es Aura, mi astróloga; no es la persona en la que estás pensando. Está en compañía del tatuador del barrio.

Rory siguió con la mirada fija en Aura, el vivo retrato de la célebre Martha Stewart.

– Tu astróloga… -repitió Kincaid-, tu astróloga y el tatuador del barrio. -Suspiró sin dejar de ver cómo se acercaban-. ¡Claro que sí, tu astróloga y el tatuador! No son más que un par de ejemplares de lo más granado y freaky del sur de California.

– Y dos de mis mejores amigos -apostilló Jilly alegremente. Se dijo que eran dos amigos destinados a desviar el pensamiento de Rory de la pasión. Esperaba que ese truco también funcionase para ella misma-. Espero que seas simpático.

– ¿Has dicho simpático?

– Considéralos posibles electores -replicó.

Sus amigos se acercaron lo suficiente como para proceder a las presentaciones. El doctor John estrechó calurosamente la mano de Rory y Aura no solo hizo lo mismo, sino que siguió sujetándola y le dio la vuelta para estudiarla.

Con expresión concentrada, la astróloga entregó a Jilly el grueso cuaderno de cantos dorados y con las yemas de los dedos rastreó las líneas de la palma de Rory. Este sorprendió a Jilly porque aceptó tantas atenciones sin molestarse ni mofarse de la situación.

– Hummm… -musitó la mujer mayor en tono apreciativo-. Éxito, larga vida y buena salud. Eres un joven muy afortunado.

Rory miró a Jilly con expresión divertida.

– Esta noche no he tenido mucha suerte -reconoció.

Aura observó a Jilly de soslayo y esbozó una ligerísima sonrisa. Volvió a recorrer con los dedos la palma de la mano de Rory.

– Vaya, vaya, vaya… La noche todavía no ha terminado.

– Tienes razón. -Rory rió entre dientes-. Hasta ahora no había conocido a una pitonisa y te aseguro que empiezo a lamentarlo.

Jilly puso mala cara.

– No es pitonisa, sino astróloga. -Se volvió hacia Aura y frunció el ceño al comprobar que su amiga no había soltado a Rory-. No sabía que leías la mano.

Una sonrisa traviesa demudó la expresión de Aura y sus ojos resplandecieron de alegría, como una Martha Stewart en pleno proceso de planificar otro proyecto de decoración de pasteles imposible de reproducir por parte del resto de la humanidad.

– Me has pillado. Aunque no suelo leer la mano, lo cierto es que tampoco es habitual que pueda estudiar las líneas de un hombre tan apuesto.

Rory y el doctor John rieron.

Jilly meneó la cabeza y acotó:

– Aura, por favor, tal como están las cosas, Rory ya tiene suficiente amor propio. Suponía que me ayudarías a devolverlo a las proporciones adecuadas.

La astróloga soltó la mano de Kincaid y recuperó el cuaderno.

– Cielo, lo siento mucho, pero ya de pequeña me enamoré del abuelo de este joven… y de su padre pocos años después. -Se dirigió directamente a Rory-. Sentí mucho el fallecimiento de tu abuelo, fue como si una época tocase a su fin. De todos modos, supongo que tu padre está bien, ¿no?

La expresión de Rory se tornó gélida.

– Vive en Francia -respondió.

– Ah. -Aura asintió como si Kincaid hubiese respondido a su pregunta-. Los acuarios estáis atravesando un largo período de problemas familiares.

En el caso de que fuera posible, Rory se mostró todavía más distante.

– Si tú lo dices…

Aura volvió a mover afirmativamente la cabeza.

– Verás, Jilly me contó que habéis nacido el mismo día.

La joven ya no se acordaba de que se lo había dicho.

Rory pareció animarse.

– ¿Habla de mí?

Jilly apretó los dientes y replicó:

– Lo menos posible.

El doctor John se desternilló de risa y meneó la cabeza.

– ¡Ay, guapetona, más que guapetona!

Jilly le lanzó una mirada que tendría que haber abierto unos cuantos piercings más en su piel e inquirió:

– ¿Qué te pasa?

Rory evitó que el doctor John siguiese revelando secretos porque preguntó:

– ¿Has dicho «guapetona»? ¿De dónde viene ese guapetona?

El doctor John volvió a reír y su tono grave estuvo a punto de sacudir las tablas del parquet.

– La llamamos guapetona porque lo es. Nuestra Jilly es guapetona y recatada.

Dio la sensación de que Rory estaba a punto de desmayarse.

– ¿Recatada? ¿Te parece recatada? Sospecho que no hablamos de la misma mujer.

Aura se estiró y le tocó el brazo.

– Lo que acabas de decir es totalmente acuario. Los signos de aire acabáis tan confundidos por el envoltorio que nunca miráis el contenido del paquete. -La astróloga abrió el cuaderno, buscó algo señalando con el dedo y añadió-: Rory, de todas maneras el mes que viene te irá mejor, sobre todo el catorce, fecha en la que Venus y Urano, tu regente, se encontrarán. Aprovéchalo.

Rory la miró.

– Perdona, pero no te he entendido.

En lugar de explicarse, Aura se limitó a menear la cabeza y cerró el cuaderno.

– Antes de que se me olvide, los acuario también sois muy tercos. Os mostráis muy poco, pero que muy poco dispuestos a modificar vuestro camino una vez escogido el rumbo a seguir. Jilly también es así.

– Lo sé. -Rory sonrió a Aura y súbitamente se mostró irresistiblemente encantador-. Tal vez podrías darle algunos consejos en ese sentido. Por lo visto, hace caso de todo lo que dices.

Aura abrió desmesuradamente los ojos.

– ¿Qué has dicho?

Rory señaló el cuaderno de tapas azul celeste.

– Quizá entre sus páginas hay algo para convencer a Jilly de que se ablande un poco. Me gustaría que… verás, se trata de una cuestión personal, aunque estoy seguro de que a ti te escuchará porque eres su astróloga.

Kincaid adoptó esa clase de mirada indulgente que parecía indicar que, aunque por nada del mundo se tragaba lo que Aura había escrito en el cuaderno, estaba dispuesto a soportar los caprichos de la cabeza de chorlito menuda y guapetona que tenía a su lado.

Jilly se puso de todos los colores, en primer lugar por la actitud condescendiente, presuntuosa y mundana de su acompañante y, en segundo, porque…

Porque ella tampoco creía una sola palabra de lo que Aura había anotado en el cuaderno.

Ya fuera demasiado pragmática, poco imaginativa o estuviese desconectada de su capacidad intuitiva, lo cierto era que, cuando Aura le ofrecía consejos y recomendaciones, en general a Jilly le entraban por una oreja y le salían por la otra.

El día en el que en la canoa le dijo a Rory que, según su astróloga, no era un día propicio para besarse y cuando repitió esas palabras durante el picnic y nuevamente esa noche, Jilly solo había apelado a una excusa cómoda.

El doctor John rió tanto que corrió el riesgo de que se le saltase uno de los piercings de la nariz. Presa de un profundo desconcierto, Aura miró a Rory y a Jilly.

Jilly tragó saliva e intentó salir del apuro:

– Aura, Rory intenta decirte lo mucho que te aprecio. Al fin y al cabo, has sido como una madre para mí. -Como si se tratase de un gesto totalmente impulsivo, la joven estiró los brazos y la abrazó, al tiempo que le susurraba al oído en tono apremiante-: Luego te lo cuento. Necesito que des a entender que te he consultado.

Algunas personas no ponen en cuestión los susurros apremiantes y otras captan enseguida cuál es la situación. Por desgracia, Aura no formaba parte de ninguno de esos grupos.

La astróloga se apartó de Jilly y agitó la melena al menear la cabeza.

– Vamos, querida, nunca me consultas. Lo sabes perfectamente. Da la casualidad de que he visto que en Los Angeles Gazette lo único que haces es el crucigrama. ¡Ni siquiera echas un vistazo a tu horóscopo!

¡Mierda! Jilly se limitó a morderse el labio inferior, evitó la penetrante mirada de Rory y con el rabillo del ojo notó que este había vuelto a levantar una ceja con actitud perversa.

Su acompañante se cruzó de brazos y comentó:

– Si la memoria no me falla, varias veces has dicho que, según tu astróloga, determinadas cuestiones eran «poco propicias» o «desaconsejables».

El doctor John rió tanto que sus carcajadas se convirtieron en un ataque de tos y se le llenaron los ojos de lágrimas. En opinión de Aura, la tos requería un vaso de agua, por lo que cogió del brazo a John y se lo llevó. Jilly los observó y tuvo la sospecha de que la dejaban deliberadamente a solas con Rory. ¡Traidores!

– Yo también tengo sed -dijo Jilly, y retrocedió.

Rory se acercó a ella y le cogió un mechón de pelo.

– No tan rápido, guapetona.

Suave pero firmemente, Kincaid se acercó centímetro a centímetro.

A Jilly se le disparó el corazón, que pareció ponerse a bailar bossa nova en su pecho. Rory no era el tipo de hombre a quien le gustaba hacer el ridículo y temió que sospechase que eso era exactamente lo que ella se proponía.

¡Tal vez podría distraerlo con ese movimiento de cruzar los brazos que le subía los pechos! No hubo suerte, la formación de sor Bernadette le impidió llevar a cabo una maniobra tan descarada y traidora. No le quedó más remedio que prepararse para afrontar las consecuencias… fueran las que fuesen.

De repente algo hizo que Rory desviase su atención. Miró por encima de la cabeza de la joven y su expresión de contrariedad no tardó en trocarse en desconcierto. Distraído, soltó el mechón de pelo y Jilly aprovechó la situación para replegarse. ¡Salvada por la campana!

Eso fue lo que pensó… hasta que se dio la vuelta para ver a qué o a quién tenía que agradecérselo. ¡A Kim!

– ¿De dónde conozco a esa mujer? -preguntó Rory. Entrecerró los ojos y se rascó el mentón-. Me resulta muy familiar.

Los latidos del corazón de Jilly alcanzaron el ritmo del merengue. Era imposible… Sería desastroso que en ese momento Rory relacionase a Kim y a Iris. Era verdad que tarde o temprano todo saldría a la luz, pero para eso faltaba mucho. Saldría cuando Rory no estuviese irritado por su mentirijilla sobre la astróloga. Saldría cuando estuviesen en condiciones de sostener un diálogo sereno y racional sobre Iris y su custodia. Jilly deseaba que, cuando ocurriese, Rory ya la conociera, la apreciase y confiara en ella.

Evidentemente, ese no era el momento oportuno. Por lo tanto, ¿qué podía hacer para distraerlo?

Kincaid volvió a rascarse el mentón, por lo que Jilly centró su atención en su pícara boca de jeque en el oasis a medianoche.

¿Era capaz…? ¿Se atrevería…?

Experimentó un escalofrío que la recorrió de la cabeza a los pies. En realidad, era muy sencillo…

– Veamos, ¿quién…? -comenzó a decir Rory.

Jilly se puso de puntillas, se colgó del cuello de Rory y lo besó.

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