La puerta de entrada al apartamento de Kim se encontraba en lo alto de un tramo de escalera situado en la pared de estuco del edificio de Things Past. Tanto el «A» como el «B», los pisos de Jilly y Kim, estaban en la primera planta, justo encima de la tienda.
Greg solo necesitó una sonrisa y un autógrafo para lograr esa información de una dependienta de Things Past. Fue el día después de que Kim saliera huyendo del coche, tras murmurar que, dijera lo que dijese su corazón, su cuerpo no reaccionaba.
Esas palabras lo paralizaron, pero ahora lo llenaban de esperanza porque, al menos, Kim lo deseaba de corazón. Tal como se había prometido hacía un rato, no volvería a confiar únicamente en la esperanza, por lo que levantó la mano y llamó enérgicamente a la puerta.
Como si estuviera deseosa de que la interrumpieran, la ocupante del apartamento abrió enseguida.
– Jill… -Kim se interrumpió antes de terminar de pronunciar el nombre de su amiga.
– ¿Te sorprende verme aquí? -preguntó Greg.
En realidad, la ex modelo se mostró azorada e incluso intentó darle con la puerta en las narices.
El actor encajó el pie junto al marco y la puerta rebotó en su bota vaquera.
Kim miró el cuero desgastado y levantó la cabeza hacia el rostro de Greg.
– ¿Qué quieres?
Greg apoyó las palmas de las manos en la madera, empujó la puerta y entró. La cerró, echó los dos pestillos, se dio la vuelta, apoyó los hombros en la madera y se cruzó de brazos.
– Quiero lo que es mío.
Kim retrocedió un paso. Por una vez, había soltado su larga melena, que se desparramaba por los hombros de la camiseta. Greg siguió la cabellera con la mirada y se dio cuenta de que Kim no llevaba sujetador.
Apretó la mandíbula y la miró a los ojos.
– Estoy harto, hasta la coronilla de interpretar siempre el mismo papel.
Kim dio otro paso atrás, Greg estuvo a punto de reír porque, con el holgado pantalón de chándal y descalza, parecía tan vulnerable y joven que le costó recordar que, al conocerla, lo había atemorizado. Concluyó que todo eso pertenecía al pasado y enarcó las cejas.
– ¿No piensas preguntarme a qué papel me refiero?
Kim se pasó la lengua por los labios.
– ¿De qué papel hablas?
– He interpretado tantas veces al chico que no consigue a la chica que me lo sé de memoria. También conozco todos los momentos en los que debo intervenir. -Se apartó de la puerta-. Reconozco que es un papel que se me da muy bien. -Kim volvió a retroceder y Greg sonrió-. Permití que Roderick me lo colgase y también he dejado que tu culpa me lo adjudicase, pero se acabó. -Greg se dijo que gracias a Iris, a Jilly, a Rory e incluso a la propia Kim, esa situación se había acabado-. Kim, esta vez quiero el papel protagonista.
Greg no añadió que a quien quería era a ella y que no pensaba soltarla. La ex modelo se humedeció los labios con nerviosismo.
– Greg, ya te he dicho que…
– Esta vez soy yo quien te dirá algo. Después de tu marcha, estuve cuatro años en Caidwater, conviviendo con Roderick mientras la verdad nos envenenaba. Nunca le dije lo que sentía por ti. No quise darle motivos para que me echase. Pasé cuatro años allí por Iris. Kim, en primer lugar lo hice porque la quiero como hija tuya y, en segundo, porque la quiero por sí misma.
Kim se llevó la mano al pecho, como si intentara evitar un dolor lacerante; se le llenaron los ojos de lágrimas. Hizo un esfuerzo sobrehumano por contenerlas, se abrazó a sí misma y se frotó la carne de gallina de los brazos.
Pensó que era posible que, a pesar de todo, sintiese algo. Abrió la boca, pero no emitió sonido alguno.
De todas formas lo que ella pudiera decir carecía de importancia para Greg; en ese momento solo contaba lo que él sabía.
– Durante cuatro años viví en un infierno que no le deseo ni a mi peor enemigo. ¿Quieres que te diga una cosa? Me importa una mierda que consideres que no mereces ni un segundo de felicidad. Después de lo que he pasado, yo sí me la merezco.
– Claro que te la mereces -declaró Kim con voz entrecortada-. Por supuesto.
La ex modelo volvió a frotarse los brazos.
Greg sonrió y se acercó tanto que vio cómo latía la vena del cuello de Kim.
– Me alegro de que compartas mi opinión, porque no podré ser feliz a menos que esté con Iris y… contigo.
– ¡No! -Kim agitó enérgicamente la cabeza y su melena dorada pareció volar-. ¡Oh, no!
– ¡Oh, sí! -la contradijo Greg, sin dejarse amilanar por su negativa.
Deslizó la mano por los cabellos largos y sedosos de Kim, cerró los dedos, los aferró y la sujetó. Le echó la cabeza hacia atrás y se inclinó hacia esa boca que jamás había rozado… ni saboreado.
La vena del cuello de Kim palpitó desenfrenadamente.
– Pero yo no puedo… es imposible que…
– Ya podrás -afirmó Greg con toda certeza-. Seguiré intentándolo hasta que lo consigas. Después de los cuatro años que he pasado, me lo merezco.
Greg selló la boca de Kim con sus labios y ese beso desató sus sentidos. Gimió, insistió, notó que Kim entreabría los labios e introdujo la lengua al tiempo que otro estallido sacudía sus terminaciones nerviosas. El ardor y la emoción que la boca de Kim desencadenó en su alma acabaron con años de sufrimiento y de vergüenza.
Greg le soltó el cabello, la estrechó y notó que el cuerpo de Kim se acoplaba dulce y perfectamente con el suyo. A través de la ropa notó que los pezones de la joven se endurecían.
– Kim… -susurró junto a la boca de la ex modelo-. Kim, es lo que he esperado toda la vida. Es lo que merezco por quererte. Esto es lo que ansiaba.
Kim se derretía a su lado. Las lágrimas cayeron por sus mejillas y su sabor salado agudizó la intensidad del beso. Greg había esperado toda la vida para tenerla. Cada día, cada minuto, cada suspiro había conducido a ese instante único en el que le transmitió la fuerza que necesitaba, la fuerza imprescindible para convertirse en el hombre que ansiaba ser.
Greg levantó la cabeza, miró la boca húmeda de Kim y se dio cuenta de que temblaba.
– Es posible que, tiempo atrás, nos equivocáramos al sentir lo que sentimos, pero hemos sobrevivido al sufrimiento que nos causó. Ese dolor nos ha vuelto distintos, más fuertes y espero que más sabios. Hasta es posible que haya hecho que merezcamos lo que tenemos. -Otra lágrima cayó por la mejilla de la ex modelo-. Kim, ese dolor nos ha vuelto mejores. Además, tú haces que yo sea mejor.
A la ex modelo le fallaron las rodillas y el actor la estrechó con más fuerza.
– Greg, me haces daño.
No supo si le hacía daño a su cuerpo o a su corazón. Aflojó el abrazo y levantó una mano para cogerle un pecho; el pezón seguía erecto.
– ¿Me sientes? -susurró.
Kim tembló desesperadamente.
– Sí, sí, sí…
Aquella era la respuesta a todas las preguntas que quería formularle.
El lecho de Kim era mullido y cálido, pero no tanto como ella; cuando la oyó alcanzar el éxtasis y gemir de sorpresa y gozo, Greg notó que su propio rostro estaba mojado por el llanto.
Jilly abrió lentamente los ojos. Parpadeó para protegerse del resplandor de la suave luz del día y volvió a parpadear. Ya había amanecido. Se encontraba en la imponente cama de Rory; las colgaduras blancas estaban recogidas sobre el dosel y atadas con cordones con borlas a los postes primorosamente tallados.
Había pasado toda la noche con Rory y estaba desnuda. En las demás ocasiones se había marchado inmediatamente después de tener relaciones, pero la noche anterior Rory la había bañado, acostado y dejado dormir.
Jilly giró la cabeza en la almohada y se ruborizó al verlo. Rory dormía a pierna suelta y sus cejas parecían medias lunas oscuras en contraste con sus pómulos altos. La sábana lo tapaba hasta la cintura y descansaba boca arriba, con un brazo extendido sobre el amplio lecho, con los dedos relajados a pocos centímetros de uno de sus senos.
Jilly recorrió con la mirada los marcados músculos del hombro y el fuerte pecho de Rory. El oscuro vello formaba una cuña hacia el centro del cuerpo y desaparecía bajo la sábana. La joven notó un cosquilleo y su piel subió de temperatura al imaginar qué se ocultaba debajo de la ropa de cama.
Ese hermoso hombre con el que había hecho un pacto la había dejado dormir toda la noche, simplemente le había permitido dormir a su lado. Se estremeció.
Jilly dio un brinco cuando Rory habló con los ojos cerrados.
– Me estás mirando, ¿no? -Kincaid dejó escapar un largo suspiro de resignación-. Dímelo de una vez. ¿Es muy horrible?
La muchacha tomó distancia y se tapó hasta el cuello.
– ¿De qué hablas?
– No puedo hacer nada para remediarlo -admitió Rory.
Jilly frunció el ceño.
– ¿Qué es lo que no puedes remediar?
Rory abrió un ojo.
– Despertar con el pelo alborotado, no puedo hacer nada para solucionarlo. Es mi maldición -añadió, y se pasó la mano por la melena oscura.
A Jilly le pareció que estaba bien, un poco revuelta pero bien.
– Tenía entendido que yo era tu maldición. -Su deseo de tener algo que ver con Rory casi daba lástima. Repentinamente pensó en su propia cabellera, que estaba húmeda cuando Rory la llevó a la cama. Se deslizó un poco más bajo la ropa de cama y se acomodó un rizo detrás de la oreja-. Aunque, hablando de pelo revuelto… -murmuró cohibida.
Rory abrió el otro ojo y se puso de lado, por lo que quedaron cara a cara. Estiró la mano, soltó el rizo que ella acababa de acomodar y jugueteó con ese mechón, lo tensó y lo soltó, por lo que recuperó su forma natural.
– Tu cabello es perfecto.
Jilly notó mariposas en el estómago.
– Tengo el pelo muy rebelde.
– Hummm…
Rory clavó la mirada en los labios de la joven y se acercó a ella.
Presa del nerviosismo, Jilly retrocedió. Era la primera vez en su vida que despertaba junto a un hombre. El sol brillaba. Rory acababa de quejarse de que, al despertar, tenía el pelo revuelto. Aquello era demasiado íntimo, incluso más que las lentas caricias que la víspera le había prodigado en la bañera.
Kincaid deslizó la mano bajo la cabellera de Jilly y le acarició el cuello.
– Cielo, ¿qué te pasa?
Jilly reprimió un escalofrío y mentalmente se dijo que lo que pasaba era que Rory sabía tocarla a la perfección.
– Ocurre que… hay tanta luz…
Kincaid sonrió con actitud indulgente.
– Ahora mismo lo resuelvo.
Se incorporó con un movimiento ágil. La ropa de cama se deslizó hacia abajo y, con sorpresa, Jilly vio sus caderas desnudas. Cuando Rory se estiró hacia las colgaduras de la cama, ella recordó la firmeza de esas caderas cuando ella las tocaba.
Con un ademán, Kincaid deshizo el nudo del cordón que tenía más cerca y soltó la tela que colgaba. A continuación se estiró por encima de ella para repetir la operación del otro lado de la cama, redujo la luz a la mitad y quedaron rodeados por una atmósfera semejante a la de una tienda de campaña.
El jeque y la esclava…
Jilly se alejó un poco más.
– ¿Adónde vas? -preguntó él en tono suave-. Si retrocedes un poco más te caerás de la cama. -Rory volvió a acercarse a ella y Jilly retrocedió instintivamente. Kincaid frunció el ceño-. ¿Tendré que atarte?
A Jilly se le cortó la respiración. Un corcel blanco galopó por la arena. El príncipe del desierto estaba a punto de llegar. Volvió a quedarse sin aliento.
Rory entornó los ojos y apretó los labios.
– Eres muy rebelde. -Sin dejar de contemplarla, Kincaid estiró el brazo y del poste de la cama cogió el cordón con borlas-. ¿Es esto lo que quieres?
La joven abrió desmesuradamente los ojos y se apartó unos centímetros.
– Cla… claro que no.
– No te creo.
Sin darle tiempo a protestar, Kincaid la aferró de la muñeca más cercana y la arrastró sobre la cama. Buscó la otra muñeca de Jilly con la mano con la que sostenía el cordón, la ató y la pasó por encima de su cabeza.
– ¡Rory!
Jilly se sintió azorada y escandalizada por lo mucho que la excitaba esa atadura.
Kincaid levantó el brazo suelto de la joven, juntó sus manos y rodeó sus muñecas con el cordón. Introdujo las puntas con borlas entre las palmas de Jilly.
– Sujeta el cordón -ordenó con tono bajo pero decidido-. Sujétalo así.
Los dedos de Jilly rodearon automáticamente el cordón y los movió de forma espasmódica cuando, con toda la lentitud del mundo, Rory retiró la sábana que cubría su cuerpo. Comenzó a bajar los brazos, pero Kincaid cogió con su mano sus extremidades atadas.
– Jilly, confía en mí -pidió.
Cuando Rory la soltó, Jilly mantuvo las manos por encima de la cabeza. Confusa, se dijo que habían hecho un pacto y que únicamente por ese motivo lo obedecía.
La sábana le rozó los pezones, que tenía erectos. Vio que Rory contemplaba sus pechos y enseguida sintió su aliento cálido. Cuando la boca de Rory rodeó uno de sus senos, involuntariamente Jilly intentó tocarlo, pero él volvió a impedírselo. Le levantó firmemente los brazos por encima de la cabeza, los sujetó mientras le lamía los senos y por último sopló sobre los pezones erizados.
Con gran agitación, Jilly movió las piernas; Rory bajó la mano y acarició el muslo todavía tapado de la muchacha, al tiempo que deslizaba la boca hacia su ombligo. Al encontrar el borde de la sábana, Rory lo cogió con los dientes y lo arrastró más allá de las caderas de Jilly, sus muslos y sus rodillas.
A la joven se le puso la piel de gallina de la cabeza a los pies y levantó las caderas. Rory soltó la sábana, sonrió y dijo:
– Guapísima.
A renglón seguido, Kincaid apoyó las manos en la parte interior de las rodillas de Jilly y separó sus piernas.
La muchacha cerró los ojos. El juego erótico de estar «atada», las expertas caricias de Rory y su patente deseo mientras contemplaba su cuerpo le resultaban insoportables.
Rory acomodó el cuerpo de Jilly, que no se resistió, ya que le permitió separar sus piernas y levantar las rodillas hasta que las plantas de los pies quedaron totalmente apoyadas en la cama. La joven mantuvo los ojos firmemente cerrados, tan excitada y tan incómoda por su excitación que pensó que no era capaz de mirarlo a los ojos.
La piel le ardía y cosquilleaba y, aunque supo que Rory la observaba, permaneció quieta hasta que notó algo húmedo y suave entre las piernas. El corazón le dio un vuelco y en el acto intentó apretar los muslos, pero se topó con los anchos hombros de Rory, que la mantenían abierta… abierta para su boca.
– Rory…
Sus atenciones fueron despiadadas. La dominó, controló sus reacciones, la lamió con gran delicadeza, sopló su femineidad y exploró su cuerpo con avidez, como si fuese incapaz de contenerse.
Jilly alzó las caderas hacia la boca de Rory y este las sujetó sin interrumpir ese juego íntimo y glorioso. La joven no sabía… jamás había imaginado…
De repente ya no pudo pensar porque todo el calor y el cosquilleo convergieron en el punto en el que la boca de Rory saboreaba su cuerpo. Jilly flotaba y su cuerpo se elevó de la cama.
– Rory…
Sin titubear, Kincaid siguió besándola y mimándola. La cogió y la depositó sobre la cama. Jilly volvió a agitar las manos dentro de la suave atadura, la pasión hizo que se retorciera nuevamente su vientre y, gracias a la mano experta y a la lengua dominante de Rory, volvió a flotar, aunque en ese caso solo lo hicieron su pasión y su espíritu. Flotó hacia un lugar en el que solo él sabía encontrarla.
Rory la sujetó cuando descendió y la muchacha lo agarró de los hombros para acercarlo a su cuerpo.
– No -musitó Kincaid, y le separó los muslos. Lentamente introdujo dos dedos en su vagina y volvió a bajar la cabeza-. Otra vez.
Cuando le hizo alcanzar nuevamente el éxtasis, Jilly gimió mientras Rory se deslizaba por su cuerpo y la atormentaba con la punta de su miembro rígido. Ella inclinó las caderas para ayudarlo a entrar y le rodeó el cuello con las muñecas todavía atadas. El pecho de Rory apenas rozó los pezones de sus pechos.
La traspasó con una simple mirada de sus ojos azules.
– Te tengo -afirmó Rory.
¡Vaya si la tenía…! Jilly se estremeció y de repente tuvo miedo de todas las formas en las que Rory se las ingeniaba para poseerla… para hacerse con su cuerpo y con su corazón. Apretó los labios para impedir que el corazón se le escapase por la boca.
Rory le buscó la oreja con los labios y la lamió. Se acurrucó más en su interior y musitó en tono ronco:
– Nena, ayúdame a llegar.
Jilly cerró los ojos; esas palabras la hicieron volar todavía más. Levantó las caderas, se adecuó al ritmo marcado por Rory y permitió que el deseo volviese a dominarla. El hombre se volvió implacable, la provocó con lentitud y luego a toda velocidad, interpuso una mano entre sus cuerpos y añadió otra presión atormentadora.
Sus miradas se encontraron. Jilly creyó percibir asombro en la mirada de Rory. Detectó algo que iba más allá del deseo, que hizo que su corazón chocase contra su pecho, algo en lo que deseaba creer desesperadamente. Ese hombre le había pedido que confiase en él. Kincaid cerró los ojos, inclinó la cabeza y mordisqueó la curva formada por el hombro y el cuello de la muchacha. Jilly pronunció su nombre y sus cuerpos se estremecieron.
La joven todavía temblaba cuando Rory se apartó, se tumbó boca arriba y se tapó la cara con el antebrazo. Jilly se esforzó por recuperar el aliento, azorada todavía por lo que ese hombre había obtenido de su cuerpo y todavía más por lo que había detectado en su mirada.
– ¡Dios mío! Jilly… -dijo roncamente.
El corazón de ella se disparó y pensó que tal vez…
– Jilly eres una gran folladora.
El corazón de la joven dejó de latir y se le heló la piel. Se miró las manos, todavía sujeta por el cordón con borlas. Y pensar que ese hombre le había dicho que confiase en él…
Jilly recordó que no era eso lo que le habían enseñado. Con un movimiento brusco se liberó del cordón, se levantó y apartó las colgaduras blancas.
– Me voy -dijo en tono tranquilo.
Rory dejó escapar un gruñido.
– Nos veremos luego.
– No. Mi trabajo aquí ha terminado.
Kincaid abrió los ojos y la buscó con la mirada. Jilly no retrocedió ni intentó tapar su desnudez.
– ¿Qué dices?
– Ayer terminé el trabajo. Todo está clasificado y contabilizado. Quedan unas pocas cajas que me llevaré en el coche; por lo demás, se acabó.
– Nosotros no hemos terminado.
– El pacto que establecimos se ha cumplido.
Jilly no podía seguir haciéndolo y sobrevivir, sobre todo porque se veía obligada a hacer denodados esfuerzos para ocultarle que lo quería y porque a él solo le interesaba una… una «gran folladora» en la cama. Si seguía yendo a Caidwater acabaría por revelarle sus sentimientos y bien sabía Dios que no estaba dispuesta a permitir que tuviese tanto poder sobre ella, entre otras cosas porque sabía que Rory nunca la correspondería. Ni se le ocurriría hacerlo. Rory la veía como alguien de quien disfrutar no como alguien por quien interesarse de verdad. Vaya, cuánto se había equivocado. Comprendió que no había triunfo en esa clase de entrega.
Rory se incorporó lentamente y su expresión se endureció.
– No pienso escuchar a tu amiga Kim. No la ayudaré.
Jilly dejó escapar un largo suspiro.
– Pues deberías hacerle caso. Si no lo haces, te arrepentirás. De todas maneras, no volveré a acostarme contigo, ni siquiera para convencerte de que hagas lo correcto. Adiós, Rory.
Se dirigió rápidamente al cuarto de baño en busca de su ropa. Casi se había vestido cuando Kincaid apareció en la puerta, peligroso y espectacular con un batín de seda negra. Incluso en esa situación le bastó ver un fragmento de su pecho bronceado para saber que Rory poseía la capacidad de entorpecer el movimiento de sus dedos.
– No puedes despedirte así de mí -puntualizó Kincaid en tono seco-. Todavía no se ha celebrado la fiesta para recaudar fondos. Esperan que asistas como mi prometida.
La joven meneó la cabeza e introdujo torpemente los brazos en la blusa.
– ¿Quién lo espera?
– Yo.
– ¡Pues qué pena!
Jilly cogió los zapatos, pero no quería perder ni un segundo en ponérselos. Pasó junto a Rory pero este la cogió del brazo.
– Ne… necesito que estés presente en la fiesta.
Jilly se paró y se preparó para lanzar una maldad definitiva, su última mentira.
– Rory, reconozco que eres un buen follador… pero no hay para tanto.
Kincaid la soltó como si quemara y Jilly salió corriendo del dormitorio y de la casa mientras deseaba poder escapar con la misma facilidad de la insensatez de amar a Rory.
Kim deambuló de un extremo a otro de Things Past. Faltaban horas para abrir la tienda y no le tocaba ir a trabajar, pero el apartamento del primer piso le había resultado demasiado… demasiado vacío sin la presencia de Greg en su lecho. Se abrazó a sí misma, ya que todavía le costaba creer que no había sido un sueño.
El actor se había marchado por la mañana, cuando todavía era casi de noche; le susurró que quería llegar a Caidwater antes de que Iris despertase. «No pienses demasiado», dijo antes de darle un beso que le provocó un dolor agridulce e intenso en las entrañas.
Gracias a Greg volvía a sentir.
Entró en el pequeño despacho, se acercó a la cafetera que había preparado hacía un rato y se sirvió una taza. La sostuvo entre las manos y se sorprendió del calor que se coló a través de la loza. A punto de quemarse, se apresuró a dejar la taza y se llevó las manos ardientes a las mejillas.
Calor, ansias, deseos… Había bastado con un beso de Greg para recuperarlo todo. No, no era exactamente así. Sucedió cuando el actor le habló de su afecto por Iris, cuando le contó que se había quedado en Caidwater para cuidar a su niña. Al oír ese reconocimiento, el dolor la traspasó y estuvo a punto de aplastarla. Se dijo que Greg la quería con tanta intensidad… no, mejor dicho, era a Iris a quien quería de esa forma.
Tomó asiento porque, de repente, no se fiaba de sus piernas temblorosas. ¿Qué ocurriría a partir de entonces? ¿En qué la afectarían esos sentimientos?
Al oír el sonido de las cerraduras de la puerta de entrada y el alegre tintineo de las campanillas giró el asiento. Vio que Jilly entraba en la tienda. Su amiga parecía agotada, por lo que se incorporó de un salto, corrió hacia ella y preguntó:
– ¿Te pasa algo?
Jilly estaba muy ojerosa.
– Bueno…
La ex modelo se preguntó qué significaba ese «bueno» y se preocupó. Jilly jamás daba respuestas tan sucintas.
– ¿Es grave? -insistió-. ¿Qué ha sucedido?
– ¿No resulta evidente? -espetó Jilly malhumorada.
– Me aterroriza que no des una respuesta de cuarenta palabras para describir el color del cielo -apostilló Kim-. Oírte decir «bueno» es como para llamar a urgencias.
Jilly se miró los pies y se dio cuenta de que iba descalza y llevaba los zapatos en la mano.
– Bueno -repitió.
– Jilly, no me asustes -rogó Kim. Cogió a su amiga del brazo, la condujo a la oficina, la sentó en una silla, le sirvió un café al que añadió tres sobres de azúcar y entregó la taza a su amiga-. Bebe. Luego me lo contarás todo.
Jilly bebió obedientemente y luego se quedó mirando el café.
– He faltado a nuestros votos.
Kim sintió un profundo alivio, rió y preguntó:
– ¿Eso es todo?
– Rory sabe quién eres, se puso furioso porque pensó que lo utilizaba para ayudarte, hicimos un pacto y me acosté con él varias veces, pero cuando dijo que era una gran foll… bueno, ya sabes a qué me refiero… ya no pude seguir haciéndolo porque en el fondo me he enamorado de él y no quiero que solo me vea como una gran foll… ya sabes… así que lo he dejado plantado y me he negado a seguir interpretando el papel de prometida, pero está tan furioso que no sé cómo reaccionará. La he jod… la he fastidiado.
Esa rápida explicación quedó interrumpida por un sollozo que se le escapó de las entrañas. Se apresuró a dejar la taza sobre el escritorio y se tapó la cara con las manos.
¿Jilly enamorada? Kim la conocía hacía suficiente tiempo como para saber lo mucho que temía ese sentimiento. Aquello era un auténtico desastre. Abrazó a su amiga al tiempo que se preparó para sufrir un ataque de pánico, pero se sintió extrañamente tranquila cuando pronunció unas palabras de consuelo:
– El problema se solucionará. De todos modos, cometiste una tontería al aceptar ese pacto para ayudarme.
Jilly levantó la cabeza.
– Lo hice por mí -reconoció con la voz entrecortada-. Deseaba a Rory, aunque solo fuese por unos días. -Tragó saliva-. Y ahora ¿qué hacemos?
Kim parpadeó. ¿La estaba consultando? De las dos, era a Jilly a quien siempre se le ocurrían los planes. Siempre estaba segura y se lanzaba hacia delante. Ella se limitaba a seguirla y, en el mejor de los casos, aportaba un par de detalles.
– Probablemente Greg no tardará en volver -comentó indecisa, aunque segura de que el actor sabría qué tenían que hacer.
– ¿Quién? -inquirió Jilly.
Kim se lamentó en voz alta y se sintió culpable por todo lo que le había ocultado a Jilly.
– Yo también falté a nuestros votos -confesó-. Los rompí con Greg Kincaid. Verás, nos… nos conocemos desde hace mucho tiempo. Me dio apuro contártelo.
Jilly palidecía a medida que Kim le contaba los detalles de la situación con Greg. Cuando su amiga terminó de explicarlo, Jilly se frotó los ojos con mano temblorosa.
– ¿Has pasado la noche con el nieto de tu ex marido? Kim, a Rory le sentará fatal. Sé que esto no le gustará nada.
En ese momento Kim fue presa del pánico, tragó saliva e intentó tranquilizarse. De nuevo se planteó mentalmente una pregunta: Y ahora ¿qué hacemos?
Kim cogió el café exageradamente dulce que había preparado para Jilly y se lo bebió. A alguien se le tenía que ocurrir algo. Tal vez Greg propondría un plan, alguien tenía que elaborar un plan.
Comprendió que esa persona tenía que ser ella.
Solo pensarlo se le cortó la respiración, pero la situación no cambiaba, lo que acababa de pensar era cierto. Hacía muchos años que permitía que la rescatasen cada vez que tenía una dificultad: primero Roderick, luego Jilly y ahora apelaba a otra persona, en este caso a Greg, para resolver el problema que surgió cuando tomó la decisión de casarse. Una vez más optaba por la salida fácil.
Tal vez había llegado el momento de afrontar sus propios demonios. No era justo esperar que alguien le sacase siempre las castañas del fuego. Decidida, afirmó:
– Yo misma hablaré con Rory.
Jilly se llevó la mano al cuello.
– ¿Irás a Caidwater?
Sabía perfectamente que para Kim la mansión representaba padecimientos e impotencia.
La ex modelo no hizo caso de la sorpresa de su amiga y cogió las llaves del coche, que estaban sobre el escritorio.
– Sí -respondió.
Había llegado la hora de afrontar sus temores.
Cuando salió resonaron las campanillas que colgaban de la puerta de la tienda; su mano tembló al abrir la portezuela del coche. A pesar de todo, durante el trayecto de FreeWest a Caidwater logró restar importancia a las reacciones nerviosas de su cuerpo. El miedo solo la dominó cuando se aproximó a la verja de hierro forjado de Caidwater.
A cinco metros de la verja, Kim frenó bajo la relativa protección de una enorme buganvilla roja. Dijo para sus adentros que podía hacerlo; se armó de valor para tocar el timbre y anunciar su regreso a la mansión.
Como si hubiesen intuido su presencia, repentinamente la verja se abrió. Kim se quedó boquiabierta cuando un discreto Mercedes salvó la última curva de la calzada de acceso y salió a toda velocidad. Aunque no vio al conductor, dedujo que se trataba de Rory.
Eso significaba que ya podía volver. Experimentó tanto alivio que tuvo la sensación de que se le derretían las entrañas. En otra ocasión…
¡Cobarde!
Esa acusación martilleó su mente porque había llegado el momento de plantarle cara a Caidwater.
Se mordió el labio para que dejase de temblar, se miró en el retrovisor y murmuró:
– Tienes que hacerlo. Entra en Caidwater y espera el regreso de Rory.
Giró la llave del contacto con decisión y arrancó. Pisó el acelerador y atravesó a toda velocidad la verja, que se cerraba lentamente.
Kim aminoró la marcha y, angustiada, echó un vistazo a la calzada curva. Aunque la mansión todavía no era visible, la imagen perduraba en su mente. Al igual que Roderick, Caidwater se había convertido en una presencia vengativa, colérica y poco confiable.
Pero su hija vivía entre sus muros.
Volvió a pisar el acelerador y el coche ascendió por la estrecha cinta de asfalto. Finalmente la residencia fue visible. Kim se estremeció; el tono salmón de las paredes le recordó la carne cruda. Apretó los dientes, trazó la curva que pasaba ante la entrada y aparcó.
Tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para abrir la portezuela y apearse. Observó la imponente entrada e intentó recordar si alguna vez la mansión no la había aterrorizado. La puerta estaba abierta y parecía una boca voraz, sedienta y dispuesta a tragarla.
Kim avanzó a regañadientes; a cada paso que daba enumeraba un error o una flaqueza que la había conducido a esa situación. Había comerciado con su cuerpo para obtener seguridad. Había perdido a su hija. Había confiado en que Jilly resolvería sus errores.
Sintió vergüenza y volvió a odiarse a sí misma y sus fracasos.
Llegó a la conclusión de que era imposible que una mujer como ella pensase que merecía una noche de placer con Greg, para no hablar de toda una vida con su hija. El pasado la había marcado definitivamente.
Con el valor hecho trizas, bruscamente se dio la vuelta y emprendió el regreso al coche. El dolor la atenazaba, pero hizo un esfuerzo sobrehumano por no tenerlo en cuenta. Maldita sea, no era la primera vez que abandonaba a Greg y a Iris y podría hacerlo de nuevo.
En el interior de la casa estalló una conmoción que la hizo volverse y mirar.
– ¡Se ha ido otra vez! -gritó alguien.
A los gritos se sumaron los chillidos de una cría.
– ¡Señora Mack, la puerta está abierta!
El sonido de pisadas llegó a Kim. Se dio la vuelta apresuradamente, deseosa de llegar al coche antes de que alguien la viese. Huyó mientras desde las entrañas de Caidwater escapaba el ruido de un nuevo tumulto. A punto de accionar la manecilla, miró nerviosa hacia atrás y en ese preciso instante Greg, con Iris sentada sobre sus hombros, franqueó la puerta. La cría empuñaba una gran red para cazar mariposas.
Kim no tenía tiempo de averiguar de qué se trataba. Empeñada en largarse, tiró de la manecilla mientras ambos corrían hacia ella.
– ¡Kim! -gritó Greg-. ¡Kim, espera!
En su intento de abrir la portezuela, Kim cerró los ojos para anular el sonido de su voz y de sus pasos demasiado cercanos. Tal vez por eso no pudo evitar que algo gris y peludo llegara a su lado antes que ellos. El animal trepó por su ropa y, por increíble que parezca, se sentó en su coronilla.
También por increíble que parezca, su cabeza quedó totalmente cubierta por una red atrapamariposas.
– ¡Te tengo! -gritó Iris. Kim se quedó inmóvil. Greg sonrió. La niña apuntó con el índice y advirtió-: No debes tratar de escapar.
Kim supuso que la pequeña se dirigía a la bestia peluda.
Su mirada y la de Greg se encontraron y el actor dijo quedamente:
– Tiene toda la razón. Seguro que no intentabas escapar, ¿verdad?
Iris no dejaba de regañar a su mascota:
– ¿No me quieres?
– ¿No la quieres? -La voz de Greg volvió a sonar baja y suavemente-. Kim, ¿no la quieres?
¡Por Dios, claro que la quería, mejor dicho, los quería, los quería muchísimo!
– Además, nos perteneces -añadió Iris contrariada.
– Exactamente -confirmó Greg-. Nos perteneces.
Kim ansiaba desesperadamente pertenecerles.
– Haz el favor de portarte bien, Beso -insistió la niña.
Kim frunció el ceño.
– ¿Beso?
– Encantado -respondió Greg, y sin solución de continuidad, dejó a Iris en el suelo, apartó la chinchilla y la red de la cabeza de Kim y se las pasó a la pequeña. Se inclinó y acercó su boca a la de Kim-. Tus deseos son órdenes para mí.
La besó, la besó en presencia de su hija. Besó a Kim delante del servicio, que en ese momento salía de la casa. La besó delante de la mansión Caidwater, donde hacía poco más de cuatro años habían comenzado tantos sufrimientos… y alegrías.
Convencida de que se trataba de un error, Kim cogió a Greg de los hombros, y se preguntó si alguien no debía salvar de su maldad a ese hombre bueno y decente.
De repente su mente trazó un plan, un plan de rescate creado por ella misma, el primero de su vida. Surgió de lo más profundo de su ser y resplandeció tanto que eclipsó las fuerzas oscuras de Caidwater y las sombras de su miedo y su vergüenza.
Kim puso fin al beso y observó la casa, a la hija que tanto añoraba y al hombre que la había esperado. En esa situación lo único realmente importante era el amor, que era su poder. Se trataba de un don que podía ofrecer a Iris y a Greg y que no procedía de su cuerpo ni de su mente, sino de la bondad pura e inmaculada de su corazón. Nada, nadie, ni una sola de las elecciones realizadas en el pasado habían mancillado ese sentimiento.
– Greg, cásate conmigo -susurró-. Cásate conmigo y déjame hacerte feliz.
Por primera vez en su vida pensó que lo conseguiría y que además valía la pena intentarlo.