Capítulo 16

Jilly hizo denodados esfuerzos por no tener en cuenta los nuevos golpes que había recibido su corazón roto y vio que Rory se quedaba boquiabierto. Tío Fitz y su séquito del Partido Conservador entraron en Caidwater sin darle tiempo a pronunciar una sola palabra más, por lo que Rory se vio obligado a adelantarse a fin de saludarlos. Jilly aprovechó la confusión para esfumarse.

Como no sabía muy bien qué hacer, fue hacia los suaves y tranquilizadores acordes de un violín. Acabó en la terraza trasera, cuyas balaustradas de piedra estaban salpicadas de lucecitas blancas. Los jardines también estaban iluminados, por lo que la mansión parecía un lugar mágico y romántico.

Alguien le puso una copa de champán en la mano; el frío líquido se balanceó de un extremo a otro de la copa y le mojó los dedos.

– Felicítame -dijo Kim.

Jilly se volvió.

– Has vuelto y… -Las lucecitas destellaron en el anillo de diamantes que Kim lucía en la mano izquierda-. Lo has conseguido. Te has casado. -Jilly sonreía a pesar de que interiormente estaba destrozada.

Kim entrechocó su copa con la de su amiga.

– Así es… -La ex modelo sonrió-. Finalmente nos casamos. Todavía no me acabo de creer lo feliz que soy.

– Me parece fantástico -murmuró Jilly, pero las emociones le quebraron la voz-. Es absolutamente maravilloso.

Las amigas hicieron el mismo movimiento y bebieron grandes sorbos de champán. Kim rió sonoramente y, sorprendida, Jilly parpadeó. Los ojos castaños de su amiga brillaban y notó que estaba ruborizada. Tenía un aspecto… Kim parecía muy viva.

– Es indudable que Greg te sienta bien -comentó Jilly.

La ex modelo movió afirmativamente la cabeza.

– Yo también le haré bien a Greg… y a Iris. -Kim titubeó-. De momento no le hemos dicho que soy su madre… Estamos pensando en el mejor modo de comunicárselo, pero lo cierto es que sabrá la verdad. Lo he prometido. Se acabaron los secretos.

Jilly frunció el ceño.

– ¿Greg ha hablado con Rory acerca de…?

– No padezcas. -Kim apoyó la mano en el brazo de su amiga-. A partir de ahora se trata de nuestro problema. Nunca debí permitir que librases mis batallas. Por fin lo he comprendido. De ahora en adelante nosotros manejaremos este asunto.

Jilly fijó la mirada en las pequeñas burbujas que ascendían hasta la parte superior de la copa.

– Lamento haberlo estropeado -se disculpó.

– No digas eso. -La ex modelo palmeó el brazo de Jilly-. No es a eso a lo que me refería, sino a que debes vivir tu propia vida en lugar de intentar arreglar la mía.

– ¿Qué vida? -susurró Jilly.

Cuando se presentó al trabajo en Caidwater, lo hizo con el convencimiento de que reunir a Kim y a Iris daría pie a que su propia vida fuese plena. Supuso que sería el equivalente de reunirse con su madre, pero ahora sabía que no habría dado resultado, ya que todavía faltaban grandes fragmentos de sí misma.

– ¡Ay, Jilly! -Preocupada, Kim arrugó la frente-. ¿Qué haces esta noche aquí? Tenía entendido que Rory y tú habíais escogido caminos distintos.

Jilly abrió la boca, pero no encontró la respuesta idónea. Tres días atrás se alegró enormemente de verlo al otro lado del escaparate de French Letters y también se enfadó mucho cuando Rory le ordenó que dejase lo que estaba haciendo. Lo cierto era que, al final, la muchacha accedió a asistir a la fiesta tal vez porque era el final y necesitaba vivirlo.

Después de esa velada, lo que había existido entre ellos se convertiría en una especie de sueño o fantasía.

– Tenía que llegar al final y ver que realmente todo ha terminado -replicó Jilly.

– ¿Por qué no le dices que prefieres que continúe? ¿Por qué no le confiesas tus sentimientos?

– ¿Qué dices? -Jilly abrió desmesuradamente los ojos-. A Rory no le interesa el amor de una mujer como yo.

– Eso no te lo crees ni tú -la regañó Kim-. Por eso insistió en que dijerais que estáis comprometidos e hizo un pacto contigo para llevarte a la cama.

Jilly se mordió el labio. Era posible que Rory la desease, pero también sabía que era lo peor que podría hacer. Tenía otro motivo para no decirle la verdad, un motivo que predominaba por encima de todos los demás.

– ¿Y si utiliza esos sentimientos en mi contra? -preguntó la joven con voz ronca.

Aquella era la lección que había aprendido de su abuela: el afecto puede emplearse para hacer daño, manipular y humillar, y Jilly no estaba dispuesta a permitir que alguien volviese a tener ese dominio sobre ella.

– Jilly… -dijo Kim, y en su tono hubo una congoja equivalente a la que afligía el corazón de su amiga.

Un movimiento llamó la atención de Jilly, que cogió la copa de champán de la mano de Kim y añadió:

– Greg está en aquel rincón e intenta llamar tu atención. Será mejor que averigües qué quiere.

Kim dirigió una última mirada de preocupación a su amiga y no tardó en reunirse con su marido. Jilly se apoyó en la balaustrada, observó cómo la ex modelo se alejaba y pensó que, en realidad, caminaba hacia una nueva vida. Eso también era consecuencia de sus rifirrafes con Rory.

Había perdido a su amiga. Durante cuatro años Jilly y Kim habían luchado contra el mundo. El negocio y la amistad proporcionaron a Jilly un punto de referencia y una finalidad, pero ahora Kim tenía a Greg y a su hija. Jilly no se lo censuraba en absoluto, pero eso significaba que sus vidas cambiarían. Significaba que volvía a estar sola, como durante los años pasados en la casa gris y blanca de su abuela.

Cerró los ojos con fuerza y reprimió el escalofrío que amenazaba con dominarla. Se dijo que así era la soledad, oscura y absorbente, y que ya encontraría la manera de combatirla.

Llegó a la conclusión de que era absurdo sentirse tan triste. Carecía de sentido porque había estado sola la mayor parte de su vida y estaba segura de que no tendría dificultades para salir a flote.

Respiró hondo y abrió los ojos. Caidwater se había llenado de invitados, muchos de los cuales habían salido a la terraza. A través de las cristaleras, vislumbró que Rory se encontraba en la biblioteca en compañía del senador; claramente a sus anchas con el traje de etiqueta, el dueño de la casa tenía el aspecto de un rico triunfador y sus facciones exóticas lo volvían todavía más irresistible.

Se estremeció al recordar esas manos cálidas que se habían deslizado lentamente por su piel, el tono risueño con el que había reconocido que le molestaba despertar con el pelo tan revuelto y el encaje de sus cuerpos, tan preciso como el de una llave en la cerradura. A pesar de su voto de castidad, lo cierto es que Rory había despertado su sensualidad y su corazón.

Kincaid volvió la cabeza cuando se le acercó una belleza rubia con un ceñido vestido azul hielo. Rory se inclinó y la besó en la boca. Aunque solo fue un saludo, Jilly estuvo a punto de quedarse sin aliento. El resto de su respiración se lo llevó la forma nada casual en la que la mujer alta lo cogió del brazo. Era el tipo de mujer que a Rory le interesaba, alguien que estaba a la altura de lo que él quería en la vida.

Jilly les volvió la espalda y miró hacia los jardines. Bueno, ahí estaba el fin de lo que había existido entre ellos. Lo había visto y había sobrevivido. Ya nada podía ir peor.

En ese preciso instante percibió un aroma conocido y caro, y alguien la llamó:

– ¡Gillian…!

Era su antiguo nombre, pronunciado por una voz inconfundible. El pasado resurgió y con él la sensación clara de que todo podía empeorar… muchísimo.

Jilly apoyó una mano en la balaustrada de piedra y se volvió. Esa soledad oscura y aterradora volvió a dominarla y reprimió el desagrado que le produjo el escalofrío que le recorrió la espalda.

– Jilly, abuela, ya no me llamo Gillian -puntualizó, y miró con frialdad a la mujer que, aunque la había criado, jamás la había querido-. Mi madre quería que me llamasen Jilly y así me llamo ahora.


Rory se liberó de las garras de Lisa. Quería controlar el desarrollo de la fiesta y, lo que era todavía más importante, el paradero de Jilly. La discusión que habían mantenido le había dejado mal sabor de boca y un peso abrumador en el pecho. Aún no había decidido si quería disculparse o librar algunos asaltos más, pero sabía perfectamente que deseaba estar con ella.

Sonrió amablemente al senador y dijo:

– Le pido mil disculpas, pero tengo que ocuparme de algunos asuntos.

El anciano inclinó su cabeza plateada.

– Hijo, no tardes en volver y trae contigo a Gillian… mejor dicho, a Jilly. Quiero que hagas la declaración lo antes posible y ella debe estar a tu lado. Así esta velada se convertirá en una celebración.

La declaración… Rory se llevó la mano al arrugado papel que guardaba en el bolsillo e intentó pasar por alto la envolvente nube que descendía cada vez más. Impostó otra sonrisa y replicó:

– Señor, enseguida vuelvo.

Como creía haber visto a Jilly en el exterior, salió rápidamente a la terraza. Una vez allí, lo abordó el jefe del servicio de seguridad contratado para la fiesta.

– Señor Kincaid… -dijo el hombre en medio de los suaves sones de la orquesta.

Rory notó que su expresión era muy seria y frunció el ceño.

– ¿Hay algún problema?

– En la entrada de la casa se han congregado varios periodistas que tienen credenciales pero no figuran en la lista.

– ¿Ha dicho credenciales? En ese caso, ¿qué pro…?

Kincaid calló porque avistó a Jilly y la actitud de la joven llamó su atención. Estaba en la otra punta de la terraza, apoyada en la balaustrada con actitud tensa y rígida, y fruncía el entrecejo mientras escuchaba a la mujer canosa que tenía delante.

Aura se acercó con una bandeja de canapés.

– Rory, ¿te molestaría que repartiera mi tarjeta?

El dueño de la casa giró la cabeza hacia la astróloga.

– ¿Cómo dices?

Aura depositó la bandeja en manos del guardia de seguridad, que la cogió con fuerza. La astróloga introdujo la mano en el bolsillo del chaleco rojo y sacó un pequeño fajo de tarjetas.

– Las llevo siempre conmigo. Nunca se sabe en qué momento alguien puede necesitar mi ayuda.

– Señor, ¿qué quiere que les diga a los periodistas apostados en la verja? -insistió el guardia de seguridad.

Una mujer demasiado delgada y peinada con excesiva laca cogió a Aura del brazo y preguntó:

– ¿Eres la que esta noche adivina el porvenir? Soy géminis con ascendente virgo.

Aura sonrió a la desconocida.

– Un momento, querida. Rory, ¿me lo permites?

Kincaid no pudo responder porque la mujer mayor que hablaba con Jilly se volvió. Ese rostro conocido le produjo un escalofrío e intentó recordar su nombre. Claro que sí, se trataba de Dorothy Baxter; el senador se la había presentado hacía varios meses en otra fiesta para recaudar fondos.

Dorothy Baxter era una vieja y generosa amiga del senador y, por consiguiente, una persona importante para el Partido Conservador. ¿Qué hacía hablando con Jilly?

– Rory… Rory… -Aura insistía-. Rory, ¿puedo repartir mi tarjeta?

– Señor Kincaid, ¿qué hago con los periodistas? -preguntó el jefe de seguridad, que seguía sujetando la bandeja.

Rory concentró su atención en las cuestiones más acuciantes. Buscó rápidamente una solución y replicó al jefe de seguridad:

– Aunque no figuren en la lista, si tienen credenciales los periodistas pueden entrar, pero no quiero cámaras.

– Sí, señor.

El jefe de seguridad asintió y miró la bandeja de canapés y a Aura, que charlaba animadamente con su clienta en ciernes.

Rory suspiró y cogió la bandeja. El jefe de seguridad se estaba alejando cuando vio que Jilly se separaba bruscamente de la señora Baxter, pero la anciana hizo un comentario que llevó a la muchacha a regresar a regañadientes a su lado.

Kincaid arrugó el entrecejo; la notoria consternación de Jilly disparó todas sus alarmas. Se preguntó qué estaba pasando. En el preciso momento en el que daba un paso hacia la joven, lo detuvo Charlie Jax, el jefe del equipo de estrategia del Partido Conservador. Este lo cogió del brazo y le dijo al oído:

– Ahora, Rory, el senador quiere que hagas la declaración ahora.

Rory cogió con más fuerza la bandeja de plata y tanto el tono de Jax como la certeza de que debía hacerle caso le crisparon los nervios.

– Entendido, voy para…

La señora Mack corrió a su lado con expresión angustiada.

– El señor Greg está a punto de irse. No sé… no sé qué hacer. Ha preparado el equipaje. Iris se va con él y sé que usted quería que asistiese a la fiesta.

Equipaje… Iris…

Charlie Jax tironeó del brazo del anfitrión.

– Rory, queremos que hagas inmediatamente una declaración.

Kincaid se preguntó qué demonios se proponía Greg. Se libró de Jax y pasó la bandeja a la señora Mack.

– Volveré tan pronto como sea posible -aseguró, y empujó a Jax hacia Aura.

Sin perder detalle, la astróloga volvió la espalda a la géminis con ascendente virgo con la que estaba hablando, miró la palma de la mano del político y sonrió tranquilamente.

– Echemos un vistazo a esta mano…

Rory no hizo caso de la expresión de pánico de Jax y entró a toda prisa.

El senador lo pilló cuando pasaba por la biblioteca y gritó:

– ¡Rory! ¿No crees que deberías…?

– Señor, solo tardaré un minuto -lo interrumpió, esbozó un ademán y pasó velozmente a su lado.

Aunque los invitados seguían llegando, no había indicios de Greg, de maletas ni de Iris. Se le hizo un nudo en la boca del estómago y tomó otro pasillo, en dirección a la cocina, pues dedujo que tal vez utilizarían la puerta de servicio.

Entró como una tromba en la cocina y se paró bruscamente. Se encontró ante una escena de ajetreo bajo control: Paul y Tran no dejaban de moverse con rapidez entre las bandejas y la nevera. La puerta del extremo derecho de la cocina, que daba al exterior, estaba abierta y tres personas se disponían a salir maleta en mano. Se trataba de Greg, Iris y Kim… ¡Kim, la madre de Iris!

El parecido entre ambas lo sorprendió y se preguntó cómo no se había dado cuenta antes. Mientras los observaba, Kim apartó un mechón de la larga cabellera rubia de Iris de la tira de la pequeña bolsa de lona que llevaba colgada del hombro. La niña no hizo el menor caso del gesto ni de la mujer, pero la expresión de paciente anhelo de Kim fue como un puñetazo en pleno pecho de Rory.

Como si percibiese su mirada, la ex modelo levantó la cabeza y lo miró a los ojos. Apretó la barbilla y con actitud amorosa apoyó la mano en el hombro de Greg.

El actor giró la cabeza y vio a Rory. Greg y Kim dejaron lentamente en el suelo las maletas. Iris fue la única que no reparó en la tensión que estaba a punto de estallar entre los adultos.

Rory acortó distancias y preguntó:

– ¿Adónde vais?

Greg apoyó la mano en la cabeza de Iris.

– Estoy trasladando algunas cosas a mi nueva casa. Kim e Iris vienen conmigo, pero volveremos.

Rory miró a su hermano con los ojos entornados.

– ¿Estás seguro de lo que dices?

– No pienso huir. Rory, esta vez controlaré la situación y no me echaré atrás.

– No -dijo en tono bajo pero claro la socia de Jilly y esposa de Greg-, soy yo la que se hará cargo de la situación. -Se acercó a Rory y le ofreció la mano-. Soy Kim… Kim Kincaid.

Rory detectó una ligera vacilación cuando pronunció el apellido y se dijo que, teniendo en cuenta el pasado, probablemente no se sentía muy cómoda al llevarlo. Por otro lado, el apretón de manos de la ex modelo no transmitió la menor vacilación.

– Me gustaría quedar para hablar contigo -añadió Kim.

Rory respiró hondo. ¡Por Dios, esa mujer no solo era su ex abuelastra, sino su nueva cuñada!

– ¡Greg! ¡Greg Kincaid! -De repente dos hombres se asomaron por la puerta de la cocina. Aunque las maletas les impidieron entrar, estalló el fogonazo de un flash-. Somos de la revista Celeb! ¿Es verdad que ayer se casó en Las Vegas?

– ¿Esta mujer es su nueva esposa? -preguntó el otro periodista, y hubo un segundo fogonazo-. ¿Es usted Kim Sullivan Kincaid Kincaid?

Automáticamente Rory se interpuso entre Kim y los periodistas, mientras Greg colocaba a Iris a sus espaldas, pero el que llevaba la cámara fotográfica ya había visto a la niña. Dio un codazo a su colega bocazas y al reportero se le iluminaron los ojos.

– Entonces ¿esta es la niña? ¿Es hija de Roderick… o suya?

Aunque su cerebro se quedó paralizado, el cuerpo de Rory entró en acción. Se lanzó hacia la puerta mientras la última pregunta resonaba en su mente. Greg se agachó y susurró algo al oído de Iris, que corrió hacia Kim. La ex modelo se llevó rápidamente a la niña y los hermanos se encararon con los periodistas.

– Será mejor que se vayan -advirtió Rory.

– Solo queremos unas respuestas. -El reportero les dedicó una relamida sonrisa-. No todos los días el nieto de una leyenda de Hollywood se casa con su exabuelastra. Greg, nos ha dado toda una noticia.

– Váyanse -aconsejó Rory en tono intimidador.

– Para no hablar de la niña. En Hollywood la paternidad siempre es una cuestión candente.

– Y la gota que colma el vaso -terció Greg, y apartó las maletas de una patada.

– ¡No! -Rory cogió a su hermano del brazo y lo retuvo mientras revivía mentalmente el comentario sobre el nieto de una leyenda de Hollywood y el tema candente de la paternidad.

A sus espaldas oyó un estrépito metálico que lo obligó a girar la cabeza. Armados con sendas bandejas de plata a modo de escudo, Paul y Tran habían ocupado posiciones detrás de Greg. Tras ellos varios residentes de Free West, incluido el doctor John, aguardaban formando un batallón extrañamente amenazador de chalecos rojos. El flash volvió a dispararse y la luz que rebotó en las bandejas resultó casi cegadora.

– ¡Largo! -ordenó Rory.

– ¿No quiere hacer una declaración ni decir unas pocas palabras?

Rory impidió que su hermano se abalanzase sobre los reporteros y lo obligó a retroceder antes de responder:

– No.

– Solo queremos que nos diga quién es el padre de la niña -lo desafió uno de los periodistas.

En esa ocasión las bandejas chocaron entre sí como armas de verdad y Rory y sus soldados dieron un paso al frente.

– Salgan inmediatamente de aquí.

Con el apoyo de los residentes de FreeWest y de Greg, Rory se dirigió hacia la puerta. Pese al bombardeo de los flashes logró cerrarla en las narices de los reporteros y echó el cerrojo, que produjo un chasquido tranquilizador.

Del exterior llegaron preguntas a gritos y la puerta tembló a causa de los aporreos. Rory no hizo el menor caso y se volvió hacia el peculiar grupo de voluntarios.

– Muchísimas gracias. Quiero daros las gracias a todos. -Las bandejas volvieron a resonar cuando los «soldados» esbozaron sonrisas de satisfacción. Rory se dirigió al más fornido-: Doctor John, ¿serías tan amable de buscar a un guardia de seguridad y pedirle que acompañe a nuestros amigos hasta la verja de Caidwater?

El hombretón asintió y los soldados de chaleco rojo se dispersaron. Agradecido, resignado y sorprendentemente divertido, Rory los vio volver a sus tareas. Su ingeniosa y espontánea defensa daría fotos muy interesantes a la prensa sensacionalista, pero lo más interesante fue que no se sintieron escandalizados o consternados por las acusaciones lanzadas por los periodistas, reacciones que sin duda habrían tenido los asistentes a la fiesta.

La verdad es que apreció y admiró esa forma de moverse por la vida. Ahora no le quedaba más opción que abordar a Greg para aclarar la situación.

Las preguntas y las insinuaciones se dispersaron por su mente como titulares de periódicos. «El nieto de un icono cinematográfico se casa con su abuela.» ¡Puaj, qué asco…! Y, por si eso no bastara, «Un hombre engendra a la hija de su abuela».

– ¡Por Dios, Greg! -exclamó desesperado-. ¿En qué demonios has convertido mi vida?

Greg seguía impasible.

– Es lo que en todo momento he intentado decirte. Rory, esta historia no tiene nada que ver contigo. Nos atañe a mí, a mi esposa y a nuestra niña. Iris no existe solo para dar buena imagen a los electores. -Rory hizo una mueca, porque aún veía mentalmente los titulares y las indirectas. Greg volvió a tomar la palabra-. Iris necesita ser querida y feliz; el significado del apellido Kincaid le trae sin cuidado. Rory, a partir de ahora eso depende de ti y de mí.

Las palabras del periodista todavía resonaban en la cabeza de Rory: «Solo queremos que nos diga quién es el padre de la niña».

El padre de la niña era Roderick… y Roderick había dejado a Iris a su cuidado.

A pesar de esa herencia y de que los repugnantes titulares estaban a punto de hacerse realidad, Rory vio la férrea mirada de su hermano y supo que Greg no olvidaría ese asunto ni dejaría a Iris a su cargo.

Rory meneó la cabeza y se dijo que esa certeza y esa determinación eran algo hasta entonces desconocido en su hermano; de repente sintió respeto por él.

Recordó el firme apretón de manos de Kim y supo que ella también plantaría cara con todas sus fuerzas.

Dejó escapar una larga bocanada de aire y la nube que pendía sobre él volvió a convertirse en un peso asfixiante.

– Greg, por amor de Dios… ¿Qué pensará el Partido Conservador si no intento retener a la niña? ¿Qué opinarán los electores?

Rory pensó que los candidatos con una intachable imagen y deseosos de renovar la política para convertirla en algo más limpio y honroso no ceden la tutela de menores a hombres que se casan con sus ex abuelastras. Concretamente, con la persona que había parido y poco después abandonado a la mentada menor. Como conocía a su abuelo, Rory estaba seguro de que, en cuanto investigase el acuerdo prematrimonial, comprobaría que Kim no había tenido otra opción, pero la prensa no lo plantearía en esos términos.

– Tienes que pensar en Iris. -Greg se cruzó de brazos y por primera vez Rory olvidó que era su hermano pequeño y vio en él al hombre en el que se había convertido-. Tienes que hacer lo correcto.

Esas palabras desencadenaron instantáneamente todos sus dolores de cabeza. Jilly también se había referido a hacer lo correcto la mañana en la que lo había plantado. Se rascó la frente. ¡Por Dios, jamás había pensado que fuera alguien que hacía lo incorrecto, sino todo lo contrario!

Lo cierto era que, a cambio de ser candidato al Senado por el Partido Conservador y dar una inyección de respetabilidad y dignidad al apellido Kincaid, había hecho lo incorrecto una y otra vez. Al igual que Iris y su momento Sombrero azul, sombrero verde, había estado dispuesto a poner del revés sus lealtades familiares y su sentido de la justicia.

Sombrero azul, sombrero verde era el libro preferido de Iris y él ni siquiera lo sabía. Estaba tan enfadado consigo mismo que cerró los ojos. En todo momento había considerado a la niña una responsabilidad más, una obligación, pero debía reconocer que, de nuevo, Greg tenía razón.

Aunque la decisión que estaba a punto de tomar, mejor dicho, que ya había tomado, sin duda complicaría sus planes de futuro, Iris debía estar con las personas que la habían cuidado durante más tiempo y que más la querían. Había llegado el momento de que el apellido Kincaid representase otra cosa.

– Está bien -dijo lentamente, y el dolor de cabeza se esfumó con la misma rapidez con la que había llegado-. Lo correcto y lo cierto es que eres el padre de Iris. Pero me cercioraré de que vosotros tres forméis una familia.

Rory extendió la mano pese a que fue consciente de que estaba echando a perder el mundo por el que hasta entonces había luchado.

Greg sonrió, se adelantó, no hizo caso de la mano extendida, dio un fuerte abrazo a su hermano y declaró:

– Nunca me has dejado en la estacada.


Rory palmeó la espalda de Greg. Aunque acababa de dar un giro irrevocable y tal vez definitivo a su futuro, tuvo la sensación de que, por primera vez, la nube de perdición dejaba pasar un halo de luz plateada.

Rory regresó a la fiesta y se dijo que la casa llena a rebosar de invitados, y las animadas conversaciones eran un indicio claro del éxito de la reunión para recaudar fondos. Contuvo una carcajada de sorpresa al reparar en que Aura se hallaba en un rincón del salón, por lo que resultaba evidente que hacía rato que había abandonado sus deberes de camarera. Estaba rodeada por un corro de hombres con esmoquin y había cogido el cuaderno de tapas azules; Rory creyó oír que alguien mencionaba en la misma frase el índice Nasdaq y el signo de sagitario.

Pasó por la biblioteca y enarcó las cejas al oír que el doctor John aconsejaba un tatuaje con un dragón a una mujer que lucía un collar de diamantes y un bronceado uniforme que había conseguido jugando al tenis una vez por semana. Tal vez él no era el único que jamás olvidaría esa velada.

Rory cruzó el umbral de la terraza e hizo una pausa. El senador sostenía el micrófono como si se dispusiera a dar un discurso y los asistentes se congregaron a su alrededor. Aspiró una bocanada de aire y recordó que, con su bendición, su tía de cuatro años sería adoptada por su hermano, que acababa de contraer matrimonio con su ex abuelastra. ¿Qué pensarían de esa situación el senador y el Partido Conservador?

Los titulares volvieron a parpadear en su mente.

Intentó convencerse de que lo querían a él, no a su hermano ni su situación familiar. Tal vez tendría que recuperar el terreno perdido y, como le había dicho Jilly, cerrar la mano para agarrar fuerte lo que quería y no dejarlo escapar. Maldita sea, eso era precisamente lo que quería.

¿De verdad era lo que quería? Tal como había dicho Greg, era autoritario, impaciente y poco diplomático. Además, se irritaba cuando estaba bajo el control de dirigentes del partido como Charlie Jax. Tenía que reconocer que los lentos engranajes del proceso político podían acabar con su paciencia. Por otro lado, era la situación ideal para alguien deseoso de cambiar de imagen y formar parte de un proceso dedicado a cambiar la imagen de la política. ¿O acaso no era tan ideal?

En ese momento el senador lo avistó desde el otro lado de la terraza e instantáneamente se acercó el micrófono a la boca.

– Un poco de atención, por favor. A lo largo de toda la noche he deseado que llegase el momento de presentar a nuestro anfitrión… ¡Rory Kincaid!

El anciano de sienes plateadas señaló a Rory con el micrófono.

Sonaron aplausos y otro grupo de invitados salió a la terraza. Rory se abrió paso entre los congregados y aceptó las palmaditas en la espalda, las bocanadas de perfumes caros y oír los nombres de los californianos distinguidos que habían asistido a la reunión. Se trataba de personas a las que respetaba y que lo respetaban, pero el nubarrón que se cernía sobre su cabeza volvía a crecer.

Le sorprendía que, estando como estaba a cinco metros del momento más importante y satisfactorio de su vida, no hubiera desaparecido la maldita nube de perdición.

Vislumbró algo rojo y rosa con el rabillo del ojo y le prestó atención. Se trataba de Jilly. Giró la cabeza y vio que bajaba la escalera que conducía a los jardines, seguida de la anciana Dorothy Baxter.

Repentinamente lo único que le importó en este mundo fue saber con certeza que Jilly estaba bien.

Levantó las manos por encima de los congregados e hizo la señal de pedir tiempo muerto. El senador Fitzpatrick parpadeó desconcertado y los aplausos se apagaron, pero Rory no hizo el menor caso y corrió en pos de las mujeres. La orquestra se arrancó con otra canción; no se sintió culpable de dejar que el aguerrido político tuviera que apelar a su extraordinaria habilidad y arreglara la situación. Al fin y al cabo, el senador estaba en su elemento, y él no.

Tampoco se sintió culpable de detenerse a corta distancia de Jilly y de la señora Baxter cuando las vio adentrarse en la rosaleda. Había algo en la rígida forma de caminar de la muchacha que le indicó que tal vez lo necesitaba, aunque sospechó que no necesariamente recibiría de buena gana su presencia.

Notó el perfume embriagador de las rosas cuando se detuvo entre las sombras de la entrada al jardín. No había ningún invitado que se hubiera alejado tanto de la casa y, gracias al claro de luna y a las lucecitas repartidas por los setos minuciosamente recortados, distinguió con toda claridad la tensión de Jilly.

– Abuela, no estoy dispuesta a hablar de ese tema.

¿Abuela…? De pronto, Rory recordó que el senador había llamado «Gillian Baxter» a Jilly. Enarcó las cejas y estudió atentamente a la abuela de la joven. Al igual que Jilly, se trataba de una mujer menuda que, por lo visto, no se arredraba a la hora de decir lo que pensaba.

– Niña, me da igual si estás o no dispuesta a hablar de ello, pero lo cierto es que estás en deuda con el hombre con el que estás prometida. En primer lugar, deberías llevar una ropa más apropiada.

– Me gusta la ropa que llevo -aseguró Jilly.

La mujer mayor dejó escapar un suspiro.

– No me cabe la menor duda, pero te eduqué para que supieras distinguir. Un vestuario menos llamativo, más discreto, sería lo más adecuado dada tu posición.

– ¿De qué posición hablas?

– Niña, no seas necia. Todos sabemos que esta noche Rory Kincaid anunciará su candidatura. Estás a punto de entrar en la arena política, es decir, en mi terreno, por lo que deberías escucharme con atención. Si quieres que te sea sincera, me sorprende que hayas logrado llegar tan lejos tú sola, aunque supongo que los años que pasaste en mi casa no quedaron totalmente olvidados tras tu trabajo en… en esa tienda.

Rory pensó que referirse a Things Past, la niña de los ojos de Jilly, como «esa tienda» no era lo más atinado. Respiró hondo y supuso que la muchacha no tardaría en estallar.

– Things Past -la corrigió Jilly sin inmutarse-. Es el nombre del negocio de mi madre, que ahora es mío.

Desconcertado ante su respuesta serena, Rory miró con atención a Jilly. Tuvo la sensación de que la presencia de la abuela había anulado la luz, la energía y la alegría que la convertían en una mujer tan singularmente única.

La alegría… Rory repitió mentalmente esa palabra y supo que era la adecuada. Jilly se alegraba con los colores, las texturas, la risa y la vida de una forma que él prácticamente había olvidado. Por otro lado, cuando estaban juntos en su vida también había alegría.

– Tu negocio, sí, bueno, es una forma de describirlo. -Dorothy Baxter hizo un ademán desdeñoso, estiró el brazo, tocó la mejilla de Jilly y se dio cuenta del respingo que pegó la joven-. A pesar de todo, te ha ido bien. Tu compromiso cuenta con mi plena aprobación. Supongo que ahora comprendes por qué quise mantenerte apartada de tu madre y de la clase de vida que llevaba.

Parecía que Jilly asimilaba las palabras con serenidad, aunque Rory tenía la certeza de que cada una de ellas era como un puñetazo. La joven no buscaba la aprobación de la abuela y, menos todavía, la aceptación a través del ficticio compromiso con él. La vio cerrar lentamente las manos y supo que ansiaba arrojar la verdad a la cara de la mujer mayor. Jilly abrió la boca, apretó los labios y volvió a separarlos.

Rory se tensó y se preparó para oír su respuesta. Si le contaba a la abuela, que era una de las principales contribuyentes a las arcas del Partido Conservador, que el compromiso era un montaje, ya podía despedirse de sus aspiraciones al Senado. Sin el compromiso, sus apariciones en la prensa sensacionalista se convertirían en escándalos que una mujer como Dorothy Baxter no estaba dispuesta a tolerar en un candidato del Partido Conservador.

La pérdida del apoyo de Dorothy Baxter y un titular como «¡El nieto engendra a su tía!» lo obligarían a renunciar a la candidatura. Aspiró aire bruscamente y la nube de tormenta creció sobre su cabeza. Supo que era imposible que sus aspiraciones políticas capeasen ambos temporales.

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