Sloane no perdió la valentía hasta que aparcó junto a la antigua casa de su madre. Al salir del coche, las rodillas le flaquearon y comenzó a temblar. Habría dado cualquier cosa porque Chase la hubiera acompañado, pero lo necesitaban en otro lugar y no le molestaba que estuviera con su familia. ¿Acaso no había ido a Yorkshire Falls para averiguar más detalles sobre la suya? Aunque no supiera con qué se encontraría.
Soplaba una brisa fría, lo cual le estimulaba la circulación y la adrenalina. Se envolvió con la chaqueta vaquera y observó la casa mientras se acercaba a ella. Parecía bien.conservada. Sloane supuso que las niñas que jugaban en el patio trasero y la bandera estadounidense que ondeaba en el porche indicaban que era una casa apreciada por sus ocupantes.
No quería asustar a las niñas presentándose de repente en el patio, así que llamó a la puerta para pedir permiso.
Una mujer abrió.
– ¿En qué puedo ayudarte? -Se secó las manos en los vaqueros y se apoyó en el marco de la puerta.
Al ver a la propietaria, una mujer con una media melena, uñas arregladas y una sonrisa amistosa, Sloane no supo por dónde empezar.
– Tal vez te parezca una tontería, pero mi madre se crió aquí y… bueno, ¿te importaría que echara un vistazo?
La mujer sonrió.
– No, en absoluto. -Abrió la puerta del todo. -Pasa. -Se hizo a un lado y dejó entrar a Sloane. -Soy Grace McKeever.
– Sloane Carlisle -repuso diciendo la verdad. Observó el papel pintado, con motivos florales, y el suelo y el mobiliario de madera oscura. Tuvo el presentimiento de que habían redecorado la casa recientemente y de que habría cambiado mucho desde que su madre viviera allí. -¿Hace mucho que vives aquí?
– Unos ocho años. Por lo que sé, la casa ha cambiado varias veces de manos. -Señaló la amplia entrada y la escalera circular que tenían delante. -No sé qué buscas, pero estás en tu casa.
«Hospitalidad de ciudad pequeña», pensó Sloane sintiéndose bien acogida, pero negó con la cabeza.
– Gracias, pero no. -Sloane no sabía cuál había sido la habitación de su madre. -Sólo quería ver la cabaña del árbol. Me encantaría, si no te importa.
Grace se rió y se colocó el pelo detrás de una oreja.
– Claro que no. Mis hijos pasan mucho tiempo ahí. Ven, te la enseñaré. -Condujo a Sloane por la casa hasta la cocina y luego por una puerta corredera de cristal que daba al patio trasero.
Este se extendía ante sus ojos y se imaginó a su madre jugando allí de niña. O tal vez no, teniendo en cuenta la educación represiva y las estrictas normas del abuelo. Pero era innegable que ahora mismo allí había dos adolescentes riéndose y seguramente hablando de chicos.
Del mismo modo que Jacqueline y Raina habían hablado del hombre a quien Jacqueline quería. El hombre llamado Samson. Su padre.
– Chicas, es hora de que Hannah vuelva a casa -gritó Grace.
– ¿Puedo quedarme, Grace? Llamaré a Kendall y estoy segura de que le parecerá bien. Además, no sabe cocinar y prefiero comer aquí. -Una jovencita rubia y guapa muy maquillada llegó corriendo.
Por los nombres pronunciados, Sloane sabía que estaba ante la hermana de Kendall, Hannah. El hecho de que ambas chicas no pararan quietas le recordó a sus hermanas gemelas y se esforzó por no reírse.
Una joven morena tan guapa como Hannah se acercó a ésta.
– Venga, mamá. Hay comida de sobra para todos.
Grace arqueó una ceja.
– Y lo sabes porque… ¿me has ayudado a preparar la cena? -preguntó con sarcasmo.
– Porque siempre preparas mucha comida y, además, Hannah no come mucho, ¿a que no, Hannah?
– Es verdad. En serio. -La hermana de Kendall sostuvo una mano en alto.
– Bueno, hemos quedado para cenar con tu padre en Norman's y Hannah puede venir con nosotras si quiere. Kendall podría recogerte allí mismo o puedo dejarte en casa cuando volvamos. Pero llámala y asegúrate de que le parece bien.
– Genial, mamá, ¡gracias!
– Gracias, Grace. ¡
Las chicas salieron disparadas antes de que Sloane tuviera tiempo de presentarse.
– Lo siento. Ojalá pudiera decir que suelen tener mejores modales, pero son adolescentes y sólo piensan en sí mismas. -Sonrojada, Grace se echó a reír.
– No pasa nada. Tengo hermanas y lo comprendo.
Grace asintió.
– Gracias. Ahí está la cabaña. -Señaló el final de la finca, hacia un árbol grande. -No hay prisa, ¿de acuerdo? Ha sido un placer conocerte.
Sloane le sonrió. -Lo mismo digo.
– No se me ha ocurrido preguntarte dónde vives, pero estoy segura de que volveremos a vernos. -Grace se volvió y se encaminó hacia la casa mientras Sloane se preguntaba por qué no se había molestado en corregirla y decirle que no vivía en Yorkshire Falls.
Ahondar en ese asunto en esos momentos sería una fuente de dolor y, con un padre desconocido en perspectiva, tenía la corazonada de que dolores no le iban a faltar. Se acercó a la cabaña del árbol y se disponía ya a subir por la precaria escalera cuando oyó un ruido en los arbustos. Parecía que hubiese alguien al acecho. Miró hacia la casa, pero Grace ya había entrado.
El corazón comenzó a palpitarle, aunque le parecía una tontería sentir miedo en aquel pueblo tan tranquilo.
– ¿Hola? -dijo tratando de aparentar normalidad.
Volvió a oír crujidos y vio a un hombre que se ponía de pie y se disponía a salir corriendo.
– No, espera. -Algo la impulsó a detener al desconocido antes de que huyera.
La figura se detuvo y se volvió hacia Sloane. Unos ojos familiares la miraron desde un rostro masculino curtido y sin afeitar.
– ¿Samson? -conjeturó.
– Te pareces a tu madre -dijo él sin preámbulos ni formalidad alguna.
– ¿Es eso un cumplido? -Sloane tragó saliva, estremecida. Después de tanto buscarlo, allí estaba. Así de fácil.
– Interprétalo como quieras. -La miró de hito en hito durante unos incómodos instantes y, de repente, se dio la vuelta para marcharse.
– No te vayas, por favor -le suplicó Sloane, presa del pánico.
Samson se detuvo, pero no se volvió.
– ¿Por qué has venido aquí? -le preguntó Sloane; quería saber si lo había empujado el mismo sentimiento que a ella, si el destino era tan desconcertantemente simple.
Samson se encogió de hombros.
– Tampoco es que tenga muchas más alternativas.
– Tu casa. Siento lo del incendio.
– Salvo que encendieras la cerilla, no deberías sentirlo.
Sloane apretó los puños y los abrió. Saltaba a la vista que a Samson le daba igual que alguien se preocupase por él, pero Sloane decidió no darle más vueltas al asunto en esos momentos. Confiaba en que pudiesen pasar más tiempo juntos.
– Pero ¿por qué has venido aquí? ¿Por qué ahora?
– Me cansé de evitar a los polis.
– ¿Cómo dices? -Contuvo el impulso de acercarse a él ya que temía que saliese corriendo.
– No podía ir a ningún sitio público, así que decidí venir aquí. A veces lo hago, cuando las chicas están en el instituto.
– ¿Porque la cabaña del árbol te trae recuerdos? -conjeturó Sloane.
Samson se limitó a gruñir.
Ella lo interpretó como una respuesta afirmativa. Estaba sola y además se había encerrado en el pasado. Sloane pensó que su historia era cada vez más triste y, aunque se alegraba de» verlo, ahora contemplaba su propia vida desde una perspectiva diferente. Samson no le habría brindado las oportunidades que Michael Carlisle le había dado.
– Tengo que irme.
– Pero quiero conocerte. -Cualquier cosa serviría con tal de que no se fuese. -Y he oído decir que querías conocerme.
Samson frunció el cejo.
– Lo que quería era verte de cerca. Para asegurarme. Ahora ya puedo irme.
A Sloane le habían dicho que Samson era hosco y antisocial, pero nunca se había imaginado que sería tan desagradable con ella. «¿Qué esperabas, Sloane, una reunión familiar acogedora y alegre?», se preguntó. Eso no pasaría. Samson no era un Chandler ni tampoco un Carlisle, y Sloane no tenía derecho a esperar que se comportase como uno de ellos. Al fin y al cabo, ya se lo habían advertido.
Pero Samson compartía parte de la sangre que le corría por las venas y no pensaba desaparecer de su vida como si nada. Ya tendría tiempo de analizar la desilusión que sentía, pero en esos momentos no pensaba darse por vencida.
– ¿De qué querías asegurarte? ¿De que era tu hija? -le preguntó.
– Sí. -Samson alargó la mano, como si quisiera tocarla, pero la dejó caer. -Tienes el pelo de tu madre y los ojos de mi madre. Estoy seguro de que eres hija mía. ¿Quién te dijo que el todopoderoso senador no era tu padre? -le preguntó sin ningún tacto.
A juzgar por el tono de Samson, estaba enfadado con el senador y no se fiaba de él. Era cauto, y Sloane lo comprendía. Pero Michael no tenía la culpa y debía explicárselo a Samson. Sobre todo si quería que los hombres de Michael dejaran de perseguirlo.
^Mi padre…, es decir, el senador Michael Carlisle reconoció que no era hija suya -respondió tratando de añadir un efecto realista a la verdad.
Samson alzó la cabeza y sus miradas se encontraron.
– Fui a Washington hace varias semanas. Hablé con el senador y me lo dijo.
La noticia sorprendió a Sloane.
– ¿Qué te dijo exactamente?
– Dijo que te contaría la verdad sobre mí, que ya eras mayor para asimilarla. Como el maldito idiota que soy, lo creí. Sloane entrecerró los ojos.
– Michael no miente -le aseguró a Samson. Estaba convencida de que el senador se lo habría contado. Madeline misma se lo había dicho así.
– Entonces, ¿por qué sus matones me dijeron que desapareciera? ¿Y por qué mi casa saltó por los aires justo después?
Sloane parpadeó a medida que iba comprendiendo los detalles de la situación.
– Todo eso sucedió sin el conocimiento de Michael.
– Habla claro, jovencita. ¿Quién no sabía qué? -Samson dio una patada en el suelo de tierra con la desgastada zapatilla de deporte.
Samson había vuelto a bajar la mirada, aunque seguía allí, lo cual era todo un1 progreso.
– Los hombres de Michael actuaron por su cuenta, sin consultarle. El no sabe que te amenazaron. Estoy segura de ello.
– ¿Y por qué estás tan segura?' ¿Porque ha sido un dechado de virtudes y siempre te ha contado la verdad?
Sloane se estremeció y aceptó la bofetada verbal. Tenía parte de razón, pero ella se sentía obligada a defender al hombre qué la había criado.
– Michael siempre ha obrado en mi interés, o en lo que creía que era mi interés -le explicó. -Tal vez me ocultara la verdad, pero es un hombre de palabra. Si dijo que me lo contaría, es porque iba a hacerlo. Sus hombres actuaron por cuenta propia. Apostaría mi vida si fuera necesario.
– ¿Ha sido buena? -le preguntó Samson en un tono que sorprendió a Sloane. Inspiró hondo, desconcertada. Durante unos instantes, un hombre preocupado y cariñoso había sustituido al viejo hosco. -¿Ha sido una vida buena?
A Sloane se le humedecieron los ojos.
– Sí, ha sido una vida maravillosa.
Samson suavizó la expresión del rostro.
– Me lo imaginaba. Lo comprobé en persona cuando regresé a por tu madre. Se había casado con otra persona. -Sin mediar palabra, Samson se sentó sobre la hierba, como si no pudiese soportar el peso que suponía contar aquella historia.
Sloane se agachó y se quedó en cuclillas junto a él.
– ¿Fuiste a buscar a Jacqueline? -Sloane arrancó una brizna de hierba y la retorció entre los dedos; le era más fácil concentrarse en algo material que en el doloroso pasado de sus padres.
– Es una forma de hablar. -Samson entornó los ojos y miró hacia el sol. -Me aseguré de que vivía bien. Pero entre otras amenazas, su padre me dijo que si no me mantenía lejos de su hija, se aseguraría de que los usureros que le habían prestado dinero a mi padre fueran a por él. Tu abuelo dijo que Jacqueline sólo tenía dieciocho años y que yo no podría mantenernos a los dos. Si aceptaba sus condiciones, dijo que haría desaparecer las deudas de mi familia.
– Y aceptaste.
Samson asintió.
^Antepuse la familia a mis deseos. No tenía elección.
«Como Chase», pensó Sloane estableciendo un paralelismo inesperado. Dos hombres dispuestos a renunciar a ella por el bien de la familia. Se dio cuenta de que el planteamiento era irracional: Samson no sabía que Jacqueline estaba embarazada, mientras que Chase se había apartado de Sloane de manera plenamente consciente.
– No sabías que Jacqueline estaba embarazada, ¿verdad? -preguntó Sloane para asegurarse.
– No, pero estaba casada con alguien que tenía dinero y que le proporcionaría una vida mucho mejor de la que yo podría haberle ofrecido.
Sloane trató de contener las lágrimas en vano.
– ¿Cómo supiste de mi existencia? -le preguntó susurrando.
– Por las imágenes. Cuando comenzó la campaña presidencial te vi en la televisión con el senador. Tu pelo rojo ondeando al viento. Fui a la biblioteca, averigüé cuándo habías nacido y até cabos. -Tosió y acabó riéndose. -Apuesto a que creías que tu viejo ni siquiera sabía qué era una biblioteca, sin embargo antes era más listo, antes de que la vida se interpusiera en mi camino.
Sloane levantó una mano, pero pensó que no serviría de nada y la dejó caer. No sabía qué decir.
– En cuanto supe la verdad, fui a ver al todopoderoso senador. Me dijo que te contaría la verdad y que nos conoceríamos. Al cabo de una semana, un hombre se presenta en mi casa y dice que el senador ha cambiado de idea. No pensaba arriesgar su carrera por alguien como yo. Reconocer la verdad supondría una amenaza para la campaña. -Golpeó la hierba con la mano. -Yo lo único que quería era verte una vez, hablar contigo, comprobar que eras hija mía y marcharme. -Se levantó, dispuesto a hacer precisamente eso.
– Samson, espera. -Sloane se puso en pie de un salto para detenerle pero, en ese preciso momento, oyó que Grace la llamaba.
– No estoy de humor para ver a nadie. -Samson se dirigió hacia los arbustos.
Sloane se quedó muda. No quería despedirse todavía, y menos sin saber cómo volver a dar con él.
– ¿Sloane? -Grace la llamaba desde el porche entarimado de la casa.
Sloane miró hacia allí.
– Ya voy. -Cuando se volvió, Samson había desaparecido.
Dejó caer las manos a los costados, desalentada por la oportunidad que acababa de dejar escapar.
Regresó a la casa pensando en Samson. Había conocido a su padre, y no había imaginado que todo acabaría tan rápido. Mientras recorría el césped en el que su madre había crecido, se estremeció al pensar que en aquel pueblo se sentía como en casa, o al reconocer el extraño vínculo que había sentido con el hombre excéntrico que había huido en cuanto había aparecido otra persona.
– Sólo quería decirte que nos marchábamos -le dijo Grace mientras Sloane subía la escalera del porche. -Las chicas están en el coche, las voy a llevar a cenar. -Fingió estremecerse ante esa idea. -Puedes quedarte aquí el tiempo que quieras.
– Gracias, Grace, has sido muy amable.
– No hay de qué. Te he visto con alguien. ¿Hablabas con los vecinos?
– Algo así. -Sloane se encogió de hombros, ya que no quería revelar el escondite de Samson. -Creo que yo también me marcho.
– Pero si ni siquiera has subido a la cabaña. -Grace señaló hacia lo lejos. -Es un lugar increíble. Sloane sonrió.
– Entonces tendré que volver otro día, si te parece bien. Grace asintió.
– Por supuesto que sí. Vamos. Te acompañaré hasta la calle.
Mientras salían por el camino de entrada, Grace habló de cosas triviales hasta que llegaron a los coches. El vehículo de alquiler de Sloane bloqueaba el paso del monovolumen de Grace.
– ¿Lo ves? Habría tenido que moverlo de todas maneras para que pudieras salir.
Grace se dispuso a abrir la puerta del coche y se detuvo.
– Hannah me ha dicho que cree que eres la nueva novia de Chase.
Sloane se rió.
– No sé qué es peor, lo rápido que corren los rumores en un pueblo o la visión que tiene de las cosas una adolescente.
– ¿Quieres decir que Hannah exagera? -Grace se llevó la mano al pecho y adoptó una expresión de perplejidad. -Cuenta, cuenta -dijo riéndose.
Sloane puso los ojos en blanco.
– Digamos que eso es la punta del iceberg.
A Grace se le iluminó el rostro de curiosidad y se frotó las manos.
– Parece una historia interesante.
– Que no vale la pena contar -repuso Sloane tratando de ocultar en vano la desilusión que sentía por el rumbo que había tomado su relación con Chase.
Se despidió de Grace y de las chicas antes de subir al coche y salir del camino de entrada.
Trató de contener la espiral de emociones y evitar cualquier pensamiento o sentimiento relativos a Samson. Necesitaba tiempo para asimilar la conversación que habían mantenido, para comprender los hechos que lo habían convertido en el hombre que era. Sin embargo, no pensar en Samson significaba concentrarse en Chase. Y la perspectiva tampoco era halagüeña.
A pesar del dolor, el sentido común le indicó, que no podía culparlo de no entregarse; al fin y al cabo, él nunca le había prometido tal cosa. Había tenido suerte de que la ayudara tras el accidente y debería sentirse agradecida por el tiempo que habían compartido. Era una buena persona, un hombre que en otra vida habría sido un marido maravilloso.
Pero Chase Chandler ya había tomado una serie de decisiones y Sloane no figuraba en ninguna de ellas.
– Si no fuera porque parece imposible, diría que yo misma me provoqué los problemas cardíacos. -Raina observó su dormitorio, contenta de estar de nuevo en casa, un tanto asustada por la dolencia y sintiéndose más que culpable por lo que les había hecho a sus hijos.
Eric se sentó a su lado. Raina había redecorado el dormitorio que había compartido con John, su esposo, y desde hacía poco había comenzado a pensar que aquel espacio también era de Eric.
– Como médico tuyo, te aseguro que la farsa no provocó esta enfermedad. -Le tomó la mano y se la llevó al corazón. -Pero como el hombre que te quiere, debo decirte que el estrés que has vivido últimamente no te ha beneficiado.
Raina asintió.
– Lo comprendo, en serio. Sólo deseo que Chase se percate de su error…
Eric la interrumpió al levantarle la mano y besarle los nudillos. Raina pensó que Eric siempre lograba que se callara de forma sorprendente, y el corazón comenzó a palpitarle mientras una sensación cálida le recorría el cuerpo.
– Me gusta cuando me tocas -le dijo.
– ¿Ves lo fácil que es hacerte pensar en otra cosa? -repuso Eric riéndose. -Cada vez que menciones a los chicos tendré que besarte hasta que los olvides.
Raina se apoyó en la almohada y se volvió hacia él.
– Quiero casarme. Quiero que puedas hacerme callar cuando quieras, de día o de noche. -Lo atrajo hacia sí. -Quiero prepararte el desayuno todas las mañanas y que te ocupes de mí todas las noches.
– Raina Chandler, ¿qué pensaría el pueblo si supiera lo muy anticuada que eres? Ella se rió.
– Pensarían lo que ya sé, que tengo suerte de haberte encontrado. Y puesto que la vida es tan corta, no quiero aplazar más el que compartamos nuestras vidas.
– Nunca te lo he impedido.
– Sé que ha sido culpa mía, que he sido yo la que ha insistido en esperar. Sólo quería que mis hijos fueran felices. Eric le acarició la mejilla.
– Y lo son, Raina. Los has criado bien. Ha llegado el momento de que los dejes seguir su propio camino.
– ¿Ahora? ¿Antes de que Chase arregle este desaguisado? Eric le dedicó una sonrisa.
– ¿Qué mejor regalo podrías darles? ¿Qué mejor regalo podrías darte que dejarlos en manos de su criterio y de su destino?
– Para serte sincera, el criterio de Chase es excelente cuando se trata de la familia, pero deja mucho que desear cuando se trata de su vida personal.
Eric soltó una carcajada.
– Te quiero, Raina. Veamos, ¿qué te parece si fijamos una fecha?
Sonó un timbre, y eso evitó que Raina respondiera.
– Es el horno. Estaba calentando la comida de Izzy. Tengo que ir a echar un vistazo antes de que se queme -dijo Eric mientras se levantaba de la cama, -pero no creas que he olvidado dónde nos hemos quedado.
– Claro que no. -Esperó a que Eric saliera por la puerta del dormitorio. Ni se imaginaba lo muy afortunada que había sido la interrupción porque Raina no pensaba casarse hasta que Chase le pidiese a Sloane que se casase con él.
¿Dónde estaba Sloane? Chase había dejado a su madre en su casa hacía horas, en manos del siempre competente Eric, y había vuelto a su domicilio esperando encontrar a su invitada, pero allí no había nadie. Tal como debía ser.
Entonces, ¿por qué no se sentía mejor?
Porque Sloane le importaba, porque la quería a su lado. Frustrado, propinó una patada al suelo enmoquetado.
Recogió las llaves y se dirigió hacia la puerta en el preciso instante en que ella entraba lentamente, ajena al hecho de que Chase había estado yendo de un lado para otro inquieto. El quería respuestas, saber dónde había estado después de la cena, pero al ver la expresión aturdida y desorientada de Sloane, cambió de idea.
De hecho, había caído en la trampa más vieja del mundo. Trató de superar el enfado y exhaló con fuerza. Sabía que Sloane había ido a la antigua casa de su madre, pero de haber ocurrido algo grave ella lo habría llamado. Se lo había prometido.
¿O acaso Raina le había pedido que luego fuese a verla? Ya no lo recordaba.
– ¿Dónde has estado? -La observó con detenimiento para no perderse ningún detalle de su expresión y adivinar qué estaba pensando.
Sloane se encogió de hombros.
– Por ahí. -Pasó por su lado mientras agitaba los brazos junto a los costados. Sin mirarlo a los ojos.
– Has dicho que irías a la antigua casa de tu madre. ¿Te han disgustado los recuerdos? -A pesar de no estar plenamente convencido, le rodeó los hombros con el brazo y la atrajo hacia sí.
Chase sintió que Sloane se resistía, intentando mantener la distancia que él había creado en el hospital. Pero, del mismo modo que a él sus sentimientos más sinceros lo llevaban hacia ella, Sloane acabó cediendo.
Su cuerpo se moldeó con el de Chase y apoyó su peso en él.
– He encontrado a Samson -dijo, mientras sentía que las piernas le flaqueaban.
– ¿Qué? -Chase le dio la vuelta y la sostuvo para evitar que se derrumbara.
Sloane lo miró con los ojos muy abiertos.
– He encontrado a… mi padre. A mi verdadero padre. -Se le quebró la voz y se derrumbó. -He ido hasta la cabaña del árbol y… -Colocó las manos frente a sí, como si implorase. -Y allí estaba, como si se hubiera materializado de la nada.
Así era Samson, pensó Chase. Iba y venía a su antojo sin que a nadie le importara lo suficiente como para fijarse en él. Se dejaba ver sólo cuando le venía en gana. Pero después de la explosión y su posterior desaparición, no era casual que Sloane se lo hubiera encontrado. Era obvio que él había ido a su encuentro. Si no era así, entonces es que Samson había ido a la cabaña del árbol por el mismo motivo que Sloane, en busca de paz y tranquilidad. Chase se preguntaba si ambos habrían encontrado las respuestas que buscaban.
– Ahora ya sabes dónde he estado. -Sloane se estiró e irguió.,
El lenguaje corporal indicaba que ya no necesitaba a Chase, pero él ya la conocía. Percibió el deseo en su mirada, el mismo que lo consumía a él. No sólo se trataba de un deseo físico que cualquiera podría satisfacer, sino también de uno emocional que sólo ella podría calmar. Chase sentía la imperiosa necesidad de poseerla y aliviar su dolor.
– Tengo que descansar -dijo Sloane y se dispuso a irse, pero Chase la detuvo apenas tocándole al brazo. Ella se volvió y arqueó una ceja. -¿Pasa algo?
«Joder, claro que sí», pensó Chase. Pasaban muchas cosas. Desde los sentimientos contradictorios hasta el acuciante deseo de arrastrarla hasta la cama y hacerle el amor… sin palabras, sin preguntas. Pero eso no arreglaría nada, ni sus problemas ni los de ella.
A juzgar por la expresión de Sloane, estaba bastante dolida.
– Has dicho que acabas de conocer a tu padre verdadero y justo después que necesitas descansar. ¿No crees que te has dejado algo importante por el camino?
– Nada de lo que no pueda ocuparme sola. -Sloane apartó la mirada para darle a entender de forma harto significativa que lo excluía a propósito.
– No tienes por qué ocuparte sola de las cosas -le recordó Chase, aunque sus palabras no se correspondían con su voluntad.
Sloane ladeó la cabeza con un aire desafiante que no presagiaba nada bueno.
– ¿Ah, no? ¿Desde cuándo comparto mi vida con alguien?
– ¡Touché!-Chase se estremeció. -Sabes que puedes contar conmigo.
– Sí, lo sé -repuso Sloane bajando la mirada- porque tú, Chase Chandler, eres el salvador de todo el mundo.
Sloane se mordió la cara interior de la mejilla, conteniendo el impulso de hacer lo que Chase le sugería, apoyarse en él y dejar que sus problemas fueran más llevaderos; al menos mientras él la abrazara y la protegiese.
– Entonces déjame hacer lo que mejor se me da -dijo Chase.
Bastó verle la sonrisa torcida y el guiño pícaro para que Sloane sintiera la tentación de ceder. Pero también pensó que Chase se había especializado en acudir al rescate de los necesitados por un único motivo: lo sentía como su deber.
– Ojalá pudiera entregarme con la misma facilidad que tú. -Sloane se esforzó por no mirarlo. -Ahora mismo estás conmigo, pero dentro de nada me habrás dejado. No me malinterpretes, entiendo el porqué…
– Entonces ya entiendes mucho más que yo -la interrumpió Chase. Se pasó la mano por el pelo antes de pellizcarse el puente de la nariz, un gesto que Sloane sabía que denotaba reflexión y que hacía que aún le resultase más atractivo. Maldita sea.
– Ha sido un día largo. Entre la repentina enfermedad de tu madre y la aparición de mi padre, bueno, ya no necesitamos más dramas en nuestras vidas.
– No, pero ahora mismo yo sí te necesito a ti -declaró con voz ronca, y Sloane no dudaba de ello. «Ahora mismo.» Eso era lo que le molestaba.
A pesar de esas aprensiones, también se sentía liberada. Chase no había cambiado de actitud desde que se habían conocido, era ella la que lo había hecho. Sloane deseaba el mismo final feliz que tanto ansiaba Raina, y lo quería con Chase. Sabiendo que nunca lo conseguiría, decidió pasarlo bien con él una última vez.
Tras el encuentro con Samson, Sloane se sentía más vulnerable que nunca. Se tragó el orgullo y le tendió la mano.
– Yo también te necesito -admitió.