CAPÍTULO 05

Sloane se acomodó en un sillón reclinable de la sala de estar de Chase, en su casa victoriana antigua pero bien conservada. Le parecía extraño estar allí con él después de pensar que no se volverían a ver.

La planta baja de la casa albergaba la redacción del Yorkshire Falls Gazette, mientras que la planta de arriba era su territorio privado. Observó su casa como mujer, no como decoradora, analizando la guarida del hombre con el que se había acostado. A pesar de la madera oscura y de la falta de florituras, no se perdió los toques que la hacían acogedora: las alfombras orientales en el suelo de madera noble, las fotografías de la familia colocadas de modo que indicaba la importancia que tenía para él, y el desorden tan típico de los hombres que viven solos.

Y aquél era todo un hombre. Mientras hablaba con su hermano junto a la ventana, notó su energía contenida, la misma que había empleado para hacerle el amor. Sloane lo observó y se dio cuenta de que la memoria le había fallado. Era incluso más guapo de lo que recordaba. Y mientras él gesticulaba, ella miró cómo los vaqueros manchados de hierba se le ceñían a su increíble trasero.

Se estremeció, y esta vez no fue por la conmoción. Cielos, de lo que era capaz aquel hombre con sólo mirarla. Antes, cuando se había abalanzado sobre ella, había reconocido su olor y, a pesar del peligro, se había excitado en seguida. Ya tenían un vínculo, el cual no hacía más que convertir aquella situación en algo incluso más surrealista. ¿Cómo era posible que se hubieran encontrado de nuevo? Sloane ya había contestado las preguntas del agente Rick Chandler, pero ahora le quedaban unas cuantas que formularle ella a Chase.

Estiró los pies y su cuerpo magullado notó el dolor infligido al lanzarse al suelo para salvar a Perro. Se había enterado de que así era como se llamaba la mascota de Samson. El nombre era otro triste indicio sobre la existencia que llevaba ese hombre. Por lo menos los bomberos habían confirmado que no había nadie en la casa en el momento de la explosión, lo cual la libró del temor de que Samson hubiera sufrido algún daño o algo peor.

Tras irse de allí, ella y Chase habían llevado a Perro al doctor Sterling, el veterinario del pueblo, para que le hiciera una revisión v cuidara de él hasta que Samson regresara. Nadie se había planteado qué hacer con el animal si Samson no aparecía. Sloane se estremeció y se rodeó el cuerpo con los brazos para controlar un nuevo escalofrío.

– ¿Te encuentras bien? -Chase se acercó a ella y puso una mano en el cojín en el que tenía apoyada la cabeza, tan cerca, que Sloane automáticamente se distrajo.

– Por supuesto que sí. ¿Por qué no iba a estarlo? Cada día veo cómo explotan unas cuantas casas. -Dejó escapar una risita aguda, consciente de que seguía estando a punto de sufrir un ataque de nervios, aunque hubieran transcurrido más de dos horas desde la explosión.

Rick se acercó a ella, pero Chase se interpuso entre Sloane y su hermano.

– Ya ha tenido suficiente, Rick. Déjala descansar esta noche. Mañana la llevaré a la comisaría para que firme la declaración oficial.

Chase actuaba como barrera protectora ante el policía y ella agradecía su caballerosidad. Pero por aturdida que estuviera, era perfectamente capaz de lidiar con Rick y responder a cualquier pregunta que el cuerpo de policía de Yorkshire Falls quisiera hacerle. Al fin y al cabo, era la hija del senador Michael Carlisle o, por lo menos, él la había criado. Y sus «padres» le habían enseñado la lección de que, cuanto más comunicativa y menos evasiva, más satisfecho se quedaría su entrevistador.

– Si el agente tiene más preguntas, estoy más que dispuesta a responderlas -declaró, mirando por el costado de Chase para ver a Rick.

Este le dedicó una mirada de agradecimiento y ella se fijó realmente en él por primera vez. Aunque tanto Rick como Chase eran hombres apuestos, las semejanzas acababan ahí. Rick, de pelo castaño y ojos color avellana, atraería la atención de cualquier mujer. Pero Chase, con su expresión intensa, unos ojos increíblemente azules y el pelo negro azabache… era quien le parecía más sexy.

– ¿Y bien? -preguntó Chase a su hermano cruzando los brazos sobre el pecho.

Para su sorpresa, Rick negó con la cabeza.

– Creo que por ahora es suficiente. -Se guardó la libreta en el bolsillo y se hizo a un lado para poder verla bien. -Sólo quiero aclarar una cosa si no te importa.

Sloane se aovilló, con las piernas dobladas, haciendo caso omiso de la protesta de sus doloridos músculos. En esos momentos un baño caliente le habría ido de perlas.

– Dices que has venido a Yorkshire Falls para visitar el pueblo natal de tu madre -dijo Rick.

– Así es. -Se mordió el labio inferior porque odiaba haber tenido que soltarle una trola al agente, pero sabía que no le quedaba más remedio. -Quería visitar a algunos de sus viejos amigos y los sitios que frecuentaba.

– ¿Y Samson era un viejo amigo?

Ahí Sloane se anduvo con cuidado.

– Mi madrastra me dijo que había sido una persona importante en la vida de Jacqueline. Me pareció que valía la pena ir a verlo. -Alzó la vista e intentó adoptar una expresión sincera. Como a lo largo de su vida se había saltado más de un par de veces el toque de queda, había logrado perfeccionar la expresión.

– Y por eso fue a casa de Samson -concluyó Chase. -Caso cerrado, Rick. Ya te puedes marchar. -Le dio a su hermano una palmada en la espalda como excusa evidente para irlo conduciendo hacia la puerta.

Rick ladeó la cabeza hacia ella.

– Ya hablaremos mañana, Sloane.

– ¿Eso es una forma educada de decir «no salgas del pueblo»? -preguntó ella con ironía.

– Sí, señora. -Le dedicó una sonrisa infantil, y Sloane se preguntó cuántos corazones habría roto antes de casarse. Se había fijado en la alianza que llevaba en la mano izquierda, señal inequívoca de que alguna afortunada había cazado al guapo policía.

Lo cual la hizo pensar en Chase. ¿Estaba saliendo con alguien antes de su interludio? ¿Alguien a quien seguía viendo? Se sorprendió al darse cuenta de lo mucho que le molestaba la idea.

Cuando Chase acompañó a su hermano a la puerta, Rick no pareció ofenderse. Según lo que Sloane había podido ver, entre aquellos dos hombres existía un cariño genuino que se notaba en todo lo que hacían o decían. Un vínculo familiar. Ella lo comprendía a la perfección porque compartía el mismo tipo de relación con sus padres y hermanas. No tenía ni idea de cómo la recibiría su único pariente de Yorkshire Falls, y se estremeció al pensarlo.

«¿Cuánto tardaré en descubrirlo?», se preguntó Sloane. Había fracasado en su misión de encontrar a Samson y, al haberles mentido a Rick y a Chase sobre el motivo de su presencia en el pueblo, probablemente su búsqueda resultara más difícil. Quizá aquellos hombres pudieran ayudarla a localizar a Samson. Neutralizar la amenaza que suponían los hombres de Michael.

Pero para sincerarse con ellos necesitaba un nivel de confianza que todavía no había alcanzado. Ni con el agente de policía ni con el periodista. La profesión de Rick lo convertía en un elemento imprescindible y Chase era un enigma que podía hacer salir a la luz toda aquella historia.

Bostezó y sintió que estaba a punto de dejarse vencer por el agotamiento. Le parecía increíble todo lo que había pasado en las dos últimas horas, pero después de que Rick Chandler la obligara a revivir la explosión, estaba convencida de que no había sido una pesadilla.

La puerta se cerró y Chase entró de nuevo en el salón, mirándola fijamente.

– Estamos solos. Ahora cuéntame el verdadero motivo por el que buscas a Samson porque no me creo ese cuento chino que le has largado a mi hermano.

Sloane tragó saliva al tiempo que se agarraba con fuerza a la tapicería del sillón. No se había imaginado que él se daría cuenta del engaño.

– Ya te lo he contado. Dos veces, si no me equivoco.

Chase se acercó a ella enfadado, apoyó las manos en los brazos del sillón y se agachó de forma que sus caras quedaron separadas por apenas unos milímetros. Sloane ya sabía qué sabor tenían aquellos labios. Se le aceleró el corazón y, si él le prometía un beso, probablemente cediera a su exigencia de que le contara la verdad.

– No me creo tu excusa, cariño. La noche que pasamos juntos también me contaste otras cosas. Cosas íntimas, personales.

– ¿Como por ejemplo? -Porque en ese momento, a duras penas recordaba ni su nombre. Se humedeció los labios, satisfecha cuando los ojos de él siguieron su movimiento y las pupilas se le dilataron de deseo. Por lo menos no era la única que estaba al borde de la locura.

– Dijiste que tu vida se basaba en una mentira, pero que aun así se esperaba de ti que hicieras lo correcto. ¿Acaso Samson forma parte de esa mentira? -inquirió sin que su mirada seria pero, oh qué sexy, se apartara de ella.

Tenía más ganas de confesarse con él que de respirar. Quizá incluso más de las ganas que tenía de que la besase, y eso ya era mucho. Pero la parte del cerebro que todavía le funcionaba, por ínfima que fuera en esos momentos, se imponía.

– ¿De verdad esperas que responda a tus preguntas mientras la mayor parte de las mías siguen sin respuesta?

– Querida, soy un libro abierto. -Se levantó y extendió las manos delante de él en un gesto de entrega.

Pero Sloane no se lo tragó ni por un momento. El hombre seguía siendo tan enigmático como cuando lo había conocido en el bar. De todos modos, si pensaba darle respuestas, ella no iba a rechazarlas.

– ¿Sabías que iba a estar en el pueblo? Y si es así, ¿cómo? -Porque ella y su madrastra habían evitado a toda costa que dejara rastro.

– Voy a serte sincero. -Sus ojos azules destilaban cierta expresión de regocijo, pero se lo veía en general cauto.

Fuera cual fuese su secreto, se guardaba de revelarlo. «Bienvenido al club», pensó ella. -Me alegro.

– Conocí a tu madrastra en la rueda de prensa de tu padre. -¿Por eso estabas en Washington? ¿Para cubrir la noticia? Chase asintió.

No debería sorprenderle ni decepcionarle que quisiera cobertura informativa sobre su padre. Posiblemente también sobre su familia. Se imaginaba los titulares:

UN PERIODISTA DE UNA PEQUEÑA CIUDAD ADQUIERE FAMA NACIONAL REVELANDO LOS SECRETOS MÁS ÍNTIMOS DEL SENADOR CARLISLE.

«Gracias, pero no», pensó. No pensaba colaborar en el gran golpe profesional de Chase.

– Y entonces volviste al pueblo. -Estiró las piernas y notó el tirón de los músculos mientras se acomodaba para la siguiente batería de preguntas. -¿Sabías que yo estaba en el pueblo? -No se imaginaba a Madeline revelando información tan privada y potencialmente peligrosa a un desconocido, y mucho menos si éste era periodista.

Chase se sentó en el sofá al lado del sillón de ella y se le acercó. Tanto, que ella olió un resto de humo mezclado con la loción para después del afeitado que identificaba con Chase. Era una fragancia conocida y reconfortante en un momento de caos absoluto, y le costaba mantener la distancia que sabía que era necesaria entre ellos.

– Sabía que estabas aquí. Parece ser que tu madrastra y mi cuñada Charlotte son buenas amigas.

Parpadeó al enterarse del vínculo familiar.

– ¿La Charlotte que tiene la tienda de lencería aquí y en Washington?

Chase asintió.

– Está casada con mi hermano Román.

– Cielo santo, ¿hay otro más?

Chase se rió entre dientes y dejó entrever su blanca dentadura.

– Tú lo has dicho, nena. Por aquí nos llaman «los chicos Chandler». Los tres juntos. Siempre hemos estado unidos.

– Izzy os ha mencionado -recordó. -Pero tú y yo no nos habíamos dicho el apellido, así que no he podido atar cabos. -Notó que el calor le subía a las mejillas al recordar cómo le había tirado los tejos en el bar. Un desconocido al que había permitido que se la llevara a la cama. Sólo que entonces no le había parecido un desconocido, como tampoco se lo parecía ahora.

Sin previo aviso, Chase le acarició la mejilla.

– No te sientas avergonzada conmigo. No lamento nada y me niego a que tú lo lamentes.

Suaves pero curtidos, sus dedos le produjeron un hormigueo erótico por todo el cuerpo y notó que los pezones se le erizaban bajo la camiseta.

– No puedo decir que lo lamente -reconoció. Ni siquiera ahora, sabiendo quién y qué era él.

Su condición de reportero le pesaba. Le había salvado la vida, pero probablemente tuviera alguna intención oculta. Se obligó a recostarse en el asiento, apenada al caer en la cuenta de que no podía ser su príncipe azul.

– Pero aunque no tengamos remordimientos, tenemos mucho más de lo que ocuparnos aparte de una aventura de una noche que ya pasó.

Chase se estremeció, porque parecía que ahora ella sí lo lamentaba. Sloane no había querido herir sus sentimientos, sólo pretendía erigir una barrera que mantuviese a salvo a su familia.

Suspiró y se obligó a enfrentarse a las preguntas que seguían sin respuesta.

– O sea que te viste con mi madrastra y… ¿qué te contó? -preguntó Sloane, porque no le parecía normal que Madeline hiciera que un periodista le siguiera los pasos.

– Me dijo que tenías ciertos asuntos problemáticos, que necesitabas estar sola v que venías aquí a buscar las raíces de tu madre. -Habló con frialdad, sin emoción ni cariño, desde el otro lado del muro que ella había erigido.

Sloane se recordó que, aunque lo lamentase un poco, era por su bien.

– Es decir, te pidió que cuidaras de mí -aventuró Sloane. Habría sido una reacción típica de Madeline, que había cedido con demasiada facilidad a la petición de Sloane de viajar sola, sin protección. O sea que había planeado una contra-misión.

– En resumen, sí. Y créeme, en cuanto até cabos y descubrí quién eras en realidad, no me supuso un gran sacrificio verte otra vez. -No obstante, Chase ni siquiera esbozó una sonrisa. Teniendo en cuenta cómo había despachado ella la única noche que habían pasado juntos, obviamente odiaba reconocer que le apetecía volver a verla. -Madeline no mencionó a Samson para nada -prosiguió, -pero dado que su casa ha explotado y casi te pilla dentro, tengo una serie de preguntas pendientes. Para empezar, ¿qué relación tienes con Samson Humphrey?

Sloane deseó poder acurrucarse en sus brazos y contárselo todo, pero por supuesto no podía. Sólo podía confiar en sí misma. A no ser que…

– ¿Quién lo pregunta, el Chase hombre o el Chase periodista? -inquirió ella.

Le tembló un músculo de la mandíbula y se pasó una mano por el pelo en señal de frustración.

– Bueno, ya está bien -farfulló.

Su pregunta había sido la gota que colmaba el vaso, y lo aisló completamente cimentando el muro que los separaba. Ésa había sido la intención de ella si es que Chase se lo había preguntado como periodista y no por interés personal.

Una de dos, o no sabía qué responder o no quería reconocer que el reportero que había en él quería respuestas con las que hacer carrera. Sloane se sintió decepcionada, pero tenía que evitar mostrar su juego.

– Rick ha hecho que un agente te traiga el coche y ha dejado tu maleta abajo. ¿Por qué no te duchas y te refrescas? Podemos seguir con el interrogatorio más tarde.

Como apestaba a humo y se sentía hecha un guiñapo, aceptó.

– Gracias. Una ducha me parece algo fantástico. -Con respecto a lo de volver a hablar, Sloane no tenía tiempo para intercambios de información.

Norman e Izzy le habían mencionado un lugar llamado Crazy Eights, un salón de billar al que solía ir Samson cuando tenía dinero. Sloane recordó la advertencia de Izzy y, aunque le daba más miedo conocer a su verdadero padre que ir a ese antro, tenía que encontrar a Samson fuera como fuese.

El sonido de unos pasos la distrajo. Chase regresó con su maleta en la mano. Vio un atisbo de calidez en su mirada que, a su vez, hizo que se le acelerara el corazón. Menos mal que él en seguida disimuló porque, de lo contrario, habría cometido alguna estupidez, como besarlo.

Después de la ducha y de comer algo rápido se largaría de allí. A buscar a su verdadero padre. Sin la ayuda del periodista ni de su mirada entrometida.


Los hombres solteros de Yorkshire Falls podían comer en Norman's, pedir comida a domicilio de Norman's o aprender a cocinar. Chase solía decantarse por pedir la comida a domicilio.

Abrió el congelador para ver si encontraba algo que descongelar y ofrecerle a su invitada, pero no encontró nada apetecible.

Se pasó una mano por el pelo y se dio cuenta de que lo tenía sucio de hollín y tierra. Necesitaba también una ducha, pero tendría que esperar su turno. Desde la cocina oía el agua de la ducha. O quizá sólo se lo imaginaba: Sloane en el baño, dejando que el agua se deslizara por su suave piel. Sólo los separaba un pasillo y una puerta. La idea bastaría para martirizar a cualquier hombre.

Igual que el hecho de que hubiese calificado aquella noche de aventura. O sea que eso es lo que había sido para ella. No es que él hubiera esperado volver a verla, y mucho menos implicarse en su vida, pero con esas palabras sin duda lo había herido en su orgullo. En realidad, lo había herido en algo más que en eso. Lo que ella pensaba le preocupaba mucho más de lo que debería para tratarse de alguien con quien había tenido un rollo. Y esos sentimientos podían evitar que cumpliera sus objetivos: un buen artículo publicado en los periódicos más importantes y la posibilidad de hacerse famoso. Una primicia sobre el candidato a la vicepresidencia Michael Carlisle.

Chase casi «tocaba» ese artículo con las yemas de los dedos, y el hecho de que Sloane quisiera distinguir entre el Chase hombre y el Chase periodista le hacía pensar que quizá estaba más cerca de lo que pensaba. Pero ¿más cerca de qué? ¿Qué ocultaba Sloane?

Dudaba que esos detalles se los proporcionara ella. Era de esperar que Madeline Carlisle fuera más comunicativa en cuanto viera que había cumplido su cometido y le había salvado el tipo a su hija. Y menudo tipo más delicioso, firme y suave bajo los desgastados vaqueros.

Apretó la mandíbula y cerró la puerta del congelador de golpe, incapaz de encontrar nada comestible. Lo más fácil era llamar a Izzy y pedirle algo.

Descolgó el auricular en el preciso instante en que sonaba el timbre. Chase había remodelado la vieja casa victoriana para vivir en ella y, aunque podía acceder a la redacción a través de una escalera interior privada, también tenía una entrada distinta para las visitas. Se dirigió a la puerta e inmediatamente vio el pelo rubio oscuro de su madre por la ventana.

– Mierda. -Como sabía que no podía evitarla, abrió la puerta y la dejó entrar.

Antes de que tuviera tiempo de hablar, ella lo abrazó con fuerza.

– Oh, Dios mío, ¿te encuentras bien? Me he enterado de lo que ha pasado en casa de Samson y estaba muy preocupada. -Dio un paso atrás y Chase vio una genuina alarma reflejada en su bello rostro, mientras le pasaba las manos por los brazos como si quisiera cerciorarse de que estaba entero.

– Las noticias vuelan que da gusto -declaró Chase, intentando quitarle hierro a un asunto muy serio. En realidad, Raina no sufría del corazón, pero se hacía mayor, y adoraba a sus hijos. No quería que se preocupara innecesariamente.

– ¿Desde cuándo hay secretos en este pueblo? -Apoyó una mano en la cadera y le blandió un dedo delante de su cara, regañándolo cariñosamente, aunque tenía los ojos empañados en lágrimas y una expresión de claro alivio. -Venga, ahora ayúdame a entrar las bolsas. -Hizo un gesto exagerado con la mano para señalar detrás de ella.

En ese momento, Chase vio las grandes bolsas marrones, todas rebosantes.

– ¿Qué es esto? -preguntó, mientras las recogía.

– Pues la cena, qué va a ser. Después de un día tan estresante, necesitas recuperar fuerzas. Norman te ha preparado tu plato preferido, qué encanto de hombre. -Se metió dentro sin dejar de parlotear.

Chase consiguió llevar las bolsas a la cocina sin que se rompiera ninguna asa y el contenido se desparramara por el suelo. Bajó la vista pero todo parecía intacto. Fuera como fuese, las bolsas pesaban lo suyo, y una mujer como su madre, con una supuesta enfermedad coronaria, no debería haber cargado con ellas.

Estaba muy enfadado por toda aquella farsa, pero teniendo en cuenta que Sloane debía de estar a punto de salir del baño, no era momento para enfrentamientos. De hecho, era el momento idóneo para librarse de Raina antes de que le echara el ojo a Sloane y se le ocurrieran disparatadas ideas para emparejarlos. Más valía que no se enterara de que él y Sloane tenían un pasado común, ni siquiera de que ella le gustaba.

– ¿Has traído las bolsas tú sola? -preguntó, adoptando un grave tono reprobatorio.

– No, se las ha traído su chófer. -Chase reconoció la voz del doctor Eric Fallón desde la puerta abierta.

– Adelante, Eric -invitó Chase al médico del pueblo y «novio» de su madre. ¿De qué otra manera podía llamar a la media naranja de su madre en la vejez?

Chase apreciaba al hombre por la felicidad que había aportado a la vida de Raina y por ser la voz de la razón en medio del caos que ella representaba. Eric la mantenía ocupada, la hacía reír y tomaba las riendas de la situación cuando a Raina se le ocurrían ideas disparatadas.

– Ésta es la última bolsa -dijo Eric, mientras dejaba una de la que sobresalían dos botellas en la encimera.

– ¿Vino? -preguntó Chase.

– Champán -repuso Raina. -Para brindar por la vida.

O sea que tenían previsto celebrar una fiesta. Miró hacia el pasillo y se preguntó qué pensaría Sloane cuando saliera del baño y descubriera que tenía público.

Raina alzó la cara botella de Dom Perignon y la miró con anhelo. No bebía a menudo, pero cuando había algún motivo para ello, le encantaba tomar una copa de champán con su familia. Qué lástima que Chase estuviera a punto de aguarle la fiesta. Era la única solución que se le ocurría como venganza por su ardid para tener nietos.

Le rodeó los hombros con el brazo y la apretó cariñosamente.

– No deberías beber, mamá. No le conviene a tu pobre corazón.

– El chico tiene razón, Raina. -Eric le quitó el champán de la mano y dejó la botella en la encimera.

– Aguafiestas -farfulló ella sin mirarlo a la cara. Chase miró a Eric y él le guiñó un ojo.

Dos hombres cuyo nexo de unión era Raina. Con su pelo entrecano, el médico tenía un aspecto distinguido y hacía buena pareja con su guapa madre. Chase pensó que ambos eran atractivos.

Miró alrededor de la cocina, que ahora presentaba un aspecto caótico. Aunque ya no tenía que preocuparse por qué iba a darle de cenar a Sloane, prefería que estuvieran solos.

– Muchas gracias por traer la comida. -Le faltó muy poco para añadir «ya os podéis marchar».

– De nada. -Raina se agachó para coger una de las bolsas menos pesadas y empezó a vaciarla en la encimera. -He supuesto que un soltero como tú no tendría nada en la nevera para agasajar a una invitada, y mucho menos si es guapa.

O sea, que sabía lo de Sloane. Echó un vistazo a las bolsas rebosantes de comida y champán. Tema que haberse dado cuenta de sus intenciones ocultas. Lo positivo de la situación era que, si pretendía hacer de casamentera, no se quedaría a cenar. La presencia de una madre no propiciaba demasiado romanticismo, pensó con ironía.

Aunque Sloane no parecía estar en plan romántico precisamente. Había dejado claro que su única noche había acabado.

– La belleza no tiene nada que ver con la alimentación -dijo Chase, centrándose en la conversación con su madre. -Además, ¿quién te ha dicho que tengo compañía?

Eric rió entre dientes.

– Tu madre tiene línea directa con la Central de Cotilleos. No habían pasado ni cinco minutos después de que la bella pelirroja se marchara de Norman's, e Izzy ya estaba llamando a Raina.

Raina chasqueó la lengua para regañarlo.

– No lo pintes tan sórdido, Eric. La joven ha tenido un día muy duro. Igual que mi hijo mayor. Sólo quería asegurarme de que estaban bien alimentados.

– ¿Y el champán lo necesitamos para…? -preguntó Chase.

Raina entornó los ojos.

– Para mejorar el ambiente, por supuesto.

Chase apretó los puños porque odiaba que lo manipularan.

– Ni siquiera sabes si hay química entre Sloane y yo. Ni siquiera sabes si me interesa y te presentas aquí con una cena de lujo y una botella de champán caro.

– Yo no calificaría lo que cocina Norman como comida de lujo -replicó Raina, -y no es propio de d ser tan arisco.

– Cuando te metes donde no te llaman, no me queda más remedio -farfulló.

– Chitón. -Raina le selló los labios con un dedo. -A lo mejor no le gustan los hombres groseros. -Miró a su alrededor, buscando a la invitada. -Por cierto, ¿dónde está?

– Duchándose. -Señaló hacia el cuarto de baño del final del pasillo. -Y ha tenido un día duro. Dudo que tenga ganas de compañía.

La risa profunda de Eric resonó en la estancia.

– Creo que te está diciendo que te marches, Raina, querida.

La sujetó por el codo suavemente.

– Que «nos» marchemos -rectificó ella. -Nos está diciendo que nos marchemos.

– Chase sabe que yo ya tengo un pie fuera, mientras que tú preferirías quedarte.

Su madre hizo un mohín, pero a juzgar por la resignación de su mirada, aceptaba que estaba acorralada.

– No he acabado de sacar la comida.

Chase se echó a reír mientras la conducía hacia la puerta, seguido de Eric.

– No me importa guardar la compra. Además, tú necesitas descansar.

– Tú también, después del día que has tenido. Tú y esa pobre chica. ¡Y Samson! -Pronunció el nombre del hombre como si acabara de enterarse de la situación.

Teniendo en cuenta lo que tenía en mente -la seguridad de su hijo y una mujer nueva en el pueblo a la que abordar- Chase comprendía su lapsus mental. Su madre era la persona más amable y cariñosa del mundo y, a pesar de la actitud casi siempre belicosa de Samson, a Raina le caía bien. Incluso le llevaba sándwiches cuando lo veía por los jardines cercanos al local de Norman's. Aunque él no le mostraba ningún aprecio, Raina lo trataba como a un amigo.

Su madre se paró antes de llegar a la puerta y se volvió hacia Chase.

– ¿Cómo está el pobre Samson? ¿Se sabe algo de él? -Había abierto unos ojos como platos y se la veía realmente tan preocupada que a Chase casi se le partió el corazón.

– Eso es lo que quisiera saber yo -dijo Sloane cuando salió del baño.

Llevaba unos vaqueros oscuros combinados con una camiseta blanca corta y estampada con unos labios dorados y brillantes en la parte delantera. Su pelo cobrizo se le rizaba a la altura de los hombros. Chase no se había dado cuenta de lo ondulado que lo tenía ni de lo realmente sexy que estaba recién duchada.

A juzgar por la expresión entusiasmada y emocionada de su madre, acababa de descubrir un nuevo rostro femenino con el que esperaba engatusar a Chase. Desgraciadamente para él, en ese caso no hacían falta las artimañas maternas.

Sloane ya le interesaba, y mucho.

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