Chase tenía la boca húmeda y cálida, y Sloane gimió ante aquel ataque a su intimidad. Sabía que su intención era que salieran del local sin enzarzarse en una pelea pero también había visto el destello de la pasión en lo más profundo de sus ojos azules. Él la deseaba y se lo estaba demostrando. Se lo estaba demostrando al bar entero, pero a Sloane no le importaba.
¿Cómo iba a importarle si se había hecho cargo de la situación con un dominio absoluto? Abarcaba con sus labios los de ella, acariciándolos primero en una dirección y luego en otra, recorriendo todos los rincones de su boca con la lengua.
Sloane siempre había salido con hombres que estaban ansiosos por hacer lo que ella quisiera, y que se comportaban con un decoro y un respeto exquisitos. Era lo suficientemente lista como para saber que la posición de su padre era determinante en ese sentido, pero se había acostumbrado a llevar la batuta. Ningún hombre había osado jamás tratarla como si fuera de su propiedad. Chase sí. Llevaba la iniciativa, sus movimientos eran codiciosos y posesivos y mentiría si dijera que esa actitud nueva no le gustaba, lo suficiente como para rodearle el cuello con los brazos y devolverle el beso, casi hasta el punto de perder el control. Tanto era así, que la pilló desprevenida que se separara de ella.
– ¿Qué te parece esto como prueba? -le preguntó Chase a Dice sin apartar su mirada ardiente de ella.
– Joder, tío, también yo sabría besarla y hacer que se derritiera.
– Más bien vomitar -musitó Sloane, que estaba harta de la actitud machista de aquel hombre repugnante.
– No pienso seguir tus órdenes -le dijo Chase al motero. -Nos largamos. -Y cogió a Sloane de la mano para sacarla del bar.
– Tú no te vas a ningún sitio. Por lo menos no con la chica. -A juzgar por la mirada amenazadora de Dice y la forma como su banda empezó a rodearlo, hablaba en serio.
A ella el estómago se le encogió de puro miedo. Y entonces observó el duro perfil de Chase. Era periodista y tenía debilidad por su familia, pero Sloane estaba descubriendo que no le faltaban agallas. A pesar de la situación de peligro en la que estaban, Sloane se sentía absurdamente segura al lado de él.
– Tú déjala aquí y yo mismo te acompañaré a la puerta. -Dice soltó una risita burlona, pero Sloane no le veía la gracia.
– Estoy harto de tanta gilipollez. -Chase se irguió y le dio una patada a un taco, cuyo tintineo resonó en el repentino silencio. -Aquí nadie me dice cuándo y dónde debo estar con mi novia. No pienso besarla otra vez hasta que tenga ganas, y tú me las estás quitando. Así que lárgate de mi vista. -Dio un paso adelante con determinación.
Sloane le lanzó una mirada rápida. Parecía que le hubiesen cincelado el rostro en granito duro. Sintió miedo. No quería que a Chase le estropearan su bonita cara ni que le aporrearan el cuerpo por culpa de Dice. O, mejor dicho, por culpa de ella, porque era ella quien lo había conducido a aquel bar y metido en aquel embrollo.
¿Dice quería una prueba de posesión? Había llegado el momento de que Chase se la diera, cosa que, por otra parte, acababa de dejar claro que haría, pero con sus condiciones. Sloane tenía la intención de asegurarse de que esas condiciones se cumplieran.
Se acercó tímidamente a él y luego le pasó la mano por los hombros, hasta notar sus duros músculos bajo la camiseta.
– Venga -le susurró. -Me gusta tener público. Hace tanto… calor.
Sloane le dio un mordisquito en el lóbulo de la oreja y Chase se estremeció. No podía decirse que hubiera mentido, dado que, cuando estaba con Chase, independientemente del lugar, se sentía «caliente». Aunque desde luego preferiría disfrutar de la comodidad de su casa. Sin Dice ni amenazas.
– ¿Quieres calor? Yo te daré calor -replicó Dice haciéndose el duro delante de sus amigos.
Chase apretó los puños al darse cuenta de que el grandullón se tomaba en serio todas y cada una de las palabras y acciones de Sloane, dispuesto a abalanzarse sobre ella.
Chase, que se mostraba paciente y contenido, lo miraba con furia mientras pensaba su siguiente movimiento. A Sloane le costaba un poco más disimular sus emociones. Desplazó los dedos por el cuello de él, se los hundió en el pelo y le masajeó el cuero cabelludo con la palma de las manos.
– ¿Es que no me deseas? -le preguntó, cuando en realidad quería decir «¿No tienes unas ganas locas de largarte de aquí?».
La voz de Sloane estaba teñida de desesperación y le notaba los dedos agarrotados. El no podía ceder a su miedo porque entonces perdería la ventaja que le llevaba a Dice.
La miró a los ojos.
– Claro que te deseo. -Decía la verdad. Chase estaba a punto. A punto de llevarse a Sloane lejos de allí y a punto de hacerle el amor allí mismo, sobre la dichosa mesa de billar.
Lo del público tenía su importancia. Besarla y reivindicar su posesión tenía un atractivo primitivo y carnal. Se había contenido por respeto hacia ella, pero no iban a poder largarse de allí hasta que quedara bien claro que era suya.
A pesar del miedo, era obvio que Sloane lo entendía y, a juzgar por el brillo de excitación que despedían sus ojos, y su voz grave, que lo deseaba. Además, la forma como le acariciaba el cuero cabelludo incrementaba su conciencia y agudizaba los sentidos de Chase. Lo mismo que el peligro circundante.
– Entonces, ¿a qué esperas? -preguntó ella.
Chase notó que Dice se le acercaba por detrás y se dio cuenta de que se le estaba acabando el tiempo.
– Buena pregunta. -La levantó por la cintura, se dio la vuelta y la sentó en el borde de la mesa de billar antes de colocarse entre sus piernas. Incluso con la barrera de los vaqueros, el ardor lo consumía. Recordaba exactamente cómo era aquella húmeda cavidad que ella tenía entre las piernas y empezó a sudar.
Dice, que seguía detrás de él, lo animaba a actuar, pero Chase pensaba ir a su ritmo. Bajó la cabeza y besó el cuello de ella. Sloane despedía un olor dulce y tenía la piel caliente y suave en contacto con la lengua que la iba lamiendo. Dejó escapar uno de aquellos gemidos que a él le encantaba oír. Tal vez Sloane lo matara por aquello, pero moriría feliz.
De todos modos, no podía posponer la situación por más tiempo. Le apartó el pelo largo y enmarañado de la piel, y le dio un chupetón en la zona húmeda del cuello. Los aplausos, silbidos y demás demostraciones de apoyo que los rodeaban eran cada vez más fuertes aunque, por la cuenta que le traía a Chase, era como si estuvieran solos. Sin embargo no lo estaban y, para conseguirlo, tenía que dar otro paso.
De nuevo le deslizó la lengua por la tersa piel -una, dos veces- y luego se quedó ahí lo suficiente como para que Dice pensara que la estaba marcando del modo más visible y primario posible. Levantó la cabeza y puso a la aturdida Sloane de pie. Entonces se quitó la chaqueta y se la colocó sobre los hombros, de forma que las solapas y el pelo le taparan el cuello. Que Dice pensara lo que quisiera.
– Nos largamos. -Chase le apretó la mano con fuerza y se dispuso a dejar atrás al motero, si bien se dio cuenta de que sus amigos esperaban el visto bueno del tipo para dejarlos ir.
Dice asintió con la cabeza y el grupo se dispersó para permitirles alcanzar la puerta. A Chase el alivio le duró dos segundos, el tiempo de dejar atrás al grupo de gente, porque entonces ella se paró. Le dio una sacudida en la mano y Chase se detuvo en seco.
Sloane volvió la vista hacia Dice, sus colegas y los viejos que habían vuelto a jugar al billar otra vez como si nada.
– Oye, Earl -llamó.
Chase se puso tenso y la sujetó de la mano con fuerza, a sabiendas de lo que iba a pasar a continuación, e incapaz de hacer nada para impedirlo.
– Hasta el viernes. -Se despidió con la mano libre. -Y si ves a Samson, dile que venga.
Chase se había hartado. Salió como alma que lleva el diablo por la puerta llevando a Sloane casi a rastras. En cuanto estuvieron seguros en el vestíbulo, la agarró por los antebrazos.
– Estás loca -dijo, zarandeándola y dando vía libre a su frustración. -No pienso dejarte volver aquí el viernes por la noche ni loca. No después de lo que he tenido que hacer para salvar tu precioso culo.
Sloane lo miró con unos ojos demasiado abiertos e inocentes para su gusto.
– Gracias por el cumplido. -Se dio una palmadita en el trasero y, aunque lo intentó, no fue capaz de reprimir una sonrisa.
– No me refería a eso.
Esta vez se rió, y dejó escapar un sonido ligero y despreocupado que hizo que Chase también se animara.
– Lo sé. Y gracias por salvarme. De verdad. -Le tocó la mejilla. -Nadie ha hecho una cosa así por mí ni por mi…
– ¿Cara bonita? -No iba a permitir que se librara de la culpa tan fácilmente.
– Yo no lo diría así, pero bueno. -Se envolvió más con la chaqueta.
– Siento haber tenido que hacer una escenita tan ridícula -le dijo Chase.
– Yo no. -Y sonrió mientras el rubor le subía a las mejillas.
Chase meneó la cabeza, sorprendido y alucinado. ¿Quién era aquella mujer llamada Sloane Carlisle, hija de un político destacado, que tenía el aspecto de la porcelana fina pero que poseía más agallas que cualquiera, y a quien, por lo que parecía, le había gustado la situación que acababan de vivir?
A él también, pero él era un hombre, y sabía que había tenido la situación controlada. Más o menos. Ella no había tenido forma de saberlo.
– No tenías por qué venir a buscarme, pero has venido. Y no me digas que es porque le prometiste a mi madrastra que lo harías -dijo Sloane.
Chase soltó un gemido. Lo tenía acorralado. Era verdad que nadie le había puesto una pistola en la cabeza ni lo había obligado a ir a buscar a Sloane. Lo había hecho por iniciativa propia. Porque estaba preocupado por ella.
Todas esas emociones que afloraban a la superficie lo hacían sentir tenso e incómodo. Y sólo había una forma de remediarlo: volver a dedicarse a su trabajo, lo que le hacía mantener los pies en el suelo y conservarse lúcido.
– Vamos a casa. Sloane asintió.
– En eso no te puedo llevar la contraria. -En cuanto lleguemos, quiero que me cuentes exactamente por qué es tan importante para d que encontremos a Samson. A Sloane le entró el pánico. -Pero…
– Nada de peros. No me he jugado el pellejo ante una banda de moteros para que encima no me lo cuentes.
Sloane bajó un poco la cabeza.
– Es personal, Chase. Profundamente personal.
El tono de súplica que empleó le llegó al corazón pero, junto con la necesidad de darle lo que necesitara, también estaba decidido a obtener respuestas.
– ¿Quieres volver aquí el viernes por la noche?
Sloane asintió.
– Ya sabes que sí.
– Entonces, a no ser que Rick me deje unas esposas y te deje encerrada en casa, tendrás que explicarte. De lo contrario, olvídate de que me juegue el pellejo otra vez o deje que te lo juegues tú -sentenció, abriendo la puerta.
– Pensaba alojarme en un hotel.
– No. -No tenía intenciones de perderla de vista.
– No tienes por qué responsabilizarte de mí, independientemente de lo que Madeline te hiciera prometer.
El la sujetó de la mano con más fuerza.
– En Yorkshire Falls no hay ningún hotel, y no vas a volver a Harrington a no ser que yo te acompañe. Asunto zanjado.
– De acuerdo. -Se encogió de hombros porque sabía que no tenía más remedio. En vez de pelear, Sloane supuso que ceder en ese momento la beneficiaría más adelante. -Gracias.
Él soltó un gruñido a modo de respuesta.
Sloane apretó la mandíbula mientras se dirigían al coche de Chase. Entonces volvieron a discrepar, porque Chase no quería que ella fuera en su coche. Sloane volvió a ceder y él le prometió que recogerían el auto por la mañana. Teniendo en cuenta su estado de ánimo y que ella era la causante, por no hablar de que le había salvado el pellejo, Sloane consideró que era preferible darle la razón en esas pequeñas cosas.
Como alojarse en su casa en vez de en un hotel. Se preguntó si tendría habitación de invitados o si después del numerito del bar, esperaba que durmieran juntos. Si eso era lo que él quería, a ella le resultaría imposible resistirse.
Se levantó un viento frío a su alrededor, el otoño cedía paso a un invierno prematuro. Le dio la impresión de que el viento le atravesaba la piel. Algo parecido a lo que Chase le había hecho sentir hacía un rato. Se estremeció al recordarlo de pie entre sus piernas, mirándola con un brillo de depredador en los ojos. Es posible que Dice dirigiera el espectáculo, pero cuando Chase se le echó encima, había sido como estar solos.
Sin previo aviso, él le retiró la chaqueta de los hombros y se la sostuvo para que introdujera los brazos por las mangas.
– Te castañetean los dientes.
– Y tú eres un buen chico.
Chase frunció el cejo.
– No te precipites. Todavía no he decidido hasta qué punto lo soy.
Ella tampoco había decidido qué decirle sobre su relación con Samson. Por un lado, él la había ayudado y era normal que quisiera respuestas. Por otro, aquél era el aspecto más íntimo y doloroso de su vida.
En tal caso, ¿por qué en el fondo le parecía bien compartirlo con Chase, casi un desconocido que encima era periodista?
– El coche está aquí. -Señaló dos vehículos más allá, en la calle, y ella estuvo a punto de echar a correr para evitar el frío. -¡Chase!
Una voz femenina pilló por sorpresa a Sloane. Chase se paró a hablar con una guapa morena que lo saludó entusiasmada y le plantó un beso en los labios.
A Sloane le molestó ver que otra mujer conocía a Chase lo suficiente como para darle un beso. Lo cual resultaba ridículo. Aquel hombre tenía vida propia y ella no había sido más que un rollo de una noche.
– He visto el coche y he reconocido la matrícula -dijo la mujer. -Luego he entrado en el supermercado. Ya ves que hoy hago la compra tarde. -Llevaba la bolsa en los brazos. -Acabo de salir y aquí estás. -Lo miraba con sumo placer.
Sloane notó que se le encogía el estómago mientras esperaba la reacción de Chase.
– Hola, Cindy.
No supo qué pensar de su tono de voz. ¿Se alegraba de verla o no?
– Hace tiempo que no sé nada de ti. -Le dijo sin que pareciese ofendida ni quejumbrosa, pero resultaba evidente que sí estaba un poco decepcionada.
– He estado ocupado. Bueno, deja que te ayude a llevar la compra. -Chase le cogió las bolsas.
– ¿No vas a presentarme a tu amiga? -preguntó Cindy en cuanto se fijó en Sloane, que había optado por envolverse todavía más en la chaqueta de Chase y observar la escena.
El exhaló un largo suspiro.
– Cindy, te presento a Sloane. Sloane, ella es mi… -se quedó callado el tiempo suficiente como para que Sloane entrecerrara los ojos- amiga Cindy. -Chase acabó las presentaciones apretando la mandíbula, claramente insatisfecho.
Sloane tampoco es que estuviera encantada. Todo apuntaba a que tenían algún tipo de relación y a ella le gustaría saber de qué tipo, aunque él no parecía muy comunicativo.
Tras la torpe presentación, Chase ayudó a Cindy a llevar las bolsas al coche y se despidió. Pero no sin darle un rápido beso en la mejilla, lo cual hizo que Sloane se consumiera de celos.
¿Cuándo era la última vez que un hombre le había provocado ese tipo de emociones? Nunca. Se mordió el labio inferior y se acomodó en el asiento del pasajero del coche de Chase, preguntándose qué hacer o decir a continuación.
– Podemos hacer un trato. -Se oyó soltar a sí misma sin haberlo pensado en absoluto.
– ¿Qué tipo de trato? -preguntó él mientras accionaba la llave del contacto, se incorporaba a la carretera y se dirigía a casa, antes de mirarla por el rabillo del ojo.
– Tú me cuentas qué relación tienes con Cindy y yo respondo a tus preguntas sobre Samson.
Durante el trayecto, Chase paró en un Burger King y, como estaban muertos de hambre, comieron en el coche. Sloane sabía que él esperaba respuestas, pero ella tenía que telefonear en cuanto llegaran a casa, y Chase comprendió su necesidad de contactar con Madeline antes que nada.
La llamada tranquilizó a Madeline, que estaba histérica. Gracias a Román, que había hablado con Rick, su madrastra se había enterado de la explosión. Sloane prometió llamarla más a menudo a partir de entonces, aunque sobre ese asunto de la casa tenía poco que contar. Chase había llamado a Rick desde el móvil cuando salieron del salón de billar y, aunque los bomberos seguían investigando, por el momento consideraban que la explosión había sido un accidente.
Si se dejara guiar sólo por las emociones, Sloane se habría sentido inclinada a aceptar esa explicación. Conocía a Frank y a Robert desde niña y le costaba creer que fueran capaces de infligir daño físico voluntariamente a otra persona. No obstante, cuando pensaba con la cabeza y recordaba las amenazas de Frank, le entraban dudas. Fuera como fuese, se negaba a dejar que Madeline cargara con ese peso.
Según su madrastra, Michael estaba frenético porque Sloane sabía la verdad sobre su origen y todavía no había hablado con él. Sloane prometió que lo haría pronto e incluso lo habría hecho en aquel mismo momento por teléfono de no ser porque su padre estaba en una reunión, planeando la estrategia con Robert y Frank. Según su madrastra, estos dos no parecían preocupados por la «enfermedad» de Sloane o su ausencia de los actos de campaña y, tal como habían acordado, Madeline sólo le había contado la verdad a Michael.
Sloane optó por no mencionar a Chase ni el hecho de que le hubiera encomendado cuidar de ella, y colgó. Supuso que Madeline tenía derecho a tomarse ciertas libertades propias de las madres. Una vez zanjados más o menos los asuntos domésticos, Sloane se cambió de ropa y regresó a la sala de estar.
Después de todo lo que había pasado a lo largo del día, estaba agotada. De no ser por los asuntos que todavía tenía pendientes, seguro que se habría quedado dormida en seguida, tranquila al pensar que su secreto seguía a salvo.
Pero todavía tenía que lidiar con Chase.
Exhausto y acelerado a la vez, Chase puso los pies encima de la mesita de delante del sofá. Echó una ojeada al teléfono y vio que la luz roja se había apagado. Sloane había colgado.
Al cabo de unos instantes, salió de la habitación de invitados, el cuarto pequeño que Chase le había adjudicado mientras estuviera en su casa.
– Debajo de la mansa superficie corren aguas bravas, ¿no? -dijo.
– ¿Qué quieres decir con eso?
– Pues que contigo nunca se sabe. Me has dejado atónita con tu actitud dominante en el bar. -Se acomodó en un rincón del sofá, en el lado opuesto al de él, aunque a Chase le llegaba su fragante aroma a vainilla. Ahora que habían acordado que se alojaría allí, Sloane había dejado unas cuantas cosas en el único cuarto de baño de la casa.
Le había preguntado si le importaba y él había dicho que no. Era mentira. Sloane ya estaba convirtiéndose en difícil de olvidar.
Se había quitado la ropa del bar y se había puesto unos pantalones de chándal grises y una vieja camiseta rosa que se le ceñía a la altura de los pechos. Y no llevaba sujetador.
Chase intentó tragar saliva pero se le había secado la boca.
– ¿Habrías preferido que Dice hiciera lo que hubiera querido contigo?
– No. -Se echó a reír. -Pero ahora sé que Chas? Chandler tiene muchas facetas.
– Lo mismo podría decir de ti, Sloane Carlisle. -Motivo por el que no podía arriesgarse a llevársela a su habitación, a su cama. Otra vez no.
Aunque ella le había transmitido todas las señales adecuadas esa misma noche, no estaba dispuesto a aceptar su invitación silenciosa. Se sentía tan atraído por todos los aspectos de su personalidad, incluso por lo que aún no conocía, que suponía un verdadero riesgo para su futuro.
Lo cual lo llevaba de nuevo a sus secretos.
– Creo que ha llegado el momento de que, para empezar, me digas por qué estabas en el Crazy Eights y, para continuar, por qué tenemos que volver el viernes por la noche.
– ¿Tenemos? -Arrugó la nariz sorprendida por el plural elegido.
El frunció el cejo al darse cuenta de que ella quería cambiar de tema.
– Sabes perfectamente que no pienso dejarte ir sola. Así que cuéntame por qué tenemos que ir allí.
Sloane se recostó en el cojín y cerró los ojos. Los rizos sueltos le caían sobre los hombros y su intenso color rojizo contrastaba con el gris apagado del sofá. Ella añadía color y luz a una existencia anodina. Chase tenía ganas de tumbarla allí mismo y empaparse de esa luz de la única forma que sabía.
«Ahora no, Chandler. Ándate con pies de plomo», se advirtió.
– Antes de hablarte de Samson -dijo ella devolviéndolo a la realidad, -necesito estar segura de que puedo confiar en ti. -Ladeó la cabeza y lo miró a los ojos.
– No es que crea que se deba pagar por los favores, pero hoy te he salvado la vida. Dos veces -le recordó. -¿Y sigues preguntándote si puedes confiar en mí?
El tono dolido de su voz la pilló por sorpresa. Era periodista. Se suponía que su interés por ella se basaba en los hechos, no en los sentimientos. Pero, por el motivo que fuera, su interés no tenía nada que ver con todo eso.
Se mordió los labios brillantes y se paró a pensar antes de hablar.
– Me han enseñado a recelar de los reporteros. -Se retorcía los dedos con nerviosismo.
Estaba erigiendo una barrera mucho más alta y resistente que la que él hubiese podido levantar jamás.
– No es posible cambiar quienes somos.
– Cierto. Y no puedo olvidar ciertas cosas que has dicho. -Exhaló un suspiro. -Cualquier cosa que te cuente que pudiese ayudarte en tu carrera es susceptible de herir a personas que quiero. Así que, perdona, pero necesito saber y preguntar hasta qué punto eres de fiar, Chase.
El deseó poder tranquilizarla al respecto, pero su instinto y la adrenalina empezaban a bombear con fuerza en su interior.
– ¿Estás pidiendo mi silencio? -Porque si su secreto era tan grande como insinuaba, se preguntó si realmente podría cumplir tal promesa.
– Espero que cuando oigas lo que tengo que decir, comprendas por qué hay que mantenerlo en secreto. Pero en algún momento quizá pienses que ha llegado la hora de revelar la historia. -Apretó el reposabrazos del sofá y los dedos se le pusieron blancos. -Y eso me asusta.
Chase se sentía frustrado y no tenía ni idea de qué iba todo aquello.
– No me estás dando ninguna respuesta clara. -Ya lo sé. -Cambió la postura de las rodillas y se desplazó hacia él.
Su fragancia lo dejó descolocado. Ella se le acercó todavía más.
– Eso es porque todavía no he conseguido lo que te estoy pidiendo -añadió Sloane.
– Información sobre mi vida personal. -Chase le dedicó una sonrisa irónica, si bien no se sentía en absoluto sarcástico ni despreocupado.
– Me parece un intercambio justo -dijo ella.
Pero cuando lo miró, con sus labios a escasos centímetros y su brillo tentador, a él no le pareció justo en absoluto. Sobre todo hablar sobre una vida, la suya, que siempre había mantenido en privado, incluso con sus hermanos. Y eso que eran sus mejores amigos.
Sin embargo, allí, sentado con Sloane en su casa, un lugar al que nunca había llevado a ninguna mujer, le parecía agradable y apropiado.
– No puede ser que quieras oír hablar de mí, no después del día que hemos tenido.
– ¿Intentas darme largas? -preguntó ella.
Chase se rió.
– No.
– Entonces habla. -De acuerdo.
Al oír esas palabras, Sloane se acurrucó a su lado, apoyando el cuerpo en el de él. Chase la notó relajar los músculos; a continuación, ella bostezó y exhaló un suspiro de aparente satisfacción. Irónico. Era obvio que Sloane dudaba sobre si revelarle información, pero con la sutileza del lenguaje corporal demostraba que confiaba en él plenamente. ¿Sería consciente de ello?
El sí y le producía pavor. Incluso hablar y revelar sus cosas más personales le parecía un ejercicio menos peligroso que pensar en lo que sentía por Sloane.
– Mi padre murió cuando yo tenía dieciocho años -dijo por fin.
Nunca había mantenido esta conversación con una mujer, ni siquiera con Cindy, con la que había tenido la relación más duradera. -Lo siento -musitó Sloane. Chase se encogió de hombros.
– El murió y yo tuve que hacer frente a la situación. Dejé de estudiar, me hice cargo del periódico y ayudé a mamá a criar a mis hermanos. No tuve más remedio. -Recordó esa época, cuyo dolor y dificultades no eran más que un tenue recuerdo, pero que todavía le afectaban.
Después de escucharlo, Sloane por fin entendió cómo se había moldeado su personalidad.
– Eres un buen hombre, Chase Chandler. -Y entonces se dio cuenta de lo que había querido decir él al afirmar que había vivido por los demás. El hecho de que estuviera dispuesto a renunciar a su vida por su familia suponía toda una lección de humildad.
Chase se limitó a soltar un gruñido y Sloane supuso que le costaba aceptar cumplidos. -Debió de ser duro.
– A veces. Y dar ejemplo a Rick y a Román era un coñazo. -Soltó una carcajada. -No podía hacer mucha, llamémosle así, vida social. No mientras eran jóvenes y vivían en casa.
– ¿Y qué pasó con tu «vida social» cuando se emanciparon? -preguntó un tanto tensa.
– Me había acostumbrado a ser discreto. Además, si vives en un pueblo y no quieres que todo el mundo se entere de los detalles de tu noche anterior, no haces nada de lo que puedas arrepentirte. O eso o te pasas el día en el pueblo de al lado. -Hundió los dedos en su pelo e iba enroscando en ellos pequeños mechones a los que daba suaves tironcitos.
– ¿Qué papel interpreta Cindy en todo esto? -Se obligó a preguntárselo incluso mientras disfrutaba de las sensaciones eróticas que producía en su interior el mero hecho de que él le tocara el pelo.
– ¿Si te digo que hemos tenido una relación, lo podríamos dejar ahí?
– Si te dijera que yo tengo una relación con Samson, ¿lo dejarías así? ¿No harías más preguntas? -espetó ella. Chase se rió entre dientes.
– Touché.
– ¿Qué tipo de relación? -A Sloane no le quedaba más remedio que presionar. Necesitaba desesperadamente saber la respuesta.
Se produjo un largo silencio y ella se preguntó si estaría enfadado.
– Somos amantes -dijo por fin.
El dolor que sintió en el vientre fue peor de lo que había imaginado.
– ¿En presente? -Sloane se sorprendió de poder articular esas palabras.
Chase exhaló un largo suspiro.
– Tenemos un acuerdo. Ninguno de los dos quería salir en serio ni nada que exigiera compromiso, así que nos vemos cuando nos apetece -explicó.
– Todavía no has respondido a mi pregunta. ¿Os seguís viendo?
– No es tan sencillo. Ya la has oído decir que hace tiempo que no sabe nada de mí. -Sloane notó que se encogía de hombros mientras le empezaba a masajear el cuello. -Hace tiempo que ya no me siento atraído por ella. Lo que pasa es que es…
– ¿Conveniente? -sugirió Sloane esperanzada.
– Y segura. No me complicaba la vida. No tenía que preocuparme por mis hermanos ni por la entrometida de mi madre; la protección de la intimidad tiene sus ventajas.
Como había conocido a Raina, Sloane se echó a reír.
– ¿Y qué esperaba Cindy de ti? -Los dedos de él seguían tocándole la piel a un ritmo y presión fijos. Notar su tacto la tranquilizaba. -Porque tengo la impresión de que no piensa que vas por ahí ligándote a desconocidas en un bar.
– Si quieres que te sea sincero, yo tampoco lo pensaba. Pero nunca le he hecho a Cindy ningún tipo de promesa.
Sloane no sabía muy bien cómo sentirse. Era obvio que aquella tal Cindy le importaba, dado que había mantenido una larga relación con ella. Pero no estaban comprometidos de ningún modo. Aunque él no quería comprometerse con nadie, se recordó Sloane.
No era la primera vez que le había hecho un comentario similar, y más valía que se asegurara de escucharle bien y actuar en consecuencia. Más valía que se lo creyera y se protegiera, porque le resultaría demasiado fácil enamorarse de él.
Chase sujetó a Sloane con más fuerzas.
– Soy un hombre de palabra y si hago una promesa puedes estar segura de que la cumplo.
– ¿Es ésa una forma indirecta de decirme que guardarás mi secreto sobre Samson? -le preguntó.
– Todo el tiempo que necesites que se mantenga en secreto. Pero de ti depende que me creas o no. -La apartó un poco y ella lo miró de hito en hito.
Había llegado el momento de confesarse con él. Y lo haría. Pero antes quería sellar el acuerdo con sus cuerpos. Necesitaba el vínculo emocional, volver a notarlo en su interior y saber que en esos momentos sólo la quería a ella.
Chase inclinó la cabeza en espera de que Sloane revelara su secreto. Pero en vez de eso, ella se inclinó hacia adelante y le selló los labios con un beso.