CAPÍTULO 18

Chase caminaba de un lado a otro de la sala de espera del hospital, junto con el resto de la familia. Charlotte había roto aguas casi un mes antes de lo previsto y estaba en la sala de partos. Gracias a Dios, todo indicaba que no había ninguna complicación, aparte de que el bebé tenía prisa por conocer al clan Chandler. Los padres de Charlotte viajaban en esos momentos desde Los Ángeles y el resto de los Chandler estaban juntos. Esperando.

– Eres un ser humano patético -le dijo Rick a Chase apoyándose en la pared.

Aunque todo el mundo estaba nervioso por Román y Charlotte, eso no impedía que Rick se dedicara a atacar a Chase. Y como su hermano sabía que Chase no se marcharía hasta que naciera el bebé, lo tenía acorralado.

– Conque soy patético, ¿eh?

– Eso ha dicho. -Hannah se situó junto a ellos, saltando de un pie a otro, sumamente emocionada ante la perspectiva de ser la futura niñera.

– Vete, mocosilla. Estoy intentando hablar con mi hermano -dijo Rick.

Ella negó con la cabeza.

– Chase no escucha a nadie cuando ha tomado una decisión. Por lo menos es lo que siempre dices. -La guapa jovencita de catorce años soltó una carcajada llena de picardía.

Rick gimió.

– No me estás ayudando.

– Oh, claro que sí. -Chase se acercó más a Hannah y le susurró: -¿Qué más dice Rick de mí?

– Humm. -Se enroscó un largo mechón de pelo en el dedo e hizo un mohín mientras pensaba: -Dice que desde que Sloane se marchó estás hecho un pesado. Que tenías que haberte puesto de rodillas y suplicarle. -Hizo una pausa para reírse. -Pero que probablemente habría dado igual, puesto que Sloane se marchó aunque te tenía en el bote. -Finalmente asintió, al parecer satisfecha de haberse acordado de todos los detalles pertinentes.

– Silencio -dijo Rick guiñándole un ojo a Hannah. -Esta semana te quedas sin paga.

– Hannah, ven aquí y deja tranquilos a Rick y a Chase -le dijo Kendall desde el otro extremo de la sala.

Rick entornó los ojos.

– Demasiado poco y demasiado tarde -le informó a su mujer.

Kendall se encogió de hombros.

– Lo he intentado. -Acto seguido dirigió la mirada a Raina, que estaba sentada en el sofá, hojeando una revista.

Chase clavó un pie en el suelo de linóleo y se planteó qué contarle a Rick de que Sloane le hubiera dejado.

– Nunca pensé que tuvieras.mucho cerebro, pero tengo que reconocer que acertaste conmigo y con Sloane.

Rick arqueó una ceja.

– ¿Qué pasó? -preguntó sin atisbo de broma o de risas en el tono o la expresión.

Cuando la cosa se poma fea, los hermanos se ayudaban entre ellos v dejaban las bromas y las tomaduras de pelo de lado.

– Le pedí que se quedara. En cierto modo le dije que había cambiado de opinión, que quería un futuro.

– Y ella se marchó de todas formas -dijo Rick. El recuerdo hizo que Chase sintiera un pinchazo en su pobre corazón.

– Eso es obvio.

– Pero no sabes por qué.

Azorado por estar hablando de sus fracasos y de su vida amorosa, Chase se limitó a negar con la cabeza.

– ¿Quieres que te explique claramente los motivos de Sloane? -le preguntó Rick.

– Por mí, puedes empezar. -¿De qué otro modo iba Chase a arreglar la situación? A él se le habían agotado las ideas.

– Sloane te conoce bien. -Rick acercó una silla y se sentó a horcajadas en ella. -Probablemente tan bien como Román y como yo, y, teniendo en cuenta el poco tiempo que habéis pasado juntos, eso tiene mucho mérito.

Chase resopló.

– ¿A eso lo llamas explicar? Cuéntame algo que no sepa. Rick se encogió de hombros.

– Relájate. Allá voy. Supongo que Sloane pensaba que querías un rollo. Corto por definición. Sin compromiso.

Chase cruzó los brazos sobre el pecho y miró a su hermano mediano.

– Sigues sin impresionarme. Todo eso resulta obvio.

– Apenas estoy empezando. -Rick se frotó las manos ante la expectativa. -Piensa esas cosas porque tú le soltaste tu famosa frase: «La seguridad es lo primero y los hijos, ni pintados». ¿Me equivoco?

A Chase le escocían los ojos y se los frotó con gesto cansado.

– Más o menos. -Era lo que les había estado diciendo a sus hermanos durante años, cuando se había visto obligado a cumplir con la obligación paterna de hablarles de sexo seguro. -¿Y?

– Pues que las mujeres tienen una memoria de elefante -explicó Rick. -No es probable que Sloane olvide que lo dijiste.

– Cabía pensar que agradecería el hecho de que hubiera cuidado de ella -farfulló Chase.

– Seguro que lo agradece. Pero luego se enamoró, y todo ese agradecimiento se fue al garete. Ahora lo que quiere es la casa, la cerca blanca y los hijos -dijo Rick, lanzando una mirada a su esposa, que estaba sentada y cogía a Raina de la mano.

Chase exhaló un suspiro.

– Pero le dije que yo también quería esas cosas.

– Después de que hubiera visto a Chase Chandler en acción. Te ha visto con tu familia, ha visto cómo dabas prioridad a mamá. Si no me equivoco, ha visto cómo te crecías en una crisis y luego te alejabas de ella. -Rick ladeó la cabeza hacia Chase, en espera de una respuesta.

– ¿Qué demonios te hace pensar que me conoces tan bien?

Rick abrió mucho los ojos.

– Crecí contigo, el modelo de perfección. Ni una sola vez te desentendiste de una responsabilidad. Pero cuando estabas solo y tranquilo, te encerrabas en ti mismo. Estoy seguro de que eso no ha sido fácil para Sloane.

– Sí, pero, a pesar de eso me quiere -repuso Chase a la defensiva.

– Sin embargo ella está en Washington y tú aquí, ¿qué pasa? -Su hermano arqueó una ceja, retándolo.

– No cree que la quiero. Mierda, no es verdad. -Chase dio un puntapié a la pared, y luego se alegró de llevar zapatillas de deporte y no haber causado ningún desperfecto. -Sí cree que la quiero, lo que no cree es que quiera esas cosas que has mencionado. -Caminó de un lado a otro de la sala. -¿Acaso un hombre no puede cambiar de opinión? Las mujeres lo hacen constantemente y no nos queda más remedio que aceptarlo.

– Las mujeres son una especie aparte. Pueden hacer lo que les dé la gana y, como bien has dicho, los hombres lo aceptamos. Es nuestro sino.

– Te he oído -dijo Kendall desde el otro lado, lo cual hizo que Chase se diera cuenta de que ella y su madre se habían quedado calladas y estaban escuchando los problemas de Chase.

– Y yo te quiero aunque seas una cotilla -le respondió Rick antes de centrarse de nuevo en Chase. -¿Sloane tenía algún motivo para creer que habías cambiado de opinión sobre el matrimonio? Las mujeres necesitan pruebas.

– ¿Quieres hacer el favor de dejar de meternos a todas en el mismo saco? -sugirió Raina, que participaba en la conversación por primera vez. -Cada mujer es diferente. Estoy convencida de que Sloane necesita pruebas porque no quiere pensar que te engatusa para que te cases con ella.

Chase se dio una palmada en la cabeza.

– ¿Desde cuándo esto es una conversación familiar? -farfulló. -No tengo nada que demostrar. La quiero. Quiero pasar el resto de mi dichosa vida con ella, pero ella cree que ese deseo se me pasará. ¿Habéis oído alguna vez en vuestra vida una idea más ridícula?

Raina dejó la revista que estaba hojeando.

– Debe de tener un motivo.

Chase miró a su madre, molesto por su intento de ser la voz de la razón, y apretó los dientes. Si no fuera porque diseccionar su vida aliviaba la espera del parto de Charlotte, dejaría esa conversación en ese mismo instante. Menos mal que Hannah estaba mirando la tele y no les hacía ningún caso.

– Debe de tener un motivo -la imitó Chase. Pero cuando se paró a pensar, se vio obligado a reconocer la verdad. -Lo tiene -dijo en voz alta. -Sloane piensa que tengo complejo de salvador. Que me siento culpable por no haber estado allí cuando le dispararon.

– ¿Y te sientes culpable? -preguntó Kendall con voz queda. -Por supuesto que sí. Pero no me ataría a una mujer ni me plantearía tener hijos con ella sólo por pensar que le he fallado. -Eso espero -declaró Raina.

Chase lanzó una mirada a su madre, una mujer a punto de tener a su primer nieto y vio un atisbo de esperanza en su ensombrecido futuro.

– Si lo dices en serio, pon en práctica tus dotes de casamentera y ayúdame a recuperar a Sloane -le dijo Chase a Raina, retomando la idea que ya se le había ocurrido antes.

– No puedo. -Raina bajó la vista hacia sus manos, incapaz de mirar a Chase a los ojos.

– ¿Por qué demonios no puedes? -preguntó alterado. -¿Cuántos años te has pasado haciendo de casamentera en contra de nuestra voluntad? ¿Y ahora cuando te pido… no, te suplico que me ayudes, me dices que no?

Raina asintió, cabizbaja.

– Eso es. He aprendido la lección. Voy a casarme y voy a tener vida propia.

Se oyó un aplauso desde el umbral de la puerta. Era Eric, orgulloso de Raina y de su nueva acritud.

– Sólo quería informaros de que el médico de Charlotte dice que ya falta poco.

Raina miró a Eric con expresión resplandeciente. Los ojos de Chase se desplazaron hasta Kendall y Rick, y advirtió la misma adoración. Se sintió consumido por la envidia. Sí, se alegraba por su madre y hermanos, pero toda su familia tenía lo que deseaba, y él, que quería sentirlo con Sloane, se había estrellado. Se volvió hacia su madre.

– ¿No puedes aprender la lección después de ayudarme?

– Lo siento, hijo, pero ha dejado el negocio de las artes casamenteras -contestó Eric en su lugar. -Y en cuanto le ponga el anillo en el dedo, donde debe estar, voy a tenerla demasiado ocupada como para que pueda meterse donde no la llaman. Creo que esto os lo puedo prometer a todos. -Con un gesto de la mano, Eric se marchó otra vez a la sala de partos, el único que tenía el acceso permitido, aparte de Román, que no dejaba a su mujer ni un solo momento.

– Mierda -farfulló Chase.

– ¿Quieres hacer el favor de no decir palabrotas? -le pidió Kendall, tapándole los oídos a su hermana con las manos. Hannah se echó a reír. -¡Si supieras lo que oigo en el colegio!

– Mira, Rick tiene razón -le dijo Kendall a Chase. -Hasta ahora me he mantenido al margen, pero soy mujer y eso me da cierta sabiduría. Además, he lidiado con un Chandler que también tiene complejo de salvador. Estoy más que preparada para darte unos cuantos consejos. -Se recogió el pelo detrás de las orejas y lo observó, a la espera de recibir permiso.

Chase dejó escapar otro gemido.

– Pues adelante, así ya habrá opinado todo el mundo.

– Deberías estar agradecido -dijo Rick.

Kendall no le hizo caso y se centró en Chase.

– Por mucho que me cueste reconocerlo, Rick tiene razón. Si quieres a Sloane, y yo me lo creo porque, de lo contrario, no te sentirías tan desgraciado, tendrás que convencerla de que has cambiado.

– ¿Y cómo lo hago? -preguntó él, más necesitado de su consejo que del aire que respiraba.

Antes de que tuviera tiempo de responder, Eric apareció para anunciar el nacimiento del nuevo miembro de la familia Chandler, Lilly, una niña sana de dos kilos y medio de peso y cuarenta y seis centímetros de largo. Y que Román, que había estado en campos de batalla y había vivido guerras de cerca, había estado a punto de desmayarse, y había necesitado una bolsa de papel y las indicaciones de Eric para resucitar.

Mientras el resto de la familia se dirigía a las puertas de cristal de la sala de neonatos para ver al bebé por primera vez, Kendall se llevó a Chase a un lado.

– Una vez me aconsejaste. Sólo quiero devolverte el favor. -Le sonrió con afecto.

– Te lo agradezco.

Kendall colocó una mano en su brazo.

– Mira en tu interior y averigua qué te hacía ser el hombre que eras. El hombre que no quería tener una familia. Luego descubre por qué de repente sí quieres. Cuando seas capaz de explicártelo a ti mismo, podrás traspasarle ese conocimiento a Sloane.

Es lo único que le hará falta para creerte. -Se encogió de hombros como si fuera muy sencillo.

Pero ¿por qué a él no se lo parecía?

Aunque Sloane había pasado poco tiempo en Yorkshire Falls, echaba de menos el pueblo y sus habitantes. Estaba en su apartamento sin ascensor de Georgetown, vistiéndose para su primer día de vuelta al trabajo con una camisa que le permitía disimular el brazo vendado y sintiendo en ella una actitud resuelta de renovación.


Cuando había decidido tomarse unos días libres, había cerrado el pequeño local desde el que gestionaba el negocio de diseño de interiores y había llamado a sus clientes para decirles que tenía una urgencia familiar. Aunque, a juzgar por los mensajes del contestador automático, muchos de ellos estaban inquietos, ninguno se quejaría si los llamaba y los citaba para otro día. Esa mañana tenía la agenda llena de llamadas pendientes de asuntos básicos como entregas de muebles retrasadas o programar la recogida de un armario que no acababa de satisfacer a una dienta. «Bastante fácil», pensó Sloane.

Era una persona sociable, algo que probablemente hubiera aprendido -ya no podía decir heredado- de Michael. Reunirse con los clientes e intentar combinar sus necesidades con su visión solía producirle una satisfacción inmensa. Pero desde el viaje al pueblo de Chase todo le parecía insulso. Aburrido. Inane.

Dio unos golpecitos con el boli en el escritorio recordándose que vivía en Washington D.C., la capital de la nación. Una ciudad efervescente de noche y bulliciosa de día. Así pues, ¿por qué la atraía tanto el apacible pueblo del estado de Nueva York y sus eclécticos habitantes? ¿Acaso la cosa se reducía a Chase, que la atraía como un imán? Lo echaba tanto de menos que se le partía el alma.

«Olvídalo, Sloane, la vida continúa», se recordó con dureza. Lo había dejado para que disfrutara de la vida plena que él había imaginado, la de hombre soltero que salta a la fama como periodista. Uña vida por fin desligada de la familia y de las obligaciones. Nunca se habría perdonado aceptar su declaración de amor y atarlo a un futuro, para acabar viendo arrepentimiento y nostalgia en sus ojos al cabo de unos años.

El tintineo de unas campanillas le indicó que tenía visita y alzó la mirada.

Su amiga Annelise entró por la puerta con dos grandes vasos de café Starbucks en las manos y una mueca en los labios.

– Vaya, vaya, mira quién ha vuelto a casa. -Annelise le tendió una de las tazas. -¿Qué tipo de amiga desaparece sin decir nada? Ni una sola llamada. Me tenías muy preocupada. -Se sentó, café en mano. -Llamé a Madeline y me dijo que necesitabas un respiro -dijo Annelise alzando la voz. -¿No te parece normal que una amiga se entere de que necesitas un respiro? -Su mohín era tan auténtico como su intranquilidad.

Sloane se sintió culpable y adoptó una expresión de vergüenza.

– Lo siento mucho. -Desde el momento en que había oído por casualidad a Robert y a Frank diciendo que Michael no era su padre y había buscado el consuelo en brazos de Chase, Sloane no había pensado en otra cosa que no fuera encontrar a Samson. Y en atesorar el tiempo pasado en compañía de Chase Chandler. Todo ello a expensas de su trabajo, sus amigos, su vida.

De todos modos, ahí estaba, de vuelta en casa, absorta en su trabajo y recibiendo la reprimenda de una buena amiga, y Sloane no hacía más que pensar en la gente que había dejado atrás. Ya no sentía su vida en Washington como propia. De hecho, no había pensado en ella desde que se había marchado rumbo a Yorkshire. Falls.

Annelise golpeteó el escritorio de Sloane con los nudillos.

– No estás prestando atención a nada de lo que estoy diciendo.

Su amiga se merecía un trato mejor.

– Annelise, de verdad que lo siento -se disculpó. -Acabo de pasar por una crisis vital importante y… supongo que tenía que pasarla sola. -Exhaló un largo suspiro. -Todavía estoy haciéndome a la idea de algunos cambios.

– Lo sé. -Annelise extrajo del bolso el periódico que Sloane había evitado porque no quería saber en qué momento su vida pasaba a ser de dominio público y ella perdía a Chase, en pos de su éxito.

Annelise deslizó el periódico delante de Sloane.

– Michael Carlisle no es tu verdadero padre sino un hombre llamado Samson. Y menuda historia más escandalosa -dijo. Había suavizado la voz y no había ya ni un ápice de enfado en sus palabras. -He tenido que enterarme por el periódico. Me duele que no pensaras que podías confiar en mí. -Se la veía más apenada que enfadada.

Sloane se centró en la portada y leyó el titular:

¿FRAUDE PATERNO O FIGURA PATERNA?

EL SENADOR MICHAEL CARLISLE REVELA LOS TRAPOS SUCIOS DE SU FAMILIA.

– Uf -musitó. Pero mientras recorría el contenido del artículo con la mirada, no sólo leyó un relato imparcial de los hechos sino una imagen de color de rosa de la vida que Sloane había llevado y las razones de ello, sin denostar al senador ni su persona.

Y Sloane se dio cuenta de que aquello se debía a que el autor era Chase Chandler, cuyo artículo había sido publicado por los periódicos más importantes, incluido el Washington Post. Estaba convencida de que los titulares con sus insinuaciones no los había elegido él. Sloane se sintió henchida de orgullo al darse cuenta de que por fin él había materializado su sueño.

Había revelado la historia de los secretos de Michael, el origen paterno de Sloane y el disparo, de una forma que dignificaba a todos los implicados, incluido Samson. Se rió entre dientes al recordar lo difícil que a Chase le habría resultado esto último. De todos modos, ahora la historia ya era pública y rezó en silencio para que la carrera de Michael no se resintiera debido a las decisiones que había tomado en el pasado.

Poco a poco, fue dirigiendo la mirada hacia su amiga.

– Ha sido toda una experiencia -reconoció, dándole una palmada suave en el hombro. -Y en algunos momentos incluso peligrosa.

Annelise asintió.

– Entiendo que una cosa así te afectara como te afectó. Sloane exhaló un suspiro.

– Eso por usar un eufemismo. No estoy segura de que pudiese haber compartido o explicado esto a nadie. Ahora me alegro de que se haya hecho público. -Extendió las manos hacia adelante. -Y gracias por tu comprensión.

Annelise asintió.

– Soy tu amiga, Sloane. Y eso quiere decir que puedes contar conmigo. Si alguna vez te apetece hablar de ese hombre por el que suspiras, aquí me tienes.

– ¿Qué te hace pensar que suspiro por un hombre? -preguntó Sloane tras tomar un sorbo de café. La bebida estaba demasiado dulce e hizo una mueca. -¿Tan transparente soy?

– No lo dudes. Tienes los sentamientos grabados en la cara. Te sientes desgraciada, y lo que te preocupa no son los asuntos familiares. Antes de que me preguntes cómo lo sé… Pues es porque se te nota. -Annelise se inclinó hacia adelante y rozó con el codo las muestras de tejidos que había sobre la mesa. -Por cierto, este estampado me gusta.

– Se llama espaldar. -«Como algunas de las colgaduras de las paredes llenas de pájaros de Norman's», pensó Sloane.

Y aquél era otro fenómeno curioso. El modesto restaurante sin pizca de estilo, la atraía mucho más que los locales que frecuentaba en Washington. Los que pagaban a los mejores decoradores para crear un ambiente agradable para los clientes. Sloane añoraba los pájaros horteras.

– Bueno, tu cuerpo está aquí, pero sigues ensimismada. -Annelise cogió el bolso. -Llámame cuando quieras hablar, ¿de acuerdo?

Sloane asintió.

– Descuida. Y gracias otra vez.

Mucho después de que Annelise se hubiera marchado, Sloane se obligó a hacer las llamadas de la lista, dando ciertos asuntos por zanjados y tachándolos, y dejando mensajes sobre otros, con notas de seguimiento en la agenda. Cuando sonó el móvil, estaba preparada para cualquier distracción que no tuviera nada que ver con la decoración.

– ¿Diga?

– Hola, cariño.

Oyó la voz de Madeline al otro lado de la línea y Sloane se alegró de poder hablar sin secretos y sin problemas con ella. -Hola, mamá. ¿Dónde estás?

– En el centro comercial, de compras con tus hermanas. O, mejor dicho, haciéndoles de chófer mientras compro un par de cosas para mí. Quería oír tu voz, por eso he llamado. -Madeline se rió, pero se notaba que estaba nerviosa.

Un cara a cara con la muerte surtía ese efecto incluso en las personas más fuertes, pensó Sloane.

– Estoy bien -le aseguró a Madeline, aunque su madrastra no se lo hubiera preguntado. Era preferible que no supiera que seguía preocupada. -Estoy intentando recuperar el tiempo perdido en el trabajo.

– ¿Y lo has conseguido?

– No. -Sloane se rió. -Ni por asomo.

– Entonces ven a vernos. Todavía tengo esas cartas de Jacqueline que prometí enseñarte, y por supuesto tus hermanas quieren ver que estás bien con sus propios ojos. Un momento.

Sloane oyó unas cuantas interferencias y luego de nuevo la voz de Madeline.

– Chicas, la espalda al aire está bien, pero tanto escote no. Vestidos distintos -ordenó.

Sloane rió entre dientes.

– ¿La función benéfica de Navidad? -preguntó Sloane con conocimiento de causa. Había asistido a las suficientes como para saber qué estaban comprando las gemelas.

– Por supuesto -repuso Madeline. -Y no te imaginas los modelitos provocativos que Edén y Dawne pretendían que les dejase ponerse.

Sloane entornó los ojos.

– Habrán pensado que estabas distraída y que les dirías que sí. Así, cuando les hubieras gritado en casa, habrían podido echarte la culpa.'.

– Exacto. Bueno, ¿vas a venir a casa? A lo mejor puedes asistir a la función benéfica. Puedo presentarte a muchos hombres que te ayudarán a olvidarte de ese como-se-llame rápidamente -dijo Madeline.

Sloane se puso rígida en el asiento..

– Se llama Chase Chandler y lo, sabes perfectamente. -Chase era inolvidable..

Nunca le había mentido, nunca le había dado menos de lo que le había prometido y siempre le había dado más. Lo quería incluso más por todo ello.

– Ya sé cómo se llama, cariño. Lo que pasa es que no estoy segura de lo que sientes por él en estos momentos.

«Perfecto», pensó Sloane. Su propia madre la trataba con condescendencia.

– Mejor que no vaya. No servirá de nada.

– ¿Sabes que Charlotte ha tenido el bebé? -preguntó Madeline con dulzura. -Una niña.

Sloane negó con la cabeza. No, no lo sabía. Se había perdido el acontecimiento. Se había perdido la expresión de Chase al ver a su sobrina por primera vez. Y se lo había perdido porque lo había dejado marchar. Él le había ofrecido un futuro y ella no había creído que fuera eso lo que él realmente quería.

¿Acaso se había equivocado?

– ¿Sloane? ¿Sigues ahí?

Se secó una lágrima que había empezado a deslizársele por la mejilla.

– Estoy aquí y no, no sabía lo de Charlotte. -Tragó saliva a pesar del nudo que se le había formado en la garganta. -Tendré que mandarle un regalo.

– Lo siento, cariño.

– Sí, yo también. -Agarró el teléfono con más fuerza.

– Ven a casa y deja que cuide de ti. Deberías haberte tomado unos cuantos días libres más para recuperarte.

Sloane sonrió y de repente los cuidados de Madeline y la cháchara de sus hermanas le parecieron atractivos. Pero la idea de Yorkshire Falls le resultaba incluso más apetecible.

– Lo pensaré, ¿vale?

– No, no vale. O compras un billete de avión o te lo compro yo. No quiero que estés sola. Necesitas la compañía de tu familia. Sloane gimió.

– Vale, ya que te empeñas. Pero tu método no funcionaría si yo no quisiera ir. Llamaré para reservar un billete. Esta misma noche puedo estar en casa. -Y en Yorkshire Falls al día siguiente, si así lo deseaba.

– Esta noche no estaremos en casa. Tu padre y yo tenemos un compromiso y tus hermanas se van a dormir a casa de una amiga, pero tienes la llave, ¿no?

– Sí. -Hizo sonar el llavero. -Entonces nos vemos por la mañana.

– ¡Perfecto! No te olvides de dejarnos la información sobre el vuelo que coges en el contestador automático. Bueno, tengo que dejarte. Las chicas se acercan con una montaña de vestidos. Voy a separar los descocados y los escandalosos. Hasta mañana.

Sloane colgó y se sintió mejor de lo que se había sentido desde que volviera de Yorkshire Falls. Al día siguiente estaría en casa con su familia. Bueno, no era lo mismo que estar con Chase, pero ya era algo.


Sloane bajó del avión y caminó por la pista de aterrizaje. El aeropuerto de Albany era pequeño, y como sólo llevaba una bolsa de mano, se fue directamente a coger un taxi. Un viento helado azotaba la noche y se estremeció.

Antes de llegar a la cola de la parada de taxis, un coche oscuro se detuvo junto a ella con la ventanilla bajada.

– ¿Necesitas transporte? '

Sloane reconoció la voz profunda y grave de Chase, y el corazón le dio un vuelco.

– ¿Cómo me has encontrado?

– Madeline me llamó y me dijo que necesitabas que alguien te viniera a recoger al aeropuerto.

Sloane entrecerró los ojos.

– Menuda casamentera, mentirosa, artera…

– Así me sentía yo exactamente cuando mi madre poma en práctica sus artimañas. Pero eso fue antes de que aparecieras. -Se echó a reír. -Venga, sube. Hace mucho frío.

Sin esperar respuesta, abrió su puerta y se bajó del coche. Hizo caso omiso de sus protestas y preguntas, y dejó la bolsa de Sloane en el maletero.

Ella se frotó el hombro con la mano libre y lo miró con cautela. Ella podía coger un taxi, pero él había conducido media hora hasta el aeropuerto y Yorkshire Falls estaba en dirección contraria a la casa de sus padres, por lo que había tenido que desviarse. Sólo para verla.

Qué contenta estaba de verlo. Aunque era obvio que Madeline la había embaucado. Pero ¿por qué Chase se había prestado a seguirle el juego? No iba a saber la respuesta a no ser que se fuera con él, así que, cuando le abrió la puerta, subió al coche sin pensarlo dos veces. En seguida notó el cambio de temperatura y fue entrando en calor. Cuando Chase se acomodó al volante, la temperatura del habitáculo subió incluso más grados.

El la miró con sus ojos sombríos, comunicándole que él también notaba esa conexión instantánea. Sloane cambió de postura y pensó que debía andarse con cuidado, y pensar en una conversación neutral.

– ¿Qué tal tienes el hombro? -le preguntó Chase al incorporarse a la carretera que salía del aeropuerto. Sloane apoyó la cabeza en el asiento.

– Todavía me duele un poco. Pero ahora sólo tomo Tylenol. -Me alegro.

NíJ£5tai›a preparada para hablar de ellos dos, así que se decidió por el tema más oportuno.

– Madeline me ha dicho que Charlotte ha tenido una niña.

– Es preciosa. -Desplegó una sonrisa contagiosa, la adoración que sentía por el bebé era obvia y a Sloane se le partió el corazón. ¿Esa reacción era propia del hombre que no quería tener hijos? De nuevo Sloane se vio obligada a volver a analizar los motivos por los que se había alejado de él y no había creído en su proclamación de que había cambiado.

¿Acaso había que achacarlo al hecho de que su vida hubiera sufrido semejante trastorno? Las personas en las que siempre había confiado, Madeline y Michael, la habían traicionado en lo más profundo de su identidad. Chase le había puesto el corazón en bandeja junto con las cosas que ella le había dicho que quería.

No obstante, Sloane lo había rechazado.

– ¿Qué tal se encuentra Charlotte? -preguntó.

– Cada día mejor.

– Me habría gustado que me llamaras para decírmelo. -Se obligó a pronunciar las palabras que los conduciría a una conversación sobre sus sentimientos, sin saber cuál sería el destino final.

Mientras conducía, Chase apoyó el brazo que tenía libre en el reposacabezas de ella.

– Pensaba que no querías saber nada de mí.

Sloane suspiró.

– ¿Eso dije?

Chase ladeó la cabeza hacia ella.

– «Adiós, Chase», alto y claro. Pero decidí no hacer caso de tus palabras y seguir mi instinto.

– Toma la siguiente salida -le indicó al ver los letreros de la autopista.

No obstante la indicación, él se la pasó.

– ¿Chase?

– Sé adónde voy. Tendrás que confiar en mí, querida. ¿Podrás hacerlo por una vez?

Sloane dejó escapar una carcajada irónica.

– Esta sí que es buena. ¿Desde cuándo no confío en ti? -Ella le había confiado su vida y él había estado a la altura, siempre.

– Cuando te dije que te quería y me rechazaste -espetó él con sequedad.

– ¡Touché! -Tal como había empezado a sospechar, realmente ella había colaborado a estropear su relación. El no era el único culpable. Giró la cabeza y se dedicó a mirar por la ventana, hacia la noche oscura. -¿Chase?

– ¿Sí?

– Te rechacé y creíste que no quería saber nada más de ti, ¿verdad?

– Eso es.

El coche pasó por un bache y el hombro de Sloane lo acusó. Hizo una mueca de dolor pero no se quejó. -Entonces ¿qué estás haciendo aquí?

– Es donde quiero estar. -Chase la miró, e inmediatamente notó la tensión en el rostro de ella, las ojeras que delataban su agotamiento.

Todavía no se había recuperado totalmente del disparo, pero había vuelto al trabajo habiendo descansado apenas un fin de semana. No era suficiente ni para Madeline ni para Chase. Motivo por el cual la había secuestrado, por así decirlo. Raina había dejado de hacer de casamentera, pero Madeline había estado más que dispuesta a ofrecerle a su hijastra en bandeja.

Chase no pudo ver cómo reaccionaba Sloane ante sus palabras. No se había vuelto hacia él para mirarlo y permaneció callada el resto del viaje, hasta que estacionó en el aparcamiento de un pequeño hotel.

– ¿Dónde estamos? -Por fin lo miró.

– En un lugar donde podrás descansar. -Bajó del coche y lo rodeó para abrirle la puerta. Sloane alzó la mirada hacia él. -¿Tengo derecho a dar mi opinión?

– Si dices que me seguirás al interior, sí, entonces tienes derecho. -Señaló el establo reconvertido en hotel de lujo. -Muy gracioso.

– Yo no me río. -Sacó sus respectivos equipajes del maletero y cerró la puerta. Reprimió el deseo de apoyarla contra el coche y besarla hasta que dejara de hablar, de resistirse, hasta que dejara de hacer cualquier cosa que no fuera amarlo, pero eso ya lo había probado la última vez y no había funcionado. No pensaba tropezar dos veces con la misma piedra.

Como ya se había registrado en el hotel a última hora de la tarde, no tuvo que entretenerse con el papeleo. Así pues, condujo a Sloane por un corto tramo de escalera y por un pasillo estrecho que conducía a su habitación y su sala de estar, tenuemente iluminada. Había un fuego en la chimenea, lo cual propiciaba el ambiente que había querido crear para ella. Intimo, privado y solemne.

Una vez en el interior, Sloane miró en derredor y se fijó en las paredes revestidas de madera y el encanto del viejo mundo.

– Qué bonito es este sitio.

Chase la ayudó a quitarse la chaqueta, con cuidado para no hacerle daño en el hombro. Todavía lo llevaba vendado y el grueso acolchado abultaba por debajo de la camisa.

– Mis padres vinieron aquí en su luna de miel, y luego engodos sus aniversarios.

Sloane se volvió, claramente asombrada. Se le dilataron las pupilas porque por fin se había dado cuenta del significado del lugar, o al menos es lo que Chase esperaba. No se creía capaz de soportar mucha más expectativa, porque no sabía qué pensaba o sentía ella.

– Supongo que me has traído por algún motivo -dijo, -aparte de porque necesite descansar.

Chase emitió un gruñido.

– Necesitas descansar. Y voy a encargarme de que lo hagas. -Acarició las sombras negras que tenía bajo los ojos con el pulgar.

En cuanto la tocó, Sloane dejó escapar un gemido suave. Por instinto, él le rodeó la nuca con la mano, con lo que invadió su espacio personal y la colocó dentro del de él.

A la porra con ir despacio.

– Te quiero, te he echado de menos y quiero que formes parte de mi vida. Para siempre -dijo con brusquedad. Sloane esbozó una sonrisa. -Sigue hablando.

– Tenías razón al no creer que estaba preparado para comprometerme -prosiguió, contándole lo que él mismo acababa de comprender.

Sloane parpadeó y lo miró atenta y con expresión comprensiva.

– No quería que volvieras la vista atrás y me guardaras rencor, o sintieras que te había atrapado en un momento de debilidad. -Encogió el hombro que tenía sano. -Prefiero saber que eres feliz sin mí que desgraciado conmigo.

– No es probable -refunfuñó. -Pero tengo mucho que contarte.

– Entonces ¿te importa si nos sentamos? Todavía me noto un poco débil.

Chase se dio cuenta de que estaba pálida y aceptó.

– Por supuesto, cariño. Chase la cogió en brazos y la aposentó en el sofá, delante de la chimenea. Se sentía más esperanzado que cuando la había recogido por sorpresa en el aeropuerto. Se sentó a su lado. Quería verle la cara mientras le explicaba su pasado, su presente y su futuro en común, y cómo había llegado a ciertas conclusiones.

Sloane se humedeció los labios secos, esperando en silencio, preguntándose qué tenía Chase que decirle. Comprendió que era serio, y era consciente de que él había pensado muy bien dónde, cuándo y cómo compartir sus sentimientos con ella. También era consciente de que lo que fuera a decirle determinaría su futuro, y por ello el corazón le palpitaba en el pecho.

– Dime. -Lo cogió de la mano porque necesitaba notar su calidez y fortaleza.

– ¿Recuerdas que te conté que mi padre murió y que me hice cargo de la familia? -Las pupilas se le dilataron por el recuerdo.

Sloane asintió.

– Por supuesto que me acuerdo.

– Pues estaba sentado con Lilly en brazos, el bebé de Román y Charlotte, y me maravillé de que aquella personita ya se hubiera hecho un sitio en mi corazón.

Se estremeció al pensar en la imagen que acababa de describirle -Chase sosteniendo a un bebé con sus manos grandes y fuertes- y deseó que ese bebé fuera de ellos dos. Deseó y esperó que él también compartiera ese deseo..

– ¿Y?.

– Y empecé a pensar que era otra persona a la que tenía que proteger. Pero entonces caí en la cuenta. -Miró a Sloane a la cara. -Ella no está a mi cargo. Es la hija de Román y de Charlotte. Pero aun así sentí esa necesidad inicial e instintiva de protegerla.

Sloane sonrió y le sujetó de la mano con más fuerza.

– Eso es porque eres especial.

– Es porque soy un hijo de perra controlador -replicó. Se rió al oír cómo se acababa de describir. -Y mientras tenía en brazos a la niñita me di cuenta de por qué.

Sloane reprimió el impulso de acurrucarse contra él, besarlo v decirle que los porqués no importaban. Pero sí importaban. Lo había rechazado una vez y ahora le estaba dando lo que necesitaba para confiar en él, las razones de su repentino cambio de opinión.

Si comprendía por qué estaba preparado para un cambio radical en su futuro, entonces nunca volvería la vista atrás ni lo lamentaría.

Sloane se inclinó hacia adelante esperando oír más.

– Supongo que esa necesidad de tener controladas a las personas que quiero, sus vidas y su bienestar, se inició cuando mi padre murió. Se convirtió en una obsesión, pero mi madre estaba demasiado agradecida como para que le importara y Rick y Román tuvieron la fortaleza suficiente como para salir adelante a pesar de mí. -Meneó la cabeza y se rió de sí mismo.

– No, Rick y Román tuvieron la fortaleza suficiente como para salir adelante gracias a ti -lo corrigió Sloane.

– Bueno, eso no cambia el hecho de que desarrollara el complejo de salvador que mencionaste, porque así tenía la sensación de que lo controlaba todo. La ilusión de la seguridad.

Tomó aire, y Sloane esperó, porque no quería que se sintiera presionado sino apoyado.

Chase apoyó la cabeza en el respaldo del sofá y fijó la vista en el techo.

– En mi mente desorientada, supuse que si controlaba a mi familia y estaba siempre a su disposición, no los perdería… -Se le quebró la voz y carraspeó antes de continuar: -No los perdería como perdí a mi padre.

Su confesión le llegó al corazón. Había creído entender a aquel hombre silencioso y más bien enigmático, pero desconocía el dolor, más profundo de su corazón.

Ahora lo sabía y se arrepentía de haberle hecho escarbar tanto en su interior como para hacerle sufrir.

– Lo siento. Te rechacé cuando debería haberme dado cuenta de que te conocías lo bastante como para no ofrecer más de lo que eras capaz de dar. Pero yo también tenía miedo. Acababa de pasar por la traición de Michael y Madeline, que me afectó más de lo que estaba dispuesta a reconocer. -Meneó la cabeza. -Pero no tenía que haberte rechazado para luchar contra mis propias inseguridades. Lo siento.

Chase le apartó un mechón de pelo de la frente.

– No lo sientas. Al final has hecho que nos reencontremos.

Sloane negó con la cabeza.

– Entonces, ¿por qué me siento tan egoísta?

– No eres egoísta. Eres sincera y real. Y es obvio que los dos teníamos más temas que solucionar de los que éramos conscientes en ese momento. -Se encogió de hombros. -Eso nos convierte en personas sinceras y reales.

A Sloane se le llenaron los ojos de lágrimas.

– Además, tenías razón. Sí me sentía culpable por no estar contigo cuando te dispararon. Pero más porque podía haberte perdido que por mi afán controlador. Quiero que formes parte de mi vida, Sloane. Ahora y siempre. Nunca volveré la vista atrás y me plantearé «qué habría pasado si».

– ¿Cómo puedes estar seguro? -Se mordió el labio inferior y odió tener que preguntárselo.

Chase giró la cabeza.

– Cariño, escribí el artículo de mi vida y me dejó frío y vacío porque no te tenía.

Sloane exhaló el aliento que había contenido sin darse cuenta. Más que cualquier otra cosa, ésas eran las palabras que necesitaba oír. Que ella era un valor añadido a su vida y que no le restaba nada.

– Leí el artículo y era magistral, Chase. Hiciste un trabajo muy profesional al tiempo que protegiste a mi familia como ningún otro periodista habría hecho.

Chase esbozó una sonrisa.

– No sería muy inteligente dejar por los suelos a la familia de la mujer con la que quiero casarme, ¿no?

Sloane se olvidó del dolor del hombro, se puso de rodillas y se lanzó a sus brazos, tumbándolo en el sofá. Contempló sus profundos ojos azules y se dio cuenta de que quería pasar el resto de sus días en compañía de ese hombre cuyo amor y cariño eran tan sólidos.

– Dime que estás seguro.

– Estoy seguro. -Chase se echó a reír y cambió de postura para acomodarla. Consiguió colocarla debajo de él y se le sentó a horcajadas sobre las caderas de ella. -Estoy cien por cien seguro de que quiero estar contigo el resto de mi vida.

Sloane arqueó una ceja.

– ¿Casado y con hijos? -preguntó, convencida de saber la respuesta. -Porque cuando me has hablado de que tuviste en los brazos a Lilly, no hacía más que pensar que abrazabas a nuestro bebé.

– Cariño, no hay nada que quiera más en este mundo.

Sloane soltó el aire con fuerza, capaz de respirar por fin.

– Yo también te quiero, Chase. -Le pasó el brazo sano por el cuello y se lo acercó más. -Ahora bésame.

– Será un placer -dijo él y le selló los labios, sabiendo que esta vez nada se interpondría entre ellos. Ni el miedo, ni la desconfianza ni el pasado.

Le introdujo la lengua en la boca mientras la acariciaba con la parte inferior del cuerpo, presionando su dura entrepierna contra el cuerpo de ella.

– ¿Quieres intentar hacer el bebé ahora? -preguntó Sloane, separando la boca y jadeando.

– ¿Aquí mismo? -Se desabotonó los vaqueros. -¿Ahora mismo?

– Sí, oh, sí. -Alzó las caderas para intentar ayudarlo, aunque sólo podía usar una mano.

Chase se hizo cargo de la situación, la desnudó y se detuvo para excitar y estimular todos y cada uno de los poros de su deliciosa piel. Le bajó la cremallera y la ayudó a quitarse los pantalones y las bragas de encaje a la vez. Empezó a acariciarla con las manos y luego se ayudó de la lengua y de suaves mordisquitos. De forma que, cuando se colocó encima de Sloane, piel contra piel, el cuerpo húmedo de ella estaba más que preparado para su enfebrecida carne.

Y la penetró, allí y entonces, con la completa intención de dar comienzo a su futuro.

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