Sloane tuvo tiempo más que suficiente para echarse atrás mientras se dirigían al hotel, pero no había llegado hasta ahí para cambiar de opinión. El la cogía de la mano con fuerza y, cuando entraron en el vestíbulo, se dio cuenta de que nadie los miraba. Sin sus famosos padres al lado, en Washington nadie se fijaba en ella.
Chase se paró y la miró. Sloane advirtió en sus ojos el mismo deseo que la consumía.
– Tengo que pasar por recepción. -La dejó un momento para hablar con el recepcionista y se reunió con ella en seguida.
A Sloane el corazón le latía con fuerza en el pecho cuando entraron en el ascensor y las puertas se cerraron detrás de ellos.
Él le dedicó una intensa mirada.
– No he salido esta noche con esta intención, pero… -se encogió de hombros como si no supiera qué decir a continuación- me alegro de haberte encontrado.
Sloane sonrió porque lo entendía. Ella tampoco había ido al bar a buscar un rollo de una noche, sino para beber y aturdirse, para olvidar un rato su pena. Pero lo había mirado a los ojos una sola vez y se había quedado embelesada.
Para ella, la noche no podía acabar de otra manera.
– Yo tampoco iba a por un hombre. -Soltó una tímida carcajada. -Pero también me alegro de haberte encontrado.
Chase apoyó una mano en la pared, pasándola por encima del hombro de ella. Era alto, tenía una presencia imponente, pero no obstante, su porte pausado y su actitud tranquila hacían que se sintiera cómoda. Segura. E hipnotizada por aquellos preciosos ojos azules; era capaz de olvidarse de todo menos de él. Y ése era precisamente su principal objetivo.
– Creo que ha llegado el momento de que nos digamos el nombre. -Chase esbozó una sonrisa persuasiva.
El nombre, no el apellido. Eso podía permitírselo, pensó ella, hasta que se dio cuenta de que Sloane era demasiado distintivo, demasiado fácil de reconocer en Washington, desde el momento en que su padre planeaba lanzarse al ruedo de la política de altos vuelos.
– Faith -respondió, dándole su segundo nombre.
– Es bonito -dijo él con voz ronca. Se enroscó un mechón del pelo de ella en el dedo, y ese simple gesto le resultó curiosamente excitante a Sloane.
– Yo me llamo Chase.
Ella sonrió.
– Te pega. No me preguntes por qué.
Riendo, él le rodeó la cintura con el brazo y la acercó. Su olor viril la embargó como un potente afrodisíaco. El hombre bajó la cabeza, pero antes de tener tiempo de nada más, las puertas del ascensor se abrieron y en los labios de Sloane quedó un cosquilleo, la espera del contacto con lo desconocido.
El la condujo a su habitación cogida de la mano y, tras introducir la tarjeta-llave, entraron en la suite. El dormitorio quedaba al otro lado de la puerta abierta, al fondo, y el salón, aunque tenía el aspecto y el olor de una habitación de hotel impersonal, cuando él dio un paso hacia ella, perdió toda la frialdad. Chase la estrechó entre sus brazos. Con su mirada profunda y su contundente presencia física, la envolvió en un calor intenso.
La miró a los ojos mientras bajaba la cabeza y la besaba por primera vez. Sus labios eran suaves pero decididos, sin vacilaciones ni inseguridad en su tacto masculino. Aunque no lo conocía, a Sloane le servía de áncora de salvación durante la tormenta de su vida. Le permitió relajarse y sentirse segura, aferrarse a él y aceptar todo lo que le ofrecía. Le devolvió el beso, entregada.
Chase le puso las manos en las mejillas, sujetándole la cabeza para poder devorarle los labios. Le dio mordisquitos, se introdujo el labio inferior de ella en la boca y luego la besó profundamente recorriendo su boca con la lengua. Momento a momento, Sloane sentía cómo el fuego crecía cada vez más en su interior, así como la necesidad imperiosa de tocarlo. Le sacó la camisa de la cinturilla de los vaqueros y colocó las manos contra su cálida piel.
Chase exhaló un gemido ahogado y le deslizó los dedos entre el pelo mientras dejaba un reguero de húmedos besos en la mejilla hasta detenerse en el cuello. Le estaba borrando todo de la mente, la incredulidad, el dolor, el daño y la angustia de la jornada, hasta que llegó un momento en que sólo fue capaz de pensar en él. Los pezones se le endurecieron y los pechos se le hincharon mientras, entre las piernas, sentía una humedad lúbrica.
Inclinó la cabeza hacia atrás para facilitarle el acceso a su garganta, para que lamiera con más fuerza esa piel sensible, como un preludio para pasar a otras partes de su cuerpo más excitadas. La embargó una oleada de sensaciones y lo abrazó por la cintura más fuerte en respuesta a sus caricias.
– Oh, sí. -Sloane oyó su propia voz como si viniera de lejos, baja, ronca y llena de deseo.
– ¿Te gusta? -preguntó él.
Ella se obligó a separar sus espesas pestañas para mirarlo.
– Supongo que es una pregunta retórica, ¿no?
Chase esbozó una seductora sonrisa y prosiguió acariciando con su lengua la piel sensible del cuello de ella.
– Humm. -Él sabía lo que hacía, pensó Sloane. -Faith.
Tardó unos instantes en darse cuenta de que le estaba hablando.
– ¿Sí?
– Nada. Es que me gusta cómo suena tu nombre.
Ella sonrió y deseó que la llamara por su nombre verdadero; deseó que su voz ronca pronunciara «Sloane» cuando la penetrara. Envalentonada por lo que estaba sintiendo, le rozó con las uñas el pecho y la piel cubierta por el vello.
– Espero que esto te guste a ti.
Antes de que Chase tuviera tiempo de responder, los interrumpieron unos golpes en la puerta.
– Ya voy yo. -Se encaminó hacia allí con la seguridad que le caracterizaba, sin pensar que llevaba la camisa por fuera y el pelo revuelto. Abrió lo justo, y Sloane se dio cuenta de que lo hacía para preservar su intimidad.
Agradeció su caballerosidad, teniendo en cuenta que aquello no era para él más que un rollo de una noche.
– Yo lo entraré -le oyó decir. Entonces se volvió hacia ella empujando el carrito del servicio de habitaciones y cerró la puerta con el pie.
– ¿Qué es eso? -preguntó Sloane al ver las dos copas y la botella de champán en la cubitera.
– No me has parecido la clase de mujer que tiene aventuras de una sola noche muy a menudo. Así que quería que fuera… más especial. -Para sorpresa de ella, Chase se sonrojó.
Menudo apuro. El, que había intentado facilitarle a ella las cosas, ahora se sentía un tanto cortado por el detalle. Sloane dio un paso adelante, más segura.
– ¿Qué te hace pensar que normalmente no me comporto así? -preguntó con genuina curiosidad.
– Es una corazonada, y no suelen fallarme. Porque a pesar del vestido sexy, hablas con refinamiento, tienes una expresión un tanto vacilante y, a juzgar por la mirada, huyes de algún secreto oscuro y profundo. Quizá hayas tenido un día nefasto, puede que hayas perdido el trabajo, pero quieres olvidarlo. No te acuestas con desconocidos todos los días. Me apostaría lo que fuera -concluyó envalentonado.
– ¿Todo eso con sólo mirarme?
Chase sonrió.
– Soy periodista. Observar es mi especialidad. ¿Cuál es la tuya?
– Diseño de interiores -dijo sin pensarlo dos veces, incapaz de pensar en otra cosa que no fuera la revelación que él acababa de hacer.
Un reportero del tipo que fuera podía desbaratar los planes políticos de su padre y, a pesar del dolor y la traición que sentía en su interior, le quería. Razón de más para no revelar su nombre verdadero a Chase.
Se acercó a él.
– Debes de ser muy bueno en tu trabajo porque tienes razón. No es algo que ocurra todos los días -reconoció. Un truco que había aprendido de sus padres era alimentar a los reporteros con la mayor cantidad de hechos verdaderos posible para que no recelaran todavía más.
– Me gusta tener razón.
Ella se echó a reír.
– Lo cual te convierte en un hombre típico. -Ahora mismo me conformo con ser tu hombre. ¿Una copa? -Señaló el champán con un gesto de la mano.
Su amabilidad seguía gustándole.
– Preferiría retomar lo que hemos dejado y reservar el champán para más tarde. -Más sinceridad, pensó Sloane. Ahora lo deseaba igual o más que antes.
La cogió de la mano, la condujo al sillón de la esquina y se sentó.
– Ven conmigo. -Tiró de la mano de ella para dejar claro lo que quería.
Sloane tomó aire y acomodó una rodilla a cada lado de los muslos de él mientras se sentaba en su regazo. La protuberancia de sus vaqueros resultaba evidente y palpitaba deliciosamente entre las piernas de ella, mientras Chase tenía las pupilas dilatadas de deseo contenido.
Sloane le rodeó el cuello con los brazos.
– Bésame, Chase. Hazme olvidar -musitó.
– ¿Olvidar qué?
No quería responder. Quería que la besara, así que se inclinó hacia adelante y le selló los labios con los suyos.
Pero cuando se desplazó en su regazo y su pelvis entró en contacto con la entrepierna de él, los besos pasaron a ser algo secundario ante el deseo abrumador. El se levantó cogiéndola en brazos, sin separar su boca de la de ella, y entró en el dormitorio. A Sloane el corazón le latía con fuerza, las oleadas de deseo la inundaban una y otra vez mientras la expectativa no hacía más que aumentar.
La colocó en la cama, donde ambos se arrodillaron. Se movían al unísono, ella desabotonándole la camisa y echándola a un lado, admirando a continuación su pecho musculoso, y él llevando la mano hacia su espalda y tirando del lazo que sujetaba el top, que cayó dejando al descubierto los pechos desnudos de ella. Sloane debería haberse sentido incómoda, pero él la devoró con una mirada voraz y un gemido de agradecimiento le brotó de la garganta, por lo que no quedó la menor duda de que le gustaba lo que veía. Acto seguido, Chase ahuecó las manos sobre sus pechos, mientras los pezones le presionaban las palmas con fuerza.
Sloane se sintió invadida por una calidez extrema y exhaló un suspiro. Kl buscó la cinturilla de la falda mientras ella le desabotonaba los vaqueros; entre los dos fueron despojándose de la ropa y de sus inhibiciones.
De repente, se encontró apoyada en las almohadas, con Chase a horcajadas encima, y con ambas muñecas sujetas con una mano de él por encima de la cabeza de ella. Si bien la tenía inmovilizada en una posición erótica, la retenía con suavidad, de forma que pudiera desasirse si así lo deseaba, pero no era el caso.
La postura la excitaba sobremanera y le gustaba la forma en que él la miraba, como si fuera capaz de leerle el pensamiento y ofrecerle el trato íntimo que deseaba.
– Quiero entrar en ti. -Su largo miembro frotándole el estómago no dejaba lugar a dudas.
– Adelante -dijo ella, y levantó las cejas instintivamente mientras notaba la humedad que tenía entre los muslos y la oleada de excitación crecía en su interior.
– No hasta que te proteja.
Eso la pilló desprevenida.
– ¿Debo protegerme de algo? -preguntó a la ligera. Estaba tan decidida a ahuyentar la dolorosa verdad que se daba cuenta de que no se había parado a pensar. -Tomo la píldora, pero…
– Bueno, cariño, con la vida que he llevado no tienes de qué preocuparte, pero la seguridad es lo primero, y los hijos, ni pintados. -Salió de la cama y se dirigió al baño.
A Sloane se le aflojó el nudo que se le había formado en el estómago. No sabía por qué, no tenía motivos para confiar, pero le creía. Y de nuevo apreciaba su caballerosidad en una aventura de una noche. Al fin y al cabo, no muchos hombres se preocupaban de lo que dejaban atrás. Chase sí. Ese hombre tenía algo distinto. Algo solícito y especial, pensó.
El volvió rápidamente y a Sloane no le quedó más remedio que admirar su cuerpazo, las espaldas anchas, la cintura estrecha y otras partes del mismo que exigían atención. Se centró en el momento presente y apartó otros pensamientos. ¿Cómo iba a ser de otro modo con un hombre tan estupendo al lado?
Nunca antes había sentido una lujuria tan instantánea y abrumadora. Y tampoco ningún hombre la había mirado como si no fuera a saciarse de ella jamás. Chase sí.
El sostuvo un momento el envoltorio en la mano, de espaldas a ella, para volverse en seguida y dedicarle aquella sonrisa sexy e intensa que la dejaba sin aliento.
– Ya hemos esperado lo suficiente, ¿no crees?
Sloane se echó a reír, aunque el cuerpo le ardía consumido por la espera.
– Más que suficiente -convino ella.
La besó con un gemido. Tenía la boca caliente y avariciosa, mientras le separaba las piernas para penetrarla. La consumación y la realización estaban muy próximas, pero en vez de entrar en ella, bajó las manos.
Sus largos dedos entraron en su interior y la excitaron todavía más con sus caricias expertas. Ella gimió, arqueó las caderas e intentó llevarlo más y más adentro, obligándose a contraer los músculos, pero no bastaba. Quería algo más.
El debió de notarlo, porque retiró el dedo y por fin la penetró con un solo movimiento prolongado y suave, que en seguida la llevó al borde del orgasmo.
Tan duro, tan rápido y tan bien. Sloane cerró los ojos cuando él se retiró y le hizo notar todas sus rugosidades antes de penetrarla de nuevo. El ritmo, se fue acelerando y, sin dilación, alcanzaron una sincronización perfecta, casi como si lo hubieran hecho otras veces.
– Cielo santo -musitó Chase. Ninguna mujer debería hacerle sentir tan bien. Sobre todo una a la que acababa de conocer, que desconocía lo que le gustaba y lo que no. Sin embargo, sabía perfectamente qué hacer para excitarlo. Cuánto veía en esos ojos verdes. Habían conectado y lo notaba en su cuerpo, en cada centímetro recorrido de su interior.
Sloane resultaba femenina y suave al tacto, tenía los pezones duros y se le excitaban al tocarle el pecho. Siguió todas sus embestidas, llevándole cada vez más allá mientras sus cuerpos se fundían y él ardía en deseos de explotar. Pero no quería hacerlo solo. Deseaba que alcanzaran juntos el clímax. Deslizó la mano entre sus cuerpos e introdujo el dedo entre sus pliegues húmedos para aumentar la presión y hacerla llegar al orgasmo.
Fue recompensado con un gemido de estremecimiento, y movió las caderas con la intención de profundizar la estimulante tensión. Ella tenía los muslos juntos, sus músculos lo envolvían con un calor húmedo. A cada embestida se situaban al límite, resistiendo por mera fuerza de voluntad.
– Chase.
Se sorprendió al oír su nombre en boca de ella. Porque, por mucho que hubieran intimado, por muy cercano que se sintiera, apenas habían hablado. Se obligó a abrir los párpados.
Se encontró con los grandes ojos verdes de ella.
– Date la vuelta.
Chase la miró boquiabierto.
– ¿Qué?
– Después de lo de hoy, necesito tener el control -le explicó, mientras lo apartaba ligeramente con el cuerpo y cambiaban de postura a la vez, hasta que él estuvo boca arriba y ella sentada a horcajadas encima. Sloane se estremeció al notar que ahora la penetraba mucho más hondo que antes. -Oh, Dios mío.
Chase tragó saliva, porque él también lo sintió, pero la sensación vino acompañada de conciencia. Para ella, esa noche era mucho más que sexo fácil. Huía de algo y lo utilizaba para olvidar. Pero su cuerpo no estaba para hacer preguntas.
Y con aquella preciosa cara y aquellos pechos exuberantes encima de él, no pensaba resistirse.
– Lo que tú prefieras -le dijo.
Un destello de agradecimiento se reflejó en sus rasgos y entonces, por fin, Sloane empezó a moverse, meciendo las caderas, estrechándolo lo máximo posible con sus músculos internos hasta que el maremoto se apoderó de ellos una vez más. Sin previo aviso, se tumbó encima de él y le besó en los labios mientras seguía describiendo un movimiento sistemático y giratorio con las caderas. Mantenía la tensión y la acrecentaba mientras su monte de Venus presionaba contra su entrepierna, proporcionándole sensaciones que él jamás había sentido antes.
A cada embestida descendente de la pelvis, Sloane emitía un gemido suave y excitante. Estaba a punto, igual que él, y mantenía la presión, acercándolo cada vez más al estallido. En esos momentos sólo tenía una cosa en mente: esa mujer y la intensidad de las sensaciones que le producía mientras seguía extrayéndole la savia, aun mucho después de que él hubiese eyaculado.
Incluso cuando inició la pausada vuelta a la realidad, ella seguía estremeciéndose encima de él, en un orgasmo largo y prolongado. Al cabo de unos minutos, la respiración de Chase recuperó un ritmo más lento. Lo mismo que sus pensamientos. Tenía treinta y siete años y nunca había experimentado una sesión de sexo tan increíble con ninguna mujer.
Nunca. Y necesitaba unos instantes para asimilar la sensación.
Pero antes de que se diera cuenta, ella se movió y se dispuso a levantarse, lo cual lo pilló totalmente por sorpresa.
– Espera. -Estiró el brazo, pero apenas consiguió rozarle la espalda. -¿A qué viene tanta prisa?
Ella se volvió, pero Chase sólo le vio la melena despeinada y el perfil elegante.
– Pensaba que querrías que me marchara. -Soltó una carcajada tan forzada que a Chase le tocó algo por dentro. -Así evitamos la incomodidad de la mañana siguiente -añadió a modo de explicación.
El comprendió que deseaba tomar el camino más fácil, pero todavía no había acabado con ella. Y esperó que ella tampoco hubiera acabado de desearle.
– Preferiría que te quedaras. -Se apoyó en el codo y le recorrió la espalda con un dedo. -Si no te parece mal.
Ella se volvió hacia él con expresión confundida y asombrada. Chase la entendía perfectamente, porque él se sentía igual.
– Esto es una locura -dijo la mujer.
– Estoy de acuerdo. -Se pasó una mano por el pelo y esperó. -Me quedo -decidió ella al fin.
– Bien. -Se excusó un momento para ir al baño y, al volver, la estrechó entre sus brazos.
– A veces está bien hacer locuras, supongo. -Se echó a reír y dejó que su cuerpo vibrara, cálido y delicioso, en contacto con el de él.
Chase apoyó la mejilla en su melena rojiza, inhalando su aroma. -Esta noche necesitaba hacer alguna locura -explicó él. -Hasta ahora, mi vida siempre había transcurrido por los cauces previstos. -Pensó en la rutina que había seguido durante los últimos diecinueve años. -Lo esperado -prosiguió, recordando cómo había criado a sus hermanos y se había convertido en el modelo para ellos. -Y he vivido sobre todo para los demás.
– Me recuerda mucho a mi vida -musitó ella.
Chase le apartó el pelo rebelde de la cara y dejó que se acurrucara más contra él. Evitaba pensar en lo raro que era que quisiera pasar la noche abrazado a aquella mujer suave y dispuesta. Pero por una vez, le apetecía hacer lo que le dictaban sus deseos.
– Esta noche me había prometido que sería el inicio de una nueva vida, sólo para mí.
– Suena fantástico -convino ella exhalando un suspiro.
– ¿Por qué no sigues mi ejemplo? -sugirió él. Chase no tenía ni idea de lo que la tenía preocupada o apenada pero, al igual que él, era obvio que esa noche se había permitido ser libre. No debería regresar a una vida de limitaciones, ni vivir para los demás.
– Hay gente que confía en mí -dijo ella relajada. -Aunque mi vida entera haya sido una mentira, todavía se espera de mí que haga lo correcto. -Su voz se tornaba más y más soñolienta a medida que hablaba.
A Chase le picó la curiosidad. No sólo porque era periodista y las frases ambiguas le daban que pensar, sino porque ella le tenía intrigado. Demasiado. Acababa de iniciar su proceso de realización personal. No le apetecía cargar con los problemas o necesidades de otras personas. Ya había apechugado lo suficiente en la vida y era demasiado propenso a hacer lo que se esperaba de él. Parecía algo característico de los Chandler.
Así pues, era perfecto que a la mañana siguiente cada uno siguiera su camino, pensó, también adormilándose.
El sonido sofocado de un llanto despertó a Chase de un sueño profundo y reparador. Tardó unos instantes en ubicarse y, al hacerlo, se dio cuenta de que estaba en la habitación de un hotel, en Washington D.C., con una mujer a la que había conocido la noche anterior y que lo había dejado alucinado tras un encuentro sexual increíble. A la que él había pedido que se quedara cuando se disponía a marcharse.
Lo invadió una sensación incómoda de culpabilidad y desasosiego. Ella se había desplazado al otro extremo de la cama y Chase le tocó el hombro.
– ¿Te arrepientes? -le preguntó. Porque, por increíble que pareciera, él no lo lamentaba en absoluto.
– ¿De lo de anoche? No. De mi vida y de cómo he vivido, ya lo creo que sí.
El tornillo que le atenazaba el corazón se aflojó. No le apetecía tener que lidiar con arrepentimientos ni recriminaciones.
– Poco se puede hacer con el pasado aparte de dejarlo atrás y seguir adelante.
Ella soltó el aire con fuerza.
– Sabias palabras.
– ¿Qué quieres que te diga? Yo soy un hombre sabio. -Ya me pareció que eras una persona de fiar. -¿Crees que podrás volver a dormirte? -Si me frotas la espalda, a lo mejor.
Ella se deslizó hacia Chase, quien le masajeó los tensos músculos de los hombros.
– Humm.
Él le acarició la piel suave y fragante del cuello. Olía y sabía deliciosa.
– Estaba a punto de decir lo mismo.
Chase se irguió, se colocó encima de ella, con el estómago sobre su espalda y la entrepierna entre las nalgas de ella. Sloane ronroneó de satisfacción y la erección de Chase fue inmediata.
– Ya sé lo que de verdad me ayudaría a dormir -dijo ella, contoneando las caderas bajo el cuerpo de él, antes de cerrar las piernas y apresar su miembro.
El deseo de ella resultaba obvio.
– Quieres que te deje agotada, ¿verdad?
– Oh, sí.
A Chase no le hacía falta una segunda invitación. Cogió otro condón que había dejado en la mesita de noche por si acaso y se lo enfundó rápidamente antes de disponerse a penetrarla.
– ¿Así? -preguntó con el rostro pegado a la nuca de ella mientras penetraba despacio en su jugosa feminidad.
– Oooohhh -gimió suavemente. -Es perfecto.
Y lo era. Chase no alcanzaba a comprender aquella confianza y comprensión inherente entre ambos, ni tampoco la cuestionaba. Supuso que tenía que ver con su decisión de vivir la vida de acuerdo con sus deseos, y con el hecho de que ella hubiera decidido lo mismo, aunque sólo fuera por una noche.
Cuando hubieron saciado su deseo una vez más, Sloane se durmió junto a él con la melena esparcida sobre la almohada, totalmente relajada. Lo había hecho por ella. Igual que ella había hecho algo por él. Lo había ayudado a dar el primer paso para liberarse de las responsabilidades y las limitaciones.
La mañana siguiente, cada uno seguiría su camino, pero no antes de que él pidiera desayuno para dos al servicio de habitaciones y se diera un festín con ella, y de ella, por última vez.
Sin embargo, cuando se despertó, debido al sol que se filtraba por las ventanas e inundaba el cuarto de luz, su visitante se había marchado. Chase se frotó los ojos, preguntándose si se había imaginado toda aquella aventura.
Pero su fragancia femenina seguía en el aire y él se había despertado con una erección, dispuesto a satisfacer su deseo una vez más. Ni ella ni la increíble noche que habían pasado eran fruto de su imaginación. Le había dado un impulso fabuloso para emprender la realización de sus sueños y empezar su nueva vida.
Pero una parte de él se sentía decepcionado por no haber tenido más tiempo. Esa misma parte que deseó que se hubieran conocido en un momento distinto de la vida, en otras circunstancias. Si él fuera otra persona y no hubiera tenido que criar a sus hermanos, se preguntó si hubieran tenido alguna posibilidad como pareja. Se pellizcó el puente de la nariz, absorto en esos pensamientos absurdos.
– ¡Anímate, hombre! -musitó. Se levantó y se dispuso a darse una ducha caliente, pero le resultaba imposible quitársela de la cabeza.
Al recordar la primera vez que ella había intentado marcharse, Chase soltó una risa forzada. Después de todo, había conseguido evitar la incomodidad de la mañana siguiente.