CAPÍTULO 15

– La última vez que estuvimos los tres juntos así, uno de nosotros tuvo que casarse. -Román cruzó los brazos sobre el pecho v se rió, recordando a sus hermanos la moneda que habían lanzado al aire hacía más de nueve meses. Una época en la que los «problemas cardíacos» de Raina no eran más que una mera indigestión, si bien sus hijos no lo sabían entonces.

Raina se había valido de ese incidente para comenzar la farsa de su enfermedad y para suplicar a sus hijos que uno de ellos sentara la cabeza y le diese nietos antes de morir. Los tres hermanos Chandler habían lanzado una moneda al aire para ver a quién le tocaría ser el primero en casarse y darle nietos a su madre. Román había perdido y había iniciado el reencuentro con su amor del pasado, Charlotte.

– No ha pasado tanto tiempo y ya nos hemos casado dos y sólo queda un soltero -dijo Rick lanzando una mirada a Chase, a quien el tema no le divertía lo más mínimo.

Sin embargo, la situación era irónica, puesto que ahora Raina estaba enferma de verdad y Chase haría lo que fuese con tal de que se recuperase. Salvo que casarse para contentar a Raina no se correspondía con sus propias necesidades.

Ninguno de sus hermanos parecía percatarse de ello.

– ¿Es que sois tan idiotas que no os dais cuenta de que caísteis en la trampa de mamá? Al tratar de huir de sus maquinaciones, le disteis exactamente lo que quería. -Chase miró por la ventana de la cocina de Rick, la que daba a la casa de Pearl y Eldin.

Durante una época, Pearl y Eldin habían vivido en la casa principal y Kendall en la de invitados, pero la salud de la pareja de ancianos y el matrimonio de Rick y Kendall hizo que el cambio de casas fuera la solución perfecta.

En el patio trasero reinaba una tranquilidad absoluta mientras en la casa de invitados se preparaban para marcharse. Samson fue el único que se quedó allí; se negaba a irse.

Román se encogió de hombros y se dirigió hacia la nevera.

– ¿Refrescos? -preguntó a sus hermanos.

– No -gruñeron los dos.

– Como queráis. -Sacó una botella de Coca-Cola y comenzó a rebuscar por los armarios.

– ¿Qué demonios buscas? -le preguntó Rick. Román cerró una puerta y abrió otra. -Los vasos.

– La puerta que está junto al microondas. Por cierto, haz como si estuvieras en tu casa -le espetó Rick.

Román se rió sin ofenderse lo más mínimo.

– Centrémonos en lo esencial -dijo mientras se sentaba en la encimera de fórmica. -¿Os habéis dado cuenta de que, tal como han salido las cosas, lo que mamá quería ha sido para nuestro bien?

– Kendall te matará si la encimera se agrieta -le dijo Rick.

– Que va. Te matará a ti. -Román sonrió, luego fingió brindar con el vaso y se bebió el refresco. -Entonces, ¿cuándo piensas rendirte y reconocer que Sloane es la mujer de tu vida?

Chase dejó escapar un gemido. Que Román y Rick hubieran decidido casarse y formar familias no significaba que eso fuera lo que más le convenía a él.

– Todos seguimos nuestros propios caminos -respondió.

– ¿Y no puedes seguir el tuyo y estar con Sloane a la vez? -Román arqueó una ceja. -Creo que yo decía lo mismo, que no podía dedicarme a mi trabajo y sentar la cabeza con Charlotte. Me equivocaba.

– Eras corresponsal en el extranjero y estabas dispuesto a cambiar de lugar para satisfacer vuestras necesidades. Yo voy a publicar un artículo que aparecerá en todos los periódicos y que acabará con la carrera política del padre de Sloane. No soy el más idóneo para casarme con ella.

– ¿O sea que te vas a casar? -preguntó Rick. -¡Yuju!

Chase lo fulminó con la mirada, la misma que había surtido efecto cuando un Rick de dieciséis años había amenazado con llevarse su coche si no se lo prestaba. Con casi diecinueve años, Chase se había sentido como si tuviera treinta y no se fiaba de dejar a su hermano al volante.

Rick se limitó a encogerse de hombros.

– Has sido tú quien ha dicho la temida palabra, no yo.

Obviamente, ahora que Rick tenía treinta y cuatro años, la ira de Chase ya no tenía el mismo efecto, y menos cuando Rick creía tener razón.

– ¿Queréis comportaros? -intervino Román tratando de ser la voz de la razón.


Rick se rió por lo bajo, pero recobró la compostura de inmediato.

– Tienes razón. Tenemos problemas más apremiantes. ¿Qué hay de Sloane?

– ¿Qué le pasa? -preguntó Chase, haciéndose el tonto porque no le apetecía hablar del tema con sus hermanaos.

– Seguro que no quiere estar sola después de lo de Samson. Chase relajó los hombros antes de darles la respuesta que llevaba una hora tratando de creer.

– Sloane necesita tiempo para analizar con calma lo que siente por Samson.

– ¿Qué hay de la protección? -le preguntó Rick retomando su faceta más policial. -Ya nos hemos asegurado de que el resto de la familia, Pearl, Eldin y Samson estén a salvo. ¿No se merece Sloane el mismo trato?

– No le pasará nada mientras no esté con Samson. En eso estamos de acuerdo. Y éste se oculta en la casa de invitados.

– Tal vez esté físicamente a salvo, pero ¿qué me dices de sus sentimientos? -Rick meneó la cabeza y le dedicó una mirada que daba a entender que Chase era patético a la hora de lidiar con el sexo opuesto. -A todas las mujeres les gusta contar con alguien en los momentos difíciles -dijo.

– Que te lo digan a ti. -Chase ladeó la cabeza y vio la expresión divertida de su hermano.

– No tengo la culpa si se me da bien rescatar a damas en apuros.

– Pues acabaste casado.

Rick se encogió de hombros.

– ¿Y qué? No me casé con nadie impuesto por mamá. Me casé con Kendall, la mujer que me convenía. Y Román hizo lo mismo. Pero tú, hermanito, sigues huyendo.

– Eso es una tontería -farfulló Chase. -Nunca he huido de nada, empezando por la responsabilidad que suponía ocuparme de vosotros.

– Eso es agua pasada, Chase, pero es una excusa perfecta para no tener que pensar en lo que sientes por Sloane. -Román carraspeó. -Ahora estás eludiendo esa responsabilidad.

– ¿Puedes repetirme en qué te licenciaste? -preguntó Chase con sarcasmo. -Porque no recuerdo que estudiaras psicología.

Román puso los ojos en blanco.

– No hace falta ser ninguna lumbrera para saber cómo eres.

– ¡Eh, chicos! -los interrumpió la voz aguda de Pearl mientras entraba por la puerta principal.

– Creía que estabas en casa de Raina -le dijo Rick mientras observaba a Pearl subir la escalera y dirigirse a la cocina.

– Lo estoy, pero antes me has sacado a toda prisa y me he olvidado los brownies. -Apoyó una mano en la cadera y agitó un dedo frente a Rick. -¿Qué clase de invitada no lleva un regalo a su anfitriona? Raina tendrá que soportarme hallándose delicada de salud, así que he vuelto a por los pastelitos. Porque soy una persona agradecida -prosiguió- y porque Charlotte está embarazada y le apetece comer chocolate.

– ¿Y dónde están los brownies? -le preguntó Rick al ver que no llevaba nada en las manos.

Chase pensó que Rick tenía hambre.

– Fuera, en el coche, con Eldin. -Pearl señaló hacia el exterior. -Pero deberías saber que Samson se ha marchado, no está en la casa en lasque le dijiste que se quedara. Cuando me he dado cuenta de que no estaba allí, no he querido que me detuvieran como cómplice de un delito al no 'informar de su desaparición. -Asintió con la cabeza, convencida de haber hecho lo correcto.

Y eso había hecho, pensó Chase, aunque sus motivos no tuvieran sentido y fueran sesgados. ‹

Rick le rodeó los hombros con el brazo y comenzó a conducirla hacia la puerta principal.

– Has hecho lo que debías -le aseguró.

Pearl volvió a asentir.

– Ah, y hay algo más que debería haberte dicho antes. Rick ladeó la cabeza y se detuvo. -¿El qué?

– Samson ha dicho que hay un hombre que no deja de pedirle indicaciones, y que ese mismo hombre aparece en todos los lugares a los que Samson va. Cuando le sugerimos que te lo contara, dijo que no estaba preocupado, puesto que ese tipo había tenido muchas oportunidades para «cargárselo», si es que ésa era su intención. -Pearl cerró los puños dentro de los bolsillos del delantal. -Pero Samson es terco, y no confía en que nadie lo ayude. Hace años que no se fía de nadie. -Hundió la cabeza y añadió: -Creía que deberías saberlo.

Chase respiró hondo y soltó el aire, preocupado. Mientras Rick acompañaba a Pearl hasta el coche, Chase se dio cuenta de dos cosas. Los sermones de sus hermanos lo habían distraído y no había vigilado la casa de invitados por la ventana para asegurarse de que Samson no se escabullera. Y si Samson estaba por ahí, no podía dejar sola a Sloane. No estaba segura.

Si su padre iba a buscarla, Sloane, lo mismo que Samson, era un blanco andante.


En la cabaña del árbol, el aire olía a otoño. Las paredes de madera impedían que el viento penetrante se colase por todas partes, pero entraban ráfagas de aire frío por una pequeña ventana. Sloane se estaba helando, aunque no importaba. No tenía adonde ir, así que llevaba varias horas sola.

Se hizo un ovillo, cerró los ojos y se recostó cuando, sin previo aviso, el ruido de alguien subiendo por la desvencijada escalera que conducía a la cabaña la pilló desprevenida.

Lo mismo que su visitante.

Samson pasó por la puertecita y se sentó a su lado. Sloane lo miró con recelo, sin entender por qué había ido a su encuentro después de haberla rechazado. Se negó a allanarle el camino, por lo que se sujetó con fuerza de las rodillas y esperó.

– Te mereces un padre mejor. Sloane apretó los puños.

– No eres quién para decidir lo que me conviene. Además, no escogemos a nuestros padres. Eso es cosa del destino. -Lo mismo que se quedaría con el hombre que el «destino» le proporcionase.

Samson llevaba una chaqueta verde enorme y pantalones de soldado arrugados. El viento le había despeinado el pelo cano y el rostro surcado de arrugas evidenciaba los estragos de una vida que no había sido fácil. Pero Sloane percibió en su mirada emociones y afectos intensos que no había visto con anterioridad. Era un hombre que sabía ocultar sus sentimientos y sólo los mostraba cuando confiaba en la otra persona.

Puesto que Sloane había ido a buscarlo al pueblo, tal vez Samson confiara en ella.

– Pues tendrás que cargar conmigo. -Samson hundió las manos en los bolsillos de la chaqueta y se balanceó.

– Es una posibilidad -dijo Sloane esbozando una sonrisa. Respiró hondo y decidió reconciliarse con él. -Prefiero pensar que el destino me ha bendecido con dos hombres buenos y distintos como figuras paternas. La diferencia es que tú has llegado más tarde.

Samson ladeó la cabeza.

– ¿Por qué eres tan buena conmigo?

– ¿Y por qué no? Aparte de que llevamos la misma sangre, nos hemos perdido muchas cosas me gustaría ponerme al día, y conocer así mejor a mi verdadero padre.

– Pues vaya bufón te ha tocado. -Samson se señaló con una mueca de repugnancia. -Supongo que no estoy a la altura del senador, ¿no?

Sloane meneó la cabeza al percatarse de que volvía a referirse a sí mismo en términos humillantes y se preguntó cómo lo habría tratado la vida para que llegase a esos extremos. Pero también se dio cuenta del cambio de tono, lenguaje y modales. Ya no parecía un paleto que no sabía expresarse, sino que se dirigía a ella como lo haría un hombre más educado. «La clase de hombre que habría atraído a Jacqueline», pensó Sloane.

– Nunca te he comparado con Michael, del mismo modo que no me gusta que me comparen con mis hermanas o con mi madrastra. Somos personas diferentes. He venido a buscarte y me alegro de haberte encontrado. ¿Y tú? -Lo miró con recelo.

– Por supuesto que sí.

Sloane se sintió aliviada, pero no pensaba lanzarse a sus brazos y echar a perder aquel momento. Todavía. Tenían que conocerse mejor. Sloane ya había descubierto que si ella se emocionaba más de la cuenta, Samson salía corriendo, así que decidió cambiar de tema.

– ¿A qué viene el papel de paleto? A veces parece que hables como si ni siquiera hubieras acabado la escuela; en cambio otras es como si fueras una persona culta, y te diriges a mí como un auténtico caballero. -Se inclinó hacia él. -¿Por qué recurres a esa tapadera?

– Salta a la vista -farfulló Samson. Sacó del bolsillo lo que parecía un paquete de chicles. -¿Quieres? Sloane negó con la cabeza. -NP, gracias, y no, no salta a la vista.

– Tu madre y yo teníamos sueños. Los dos acabaríamos los estudios; ella trabajaría hasta que se quedase embarazada; yo trabajaría con un anticuario hasta que pudiese montar mi propio negocio para mantener a la familia. -Cambió de postura y el roce de la chaqueta resonó en la cabaña silenciosa. -Me estaba especializando en historia del arte.

– No lo sabía. -Nadie le había hablado de su pasado y Sloane no quería perderse ningún detalle.

– Era imposible que lo supieras. Renuncié a esos sueños cuando renuncié a tu madre. Eso fue el día en que apareció su padre con la prueba de que el mío se había endeudado con un usurero. Pero él mismo traía también la solución.

– ¿A qué te refieres? -La última parte de la explicación había sido un gruñido típico de Samson. Sloane quería saber toda la verdad, y el hombre parecía dispuesto a darle respuestas.

– Me ofreció un cheque para saldar la deuda con el usurero. Si aceptaba el trato, mi padre me cedería la casa. ¿Qué podía hacer? Mi madre ya no tendría que vivir con el miedo a perder un techo bajo el que cobijarse. A mi padre no le destrozarían las rodillas. -Meneó la cabeza y dejó escapar un rugido semejante a una carcajada.

Pero a Sloane la historia no le divertía.

– Ya no se destrozan rodillas -apuntó ella.

– No, sólo vuelan casas por los aires. -Samson alzó la vista del suelo de madera combado. -Gracias a Dios, te has criado en un entorno seguro. Ese fue uno de los motivos por los que acepté el dinero y renuncié a Jacqueline. Para protegerla de mi familia y de mí mismo.

– Por no mencionar que mi abuelo exigió que ésa fuera una de las condiciones, ¿no? El dinero a cambio de que dejaras a Jacqueline -puntualizó Sloane con los dientes apretados.

– Fue un trato excelente para tu madre, ya que disfrutó de una vida maravillosa, por corta que ésta fuera.

La conversación se había vuelto más emotiva de lo que Sloane había previsto, pero puesto que no parecía que Samson fuera a marcharse corriendo, insistió:

– ¿Cómo sabes que Jacqueline no habría disfrutado de una vida mejor contigo? ¿Con el hombre al que amaba de verdad?

Samson se encogió de hombros.

– Ella no tenía elección, y yo tampoco. Tu abuelo dejó bien claro que si él no saldaba la deuda del usurero, seguramente encontrarían a mi padre muerto en un callejón. El banco se quedaría con la casa, y mi madre y yo acabaríamos en la calle. -Se pasó una mano por el pelo despeinado. -Por si fuera poco, mi madre tenía cáncer. No podíamos costearnos el tratamiento y estaba empeorando a pasos agigantados. Yo quería que, al menos, pasase sus últimos días lo mejor posible. Y para eso necesitaba dinero.

Sloane tragó saliva a pesar del nudo que tenía en la garganta, incapaz de creer lo que su padre le estaba contando.

– Por favor, no me digas que le contaste a mi abuelo lo de la enfermedad de tu madre y que él se aprovechó de ello.

Samson asintió:

– Aumentó la suma del cheque sin pestañear y me dijo que me mantuviese lejos de Jacqueline. ¿Qué podía hacer salvo aceptarlo? -Samson relajó los hombros con un gesto de indiferencia, como si aquello fuera agua pasada, pero su expresión desolada y el dolor de sus ojos le dieron a entender a Sloane que él nunca había llegado a sobreponerse.

– Dijiste que, en cierto modo, habías vuelto a por Jacqueline. ¿A qué te referías? -Agitó los dedos helados para que la sangre circulara de nuevo por ellos. Estaba congelada.

– Al principio no volví, no fui a verla ni nada. Estaba más que ocupado con la enfermedad de mi madre y necesitaba todo el dinero que tu abuelo me había dado. No podía permitirme el lujo de disgustarlo. Y entonces mi madre se murió.

– Lo siento. -Sloane se secó las lágrimas que le caían de los ojos al oír mencionar a una abuela a la que no había conocido. Desconocía muchos detalles de su vida y sólo los sabría a través de terceros.

Todo por culpa del egoísmo de un hombre que había querido controlar todo. Se preguntaba si el padre de su madre se habría arrepentido de haber jugado con la vida de quienes lo rodeaban.

Pero nada podía cambiar las cosas, así que se volvió hacia Samson.

– ¿Qué pasó luego? Tu madre falleció y tu padre… Samson se aclaró la garganta.

– Ya había desaparecido. Lo suyo no era ocuparse de los demás, ni en la salud ni en la enfermedad. Abandonó a mi madre al final de sus días.

Sloane abrió unos ojos como platos.

– Vaya manera de agradecerte lo que habías hecho por él.

– Creía que se lo debía por haberme engendrado.

Sloane meneó la cabeza, pero sabía que las palabras de conmiseración no servirían de nada.

– Cuando te quedaste sin tus padres, ¿por qué no volviste con Jacqueline?

– Tu abuelo era senador, y un hombre muy listo. Me hizo firmar un acuerdo. Acepté que el muy cabrón no me exigiría que le devolviera el dinero… salvo si yo iba a buscar a Jacqueline. -Negó con la cabeza; el abatimiento y el arrepentimiento se apreciaban en los hombros caídos y emanaba dolor por los cuatro costados. Dolor por las cosas que había hecho… y por las que no -Acepté una suma de dinero descomunal. No habría podido devolverla ni en diez vidas.

Sloane exhaló y se dio cuenta de que el aliento se condensaba ante su boca. «Maldita ventana abierta», pensó mientras se frotaba los brazos con las manos. Ni siquiera la chaqueta la protegía.

– Las amenazas económicas no me habrían apartado de Jacqueline. -Samson parecía estar concentrado en la conversación, ajeno al frío. -Pero cuando fui a verla, estaba casada. Parecía feliz y supe que estaba bien cuidada, que tenía todo lo que yo no podría darle. -Samson se secó los ojos con una manga. -Así que volví a casa.

– Y te encerraste en ti mismo. -Ahora Sloane lo comprendía. Lo comprendía todo y por qué se había convertido en un solitario.

– En el pueblo era más fácil que me dejaran en paz. -Cortó el aire con la mano, como para eliminar a las personas de su vida. -Aunque había gente que insistía. Pearl me traía pastelitos, e Izzy y Norman me enviaban comida tras la muerte de mi madre. Pero yo no quería su compasión. Cuando vi que los buenos modales no surtían el efecto deseado, comencé a ser grosero y seco con ellos. -Hizo una mueca. -Funcionó a las mil maravillas y me dejaron tranquilo.

A pesar del tono orgulloso, Sloane percibió que sus palabras eran huecas. Perder a Jacqueline y luego a toda su familia debió de causarle un dolor terrible.

– Te debes de haber sentido muy solo. -Sloane ladeó la cabeza, esperando que defendiera su independencia y dijera que no necesitaba a nadie.

Era un misántropo que no quería compartir sus sentimientos con nadie. Pero lo que le dijo a continuación la sorprendió.

– No le deseo a nadie lo que viví -murmuró, y se dirigió hacia la ventana. -Pero salí adelante y estoy bien. Que me zurzan si no es cierto. -Se puso bien erguido, interpretando como siempre el papel del hombre solitario.

– Sé que estás bien, pero reconoce que podrías estar mejor. -Sloane se arrodilló y se alegró de que ese movimiento le reactivara la circulación. -Ahora tienes familia y tendrás que cargar conmigo -dijo, devolviéndole lo que Samson había dicho antes.

El hombre pronto sabría que Sloane Carlisle era una mujer a la que no era fácil disuadir. Samson tal vez no quisiera ciertas emociones, pero eran del todo inevitables. Sloane era su hija, la única persona de carne y hueso en el mundo con la que tenía un vínculo de sangre. Había llegado el momento de que lo reconociera con un abrazo. Y Sloane pensaba disfrutar de ese primer abrazo padre-hija.

Se levantó, avanzó hasta la ventana abierta y se dispuso a tocar a Samson, pero en ese preciso instante, se oyó un ruido en el exterior y luego experimentó una sensación ardiente que le atravesaba el hombro izquierdo. El impacto la arrojó contra la pared y Sloane gritó, sorprendida. Se llevó la mano al hombro mientras veía destellos blancos y estallidos de luz a su alrededor.

– Maldita sea -Samson corrió hacia ella y la ayudó a sentarse en el suelo.antes de arrodillarse a su lado. -Cuidado. -Le apartó la mano para inspeccionarle el hombro.

Sloane miró hacia abajo. ¿Por qué tenía sangre en las manos?

– Te han disparado -dijo Samson con voz temblorosa.

Sloane comenzó a verlo todo borroso. Le pareció que Samson se quitaba la chaqueta y murmuraba: «Hay que detener la hemorragia», pero no estaba segura.

Sin embargo, cuando le presionó el hombro, un dolor intenso, penetrante e insoportable le recorrió todo el cuerpo hasta el corazón. Ladeó la cabeza y cerró los ojos para huir de aquella agonía, pero no podía escapar de su propio cuerpo.

Llegaban otros ruidos del exterior… ¿Tal vez pasos? Voces, sin duda. Oyó a Samson hablando. Deseó que Chase estuviera a su lado, interpretando su papel de salvador, pero él estaba con su familia. Su principal obligación. Sloane había salido de su vida. ¿O Chase había salido de la suya? Sintió unas náuseas terribles y la desorientadora sensación de que estaba perdiendo el equilibrio.

«Déjate llevar», se dijo. Si lo hacía, escaparía del dolor, y eso era lo que más le importaba, pensó mientras se hundía en el olvido.


– Tendrías que haberme dejado conducir -masculló Chase.

– Estás demasiado agitado -repuso Rick mientras reducía la velocidad al llegar a un ceda el paso.

Chase fulminó a Rick con la mirada, quien, tras saber que Samson había desaparecido, había cogido las llaves del coche y, como el policía que era, había indicado a sus hermanos qué debían hacer. No quería que Samson se paseara solo por el pueblo sin protección alguna.

No le había reprochado a Chase no haber seguido a Sloane cuando había tenido la oportunidad, porque su hermano ya se lo reprochaba lo suficiente a sí mismo como para que, encima, él lo sermoneara. El instinto le decía a Chase que padre e hija estaban juntos, y que aquello no acabaría bien.

– Acelera, ¿quieres? -le dijo a su hermano.

Rick no le hizo caso y Román alargó la mano desde el asiento trasero y la apoyó en el hombro de Chase para darle ánimos.

Llegaremos a casa de los McKeever en seguida.

La vieja cabaña del árbol, donde Sloane había visto a Samson por primera vez, era el único lugar al que a Chase se le ocurría que Sloane iría para estar sola. Estaba seguro de que no volvería a su casa. Se había esforzado lo indecible para apartarla y alejarla de él.

Maldición.

Finalmente, tras lo que a Chase le pareció media hora pero apenas habían sido cinco minutos, Rick aparcó junto al bordillo, frente a la casa. No había ningún coche en la entrada, lo que indicaba que los McKeever todavía no habían vuelto, algo que ya se habían imaginado después de que los llamaran desde el coche y no respondieran.

– Tal vez nos hayamos alarmado sin motivo -dijo Román para tratar de tranquilizar a Chase.

– Ya, me gustaría oírte decir lo mismo si estuviéramos buscando a Charlotte.

Román frunció el cejo.

– No te pases.

Chase saltó del coche antes de que Rick hubiera apagado el motor. Rodeó la casa, seguido de sus hermanos, y se dirigió hacia el patio trasero. Tenía la boca seca y las sienes le palpitaban. No sabía qué se iba a encontrar y le daba igual irrumpir allí como un loco aunque Sloane estuviera sola en la cabaña. Lo importante era que estuviera bien.

Las hojas secas crujían bajo sus pies y hacían demasiado ruido para su gusto, pues seguramente delatarían su presencia, pero no podía impedirlo. Oyó un sonido apagado e indistinguible en las inmediaciones y Chase se detuvo junto a una pícea azul; el instinto le indicó que avanzara con cautela.

– ¿Qué pasa? -susurró Rick.

Chase se encogió de hombros.

– No lo sé, pero he oído algo.

Rick le hizo una seña a Chase para que se quedase donde estaba.

– Iré por detrás -dijo, con la pistola en una mano, mientras con la otra señalaba hacia la cabaña y la ventana.

Sin previo aviso, una figura solitaria irrumpió en escena corriendo por entre los árboles, dejando hojas pisoteadas a su paso. Al mismo tiempo, Samson asomó la cabeza por la ventana. -Llamad a la ambulancia -les gritó.

– En seguida -dijo Román mientras sacaba el móvil del bolsillo y Rick perseguía al fugitivo.

Chase corrió hacia la cabaña, presa del pánico. No recordó haber subido la escalera, pero sí fue consciente de haberse deslizado en el interior de la estructura y haber visto a Sloane desmayada en el suelo. La sangre había empapado la vieja chaqueta de Samson, que hacía las veces de torniquete y de venda para detener la hemorragia.

Se le encogió el estómago, el miedo se apoderó de él y el corazón comenzó a palpitarle cada vez más rápido.

– Román acaba de llamar a la ambulancia -le dijo Chase a Samson antes de arrodillarse junto a Sloane y tomar su mano helada entre las suyas.

El hombre, consternado, caminaba de un lado para otro mascullando para sí.

– ¿Qué ha pasado? -logró preguntarle Chase, aunque tenía la boca completamente seca.

– ¿A ti qué te parece, genio? -Samson lo miró frunciendo el cejo. -Aquí no pintas nada.

– No pienso discutir en estos momentos. ¿Qué ha pasado? Es decir, aparte de lo más obvio -le preguntó de nuevo, cada vez más impaciente y enfadado. Enfadado consigo mismo, y con el destino, por haberse aprovechado de su estupidez al dejar a Sloane sola.

Samson se pasó una mano cansada por los ojos y, por primera vez, Chase sintió pena por un hombre que sin duda estaba sufriendo tanto como él.

– He venido a buscarla -respondió Samson. -Ella llevaba aquí un rato, pero quien me ha disparado seguramente no lo sabía, porque sólo me seguía a mí.

Chase apartó un mechón de pelo del rostro de Sloane y le preocupó el hecho de que ella ni siquiera se estremeciera.

– ¿Es una suposición o sabes a ciencia cierta que te seguían? -le preguntó sin volverse para mirarlo.

– Lo sé. -Samson se sonrojó. -Alguien me ha estado siguiendo y vigilando mis movimientos.

Chase apretó los dientes y, al observar el rostro pálido de Sloane y la falta de respuesta a sus estímulos, ya fuera apretarle la mano o susurrarle al oído, volvió a sentir que el miedo lo devoraba.

– ¿Y no has informado de ello a la policía ni has llamado a Rick por algún motivo en especial? -Chase arqueó una ceja con amargo sarcasmo.

– No confío en nadie. Creía que no había dejado rastro alguno. Tú ni siquiera te has dado cuenta de que me había marchado de la casa. Al menos no de inmediato. -Samson alzó el mentón con un gesto desafiante que no engañó a Chase.

Tema los ojos húmedos y le temblaba la voz. Estaba al borde de un colapso nervioso fruto de la culpa y la preocupación y, aunque a Chase le apetecía darle una buena tunda, sabía que él también era culpable de aquella situación.

Los dos le habían fallado a Sloane.»

– Escúchame bien. Tal vez ha llegado el momento de que confíes en alguien, al menos PARA evitar que ella sufra más.

– Ha hablado el experto -bufó Samson irónico.

Por suerte, se oían ya las sirenas de la ambulancia a lo lejos, lo cual evitó que la discusión fuera a más. A Sloane no le serviría de nada y si Rick atrapaba al fugitivo, todo lo demás no importaba, pensó Chase.


Salvo Sloane, la mujer a la que amaba y a la que tal vez perdería si continuaba desangrándose. Le acarició la mejilla con una mano temblorosa, tratando de no mirar hacia la mancha roja que atravesaba ya la chaqueta. Parecía haber perdido mucha sangre y seguía inconsciente, pensó mientras el miedo lo atenazaba. Había empezado a preocuparse desde que se había imaginado que Sloane estaría con Samson, y su preocupación había ido en aumento a medida que transcurrían los minutos.

La había dejado sola, expuesta a cualquier peligro, y ahora tal vez no tendría la oportunidad de decirle que lo sentía, que la amaba, que no quería perderla.

Sin embargo, ¿qué significaba eso para el futuro que había soñado? Un porvenir sin familia ni responsabilidades. Negó con la cabeza, ya que sus deseos se burlaban de él; su madre ya era una gran responsabilidad, y seguiría siéndolo aunque se casase con Eric. Las costumbres arraigadas no desaparecían tan fácilmente. Nunca se libraría por completo de sus responsabilidades.

Y comenzaba a darse cuenta de que eso era precisamente lo que quería. No quería acabar viejo y solo. Y si Sloane moría, eso sería lo que le pasaría.

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