Chase esperó a que la familia de Sloane se hubiera marchado y luego le dejó a la chica unos minutos a solas antes de entrar en la habitación. No le resultaba fácil ser paciente, pero esperaba que la recompensa valiera la espera. Llamó una vez y entró mientras el corazón le latía a toda velocidad y notaba un nudo en la garganta. En esos momentos, se sentía presa de todos los tópicos y el instinto le decía que aquel cúmulo de emociones únicas y extraordinarias era normal. Al fin y al cabo, ¿cuándo era la última vez que había puesto el corazón a la disposición de una mujer?
Tragó saliva, miró a Sloane por primera vez desde que la viera en el suelo, inconsciente y ensangrentada. Ahora estaba en la cama, hermosa con el típico camisón blanco de hospital. Aunque estaba pálida, el pelo cobrizo le otorgaba un aspecto vivo que le alegró el corazón.
– Hola, cariño. -Dio un paso adelante y se sacó de detrás de la espalda las flores que le había comprado al entrar. -Está claro que sabes cómo asustar a un hombre.
Sloane se echó a reír, pero la conocía lo suficiente como para reconocer la tensión subyacente.
– No tiene nada de malo intentar mantener el interés.
Es lo que ella hacía, con creces. Lo cual probablemente fuera una de las razones por las que aquella mujer le llegaba a lo más hondo, cuando tantas otras lo habían intentado en vano. Sloane no tenía que hacer ningún esfuerzo. Estuvo perdido desde el día en que la había visto por primera vez, aunque en aquel momento no se había dado cuenta y había luchado contra ello.
Pero cuanto más conocía a Sloane Carlisle, su fortaleza y determinación, su fuerza de voluntad y su lealtad, mayor era el efecto que causaba en él. Quería que formara parte de su vida y se alegraba sobremanera de haberse dado cuenta por fin. Se acercó a la cama, se acomodó a su lado y dejó las flores en la bandeja de la mesita.
– No hacía falta que trajeras flores. -Sonrió agradecida de todos modos.
Chase se encogió de hombros.
– No tenía nada mejor que hacer mientras esperaba que me dejaran entrar.
Sloane se echó a reír. -Eres un encanto.
– Lo intento. -Chase sonrió ampliamente, contento de verla en su habitual estado burlón. Y siempre y cuando no dirigiera la vista al vendaje, casi se convencía de que no había estado a punto de morir.
Tomó aire de forma superficial.
– ¿Te duele mucho?
– No. La morfina amortigua el dolor. -Señaló el gota a gota que llevaba en el brazo.
Chase hizo una mueca, al tiempo que meneaba la cabeza.
– Ojalá fuera yo quien estuviera ahí.
– Estoy bien -le aseguró ella.
Chase apretó los puños con fuerza.
– Pero yo no. Tema que haber estado contigo.
– Entonces Samson no habría venido. Conecté realmente con él, Chase. -Se llevó la mano sana al pecho. -Quiero decir que estaba empezando a comprenderlo mejor. Eso no habría ocurrido si hubiéramos tenido público.
Chase apretó los dientes aceptando su respuesta. Pero seguía culpándose por haberla dejado sola.
– Prometí que no te pasaría nada.
– ¿A quién se lo prometiste? ¿A Madeline? -preguntó ella. No era propio de Sloane volver al meollo del asunto, pensó Chase.
– No, cariño. Me lo prometí a mí mismo. -Le apartó un mechón de pelo de la frente y aprovechó para ir bajando los dedos y acariciarle la suave mejilla. -Te fallé.
– ¿Y eso resulta inaceptable para un salvador como Chase Chandler? -Señaló su mayor defecto con un atisbo de resentimiento en la voz.
– ¿Acaso eso es malo? -preguntó.
Sloane negó con la cabeza lentamente.
– Por supuesto que no. ¿Cómo voy a criticar los rasgos que te convierten en un hombre excepcional?
– Mejor que no me canonices todavía -dijo con ironía. -Sobre todo desde el momento en que nada cambia el hecho de que te desee con locura, que quiera introducirme en tu interior y demostrarnos a los dos que estás viva. -No pretendía sorprenderla sino explicar la cruda realidad.
Sloane rió con dulzura.
– No te preocupes, no pienso proponer que te santifiquen. -Le colocó una mano cálida encima de la de él. -Y yo también te deseo. Mucho. Probablemente demasiado. Y siempre será así. Ese es el problema.
Chase sintió un profundo alivio. Obviamente no la había apartado, por mucho que, como un verdadero idiota, lo hubiera intentado.
– No veo cuál es el problema.
Ella le apretó la mano con más fuerza.
– Me lié contigo. He vivido el momento y me propuse disfrutar contigo al máximo, pensando que luego, cuando volviera a casa, ya me las apañaría. Pero acaban de dispararme. -Meneó la cabeza y entonces tuvo que soltarle la mano para apartarse el pelo de la cara.
Chase echó de menos su calor y esperó que no se tratara del preludio de una retirada más importante.
– Me he dado cuenta de que la vida es demasiado corta como para conformarse con menos que lo mejor -le dijo, mirándolo a los ojos.
– Entonces tengo que insistir. No veo ningún problema, porque yo he llegado a la misma conclusión. -El corazón le latía a un ritmo desconocido para él: el miedo, la emoción y la adrenalina se combinaban para ponerlo al límite. -Te lo diré una vez, te quiero, Sloane. Antes pensaba que lo lamentaría pero ahora quiero actuar en consecuencia. Quiero pasar el resto de mi vida contigo -declaró, intentando respirar y conteniendo la respiración al mismo tiempo, mientras aguardaba su respuesta.
Sloane cerró los párpados. Una única lágrima se deslizó por su mejilla. El la recogió con el pulgar y saboreó la humedad sacada que la convertía en parte de él de un modo tan minúsculo pero íntimo.
– Estás preparado para pasar el resto de tu vida conmigo. Ahora, después de que casi me perdieras. -Exhaló un largo suspiro. -Claro que sí -dijo sin alegría en la voz. Sin emoción.
– ¿Sloane? -preguntó él lleno de temor cuando antes había habido unidad y satisfacción. -¿Qué está pasando por esa bonita cabeza tuya? -Porque, fuera lo que fuese, tendría que hacerle olvidar esos pensamientos negativos.
Ella se humedeció los labios antes de hablar.
– Es conocida la lealtad que sientes por tu familia, Chase. Necesitas proteger. Te he visto en acción y es un sentimiento en ti muy fuerte. Admirable, incluso. Y, por supuesto, te sentirías culpable si pensaras que me has fallado de alguna manera.
Chase entrecerró los ojos y optó por dejarla acabar antes de presentar su contraargumento.
Sloane iba describiendo círculos con la mano encima del vendaje, como si quisiera reconfortarse mientras hablaba.
– Igual que cuando tu madre se puso enferma. Te sentías tan culpable por no estar allí que te plantaste a su lado en el hospital y luego en su casa. No querías que yo estuviera contigo. De hecho me echaste, ¿recuerdas?
De nuevo Chase se limitó a asentir. Que expusiera sus argumentos, se dijo, luego él se los contrarrestaría uno a uno. Pero tenía un nudo en la garganta y el miedo lo iba embargando poco a poco, lo cual lo hacía dudar. ¿Y si no conseguía convencerla?
No, se negaba a creerlo. La convencería.
– ¿De qué tienes miedo, cariño? -preguntó con voz queda. Al fin y al cabo, le habían disparado y ahora se cuestionaba todo su mundo y a él.
Sloane lo miró con los ojos empañados en lágrimas.
– No es miedo, es certeza. Creo que me quieres.
– Eso es buena señal.
.Sloane soltó una carcajada un tanto forzada. -Ningún hombre insiste en ello si no va en serio. El se pasó la mano por el pelo, confundido. -Entonces, ¿qué pasa?
– Estás dejando que el sentimiento de culpa te empuje un paso más allá y te haga pensar que «Te quiero» significa para siempre. No es así, Chase. Te estás dejando llevar por la culpabilidad.
– No…
– Déjame acabar -ordenó de una forma poco propia de Sloane. -Chase Chandler, el salvador. Es el papel que mejor se te da. Lo he visto muchas veces desde que nos conocimos. Pero nunca antes había habido una situación de vida o muerte. No estabas conmigo cuando me dispararon, y por eso crees que tienes que estar conmigo para siempre. Para protegerme de todo lo que me pueda pasar. -Alzó la voz: hablaba claro y hablaba en serio.
Y cada una de las palabras que brotaban de sus labios voluptuosos estaba empapada de una certeza absoluta. No iba a convencerla con tópicos y Chase lo comprendió: ella le había expuesto los motivos por los que desconfiaba de sus palabras.
– Bueno, hasta cierto punto tienes razón. Quiero protegerte y estar contigo para siempre. Pero no porque me sienta culpable. -Se levantó y empezó a ir de un lado a otro de la habitación. -Sé cuáles son mis sentimientos -aseguró, ofendido por el hecho de que ella pensara lo contrario independientemente de lo que hubiera dicho o hecho en el pasado.
Sloane exhaló un suspiro.
– Chase, te hiciste cargo y sacaste adelante una familia por pura necesidad. Tú mismo dijiste que esa época ya había acabado. Podrías haber dicho perfectamente «Ahora ya sé lo que es».
– Cruzó un brazo sobre el pecho. – Nada ha cambiado «parte de mi encuentro con la muerte. Y, al igual que con el cara a cara con la muerte de tu madre, te has puesto en plan «No voy a dejarte». Pero no te preocupes, se te pasará -dijo, con excesivo cinismo para el gusto de Chase.
– ¿Qué te hace estar tan segura de que lo sabes todo?
– Todo no, pero a ti te conozco.
Fue hacia ella, apoyó las manos en las almohadas sobre las que estaba recostada y se le acercó. Tanto que podía enterrar el rostro en su cabello, aunque se levantó un poco para explicarse.
– Yo también me conozco, y he cambiado.
– Es temporal -insistió ella, haciendo sobresalir el labio inferior con determinación.
– Es imposible que esto sea temporal. -Apresó su boca con la de él, sin aceptar vacilaciones ni argumentos, atrajo su voluptuoso labio inferior al interior de su boca y la saboreó. Su boca cálida y húmeda le decía que estaba viva, que no la había perdido ni la perdería.
Decidido a convencerla, a hacerla suya, profundizó el beso, hizo que su lengua asumiera el mando y recorriera los húmedos rincones de la boca de Sloane. Hasta que no estuvo convencido de haber dejado su impronta en cada milímetro no suavizó el beso, y luego se excitó todavía más disfrutando del roce sensual de sus labios.
Entonces se separó de ella en contra de su voluntad.
– Estamos hechos el uno para el otro, cariño. -Apoyó la frente en la de ella.
– No mientras te sientas obligado. Y no quiero que cargues con una esposa a la que no dejarás por sentirte demasiado culpable. -Tomó aire y luego pronunció las palabras que suponían su perdición: -Adiós, Chase.
Chase salió de la habitación de Sloane como un autómata. Fuera de la vida de ella. No era definitivo, se dijo, pero no estaba convencido, no sabía cómo recuperarla ni cómo reaccionar a sus sentimientos. Sentimientos que se había esforzado por cimentar en su mente.
Seguía dando vueltas a esas mismas ideas cuando pisó la redacción del Gazette por primera vez en toda la semana. Evitando las miradas del personal y esquivando a Lucy antes de que empezara a hacerle preguntas, se atrincheró en su despacho sin ni siquiera responder al teléfono. Estaba tan ensimismado que ni siquiera oyó que lo llamaban hasta que Madeline Carlisle tamborileó con sus dedos impecables sobre el viejo escritorio.
– Tenemos que hablar, señor Chandler -dijo con tono serio y directo, el mismo que estaba convencido que empleaba con sus hijas y marido con buenos resultados.
Lástima que no estuviera de humor para plegarse a sus deseos.
– ¿No debería estar en el hospital con Sloane?
– No malgastas las palabras ni pierdes el tiempo con saludos. Lo respeto. -Se rió ella, haciendo caso omiso de su pregunta.
Como no estaba de humor, Chase había abandonado los buenos modales y de inmediato lamentó haber sido tan brusco con la madre de Sloane.
– Disculpe mis modales -dijo, poniéndose en pie. -Siéntese, por favor.;-Hizo un gesto con la mano para señalar los asientos del despacho.
Ella meneó la cabeza.
– No, gracias. Me he pasado el viaje sentada. Si no te importa, prefiero quedarme de pie.
– ¿Quiere beber algo, al menos? -Señaló la vieja nevera y el mueble bar contiguo que su padre había instalado cuando ocupaba aquel despacho.
– No, gracias. -Agarró las asas del pequeño bolso que llevaba y lo miró a la cara.
– Tenemos que hablar de asuntos serios.
Chase tragó saliva. Si esos asuntos incluían lo mucho que había herido a Sloane, no le hacía falta el sermón. Todavía veía el dolor de sus ojos y notaba el adiós reticente pero decidido de su beso.
Y si Madeline quería hablar de que no había cumplido su parte del trato por no haber mantenido a Sloane a salvo, pues tampoco le hacía falta el sermón. Ya se fustigaría él solo.
Se levantó y empezó a ir de un lado a otro del despacho, decidido a dar por terminada la conversación lo más rápidamente posible.
– ¿En qué puedo servirla?
– En primer lugar, me gustaría darte las gracias por cumplir tu parte del acuerdo. Respeto a los hombres íntegros y honrados.
Chase se paró en seco, se volvió y contempló a la mujer, convencido de que había perdido la cabeza y la capacidad auditiva. Cuando vio lo que le pareció una sonrisa genuina y cálida en los labios de ella, pensó que tampoco veía bien. No obstante, no percibió sarcasmo alguno en las palabras o expresión de Madeline.
– ¿Cómo dice? -Entrecerró los ojos en un intento de entender lo que estaba pasando. -¿Ha olvidado que su hija yace en una cama de hospital por mi culpa?
Ella dejó el bolso encima de la mesa y se apoyó en la misma.
– A no ser que tú dispararas el arma, y sé que no fuiste tú, te sugiero que te libres de la culpa con la que cargas. Robert y Frank iban a por Samson. Ni nada ni nadie podía haber evitado lo ocurrido. Ni siquiera tú.
Para ella era fácil decirlo, pensó Chase. Era obvio que no conocía todos los detalles. Probablemente Sloane se los hubiera ahorrado.
– Ahora pongámonos manos a la obra antes de que el resto de los periodistas averigüe qué está pasando en realidad. Te debo una exclusiva y estoy dispuesta a cumplir mi palabra.
El estómago se le encogió al ver que, después de todo lo que había hecho, seguía queriéndole contar la historia de su familia.
– Lo siento pero no me parece bien aceptar la exclusiva -declaró.
¿Realmente habían brotado de su boca esas palabras? ¿Acababa de renunciar al artículo de su vida? ¿El artículo que había querido a toda costa? ¿Y por qué a pesar de todo eso tenía la impresión de que hacía lo correcto?
Madeline meneó la cabeza con expresión resuelta.
– No seas tonto. Hay docenas de reporteros que cogerían esta historia y se marcharían corriendo, sin hacer preguntas. Se trata de una oportunidad única para tu carrera y te la has ganado. ¿Por qué rechazarla?
Chase se acercó a ella y la cogió de la mano.
– Es usted una mujer amable, Madeline, pero sabe tan bien como yo que tenía que haber estado con Sloane cuando le dispararon. En el mejor de los casos, habría podido evitarlo. Y si no, por lo menos habría estado allí.
Madeline arqueó una de sus delicadas cejas.
– ¿Te pedí que te pegaras a Sloane o solamente que la vigilaras? Lo cual, por lo que parece, hiciste muy bien.
¿Era aquello una sonrisa maliciosa? ¿Y por qué le recordaba tanto a Raina en sus mejores momentos de entrometida? Chase negó con la cabeza.
– La cagué.
– La culpa es un sentimiento inútil en una vida de duración incierta -manifestó Madeline mientras exhalaba con frustración. Cogió un bloc de notas y un lápiz, se volvió y se los dio a Chase. -Ahora mismo, te sugiero que escuches y tomes nota.
Luego ya te plantearás por qué eres tan duro contigo mismo. Y a continuación, más vale que lo superes. Mi hija se merece algo más que un hombre que se regodea en sus penas.
A Chase le daban ganas de aplaudirla.
– Veamos. -Se sentó y cruzó las piernas. Un gesto muy femenino que no acababa de cuadrar con sus palabras duras y decididas. -Mi marido vendrá aquí dentro de poco para añadir su versión de la historia, así que ya puedes ir tomando nota. -Se recostó en el asiento y lo miró. -A no ser que prefieras usar una grabadora.
Chase se rió por lo bajo.
– Tendría que conocer a mi madre.
– Seguro que nos llevaríamos de maravilla. Habrá mucho tiempo para las presentaciones. Otro día.
Al cabo de unas horas, después de que Chase oyera la historia de boca de Madeline y el senador en persona, los reveladores detalles que suponían la oportunidad periodística de su vida, se sentó a escribir el artículo.
Se trataba de una historia de amor y pérdida, por parte de Samson, Michael, Jacqueline y Madeline, y ahora Sloane. El artículo podía hacer que los votantes se decantaran por el senador Michael Carlisle, un hombre bueno y honrado que se había portado bien con una joven en apuros, o bien los convenciera de que había utilizado a esa misma muchacha en su beneficio político. Chase, por su parte, creía que, independientemente de las razones políticas de Michael para casarse con Jacqueline, también la había querido. Y, en realidad, la había salvado de su padre, quien la habría destruido emocionalmente.
El enfoque de Chase era imparcial pero, incluso en ese caso, consideraba que el punto de vista de Michael no sólo estaba bien transcrito sino que era comprensible. Samson también se había puesto en contacto con Chase y había corroborado la historia del senador y relatado su dolorosa parte de la historia para que el mundo la supiera. Pero ya no parecía el hombre triste e incomprendido por quien lo tomaba la gente de Yorkshire Falls.
Lo mismo que Chase ya no se parecía al rompecorazones que sus hermanos veían en él cuando bromeaban. Y ambos podían darle las gracias a Sloane por ello. La diferencia era que Samson tenía a Sloane en su vida, mientras que Chase seguía solo, y, por irónico que pareciera, ya no le resultaba tan gratificante tener el artículo de su vida, ni la carrera que tan importante le había parecido.
Sloane era su futuro, pero ¿cómo convencerla de su sinceridad? La ironía volvió a entrar en juego cuando decidió que las artimañas casamenteras de su madre, al fin y al cabo podían resultarle de utilidad.
Sloane se despertó sobresaltada. Teniendo en cuenta que seguía hospitalizada, había dormido bien, por lo menos en los ratos en que había logrado conciliar el sueño, entre las tomas de temperatura y las comprobaciones del gotero. No estaba segura de qué la había despertado, pero seguro que era algo. Abrió un ojo y se dio cuenta de que estaba de cara a la ventana, y que las persianas de aluminio dejaban pasar un poco de luz por entre las tablillas horizontales. Ya era de día. Intentó moverse, pero hizo una mueca al darse cuenta de lo magullado que tenía el cuerpo y del dolor que sentía.
Llamó a la enfermera, decidida a tomarse sólo la mitad de los analgésicos que le habían administrado. Quería tener la cabeza despejada durante sus últimas horas en Yorkshire Falls. Sus padres se la llevaban ese mismo día a casa.
Un sonido amortiguado le llamó la atención, y giró la cabeza con cuidado hacia la puerta, esperando ver a la enfermera con una aguja hipodérmica. Sin embargo, lo que vio fue a un hombre desconocido vestido con un traje oscuro, sentado en la silla que había junto a su cama y observándola en silencio.
– Más vale que tengas más cuidado la próxima vez que pases junto a una ventana abierta, jovencita -la reprendió con una voz áspera pero conocida.
– ¡Samson! -Su burdo aspecto externo quizá hubiera cambiado, pero reconocería ese tono de voz en cualquier parte.
– ¿Qué pasa? ¿No reconoces a tu viejo? -preguntó con el upo de lenguaje que lo caracterizaba, aunque suavizó la expresión al continuar: -Me imagino que habrías preferido encontrarme con esta pinta cuando viniste a buscar al hombre que te engendró. -Hizo un gesto para que se fijara en el traje formal, la camisa y la corbata. Tenía las mejillas recién afeitadas muy sonrojadas, pero decía mucho a su favor que no apartara la mirada.
Sloane en seguida advirtió el brillo de sus ojos, más perceptible ahora que se le veía bien la cara y se había lavado el pelo, se lo había cortado y peinado. Aceptaba quién era. Acababa de descubrirlo, lo mismo que ella.
A Sloane se le formó un nudo en la garganta, pero se obligó a superarlo.
– Me daba igual el aspecto que tuvieras -dijo sinceramente. -Sólo quería conocer a mi padre.
Samson le dedicó una sonrisa cariñosa y por primera vez le llamó la atención lo apuesto y distinguido que era en realidad.
Samson le tendió una mano temblorosa.
– Pues tu padre está aquí.
Sloane alargó el brazo sano y encajó la mano dentro de la de él, más grande y endurecida. Cuando lo miró, vio a un hombre distinto al hosco solitario que había conocido; vio a aquel de quien Jacqueline, su madre, se había enamorado, el que había sacrificado toda su vida por su padre jugador y su madre enferma. El hombre que, aunque tenía su buena dosis de remordimientos, nunca los había reconocido ante el mundo.
A Sloane le daba miedo formular la pregunta que le rondaba por la mente porque, ahora que lo había encontrado, no quería despedirse de él.
– ¿Y qué hacemos ahora?
– Eso depende de ti.
Sloane sonrió y se dio cuenta de que, igual que Chase, era un hombre de pocas palabras, pero que, también lo mismo que Chase, Samson decía lo que quería decir. Ya no iba a apartarla más, lo cual significaba que desde ese momento, aquel hombre hosco y enigmático formaba parte de su vida. La embargó una sensación de alivio y felicidad, que casi le provocó vértigo.
Una enfermera llamó a la puerta antes de entrar, bandeja en mano.
– Traigo su medicación matutina, señorita Carlisle -dijo con una voz eficiente que sacaba de quicio a Sloane. Quería marcharse de ahí.
– ¿Le importaría volver dentro de un rato, por favor? -Aunque había llamado para que le trajeran la medicación, necesitaba estar lo más lúcida posible mientras hablaba con Samson.
– ¿Estás segura? -preguntó él. -No es ningún crimen aceptar un poco de debilidad.
Sloane se rió mientras la enfermera esperaba una respuesta.
– Estoy segura. Y prometo que cuando acabemos de hablar me tomaré los analgésicos. No voy a sufrir porque sí. Sólo quiero pasar este rato con mi padre.
Samson miró a la enfermera por encima del hombro.
– Ya ha oído a mi hija -dijo orgulloso. Miró di nuevo a Sloane buscando su aprobación con la mirada.
Contenta, ella le apretó la mano, que era todo lo que él quería. Pero no había respondido a su pregunta. Habían dejado claro su vínculo biológico y acababan de empezar a establecer un vínculo emocional.
¿Qué hacer a partir de entonces?, se preguntó Sloane.
– ¿Dónde vas a vivir? -le preguntó cuando la enfermera se hubo marchado. Seguía recordando con nitidez las cenizas y la destrucción en las que se había convertido su casa.
Samson miraba de un lado para otro, era obvio que estaba nervioso cuando retiró la mano y se retorció los dedos.
– Lo que te voy a decir te va a sorprender -le advirtió.
– No creo -dijo ella. -La vida me ha dado tantas sorpresas que ya estoy curada de espantos.
– ¿Ah, sí? Soy rico. -La miró fijamente mientras pronunciaba esas palabras.
Tenía razón. La había dejado anonadada, pensó, y tomó aire perpleja. Estaba claro que no vivía ni se comportaba como si eso fuese así.
– ¿Que eres qué?
– Rico -repitió. -Tengo dinero ahorrado.
– Pero… ¿cómo? ¿Y la casa destartalada en la que vivías? ¿El gorroneo de sándwiches en Norman's? ¿La ropa raída? -La cabeza le daba vueltas.
De todos modos, mientras formulaba esas preguntas, recordaba la conversación de Earl y Ernie sobre el dinero de Samson y quién lo heredaría tras su muerte. Samson suspiró.
– ¿Recuerdas que te conté que era más fácil que la gente no se me acercara siendo hosco y desagradable, dejando el refinamiento de lado y fingiendo que era el vagabundo de clase baja que todo el mundo quería creer que era?
Sloane asintió, todavía sorprendida.
– En cuanto me presenté de ese modo, la gente me ignoró sin sentirse culpable. La mente humana es asombrosa, pero triste a la vez. -Negó con la cabeza. -De todos modos, pensé que ya que iba a utilizar al Samson pobre como excusa, ¿por qué no vivir también de ese modo? En ese momento, todo me daba igual. Además, no quedaba a nadie a quien quisiera impresionar.
Sloane quería responder, decir que tenía que haber querido impresionarse a sí mismo, pero no podía. El bochorno de Samson resultaba palpable en sus hombros caídos. Así pues, Sloane tragó saliva y guardó silencio.
– Por mucho que me duela reconocerlo, empecé a recrearme en la verdad que había creado. La verdad que el pueblo aceptó.
– Entiendo la motivación. -Y le entristecía. -Pero ¿y el dinero? ¿De dónde salió?
– Pocos meses después de que tu abuelo senador muriera, recibí un sobre en casa.
Sloane abrió los ojos como platos.
– ¿Y?
– Tu abuelo había dejado dinero suficiente como para compensar mi sacrificio. Por lo menos, eso era lo que decía la carta de ese canalla. Flaco favor representaba ese dinero después de que me robara a tu madre y me destrozara la vida. -Aunque hablaba con amargura, también parecía haber aceptado el rumbo que había tomado su existencia.
Lo cual, supuso Sloane, era su realidad.
– Pero te negaste a gastar, su dinero -conjeturó ella.
Samson se encogió de hombros.
– ¿Por qué darle gusto al viejo? Se creía capaz de dominar el mundo, incluso desde la tumba. Me mandó dinero podrido cuando ya era demasiado tarde, cuanto tu madre ya se había marchado y ya no podía recuperarla. Así que lo invertí y dejé que fuera aumentando.
– O sea, que el abuelo Jack tenía conciencia -dijo Sloane con amargura. -Definida según su propio criterio, como de costumbre.
– Exacto.
Tenía los ojos empañados en lágrimas pero no podía perder el tiempo lamentando el pasado.
– Y ¿estás dispuesto a usar su dinero podrido para reconstruir tu casa? -preguntó a Samson.
El asintió.
– Quiero un lugar al que mi hija pueda venir a visitarme y sentirse orgullosa. Un lugar al que traigas a tu marido e hijos -concluyó con un atisbo de esperanza en la voz ronca.
Sloane bajó la vista, incapaz de mirarlo a la cara, porque sabía que iba a decepcionar al hombre que tantas desilusiones había tenido ya.
– Yo no albergaría muchas esperanzas en cuanto a lo del marido y los hijos -respondió, mirándolo de reojo.
Samson irguió la espalda, claramente disgustado.
– ¿Ese chico Chandler tiene pájaros en la cabeza o qué? Le dije que moviera el culo y se diera cuenta de lo que tenía delante antes de que fuera demasiado tarde. Le dije que la vida era demasiado corta como para desperdiciarla con lamentos y ocasiones perdidas. -Dejó escapar un gemido. -No tiene ni una pizca de la sensatez de su madre, de eso no me cabe la menor duda.
– Vaya -dijo Sloane, cayendo en la cuenta. -Un momento. ¿Le dijiste a Chase que fuera a por mí?
– Pues claro que sí. ¿Crees que quiero que tú o él corráis la misma suerte que yo? Le dije lo que suponía vivir la vida deseando que las cosas hubieran sido distintas -aclaró Samson, satisfecho por haber hecho algo por su hija.
Sloane no quería saber cuándo él y Chase habían mantenido esa conversación. Ni tampoco era capaz de decirle que no había hecho más que fomentar el sentimiento de culpabilidad y el complejo de salvador innatos en Chase. Samson había empujado a Chase a sus brazos, a ofrecerle declaraciones de amor eterno, pero eso era algo que tenía que salirle a él de dentro, sin que nadie lo instara a ello. Sin sentimientos de culpa. Tenía que optar por un futuro con ella porque lo desease realmente, no porque pensara que le debía algo o porque creyera que era lo que ella necesitaba.
Sin embargo, Samson había llevado a cabo su primera acción como padre a favor de Sloane y lo quería por ello. Le hizo una señal con el dedo y Samson se le acercó, y esta vez ninguna bala se interpuso en su camino cuando recibió el primer abrazo de su padre.