CAPÍTULO 04

Torkshire Falls era lo contrario de la capital de la nación. Era un pequeño pueblo típico de Estados Unidos, pensó Sloane. Una comunidad rica con grandes casas y árboles igual de imponentes. Pero en cuanto recorrió la calle principal, se fijó en los pequeños comercios y en la gente que se paraba a hablar, y le gustó el ambiente acogedor y familiar. Cada vez que se cruzaba con un hombre mayor, se preguntaba si acababa de ver a Samson. Su padre.

Había salido de Washington hacía veinticuatro horas, pero le parecía una eternidad gracias al drástico cambio de decorado. Hecha un manojo de nervios, entró en una cafetería llamada Norman's, situada cerca del Desván de Charlotte, la tienda propiedad de la mujer que era amiga de su madrastra y a la que le quería presentar. Una mujer que hacía conjuntos sexys de ropa interior de ganchillo. Si Sloane no tuviera tanta prisa, echaría un vistazo a la tienda, pero se había impuesto la misión de encontrar a Samson, y pensaba cumplir su objetivo.

El interior de Norman's estaba decorado con motivos de aves. Pajareras, fotos y cuadros de pájaros, todo ello con un estilo ligero y fantasioso.

Se le acercó una mujer corpulenta de pelo cano, carta en mano.

– ¿Quieres una mesa?

– De hecho, estoy buscando a una persona. -Sloane sonrió. -Este me ha parecido un sitio lógico por dónde empezar.

– Querida, todo aquel que se precia de ser alguien en este pueblo, viene a Norman's tarde o temprano. ¿A quién buscas?

– A un caballero llamado Samson Humphrey -dijo Sloane, aunque seguía resultándole extraño pronunciar ese nombre.

Para su sorpresa, la mujer soltó una carcajada, se tapó la cara con la carta e intentó fingir que estaba tosiendo.

– ¿He dicho algo divertido? -preguntó Sloane, ofendida e incómoda.

– Oh, no. -La mujer le puso una mano en el hombro como si fueran viejas amigas. -No, querida. Perdóname, por favor. -Tosió de verdad y luego se secó los ojos. -Es que a Samson lo han llamado de muchas maneras, pero es la primera vez que alguien lo llama «caballero».

Sin saber muy bien cómo interpretar ese comentario, Sloane sintió que se le encogía el estómago.

– ¿Sabría decirme dónde puedo encontrarlo?

– Primero siéntate y tómate un refresco. Luego te hablaré de Samson. Nadie entra en Norman's y se marcha con el estómago vacío -explicó mientras acompañaba a Sloane a los taburetes de la barra. -Invito yo.

– ¿Y quién es «yo»?

La mujer pasó un trapo por la barra, delante de la chica.

– Oh, disculpa mis modales. Es que no estoy acostumbrada a que entre gente desconocida. Soy Izzy. Mi marido, Norman, es el dueño. Hace unas hamburguesas deliciosas. Pregunta a los chicos Chandler. Parece que no coman otra cosa.

Sloane se rió al oír las digresiones de la mujer. Tuvo la corazonada de que aquello no era más que el comienzo de los cotilleos y la amabilidad que encontraría si se quedaba en ese pueblo. Como se dio cuenta de que tendría que quedar bien con Izzy antes de sonsacarle información, Sloane decidió aceptar su invitación.

– Tomaré una Coca-Cola light, por favor. Izzy se colocó las manos en las generosas caderas y chasqueó la lengua.

– A una chica menuda como tú le irán bien unas cuantas calorías. Oye, Norman -le gritó a un hombre de pelo cano que estaba en la cocina, y al que se podía ver a través de la ventanilla de servir. -Tráele una Coca-Cola a esta señorita.

Suerte que el cliente siempre tiene la razón, pensó Sloane con ironía.

Hasta que no estuvo sentada con una Coca-Cola delante e Izzy a su lado, la mujer no mencionó el motivo de la visita de Sloane.

– ¿Y por qué quieres saber dónde está Samson?

A Sloane no le pasó por alto que todavía no le había dicho dónde vivía éste.

– Tenemos asuntos personales que tratar. -Le fue dando vueltas a la pajita del refresco sin mirar a Izzy a la cara, aunque observándola con el rabillo del ojo.

La mujer apoyó el mentón en la mano.

– Que yo recuerde, nadie ha tenido asuntos que tratar con Samson jamás. ¿Y tú, Norman?

– Creo que deberías dejar que la chica vaya a donde quiere ir. -Salió de la cocina y se acercó a la barra. -Lástima que no hayas llegado antes. Ha estado aquí hace un rato, gorroneando un sándwich de pollo.

Por el momento, Sloane no tenía una impresión muy positiva de Samson y nadie le había hablado claramente de él.

– ¿Vive cerca?

– Aquí todo está cerca -repuso Izzy. -Samson vive en el otro extremo del pueblo. Cuando llegues al final de esta calle, toma la Carretera Vieja número Diez y sigue recto hasta que veas una casa destartalada apartada de la carretera.

– No tiene pérdida -añadió Norman. -Y si no lo encuentras allí, ve a un local llamado Crazy Eights, en Harrington.

– ¿Crazy Eights? -preguntó Sloane para asegurarse de que lo había entendido bien.

– Es un salón de billar al que va Samson por la noche si tiene dinero -explicó Norman.

Izzy frunció el cejo.

– ¿Por qué le has dicho eso? -regañó a su marido antes de dirigirse a Sloane. -Ni se te ocurra ir a ese antro sola. No es lugar para una señorita.

Sloane asintió y notó que la atenazaba el miedo ante la perspectiva de conocer a ese hombre con el que la unía el vínculo más profundo posible. A pesar de las vueltas que le había dado al asunto todo el día, todavía no se había hecho a la idea de que fuera su padre verdadero. Y seguía sin hacérsela.

No necesitaba más cafeína en las venas que la pusiera aún más nerviosa. Dio otro sorbo a su bebida para contentar a Izzy e introdujo la mano en el bolso para sacar la cartera.

Izzy le dio una palmada en la mano.

– ¿No he dicho que invitaba yo?

Sloane se rió ante su actitud descarada y franca.

– Gracias.

– Considéralo tu regalo de bienvenida al pueblo. Seguro que te vuelvo a ver por aquí.

Sloane no estaba tan segura, dado que en cuanto encontrara a Samson pensaba regresar a Washington. Durante el largo trayecto hasta allí y la noche pasada en un pequeño motel situado a una hora de Yorkshire Falls, había tenido mucho tiempo para pensar. Desconocía qué tipo de amenaza suponía Samson más allá de su mera existencia. Pero después de veintiocho años, era obvio que había decidido que quería algo. Sloane tenía que descubrir el qué y disipar esa amenaza. Esperaba que si su única intención era conocer a su hija, cuando lo consiguiera no haría pública su paternidad, destrozando así la campaña de Michael Carlisle.

Antes de que Sloane tuviera tiempo de responder, Izzy prosiguió:

– Ya verás cuando los solteros te vean. -Soltó un buen silbido, de forma que algunos clientes volvieron la cabeza. -¿No crees, Norman? Una cara nueva y tan hermosa como ésta los volverá locos.

Pero, por suerte, Norman ya había desaparecido en el interior de la cocina, y así Sloane se ahorró el bochorno. De todos modos, se sonrojó.

– Gracias. -No era capaz de decirle a la mujer que a lo mejor no volvía por allí. -Encantada de conocerla. -Lo mismo digo.

Se despidieron y Sloane volvió por fin a la calle. Echó un vistazo a los bonitos jardines que encontró por el camino y al estanque del centro. También había una pérgola que invitaba al romanticismo, y que sobresalía entre los arbustos circundantes. Durante unos instantes, lamentó no estar allí de visita, para conocer el lugar donde su madre se había criado.

Se preguntó si a Jacqueline le habría gustado vivir allí. Si habría tenido muchos amigos. ¿Lo sabría Samson? ¿Tendría cosas que contarle sobre los años que su madre pasó allí antes de dejarle?

Se llevó una mano al estómago revuelto.

– No me queda más que subir al coche y salir del pueblo -se dijo.

Al cabo de unos minutos, Sloane giró por la Carretera Vieja, siguiendo las instrucciones de Norman. En seguida, los grupos de casas dieron paso a una larga hilera de árboles que flanqueaban la vía a ambos lados. Todos los alrededores estaban cubiertos por un montón de hojas caídas de distintos tonos de rojo, amarillo y marrón, espectáculo del que habría disfrutado en otras circunstancias.

Pero ahora se sentía apremiada. No había tenido esa sensación antes. Cuando había entrado en Norman's para preguntar por Samson se sentía ansiosa, pero ahora el miedo acompañaba a la energía nerviosa que la había impelido hasta allí. Y no era miedo por ella o por el hombre que era su padre; sino un temor mucho más difuso, rayano en el pánico, sensación que era incapaz de definir pero que de todos modos la atenazaba.

De repente, los árboles se acabaron y se encontró frente a un campo abierto. Justo en el medio, aislada en un terreno yermo, había una casa destartalada que daba pena. Cuanto más se acercaba, más evidente resultaba su mal estado. El tejado era viejo y le faltaban tejas, mientras que la pintura exterior se había agrietado y desportillado.

Nunca se había planteado cómo o dónde viviría Samson. Y en cuanto paró el coche delante de la casa, la embargó una sensación de tristeza ante lo que parecía una existencia solitaria y patética.

Recorrió la senda de entrada. Si alguna vez había estado pavimentada, ahora ya no quedaba ni rastro. A medio camino de la casa, la sobresaltaron unos ladridos. Miró a su alrededor y vio que un perro pequeño parecido a un doguillo corría hacia ella con sus patas cortas y regordetas. No paraba de dar saltos sobre las patas traseras para pedir con descaro una caricia en la cabeza.

Sloane se agachó y le pasó la mano por el corto pelaje. Estaba sucio y necesitaba un baño tanto como atención y, a pesar de experimentar algún reparo, lo cogió en brazos.

Pesaba más de lo que parecía.

– Pues sí que estás gordito -le dijo mientras lo Llevaba a la casa. Era innegable que el hecho de tener los brazos ocupados le daba mayor sensación de seguridad y la hacía sentir más cómoda, y se apretó contra el pecho el cálido cuerpo del perro.

Nerviosa, se paró al llegar a la puerta delantera, y antes de que le entraran ganas de girar sobre sus talones y volver al coche, llamó al timbre. No le extrañó no oír ningún sonido y, tras un segundo intento, empezó a aporrear la puerta con fuerza. Entonces se llevó una buena sorpresa al ver que ésta se abría de par en par. El perro se retorció y saltó de sus brazos hacia el interior.

– ¿Hola? -saludó incómoda desde el umbral. Pero nadie respondió, por lo que entró con cautela. Era incapaz de controlar los nervios, pero estaba decidida a encontrar a Samson. Se halló en medio de un recibidor oscuro.

Notó en seguida el olor a huevos podridos. Aunque vivía en un apartamento, se había criado en una casa, y sabía perfectamente cómo olía un escape de gas. El olor que había asaltado sus sentidos era inconfundible.

Si hubiera sido sensata se habría ido de allí y habría llamado a la empresa de gas y electricidad, pero ¿y si Samson estaba dentro? Volvió a llamar.

– ¿Hola? ¿Samson?

No hubo respuesta.

Echó un vistazo a su alrededor, pero, a juzgar por las habitaciones vacías y el olor, era evidente que en la casa no había nadie. Cualquiera se habría ido pero no entendía por qué habían dejado al perro. Un perro que había decidido comportarse como un tipo duro, y se había ido corriendo a lo alto de la escalera del sótano y había empezado a ladrar como un loco.

– Venga, perrito. -Se dio unas palmadas en los muslos mientras lo llamaba animada, pero el animal no se dejó impresionar.

Sin embargo, Sloane no pensaba marcharse sin él.

Se acercó lentamente al perro. Cuanto más se acercaba, más penetrante era el olor a gas. «Márchate.» El mantra empezó a repetirse en su cabeza. Tenía intención de obedecerlo, pero antes tenía que coger al perro.

– Venga, perrito -repitió, -vamos. -Se arrodilló y, aunque el animal no dejó de ladrar, corrió hacia ella con sus patas regordetas.

«Márchate.» Esa idea se repetía en su mente mientras Sloane cogía al perro y se disponía a salir. Apenas había llegado afuera, al jardín delantero, cuando una fuerte explosión la derribó.


Chase supuso que se había perdido la visita de Sloane a Norman's por cuestión de minutos. Izzy no dejaba de parlotear sobre la nueva pelirroja que había llegado al pueblo, tan guapa como para hacer parar el tráfico de First Street y que encima buscaba al solitario y excéntrico del pueblo, a Samson Humphrey.

Este último detalle pilló a Chase desprevenido. Los muchachos de por allí llamaba a Samson «el hombre de los patos», porque se pasaba buena parte del día en los jardines del centro, dando de comer a los patos y ocas, y hablando con ellos. Nadie le hacía el menor caso, excepto la madre de Chase y Charlotte, dos mujeres con un gran corazón y que sentían debilidad por el viejo huraño.

No tenía idea de por qué Sloane podía estar buscando a Samson, pero pensaba averiguarlo. Según Izzy y Norman, le habían indicado dónde estaba la destartalada casa del viejo, en la otra punta del pueblo. No era un lugar al que una mujer debiera aventurarse sola. No porque Samson fuera peligroso. Qué va, el pobre hombre era tan inofensivo como huraño, pero la zona donde vivía estaba muy aislada y solían frecuentarla los moteros. En más de una ocasión, su hermano Rick, agente de policía, había arrestado a gente por vagabundear y merodear por allí con fines delictivos. Esa zona no era lugar para una señorita.

No era lugar para Sloane.

Sloane, no Faith. Sloane, la mujer a la que se había ligado en un bar y con la que había pasado una noche de sexo apasionado y salvaje, antes de que su madrastra, y esposa del candidato a la vicepresidencia, le pidiera que cuidara de ella.

Maldita sea.

Cuando Chase Chandler decidía dejar su apacible vida, estaba claro que lo hacía a lo grande. Lo peor del caso es que seguía sin arrepentirse.

Muchos interrogantes pero ni un solo remordimiento. Tenía la impresión de que a Sloane no le gustaría que se supiese que se había ligado a un desconocido en un bar, pero él tampoco pensaba publicar sus memorias en el diario matutino.

No obstante, tenía una ardua misión por delante si quería cumplir la promesa que le había hecho a Madeline Carlisle. Aunque cuidar de Sloane sin ponerle las manos encima era algo que hasta a un monje le costaría.

– Maldita sea -farfulló de nuevo, esta vez en voz alta.

Al acercarse a casa de Samson, en seguida vio el coche de alquiler con la matrícula de otro estado. Por lo menos había sido lo suficiente sensata como para dejar el menor rastro posible.

Aparcó el vehículo y salió con la intención de entrar y ver qué quería Sloane Carlisle de un hombre como Samson Humphrey.

No estaba preparado para verla salir corriendo de la casa ni para la explosión subsiguiente, que lo tiró de espaldas.

Cuando se le pasó la conmoción, se levantó y alzó la mirada. Las llamas consumían lo que quedaba de la casa de Samson mientras Sloane se ponía en pie un poco más allá de donde estaba él.

Menos mal que estaba bien. Exhaló con fuerza, pero el alivio le duró poco. Un perrito en el que no se había fijado antes, saltó de los brazos de ella a la hierba y salió disparado hacia la casa en llamas.

– ¡No! -gritó Sloane y se dirigió hacia el fuego.

No podía permitirle que entrara en la casa, así que se abalanzó sobre ella en el momento en que corría detrás del chucho, y los dos cayeron al suelo con fuerza.


Sloane se dio cuenta de lo que pasaba más rápido de lo que habría creído posible. Tenía un cuerpo duro encima mientras ella tenía debajo al perro, que aullaba. No estaba segura de que el perro no fuera a salir disparado de nuevo hacia la casa en llamas, así que levantó un brazo para dejarlo respirar sin soltarle el collar.

– ¿Estás bien? -preguntó una voz masculina. Una voz conocida, viril y sexy.

Sintió un escalofrío que nada tenía que ver con aquel calvario. -Creo que estoy de una pieza.

Tenía zonas doloridas y moratones que tendría que cuidarse, pero por el momento estaba viva y respiraba, mientras que la casa en la que acababa de entrar estaba ardiendo.

Sin previo aviso, la sentaron, y se encontró cara a cara con Chase.

Su ligue de una noche. «Imposible», pensó.

– La casa no se está quemando y tú no eres de verdad. -Estaba mareada y confundida, sensación que el sonido agudo de las sirenas a lo lejos no hacía más que empeorar.

– Desgraciadamente, esto no es un puñetero sueño.

No, aquella voz tan sexy y aquel rostro serio resultaban demasiado reales.

– Alejémonos más de la casa. -Chase la ayudó a ponerse en pie.

En cuanto dio un paso, Sloane notó que tenía todo el cuerpo dolorido. Estaba claro que se había torcido el tobillo al salir de la casa corriendo como una loca. Cojeando, dejó que Chase la alejara de las llamas sin mediar palabra.

Eso se le daba bien, recordó, hacer lo que ella deseaba sin pedirle permiso. A pesar de las contusiones y de la adrenalina que bombeaba con fuerza en sus venas, recordaba su tacto perfectamente. Cargado de erotismo. Hasta tal punto que ese estremecimiento estaba íntimamente vinculado al hecho de que el hombre le proporcionaba seguridad.

Pero existía una gran diferencia entre dejar que la sedujera con manos, labios y lengua durante una noche ajena a sus vidas, y la realidad de su existencia diaria. Tenía que hacerse con el control de la situación, pero como la orden de él tenía sentido, no pensaba resistirse. Se obligó a seguir caminando, haciendo caso omiso del dolor que sentía en el tobillo y que había ido remitiendo cuando llegaron al viejo sauce.

Se apoyó en el frío tronco y se fue deslizando hasta el suelo. Tema escalofríos y estaba tiritando. Se rodeó el cuerpo con los brazos, pero aun así seguía temblando.

– Menudo control tengo -musitó.

Chase la miró de reojo, picado por la curiosidad, pero ella no estaba para dar explicaciones.

– Necesito tu cinturón. -Y sin más palabras, Chase le desabrochó el cinturón y lo deslizó por las presillas de los vaqueros.

Ella bajó la mirada hacia sus manos fuertes y habilidosas.

– Me parece que no es el momento ni el lugar adecuado para echar un polvo rápido -dijo, mientras le castañeteaban los dientes. -Además, no sabía que te fuese el sado.

El se quedó quieto, alzó la mirada y se echó a reír.

El brillo sensual que recordaba haber visto en sus ojos había vuelto.

– Sabía que fuera del dormitorio tendrías sentido del humor -sentenció Chase antes de proseguir con su tarea. -Confía en mí -le dijo. -Lo último que tengo ahora en la cabeza es enrollarme contigo.

Enrollarse con ella era exactamente lo que le hubiese gustado hacer. Allí, bajo la sombra del viejo sauce. Por desgracia, no podía permitirse ese lujo. Rápidamente ciñó el cinturón a un arbusto pequeño y corto que había cerca del árbol, lo sujetó bien y consiguió atar el viejo fular que el perro llevaba como collar a la hebilla del cinturón.

– Ya está. Ahora no irá a ninguna parte y estará seguro.

Sloane miró al perro, que fulminaba a Chase con la mirada por haberlo atado. Luego volvió a mirar a Chase fijamente.

– Estoy impresionada. Pensaba que sólo los boy scouts eran capaces de hacer nudos como ése.

El observó sus ojos vidriosos. Su rostro reflejaba una combinación de sorpresa, temor y confusión, así como un atisbo de recuerdo. Por lo menos, así interpretaba él su expresión.

– Precisamente tú deberías saber que no tengo mucho de boy scout.

– No sé nada de ti. Aparte de que te me ligaste en un bar de Washington y que me has seguido hasta aquí.

– Te equivocas, pero no tengo tiempo para explicaciones. -Sacó el móvil del bolsillo y llamó a su hermano Rick. Con los bomberos llegando a la casa, era posible que la policía no tardase en llegar, pero Chase quería que su hermano policía se reuniese allí con él, supiera quién era Sloane y tomara cartas en el asunto.

Tomó aire y la miró. En esos instantes, estaba demasiado aturdida para preguntar cómo la había encontrado y por qué, pero no tardaría en hacerlo. Lo sabía porque él también tenía interrogantes. Como, para empezar, por qué estaba en aquella casona. ¿Por qué buscaba a un viejo excéntrico como Samson?

Se fijó en cómo tiritaba y se dio cuenta de que había estado a punto de morir. Había estado a punto de perderla. Sin pensarlo dos veces, la abrazó para darle calor. Cuando le rozó los labios, se dio cuenta de cuánto la deseaba.

Reconoció su sabor: dulce, agradable… y la encontró dispuesta a dejarse llevar por él, igual que él necesitaba sumergirse en ella. Le recorrió la boca con la lengua y ella le respondió con un suave gemido antes de unir su lengua a la de él.

Chase se excitó al instante y todo lo que lo rodeaba desapareció. En ese momento, sólo existía ella.

Hundió las manos en su pelo, acercándola al tiempo que oía una tos fingida.

– Disculpa, pero ¿alguien ha llamado a la policía?

Sloane se separó de Chase de un salto y volvió a la realidad.

El se vio obligado a apartar la vista de Sloane, que se había puesto a dar puntapiés al suelo y, cuando alzó la mirada, se rompecorazones encontró con la expresión curiosa de su hermano mediano.

– Gracias por venir tan rápido -dijo y, ahora que había recobrado el sentido, lo decía con sinceridad.

– Pertenezco al cuerpo de policía de Yorkshire Falls. -Rick sonrió y ladeó la cabeza. -Nuestra obligación es acudir. -Le tendió la mano a Sloane. -Agente Rick Chandler -se presentó.

Sloane dejó de remover la tierra con los pies y levantó la vista.

– Me llamo Sloane… -Se calló. -Quiero decir Faith. Yo… -Vaciló porque no sabía qué identidad utilizar.

– Sloane Carlisle -informó Chase. No se le escapó la cara de sorpresa de ella al darse cuenta de que conocía su verdadero nombre. Chase no tenía más remedio que decir la verdad.

Rick tenía que saber quién era Sloane si iba a ayudar a Chase a no perderla de vista mientras estuviera en Yorkshire Falls. Y ahora que la casa de Samson se había incendiado casi con ella dentro, mantenerla en segundo plano resultaría más difícil. Chase haría lo que estuviera en su mano, empezando por prohibir que se informara de la presencia de Sloane en el lugar de la explosión.

Su hermano no pareció reconocer el apellido de ella, lo cual no era de extrañar. Aunque él cubría las noticias de los Carlisle, la noche en que se conocieron en el bar tampoco la había identificado. La hija del candidato a la vicepresidencia no era una figura pública. Todavía.

Sloane suspiró aliviada porque era obvio que había llegado a la misma conclusión que Chase. Entonces puso los brazos en jarras y miró a Chase, algo que el perro interpretó como indicio de algo, porque empezó a ladrar otra vez.

– ¿Cómo sabes quién soy realmente? -preguntó, al tiempo que se agachaba para coger al chucho y tranquilizarlo acariciándole la cabeza. -Y, ya puestos, ¿por qué me has seguido desde Washington?

Su expresión reflejaba confusión y aturdimiento, y Chase se dio cuenta de que era como si la estuviese viendo por primera vez. Tema las mejillas sucias de tierra debido a la caída.

– Resulta que vivo aquí. -No era una gran explicación, pero tampoco sabía cuántos detalles dar en esos momentos.

– ¿Que vives aquí? ¿En este infierno? -Señaló la vieja casa de Samson, o lo que quedaba de ella.

– Vivo en Yorkshire Falls. -Se pasó una mano por el pelo, lleno de frustración. Quería explicarse, pero necesitaba las respuestas de ella.

Rick permanecía extrañamente callado, mientras Sloane se pasaba el perro a la otra cadera y entornaba los ojos para mirar a Chase.

– El hecho de que seas de Yorkshire Falls es una gran coincidencia, pero no explica que me hayas encontrado en esta casa.

Chase miró por encima de su hombro, agradecido de que los bomberos hubieran rodeado el lugar y, con un poco de suerte, controlaran pronto la situación.

Deseó poder hacer lo mismo con Sloane igual de rápido. Se volvió hacia ella.

– Es un pueblo pequeño. Nadie va a ningún sitio sin que se sepa. Y una cara nueva es todo un acontecimiento.

– Sobre todo si es guapa -habló Rick por fin. Estaba de pie, con los brazos en jarras y una sonrisa socarrona en el rostro. -Siento interrumpir esta conversación tan interesante, sobre todo cuando parece que tenéis mucho de qué hablar, pero, por si no os habéis dado cuenta, se ha declarado un incendio, y Chase me ha dicho por teléfono que estabas aquí cuando empezó.

Un grupo de bomberos y el orondo jefe de policía se dirigían hacia ellos, lo cual hizo que Sloane retrocediera, claramente atemorizada.

– Necesitaré algunas respuestas -prosiguió Rick.

Chase asintió.

– Estoy de acuerdo.

Sloane empezó a desatar al perro del árbol.

– No puedo hablar aquí -dijo mientras intentaba deshacer el nudo. -No puedo… Tenemos que ir a algún lugar discreto, ¿de acuerdo? -Alzó la vista desde su postura agachada y miró a Chase con expresión suplicante.

Parecía estar al borde del colapso. Él pensaba cuidar de ella, y no porque Madeline Carlisle se lo hubiera pedido. Un apretón en el hombro fue lo único que supo ofrecerle.

Rick sacó su libreta.

– Lo siento, pero necesito respuestas antes de que te vayas -le dijo a Sloane.

Chase advirtió la desazón en el rostro de ella ante la insistencia de Rick. No estaba preparada para responder preguntas allí. Chase sopesó la devoción de su hermano al trabajo frente a la lealtad familiar. No había nada más fuerte o arraigado para los Chandler que la obligación para con la familia. Odiaba forzar la lealtad de su hermano, pero le bastó volver a mirar a Sloane para saber que lo haría de todas formas.

La cogió de la mano.

– Nos vamos, Rick, puedes pasarte por mi casa para que ella preste declaración más tarde. -Su tono no admitía discusiones.

Cuando Rick cerró la libreta y se la guardó en el bolsillo, Chase exhaló lentamente. Por primera vez en su vida, había antepuesto las necesidades de una mujer a la familia.

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