Sloane regresó a su apartamento alrededor de las siete de la mañana. Se dio una ducha rápida, se cambió y se encaminó al hotel en el que su vida había sufrido un cambio drástico. Y eso no sólo porque hubiese descubierto que Michael Carlisle no era su padre, sino porque por fin había empezado a liberarse de las restricciones de su existencia. Se había permitido comportarse guiada sólo por sus impulsos y deseos. Y, al hacerlo, había encontrado a Chase.
Un hombre con el que había pasado una sola noche, pero al que nunca olvidaría. A Sloane no le gustaban las aventuras de una noche. No le gustaba el sexo sin más. Y la noche anterior no había planeado ligarse a un hombre en el bar, por lo menos no hasta que había mirado aquellos soñadores ojos azules. Con una sola mirada, él la había instado a hacer caso omiso de sus reservas habituales. Al pedir la misma bebida que ella a pesar de tener una cerveza recién servida delante, la había intrigado. Al ofrecerse a escuchar, se la había ganado. Le daba igual que ésa hubiera sido su intención, o no. No le había parecido un hombre que sólo procurase por sus intereses y, tras pasar la noche entre sus brazos, se dio cuenta de que su primera impresión había sido acertada.
No sólo era guapísimo, sino que comprendía sus necesidades de forma innata. ¿Qué otra explicación había para el champán que no habían llegado a beberse? ¿Y para que no la hubiera dejado marchar? Y luego la sensación que había tenido de que el destino la había emparejado con un hombre que, según él mismo había reconocido, siempre había hecho lo predecible, que había vivido para contentar a los demás. Lo mismo que ella. Aunque no sabía más detalles, Sloane se dio cuenta de que tenían más en común de lo que habría cabido esperar de un rollo de una noche.
Pero eso era lo que había sido y, aunque le quedaban recuerdos y fantasías que revivir más adelante, por el momento tenía que dejarlos. Ahora los asuntos familiares eran más apremiantes. De todos modos, deseaba a Chase lo mejor al comienzo de su nueva vida y sabía que pensaría en él a menudo mientras ella seguía adelante con la suya, intentando encontrarle un sentido.
Se detuvo frente a la puerta de la habitación de hotel de sus padres, sin saber muy bien cómo plantear el asunto. Su padre debía de estar con reuniones de última hora y repasando su discurso, pero Madeline estaría en el cuarto.
Su madrastra era una mujer hermosa, por dentro y por fuera, y dado su porte tranquilo, era la esposa perfecta para un político. También había sido una madre maravillosa. Había aparecido después de la muerte de Jacqueline, cuando Sloane tenía ocho años, y tenía que reconocer que jamás la había tratado de forma distinta a sus verdaderas hijas, las gemelas Edén y Dawne; Sloane la adoraba.
Lo cual hacía que le resultara aún más difícil comprender la mentira. Meneó la cabeza e hizo acopio de valor para llamar a la puerta, que se abrió al cabo de unos instantes.
– ¿Dónde has estado? -Madeline cogió a Sloane de la mano y le dio un abrazo maternal. -Cuando no apareciste anoche en la cena, tu padre y yo nos quedamos muy preocupados.
¿Dónde estaba el porte tranquilo de su madrastra?, se preguntó Sloane mientras le devolvía el abrazo. Aunque Madeline estaba ya preparada para la rueda de prensa, vestida al estilo de Jacqueline Kennedy y con la corta melena morena bien peinada y el rostro perfectamente maquillado, no podía disimular la preocupación que tenía grabada en el rostro.
A pesar de que contaba con un buen motivo para faltar a la cena familiar, Sloane se sintió culpable de haberla preocupado.
– Lo siento. -Se retorció los dedos, intentando encontrar las palabras adecuadas. -Pero necesitaba estar sola. Para pensar.
– ¿En qué? -Madeline le apartó el pelo del hombro, igual que hacía cuando era una niña. -Puedes contármelo.
Sloane asintió.
– Creo que es mejor que nos sentemos. -Siguió a su madrastra al sofá de la zona de estar de la suite, la misma estancia en la que había oído hablar a Frank y Robert la noche anterior. -¿Estamos solas?
Madeline asintió.
– Tu padre está reunido con Frank en su habitación y las gemelas se han ido de compras.
– Espero que les hayas puesto un Límite -dijo Sloane riendo. Como era habitual en las chicas de diecisiete años, a sus hermanas les encantaba ir de compras, y cuando estaban en casa, al norte del estado de Nueva York, siempre se quejaban de la falta de buenos centros comerciales.
– Les he dado dinero y les he confiscado las tarjetas de crédito. -A Madeline le brillaban los ojos de risa pero en seguida se puso seria. -Cuéntame qué sucede.
Las bromas quedaron relegadas. A Sloane le temblaban las rodillas y respiró hondo.
– Ayer sí vine a la cena. Llegué media hora antes, y tú y papá aún no habíais vuelto todavía de comprar. -Apretaba y abría los puños, intentando combatir las náuseas y el miedo. -Frank estaba con Robert, y hablaban sobre una amenaza para la campaña de papá.
Madeline se irguió en el asiento, con los ojos muy abiertos y fijos en ella.
– ¿Qué tipo de amenaza?
– La peor. De tipo personal. -Sloane se mordió la cara interior de la mejilla. Repetir las palabras, le resultaba más difícil de lo que había pensado. -Un hombre llamado Samson dice ser mi padre biológico.
– Mierda.
Sloane abrió unos ojos como platos. Madeline Carlisle nunca decía palabrotas. Sloane sí. Igual que su padre, igual que Edén y Dawne, pero Madeline consideraba que algún miembro de la familia tenía que dar ejemplo. El hecho de que soltara una no era buena señal.
– Entonces, ¿es verdad? -preguntó Sloane con voz queda. Madeline sujetó con fuerza las manos apretadas de Sloane. -Sí, cariño, es verdad.
Sloane no había sigo consciente de ello, pero en lo más profundo de su corazón había albergado la esperanza de que Madeline negara tal afirmación. Sin embargo, acababa de confirmar sus peores sospechas. Se tragó el nudo que se le había formado en la garganta, decidida a enfrentarse a la situación sin derrumbarse.
Madeline la miró y, a pesar de todo, Sloane notó el amor que su madrastra siempre le había mostrado.
– Te mereces una explicación. -A Madeline se le quebró la voz, pero siguió hablando: -Tu madre y yo éramos íntimas amigas. Habría hecho cualquier cosa por ella. Lo sabes. De hecho, así fue. Me casé con tu padre para poder criarte como tu madre habría querido.
Sloane apretó la mano de su madrastra.
– Hiciste lo máximo posible. -Salvo decir la verdad, pensó Sloane, pero la conversación resultaba difícil, e incluso Madeline parecía necesitar que la tranquilizaran. -Nunca sentí que me quisieras menos que a Edén y a Dawne. Te quiero por eso.
Madeline parpadeó para evitar las lágrimas.
– Yo también te quiero. Y quiero a tu padre. Aunque no me enamoré de él hasta mucho después de que nos casáramos.
Sloane sonrió. Ya conocía la historia del matrimonio de Michael y Madeline. A menudo contaban que se habían enamorado compartiendo la tarea de criar juntos a Sloane. Pero eso no explicaba el resto de las piezas que faltaban en el rompecabezas.
– ¿Cómo es posible que mentir fuera mejor para mí?
Madeline se llevó los largos dedos a los labios y se paró a pensar.
– Tu madre nació y creció en Yorkshire Falls. Eso está a unos veinte minutos de nuestra casa de Newtonville. Ella estudiaba en la universidad y pasaba el verano en el pueblo, y allí se enamoró de un hombre llamado Samson Humphrey.
O sea que ése era su apellido. Le dolía la cabeza y respiró lentamente, intentando, en vano, aliviar el dolor.
– ¿Qué pasó entre mi madre y… Samson? -Se obligó a pronunciar el nombre, como si hablar fuera a ayudarle a aceptar la dolorosa verdad.
Madeline negó con la cabeza.
– Es una larga historia. Pero el padre de Jacqueline, tu abuelo, era un político que creía tener la sangre azul en vez de roja. No consideró que Samson fuera lo bastante bueno para su hija, y le preocupaba que pudiera entorpecer su carrera.
– Porque el abuelo Jack también era senador. -No conocía a ese abuelo, que había muerto cuando ella era pequeña.
Madeline asintió.
– Tu abuelo investigó y encontró algo turbio en la familia de Samson, y lo utilizó para obligarlo a alejarse de tu madre.
Sloane negó con la cabeza con incredulidad, intentando asimilar toda la información que le habían ocultado durante años.
– Es de suponer que Samson pensó que no tenía otra opción.
– O que era débil -musitó Sloane.
– No si tu madre lo quería, cariño. Y lo quería. Así que algo bueno debía de tener. -Madeline miró a Sloane.
A Madeline le brillaban los ojos de lágrimas y de emoción. ¿También tristeza? ¿Arrepentimiento? ¿Culpabilidad? Sloane no lo sabía a ciencia cierta.
– Por supuesto que era un buen hombre -insistió Madeline con contundencia. -Al fin y al cabo, mira todo lo bueno que hay en ti.
Sloane tragó saliva. En esos momentos no estaba para pensar en ella misma. Si bajaba la guardia, iba a desmoronarse, y antes quería saber el final de la historia.
Madeline se enjugó los ojos con el dorso de la mano antes de continuar.
– Tu madre se quedó destrozada cuando él rompió la relación. Lo quería mucho. Cuando se dio cuenta de que estaba embarazada, hizo las maletas para volver con Samson.
Sloane se inclinó hacia adelante en el asiento, escuchaba la historia como si no tuviera nada que ver con ella.
– ¿Qué ocurrió?
– A tu abuelo le dio igual. Reconoció haber sobornado a Samson para librarse de él. Jacqueline creía en él lo suficiente como para saber que Samson no la había dejado por codicia. Cuando su padre la amenazó con destruir a la familia de Samson si volvía con él, ella se sintió derrotada. Lo mismo que había sentido Samson. -Madeline alzó las manos y luego las volvió a bajar en señal de frustración. -Esto es increíble.
– Lo sé. Y ni siquiera hoy sé cuál era el secreto con que amenazó a Samson. Tu abuelo se lo llevó a la tumba, pero bastó para hacer que tu madre se quedara, protegiendo así a tu padre. A tu verdadero padre, claro está.
A Sloane le daba vueltas la cabeza. Al reconocer el mareo y el aura que acompañaban a la migraña, se levantó y se acercó al mueble bar situado en una esquina para servirse una Coca-Cola light.
– ¿Te apetece tomar algo? -le preguntó a Madeline.
– No. Prefiero acabar con toda esta historia. Aunque tu padre me matará por habértela contado sin estar él delante.
Sloane comprendió el sentimiento de culpa que destilaba la voz de su madrastra. Sabía que sus padres nunca se mentían. Eran un gran ejemplo para sus hijas. Hasta aquel momento.
– ¿Alguna vez pensó en decírmelo? -Regresó al sofá y dio un buen sorbo del refresco antes de sentarse.
– Quería decírtelo. Igual que yo. Pero no sabía cómo.
El apremio en la voz de Madeline le suplicaba que la creyera, pero las pruebas eran demasiado condenatorias.
– ¿Michael sabe cómo gestionar hasta el detalle más ínfimo de una campaña pero no es capaz de mirarme a la cara y decirme que no es mi padre?
Madeline se miró las manos.
– Te quiere. No quería perderte ni a ti ni tu confianza, y yo tampoco. ¿Quieres saber cómo entró Michael en escena?
Al parecer, Madeline era lo bastante sensata como para no preguntar hasta qué punto habían perdido a Sloane ahora que sabía la verdad. Lo cual era positivo, porque Sloane no habría sabido qué responder.
– Cuéntame -respondió.
– Michael, tu padre, porque así es como se ve él, estaba enamorado de tu madre. Sus familias eran amigas, se conocían del círculo de la política. El padre de Michael y tu abuelo eran colegas. A los dos senadores no les supuso ningún sacrificio concertar el matrimonio de él con tu madre. Así tendrías un buen apellido y Michael tendría el apoyo influyente de tu abuelo durante los comienzos de su carrera.
– Un trato político -dijo Sloane contrariada.
– Pero a ti nunca te vieron de ese modo. Tu madre te quería y tu padre, Michael, os quería a las dos. Se habría casado con tu madre incluso sin eso. Fue idea de tu abuelo. -Madeline exhaló. -Sé que suena sórdido…
– Es que es sórdido. -Sloane dejó el vaso en la mesa y se levantó para recorrer la estancia. -No me lo puedo creer.
– Por eso nunca fuimos capaces de armarnos de valor para contártelo.
Sloane suspiró y luego se volvió hacia su madrastra, pero Madeline habló antes.
– ¿Qué más dijo Robert? -Su voz desprendía un atisbo de temor.
A Sloane le palpitaba la sien derecha. Se tomó un analgésico que llevaba en el bolso. Luego se frotó la frente y se centró en la conversación que había oído la noche anterior.
– Robert preguntó si Samson tenía pruebas y Frank dijo que no le hacían falta. Que Michael había confirmado su afirmación.
Madeline suspiró.
– ¿Qué más?
Sloane cerró los ojos e intentó recordar. Frank había dicho que Samson suponía una amenaza para la campaña de Michael, pero que su padre se negaba a actuar en beneficio propio y hacer algo con Samson. Y Frank no quería que Michael se enterara de lo que habían planeado.
Porque era obvio que pensaban eliminar la amenaza.
Sloane se incorporó en el asiento mientras el corazón le palpitaba con fuerza en el pecho. ¿Frank quería eliminar a Samson para evitar que hiciera pública su paternidad?, se preguntó Sloane. ¿Se refería Frank a eso al decir que Samson suponía una amenaza para la campaña? No quería que el público supiera que el senador Michael Carlisle había mentido a su hija durante casi treinta años, porque entonces pensarían que el senador era capaz de mentirles a ellos. Era la única explicación.
– ¿Qué pasa? -preguntó Madeline, que obviamente había advertido la desazón de Sloane.
– Nada. Es que… necesito un poco de tiempo para pensar. -Volvió a coger el vaso e intentó conservar la calma.
Frank había hablado de Samson como si planease hacer algo perjudicial al hombre que resultaba ser su padre biológico, lo cual representaba para ella un polvorín emocional y un peligro inminente. Y a Sloane no le cabía la menor duda de que Frank no amenazaba porque sí, sobre todo si el trabajo de su vida estaba en juego; y él consideraba que la apuesta de Michael Carlisle por la vicepresidencia y, en última instancia, la presidencia, era su misión.
También era la misión de la familia Carlisle. Todos ellos habían trabajado duro para que llegara ese momento. A pesar de la gran mentira que le había contado, Sloane no pensaba permitir que nada ni nadie impidiese a su padre hacer realidad sus sueños.
Pero por otro lado, alguien tenía que advertir a Samson de que corría peligro, y la única persona que podía hacerlo era Sloane. Hizo girar el vaso entre las manos mientras la fría condensación le humedecía la piel. No le quedaba más remedio que encontrar a su padre biológico. Reconocer su relación. Se estremecía con sólo pensarlo, pero también se sentía nerviosa e intrigada.
¿Qué haría cuando lo conociera?, se preguntó Sloane. Tenderle la mano y presentarse, para empezar. Preguntarle qué quería de su padre, para continuar. Descubrir qué upo de amenaza suponía para él. Y, era de esperar que fuera ella quien resolviera el posible problema entre él y los hombres de su padre.
Pero en aquellos momentos no podía revelar la amenaza de Frank porque entonces Madeline nunca le permitiría ir a ver al hombre. No sin que el Servicio Secreto la siguiera, lo cual alertaría a Frank y echaría por tierra su principal objetivo.
Se sentó bien erguida para aliviar los retortijones de estómago, los nervios que amenazaban con dominarla.
Miró a su madrastra, que la observaba en silencio.
– Quiero conocerlo. -Sloane no se atrevía a llamarle «su padre». Apenas era capaz de articular palabra, y mucho menos de llevar a cabo su plan. Poco a poco iría armándose de valor.
– ¿Quieres conocer a Samson? -preguntó Madeline, sorprendida por la reacción de Sloane.
Sloane asintió.
Su madrastra inclinó la cabeza y se tomó su tiempo para responder.
– De acuerdo.
– ¿Cómo? -Sloane había imaginado que tendría que pelear por ello.
– Siempre he sabido, aunque tu padre lo negara, que este momento llegaría. Y tu madre, que Dios la tenga en su gloria, dejó una carta para ti. Era imposible que supiera que no viviría para verte crecer, pero era pragmática, y lo dejó todo listo por si acaso. -Madeline se levantó y se acercó a Sloane. -Está en casa. En la caja fuerte. En cuanto volvamos…
– Estoy impaciente. Quiero conocerlo ya.
– ¿Ya? -preguntó Madeline sorprendida. -¿No quieres tomarte algún tiempo para asimilar la noticia? ¿Hablar primero con tu padre?
– ¡No! -No estaba preparada para encararse con Michael aún. No hasta que hubiera conocido a su padre biológico. No hasta que le advirtiera del posible peligro. Y no hasta que la seguridad de la campaña de su padre estuviera garantizada. Tenía demasiadas cosas en la cabeza como para lidiar con las emociones que seguro brotarían a la superficie si se encaraba con él por haberle mentido. -¿Sabes si Samson sigue viviendo en Yorkshire Falls?
Frank seguro que lo sabía, pero Sloane no podía preguntárselo. Y Michael quizá lo supiera, pero entraban en juego las mismas consideraciones emocionales. En esos momentos se veía incapaz de enfrentarse a él.
– Es perfectamente posible que siga viviendo en Yorkshire Falls -respondió Madeline resignada. -Le explicaré la situación a tu padre. Mientras tanto, llévate mi coche -le dijo al tiempo que cogía el bolso.
– Alquilaré uno. -«Con un nombre falso», pensó aunque no se lo dijo. No quería que nadie supiera su paradero. Se llevó una mano al estómago, pero seguía sin poder aliviar los retortijones que sentía a causa de los nervios. -¿Y la rueda de prensa de papá?
Madeline se acercó a ella y le dio un beso en la frente.
– Si alguien pregunta, diré que estás enferma. Acostada en tu habitación. Tu padre también te cubrirá las espaldas. ¿Y tu negocio?
Sloane no había pensado en su negocio de interiorismo desde que huyera de ese mismo hotel la noche anterior.
– Ya había decidido tomarme un fin de semana largo para estar con vosotros. Supongo que mis clientes pueden esperar unos cuantos días más. -No pensaba que le fuera a costar mucho tiempo encontrar a su verdadero padre.
– De acuerdo, pero quiero que estés protegida.
– No. Nada de servicios secretos. Nada de detectives. Nadie. Necesito hacer esto sola. -Cruzó los brazos sobre el pecho. No pensaba ceder al respecto. Ni un ápice.
– Has puesto esa cara. -A Madeline volvieron a brillarle los ojos.
– ¿Qué cara?
– La que pomas de pequeña. «No pienso comerme el brócoli y no puedes obligarme.» Esa cara.
Sloane se rió. Los recuerdos que tenía, tanto de Michael como de Madeline, eran maravillosos. Lástima que se hubieran basado en una mentira capaz de cambiarle la vida.
– Si no recuerdo mal, no me lo comía.
Su madrastra suspiró.
– O sea que el Servicio Secreto tampoco. Pero ¿llamarás por lo menos? ¿A menudo? -Lo prometo.
Se abrazaron de nuevo y Sloane tomó el ascensor trasero para salir y así evitar a los periodistas que habían empezado a congregarse en la parte delantera. Haría la maleta y se pondría en camino.
Para conocer y advertir a Samson Humphrey.
En esos momentos, no sabía qué era más importante.
Tras la rueda de prensa, a la que la hija mayor del senador Carlisle no asistió, Chase siguió a Román para que éste le presentara a Madeline Carlisle, que estaba muy ocupada estrechando manos de los seguidores de su marido.
En cuanto vio a Román, una sonrisa genuina sustituyó a la que esbozaba para las masas y se excusó.
– Ha llegado un amigo de la familia y no puedo decepcionarle -dijo.
Román se echó a reír y se la llevó a un lado.
– ¿Quieres decir que ya has estrechado suficientes manos por hoy? Más vale que te vayas acostumbrando.
– Y que lo digas. -Su cordialidad resultaba inconfundible.
– ¿Quién es este muchachote tan guapo que te acompaña? -Se volvió hacia Chase y, sin esperar las presentaciones, dijo: -Soy Madeline Carlisle.
– Chase Chandler. -Dio un paso adelante y estrechó la mano de la mujer. -Felicidades.
– Gracias. -Madeline lo repasó con la mirada y con expresión aprobatoria dijo: -Qué suerte tiene vuestra madre. ¿El tercer hermano es igual de guapo?
– No, si nos preguntas a nosotros -respondió Román con ironía.
Chase se rió ante el sentido del humor de su hermano. -Tú también eres afortunada. He visto a tus hijas y son muy guapas -dijo refiriéndose a las gemelas. Madeline esbozó una amplia sonrisa. -Es un encanto, igual que tú, Román.
– Por supuesto que sí. -Román se rió entre dientes y luego miró a su alrededor, como si buscara a alguien. -¿Dónde está Sloane?
La sonrisa de Madeline se desvaneció. -No… no se encuentra bien.
– Bueno, espero que se recupere pronto. -Román la cogió de la mano. -Madeline, ya te dije que Chase es el director del Yorkshire Falls Gazette -explicó centrándose en asuntos más serios. -Es el pueblo natal de Jacqueline y le dije que podría convencerte para que le concedieras una entrevista. Como no has dado muchas hasta el momento, esperaba que favorecieras a mi hermano con una exclusiva.
– No tengo ningún problema en seguir las pautas que me marques -intervino Chase dirigiéndose a ella. -Sólo busco algo extra. Seguro que sabes que el público está interesado en vosotros. Tu familia es tan modélica que el mundo se beneficiaría de conocer la historia desde dentro. Y también tendrías la oportunidad de presentar la faceta privada de tu marido desde tu punto de vista.
Madeline entornó los ojos y miró fijamente a Chase. Si esperaba que parpadeara o se sintiera incómodo, iba lista, pero comprendió que tenía necesidad de escudriñarlo. El afán protector de Madeline Carlisle era de todos conocido, y hacía lo posible para preservar la intimidad de la vida familiar a pesar de vivir de cara al público. Independientemente de lo que dictara la corrección política, no estaba dispuesta a conceder una entrevista a cualquiera.
– ¿Eres tan honrado como tu hermano y tu cuñada? -preguntó Madeline.
– Más todavía -contestó Román por él desplegando una amplia sonrisa. -No sólo me crió para que fuera el caballero respetable en el que me he convertido, sino que él se guió por los mismos principios. -Le dio una palmada a Chase en la espalda. -Chase debería llevar el título de Honorable.
Bromas aparte, Román estaba en lo cierto. A Chase se lo conocía por ser el honesto Chandler, el obediente hermano mayor. El honorable. Exceptuando la noche anterior, pensó Chase con ironía. Al llevarse a la bella Faith a la habitación de hotel y luego a la cama se había desviado un tanto de sus rectos principios morales.
Pero ella no era como las demás, ni tampoco lo era la forma en que habían conectado. Ni siquiera en aquellos momentos era capaz de quitarse aquellos hermosos ojos verdes de la cabeza, ni los gemidos que había emitido cuando él había penetrado en las profundidades de su cuerpo. Para ser un rollo de una noche, le había dejado una impresión profunda.
Madeline tomó a Chase del codo.
– Quiero hablar contigo y con Román a solas. Lejos de miradas indiscretas. -Ladeó su elegante cabeza hacia la gente y los periodistas que pululaban por allí, muchos de los cuales esperaban que se separara de los dos hermanos y estuviera otra vez a su disposición.
Al cabo de unos minutos, estaban en la suite de los Carlisle, con la puerta cerrada con llave.
Chase esperó a que Madeline se acomodara en el sofá para sentarse él. Le gustaba analizar a las personas, tomarles la medida y es lo que pensaba hacer con Madeline Carlisle en aquellos momentos.
Pero Román, su nervioso hermano pequeño, era incapaz de estarse quieto y no paraba de ir de un lado a otro de la habitación, toqueteando cosillas sueltas y dejándolas luego en su sitio.
– ¿Qué ocurre? -preguntó por fin.
Madeline entrelazó las manos sobre su regazo. Al parecer, le gustaba hacer las cosas pausadamente, lo mismo que a Chase. -Esta mañana he llamado a Charlotte.
– ¿A la tienda? -preguntó Román desde el otro lado de la habitación.
Madeline asintió.
– Quería saber si alguno de vosotros regresaría al pueblo en breve. A Yorkshire Falls.
Chase no conocía a la mujer, pero la pregunta le pareció rara incluso a él. Román y Charlotte dividían su tiempo entre el pueblo y la capital, donde se encontraba la redacción del periódico para el que trabajaba Román. Charlotte tenía una tienda de lencería, el Desván de Charlotte, en ambas localidades. Pero ¿por qué le interesaba saber eso a Madeline Carlisle?
– Por desgracia, pasaremos aquí toda la semana que viene -dijo Román. -A no ser que surja algo inesperado, a mí me queda aún mucho trabajo.
– Eso es lo que me dijo Charlotte. ¿Y tú? -Dirigió la mirada a Chase y, en esta ocasión, ella fue quien lo analizó, presa de una curiosidad evidente. -¿Tú también te quedarás aquí? -inquirió.
– Yo mañana me vuelvo. -Chase sintió que lo estaban manipulando, pero no tenía ni idea de para qué. Se pellizcó el puente de la nariz mientras pensaba, pero no se le ocurrió nada. -¿Puedo hacer algo por ti? -preguntó, esperando que despejara sus interrogantes.
La mujer introdujo la mano en el bolso y extrajo un encarte de fotos que no mostró.
– Necesito que alguien cuide de mi hija.
– ¿De Sloane? -preguntó Román antes de que Chase tuviera tiempo de reaccionar.
Madeline no paraba de deslizar el dedo por la primera foto.
– Cuando he dicho que no se encontraba bien, no he mentido. Ha recibido… unas noticias personales que la han trastornado, y necesita pasar sola algún tiempo. -Alzó la vista para mirar otra vez a Chase y se mordió el labio inferior. -Esto tiene que ser confidencial.
– Por supuesto. -Deseó poder ver la foto, pero ella seguía sin enseñarla.
Madeline suspiró aliviada.
– Como confío enormemente en Charlotte y en Román y porque considero que tengo buen ojo para la gente, te confío esta información.
– No te arrepentirás -le aseguró Chase. Pero se preguntó si él tampoco se arrepentiría. Estiró el brazo por el respaldo del sofá y esperó a que Madeline siguiera hablando.
Ella le dedicó una sonrisa tensa.
– Espero que no. ¿Sabes?, Sloane ha ido en busca de sus orígenes. Ha ido al pueblo de su madre. A vuestro pueblo -le dijo a Chase.
– ¿Por qué? -soltó Román.
– Buena pregunta -corroboró Chase.
– La respuesta es fácil. Yorkshire Falls es un lugar muy tranquilo. Sloane ha decidido visitar el pueblo donde se crió su madre y, de paso, averiguar unas cuantas cosas sobre sí misma.
«Qué enigmático», pensó Chase. ¿O sea, que la hija del senador Carlisle había ido a buscar información a su pueblo cuando la vida de la familia se desarrollaba en Washington? No le parecía demasiado convincente.
– ¿Y cuál es mi misión?
– ¿Qué te parecería una contrapartida? -propuso Madeline. Chase se encogió de hombros. -Depende del intercambio.
– Me gusta tu estilo. -Se recogió el pelo detrás de una oreja. -El trato es que tú vuelvas al pueblo y busques a mi hija. A cambio, te concederé una entrevista exclusiva cuando todo esto haya pasado. No sé exactamente cuánto tiempo estará allí, pero tienes que asegurarte de que mientras esté no se meta en problemas y que no llame demasiado la atención. Lo último que necesita es que la prensa vaya siguiéndola por ahí.
Chase se inclinó hacia adelante en la silla y apoyó los brazos en las rodillas.
– ¿Qué papel tengo que desempeñar en todo esto?
– De cara a Sloane, no eres periodista sino un amigo. -La expresión de Madeline se tornó más cálida. -Y, cuando me entrevistes, obtendrás toda la información que quieras sobre nuestra familia. Hemos acordado que este asunto era confidencial, ¿recuerdas?
Por supuesto que lo recordaba. Lo único era que se sentía totalmente manipulado y acorralado, y que eso no le gustaba lo más mínimo. Pero Román estaba también ahí, y no veía ningún inconveniente en el trato de Madeline. Lo cual significaba que a Román no le parecía mala idea.
Chase se pasó una mano por la cara una vez más.
– ¿Y la protección? -Chase estaba acostumbrado a fijarse en todos los detalles y había observado la presencia de los agentes del Servicio Secreto en la sala en la que había hablado el senador. Seguro que a Sloane también la protegían.
Pero la respuesta de Madeline lo descartó.
– Se ha marchado sola. Por eso te necesita.
Chase gimió.
– No soy un guardaespaldas. Y disculpa si me entrometo, pero ¿Sloane no es una persona adulta? ¿Por qué necesita que alguien cuide de ella? -Cuanto más pensaba en ello, más le incomodaba la idea de entrar en contacto con la hija de aquella mujer. El era periodista, no una niñera.
– Ella considera que no necesita a nadie, pero yo no opino igual. Necesito saber que está bien y que tiene en quién confiar si le hace falta. -Madeline cogió a Chase de la mano y se la apretó con fuerza para corroborar sus palabras.
Pero él seguía sintiéndose manipulado.
– Obviamente hay muchas cosas que no me estás contando. -Es cierto. Pero si quieres la entrevista en exclusiva, no hagas demasiadas preguntas. Vuelve a casa, encuentra a Sloane y cuida de ella.
Chase frunció el cejo.
– Lo quiera ella o no.
– Exacto. Eres un hombre apuesto y encantador. Seguro que no te resultará difícil conquistarla. -Le dio una palmadita en la mejilla. -Aprovecha los genes de los Chandler.
Gracias a la seguridad con la que hablaba, Chase vio por primera vez a la mujer que estaba a la sombra del senador. Comprendió que era una compañera crucial en el ascenso al poder de su marido. No obstante, al igual que a su hermano, aquella mujer le agradaba y le infundía respeto. Era obvio que quería a sus hijas y que haría cualquier cosa por ellas… sentimiento con el que Chase se identificaba plenamente.
La lealtad familiar era una de las características del clan Chandler. El hecho de sintonizar con ella hacía que le resultara más difícil negarse a su petición.
Además, la entrevista en exclusiva era una gran tentación.
– ¿Cuando ella se marche de Yorkshire Falls te entrevistarás conmigo?
Madeline asintió.
– Y si ocurre algo mientras tanto… Si surge alguna información sobre la campaña de mi marido, serás el primero en enterarte. -Le tendió la mano para sellar el acuerdo.
Chase había pensado hablar con Madeline esa semana, pero era obvio que esa opción no entraba en los planes de ella. También había pensado que yendo a Washington D.C. averiguaría algo más sobre el senador Carlisle. Si la desaparición de Sloane era un indicio, Chase estaba cerca de algo gordo. Algo que quizá descubriera en su pueblo, en Yorkshire Falls, junto a la hija mayor del senador.
– ¿Trato hecho? -preguntó Madeline.
Chase colocó la mano encima de la de ella, convencido de que podría beneficiarse de algún modo de esa situación. -Trato hecho. Madeline suspiró aliviada.
– Por si no has visto ninguna foto de cerca -Madeline le tendió la foto que había estado guardando celosamente, -ésta es Sloane.
Al verla Chase se sintió conmocionado e incrédulo; delante tenía a la mujer con la que se había acostado la noche anterior.