Al contrario de las tensas relaciones entre John y sus hijas, las cosas eran poco menos que una balsa de aceite entre él y Fiona. No parecía haberles costado un gran esfuerzo adaptarse a vivir juntos, y ella intentaba convertir el caos que era su vida en un leve ronroneo para que él no se sintiese incómodo. Intentó que Jamal vistiese de un modo más respetable, que no fuese por la casa pasando la aspiradora con unos bombachos o con un taparrabos. Y cuando la gente se dejaba caer por la casa, como venía sucediendo desde hacía años, ella les sugería que, en la próxima ocasión, llamasen antes.
Dejó de programar sesiones fotográficas en casa, como había hecho en otras ocasiones, y tampoco había vuelto a invitar a ningún fotógrafo de fuera de la ciudad a que se alojase allí. Estaba intentando, por decirlo de algún modo, ser respetuosa con John. Él llevaba una vida diferente a la suya, y ella no podía comportarse con tanta libertad y despreocupación como había venido haciendo cuando estaba sola. Había tomado muy en cuenta el consejo de Adrian porque quería que John fuese feliz. El punto donde había situado una línea infranqueable era en lo relativo a Sir Winston. No pensaba hacer cambio alguno que tuviese que ver con el perro. Seguía durmiendo en la cama, y seguía tan malcriado como cualquier niño pequeño.
Pero, por fortuna, John había llegado a tomarle cariño y le encontraba la mar de divertido. Y a Fiona ya solo le quedaba una pequeña cicatriz en el tobillo, cortesía de Fifi. Por otra parte, no había vuelto al apartamento de John. Prescindiendo incluso de lo que había vivido en él, lo encontraba deprimente. Él solo acudía allí cuando una de sus hijas estaba en la ciudad para pasar el fin de semana, lo cual sucedía muy de cuando en cuando. Estaban muy ocupadas en la universidad. Nunca hablaban de Fiona, y él no se la mencionaba. Aun así, él seguía creyendo que se trataba de una situación muy triste y quería que las cosas cambiasen. No sabía cómo convencerlas o imponerse a ellas. La señora Westerman avivaba las brasas, mantenía el fuego encendido, siempre que hablaba con las chicas. Les recordaba una y otra vez que tenían que serles fieles a su madre por encima de todo. Era una especie de vendetta que la señora Westerman se había empeñado en llevar a cabo. Y después de los muchos años de amabilidad y lealtad a la familia, y del vínculo que existía entre las chicas y ella, John no tenía valor para enviarla de vuelta a Dakota del Norte, a pesar de lo mucho que le habría gustado hacerlo. Y dado que la perra había pertenecido a Ann, tampoco tuvo ánimo para hacer algo respecto a ella. Tenía pensado pasar una semana en el apartamento con las chicas en Navidad. Después de eso, Hilary y Courtenay se irían a esquiar a Vermont con unos amigos, y él y Fiona se irían al Caribe para pasar el fin de año. Irían a St. Bart's, y se detendrían en Miami de regreso a casa. John tenía un nuevo cliente muy importante en Miami, y ella quería echarle un vistazo a South Beach por cuestiones de la revista. Tenían pensado estar fuera dos semanas. John había dicho que pasaría Nochebuena con Fiona y el día de Navidad con sus hijas. Era un modo absurdo de hacer las cosas, pero no tenía otra elección por el momento. Era un tratado de paz muy poco convincente entre dos bandos, pero nada es perfecto. Su vida con Fiona le proporcionaba lo más parecido a la felicidad de lo que había gozado nunca. Era realmente feliz con ella. Y Adrian afirmaba que jamás había visto mejor a Fiona. El trabajo les iba muy bien a los dos, y a pesar de lo incómodo de la situación, incluso habían logrado organizar las Navidades.
La nochebuena con Fiona fue tranquila y perfecta, y cuando ella se metió en la cama regresó al apartamento, y allí estaba cuando sus hijas se despertaron por la mañana. Echó de menos a Fiona toda la noche, pero por el momento, era un sacrificio que estaba dispuesto a afrontar por sus hijas. Por desgracia, ellas jamás se lo agradecerían. Con la señora Westerman mantenía una fría distancia. Ella le miraba ahora como si se tratase de la viva encarnación del mismísimo diablo.
Pero al menos él y las chicas disfrutaron de un agradable día de Navidad. A ellas les encantaron los regalos que les había comprado, y las dos habían sufrido de lo lindo para encontrar algo con sentido para él. Las Navidades, sin embargo, estaban ahora teñidas por la ausencia de su madre. Y esa misma noche, aprovechando que las chicas habían salido con unos amigos, John se escapó para ir a ver a Fiona. En cuanto no estaba con ella, la echaba de menos. Ella ya se había metido en la cama con Sir Winston cuando él llegó. Egoístamente, no pudo evitar despertarla y hacerle el amor. Después volvió a su apartamento para estar con sus hijas. Pero la casa de Fiona era ahora su casa. Sabía que no iba a poder llevar esa clase de vida por mucho tiempo. Era una vida dividida, y el ir de aquí para allá no parecía tener sentido. Había pensado mucho en ello últimamente y solo se le ocurría una solución. Lo que no sabía era si a Fiona le parecería igual de bien.
El día después de Navidad las chicas se fueron a Vermont y esa noche él y Fiona volaron a St. Martin y después fueron en avioneta hasta St. Bart's. Se alojaron en un viejo hotel de estilo francés, y les produjo una maravillosa sensación estar allí con todo aquel calor y el sol y el buen tiempo. Otras vacaciones perfectas, que sirvieron para fortalecer la resolución de John y darle valor. No tenía intención de volcar el barco en el que navegaba, sino que deseaba saber en qué clase de embarcación andaba montado. No tenía intención de seguir «alquilando», por así decirlo. En Noche Vieja, mientras brindaba con ella, Fiona apreció algo extraño en su mirada y, de repente, se preocupó.
– ¿Te encuentras bien? -le preguntó un tanto agitada. Se habían pasado todo el día en la playa y habían hecho el amor esa misma noche antes de salir a cenar.
– De maravilla. Quiero preguntarte algo. -No habría podido imaginar de qué se trataba, por eso creyó que pensaba burlarse de ella por algo. John tenía un malicioso sentido del humor, igual que ella.
– Apostaría a que quieres saber a quién quiero más, si a ti o a Sir Winston. Pero te diré algo, no es justo que me preguntes eso. Él y yo llevamos mucho más tiempo juntos. Pero te quiero casi tanto como a él. Y si me das un poco de tiempo, quién sabe, es posible que llegue a amaros a los dos por igual -dijo con ironía.
– ¿Quieres casarte conmigo, Fiona?
Fiona vio en sus ojos que estaba hablando en serio. Se quedó con la boca abierta y en silencio. Su mirada reflejó una obvia consternación.
– Mierda. Estás hablando en serio, ¿verdad?
– Así es. Pero esa no es exactamente la respuesta que esperaba. -John parecía ahora preocupado y lúgubre.
– ¿Por qué lo has hecho? ¿Por qué me lo has pedido? -Fiona estaba disgustada, y contagió a John-. Te lo dije desde el principio, no necesito casarme. Las cosas están bien tal como están. Y si me casase contigo, tus hijas me harían la vida imposible. Y tu ama de llaves se transformaría en el perro de los Baskerville. No necesito pasar por eso. Y tú tampoco -dijo con rostro pesaroso. Esa no era la respuesta que él esperaba.
– Esto no tiene nada que ver con ellas. Se trata de nosotros. La señora Westerman es una empleada. Y mis hijas tendrán que aceptar que tengo derecho a vivir mi propia vida. Ellas tienen la suya. No tiene por qué importarles. Pero ¿y a ti? ¿Qué quieres? ¿Quieres estar conmigo? -No pudo expresarlo de un modo más sencillo, y eso la conmovió.
– Claro que sí. Pero ya estoy contigo, ¿no es así? ¿Necesitamos unos papeles que lo demuestren?
– Tal vez sí. Creo que yo sí -dijo con sinceridad-. No me gusta limitarme a acampar en tu casa, sentirme como un invitado, intentando encontrar un poco de espacio vacío en el armario. Además, me temo que no voy a disponer de un armario decente en esa casa hasta que me haga uno, y no es muy agradable hacer ese tipo de cosas en la casa de otro. Es un problema serio. -Pero según el punto de vista de Fiona, casarse también lo era. Muy serio. Más serio de lo que a ella le habría gustado.
– Si te permito hacer un armario, ¿aun así querrás casarte? -A John le resultó obvio que Fiona estaba aterrorizada.
– ¿Por qué te asusta tanto el matrimonio? -Nunca lo había entendido. Sentía algo parecido a una fobia al respecto.
– Si te casas, te separas y mueres. La gente que se casa se hiere y se decepciona mutuamente. Se dejan. Si te limitas a vivir con otra persona, te aburres llegado a cierto punto, pero no haces mucho daño cuando te marchas. -Todo lo que decía tenía relación con el hecho de que su padre las había abandonado, John lo sabía, pero ahora hablaba de algo aún más profundo. Fiona no quería pertenecer a nadie, o bien arriesgarse a perder a alguien a quien amaba. Quería retener sin demasiada fuerza. El matrimonio le parecía un lazo excesivamente fuerte, por lo que temía que llegase a estrangularla. Incluso la situación con las hijas empeoraría si se casaban, y la situación ganaría relevancia. Ahora era un problema de John, si se casaban también sería su problema. En su actual situación, podía congraciarse con él y, al mismo tiempo, no hacer caso de la cuestión. Si se casaba con él, le pertenecería.
– Me gusta la idea de estar casado -replicó honestamente-. Me gusta lo que significa. Significa creer en ti y amarte para siempre.
– No existe eso de para siempre -dijo con un hilo de voz. La esposa de John demostraba su tesis. La gente venía demostrándoselo desde que era una niña. No había un para siempre. Solo existía el ahora. Y eso ya lo tenían. Ella no quería creer en un para siempre, con nadie, pues creía que solo acabaría provocándole dolor.
– Sí que existe, Fiona. O algo muy parecido. Yo quiero estar contigo para siempre.
– Eso lo dices ahora -respondió ella con mucha calma-, y sé que lo crees. Pero es posible que un día te enfades conmigo o te hartes de mí, y entonces te irás. Y si lo haces, las cosas serán más fáciles de este modo.
– ¿Esa es toda la fe que has depositado en mí? -le preguntó apenado.
– En ti, es posible que no, pero en la vida sí. La vida no te otorga un para siempre. Así son las cosas.
– No he abandonado a nadie en mi vida. Y no voy a abandonarte a ti. No soy de esa clase de personas -apuntó suavemente.
– Eso es lo que dices en este momento. Pero quién sabe lo que dirás más adelante. Prefiero que las cosas sigan como están. -No podía hacerlo. Entre otras cosas, no veía razón para ello. ¿Por qué arriesgar algo bueno casándose? Daba demasiado miedo. Pero tampoco quería herir los sentimientos de John, y por otra parte también le halagaba que se lo hubiese pedido.
– No quiero ser un huésped en tu casa para siempre. Quiero tener algo contigo, compartir nuestras vidas. -No quiso decírselo, no quiso asustarla todavía más, pero también le atraía la idea de tener hijos con ella. Aunque sabía de sobra lo que ella opinaba al respecto. Lo que ahora deseaba era casarse con ella, y ya verían más adelante cómo iban las cosas. No quería asustarla más de lo que ya lo estaba. Sus ojos expresaban terror en estado puro-. ¿Telo pensarás?
– ¿Por qué?
– Porque te amo. Y quiero casarme contigo.
– Es una tontería. Que un tipo diga algo sobre nosotros no va a hacer que nos queramos más, ni tampoco que yo lleve puesto un anillo que me hayas dado. Ya te quiero. -John llevaba un anillo para ella en el bolsillo, pero no quería decírselo, o provocarle un verdadero ataque de pánico. Nunca había conocido una mujer como Fiona, pero por eso precisamente se había enamorado de ella.
– Se trata de una promesa. De un compromiso. Es un modo de decirle al mundo que creo en ti y que tú crees en mí, y que estamos orgullosos el uno del otro.
– Estoy orgullosa de ti. No necesito estar casada contigo para sentirme orgullosa.
– Tal vez yo sí. -Después de decir eso no añadió una sola palabra más sobre el asunto.
Hicieron el amor al volver a la habitación esa noche. Después John se quedó dormido a su lado mientras ella permanecía despierta dándole vueltas a lo que le había dicho, intentando imaginar cómo sería estar casada con él. Y durante un momento, por alguna extraña razón, se sintió a gusto en lugar de aterrorizada. Y entonces pensó en lo que le diría Adrian, acerca del compromiso, y tal vez si para él significaba tanto, y realmente no generaba ninguna diferencia para ella, merecería la pena hacerlo. No dejó de pensar en toda la noche, y finalmente se durmió cuando empezaba a salir el sol. Por la mañana, se sintió extrañamente tranquila.
John estaba tumbado a su lado, la estaba observando cuando Fiona despertó, y le dedicó una sonrisa. Ella no necesitaba ninguna clase de papeleo, pero tal vez era lo que había que hacer, para estar con él y que el mundo supiese lo mucho que lo amaba. Pero más que eso, sabía que era el modo de decirle a John lo que nunca le había dicho a nadie, y jurar que nunca más se lo diría a otra persona: «confío en ti». Ese era el meollo del asunto. Había amado a algunos hombres en su vida, pero nunca había confiado realmente en nadie, y sí confiaba en John. Tal vez era el momento de demostrarlo.
– ¿Te acuerdas de lo que me dijiste anoche? -dijo ella en un susurro tumbándose a su lado.
– Mmm… Sí… -Le sonrió-. Creo que me acuerdo. -Casi esperaba otro de sus discursos sobre lo innecesario del matrimonio-. ¿Qué pasa?
– He pensado que me gustaría hacerlo. -Lo dijo tan bajito que apenas oyó lo que dijo.
– ¿Lo dices en serio? -respondió también con un hilo de voz. No habría imaginado nunca que, finalmente, ella aceptase su proposición. Estaba anonadado.
– Sí. Creo que sí. Tal vez no sea tan mala idea. Solo una vez. Contigo. En términos generales, va contra mis principios, pero tratándose de ti, estoy dispuesta a hacer una excepción.
– Que así sea. -Sonrió de un modo radiante. Solo tendría que demostrar su valentía en una ocasión. Por lo general, era la mejor opción. Una sola vez-. ¿Realmente quieres casarte conmigo, Fiona? -Después de todo lo que ella le había dicho, no quería aceptar sus palabras sin más.
– Sí, creo que sí. A menos que recupere el sentido común.
– Tal vez deberíamos casarnos lo más pronto posible, antes de que lo hagas.
– ¿Qué fecha tienes en mente?
– Cuando tú quieras. -Quería hacérselo lo más fácil e indoloro posible.
– Dentro de unas semanas, a lo mejor, cuando hayamos vuelto a casa. Los dos. Y tal vez también Sir Winston.
– ¿También tendré que casarme con el perro?
– Obviamente. -Lo dijo con un rictus de seriedad absoluta, por lo que él no intentó discutírselo. Estaba demasiado emocionado y demasiado feliz para ello-. ¿Vas a decírselo a tus hijas antes de que lo hagamos? -La cuestión, como era lógico, le preocupaba.
– No creo. No querrán estar presentes, así que prefiero decírselo después. ¿Tú qué opinas?
– Creo que es lo mejor. Podemos montar una fiesta o algo así. Pero creo que el hecho en sí -a Fiona no le gustaba plantear las cosas de ese modo- tendría que ser privado.
– Dime el día y allí estaré -dijo John atrayéndola hacia sí, después salió de la cama, rebuscó el anillo en el bolsillo de su pantalón y lo colocó en el dedo de Fiona. Ella se quedó en la cama, alucinada, observándolo. Al poco, las lágrimas empezaron a descender por sus mejillas al mirar a John. Finalmente, se había atrevido a dar el paso; finalmente, había confiado lo suficiente en él. O más bien iba a confiar. Lo único que pudo hacer en ese momento fue seguir tumbada en la cama, disfrutando del inmenso amor que sentía por él. Se sentía como si por fin hubiese llegado a casa, a estar junto a alguien que realmente la hacía sentirse segura. Sabía que podía confiar en ese hombre de todo corazón, podía confiarle su vida sin pensárselo siquiera.