Fiona intentó dar una impresión respetable y solemne cuando salieron camino del desfile de Chanel a la mañana siguiente. John llevaba puesto un traje gris, camisa blanca y una corbata azul oscuro; parecía dispuesto a acudir a una reunión de trabajo. Como si desease con ello compensar la locura por la que se habían dejado llevar la noche anterior, Fiona se puso un serio traje negro de Chanel de falda corta. Pero lo que consiguió fue, por el contrario, lucir más sexy que nunca. Al menos eso fue lo que creyó John cuando la rodeó con sus brazos en el ascensor del Ritz y la abrazó con fuerza camino del lobby del ala Cambon. Fiona dejó escapar una risita ingenua.
– Te has levantado de muy buen humor esta mañana -se burló él. Ambos estaban de muy buen humor. Y tenían una buena razón para ello. Había sido una noche memorable para los dos.
– Estaba pensando en las cámaras del ascensor. Podríamos ofrecerles un auténtico espectáculo digno de ser contemplado -dijo con otra risita, pero entonces se abrieron las puertas y se toparon de frente con una familia japonesa esperando para entrar. John siguió a Fiona y enderezó el nudo de su corbata. Ambos se sentían como si todo el mundo a su alrededor pudiese suponer lo que había pasado esa noche entre ellos. Les parecía algo tan obvio-. ¿Mi falda es demasiado corta? -le preguntó con cierto aire de preocupación mientras uno de los hombres del servicio de seguridad les dejaba salir por la puerta, habitualmente cerrada, del ala Cambon. La abrieron especialmente para ella porque, de ese modo, solo era necesario cruzar la calle para llegar a Chanel. De no haber sido así, tendrían que haber rodeado toda la Place Vendôme, lo cual no tenía mucho sentido.
– Creo que tu falda podría haber sido más corta -dijo John en voz baja justo cuando llegaban a Chanel. Había un montón de gente en la puerta esperando para entrar, así como el habitual grupo de paparazzi y fotógrafos acreditados. La sede de Chanel era pequeña, y el grupo que logró entrar al desfile de alta costura era selecto y de élite. En cuanto vieron a Fiona abrieron hueco para que pudiese pasar entre la multitud. Tomó a John del brazo y caminaron en paralelo mientras los fotógrafos los retrataban-. ¿Todo bien? -le preguntó John al oído; no quería convertirse en un problema para ella. Después de todo, era una mujer muy conocida, y no sabía si le importaba o no que la fotografiasen con un hombre. Pero a modo de respuesta sonrió en dirección a las cámaras y después a él.
– Todo bien. Estás imponente -dijo, y empezaron a subir a ritmo lento las escaleras. Al poco llegaron a los asientos que tenían reservados.
Al contrario que otros desfiles, Chanel empezó según la hora prevista, con puntualidad, y los vestidos fueron respetables y estupendos. Sonó música de Mozart mientras las modelos desfilaban lentamente por el camino señalado entre los asientos. Todos los aspectos del espectáculo tenían que ver con la elegancia y la tradición. Fue como ir a casa de una gran dama a tomar el té. Karl Lagerfeld había diseñado una colección que dejó a todos boquiabiertos. El vestido de boda que cerraba el desfile fue tan espectacular como había dicho Adrian. El vestido de terciopelo con la capa de mustela dejó sin aliento a los presentes, y el propio Lagerfeld se llevó una sonora ovación cuando apareció en escena. Fiona sabía que la prensa se iba a volver loca con las fotografías, por eso estaba ansiosa por publicarlas en Chic. El vestido de boda era absolutamente exquisito, igual que el resto de la colección.
– Es una lástima que se trate de un vestido de boda -dijo John mientras se abrían paso entre la multitud camino de la calle. Fiona se había detenido antes unos segundos para saludar a Karl y le había presentado a John-. Te sentaría de miedo. -Fiona no pudo reprimir una carcajada.
– Gracias por el cumplido. Todavía no he visto los precios, pero hablando mal y pronto, ese vestido probablemente cueste más o menos lo mismo que una pequeña casa de veraneo. Y ese no es el tipo de vestido que le regalan a editoras de revista.
– Mala suerte. Te sentaría de maravilla -dijo con sinceridad.
Seguían charlando y riendo cuando el miembro del servicio de seguridad del hotel les abrió la puerta de nuevo. Comieron en el jardín. Después tuvieron que apresurarse para llegar al desfile de Gaultier con Adrian. Gaultier era el desfile favorito de la mano derecha de Fiona en la revista, expresaba al cien por cien su manera de entender la moda. Ese año, la colección al completo estaba marcada por el color rojo, incluidos los abrigos de piel, pues el tema de la colección era China. Resultaba extremadamente dramático, pero Fiona no fue tan entusiasta al respecto.
El último desfile al que acudieron esa misma tarde fue el de Valentino, que resultó tan elegante como lo había sido el de Chanel. Y, como solía ser costumbre en él, Valentino también había utilizado mucho el color rojo. Por una vez, y sin que sirviera de precedente, Fiona también estaba cansada cuando regresaron al hotel. Tenía que ordenar un millón de fotos y notas, pero tenía pensado hacerlo a la mañana siguiente, cuando se fuese John. Para esa última noche, habían previsto cenar en un sencillo restaurante en un Bateau Mouche y después querían dar un paseo por la orilla izquierda. Y el día después de que John se marchase, Fiona se iría a St. Tropez. Adrian tenía planeado regresar a Nueva York cuando ella se fuese de vacaciones. Tenía un montón de cosas que hacer. Las secuelas de los desfiles de alta costura en París solían mantenerle ocupado durante semanas. Era algo raro en ella, pero Fiona había decidido descansar durante dos semanas enteras. Hacía años que no se tomaba tanto tiempo libre, pero sentía que lo necesitaba.
– Pareces cansada, ¿te apetece una taza de té? -le preguntó John solícito. Ella asintió agradecida, contenta de poder tirarse en el sofá durante un rato mientras escuchaba los mensajes. La noche anterior había sido corta, ninguno de los dos había dormido mucho. John pidió té para dos y se sentó relajadamente con Fiona. Hablaron de los tres desfiles que habían visto ese día y ella le felicitó por haber asistido a los más importantes acontecimientos de la alta costura de la semana-. Te estoy muy agradecido. Ni siquiera se me ocurre cómo describir lo que he visto. Ha sido increíble. -Se inclinó entonces hacia ella y la besó-. Y tú también lo eres. -No había sido tan feliz desde hacía muchos años, y jamás había conocido a alguien como ella. Era mágica y emocionante y misteriosa, todo a la vez. Era como un hermoso animal en su hábitat salvaje, corriendo en libertad, pero absolutamente hermoso y atrayente cuando se detenía para mirarte. Se había enamorado de ella de la cabeza a los pies y no hacía más que unas pocas semanas que la conocía. La cuestión temporal tenía anonadada a Fiona, y a John también. Ella también estaba perdiendo la cabeza por él. Pero temía que se tratase de un fenómeno asociado a París y toda la excitación asociada al viaje. Temía que una vez de vuelta en casa se rompiese el hechizo, y así se lo dijo a John mientras tomaban té.
– No seas tan cínica, Fiona -la reprendió él-. ¿Acaso crees que es imposible enamorarse teniendo nuestra edad? A la gente le pasa constantemente. A gente mucho mayor que nosotros. ¿Por qué tendría que ser esto una fantasía?
– ¿Y qué pasa si lo es? -dijo con auténtica preocupación. Ella no quería que lo fuese. Más de lo que había querido nada desde hacía mucho tiempo. Ella tampoco había conocido a nadie como él. Fuerte, sólido, sensible, afectivo, cariñoso, inteligente, amable, razonable y, por otra parte, parecía tolerar a la perfección la locura ocasional asociada a su carrera, incluso durante la semana de la alta costura. Le gustaba Adrian, que para ella era un puntal en su vida. No estaba totalmente segura de cómo sería la relación entre John y Sir Winston en el futuro, pero tenía posibilidades de funcionar. Todo lo demás le parecía perfecto, aunque era muy poco lo que sabía en realidad. Pero, a simple vista, lo parecía. John parecía atesorar todo lo que ella había deseado encontrar en un ser humano. Su príncipe azul no solo era guapo, también era elegante y sexy, y muy inteligente. Entre ellos había una química evidente.
– No te las des de gatita asustada -dijo en confianza. Él también quería que ella conociese a sus hijas. Estaba convencido de que las chicas iban a quererla, aunque solo fuese porque él la quería.
– Voy a echarte de menos cuando esté en St. Tropez -dijo mordisqueando una galleta. Ahora no le apetecía lo más mínimo ir a St. Tropez. Iba a sentirse sola y a aburrirse como una ostra sin él. Además, había recibido un mensaje el día anterior de los amigos con los que tenía que encontrarse. En él le decían que estaban retenidos con su barco en Cerdeña debido al mal tiempo, y que por eso habían decidido quedarse allí. Así que iba a tener que quedarse sola en el hotel Byblos en St. Tropez.
– Podríamos hacer algo al respecto, si te apetece. Porque no quiero inmiscuirme en tus vacaciones, Fiona. Las necesitas. Y solo vas a descansar durante dos semanas. -A él también le parecía una eternidad.
– ¿Qué has pensado? -le preguntó intrigada.
– Es un poco una locura, pero si te parece bien, yo podría cambiar algunas citas. En esta época del año, la mayoría de la gente está de vacaciones. Y mis hijas están ocupadas. Si quieres, podría ir contigo. Pero si prefieres que no, lo entendería. Tengo trabajo para estar ocupado durante las próximas dos semanas. -Pero ella ya le estaba sonriendo.
– ¿Lo harías? ¿Podrías hacerlo? -Era una locura, lo sabía, pero no le importaba. Le encantaba que estuvieran juntos, y quería ir con él a St. Tropez si podía arreglarlo.
– Puedo hacerlo y me encantaría. ¿Te parece bien?
– Me parece genial -le aseguró.
John llamó a su secretaria media hora más tarde, mientras Fiona se duchaba y se vestía para la noche. Salió del baño con unos pantalones de seda beige y un pequeño suéter también de seda beige que era casi transparente, aunque solo casi. Siempre se las ingeniaba para estar sexy y elegante, y llevaba unas sandalias sin tacón de seda roja para la informal velada que tenían pensado pasar en el Bateau Mouche.
– ¿Ha podido arreglarlo todo? -preguntó Fiona, como si de una niña que espera la Navidad se tratase, refiriéndose al cambio de planes. Él se echó a reír.
– No le he dado oportunidad, le he dicho que tenía que hacerlo, sin más. Es una locura, pero qué demonios, Fiona, solo se vive una vez. Quién sabe cuándo tendremos otra oportunidad de hacerlo, siempre estamos tan jodidamente ocupados. Tú ya tenías planificadas tus vacaciones, lo mínimo que podía hacer era conseguir que mi agenda coincidiese. -Ella le sonrió sentándose en la cama del dormitorio de su suite y le rodeó con los brazos, agradecida de haberlo encontrado, de estar con él.
– Eres absolutamente increíble. -Pero era él quien creía que ella lo era.
Una hora después, estaban en el Bateau Mouche comiendo bistec y patatas fritas para cenar, deslizándose por el Sena, observando las luces y los monumentos de París. Era algo muy cursi y propio de turistas, pero la idea les había resultado atrayente a los dos, y les encantó llevarla a cabo. Hablaron de lo que harían en St. Tropez y John propuso llamar a un conocido suyo que alquilaba barcos para ver si podía conseguir uno para un día o dos. A Fiona le pareció increíblemente romántico, y mientras tanto disponían de la habitación en el Byblos, lo cual también sería divertido. Cada vez que le miraba se sentía como si estuviese inmersa en un sueño.
Después dieron un paseo por la orilla izquierda, tomaron una copa de vino en la terraza del Deux Magots y él le compró un pequeño cuadro absurdo pintado por un artista callejero, como recuerdo de su primera estancia juntos en París. A medianoche regresaron al hotel, casi corrieron para llegar a la habitación, e hicieron el amor durante horas. Fue tal la pasión que ella se quedó dormida a la mañana siguiente, y no se despertó hasta que Adrian llamó a la puerta de su suite para despedirse/Salía hacia el aeropuerto. Había acabado su trabajo en París.
– Creía que estarías trabajando -dijo con tono acusador, aunque ella sabía que no lo decía para molestarla.
– Estaba… Quiero decir que ahora me… Estaba agotada -se excusó.
– Yo también. Me he estado dejando las cejas desde las seis, y ahora son las diez y media y tú seguías durmiendo.
Cuando sea mayor, quiero tener tu trabajo. -Al decirlo, se fijó en un par de zapatos de hombre, muy bien colocados bajo la mesita de café. Le sonrió abiertamente-. A menos que te hayan crecido los pies, o que te vaya el travestismo, doy por hecho que has dejado de ser virgen.
– Métete en tus asuntos -dijo suavemente. Había cerrado la puerta del dormitorio, porque John seguía durmiendo. No se habían ido a dormir hasta las cuatro de la madrugada, pero había merecido la pena trasnochar. -¿Qué me das para que no se lo diga a Sir Winston? -dijo Adrian con malicia.
– Toda mi fortuna.
– ¿Y tu brazalete turquesa? Podría hacer que lo ajustasen a mi muñeca -dijo con un deje perverso.
– Ni lo sueñes. Ya puedes ir a contárselo.
– Tal vez lo haga. ¿Todavía tienes pensado ir a St. Tropez? -Nunca antes la había visto de esa guisa, y le encantaba. Deseaba que Fiona fuese feliz. Le había gustado John desde el primer momento que lo vio. Se dijo que era estupendo para ella. Según su punto de vista, ambos habían tenido suerte, y ella se lo merecía. En todos los años que hacía que la conocía, ninguno de los hombres que había compartido su vida con Fiona había resultado de su agrado. En particular, el arquitecto londinense casado. Adrian pensaba que era repulsivo. Y siempre había creído que el director de orquesta que le había propuesto matrimonio era tonto. John era el primer hombre que él consideraba digno de Fiona.
– Sí, todavía tengo pensado ir a St. Tropez -dijo fingiendo inocencia, pero Adrian la conocía demasiado.
– ¿Va a ir contigo?
– Aha -dijo sonriendo con picardía.
– ¡Niña mala! Bueno, disfruta -le dijo abrazándola-. Llámame si necesitas decirme cualquier cosa, y envíame por FedEx todo el material antes de irte. -Fiona tenía un montón de trabajo que hacer el día antes de empezar las vacaciones, y cumpliría con ello. Enamorada o no, Fiona era una mujer que tenía siempre muy presentes las fechas de entrega. Nada cambiaría eso.
– Te lo prometo. Que tengas un buen vuelo… Te quiero -dijo volviendo a abrazarle. Después Adrian se marchó acarreando con un puñado de bolsas, con su sombrero de paja y su maleta de piel de cocodrilo roja a juego con sus sandalias.
– Yo también te quiero. Saluda a John de mi parte. Dile que me encargaré personalmente de Sir Winston. -Y tras un último saludo, desapareció dentro del ascensor mientras ella permanecía agarrada a la puerta de su suite, que acabó cerrando muy despacio. No quería despertar a John, pero él ya estaba empezando a desperezarse cuando ella volvió a meterse en la cama a su lado.
– ¿Quién era? -preguntó medio dormido pasándole el brazo por detrás de los hombros y volviéndose hacia ella. A ella le encantó el aspecto que tenía esa mañana.
– Adrian. Acaba de irse. Ha intentado chantajearme diciéndome que iba a contárselo a Sir Winston. Quiere mi brazalete turquesa. Le dije que lo olvidase.
– ¿Lo sabe? -John abrió un ojo y la miró con cautela-. ¿Se lo has dicho?
– Vio tus zapatos debajo de la mesa.
– Oh. ¿Cuánto quiere por no contárselo al perro?
– No es un perro.
– Lo siento, lo había olvidado… Ven aquí, cosa preciosa, tú… -dijo atrayéndola hacia sí. Y de ese modo, el día empezó igual que había acabado el anterior.