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Fiona no le contó a Adrian lo ocurrido cuando la llamó al día siguiente para explicarle cómo había ido la comida de Acción de Gracias. Le escuchó y fingió estar interesada, pero lo único en lo que podía pensar era en John. Le había llamado una docena de veces desde que se fue. Pero ella no respondía a sus llamadas, ni las devolvía. No quería volver a hablar con él. Creía en todo lo que le había dicho. Se había acabado. La noche que habían pasado juntos había sido como un breve indulto en una vida que los condenaba a estar separados. Y, en todos los sentidos, había complicado muchísimo las cosas. Lo cual le llevó a estar todavía más convencida de que no quería hablar con él ni volver a verle. Jamás había amado a alguien de ese modo, y no quería volver a sentir dolor otra vez, especialmente por su causa. Le amaba demasiado para intentarlo de nuevo. Y sabía que, tarde o temprano, John dejaría de llamar.

Le costó casi una semana retomar el trabajo. Paseaba y fumaba. Conversaba interiormente consigo misma. Intentó escribir, pero no pudo. Era como desintoxicarse de una droga altamente adictiva. No solo lo añoraba o lo echaba de menos, lo deseaba. Lo cual demostraba el peligro que John entrañaba para ella.

Había pasado una semana desde la visita de John cuando Andrew Page llamó para decirle que la segunda editorial quería comprar su libro. Y no solo eso: le ofrecían un contrato por tres libros. Era la primera buena noticia que recibía desde que John se fue, y tras colgar, comprobó que ni siquiera eso la alegraba. Se sentía casi tan mal como cuando se divorció de él. Y dos días después, John finalmente dejó de telefonear.

Esa tarde salió a comprar comida, lo cual le parecía una estupidez porque, en cualquier caso, no estaba comiendo nada, pero necesitaba cigarrillos y café. Entró en el patio acarreando un par de bolsas cuando oyó pasos a su espalda. Se volvió para ver quién le estaba siguiendo y vio a John. Parecía completamente destrozado. No le dijo una sola palabra, se limitó a acercarse.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -le preguntó sin darle inflexión alguna a su tono de voz. No tenía energía suficiente para discutir con él. Pero se sintió exactamente igual que cuando se fue. Creía a pies juntillas en todo lo que le había dicho, y lo mal que lo había pasado durante esta última semana no hacía sino confirmarlo. John era un peligro para ella. Esta vez no iba a acostarse con él, fuera cual fuese la razón que le había llevado a París.

– No puedo vivir sin ti. -Daba la impresión de sentirlo realmente.

– Pues pudiste durante año y medio -le recordó antes de dejar las bolsas en el suelo. Pesaban mucho. El las cogió y la miró a los ojos.

– Te amo. No sé qué otra cosa decirte. Cometí un terrible error. Tienes que perdonarme.

– Te perdoné hace mucho tiempo. -Estaba triste y hundida.

– Entonces, ¿por qué no lo intentamos de nuevo? Sé que esta vez funcionará.

– Confié en ti. Y tú me traicionaste -se limitó a responder.

– Me arrancaría el corazón antes de volver a hacerlo.

– No sé si podría volver a confiar en ti.

– No lo hagas. Déjame ganarme tu confianza.

Ella le miró sin decir nada durante un buen rato, rememorando lo que Adrian le había dicho tiempo atrás, acerca del compromiso y de la adaptación. Ella tampoco había sabido hacerlo. Pero él deseaba confiar en ella. De lo único que ahora estaba segura era de que lo amaba.

No abrió la boca, se dio la vuelta, subió la escalera y abrió la puerta. Él la siguió cargando con las bolsas de comida y cerró la puerta a sus espaldas.

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