Cuando John llamó a la puerta de la habitación de Fiona a la mañana siguiente, tenía al camarero del servicio de habitaciones a su espalda. Cuando Fiona abrió, parecía totalmente despierta, llevaba un albornoz con el logotipo del Ritz de color rosa con zapatillas a juego. Se había lavado los dientes, se había peinado y le dijo a John que llevaba colgada del teléfono desde la siete de la mañana. Adrian y ella habían estado conversando sobre el desfile de Dior de la noche anterior, y habían llegado a ponerse de acuerdo sobre cuáles habían sido las prendas más destacadas. Ambos iban a estar presentes en el desfile de Lacroix de esa mañana. Adrian se había pasado por los talleres y estaba absolutamente entusiasmado respecto a lo que iban a enseñar. Para cuando John llegó a su habitación, Fiona estaba ya inmersa en asuntos de trabajo.
– ¿Has dormido bien? -le preguntó solícito. Llevaba unos pantalones grises y una camisa azul con el cuello abierto. En los pies calzaba unos Gucci negros impecablemente brillantes. Cuando ella le miró fue consciente de nuevo de lo atraída que se sentía por él.
– Sí, gracias. -Le sonrió mientras el camarero dejaba el desayuno sobre la mesa redonda y colocaba dos confortables sillas para ellos. Había un periódico doblado a cada lado y un pequeño jarrón con rosas rojas sobre la mesa. Era el desayuno perfecto-. Siempre duermo bien. Aunque tengo que admitir que, después de unos días, echo de menos los ronquidos de Sir Winston. Es un poco como el sonido del mar -dijo al tiempo que se sentaban y echaban un vistazo a los periódicos. Eran dos ejemplares del Herald Tribune. Así pues, durante unos minutos, estuvieron sentados en silencio, comiendo, perdidos en sus propios pensamientos, mientras contemplaban la mañana.
– Entonces, ¿qué es lo que voy a ver esta mañana? ¿Más leopardos y tigres o algo más relajado?
– Hoy vas a ver arte en vivo. -Le miró con una sonrisa-. Poesía en movimiento. Esculturas humanas. Los vestidos de Lacroix son como si las mujeres llevasen puesto cuadros, con diferentes elementos integrados, telas sin relación aparente y colores vibrantes. Creo que te gustará mucho.
– ¿Algo que ver con lo de ayer? -preguntó con interés recostándose en el respaldo de la silla sin quitarle ojo de encima. Le gustaba el aspecto que tenía esa mañana, con el pelo suelto sobre los hombros. Le hacía parecer más joven. Ella pensó que su aspecto limpio y recién afeitado hacía de John un hombre elegante y distinguido, e incluso desde el otro lado de la mesa podía notar que olía de un modo delicioso.
– Será completamente diferente -dijo respondiendo a su pregunta-. Será tranquilo, distinguido, sorprendente y, sobre todo, muy elegante. Galiano es un showman y lo suyo es el teatro, pero Lacroix es un genio y crea arte.
– Me gusta tu descripción -dijo John pasando a la sección de economía del periódico y echándole una ojeada a los resultados de la bolsa. Tras comprobar que todo estaba como tenía que estar, volvió a centrar su atención en Fiona-. Me estás enseñando muchas cosas. -No estaba muy seguro de la utilidad que iba a darle a esos conocimientos, pero le gustaba que ella compartiese sus experiencias con él. Resultaba de lo más divertido verla desenvolverse en su mundo y conocerla mejor.
Fiona se comió la tortilla que John había pedido para ella, la mitad de las uvas y, después de pensarlo dos veces, también dio buena cuenta del pain au chocolat y de dos tazas de café.
– No voy a quedar más contigo, John-dijo Fiona dejando la taza a un lado y mirándole directamente a los ojos un tanto asustada.
– Qué repentino. -Se preguntó si habría alguien más en su vida. Eso explicaría la distancia que sentía entre ellos en algunos momentos. Había creído que se trataba de autoprotección, y ahora se preguntó si se debía realmente a otra relación. Odiaba admitirlo, pero se sintió desilusionado-. Y eso, ¿por qué?
– El desayuno. Si sigo viéndote, me pondré como una vaca. Tú me engordas. Como demasiado cuando estoy contigo. -La miró asombrado y aliviado a la vez, después sus labios dibujaron una amplia sonrisa. Y su voz sonó medio avergonzada cuando respondió.
– Había creído que lo decías en serio. Durante un minuto me preocupé de verdad. -Se sintió vulnerable al aceptarlo.
– Lo digo en serio. No puedo permitirme el lujo de estar gorda con el trabajo que tengo. Parecería tonta. Lo que quiero decir es, ¿qué elegancia transmitiría una editora de una de las revistas de moda más famosas del mundo que pesase ochenta kilos? Me echarían sin contemplaciones, y todo sería culpa tuya. -De acuerdo, en ese caso, deja de comer. Nunca más volveré a insistir en ese tema, y si hoy te veo tocar el almuerzo, llamaremos al doctor para pedirle que te haga un lavado de estómago. Personalmente, creo que podrías ganar unos kilitos, pero ¿quién soy yo para pedirte que arriesgues tu puesto de trabajo por comerte una tortilla?
– No es la tortilla, es el pain au chocolat que viene con ella. Soy una completa adicta. -No dejó de sonreír mientras se lo decía, y al mirarla sintió que el corazón le daba un brinco.
– Te apuntaremos en un programa de doce pasos cuando vuelvas a casa. Pero sigo pensando que tienes que desayunar. -Y lo cierto es que Fiona había disfrutado de cada minuto pasado con él mientras comía. Era buena compañía, incluso por la mañana, y eso que por lo general a ella no le gustaba hablar con nadie antes de llegar a la redacción, ni siquiera con Sir Winston. Pero esto era diferente. Estaban en París, y les rodeaba un aura de relajación y felicidad y romance allá adonde fuesen. En especial en el Ritz. Era uno de sus hoteles preferidos del mundo. Habitualmente, John se alojaba en el Crillon cuando estaba en la ciudad. Pero estaba muy contento de alojarse en el Ritz… con ella.
– Tengo que vestirme -dijo Fiona poniéndose en pie sin más preámbulo, descalza y cubierta con el albornoz rosa. Durante un segundo, él se sintió como si estuviesen casados, fuera cual fuese el punto de vista de Fiona. Estaban en el salón de su suite.
– Estás preciosa.
– ¿Con esta pinta? -Ella le miró como si hubiese dicho algo completamente ridículo, y se pasó una mano por el pelo después de apretar el cinturón del albornoz. No llevaba nada debajo, pero tampoco dejaba nada a la vista, y el tono rosa pálido le iba muy bien a su cara-. No seas tonto -dijo rechazando el cumplido. Se metió en la habitación y cerró la puerta. John dijo que iba a leer el periódico mientras esperaba, pero en lugar de eso, cuando ella volvió a salir, lo encontró mirando por la ventana. Estaba ensimismado, por eso se sobresaltó cuando ella le tocó el hombro. Acababa de regresar de un viaje a miles de kilómetros de distancia en el que ella era la protagonista.
– Estás muy elegante -dijo admirativamente John. Fiona llevaba un traje pantalón de verano en blanco y negro de lino que le habían regalado el año pasado los de Balmain y que le sentaba de maravilla. Calzaba unas sandalias negras de tacón alto Blahnik de piel de caimán y lucía un bolso de cuero negro de Hermès conocido como «Kelly mou». Se había recogido el pelo en un pulcro moño, y lucía unos grandes pendientes negros de concha de Seaman Schepps. Estaba muy elegante y discreta, y la única marca de color era el enorme brazalete turquesa que llevaba en la muñeca. Tenía todo el aspecto de la editora jefe de Chic-. ¿Estás lista? -le preguntó cuando se disponían a salir de la habitación. Todo era de lo más adecuado, pero de algún modo también tenía un toque casero, y cuando salieron del salón de su suite, se apresuraron a la habitación de Adrian y le obligaron a salir de su habitación. Alzó una ceja al verlos y sonrió.
– Vaya, vaya. Buenas noticias, por lo que veo. Esperaba que pasase algo así. Luna de miel en el Ritz. -Era una suposición más bien descarada por su parte.
– Oh, cierra el pico, Adrian -dijo Fiona con lo que parecía un deje de vergüenza. John sonrió. A esas alturas llevaba puesto ya el blazer y una preciosa corbata Hermès amarilla-. Simplemente hemos desayunado juntos. Relájate. Sigo siendo virgen.
– Qué desilusión oír eso -dijo al tiempo que entraban todos en el ascensor. Según el punto de vista de Adrian, John parecía un buen partido. Los dos hombres intercambiaron algunas frases de bajada al vestíbulo y Fiona salió del ascensor por delante de ellos. El chófer de Adrian llegaba tarde, así que los tres se pusieron en camino de la Académie des Beaux Arts, en la orilla izquierda, los tres juntos en el coche de Fiona.
Y tal como Fiona había pronosticado, el desfile fue más solemne, aunque también elegante y asombroso, y por completo diferente al desfile al que había acudido John el día anterior. Realmente le impresionó y aseguró que le había encantado. Tras el espectáculo, Adrian regresó al hotel para hablar con el fotógrafo. John y Fiona se fueron a comer a Le Voltaire. Ella empezó a sentirse como si se estuviese relajando en exceso. Estaba más interesada en pasar el rato con John que en realizar su trabajo.
Pasaron tres estupendas y agradables horas comiendo en Le Voltaire. Cuando el restaurante se llenó de clientes, resultó que Fiona conocía a la mitad de los que se habían congregado allí. Hubert de Givenchy había ido a comer, al igual que el barón de Ludinghausen, antes en Saint Laurent. Había diseñadores y famosos y banqueros, y mientras pedían el café, Fiona charló amistosamente con un príncipe ruso sentado en la mesa de al lado. Conocía a todo el mundo, y lo que era más destacable, todo el mundo la conocía a ella.
Ambos regresaron al hotel para hacer unas cuantas llamadas telefónicas a Nueva York después del almuerzo, para encontrarse de nuevo a las cuatro y media. Habían acordado dar un paseo por el Faubourg St. Honoré, y después siguió a Fiona de buena gana a Hermès. Cuando volvieron al hotel eran las seis en punto, habían pasado todo el día juntos y Fiona se sorprendió al comprobar lo fácil que había sido todo con él. Les resultaba comodísimo estar juntos. Ella fue a cambiar dinero y él envió unos cuantos correos electrónicos desde su ordenador, y cuando se encontraron una hora después, ella llevaba un traje de seda color azul hielo. Iban al desfile de Givenchy, que resultó ser ligeramente estrafalario, y aunque Fiona aseguró que le habían gustado algunas prendas, estaba claramente decepcionada desde el punto de vista profesional.
Tras eso fueron al Ritz para la fiesta que organizaba la revista Chic, al mando de la cual estaba Adrian. Todo el mundo con algo de nombre estaba allí. Fiona no paró de dar vueltas saludando a gente y dando apretones de mano. Unas cuantas horas después, ella y John salieron para acudir a la fiesta de Givenchy, un evento espectacular en una enorme tienda ubicada en los jardines de Luxemburgo. A media noche pasaron por el Buddha Bar porque había prometido encontrarse allí con algunas personas. Después se detuvieron en el Hemingway Bar del hotel para una última copa. John tomó coñac y ella agua mineral. Fiona se sorprendió al comprobar, cuando salieron del bar, que eran las dos y media de la madrugada. En París, cualquier cosa empezaba tarde y, como resultado, la noche se alargaba siempre.
– ¿Las cosas siempre son así cuando vienes a los desfiles de alta costura? -le preguntó John cuando estaban en el ascensor. Odiaba admitirlo, pero estaba exhausto. El ritmo de vida de Fiona habría acabado con su vida en cuestión de una semana. Era muchísimo más sencillo, comprendió enseguida, ir a trabajar a una oficina y acudir a aburridos almuerzos de negocios un par de veces por semana. No quería siquiera repasar todas las cosas que habían hecho y visto en tan solo dos días. Y lo bueno es que Fiona ni siquiera parecía cansada mientras rebuscaba la llave de la habitación en el bolso.
– Sí, siempre es bastante agitado. -Le dedicó una sonrisa-. ¿Quieres tomarte el día libre mañana? Voy a ir al desfile de Chanel por la mañana y al de Gaultier por la tarde. -Como si esos nombres significasen algo para él. Perfectamente podría haberle hablado en chino. Pero le gustó la forma que adquirían sus labios al pronunciar esos nombres.
– No me lo perdería por nada del mundo. Estoy formándome…, o algo así. -Y, de repente, se preguntó si a ella le resultaría incómodo que la viesen constantemente acompañada por él. No había tenido en cuenta esa posibilidad. Después de todo, no se trataba de un crucero de placer, era un viaje de trabajo-. ¿Prefieres ir sola, Fiona? -John parecía preocupado y ella le respondió con una sonrisa apoyándose en el marco de la puerta de su suite. Ahora eran ya como viejos amigos y ella se sentía asombrosamente cómoda con él.
– Prefiero ir contigo -dijo con sinceridad-. Haces que todo sea más divertido para mí. Es casi como si también fuese nuevo para mí. -Era una afirmación muy bonita, y sin decir una sola palabra, John le acarició cariñosamente la mejilla.
– A mí también me gusta estar contigo. -Incluso más de lo que habría podido soñar. Habían sido dos días inolvidables y, sin pensarlo, se inclinó muy despacio hacia ella y de lo siguiente que fue consciente fue que la estaba abrazando y besando en la puerta de su suite. Permanecieron allí un buen rato, y por la mente de John cruzó la idea de que Adrian podía aparecer en cualquier momento camino de su habitación. Pero no quiso entrar por cuenta propia en la habitación de Fiona. Así que siguieron allí, besándose y sin dejar de abrazarse, hasta que con voz suave y ligeramente rasposa, ella le susurró al oído:
– ¿Quieres entrar?
– Creí que no ibas a pedírmelo nunca -le susurró a su vez, y ella rió blandamente. Entraron en el salón y cerraron la puerta a sus espaldas. Durante unos segundos, los dos se sintieron como dos niños traviesos que hubiesen engañado a sus padres.
– ¿Quieres tomar algo? -le preguntó Fiona mientras se quitaba los zapatos y se colocaba frente a él descalza. Se había quitado la chaqueta del traje mientras estaban en el bar, por lo que lucía una blusa de satén color melocotón que había resbalado de forma muy insinuante por uno de sus hombros. John no podía pensar en otra cosa que en la mujer que tenía delante; lo último que le apetecía era tomar una copa.
– No, querida, no quiero tomar nada -dijo al tiempo que volvía a rodearla con los brazos e, instantes después, la blusa había caído ya hasta la cintura y sus manos pudieron limitarse a sentir el sedoso tacto de su piel.
Ella le apartó y él la siguió hasta el dormitorio. La cama estaba impecable, como si esperase la llegada de una pareja de la realeza. Volvió a besarla, apagó la luz y la siguió hasta el lecho. En la oscuridad, la ropa de John desapareció con tanta rapidez como la de Fiona, y segundos después los dos estaban entre las sábanas, abrazados con fuerza, saboreando el momento. Y entonces, como si de una gigantesca ola se tratase, la pasión los arrastró a los dos. Fue una noche larga y deliciosa con la que ninguno de los dos había contado, o soñado, pero en caso de haberlo hecho, lo que sucedió a lo largo de esa noche habría cumplido con creces con sus expectativas.