Capítulo 11

– Esto no puede estar ocurriendo -dijo Gracie, con un tono de voz que estaba muy cerca de ser un quejido.

En vez de responder, Riley le tomó la mano y la metió en la casa. Guando la puerta estuvo cerrada, se miró los arañazos que tenía en el pecho. Maldito perro.

– Sí, lo de esa perrita ha estado mal, pero, ¿has visto a ese tipo de la cámara? ¿Qué está pasando? ¿Quién está haciendo esto? ¿Por qué? Estoy empezando a tener miedo. Un hombre estaba acechando en el exterior de mi casa. Evidentemente, estaba siguiendo a uno de nosotros y… Al cuarto de baño -dijo, tras mirarle los arañazos del pecho y hacer un gesto de dolor-. Ahora mismo.

Riley la siguió obedientemente al cuarto de baño. Allí, Gracie rebuscó en el armarito y sacó un tubo.

– No creo que esto te duela mucho, pero tengo que desinfectarte esos arañazos. ¿Crees que deberíamos lavarlos primero?

– Creo que de eso ya se ha encargado la piscina. El agua estaba muy fría, pero noté el olor del cloro.

Gracie bajó la mirada y se fijó en los pantalones.

– Se te van a estropear.

A Riley no le importaban demasiado los pantalones ni los arañazos del pecho. Lo que sí le preocupaba era el hombre que estaba tomando las fotografías. La vida de Gracie no apoyaba el hecho de que tuviera enemigos que estuvieran tratando de arruinarle la vida, lo que dejaba tan sólo una alternativa. Alguien estaba vigilándolo a él.

¿Por qué razón? ¿No le gustaba a alguien que él dirigiera el banco? Se imaginó que era posible, pero no demasiado probable. Eso sólo dejaba a Franklin Yardley, alcalde de Los Lobos, un hombre decidido a no perder las elecciones.

– Respira profundamente -dijo ella, mientras abría el tubo de ungüento.

– Te prometo no gritar.

– Me alegra saberlo.

Mientras ella le aplicaba la crema, Riley consideró las posibilidades. El único modo de que aquel maldito fotógrafo pudiera haber estado allí en el momento preciso era que hubiera estado vigilando la casa. Por lo tanto, alguien estaba siguiendo a Riley. O alguien le había dado un soplo.

Miró a Gracie. De todas las personas en la ciudad, ella era la que más sabía de sus idas y venidas. Había dudado un poco antes de llegar a la puerta de la casa. ¿Podría haber hecho ella una llamada?

Quería decirse que aquello no era posible. Gracie no le tendería una trampa. Se negó a considerarla como sospechosa, lo que le decía dos cosas. En primer lugar, en lo que se refería a Gracie, estaba metido en un lío más grande del que había creído al principio. En segundo lugar, probablemente era sospechosa.


Gracie estaba de pie en el centro de la entrada al garaje. Se animaba a seguir respirando. Había sido una de esas noches en las que las molestias del estómago la habían mantenido despierta más allá de la medianoche y el revuelo de pensamientos se habían encargado del resto de las horas. Se sentía agotada y completamente furiosa.

En la portada del periódico local había una enorme fotografía de Riley. Tenía una toalla sobre la cabeza, como si estuviera tratando de esconderse de la cámara cuando, en realidad se estaba simplemente secando el cabello. Lo peor eran los arañazos del pecho que, en la fotografía, parecían causados por una noche de sexo ardiente.

El titular tampoco contribuía: La vida secreta del candidato a alcalde.

¿Qué podía hacer? ¿Cómo podía quejarse? Volvió a mirar la fotografía y lanzó un gruñido. Ella también estaba en la foto. Detrás de Riley, aunque se la veía perfectamente. Tenía un aspecto sorprendido y algo desaliñado.

Con el periódico en las manos regresó a su casa. No necesitaba aquello en su vida. Tenía que hacer sus pasteles y una reunión en la casa de su madre a mediodía para hablar de una boda que ni se sabía si se iba a celebrar.

– Necesito unas vacaciones -musitó mientras volvía a entrar en la casa y cerraba la puerta de un golpe seco.


Estaba en el porche de la casa de su madre. No deseaba estar allí. Después de lo que había ocurrido hacía unos pocos días, no deseaba volver a entrar allí.

Para ser sincera, no estaba segura de cómo había accedido a acudir a otra reunión. Alexis la había llamado y había insistido. Gracie no había podido negarse:

– Estúpida -musitó. Entonces, se acercó a la puerta y llamó.

La puerta se abrió inmediatamente. Alexis le dedicó una sonrisa.

– Bien. Has venido. Entra.

Gracie la siguió al interior. Su hermana se dirigió al salón, en el que Vivian estaba sentada al lado de la ventana.

– ¿Dónde está mamá? -preguntó Gracie cuando entró en la sala.

– No va a venir -dijo Alexis-. Ella no sabe nada sobre esto.

– ¿Te quieres explicar? -le preguntó Gracie. No le gustaba nada de aquello.

Vivían se puso de pie y se alisó el vestido.

– La última vez que estuviste aquí le hiciste mucho dañó. Ella no nos quiso decir por qué habíais discutido, pero sigue muy disgustada. No puedes hacer esto, Gracie. No puedes ser el centro de todo.

– Tienes razón -replicó Gracie. No se podía creer que la habían llamado para atacarla-. De eso ya te encargas tú.

– Eso no es cierto. Alexis, ¿te puedes creer que haya dicho eso? Haz que se disculpe.

– Me marcho de aquí -replicó Gracie.

– No -afirmó Alexis, agarrándola por el brazo-. Espera, Gracie. Tenemos que hablar sobre esto. Por favor, estamos muy preocupados por ti. Al oír aquello, Gracie se soltó de Alexis y se dirigió al sofá. Le daba la sensación de que ya sabía lo que se le venía encima. Vivían se sentó enfrente de ella mientras que Alexis tomaba asiento a su lado en el sofá.

– Estamos muy preocupadas por Riley y por ti -dijo Alexis.

– Lo sabía. Sabía exactamente de qué me queríais hablar. De mi madre puedo aceptarlo, por ser [la quien es, pero no voy a aceptarlo de vosotras. Tengo que recordarte que tú fuiste la razón por la que tuve que relacionarme con él para empezar. Tú fuiste la que me empujó a ir a su casa y a tomar fotografías.

– Creo que mi papel fue muy pequeño.

– ¿Muy pequeño? -replicó Gracie, completamente atónita. Le daba la sensación de estar viendo en un universo en el que la lógica no existía-. ¿Vas a darme tú también la charla sobre Riley, Vivían, o quieres hablarme de otra cosa?

– No. Sólo de Riley.

– Genial. En ese caso, dejemos una cosa bien clara. No me importa lo que digáis o penséis. Yo voy a hacer lo que quiera, pero, para que conste, no estamos juntos. No hay absolutamente nada entre nosotros. Estamos…

“Acostándonos juntos”, pensó. Su ira le había hecho olvidar aquel detalle tan pequeño.

– Entonces, explica esto -dijo Alexis, mostrándole el periódico-. ¿Qué es exactamente lo que estabais haciendo?

– La perra de mi vecina se cayó en la piscina. Vino a mi casa presa de un ataque de pánico. Riley le sacó a la perra de la piscina a pesar de que el agua estaba helada. Desgraciadamente, el animal no comprendió que estaba tratando de ayudarla y le arañó. Si quieres, te puedo dar su número de teléfono. Ella os lo confirmará todo.

– ¿Y. por qué estaba en tu casa para empezar? -le preguntó Alexis, no parecía muy convencida. A Gracie le pareció que era una pregunta muy interesante. Se dio cuenta de que no tenía ni idea de qué le había llevado allí.

– ¿Y qué importa eso? Tú no puedes decirme quiénes son mis amigos.

– ¿Es que sois amigos? -preguntó Vivían-. ¿O se trata simplemente de la ilusión de una amistad? Gracie, cariño. Estamos muy preocupados por ti. En realidad, en estos momentos estás en un estado muy frágil.

– ¿Que yo estoy en un estado muy frágil?

– Sí. Yo siento tu dolor -dijo Vivían-. A pesar del hecho de que deberíamos estar hablando de mí y de mi boda, tengo la suficiente compasión como para saber lo que estás pasando. Siento que tú jamás encajas en ninguna parte.

– ¿De qué estás hablando?

– En el instituto. Se que no eras muy popular y que no encajabas. No tenías nunca amigos. Nadie tenía simpatía por ti y ahora que has regresado estás reviviendo la fijación que tenlas por Riley:

– Muy bien. Se acabó. Estoy cansada de que me utilicéis y me insultéis -afirmó Gracie, poniéndose de pie.

– Estoy tratando de ayudarte -dijo Vivian, levantándose también.

– No lo creo, pero si ésta es la idea que tenéis le ayudar a la gente, ni la quiero ni la necesito. ¿Cómo os atrevéis a emitir juicios? Para que conste, en el instituto me fue muy bien. Saqué buenas rotas, tenía amigos… Sin embargo, yo no fui al instituto aquí.

– Vivian, no estás ayudando -afirmó Alexis-. Siéntate y cállate.

– ¿Qué quieres decir con eso de que no estoy ayudando? Estoy tratando de hacerle comprender.

– ¿Qué quieres hacerme comprender? -preguntó Gracie.

Los ojos de Vivian se llenaron de lágrimas.

– Todo esto tiene que ver con Riley y contigo. ¿Y yo? ¿Y mi boda?

– Entonces, ¿esta semana vuelve a haber boda? Me sorprendes.

Vivian la miró con frialdad

– No sólo eres patética, sino que también eres una zorra

Gracie las miró a las dos.

– Está bien. Vosotras ganáis. Pensad lo que queráis. Si la opinión que tenéis sobre mí es que soy una zorra obsesionada con el hombre de mi juventud, no me importa.

Se dio la vuelta para marcharse. Al verlo, Alexis se puso de pie.

– No, Gracie. Tenemos que, solucionar esto. Somos familia.

– No te molestes -dijo Vivian, limpiándose el rostro-. Está enfadada porque no tiene un papel de importancia en mi boda- Y me alegro, Gracie. ¿Me oyes? Me alegro mucho.

Gracie se dirigió hacia la puerta y entonces, se volvió para mirar atrás.

– Yo también -dijo suavemente antes de marcharse.


Gracie se montó en su coche y se preguntó adónde podía ir a continuación. Decidió que no quería volver a su casa de alquiler. Había demasiados recuerdos. Arrancó el coche y atravesó la ciudad. Se dirigió al hotel de Pam. Cuando llegó al aparcamiento, se dio cuenta de que el coche de Pam estaba allí. A pesar de todo, el poder olvidarse de todo con sus pasteles resultaba más atrayente que la preocupación de encontrarse con la otra mujer, por lo que aparcó y entró.

Veinte minutos más tarde, cuando estaba inmersa en la tarea, Pam entró en la cocina.

Estaba tan despampanante como siempre. Sonrió y dejó un muestrario de telas sobre la encimera.

– ¿Puedo lamer los boles cuando hayas terminado? -1e preguntó con una sonrisa.

– Son huevos crudos. No creo que quieras arriesgarte.

– Tienes razón. Sin embargo, me encanta el olor que tienen tus pasteles. Si pudiera encontrar el modo le embotellar el aroma, haría una fortuna. En vez de eso, estoy rodeada de telas por todas partes. ¿Qué te parecen estas?

– Son muy bonitas las dos.

– Déjame adivinar -comentó Pam con una sonrisa-. Lo de la decoración no es lo tuyo.

– En realidad, no.

– A mí me encanta. Creo que este hotel va a ser muy divertido.

– ¿Has decidido ya cuándo va a ser la inauguración?

– Creo que el fin de semana del Cuatro de Julio. Habrá muchos turistas buscando un lugar en el que alojarse. He hecho correr la voz y ya estoy recibiendo reservas. Por supuesto, eso me obliga terminarlo todo a tiempo, pero es mejor así. Por cierto, ¿te están dando mucho la tabarra por la fotografía del periódico? Confieso que la he visto esta mañana.

– No me sorprende. Estaba en la primera página. Resulta difícil no verla.

– Lo siento. Sé que todo esto es muy pesado para ti, pero Riley estaba bien. Siempre tuvo un cuerpo impresionante.

– Estaba ayudando a mi vecina. Se le cayó la perra en la piscina.

– Eso explica los arañazos.

– Exactamente. Entonces, un tipo nos hace una foto y de repente, Riley se encuentra sumido en un escándalo. Pobre hombre.

La expresión de Pam no cambio, aunque a Gracie le pareció notar una cierta tensión alrededor de los ojos,

– Entonces, ¿no estáis…?

Como no estaba segura de si podía confiar en Pam, Gracie suspiró.

– Te juro que no había más que una piscina, un Yorkshire y una vecina desquiciada -mintió.

– Menos mal. Riley estaba muy guapo, pero jamás comprendió lo de “agradar a una mujer”.

Gracie tuvo que morderse la lengua para no responder.

– En realidad, sería muy tierno que los dos empezarais una relación después de todo este tiempo. Seguro que estás de broma -dijo Gracie-. Aparte del hecho de que tú deberías ser la última persona que deseara algo así, no me imagino ningún universo en el que eso se considerara normal.

– Algunas veces, uno no puede luchar contra el destino -afirmó Pam apartando la mirada.


Aquella tarde, Gracie regresó a su casa sintiéndose como si hubiera corrido una maratón. Estaba agotada y desconcertada a la vez.

No entendía su mundo, lo que no era propio de ella. En los últimos años, se había enorgullecido de vivir con normalidad. Regresar a Los Lobos había cambiado todo eso. Bueno regresar a Los Lobos y volver a relacionarse con Riley.

Aunque no le importaba está última parte, el resto no resultaba fácil de asimilar. No le gustaba haberse peleado con su familia. Se había imaginado que sería una época llena de amor y cariño, pero la verdad era que había sido todo lo contrario. Ademas, se sentía más sola que nunca.

Se recordó que había estado sola desde la muerte de sus tíos. La única diferencia era que había esperado mucho más de aquella visita.

Aparcó el coche y vio que muy cerca había aparcado un coche muy familiar. El brillante Mercedes le aceleró los latidos del corazón, pero eso fue nada comparado a lo que sintió cuando vio a Riley.

Estaba tan guapo… No podía haber muchos directores de banco que fueran tan atractivos. En aquel momento, deseó…

Mientras metía las llaves en el bolso y abría la puerta, se recordó que no sólo estaba en la ciudad solo durante unas pocas semanas, sino que no podía pasar seriamente en tener una relación con Riley.

No. Con él no. Con cualquiera menos con él. Riley pertenecía al pasado. Los dos debían ir en direcciones opuestas.

– Hola -dijo cuando se bajó del coche.

– Hola.

– ¿Llevas mucho tiempo esperando?

– Unos quince minutos. Estaba a punto de llamar al móvil

– Estaba en el hotel de Pam, trabajando. ¿Qué ocurre?

– Tenemos que hablar.

Gracie no pudo evitar esbozar una sonrisa.

– Riley, eso es lo que suelen decir las chicas. Yo creía que los hombres jurabais no decir eso nunca:

– Está vez es cierto. Tenemos que hablar sobre lo que ocurrió anoche. No utilizamos preservativo. Si no estás tomando la píldora, tenemos que hablar de lo que podría ocurrir.

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