Capítulo 1

– ¿Gracie? ¿Eres tú Gracie Landon?

Atrapada en el jardín delantero de la casa de su madre con una taza de café en una mano y un periódico en la otra, Gracie Landon miró con anhelo la puerta, que suponía su única escapada. En teoría podía echar a correr, pero eso supondría mostrarse muy grosera con Eunice Baxter, la octogenaria vecina. La buena educación de Gracie no le permitía comportarse así.

Se apartó el pelo, que aún no se había peinado desde que se levantó, y se acercó arrastrando las zapatillas de Piolín que llevaba puestas a la valla de madera que separaba la casa de los Landon de la de Eunice Baxter.

– Buenos días, señora Baxter -dijo, esperando sonar alegre-. Sí, soy yo, Gracie.

– Ya me había parecido. Hace mucho tiempo que no te veo, pero te juro que te habría reconocido en cualquier parte. ¿Cuánto tiempo ha pasado?

– Catorce años -respondió Gracie.

Media vida. Se había sentido tan esperanzada de que la gente se olvidara de ella…

– Dios Santo… Estás muy guapa. Cuando te marchaste, y te lo digo del mejor modo posible, eras una muchacha muy fea. Hasta tu pobre madre solía preocuparse porque no te quedaras como eras entonces. No ha sido así. Ahora, eres tan bonita y reluciente como la modelo de la portada de una revista.

Gracie no quería que le recordaran aquel período que había durado casi seis años.

– Gracias -dijo, acercándose poco a poco hacia el porche.

Eunice se ahuecó el enlacado casquete de rizos y luego se golpeó suavemente la barbilla.

– ¿Sabes una cosa? Precisamente estaba hablando sobre ti con mi amiga Wilma. Comentábamos que los jóvenes de hoy en día no saben cómo enamorarse, al menos no hacen como en las películas ni como tú lo hiciste de Riley Whitefield.

Dios santo. Riley no. Todo menos eso. Después de tanto tiempo, ¿no se podía dejar descansar su reputación de joven y enloquecida adolescente?

– Yo no estaba exactamente enamorada de él -comentó Gracie, preguntándose por qué había accedido a regresar a casa después de todo aquel tiempo. Sí, claro. Por la boda de su hermana pequeña.

– Erais un testamento del amor verdadero – afirmó Eunice-. Deberías estar orgullosa. Amabas a ese muchacho con todo tu corazón y no te asustaba demostrarlo. Para eso hace falta un valor especial.

“O una locura especial”, pensó Gracie mientras sonreía débilmente. Pobre Riley. Había convertido su vida en un infierno.

– Y ese periodista escribió tu historia en el periódico de la ciudad para que todo el mundo la conociera -añadió Eunice-. Eras famosa.

– Yo más bien diría que infame -musitó Gracie, recordando la humillación que había sentido al leer sobre su enamoriscamiento de Riley durante el desayuno.

– La parte favorita de Wilma es cuando clavaste las puertas y ventanas de su vecina para que no pudiera salir con él. Estuvo muy bien, aunque mi favorita es cuando te tumbaste delante de su coche ahí mismo -recordó Eunice señalando el asfalto que había delante de su casa-. Yo lo vi todo. Le dijiste que lo amabas demasiado como para permitir que se casara con Pam y que si él iba a seguir adelante con el compromiso, lo mejor era que te atropellara para evitarte tanto sufrimiento.

– Sí, ésa estuvo muy bien -gruñó Gracie. ¿Por qué el resto del mundo quería olvidarse de las humillaciones de su propia infancia para hablar sólo de las de ella?-. Supongo que le debo a Riley una disculpa.

– Ha regresado a la ciudad -dijo Eunice alegremente-. ¿Lo sabías?

Todo el mundo con el que se había encontrado en los dos últimos días se había encargado de decírselo,

– ¿De verdad? -fingió.

– Sí. Y vuelve a estar soltero -observó la anciana, guiñándole un ojo-. ¿Y tú, Gracie? ¿Hay alguien especial en tu vida?

– No, pero en estos momentos está muy ocupada con mi trabajo y…

– Es el destino -dijo Eunice antes de que pudiera terminar la frase-. Eso es. El destino os ha reunido a los dos para daros una segunda oportunidad.

Gracie sabía que preferiría que la dejara desnuda en un hormiguero antes de volver a tener nada que ver con Riley Whitefield. En lo que a él se refería, ya había tenido más que suficientes humillaciones. Además ¿qué torturas estaría él dispuesto a soportar para evitar tener que ver nada con ella?

– Es un pensamiento muy bonito, pero no creo que…

– Podría ser que él aún siguiera sintiendo algo por ti.

Gracie se echó a reír.

– Señora Baxter, Riley me tenía pavor. Si me viera ahora, saldría corriendo en la dirección contraria.

– Algunas veces, un hombre necesita un empujoncito…

– Algunas veces, un hombre necesita que lo dejen en paz.

Aquello era exactamente lo que Gracie tenía intención de hacer. Nada de ir detrás de Riley. De hecho, pensaba evitarlo a toda costa. Si se encontraban por casualidad, ella se mostraría cortés y distante. Tal vez ni siquiera lo reconocería. Los sentimientos que había albergado en el pasado por Riley habían muerto. Estaban muertos y enterrados. Gracie pasaba de él.

Además, era una mujer completamente diferente. Amable y madura. Sus días de acosadora habían pasado a la historia.


– ¿Quién era ésa? -le preguntó Vivían cuando entró en la cocina-. ¿Te ha provocado una encerrona la señora Baxter para que hables con ella?

– Sí -respondió Gracie, dejando el periódico en la encimera y tomando a continuación un sorbo de café-. Te juro que es como si me hubiera marchado de la ciudad la semana pasada en vez de hace catorce años.

– Las personas mayores perciben el tiempo de un modo muy diferente -comentó Vivían mientras se sacudía los rizos rubios y bostezaba-. En primer lugar, se levantan demasiado temprano. Mamá se marchó de aquí antes de las siete.

– Dijo algo sobre unas rebajas especiales en la tienda -dijo Gracie, tomando asiento-. Se suponía que tú debías de estar ayudándola con eso.

– Lo sé. Es culpa mía por haber elegido un vestido de novia de tres mil dólares. Tenía que elegir entre cargarme el presupuesto con el vestido y no dar nada que comer a los invitados o contribuir -observó con una sonrisa-. Al menos, voy a sacar un fabuloso pastel de boda completamente gratis.

– Qué suerte tienes.

Como hermana de la novia, Gracie había ofrecido una de sus obras de arte para el banquete. Miró el calendario que había en la pared, Faltaban exactamente cinco semanas para la boda. Una mujer más inteligente se habría mantenido oculta hasta el último momento y luego se habría presentado con el pastel, se habría divertido con la celebración y se habría marchado. Sin embargo, las frenéticas llamadas de su madre, de Vivían y de Alexis, su otra hermana, le habían provocado suficiente sentimiento de culpabilidad como para que accediera a regresar y a colaborar con los preparativos.

– En mi opinión, eso no es divertirse -murmuró,

– ¿Te ha dicho la señora Baxter que Riley Whitefield está de nuevo en la ciudad? -preguntó Vivian con una sonrisa en los labios.

– ¿No tenías que estar en alguna parte?

Vivían se echó a reír y se marchó corriendo hacia las escaleras.

Gracie observó cómo su hermana se marchaba. Entonces, abrió el periódico y se preparó para una tranquila mañana de sábado. Aquella tarde se iba a mudar a la casa que había alquilado para las seis semanas que iba a estar allí, pero, hasta aquel momento, no tenía nada en lo que ocupar el tiempo más que…

La puerta trasera se abrió de par en par.

– Estupendo. Estás levantada -dijo Alexis, que era tres años mayor que Gracie-. ¿Dónde está Vivian?

– Preparándose para irse a la ferretería.

– Pensé que ya se habría marchado -comentó Alexis, frunciendo el ceño-. ¿No empezaban las rebajas a las ocho?

– No tengo ni idea -admitió Gracie,

Llevaba sólo dos días en la casa y aún no había conseguido situarse. Alexis y Vivian habían crecido en aquella casa, pero Gracie se había marchado el verano en el que cumplió catorce años y no había regresado desde entonces.

Alexis se sirvió una taza de café y se sentó al lado de Gracie.

– Tenemos que hablar -dijo Alexis en voz baja-, pero no se lo puedes decir a Vivian ni a mamá. No quiero preocuparlas cuando tienen que ocuparse de todos los preparativos de la boda.

– Tú dirás.

– Se trata de Zeke -susurró Alexis, apretando los labios-. Maldita sea, me juré que no lloraría.

Gracie se tensó. Zeke y Alexis llevaban cinco años casados felizmente, según creía todo el mundo. Alexis contuvo el aliento y lo dejó escapar.

– Creo que tiene una aventura.

– ¿Cómo dices? Eso no es posible. Está loco por ti.

– Eso también creía yo, pero… Se marcha todas las noches y no aparece hasta las tres o las cuatro de la mañana. Cuando le pido que me cuente lo que está pasando, me dice que está trabajando hasta muy tarde en la campaña, pero yo no lo creo.

– ¿De qué campaña estás hablando? Yo creía que Zeke se dedicaba a vender seguros.

– Sí, pero se está ocupando de la campaña de Riley Whitefield para la alcaldía. Creía que lo sabías.

– ¿Desde cuándo? -preguntó Gracie.

– Desde hace unas meses. Contrató a Zeke porque…

Se oyeron unos pasos en la escalera. Segundos después, Vivian entró en la cocina.

– Eh, Alexis -dijo, mientras terminaba de hacerse una trenza-. ¿Quieres ir a la tienda en mi lugar?

– No.

– No se pierde nada por preguntar -comentó Vivian con una sonrisa-. Me voy a trabajar como una esclava para pagar mi vestido de bodas. No os divirtáis demasiado, en mi ausencia.

Se marchó por la puerta trasera. Un minuto más tarde, se escuchó el motor de un coche. Alexis se levantó y se acercó a la ventana.

– Ya se ha marchado. ¿Dónde estábamos?

– Me estabas diciendo que tu marido ahora trabaja para Riley Whitefield. ¿Cómo ha sido eso?

– Después de la universidad, Zeke se pasó dos años trabajando para un senador de Arizona. Yo estaba en Arizona y él… Dios, de eso hace toda una vida -susurró Alexis, con una sonrisa-. No me puedo creer que él sea capaz de esto. Lo amo mucho y creía que él… ¿Qué voy a hacer?

Gracie tenía la extraña sensación de estar atrapada en medio de una casa de espejos. Nada era lo que parecía y aún no había sido capaz de encontrar la salida.

Alexis y Vivian eran sus hermanas. Su familia. Se parecían tanto que nadie pasaría por alto el vínculo que había entre ellas. Cabello largo y rubio, grandes ojos azules y la misma constitución. Sin embargo, Gracie llevaba media vida ejerciendo sus deberes de hermana desde la distancia. No sabía cómo intercambiar confidencias ni dar consejos sin un poco de calentamiento.

– No puedes estar completamente segura de que Zeke esté haciendo algo. Tal vez sea por la campaña…

– No lo sé, pero tengo la intención de descubrirlo.

– Sé que voy a odiarme a mí misma por preguntar -dijo Gracie con una extraña sensación en el estómago-, pero, ¿cómo?

– Espiándolo. Se supone que esta noche tiene una reunión con Riley y yo voy a estar presente.

– No me parece que sea una buena idea. Confía en mí. Hablo por experiencia. Por experiencia con Riley.

– Voy a hacerlo -insistió Alexis con los ojos llenos de lágrimas-, y necesito tu ayuda.

– No, no, Alexis. No puedo hacerlo. Ni tú tampoco. Esto es una locura.

Las lágrimas comenzaron a rodar por las mejillas de su hermana. El dolor le oscurecía los ojos. Alexis era en aquellos momentos la personificación de la agonía y Gracie no sabía cómo enfrentarse a aquella sensación.

– Eso sólo puede conducir al desastre -insistió-. No pienso formar parte de algo así.

– Yo… lo comprendo -musitó Alexis con voz temblorosa.

– Bien, porque no pienso acompañarte.


Aquella noche, Gracie se encontró siguiendo a su hermana a lo largo de un seto que había al este de una enorme casa. No se trataba de una casa cualquiera. Era la mansión de la familia Whitefield, hogar de muchas generaciones de acaudalados Whitefield y, en aquellos momentos el hogar de Riley.

– Esto es una locura -susurró Gracie mientras Alexis y ella se agachaban a poca distancia de una ventana-. Dejé de espiar a Riley cuando tenía catorce años. No me puedo creer que lo esté haciendo otra vez.

– No estás espiando a Riley, sino a Zeke. Hay una gran diferencia.

– Dudo que Riley lo vea así si nos descubren.

– No nos descubrirán. ¿Te has traído la cámara?

Gracie sacó su Polaroid y se la mostró a su hermana.

– Prepárala -dijo Alexis-. La ventana de la biblioteca está a la vuelta de la esquina. Desde allí, deberías poder tomar una buena foto.

– ¿Y por qué no eres tú la que toma la fotografía?

– Porque yo voy a quedarme aquí para ver si sale alguna mujer corriendo por la puerta trasera.

– ¿No te parece que si Zeke estuviera teniendo una aventura se marcharía a un motel? -preguntó Gracie.

– No puede. Yo pago las facturas. Además, cuando estábamos saliendo, él le dejó a un amigo utilizar su apartamento para una cita. Estoy segura de que Riley está haciendo lo mismo por Zeke. ¿Quién celebra reuniones de campaña hasta las dos de la mañana?

En un cierto y alocado modo, parecía lógico. Gracie se dirigió hacia el lugar que Alexis le había indicado.

– Ni siquiera sabemos si están en la biblioteca -musitó.

– Zeke me ha dicho que siempre se reúnen allí Si de verdad están celebrando una reunión para la campaña, es allí donde se debería realizar.

– ¿No te vale con que mire por la ventana y te diga lo que veo?

– Quiero pruebas.

Lo que Gracie quería era estar lejos, muy lejos de allí, pero reconoció la testaruda expresión que Alexis tenía en el rostro. Aunque hubiera estado dispuesta a darle la espalda a su hermana, no podía hacerlo. Era mucho mejor limitarse a tomar las fotografías que seguir allí discutiendo con ella.

– Prepárate -le dijo Gracie, mientras seguía avanzando.

Los arbustos que había alrededor del edificio eran mucho más espesos de lo que parecían en un principio. Le arañaban los antebrazos desnudos y le tiraban de los pantalones. Lo peor era que la ventana de la biblioteca estaba mucho más alta de lo que era ella, lo que significaba que tendría que sujetar la cámara por encima de la cabeza y tomar la fotografía sin estar segura de lo que estaba pasando en su interior ni de quién había dentro. Sería una mala suerte que ella tomara la fotografía justo cuando alguien se asomaba a la ventana.

– Allá vamos -musitó mientras se ponía de puntillas y apretaba el botón rojo.

Una luz blanca y brillante iluminó la noche. Inmediatamente, Gracie se dejó caer de rodillas y lanzó una maldición. ¡El flash! ¿Cómo se le había podido olvidar el flash?

– Porque utilizo la cámara para tomar fotos de pasteles de boda y no para espiar a la gente-, musitó mientras se ponía de pie y echaba a correr hacia el coche.

No se veía a Alexis por ninguna parte. Gracie tampoco sabía si le había sacado una foto a algo en concreto. No importaba. Sólo quería salir de allí antes de que…

– ¡Alto!

Como la orden se vio acompañada de algo duro y muy parecido a una pistola que se le colocó entre los omóplatos Gracie obedeció inmediatamente.

– ¿Qué diablos está haciendo? Si estaba tratando de robar, es usted una ladrona muy mala. ¿A quién se le ocurre anunciar su presencia con un fogonazo?

– Siento haberlo sobresaltado -dijo Gracie con un hilo de voz-. Puedo explicarme.

Se dio la vuelta muy lentamente. Entonces, vio al hombre que la estaba apuntando lo mismo que él la vio a ella. Los dos se sobresaltaron. Gracie deseó que se la tragara la tierra, pero el hombre pareció haber visto a un fantasma.

– Dios Santo -susurró Riley Whitefield-. Gracie Landon. ¿De verdad eres tú?

Загрузка...