Aquella tarde cuando regresó a su casa, Gracie aún se sentía flotando. Tenía que preparar más adornos y parecía que los realizaba mejor en un lugar tranquilo, sin que Pam la estuviera observando.
Colocó sus suministros en el comedor y luego sacó los dibujos de los tres pasteles que tenía que preparar. Cinco minutos más tarde, tenía la lista de decoraciones preparada. Era un desafío, pero estaba segura de que podría realizar la tarea sin problemas. Iba a tener que hacerlo, dado que la suerte le había sonreído con aquel artículo.
– Un artículo de seis páginas -dijo en voz alta, tan sólo para poder escuchar aquellas maravillosas palabras.
Con el de People se había hecho conocida para todo el mundo, pero con un artículo en una importante revista para novias le daban publicidad para un montón de posibles clientes. Habían tomado en su nombre la decisión de expandirse.
Empezó a trabajar en las hojas, que fue dando forma hasta convertir en los pétalos individuales de las flores. Según sus cálculos, le harían falta unas trescientas sesenta hojas. Cuando las tuviera hechas, tendría que convertirlas en flores. Menos mal que disfrutaba trabajando por las noches.
Estaba completamente sumida en su trabajo cuando escuchó el sonido del motor de un coche en el exterior. Se puso de pie y se dirigió a la puerta principal justo en el momento en el que alguien llamaba a la puerta.
No era una persona cualquiera. Era Riley.
– Hola -dijo él-. Pasaba por aquí y vi tu coche.
– Me alegro de que te hayas detenido. ¿Qué te ha traído por aquí?
– Un par de cosas.
Riley cerró la puerta y, tras tomarla entre sus brazos, la besó. Gracie cerró los ojos y se perdió en aquel beso. Aquél día estaba resultando muy agradable.
– Puedes pasarte cuando quieras -susurró ella.
– Lo haré, pero ésa no es la única razón. Quería invitarte a cenar.
– ¿De verdad?
– Sí. Me ha llamado Mac y me ha sugerido que saliéramos los cuatro a cenar. Pensé que sería divertido.
Lo primero que Gracie pensó era que no había ido a ver a Jill y que podrían charlar durante la cena. Lo segundo fue…
– ¿Divertido? ¿Tú crees? ¿Los dos saliendo á cenar en parejitas? ¿Y en público? ¿Tienes idea de lo que diría la gente? Eres candidato a la alcaldía de esta ciudad y yo estoy tratando de llevar una vida normal. Nada de eso va a ocurrir si salimos a cenar.
– ¿Significa eso que no?
– Por supuesto que no. Sólo estaba advirtiéndote de lo que pasará. ¿A qué hora debería estar lista?
– Estás haciendo esto apropósito, ¿verdad? Estás tratando de acobardarme.
– En absoluto. Bueno, tal vez un poco. Sin embargo, la gente hablará. Ahora, ven conmigo. Tengo que trabajar. Me estoy retrasando y eso no es bueno -dijo. Echó a andar hacia el salón seguida de Riley. Una vez allí, le indicó las sillas-. Siéntate. Tengo que hacer hojas.
– Hacer un pastel supone un gran trabajo -dijo Riley mientras tomaba asiento,
– Dímelo a mí. ¡Oh! A ver si adivinas lo que ha ocurrido. Como nunca lo adivinarías, te lo diré yo. Hoy he recibido una llamada de teléfono -anunció. Rápidamente, le contó a Riley la entrevista con Neda Jackson-. No me lo puedo creer. ¿Sabes 1o que esto va a suponer para mi negocio?
– Lo va a hacer despegar.
– Exactamente.
– He visto tu calendario, Gracie. Estás al límite. ¿Significa esto que estás lista para la expansión?
– No lo sé. Si consigo mucho más trabajo, voy a tener que contratar a alguien. Así que supongo que sí, aunque odio tener que dejar de controlarlo todo. Me encanta hacer todos los pasteles a mí sola.
– El día tiene un número de horas muy concreto. Parece que vas a tener que tomar una decisión muy importante para tu carrera.
– ¿Tengo que hacerlo?
– No, si no quieres.
Gracie suspiró. Sabía qué Riley tenía razón. Durante los últimos cinco años, había ido construyendo su negocio basándose en el boca a boca. Las cosas se iban a poner mucho más complicadas. No podía hacer más pasteles de los que ya hacía, lo que significaba que, o empezaba a rechazar encargos o contrataba a alguien.
– Supongo que tendré que ampliar el negocio.
– Bien dicho. ¿Dónde vas a poner la tienda? ¿Aquí?
– Ni aunque me pagaran. Los Lobos no representa mi idea de diversión. Regresaré a Los Ángeles.
– En eso estoy contigo. Al menos en lo de dejar Los Lobos.
– Te recuerdo que, cuando ganes las elecciones, tú serás el alcalde, Tu: mandato será de cuatro años.
– El testamento dice que tengo que ganar, no que tenga que ejercer como alcalde.
– ¿Serías capaz de dejarlo todo? ¿Y el banco? ¿Lo venderías?
– No. Lo cerraría.
– No lo comprendo.
– Cuando sea dueño del banco, puedo hacer lo que quiera con él. Lo cerraré. Ese maldito negocio fue lo único que le importaba a mi tío. Quiero que desaparezca como si jamás hubiera existido.
– Si el banco cierra, ¿qué les ocurrirá a las personas que tienen dinero en él?
– Lo recuperarán. Se cerrarán las cuentas, se liquidarán los préstamos y se pagarán las deudas. Entonces, nada.
– Y ¿qué van a hacer las personas que deban dinero?
– Tendrán que conseguir otro medio de financiación.
– ¿Y si no pueden?
– No es mi problema.
Podría ser el de Gracie, aunque estaba bastante segura de que su madre podría conseguir otro préstamo. Tenía la casa pagada y sólo había tomado prestado lo suficiente para la boda de Vivían., Al menos, eso era lo que Gracie esperaba.
– La hipoteca que Pam ha sacado para su hotel la tiene con mi banco. Seguro que eso te parece una buena noticia:
– Supongo, pero me preocupan todos los demás. Sé que te quieres vengar de tu tío, Riley y lo comprendo, pero, ¿y la ciudad? Vas a destruirla.
– Una vez más, no es mi problema.
Gracie había estado tan sumida en cómo la hacía sentirse y en lo bien que se había portado con ella que se había olvidado de que la ira rugía en el interior de Riley. Llevaba soportando su dolor durante mucho tiempo, tanto que le había dañado el alma.
– No me puedo creer que seas capaz de hacerle daño a personas inocentes sólo por vengarte de un hombre.
– Te aseguro que no pienso sentirme culpable. Además, ¿qué te importa a ti? Estás deseando marcharte de aquí.
– Lo sé, pero siento pena por todos los que se van a ver afectados por esto.
– Lo superarán. Bueno, ¿vamos a salir a cenar?
– Por supuesto. ¿Por qué?
– Estás pensando demasiado. No apruebas mi decisión.
– No es mi labor aprobar o desaprobar lo que haces. Sólo espero que lo hayas pensado todo bien y que lo que hagas merezca la pena.
– No te preocupes. Tal y como van las cosas, ni ganaré las elecciones ni heredaré el banco. Entonces, la ciudad estará a salvo.
– Tú no te rindes fácilmente. Yo diría que aún tienes una gran posibilidad.
– Tienes razón -dijo Riley, poniéndose de pie-. ¿Puedes estar lista para las siete y cuarto? He quedado con Mac y Jill en el mexicano de Bill.
– Claro -respondió ella, al tiempo que miraba el reloj.
Eran poco más de las cuatro. Tenía mucho tiempo para trabajar y para vestirse y deslumbrar. Si aquella noche iba a ser el centro de todas las miradas, estaba dispuesta a darle a todo el mundo algo especial de lo que hablar.
– No hace falta que me acompañes -anunció Riley-. Hasta luego.
– Adiós.
Oyó que la puerta principal se cerraba a espaldas de Riley y entonces suspiró. Aunque comprendía que quería cerrar el banco para vengarse de su tío, estaba segura de que se equivocaba. Sin embargo, ¿cómo podía convencerlo de lo contrario?
Una cosa más de la que preocuparse. Eso y que su madre hubiera pedido un `préstamo. Por supuesto, Gracie la ayudaría si era necesario. Al menos, de eso no tenía por qué preocuparse.
Eso le dejaba tiempo para pensar en su posible embarazo, en por qué Pam era tan amable con ella, en quién estaba siguiendo a Riley para hacerle fotos, en las elecciones, en la boda o no boda de su hermana, en su relación con su madre y sus hermanas y en la clase de pastel que iba a preparar para la Sociedad Histórica. Ah, y en el hecho de Riley y ella fueran a tener una cita. En público.
Holly se bajó de la mesa y se colocó la falda. Entonces, se inclinó para besar a Franklin Yardley untes de salir del despacho.
Franklin se reclinó en su sillón. Maldita sea… Iba a echar mucho de menos a Holly. Sólo pensar que se le paseaba por el despacho con aquellas faldas tan cortas y sin braguitas era suficiente para volverle loco.
Siempre había tenido ayudantes muy dispuestas desde su primer año como alcalde. Todas con el mismo perfil. Jóvenes, inteligentes y muy sensuales. Les había enseñado todo lo que sabía y, al final, ellas habían seguido con su vida sin rencor alguno.
Echaría de menos la variedad, la juventud y la disposición para hacer cualquier cosa en cualquier parte. Sin embargo, una promesa era una promesa y había jurado dejarlas. La idea de tener relaciones sexuales con una mujer durante el resto de su vida resultaba algo turbadora, pero también merecía la pena.
Echaría de menos también el despacho y todo lo que le acompañaba. Después de ganar las elecciones, limpiaría los libros, cerraría la cuenta que había utilizado para embolsarse dinero de la ciudad durante los últimos quince años y se aseguraría de borrar todo rastro.
Por supuesto, se divorciaría de Sandra, dejaría el país y se acomodaría en su nueva vida llena de lujos. En aquel momento, su línea privada empezó a sonar. Mientras se disponía a contestar, pensó en lo mucho que le gustaba cuando un plan surtía efecto.
– Yardley.
– Hola, cielo. ¿Cómo te va?
Franklin miró hacia la puerta. Holly estaba sentada al otro lado. Menos de diez minutos antes, se la había estado tirando encima de aquel escritorio.
– Genial. ¿Y tú?
– Bien. Feliz. Estuviste magnífico en el debate.
– Gracias. Tengo que admitir que estaba algo preocupado por la ventaja que Riley llevaba en las encuestas. Pensé que tendríamos que contar de nuevo con nuestro fotógrafo, pero ya no. Riley va a perder las elecciones sin que yo tenga que esforzarme.
– Lo sé. No me puedo creer que sea lo suficientemente estúpido como para liarse con Gracie Landon. Menuda zorra -dijo la mujer-. Sin embargo, nosotros llevamos las de ganar. Dentro de un par de semanas, tú serás reelegido Y Riley Whitefield lo habrá perdido todo.
– Incluso los noventa y siete millones de dólares de su tío -suspiró Franklin con satisfacción-. Aunque ya sabes que no nos quedaremos con todo.
– No importa -dijo ella-. Me conformo con cuarenta millones como premio de consolación. Donovan Whitefield fue muy amable al dejar el grueso de su patrimonio a la Asociación para Huérfanos de Gran Caimán.
– Sí. Siempre le gustó ayudar a los que resultaban menos afortunados que él. Especialmente a sus amigos. Fue él quien me sugirió las islas Gran Caimán. El resto del patrimonio irá a parar a las manos de organizaciones benéficas reales para que todo parezca legal. Me pregunto lo que Riley diría si supiera que su tío se lo ha preparado todo para que fracase.
– No lo sabrá nunca. En vez de eso, va a perder las elecciones y a marcharse de aquí con el rabo entre las piernas.
– Entonces, tú y yo haremos las maletas y nos marcharemos.
– Me muero de ganas -susurró ella-. Quiero estar contigo.
– Yo también.
– Te amo, Franklin.
– Yo también, cielo.
El restaurante mexicano de Bill tenía una comida deliciosa, pero no era famoso por su ambiente.
Era muy normal, rayando en lo hortera, lo que creaba a Gracie un dilema a la hora de elegir qué ponerse.
Quería estar fantástica. Después de todo, Riley y ella iban a ser el centro de atención de aquella noche. Todo el mundo hablaría de ellos y Gracie quería que una de las cosas qué comentaran fuera lo fantástica que ella estaba.
Era justo. La última vez que había generado tantas habladurías con Riley tenía catorce años y, tal y como lo había definido la señora Baxter, vecina de su madre, era muy poco agraciada. Largas piernas y brazos, plana, con un cabello que jamás tenía buen aspecto, aparatos en los dientes y acné. Horror.
El tiempo lo había cambiado todo. Aunque no fuera una reina de la belleza, no estaba mal. Quería celebrar sus curvas, su brillante cabello y un rostro libre de imperfecciones.
Se miró en el espejo tratando de no fijarse en los rulos que tenía en la cabeza. Decidió que quería ponerse falda, dado qué se había depilado y se había aplicado una crema de bronceado en las piernas que le daba un bonito color.
– La falda color caqui con el jersey azul cielo, no estaría mal -musitó.
Mientras estaba buscando en el armario para sacar la falda, alguien empezó a llamar a la puerta. Miró el reloj y vio que eran las seis. No podía ser Riley.
Rápidamente, se dirigió a la puerta. La abrió y, al ver quien estaba al otro lado, tuvo que contener un gruñido.
Era Vivian. Su hermana tenía el rostro cubierto de lágrimas. Su primer instinto fue consolarla, pero entonces: recordó que era la hermana que quería una boda por todo lo alto, pero que, en realidad, se negaba al compromiso de estar casada.
– ¿Qué pasa ahora?
– Se ha terminado -confesó Vivian entre sollozos mientras entraba en la casa-. Con Tom.
– ¿Otra vez?
– No lo entiendes -susurró Vivian, entre lágrimas-. Antes era yo. No hacía más que decirle que no habría boda y me marchaba. Sólo quería que me dedicara algo de atención. Parecía estar muy serio últimamente. Sin embargo, anoche, cuando volví a discutir con él, se, quedo muy serio. Esta mañana ha venido a verme y me dijo que se había terminado. Para siempre. Que yo no estaba preparada para casarme con nadie. Me dijo que era una inmadura, que me ama, pero que no va a verme hasta que yo crezca un poco.
– Vaya, lo siento.
– No sé qué hacer. No quiere hablar conmigo. Y lo dice en serio. Me dijo que cada vez que yo cancelaba la boda le hacía mucho daño, pero que a mí no parecía importarme. Me dijo que yo sólo pensaba en mí. Que estaba mal que hubiera obligado a mi madre a pedir un préstamo para pagar nuestra boda. Que yo era una mocosa y que debería sentirme avergonzada de mí misma.
Las lágrimas volvieron a caer. Gracie se acercó a ella, sin saber qué decir.
– ¿Has hablado con mamá?
– No… Se va a enfadar mucho conmigo: Les ha contado a sus amigas todo lo de la boda y lo estupenda que va a ser. Si tiene que explicarle ahora a todo el mundo que se ha cancelado, se morirá.
A Gracie le daba la sensación de que su madre se disgustaría más por el dinero que iba a perder.
– Estoy segura de que sus amigas comprenderán.
– ¿Hablas en serio? Se divertirán mucho. Así son. Sus hijas no cancelaron sus bodas. Mamá va a matarme.
– Mira, sé que todo esto parece horrible en estos momentos. Te duele y no parece haber solución, pero mejorará. Ahora dispones de un poco de tiempo para saber lo que realmente quieres. ¿Es Tom el hombre con el que quieres pasar el resto de tu vida?
– Por supuesto que sí. Por eso me quería casar con él. Sólo decía que no me casaba para que él me prestara atención.
– ¿Y por qué no hablaste simplemente con él y le pediste que te prestara atención?
– Por favor… Como si lo hiciera alguien. ¿Has tenido novio alguna vez?
– Muchos y hace bastante tiempo aprendí que no resulta muy inteligente jugar. Si escuchaste atentamente lo que Tom te dijo, lo único que quiere es que seas sincera con él.
– Ningún hombre desea eso. Muy bien. Sé cómo lo puedo arreglar. Me presentaré en su casa completamente desnuda. Tendrá que dejarme entrar. Cuando haya conseguido meterlo en la cama, podré convencerlo de cualquier cosa. Sí. Es un buen plan. Todo va a salir bien -afirmó con una sonrisa-. Tengo que prepararme. Gracias por escucharme. Ya verás como Tom accede a casarse conmigo.
Vivian se marchó rápidamente de la casa. Gracie cerró la puerta y se apoyó contra el marco. ¿De verdad creía su hermana que podía convencer tan fácilmente a Tom para que se casara con ella? Tom era un buen muchacho y Gracie esperaba que fuera lo suficientemente fuerte como para obligar a `Vivian a madurar un poco. No tenía muchas esperanzas al respecto. Si cedía ante Vivian, se merecía todo lo que se le viniera encima.
– No es problema mío -dijo.
Regresó al dormitorio. Al ver la hora que era, lanzó un grito. Eran más de las seis y media y se tardaba más de media hora en estar fabulosa.
Riley se detuvo a la puerta del restaurante y apretó la mano de Gracie.
– Si sigues respirando así de rápido, vas a asfixiarte. No tenemos por qué hacer esto. Nos podemos marchar ahora y yo puedo llamar a Mac desde el coche y decirle que vamos a cenar en mi casa.
Gracie negó con la cabeza. Su melena rubia, que habitualmente llevaba lisa, se agitó en una cascada de rizos que Riley se moría por acariciar. El maquillaje enfatizaba sus enormes ojos y hermosa boca. Estaba preciosa.
La ropa era igual de bonita La falda enfatizaba sus largas y bronceadas piernas. El suéter se le ceñía a unos pechos que Riley sabía eran suaves y maravillosos. Era la viva imagen del deseo.
– Puedo hacerlo -afirmó ella-. Te aseguro que tengo nervios de acero. Soy invencible. ¿Estoy bien?
– Estás preciosa -replicó él con una sonrisa-. Me impresionaste desde el primer momento, pero ahora estoy atónito.
– Vaya. Bueno, prométeme que, pase lo que pase, no te apartarás de mi lado.
– Palabra de honor. ¿Lista?
Gracie asintió, por lo que Riley abrió la puerta. Las voces y la música de mariachi salieron a recibirlos. Mac y Jill los estaban esperando en la parte trasera del restaurante, que era mucho más tranquila. Una joven camarera se les acercó para acompañarles a su mesa.
– La gente nos está mirando -susurró Gracie-. Lo siento. Oh, Dios… Esto ha sido una pésima idea.
– Todo va bien. Todo el mundo nos está mirando porque tú estás guapísima. Todos los hombres desearían estar contigo.
– Por favor -comentó ella riendo.
– Hablo en serio. Si yo hubiera sabido lo guapa que te ibas a poner con los años, te habría prestado más atención hace catorce años.
– Te recuerdo que yo era una niña. Aunque hubiera sido una diosa tú no me habrías hecho ni caso.
– Hola -dijo Jill cuando por fin llegaron a la mesa-. Vimos esta mesa y nos pareció bien. Está en un lugar mucho más tranquilo y apartado.
– Dices eso porque todo el mundo va a hablar, ¿verdad? -observó Gracie-. Lo sabía. Creo que me voy a poner enferma.
– ¿De verdad? -preguntó Mac:
– No lo sé… -admitió Gracie, colocándose una mano en el estómago.
– Es mentira -dijo Riley-. Venga, siéntate. Unas patatas con salsa te harán sentirte mejor.
– Me gustan las patatas -afirmó Gracie, más alegre-. No son peligrosas.
– ¿Como el pan? -preguntó él.
– Exactamente.
Gracie y Riley se sentaron.
– Bueno, ¿cómo va todo? -le preguntó Mac a Riley.
– Bien. Las encuestas han bajado desde el debate, lo que no es de extrañar. Zeke, mi jefe de campaña, está tratando de idear una nueva estrategia.
– Nunca me ha gustado el alcalde -dijo Jill-. Es repugnante. Quiero que le des una buena patada en el trasero, en las elecciones, por supuesto. No literalmente, aunque tampoco me importaría.
– Y yo que creía que habías jurado defender la ley – comentó su marido.
– No, cielo. Ése eres tú.
Se sonrieron con mucha dulzura.
– Noto algo diferente -afirmó Gracie-. ¿De qué se trata?,
– No sé -respondió Jill, encogiéndose de hombros.
– Sí, hay algo… Tú estás diferente. No se trata de tu cabello. ¿Te has blanqueado los dientes?
– No.
De repente, Gracie lanzó un grito de alegría.
– ¿Estás? -le preguntó a su amiga, agarrándole la mano-. Lo estás. Lo sé.
Jill se sonrojó y asintió.
– Acabo de enterarme esta mañana. Jamás creí que ocurriría tan rápidamente. Acabábamos de empezar a intentarlo… Sí, estoy embarazada.
– ¡Es genial!
Gracie se levantó del asiento y abrazó con fuerza a su amiga. Riley se inclinó sobre Mac y le ofreció la mano.
– Enhorabuena.
– Gracias. Los dos estamos muy contentos. Todo ha ocurrido muy deprisa -dijo Mac-. Yo creía que, al menos, tendríamos un par de meses, pero supongo que hemos acertado a la primera.
– ¿Estás contenta? -le preguntó Gracie a su amiga.
– Sí. Todavía no me he comprado ningún libro.
Riley observó a las dos amigas. ¿Estaría Gracie también embarazada? Aún faltaban unos cuantos días para saberlo.
– Vaya, vaya… Esto sí que es bueno.
Riley se dio la vuelta y vio a dos mujeres de pie al lado de su mesa. Trató de levantarse, pero una de ellas se lo impidió colocándole una mano en el hombro.
– No te levantes, aunque agradezco los buenos modales.
– Riley, creo que no conoces a Wilma -dijo Mac, algo incómodo-. Dirige la oficina del sheriff.
– Hola -dijo la aludida-. Ésta es mi amiga Eunice Baxter:
– Mi vecina -susurró Gracie-. Hola, señora Baxter.
– Hola, Gracie. ¡Qué buen aspecto tenéis todos! Me alegro de ver que has recuperado el sentido común -comentó la señora Baxter, dirigiéndose a Riley-. Gracie siempre ha sabido cómo amar a un hombre. Cuando pienso en todo lo que hizo para llamar tu atención… Me alegra verte a su lado.
– Sí, señora -replicó Riley, sin saber qué decir.
– ¡Qué buenos modales! -exclamó Eunice-. Tu madre me caía muy bien. Siento que no esté viva para ver esto. Le habrías hecho sentirse muy orgullosa.
– Ahora tenemos que irnos -dijo Wilma-. Que cenéis bien.
Las mujeres se marcharon. Gracie empezó a frotarse las sienes.
– Ya lo sabía yo -susurró-. Sabía que era una mala idea venir aquí.
Jill le golpeó suavemente el brazo.
– Eres una leyenda y vas a tener que aceptarlo.
– ¿Puedo ser otra cosa? Me encantaría.
Mac sonrió.
– Tal vez el hecho de que vean a Riley contigo conseguirá que lo elijan como alcalde.
– Lo dudo -repuso Gracie-. Seguramente le quito puntos.
– No importa -afirmó Riley-. Te aseguro que no he ido tan lejos para perder las elecciones. No te preocupes.
– Lo siento. Preocuparme es algo intrínseco.
– Entonces hazlo mañana. Esta noche estamos aquí para divertirnos.
Gracie asintió.
La camarera acudió a la mesa y anotó lo que iban a tomar. Riley se fijó en el hecho de que, ni Jill ni Gracie había pedido bebidas alcohólicas. De hecho, desde la noche que tomaron champán, ella casi no había probado el alcohol. Incluso aquella noche no se había terminado su copa. Sabía que a Gracie le gustaba tomar una copa de vez en cuando, por lo que el cambio podría tener que ver con un posible embarazo.
Sabía que existía aquella posibilidad, pero, hasta aquel momento, no había logrado asimilarlo. ¿Y si Gracie estaba embarazada? ¿Qué iba a hacer? ¿Casarse con ella?
Esperó que el pánico y la frustración que sintió cuando tuvo que casarse con Pam se apoderaran de nuevo de él. No fue así. Ni siquiera se sentía enojado. ¿Qué significaba aquello?