Capítulo 6

– No he sido yo -afirmó Gracie rápidamente.

– Eso ya lo sé. El flash ha saltado delante de nosotros -replicó él, con una cierta impaciencia. Entonces frunció el ceño como si estuviera considerando las posibilidades y la condujo al coche.

Gracie se preguntó si él se habría dado cuenta de que aún iban de la mano. Le gustaba lo cálidos y fuertes que eran los dedos de Riley. Si ella estuviera interesada en él, aquel paseo habría sido bastante emocionante. Sin embargo, no había ni interés ni emoción. Simplemente sentía una vaga curiosidad por lo amable qué Riley era con ella y en ocasiones le parecía muy guapo. Nada más.

Regresaron a su casa. Riley entró con ella sin que Gracie lo invitara, lo que podría haber supuesto un punto más de emoción. Por supuesto no era así.

– Quiero saber lo que ha sido eso -dijo él, mientras entraban en la cocina y Gracie empezaba a parar café-. ¿Nos han tendido una trampa o se trataba simplemente de un tarado al que le ha dado por apagar las luces y sacar fotos para divertirse?

– Las dos posibilidades me parecen completamente alocadas -comentó ella, sacando un pequeño pastel-. ¿Cómo nos iban a tender una trampa?

– Tal vez Pam nos condujo a ese motel con un propósito. La foto. Tiene que serlo. ¿Y por qué?

Riley comenzó a pasear de arriba abajo por la cocina. Entonces se detuvo para estudiar las listas que Gracie tenía prendidos en la pared.

– ¿Qué es esto? -le preguntó-. Trescientos sesenta puntos. Setenta rosas, diecisiete pequeñas, veintitrés medianas y treinta grandes -dijo, leyendo la lista

– Es lo que tengo que hacer para un pastel que tengo que preparar esta semana -respondió ella, mostrándole un dibujo del pastel en cuestión-. Es ay sencillo. Sólo son tres pisos adornados con puntos y rosas. Yo siempre hago los adornos primero. El pastel es lo más fácil.

– Hablando de pastel -comentó él, señalando el que ella había sacado-. ¿Estás guardando ése para una ocasión especial?

– Los cuchillos están en el cajón -respondió ella, con una sonrisa-. Sírvete -añadió. Entonces sacó dos platos, dos tenedores y dos tazas de café

– Pareces muy tranquila -observó él, cuando los dos tuvieron pastel y café y estuvieron sentados la mesa.

– ¿Sobre lo que ocurrió? No estoy segura de que haya nada por lo que estar preocupado. Sin embargo, lo de Pam sí es muy raro. ¿Por qué iba a ir ella a un motel? Sigo pensando que podría haberse reunido con él en su casa.

– Tal vez todo esto no tenga nada que ver con Zeke. El hecho de que Pam estuviera hablando con él podría ser simplemente que quería contratar un seguro.

– Trata de decirle eso a Alexis.

– ¿Quieres decirme el secreto de tu éxito? – preguntó Riley, después de darle un bocado al pastel-. Jamás he probado algo tan delicioso.

– Lo siento, pero no. Además, no me pareces la clase de hombre que hornee pasteles.

– En eso tienes razón -afirmó. Entonces, señaló el artículo de la revista People-. No me habías dicho que eras famosa.

– Todavía no lo soy, pero me estoy haciendo un hueco. Está bien. Supone más trabajo, pero puedo soportarlo, al menos por el momento.

– ¿Has pensando un poco más en la expansión?

– No he tenido tiempo. Creo que sería muy emocionante tener una gran empresa dedicada a la confección de pasteles, pero luego me acuerdo de lo mucho que me gusta hablar con mis clientes para tratar de descubrir el pastel perfecto para ellos y prepararlo después. No sé si quiero perder eso. Ni si a la gente le interesa que les haga su pastel una empresa grande

– Hay muchas opciones entre hacerlo todo tú sola o ser una multinacional.

– Aún no he decidido lo que voy a hacer. Tal vez deberíamos haber metido tu coche en el garaje -comentó, al darse cuenta de lo que la gente podría pensar si veían el coche de Riley delante de su casa.

– ¿Acaso te preocupa tu reputación?

– Bastante. Te recuerdo que estamos en Los Lobos y que yo soy yo y tú eres tú. Bueno, ya sabes a qué me refiero. Si la gente se enterara de que estás aquí…

– Hablarían.

– Así es. Y no creo que te apetezca a ti mucho más de lo que me apetece a mí. Tienes que ganar unas elecciones.

– ¿Me estás echando?

Le gustaba tenerlo en su cocina. Resultaba tan guapo y masculino… Cada vez que lo miraba, sentía un pequeño temblor en el vientre, lo que sólo podía significar que, si aún se sentía atraída por él, estaría metida en un buen lío. Sin embargo, no era así.

No obstante, cuando él se levantó y le pidió que lo acompañara a la puerta, Gracie no pudo evitar sentir un cierto nerviosismo por todo el cuerpo. Lo siguió y se fijó inmediatamente en el estupendo trasero del que Jill le había hablado.

– No tenemos ni una sola respuesta -dijo él cuando llegaron a la puerta-. Ni sobre Zeke, ni sobre Pam ni sobre la persona que ha tomarlo la fotografía.

Mientras hablaba, la miraba atentamente a los ojos con una intensidad que hizo que Gracie tragara saliva. A pesar de todo, le resultaba imposible apartar la mirada. Era como una pequeña criatura atrapada por un depredador, aunque le daba la sensación de que su destino iba a ser mucho más excitante que el de un ratón de campo.

– ¿Has sido siempre así de guapa? -le preguntó Riley, mientras le acariciaba suavemente la mejilla-. ¿No eras entonces muy delgaducha y llevabas aparatos en los dientes?

– Sí. Pasé por una etapa de patito feo. Duró seis largos y dolorosos años.

Los dedos de Riley resultaban muy cálidos y suaves contra la piel. Los latidos del corazón se aceleraron en el pecho.

– Tú me mirabas… Recuerdo esos grandes ojos azules siguiéndome a todas partes. Entonces me dabas mucho miedo.

– Lo siento mucho.

– Acepto tus disculpas -murmuró él, antes de bajar la cabeza y besarla.

Una parte del cerebro de Gracie se negaba a aceptar que aquello estaba ocurriendo. Era imposible que Riley estuviera en su casa, besándola. Sin embargo, estaba sintiendo el suave roce de sus labios y las deliciosas sensaciones que éstos le producían. Notó que él le apartaba la mano de la mejilla para abrazarla y estrecharla contra su cuerpo.

Se habían abrazado antes en el coche cuando Gracie había perdido el control y él se había mostrado tan comprensivo. Sin embargo, aquel abrazo era diferente. Estaban cuerpo contra cuerpo, con los senos aplastados contra el torso, los muslos rozándose… Gracie deseó que el beso durara toda una eternidad.

Riley pareció leerle el pensamiento, porque siguió besándola como si no tuviera intención de apartarse jamás de ella. Un agradable calor brotó dentro de ella y se extendió por cada célula de su ser. Aspiró el aroma de Riley, sintió la textura de la tela de la camisa y los fuertes músculos que se tensaban debajo.

Cuando él comenzó a estimularle el labio inferior con la lengua, Gracie empezó a creer que aquello era el destino. Enseguida, le resultó imposible seguir pensando.

Riley actuaba con la seguridad de un hombre acostumbrado a hacer gozar a una mujer. Sabía a café y a azúcar. Mientras le exploraba la boca, le acariciaba la espalda de tal modo que a Gracie le hubiera gustado arquear la espalda y ronronear.

Una mano se deslizó hasta encima del trasero, cubriéndolo y apretándolo ligeramente. En aquel momento, Gracie deseó mucho más que un beso. El deseo se apoderó de ella…

Justo en aquel momento, Riley decidió que había llegado el momento de romper el beso.

– Vaya…

A Gracie le gustó que pareciera que le faltaba el aliento, como si a él también le hubiera sorprendido tanta pasión.

– Tú no estás en mi plan -dijo él, apartándole un mechón de la frente antes de besársela suavemente.

– ¿Tienes un plan?

– Siempre.

– ¿Vas a decirme de qué se trata?

– ¿Vas a decirme tú cuál es el secreto de tus pasteles?

– No. ¿Y cómo te estorbo yo?

– No podemos hacer esto, Gracie -confesó él-. Yo tengo mis reglas y una de ellas dice que la mujer en cuestión se olvida muy fácilmente. Los dos sabemos que tú no eres así.

– ¿Te estás refiriendo a lo que yo hacía con catorce años? ¿No habíamos quedado en olvidarnos de todo eso?

– Esto no tiene nada que ver con tu pasado. Buenas noches.

Riley abrió la puerta y se marchó. Gracie permaneció allí algunos minutos, repasando la conversación y el beso. Entonces cerró la puerta y regresó al salón.


La lucha que tuvo Gracie entre pensar en el beso y en tratar de no pensar en él la mantuvo despierta casi toda la noche. Lo mejor fue que así pudo completar todos los adornos que necesitaba, aunque este punto se veía superado con creces por el beso. Éste había sido mucho mejor de lo que había imaginado tantos años atrás. Lo peor era que estaba agotada cuándo amaneció.

Se puso la bata y salió para ir a recoger el periódico. Afortunadamente, no empezó a hojearlo hasta que no estuvo en el interior de la casa.

El grito que lanzó fue involuntario, con una mezcla de ira e incredulidad. ¡Aquello no podía estar ocurriendo! Imposible. Era injusto, pero estaba allí, en blanco y negro.

La portada del Los Lobos Daily News mostraba una foto algo granulosa de Riley y ella en el aparcamiento del motel caminando de la mano. Los dos parecían estar muy sorprendidos, lo que se debía al flash y no al hecho de haber sido sorprendidos. Sin embargo, nadie podría saberlo.

El titular era casi tan malo como la fotografía. Candidato a alcalde sorprendido en su nidito de amor. Peor aún era que habían vuelto a imprimir Las crónicas de Gracie, lo escrito hacía catorce años, en la página diecinueve.

– ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? -gritó Gracie, golpeando la pared con el periódico.

No tenía respuestas, lo que sólo conseguía frustrarla aún más Como dormir resultaba ya imposible se duchó y se vistió para prepararse para el nuevo día.

Eran poco más de las siete. ¿A qué hora se levantaría Riley? Como no sabía su número, lo mejor era que fuera directamente a su casa. Quería halar con él antes de que se marchara al banco.

Justo en aquel momento, su teléfono móvil empezó a sonar.

– ¿Sí?

– Soy Riley. ¿Te he despertado?

– No. Aún no he podido dormir.

– ¿Has visto el periódico?

– No me lo puedo creer -gimió Gracie, tomando asiento en un taburete de la cocina-. Es horrible. ¿Qué es lo que está pasando? ¿Quién hay detrás de todo esto?

– Tenemos una larga lista de sospechosos. Todo el mundo desde el alcalde hasta Pam

– Efectivamente.

– Pam podría tener algo que ver, dado que ella nos condujo al motel pero, ¿por qué iba a hacerlo?

– No lo sé. Tal vez lleva todos estos años odiándome en secreto. Y a Yardley no ha podido gustarle que yo me presente. Por supuesto, después de esto todo podría cambiar.

– ¿Estás diciendo que el alcalde podría haber convencido a Pam para ir a aquel motel, apagar las luces y hacer que un fotógrafo nos sacara juntos, eso siempre suponiendo que la hubiéramos seguido hasta allí, que hubiéramos salido del coche y que estuviéramos precisamente en el sitio justo para una foto así?

– Tienes razón. Todo suena bastante improbable -admitió Riley con una carcajada.

– Por supuesto, sin eso no nos quedan muchas teorías -dijo Gracie-. No me puedo creer que esto haya ocurrido -añadió, mirando una vez más la fotografía-. Estoy implicada en un escándalo sexual. ¿Sabes lo que me va a decir mi madre al respecto?

– Dudo que eso sea el peor de tus problemas. ¿Has leído la descripción que hacen de mí?

– No -contesto Gracie. Rápidamente leyó a grandes rasgos el artículo-. Riley Whitefield, el hombre que lleva un pendiente. ¡Esto es increíble! No se menciona que tú dirijas el banco ni nada bueno sobre ti. Supongo que el director no te aprecia muelo.

– Aparentemente no. Además, eso de Las crónicas de Gracie remueve el pasado. Ahora ya todo el mundo conoce la historia.

– Esto no es nada bueno. Ahora, todo el mundo va a pensar que estamos juntos después de tantos años. No te olvides que yo soy una leyenda.

– ¿Y en qué me convierte eso a mí?

– En el objeto de mis afectos. Dios, todo esto resulta tan humillante…

– Ni que lo digas.


A Franklin Yardley le gustaban las mañanas. La taza de café y el hecho de que su esposa Sandra raramente bajaba antes de las diez.

Sin embargo, aquella mañana había resultado especialmente agradable. La fotografía de la portada del periódico había contribuido a ello.

– Buenos días -dijo Holly, cuando él entró en la sala que había antes de su despacho.

La muchacha se levantó, le tomó el abrigo y el maletín y lo siguió al despacho donde los esperaba el café recién hecho.

– ¿Has visto el periódico? -le preguntó él.

– Sí. ¿Qué era lo que hacía Whitefield? -comentó ella-. He leído todo el artículo. Gracie Landon tan sólo era una adolescente algo aterradora.

– Lo sé. Una chica extraña, pero podría ser que su ayuda inesperada nos resultara muy valiosa.

– A mí me parece que es mentalmente inestable.

– No importa lo que sea. Riley y ella están juntos. Voy a tener que pensar cómo utilizar todo este asunto en mi favor.

Frank se sentó en su sillón y Holly se subió al escritorio. La falda del traje azul se le subió contra el muslo. Yardley se permitió un momento de distracción mientras frotaba, la mano contra la suave y joven piel.

– ¿Quedamos para almorzar? -le preguntó él.

– Me gustaría.

A él también, aunque ninguno de los dos tomaría un plato de comida.

– Si ésta tal Gracie estaba loca por él y es una leyenda, ¿significa eso que la gente no sentirá simpatía por él si Whitefield no se muestra interesado en ella?

Franklin se reclinó en el sillón y analizó aquel comentario. Por supuesto. Podría ser así de sencillo.

– Eres mucho más inteligente que hermosa dijo-. Soy un hombre afortunado.

– ¿Puedes utilizarlo?

– Por supuesto. Puedo desafiar a Riley Whitefield a un debate e insistir en que hablemos de los valores familiares que son tan importantes para los buenos ciudadanos de esta ciudad.


Gracie metió el pastel en el horno y puso el reloj. Acababa de empezar a recoger la cocina cuando alguien llamó a la puerta.

Inmediatamente, deseó que se tratara de Riley, a pesar de que la parte sensata de su cerebro le decía que lo mejor era olvidarse de él y centrarse en el futuro.

Afortunadamente, en cuanto abrió la puerta se dio cuenta de que Riley no iba a suponerle un problema. Era su madre.

A pesar de sus cincuenta años, Lily Landon podría pasar por una mujer más joven. Gracie pensó en decírselo, pero la dura expresión del rostro de su madre le hizo cambiar de opinión.

– Gracie Amelia Louise Landon, ¿cómo has podido? -le preguntó su madre entrando como un torbellino en la casa-. Me he quedado sin palabras. He tenido toda la mañana para tratar de decidir lo que iba a decirte cuando te viera y aún no se me ha ocurrido nada.

– Te aseguro que no es lo que parece.

– Entiendo. Es decir, no es cierto que estuvieras anoche con Riley Whitefield en un motel.

Gracie cerró la puerta y condujo a su madre a la cocina.

– Sí es cierto, pero estábamos por Alexis ¿Has hablado con ella? Está convencida de que Zeke está teniendo una aventura con Pam y me ha pedido que descubra si es cierto.

– ¿Y qué tiene que ver eso? Alexis lleva preocupándose por lo que Zeke hace con su tiempo libre desde que se casaron. No utilices eso como excusa

– Pero yo… Ella no… ¿Estás diciéndome que Alexis se lo ha inventado todo?

– No lo sé. Siempre está con lo mismo. Zeke la adora, aunque a veces me pregunto cómo puede soportarla con esas proclamaciones tan dramáticas.

Gracie se derrumbó en una silla y trató de asimilarlo todo. No podía ser cierto.

– ¿Me estás diciendo que he estado corriendo de acá para allá con la intención de ayudar a mi hermana cuando ella se lo ha inventado todo?

– Yo no he dicho eso.

– Tal vez no, pero yo sí. La foto en el periódico, seguir a Zeke… Riley me va a matar cuando se entere.

– Es mejor que se lo diga otra persona.

– ¿Como?

– Han pasado catorce años. Había esperado que el tiempo te hubiera ayudado a olvidarte de él. Evidentemente no ha sido así.

– Eso no es cierto. Yo no ando por ahí persiguiendo a Riley.

– Todo prueba lo contrario -replicó su madre, señalando la foto del periódico-. En lo que a Riley respecta, jamás has mostrado ni pizca de sentido común. Tuvimos que sacarte de aquí para que Pam y él pudieran tener una boda normal, pero eso no es lo peor. Tú eras de lo único que hablaba todo el mundo. Eras objeto de burla. Por eso te envié con tus tíos. Ahora, el periódico vuelve a publicar las historias del pasado, ¿Has tenido que repetir lo mismo? ¿Es que no has aprendido nada?

Gracie se sintió completamente destrozada. Deseaba poder huir y esconderse en alguna parte. Sin embargo, se puso de pie

– He cambiado -afirmó-. Si hubieras estado conmigo en los últimos catorce años, lo sabrías. Por supuesto, si yo hubiera crecido aquí, habría sabido cómo es Alexis y no le habría hecho ni caso.

– Entiendo. Estás diciendo que todo esto es culpa mía. Es tan propio de ti… Cuando tienes dudas, culpas a tu madre. Hice lo que hice por ti. No es que espere gratitud. Sé que eso sería demasiado, pero tal vez podrías compadecerte un poco de la posición en la que yo me quedé en esta ciudad. ¿Sabes lo que es tener que escuchar cómo mis clientes se burlan de mi hija? Es humillante -afirmó. Lily se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta-. Lo digo en serio, Gracie. Apártate de Riley. Dale a ese pobre hombre la oportunidad de vivir su vida sin que tú estés molestándole a cada paso. Cuando tenías catorce años era muy triste, pero ahora es patético.

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