Capítulo 7

Gracie se marchó a la cama. Le parecía el lugar más seguro. Por eso, durante dos días, ni se vistió ni se duchó ni contestó el teléfono. Lo único que hizo fue terminar el pastel que el mensajero iba a ir a recoger el jueves.

El viernes por la mañana, ya no podía soportarse. La autocompasión jamás había sido lo suyo. Se lavó, se tomó un buen desayuno y se dirigió a la consulta de la doctora Alexis Fleming.

Como la doctora Fleming estaba especializada en odontología pediátrica, su sala de espera estaba repleta de niños. Se dirigió directamente al mostrador de recepción y allí pidió hablar con su hermana.

Dos minutos más tarde, la acompañaban al pequeño despacho de Alexis.

– ¿Qué ocurre? -le preguntó su hermana.

– Hace un par de días hablé con mamá.

– Está muy molesta por la fotografía del periódico -comentó Alexis-. Sinceramente, Gracie, fuiste una estúpida al caer en esa trampa.

Gracie contuvo la ira todo lo que pudo y trató de no olvidar el motivo que la había llevado allí.

– En estos momentos no quiero hablar de eso. Lo que me interesa más es que mamá me dijo que, en lo que se refiere a Zeke, siempre te has mostrado muy ansiosa. Que siempre te ha preocupado que tenga una aventura cuando, en realidad, te adora.

Vio que una serie de sentimientos enfrentados se reflejaban en el rostro de su hermana, como si Alexis no supiera en realidad qué decir.

– Estoy cansada -prosiguió Gracie-. Hasta ahora, mi estancia aquí sólo me hace desear ser huérfana. Dime la verdad.

– Bueno, sí que hay gastos en eBay y efectivamente lo vi con Pam…

– Pero…

– Pero podría ser otra mujer. Siempre está fuera y…

– Maldita sea, Alexis -le espetó Gracie, agarrándola por el brazo-. Sincérate conmigo. ¿Era simplemente una pataleta tuya?

– Claro que no… Bueno, tal vez a veces reacciono exageradamente, pero en esta ocasión no.

– Genial.

– Lo digo en serio. Ahora creo que hay otra persona

– Sea como sea, yo no pienso ayudarte más. Ni me lo pidas ni me lo sugieras siquiera. Si tienes un problema con tu marido, resuélvelo con él y a mí déjame en paz.

– Eres mi hermana… Yo habría creído que serías más comprensiva -protestó Alexis

– Entonces te equivocas.


Una de las mejores consecuencias de ser jefe era que nadie se atrevía a fastidiarle. Riley sabía que podía andar por el banco sin escuchar ni un solo comentario dirigido a él. Se imaginaba que todos sus empleados estaban disfrutando como locos con la fotografía del periódico, pero no le importaba. Mientras no le dijeran nada a la cara, todo iba bien

La única persona que podría tener las agallas suficientes para hacerlo era Diane. Por eso, cuando la mujer se le presentó en el despacho, se preguntó si se le habría terminado la buena suerte.

– ¿Buenas o malas noticias? -le preguntó.

– No estoy en posición de saberlo. Zeke Bridges le ha enviado esto -dijo Diane, entregándole un expediente-. El alcalde lo desafía a un debate.

– ¿De verdad? Podría ser muy divertido -comentó Riley, mientras examinaba el contenido de la carpeta

– El alcalde cree que deberían discutir ciertos temas, incluidos los temas morales tan queridos y cercanos a los corazones de los ciudadanos.

– ¿Crees que tengo una oportunidad?

– La gente sentiría más aprecio por usted si donara el dinero para el ala infantil del hospital.

– No te rindes, ¿verdad? -repuso Riley con una sonrisa.

– No cuando es importante.

– No me des la charla de lo necesitados que están los niños y cómo se los podría salvar -dijo él antes de que Diane pudiera seguir hablando. Ella le dedicó una mirada de desaprobación-. Gracias por traerme esto -concluyó. Al escuchar aquellas palabras, Diane se dio la vuelta para marcharse-. Un momento, Diane. Tengo una pregunta para ti y me gustaría que fueras sincera conmigo.

– Siempre lo soy.

– Estupendo. ¿Te gustaba trabajar para mi tío?

– Era un jefe justo.

– ¿Sentías simpatía por él?

– La simpatía no forma parte de mi trabajo -replicó ella entornando la mirada.

– Estamos de acuerdo, pero tú tienes sentimientos y opiniones. ¿Qué pensabas sobre él?

– Que usted se parece más a él de lo que cree.

Aquella era la segunda ocasión en que alguien realizaba aquel comentario en los últimos días. Riley no disfrutó más escuchándolo en aquella ocasión que en la primera.


Gracie regresó a su casa y encontró el teléfono móvil encima de la mesa, donde lo había dejado por casualidad. Tenía un mensaje, que escuchó inmediatamente.

– Hola, Gracie. Soy Melissa Morgan, de la Sociedad Histórica de Los Lobos. Me gustaría mucho hablar contigo. Llámame.

La mujer dejó su nombre, que Gracie anoto de mala gana antes de llamarla. Melissa contestó en la primera llamada.

– Oh, eres un cielo por haberme devuelto la llamada -dijo Melissa. Su voz era muy aguda, del tipo que es capaz de romper cristal-. Te he llamado porque todos conocemos a tu madre y nos hemos enterado de que te dedicas a preparar pasteles. Estábamos pensando que sería maravilloso si nos pudieras hacer un pastel. En realidad, tu madre lo sugirió. Estamos organizando una fiesta para recaudar fondos para la Sociedad Histórica. Sobre el pastel, estábamos pensando en algo sencillo que sirviera a unas trescientas personas. ¿Cuántos pasteles cuadrados serían?

– ¿Quieres pasteles cuadrados? -preguntó, esperando no sonar tan horrorizada como se sentía-. Sabes que yo me dedico a los pasteles de boda, ¿no?

– Oh, claro. Eso es lo que dijo tu madre, pero un pastel redondo no serviría para muchas personas.

– Bueno hacer algo más especial que un pastel cuadrado y que aún pueda ser para trescientas personas -replicó Gracie. Sabía que no podía negarse a hacerlo. Una vez más, maldijo haber regresado a la ciudad que la vio nacer-. ¿Por qué no me dejas que te prepare algunos dibujos?

– Oh no tienes por qué hacerlo. Simplemente queremos algo sencillo y rico… ¿Quieres que te paguemos por esto? -preguntó Melissa, tras una pequeña pausa-. Tu madre dijo que seguro que no querrías, pero no queremos ser groseras ni nada por el estilo. No obstante, nuestro presupuesto es algo apretado…

Gracie ya se lo había imaginado. Su madre tal vez estuviera desilusionada por el comportamiento de Gracie, pero no se paraba a pensar a la hora de ofrecer el tiempo y el trabajo de su hija

– No te preocupes. Ésa será mi contribución-. Decidió que guardaría las facturas y, más importante, el registro del tiempo que tardaba en elaborar el pastel, para luego poder deducirlo de sus impuestos.

– ¡Eres un cielo! El acto tiene lugar el cinco de Junio. Sólo un par de días antes de las elecciones. Sé que esto ocurrió hace muchos años -comentó Melissa, riendo- y que a tu madre no le gusta que se hable al respecto, pero tengo que decirte que yo estaba en la clase de Riley en el instituto. Nos divertimos mucho con las cosas que tú hacías. Efectivamente sabes cómo conseguir a un hombre.

Gracie agradeció no tener que fingir una sonrisa. Decidió no señalar que jamás se había quedado con el chico. En vez de eso, se despidió muy cortésmente y cortó la comunicación.

– Esto es de locos -susurró.

Dejó el bolso y se dirigió hacia el lugar en el que tenía prendido su horario de trabajo, preguntándose cómo iba a poder meter un pastel para trescientas personas en pleno apogeo de la temporada de bodas.

En aquel momento, alguien llamó a la puerta. Gracie pensó en no contestar pero al final decidió ir a abrir. Mientras se dirigía hacia la puerta, se preparó para otro ataque por parte de un miembro de su familia o algún conocido pidiéndole que le preparara un pastel.

Fue peor de lo que había imaginado.

– ¡Vaya! ¡Hola, Gracie! -exclamó Pam con una sonrisa de oreja a oreja-. Estás estupenda. Bienvenida a Los Lobos. ¿Cómo estás?

– Hola, Pam -respondió Gracie, algo perpleja por tanto entusiasmo.

– ¿Puedo entrar? ¿Qué tal te va todo? Vi ese artículo en la revista People y me alegré mucho por ti. Eres famosa. ¿No es fabuloso?

– Sí, fue muy emocionante.

Gracie se pasaba la vida en la cocina y se vestía muy informalmente. Pam era cuatro años mayor que ella, pero no lo parecía. Los elegantes pantalones que llevaba le sentaban como un guante El jersey se le ceñía perfectamente a la cintura y destacaba unos pechos algo más grandes de lo debido. Su cabello se le movía con la elegancia de una estrella de cine. No había una arruga por ninguna parte, ni en el rostro ni en la ropa, y los zapatos que llevaba decían a gritos que eran de diseño.

– ¿Has pasado por casualidad? -preguntó, tratando de no pensar que aún había una pequeña posibilidad de que aquella mujer estuviera teniendo una aventura con su cuñado. A pesar de que ya no creía completamente a Alexis, aún quedaban por justificar las ausencias de Zeke.

– Tengo una proposición para ti. Sé que probablemente tienes docenas de pasteles que hacer. Sé que sólo vas a estar aquí un par de semanas y pensé… Es una larga historia.

Aquello era una indicación para que las dos mujeres se sentaran y para que Gracie sirviera algo de picar. Sin poder hacer nada al respecto, Gracie le indicó el sofá y se marchó a la cocina para preparar unos trozos de pastel y unos refrescos.

– Dentro de unas pocas semanas voy a abrir un pequeño hotelito -dijo Pam-. Estoy a punto de terminar la renovación del local que he elegido. Empecé con la cocina y ahora ya está terminada. Desgraciadamente, aún no puedo utilizarla, por lo que estaba pensando que sería genial si quisieras venir a echarle un vistazo.

– ¿Por qué iba a estar yo interesada en ir a ver tu cocina?

– ¡Qué tonta soy! -exclamó Pam, riendo-. Aún note he dicho lo que he venido a ofrecerte. Quiero que alquiles mi cocina. Tengo dos hornos industriales y una enorme superficie de trabajo. Con todos los pasteles que tienes que hacer, pensé que podrías estar interesada. Yo no voy a abrir hasta después de la boda de tu hermana, por lo que podrías tener la cocina toda para ti.

En lo primero que pensó Gracie fue en lo mucho que le gustaría utilizar aquel horno, que facilitaría mucho su trabajo.

– ¿Cuánto pides? -preguntó.

– ¿Por qué no vienes a echar un vistazo? Si te interesa, podemos negociar las condiciones.

Pam sonrió muy relajadamente, como si quisiera que Gracie confiara en ella..

– Sí -decidió, tras pensarlo un poco-. Me gustaría ira echar un vistazo -añadió. Aparte de los hornos nuevos, aquella situación le daría la oportunidad de vigilar más de cerca a Pam-. ¿Cuándo te viene bien?


– Estoy segura de que hay una explicación -dijo Jill, mientras se sentaba a la mesa del restaurante mexicano de Bill. Para aclarar su comentario, sacó un ejemplar del periódico.

– Vaya. Me había preguntado por qué no me llamaste cuando lo publicaron -comentó Gracie.

– Pensé que ya tendrías demasiadas llamadas. Por favor dime que no estabas en un motel con Riley Whitefield.

– En realidad tan sólo estábamos en el aparcamiento. Por la foto se ve claramente que estábamos en el exterior.

– Ya sabes a lo que me refiero.

– Es muy complicado…

– No tengo ninguna cita hasta las tres -afirmó Jill-. Hice que Tina me quitara todos los compromisos para hoy.

– ¡Qué suerte tengo!

Gracie le contó rápidamente a Jill el fallido intento por seguir a Pam.

– Es decir, que vosotros seguisteis a Pam y el de la cámara os siguió a vosotros -comentó Jill, después de que hubieran realizado su pedido-. ¿Quién lo envió?

– Ni idea. Me gustaría decir que Pam, porque jamás he sentido simpatía por ella, pero, ¿a ella qué le importa? El alcalde, por supuesto. Si está tratando de desacreditar a Riley en las elecciones, el mejor modo de hacerlo es aireando el pasado. Sin embargo, ¿cómo sabía el alcalde dónde íbamos estar o que íbamos a hacer algo que mereciera la foto? Todo resulta tan confuso… Para complicar la situación, Pam vino a verme.

– ¿Cómo dices? -preguntó Jill muy asombrada

– Quiere alquilarme la cocina del hotel que se está construyendo o acondicionando. No me acuerdo exactamente de lo que me dijo. He quedado con ella esta tarde. Dice que tiene hornos profesionales que yo puedo alquilarle mientras esté aquí.

– ¿Y quieres hacerlo?

– Si te refieres a lo de tener una relación con ella, no. ¿Utilizar su cocina? Claro que sí. Apenas puedo meter el molde más grande en el horno que tengo ahora. Además, el calor no es igual por todas artes. Claro que me gustaría, pero estamos hablando de Pam. Ni siento simpatía por ella ni me cae bien. Podría estar tendiéndome una trampa y haber hecho lo mismo con Riley.

– Ya sabes lo que se suele decir: Mantén cerca de tus amigos y aún más a tus enemigos.

– Tienes razón. Estoy segura de que podré hacerlo. Sin embargo, me pone el vello de punta.

– Podrías darle mucho pastel y hacer que engordara. Eso seria muy divertido.

– Ja. Cuando estuvo en mí casa, le di un trozo e pastel y ni siquiera lo probó. Eso no es natural.

– En eso estamos de acuerdo. ¿Que vas a hacer?

– Voy a ir a ver esa cocina para ver si merece la pena.

Jill la observó muy atentamente

– Sé que hay algo más, Gracie, ¿Qué es lo que no me estás contando?

– Nada, yo… Bueno, excepto por verte a ti, siento mucho haber regresado. Hay tantos asuntos familiares.

– ¿Como cuales?

– Me siento extraña, como si no encajara, Sé que no debería extrañarme. Después de todo, he estado fuera mucho tiempo y Vivían y Alexis han crecido sin mí. Hemos tenido una experiencia vital completamente diferente y nuestros recuerdos son también distintos. Técnicamente, sigo siendo su hermana pero, emocionalmente, ya no creo seguir siendo un miembro de la familia.

– Yo no creo que eso sea cierto -comentó Jill, muy sorprendida-. Ellas te quieren mucho, igual que tú a ellas.

– Es cierto, aunque estoy perdiendo la paciencia muy rápidamente con las dos. Alexis se ha convertido en una exagerada y Vivían parece estar siguiendo sus mismos pasos. Vivían cancela la boda cada quince minutos y desde que se casaron, Alexis lleva obsesionada por el hecho de que Zeke pueda serle infiel. Mi madre parece ser la más normal de los tres, pero no tardó en echarme la bronca cuando vio esa fotografía en el periódico -comentó, sin entrar en detalles de lo que su madre le había dicho-. Mi vida se ha hecho muy complicada.

– Eso parece. ¿Que puedo hacer para ayudarte?

– Ya lo estás haciendo. Tenerte y poder hablar contigo es estupendo. Bueno, ahora estoy completamente aburrida de ser el centro de la conversación. ¿Cómo te van a ti las cosas?

– Emily está contando los días hasta que termine el colegio. Creo que, oficialmente, quedan treinta y cuatro. Hemos estado haciendo toda clase de planes para el verano, que incluyen un viaje a Florida para visitar a mi padre. Em y él se llevan estupendamente. No estoy segura de qué resulta más emocionante para ella, si la oportunidad de ver a su único abuelo o la de visitar Disney World.

Jill tomó su té helado y dio un sorbo. A continuación, empezó a trazar un dibujo en el posavasos

– ¿Qué te pasa? -quiso saber Gracie con una sonrisa-. Tienes un secreto que estás muriéndote por contar. Venga, dímelo. Puedes confiaren mí.

– Ya lo sé, pero… Bueno Mat y yo estamos pensando en ponernos a ver si tenemos un niño.

– ¿De verdad? ¡Es genial!

– Vamos a empezar este mes. Me siento muy emocionada, aunque también un poco nerviosa.

– Serás una mamá genial. Eres maravillosa con Emily

– La adoro -admitió Jill-, pero, cuando yo la conocí, prácticamente ya estalla criada. No estoy segura de saber cómo ocuparme de un hijo.

– Poco más o menos como el resto de las mamás. Con mucho amor, paciencia y miedo.

– Tienes razón. Mac espera que sea un niño.

– Típico.

– A mí me da igual. Me siento muy emocionada y asustada, lo que es una combinación muy interesante.

– Enhorabuena -comentó Gracie, levantando su vaso.

– Aún no estoy embarazada.

– Lo sé, pero lo estarás. Si, Vaya, por fin voy a conseguir ser tía.


El almuerzo con Jill había conseguido animar un poco a Gracie. Ni siquiera la visita al hotelito de Pam y la negociación con ella la habían disgustado. Pensó en regresar directamente a su casa, pero aún le quedaba una cosa por hacer, aunque no le apeteciera.

No obstante, no podía posponerse mucho más tiempo. Se dirigió al centro de la ciudad y aparcó. A continuación, se dirigió al edificio del banco. Durante los siguientes cinco minutos, no pudo hacer otra cosa más que caminar por delante de la entrada, tratando de reunir el valor para poder entrar. Justo cuando acababa de convencerse de que sería mejor dar la información por teléfono, una mujer ataviada con un traje de tweed salió del banco y se dirigió directamente a ella.

– ¿Es usted Gracie Landon? Soy la secretaria del señor Whitefield. Me ha pedido que salga y la acompañe a su despacho.

– Déjeme adivinar -comentó ella, mirando hacia arriba-. Me ha visto desde la ventana.

– Exactamente.

Gracie suspiró y se dispuso a seguir a la secretaria hasta el último piso del edificio del banco Una vez allí, la secretaria la acompañó al despachó de Riley.

– ¿Es tu tío? -preguntó, señalando el cuadro que dominaba la estancia.

– Sí. Me han dicho que me parezco mucho a él.

– Eso no puede ser bueno -observó ella, tras contemplar más detenidamente el cuadro-. Sé lo que estás pensando.

– Lo dudo.

– No te estaba acosando ni vigilando ni nada por el estilo. Simplemente me sentía algo nerviosa por el hecho de venir a verte, por lo que estaba tratando de reunir el valor suficiente.

– ¿Qué decidiste?

– Que sería mejor que te llamara por teléfono.

– Ahora ya estás aquí.

– Ya lo sé.

Tomó asiento y se colocó el bolso en el regazo. Rebuscó en él hasta que encontró el tubo de antiácidos y se metió un par de ellos en la boca.

Pensó que Riley estaba muy guapo. No sabía si era por el elegante traje, el contraste entre el cabello oscuro y la camisa blanca y la corbata, pero no podía apartar los ojos de él.

– Tomas muchos de esos -observó él, señalando el tubo.

– Tengo un estómago muy sensible que reacciona fácilmente al estrés.

– ¿Has ido a ver a un médico?

– ¡Ni hablar! -exclamó ella, tras volver a meter el tubo en el bolso-. Los médicos querrían hacer un montón de desagradables pruebas. Además, ¿y si hay algo malo? No quiero saberlo.

– Sin embargo, así te lo podrían solucionar.

– Mira, no he venido a hablar de mi salud. ¿Te importa que hablemos? -preguntó ella, cambiando rápidamente de tema.

– Por supuesto que no.

– Yo… -susurró ella. Dado que ya contaba con la atención de Riley, no sabía por dónde empezar-. Yo… Bueno, se trata de un par de cosas. En primer lugar, de mi hermana. He descubierto que tiene una cierta tendencia a exagerar las cosas, especialmente en lo que se refiere a Zeke. No estoy segura de que él esté haciendo algo.

– Por supuesto que lo está haciendo.

– ¿Cómo lo sabes? -preguntó ella, muy sorprendida por aquella respuesta,

– Él mismo me lo ha dicho. Cuando le dije que me contara lo que estaba haciendo, admitió que había algo, pero me juró que no tenía nada que ver con su matrimonio y que no se trataba de nada ilegal. Me dijo que no había otra mujer.

– Oh… Bueno, eso significa que ya no tenemos que seguir vigilándole. Al menos, yo no quiero seguir haciéndolo. Si tú sí lo deseas, depende de ti Espero que no se esté acostando con Pam. Eso sería… Demasiado desagradable. Y, hablando de Pam, ella vino a visitarme hoy y me ofreció alquilarme su nueva cocina industrial en el hotel que está a punto de abrir. Aunque no me gusta estar implicada con ella en nada, me imaginé que podría utilizarla y así ver qué hace ella. Desde la distancia, por supuesto.

Riley se puso de pie y rodeó el escritorio. Entonces se sentó sobre la mesa, muy cerca de Gracie

– ¿Qué es lo que te ha dicho?

– Bueno, sabe que hago pasteles y me ha ofrecido sus hornos por un precio, por supuesto. Fui a verlos y me parecieron fabulosos, por lo que acordamos que yo se los iba a alquilar para poder trabajar allí.

– Me parece un buen plan. Entonces, ¿por qué no me pareces demasiado contenta?

– No me pasa nada. Estoy bien.

– Mira, Gracie, a mi no me engañas. Sé que ha ocurrido algo.

– Yo… -susurró ella, tragando saliva-. Bueno, mi madre vino a verme hace un par de días. No estaba muy contenta con la foto del periódico ni con el artículo. Me dijo que yo iba a hacer que volvieran a empezar las habladurías. Que lo que había hecho durante la adolescencia era malo, pero que ahora resultaba patético. Yo creo que sería mejor que no siguiéramos investigando juntos -añadió, sin dejar dé mirar el suelo-. Así, la gente no hablará de nosotros. Yo puedo afrontar muchas cosas, pero que me llamen patética no es una de ellas. Entre haber regresado, los pedidos que tengo que hacer, mis hermanas y todo lo demás…

Riley la contempló durante un instante. Entonces, le tomó las manos y la hizo ponerse de pie. Antes de, que ella pudiera hablar, la tomó entre sus brazos.

– Las familias lo fastidian todo -murmuró contra el cabello de Gracie-. Mira lo que mi tío me está haciendo a mí.

– Jamás me había parado a pensarlo antes y no lo quiero pensar ahora, pero tal vez tengas razón.

– Por supuesto que la tengo.

Por mucho que a Riley le gustara tenerla en brazos, la soltó y le enmarcó el rostro entre las manos.

– Tú no eres patética -afirmó-. Nadie cree que lo seas. Si tu madre te ha dicho eso, se equivoca. No sé que le ha llevado a decir eso pero no es tu problema. ¿Me comprendes?

Gracie asintió. A Riley le dio la sensación de que ella estaba a punto de echarse a llorar. Trató de ser fuerte, pero, como todos los hombres, sería capaz de hacer cualquier cosa para evitar que una mujer se echara a llorar. Por lo tanto, hizo lo único que se le ocurrió para distraerla.

La besó.

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