Capítulo 12

Riley observó atentamente para ver cómo Gracie reaccionaba ante aquella declaración. Abrió los ojos, torció algo la boca y dejó caer los hombros. Evidentemente, aquél no era el tema del que había esperado hablar. ¿Significaba aquello que Gracie era culpable de haberle tendido una trampa en más e un sentido?

No había podido decidirse en todo el día. Quería pensar que conocía a Gracie, pero, ¿era así? Era una mujer inteligente, divertida y sensata, pero Riley había conocido a muchas mujeres antes que lo habían utilizado. ¿Era Gracie diferente o tan sólo era mejor ocultándolo?

– Entra -le dijo, conduciéndole hacia la casa.

Riley entró en la cocina detrás de ella. Gracie dejó el bolso sobre la mesa y se volvió para mirarlo. Entonces, se cruzó los brazos encima del pecho.

– Fue sólo una vez -dijo, sonando más a la defensiva qué enfadada-. Las posibilidades de que ocurra algo así son muy remotas.

Riley no podía entender cómo había podido ocurrir. Desde que creyó que había dejado a Pam embarazada, cuando sólo era un muchacho, había tenido mucho cuidado. Sin embargo, la noche anterior…

– Estoy de acuerdo que es poco probable, pero quiero saberlo.

Gracie asintió y se dirigió al enorme calendario que tenía en la pared. Contó los días dos veces. Entonces, suspiró.

– El periodo me debería venir dentro de doce días.

Riley se imaginó que sabía tanto sobre el sistema reproductivo de la mujer como cualquier otro hombre. Se enorgullecía de ser bueno en la cama, pero lo de como se hacían los niños era casi un misterio. No obstante, si recordaba correctamente lo poco que había aprendido en el instituto, la mitad del ciclo era el momento más peligroso. Maldita sea.

– ¿Cuánto tiempo después se puede averiguar que se está embarazada? -preguntó.

– No lo sé… Un par de días, tal vez. Yo jamás he utilizado una prueba de embarazo, pero he oído que son muy rápidas y que no hace falta esperar mucho. ¿No te parece que es un poco prematuro tener esta conversación? ¿No podemos esperar a ver qué ocurre?

– Claro.

Riley ya tenía toda la información que necesitaba. Esperaría hasta que Gracie tuviera el periodo o él tuviera pruebas de que estaba embarazada. Aunque no quería repetir lo ocurrido con Pam, no estaba dispuesto a apartarse de sus responsabilidades. Su padre se había marchado hacía veintiún años, pero él aún recordaba aquel día. Jamás le haría lo mismo a un hijo suyo.

– Todo parece estar contra mí -dijo ella-. Sinceramente, no puedo con más. Tengo mis pasteles, mi familia, tú, la persona que nos está siguiendo, las fotos en el periódico… No puedo con más -confesó, metiéndose en la boca un antiácido-. Pensé que regresar aquí sería fácil, pero no ha sido así. ¿Quién era ese tipo de anoche? ¿Va detrás de mí o detrás dé ti? Supongo que detrás de ti, por las elecciones. Además, tienes un debate dentro de dos días. Me siento muy mal por esto de las fotos, pero no fue culpa mía. Aun así… -añadió. Se sentó en un taburete y apoyó la cabeza entre las manos-. Estoy comportándome como una pésima anfitriona. Hay pastel en el armario y cosas de beber en el frigorífico. Sírvete tú mismo.

Aquella actitud le hizo pensar a Riley que ella no estaba implicada en el asunto. ¿Era su instinto o la entrepierna lo que le decía aquello? Incluso en aquellos momentos la deseaba.

– ¿No tienes comida de verdad? -le preguntó.

– ¿Cómo dices? -preguntó, levantando la cabeza.

– Siempre me ofreces pastel. ¿No tienes nada para preparar un bocadillo o algo para cenar?

– No tengo pan en la casa. Eso sería una locura

– Pero tienes pastel.

– Hago pasteles. Resulta muy difícil no tenerlos en la casa cuando los hago yo misma. Sin embargo, no cocino, por lo que no vas a encontrar nada especial. Creo que tengo unas cuantas latas de sopa. Y mi ensalada de atún. Eso nunca falta en mi vida.

– ¿Comes otra cosas que no sea pastel y atún?

– Claro. Ensaladas. Fruta. Y hay galletas de soja en el armario.

– No, gracias -comentó él, haciendo un gesto de asco. Entonces, se sentó a su lado en otra silla.

– Están muy buenas.

– Estás mintiendo.

– Un poco -admitió ella-. ¿Sigues enojado, conmigo?

– Jamás lo estuve.

– Sí, claro que lo estabas. Cuando yo llegué aquí. ¿Estabas pensando que…? Supongo que no sé lo que estabas pensando, pero seguro que no fue bueno. Yo no… Yo no soy la que está haciendo todo esto.

– Lo sé -dijo Riley, porque quería creerla-. He contratado a un detective privado de Los Ángeles. Va a venir mañana por la mañana para descubrir quién es ese fotógrafo. Cuando sepamos quién está tomando las fotografías, encontraremos a la persona que hay detrás.

– Me muero de ganas por llegar al fondo de todo esto. Los dos nos sentiremos mejor cuando tenemos respuestas.

¿Qué significaba aquello? ¿Que no era la persona que le había tendido la trampa? Riley quería que Gracie fuera inocente, lo que le preocupaba bastante. No quería implicarse con ella. Jamás había visto motivo alguno para pasar más de una noche con una mujer. Mantener las distancias significaba que, nadie podía traicionarle. Entonces, ¿por qué seguía allí?

– Mis hermanas tuvieron un enfrentamiento conmigo hoy. Fue horrible. Alexis cree que me estoy obsesionando contigo. Parece haberse olvidado por completo de que todo esto empezó por ella. Vivian estaba convencida de que yo lo pasé fatal en el instituto, que no encajaba socialmente y que no tengo ni amigos ni, novio. ¿De dónde se sacan todo eso? Yo era una niña completamente normal.

– Estabas un poco desquiciada.

– Tal vez, pero es que tenía una visión algo trastornada del mundo. Por cierto, Pam me está dejando perpleja.

– ¿Pam? ¿Mi ex?

– Sí. Como he estado utilizando su cocina en el hotel, me la encuentro de vez en cuando. Es muy… agradable.

– ¿Estamos hablando de la misma Pam?

– Sí. Alta, delgada, rubia. Con maravillosas ropas, Me molesta decírtelo, pero la verdad es que es muy agradable. Incluso no deja de hablar de ti.

– Vaya.

– Resulta muy extraño. Casi deseo sentir simpatía por ella, pero no puedo. Sin embargo, no sé por qué se comporta así. Jill me dijo que seguía siendo igual que entonces, pero conmigo se ha portado fenomenal. ¿Crees que está tramando algo?

– ¿No crees que de verdad pueda ser así?

– Sé que está mal que yo la juzgue; pero no puedo evitarlo. Quiero que me caiga bien, pero, cada vez que lo intento, una voz en mi interior empieza a gritar, lo que significa que o me está engañando o soy una persona realmente mala.

– No eres una mala persona.

– No me conoces lo suficientemente bien como para decidir.

– Creo que sí.

Riley se puso de pie y le tomó la mano. Entonces, hizo que ella se levantara y la abrazó.

– No importa que Pam no te caiga bien -dijo, besándola en la frente-. No se lo voy a decir.

– Gracias -susurró ella, acurrucándose contra él. Resultaba tan agradable-. Se supone que tú no deberías estar haciendo esto ¿Y eso de usar y tirar?

Riley la miró a los ojos. En aquel momento, habría jurado que podía ver hasta el fondo del alma de Gracie. No había secretos ocultos. Nada.

– Ya te he dicho que no puedo olvidarme de ti -dijo.

– Yo tampoco. Anoche hicimos el amor, ¿verdad? Fue algo diferente a lo de usar y tirar…

– Sí, Gracie, hicimos el amor.

Aquellas palabras surgieron de un lugar muy profundo de su interior. No creía haberlas dicho antes. Hasta Gracie.

¿Qué diablos estaba haciendo? La soltó y dio un paso atrás.

– Tengo que marcharme.

– Bien. Gracias por venir.

Riley se despidió de ella y salió corriendo de la casa. Gracie recordó sus prioridades. Las tenía y no podía olvidarse de ellas. No se implicaba con ninguna mujer, no le importaba y no se quedaba a su lado. Nada iba a cambiar eso. Ni aquella ciudad ni Grade.


Riley se pasó la mañana del debate en su despacho del banco. El departamento de préstamos acababa de mandarle el informe semanal, que Diane le había entregado.

– Esta semana tenemos muchos préstamos de vivienda.

– Ya lo veo -dijo él.

– Esas personas, nuestros clientes, esperan tener treinta años para pagar sus deudas. ¿Qué les va a ocurrir?

Riley no contestó. Los dos sabían lo que ocurriría. Si él cerraba el banco los préstamos tendrían que liquidarse. Todos los clientes tendrían menos de tres meses para asegurarse una nueva financiación. Si no podían hacerlo perderían su casa.

– Sé que piensas que tu tío era una canalla, Riley, pero, ¿estás seguro de que estás obligando a pagar por ello a los responsables?

Riley se quedó atónito. Se quedó mirando a Diane, preguntándose qué le resultaba más sorprendente, que ella lo hubiera llamado por su nombre de pila o que hubiera utilizado palabras algo subidas de tono.

– Estás caminando por una línea muy delgada.

– ¿Vas a despedirme? -le espetó ella, con una sonrisa.

– No.

– Entonces, no veo peligro alguno. Podrías hacer mucho bien aquí. Te gusta el trabajo. Esto es mucho más importante que tu tío. Es la comunidad.

– ¿Quieres que te recuerde que me importa un comino?

– Entonces, me equivoqué al esperar más de ti.

Diane se marchó sin decir nada más. Cuando Riley volvió a quedarse a solas, hizo girar la silla y se puso a mirar el cuadro de su tío.

– Lo siento. No me interesa salvar tu ciudad. Creías que habías ganado esta ronda, que yo haría lo que tú querías sólo para quedarme con el dinero: Sin embargo, las cosas no van a salir tal y como tú esperabas. Voy a ganar yo. Lo único que me apena es que tú no estás vivo para verlo.


Graciee llegó al salón de actos poco antes de las tres. Tenía muchos recuerden sobre el viejo edificio, muchos acontecimientos escolares y muchas reuniones de la infancia. Sabía que el debate se realizaría en la sala más grande, pero no se dirigió hacía allí. Se encaminó hacia la puerta trasera para no causar ningún revuelto. Allí se encontró a Jill.

– He reservado un par de asientos -dijo Jill-. Date prisa. Están a punto de comenzar.

Gracie la siguió al interior. Habían bajado las luces, para dejar sólo iluminado el escenario, en el que ya se encontraban los dos candidatos.

– Hay mucha gente -comentó Jill, cuando se hubieron sentado-. Dudo que nadie se dé cuenta que estás aquí.

– Eso espero. No esperaba tanta gente.

– Yo tampoco, dado que van a retransmitir el debate por la radio.

– Probablemente yo me debería haber quedado allí escuchándolo.

Habría sido lo más sensato, pero quería ver a Riley. Suponía que debía de estar disgustada porque hubieran hecho el amor, pero no era así. Se había sentido tan a gusto entre sus brazos. Y la noche anterior, cuando la abrazó… Le habría gustado que no la soltara jamás.

Se esforzó por ignorar las señales de peligro. Sabía que tener una relación con Riley era un error. La idea que él tenía de una relación era la que duraba dos noches. Ella quería que durara para siempre. Hasta hacía muy poco, Riley había vivido en la plataforma petrolífera y había viajado por todo mundo. Ella casi no salía de su vecindario. No tenían nada en común y…

Frunció el ceño.

A excepción de su aparente incapacidad para comprometerse con una mujer durante más de veinticuatro horas, ¿cuál era el problema? Riley era un tipo genial, a ella le gustaba, se divertían juntos…

– ¿Qué te pasa? -le preguntó Jill-. ¿Te va bien con tu negocio de pasteles?

– Sí. Estoy muy ocupada en esta época del año. Lo de Pam me está resultando difícil.

– ¿Qué ocurre? ¿Se deshacen hasta los pasteles? -comentó Jill riendo.

– En realidad, no. Es muy maja.

– Es imposible.

– Lo sé. Eso me parece a mí también, pero… Es cierto. Resulta agradable, simpática y buena persona. Incluso habla bien de Riley. No sé si debería aceptarla tal y como parece o seguir con cuidado.

– Ya sabes lo que te aconsejo yo.

– Sí. Que mantenga las distancias y que lleve un crucifijo constantemente.

– Exactamente. ¿Va todo lo demás bien?

Gracie asintió. Aunque le hubiera gustado contarle a Jill lo ocurrido con su familia, no era el lugar adecuado. Tampoco le podía contar lo que había ocurrido con Riley. Se lo contaría, pero cuando estuvieran a solas.

Tal vez debería arrepentirse de lo ocurrido. No podía. Lo del posible embarazo le resultaba algo preocupante. Se colocó una mano sobre el vientre y se dijo que no era posible. Le daba la sensación de que, aunque estuviera embarazada, Riley no se casaría con ella por lo ocurrido con Pam en el pasado. No estaba segura de cómo se sentía al respecto. Aunque jamás había planeado ser madre soltera, no podía darle la espalda a su hijo. Si Riley no estaba dispuesto a participar, no importaba. Le entristecía que fuera a alejarse de su hijo, pero sabía que casarse por un embarazo era sembrar la semilla del desastre. No quería una relación basada en imposiciones. Quería amor eterno hasta que la muerte los separase.

– ¿En qué estás pensando? -le preguntó Jill-. Tienes un gesto muy extraño en el rostro.

– ¿Cómo supiste que Mac era el hombre de tu vida?

Simplemente lo supe. Al principio, sólo éramos amigos. Bueno -comentó Jill con una sonrisa-. Para él sólo éramos amigos y yo estaba loca por él. Cuando estábamos juntos, lo pasábamos genial. Cuanto más lo conocía, más deseaba saber de él. De repente, supe que estaba enamorada de él ¿Por qué me lo preguntas? ¿Estás…?

– Buenas tardes, señoras y caballeros -dijo el moderador, interrumpiendo a Jill-. Bienvenidos al único debate electoral entre nuestro alcalde en la actualidad, Franklin Yardley, y su rival, Riley Whitefield.

– No te creas que me voy a olvidar de lo que estábamos hablando -murmuró Jill. Inmediatamente, centró su atención en el escenario.

Gracie escuchó atentamente la introducción de los dos candidatos. Franklin Yardley tenía un aspecto impoluto y elegante, como siempre, pero era mucho mayor que su rival. Riley contaba con la ventaja de la juventud; el atractivo y el misterio. Gracie estaba segura de que no era la única mujer de entre la audiencia que pensaba de aquella manera.

El moderador explicó que cada uno de los candidatos realizaría una declaración en solitario y que luego ambos responderían -a las preguntas del panel de invitados, que estaba formado por periodistas y profesores de universidad. Al final, habría una declaración final de cuatro minutos. Antes del debate, se había echado a suertes y sería Riley el primero en comenzar.

Gracie lo observó atentamente. Le pareció que estaba muy guapo. El traje oscuro le sentaba muy bien. Se había recortado un poco el cabello y se lo había apartado del rostro. El pendiente de diamantes relucía con los focos del escenario.

Gracie se preguntó si los ciudadanos de Los Lobos elegirían un candidato con pendiente.

– El alcalde Yardley lleva dieciséis años sirviendo a esta comunidad -empezó Riley con una sonrisa-. Es la mitad de mi vida. Ha visto buenos y malos tiempos de esta ciudad. Ha aprendido los entresijos de su trabajo. Yo diría que, después de tantos años, no hay sorpresas. Es un profesional y un hombre de muchas cualidades. Por mi parte, yo he pasado los últimos catorce años de mi vida recorriendo el mundo. Al final, descubrí que sólo había un lugar al que podía llamar mi hogar. Mientras el lado más sentimental de mi personalidad aprecia que Los Lobos prácticamente no haya cambiado en este tiempo, el nombre de negocios que llevo dentro me hace pensar si eso es lo mejor. Si queremos que nuestros hijos tengan educación superior para que puedan acceder a un mejor nivel de vida, necesitamos dinero para pagar los colegios. Si queremos una comunidad independiente que no esté a merced del dinero de los turistas, tenemos que crear un plan nuevo e innovador que nos lleve hacia adelante sin hacernos perder el contacto con los valores y filosofías que nos convierten en lo que somos.

– Es muy bueno -susurró Jill-. Me siento muy impresionada.

– Yo también.

Riley terminó su declaración y los presentes le dedicaron un sonoro aplauso. El alcalde Yardley habló a continuación, desgranando lo que había logralo durante sus mandatos. Al lado de Riley, parecía incómodo y fuera de lugar.

Cuando empezaron las preguntase Riley parecía tener una visión fresca e innovadora sobre cada uno de los temas, mientras que Yardley no hacía más que reiterar lo que había hecho antes. Incluso desde la distancia a la que se encontraban, Gracie creyó ver que el alcalde empezaba a sudar.

– Riley va a ganar -murmuró Jill.

Gracie se sintió muy orgullosa, como si ella tuviera algo que ver con el éxito de Riley. Cuando terminó de responder, todos los presentes se levantaron y le dedicaron una sonora ovación. Hicieron falta varios minutos para que la sala volviera a quedar en silencio. Entonces, Franklin Yardley empezó a hablar.

– Todos parecéis muy entusiasmados con mi oponente -dijo-. Sin embargo, hacen falta más que ideas para que una ciudad funcione. Hace falta práctica y experiencia. Y carácter. Todos me conocéis. Sois mis vecinos, mis amigos. Habéis estada en comités con mi esposa, habéis ido al colegio con mis hijos y habéis jugado al golf conmigo. Conocéis mis secretos, lo bueno y lo malo que hay en mi…

– Se te da muy mal jugar al póquer, Franklin -gritó alguien.

– Así es -admitió el alcalde-. Jamás se me ha dado bien. No sé mentir. Las cosas que me importan son mi familia y esta ciudad. Llevo aquí toda mi vida. Cuatro generaciones de Yardley han servido a Los Lobos Tal vez haya llegado el momento del cambio. Tal vez yo ya haya hecho todo lo que soy capaz de hacer, pero, ¿es Riley Whitefield el hombre que de verdad queréis? Es joven. Inexperto. La mayoría de vosotros sabéis que se marchó a buscar fortuna cuando su madre se moría de cáncer. Ni siquiera regresó para verla. Ése no es él ejemplo que yo quiero para mis hijos.

– Eso no fue lo que ocurrió -susurró Gracie-. Él no lo sabía.

– ¿Crees que a Yardley le preocupa ese detalle? -replicó Jill.

Gracie miró hacia el escenario, buscando alguna reacción por parte de Riley. Él permaneció sentado, con expresión tranquila.

Sin embargo, el alcalde no había terminado.

– Entonces, Riley sólo era un muchacho. Tan sólo tenía dieciocho años. Lo había pasado mal, dejando embarazada a una chica, casándose con ella para luego divorciarse. Sin embargo, las personas cambian. El muchacho se convierte en hombre. Se cambia, al menos algunas personas. En el caso de Riley no estoy tan seguro.

Gracie sintió que se le empezaba a formar un nudo en el estómago. Le daba la sensación de que todo iba muy mal.

– ¿A quién queréis como líder de esta comunidad? -prosiguió el alcalde-. ¿A un hombre en el que podéis confiar? ¿A un hombre que jamás os ha mentido? ¿O a Riley Whitefield, que es un desconocido para todos nosotros? No sólo abandonó a su madre moribunda, sino que ha regresado para aprovecharse de nuestra Gracie Landon. Ella lleva años amándolo fielmente y él la ha pagado con traición y escarnio. No sólo está embarazada en estos momentos, sino que Riley se niega a hacer una mujer decente de ella.

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