Como el suelo parecía estar tardando demasiado tiempo en tragársela, Gracie empezó a desear que un enorme dinosaurio apareciera de repente para tragársela entera, que los alienígenas fueran a abducirla. Aceptaría de buen grado que los extraterrestres se la llevaran con tal de no estar allí delante del hermoso rostro de Riley Whitefield. Incluso soportaría los experimentos médicos sin rechistar.
No lo había visto desde el verano en el que ella cumplió catorce años. Entonces, él tenía dieciocho años y estaba atrapado en aquel estado de medio adolescencia y medio madurez que resultaba tan atractivo e incómodo a la vez. Había crecido, había engordado un poco, se había puesto más guapo y había adquirido un aspecto algo más peligroso. Sin embargo, la incredulidad que se le adivinaba en los ojos hacía que Gracie quisiera morirse allí mismo.
– Puedo explicártelo -dijo. Entonces, preguntó si de verdad podría hacerlo. ¿Sería capaz dé encontrar las palabras que lo convencieran de que no seguía siendo una acosadora a la que acababan de soltar de una institución mental?
– ¿Gracie Landon?
Ella notó que Riley había bajado el arma. Era algo.
– Esto no es lo que te estás pensando -dijo ella, dando un paso atrás. Tal vez sería mejor para los dos que ella simplemente desapareciera. ¿Dónde estaba su hermana? Era típico que Alexis desapareciera cuando las cosas se ponían feas. Siempre dejaba que Gracie cargara con el peso de sus actos.
– ¿No estabas rondando mi casa y tomando fotografías?
– Bueno, sí. Eso es precisamente lo que estaba haciendo pero no tenía nada que ver contigo.
Riley tenía los ojos del color de la medianoche. Al menos, así le habían parecido a Gracie, cuando era una adolescente. Había escrito unos versos realmente malos sobre aquellos ojos y sobre la boca. Se había imaginado cómo la besaría cuando por fin recobrara la cordura y se diera cuenta de que estaban hechos el uno para el otro. Incluso les había escrito poemas a sus novias después de que él las dejara compadeciéndolas por su dolor.
“Sí, mi querida Jenny. Sólo yo puedo comprender la magia del momento cuando él te toma la mano…“
Gracie se colocó la mano sobre el estómago. La acidez la estaba matando. La mayoría de los días ni siquiera se acordaba de dónde había dejado las llaves, pero recordaba la malísima poesía que había escrito hacía muchos años…
– Creo que me pasa algo -musitó ella.
– De eso estoy seguro.
– No estás colaborando a resolver la situación ¿sabes? Sé que esto no parece nada bueno, pero te aseguro que no estoy aquí por ti. Se supone que mi cuñado Zeke te está ayudando con tu campaña esta noche. De eso se trata -añadió, mostrándole la cámara.
– ¿Ahora vas a por tu cuñado?
¿Cómo dices? -replicó ella escandalizada-. Por supuesto que no, Dios mío… Mi hermana Alexis me ha pedido que… Olvídalo -concluyó, dirigiéndose de nuevo al lugar en el que había aparcado el coche.
– No tan rápido-afirmó Riley, agarrándola del brazo-. No te puedes presentar aquí, tomar fotografías y luego marcharte. ¿Cómo sé que no me has puesto una bomba en el coche?
Gracie se soltó de un tirón y cuadró los hombros antes de darse la vuelta para mirarlo.
– Yo jamás traté de hacerte daño -dijo con toda la tranquilidad que pudo reunir cuando lo único que quería hacer era salir corriendo. Aquello no era justo-. Cuando me gustabas, trataba de impedir que salieras con tus novias pero nunca le hice daño a nadie.
– Te tumbaste delante de mi coche y me suplicaste que te atropellara.
El rubor le cubrió inmediatamente las mejillas. ¿Por qué no podía nadie dejar tranquilo el pasado? ¿Por qué tenían que diseccionarse en público todos los humillantes detalles de su vida?
– Eso tenía que ver con el dolor que yo sentía, no con hacerte daño a ti -contestó. Respiró profundamente. Se recordó que tenía que tener pensamientos positivos. Y un par de antiácidos. Eso era lo único que necesitaba-. Siento haberte molestado. Siento que mi hermana me convenciera para venir aquí. Sabía que sería una mala idea. No volverá a ocurrir. Sean cuales sean los problemas que ella tiene con Zeke, no pienso meterme. Jamás.
– ¿De qué problemas estás hablando?
– Es algo personal.
– Mira, niña, desde el momento en el que empezaste a tomar fotografías a través de mi ventana es también asunto mío.
Tenía razón.
– Zeke se ha estado comportando de un modo muy extraño. Sale por la noche hasta muy tarde, no quiere hablar… Dice que está ocupado con tu campaña todo el tiempo, pero Alexis cree que está teniendo una aventura.
Riley soltó una maldición y volvió a agarrarla Del brazo.
– Muy bien. Vamos.
– Suéltame,
Riley no la soltó. Empezó a andar y a arrastrarla con él.
– ¿Adónde vamos? -preguntó ella.
– Dentro. Tenemos que hablar. Si mi jefe de campaña está engañando a su esposa, quiero saberlo todo.
– Yo no creo que sea así. No me parece esa clase de persona. ¿A qué hora terminó la reunión que tenías esta noche con él?
Riley se detuvo en seco en el porche. La luz de la lámpara que allí había le iluminaba sus perfectos rasgos, ojos oscuros, pómulos marcados y la clase de boca que hacía que las mujeres normalmente razonables quisieran hacer algo realmente pecaminoso. Seguía llevando un pendiente, pero un diamante había reemplazado al aro de oro que Gracie recordaba tan bien.
– No teníamos una reunión esta noche – dijo-. Llevo tres días sin ver a Zeke.
El dolor de estómago empeoró. Gracie se soltó de Riley y se frotó la tripa.
– Eso no puede significar nada bueno.
– Eso precisamente es lo que me parece a mí. Entra. Quiero que me lo expliques desde el principio y que me digas todo lo que sabes sobre Zeke y esta supuesta aventura.
– En primer lugar, no sé si tal aventura es real. Alexis podría estar exagerando.
– ¿Suele hacerlo? -preguntó Riley, mientras abría la puerta principal y le indicaba que entrara a la casa.
– Creo que no. Puede ser. Yo vivo en Los Ángeles. No paso mucho tiempo con ella.
Gracie entró en la casa y se detuvo en seco. El vestíbulo era enorme. Muy hermoso y antiguo, con techos muy altos, y unos muebles tan bonitos y antiguos como para monopolizar una revista de antigüedades al completo.
– Vaya, es precioso. Creo que mi casa entera entraría en este vestíbulo.
– Sí, es muy grande. La biblioteca está por aquí.
Una vez más, Riley la agarró por el brazo y tiró de ella. Gracie pudo vislumbrar de pasada un elegante comedor y un salón antes de que él la metiera en la biblioteca. Allí la soltó y se dirigió a bandeja de los licores para servir dos copas de lo que parecía whisky. Gracie dejó su Polaroid.
– Déjame que te diga para que conste que yo… -dijo frotándose de nuevo el brazo. No recuerdo que antes maltrataras a las mujeres.
– No confío en ti -replicó él, entregándole la copa.
– Todo eso ocurrió hace catorce años, Riley. Debes dejar atrás el pasado.
– Yo estaba muy contento hasta que tú te has vuelto a presentar aquí. Me torturaste durante dos años. Escribieron sobre ello en los periódicos. Las crónicas de Gracie, lo llamaban…
– Sí, bueno, eso no fue culpa mía. ¿Podemos hablar de algo más relevante? ¿De Zeke?
– ¿Por qué cree Alexis que está teniendo una ventura?
– No lo sé. Llega tarde a casa y no le dice dónde ha estado.
¿Cuánto tiempo lleva ocurriendo eso?
– Unas seis semanas. Al principió, ella se imaginó que de verdad estaba trabajando en tu campaña, pero empezó a llegar cada vez más tarde y cuando no le decía nada de lo que estaba haciendo… ¿Por qué te vas a presentar a alcalde? No me pareces el prototipo del político.
Riley no hizo caso de la pregunta y le señaló la copa.
– ¿Prefieres otra cosa?
Gracie olió el vaso y lo dejó sobre la presa.
– No, está bien. Simplemente es que el estrés me afecta mucho al estómago -dijo. Se sacó un paquete de antiácidos del bolsillo y se echó un par de ellos a la boca -. Es una habitación muy bonita.
Riley vio que ella estaba mirando las enormes estanterías repletas de libros. No se molestó en decirle que aquella era una de las pocas habitaciones en las que se sentía cómodo dentro de aquella enorme casa.
– Háblame de Zeke.
– Háblame tú -replicó ella, sentándose sobre el sofá de cuero que había frente a la chimenea-. Es tu jefe de campaña. ¿Está teniendo una aventura?
– No tengo ni la menor idea -afirmó Riley, apoyándose contra el escritorio-. No hace más que hablar de Alexis. Yo diría que la adora.
– Sin embargo, vuestras reuniones no duran hasta las tres de la mañana.
– Me presento a alcalde, no a presidente -comentó Riley con una sonrisa.
– Sí, eso es lo que me había parecido. Bueno, supongo que tendré que decirle a Alexis que no estaba aquí. No le va a gustar.
A Riley tampoco le gustaba. Sólo faltaban cinco semanas para las elecciones y no se podía permitir un escándalo, y mucho menos cuando por fin estaba haciendo progresos con los ciudadanos de Los Lobos. Se sentó y tiró de la fotografía que aún estaba colgando de la cámara. Después de quitar la capa protectora, observó la instantánea. Mostraba techo de la biblioteca y unas cuantas estanterías. Nada más.
– No se te da muy bien -le dijo a Gracie.
– Ni quiero -replicó ella-. A pesar de lo que pienses de mí no me he educado para ser espía o acosadora profesional. Me gano la vida haciendo pasteles de boda,
Gracie se sentía enojada e indignada, pero también algo avergonzada. El rubor le teñía las rejillas y el labio inferior le temblaba ligeramente. Se había hecho una mujer, pero, en lo básico, seguía siendo la misma. Los mismos enormes ajos azules, el largo cabello rubro y un aire de determinación que, en el pasado, había aterrorizado Riley.
– Lo siento -dijo ella-. Siento esto y todo lo demás. Ya sabes, lo de antes.
– ¿Estamos hablando de los polvos pica-pica que me echaste en los calzoncillos?
– Sí, bueno… Mirándolo bien, no me puedo creer lo que te hice. Fue horrible.
– La gente de por aquí aún sigue hablando al respecto.
– Ni que lo digas. Todo el mundo consigue dejar atrás el pasado, pero yo no. No. Yo me he convertido en una leyenda. Tengo que decir que es una verdadera lata.
– De hecho, tienes que reconocer que eras muy creativa.
– Era más bien una amenaza. Sólo quería… -dijo. Se volvió a sonrojar-. Bueno, los dos sabemos lo que quería.
– ¿Sales con muchos hombres ahora?
– Con algunos, pero tengo cuidado de no traerlos aquí.
– No quieres que se enteren de aquella vez que me metiste una mofeta en el coche y la dejaste allí encerrada durante un par de labras, ¿verdad?
– Te acordarás que yo te pagué la limpieza del coche.
– Mi coche jamás volvió a ser el mismo. Tuve que venderlo. En una subasta -comentó Riley, levantando su copa-. Estabas empeñada en que Pam y yo rompiéramos -añadió. Basándose en lo que había ocurrido, tal vez debería haberle hecho caso.
– Bueno, ¿qué vamos a hacer ahora? -preguntó ella, cambiando de tema.
– Me comprometo a descubrir qué está tramando Zeke. En estos momentos no necesito ningún problema. ¿Puedes conseguir que tu hermana se contenga un poco hasta que yo tenga información más concreta? Me lo debes -concluyó al ver que Gracie dudaba.
– Lo sé. Bueno, está bien. Haré lo que pueda con Alexis, pero no te puedo prometer más de un par de días. Es una mujer decidida.
– Y todos sabemos perfectamente lo que ocurre cuando las Landon os decidís por algo.
– Exactamente -afirmó ella poniéndose de pie-. Lo siento mucho, Riley. Sé que la disculpa llega catorce años demasiado tarde, pero lo digo de corazón. Jamás tuve la intención de convertir tu vida en un infierno.
– Te lo agradezco.
– ¿Quieres que te deje el número de mi teléfono móvil para que te puedas poner en contacto conmigo para lo de Zeke o prefieres llamar a Alexis directamente?
– Creo que será mejor que te lo diga a ti -contestó él. Le entregó un bloc de notas, en el que ella escribió rápidamente un número
– Mi cámara.
Riley se la entregó.
– ¿Cuánto tiempo vas a permanecer en la ciudad? -le preguntó él.
– Unas cuantas semanas. Mi hermana pequeña, Vivian, se va a casar. He venido para ayudar a organizar la boda y para preparar el pastel. He alquilado una casa a las afueras. Necesito una cocina para realizar el resto de mis pedidos.
– Te llamaré.
Gracie asintió. Entonces, empezó a juguetear con la cámara entre las manos como si quisiera decir algo más. Riley esperó, pero ella se encogió de hombros y se dirigió hacia el vestíbulo. Él la siguió hasta la puerta principal. Cuando salió al exterior, Gracie se volvió para mirarlo.
– No me equivoqué con Pam -dijo.
– Debería haberte escuchado.
– ¿De verdad? -replicó ella con una sonrisa.
– Sí. Hasta una ardilla ciega encuentra a veces la bellota, Gracie. Buenas noches.
Riley cerró la puerta, pero no se apartó. Le pareció oír un golpe seco, como si ella le hubiera dado una patada.
– Eso ha sido un golpe bajo, Riley -gritó ella-. Un golpe muy bajo.
A pesar de todo lo que había ocurrido y todo lo que aún le quedaba por hacer, Riley sonrió y regresó a la biblioteca.
Mientras se alejaba de la casa de Riley, Gracie se sentía furiosa.
– Una ardilla ciega -musitó-. La opinión que yo tenía sobre Pam no se basaba en elucubraciones. Qué desagradecido. Si me hubiera escuchado, ni siquiera se habría casado con ella.
Golpeó el pie contra el suelo y luego se detuvo en la acera. No se veía el coche ni a Alexis por ninguna parte. Aunque Los Lobos no era una ciudad muy grande, la distancia que había entre la mansión de, los Whitefield y el barrio de clase media en el que vivía su madre se podría considerar sin duda alguna una buena caminata.
Giró a la izquierda y empezó a caminar. La noche resultaba fresca y agradable, con un ligero aroma a salmuera en el aire. Aunque había estado mucho tiempo fuera, la ciudad seguía resultándole familiar. Le gustaba la cercanía, del océano y la tranquilidad de las calles. En Los Ángeles vivía en una zona muy tranquila, pero, a pesar de todo, era mucho más bulliciosa qué su ciudad natal.
En la esquina, se volvió a mirarla casa de Riley y sonrió… Seguía estando tan guapo… Suponía que podía contentarse con el hecho de que, incluso con trece años, había tenido un gusto excelente para los hombres. Riley había mejorado con la edad. Tenía el atractivo misterioso y seductor de un ángel caído. Un ángel con un pendiente de diamante en la oreja.
A pesar del shock y de la vergüenza que había sentido al volver a verlo, había notado algo. Chispas. Atracción. Sin dudas sólo por su parte, como siempre, lo que significaba que tendría que asegurarse de no hacer nada al respecto. No pensaba volver a las andadas.
De repente un coche se detuvo a su lado. Era el de Alexis. Su hermana bajó la ventanilla
– Has escapado. Me alegro. Entra.
– ¿Qué quieres decir con eso de que “me he escapado”? -preguntó Gracie, mientras abría la puerta y se sentaba-. ¿Acaso te preocupaba que Riley me tomara como prisionera y me torturara para obtener información?
– No sabía lo que iba a ocurrir. No me puedo creer que el flash de tu cámara sea tan brillante.
– Yo tampoco. Supongo que no es lo que de verdad debería utilizar para mi trabajo como espía. Me dejaste allí sola, hermanita. ¿A qué vino eso?
– Lo siento, No podía correr el riesgo de que me pillaran allí.
– ¿Y yo sí? ¿Tienes idea de lo que Riley pensó cuando me encontró allí, acechando debajo de su ventana?
– Nada que no haya pensado en más de un millón de ocasiones con anterioridad.
Aquel comentario dolió mucho a Gracie.
– Me gustaría que todo el mundo recordara que, desde entonces, he crecido… Bueno, no importa. Tengo la información que querías.
– ¿Qué quieres decir?
– Le he preguntado a Riley sobre Zeke.
– ¿Cómo? ¡No!
Alexis pisó el freno con fuerza. Por suerte, Gracie se había puesto el cinturón de seguridad, pero tuvo que apoyarlas manos con fuerza contra el salpicadero.
– Le he hablado del problema y él tiene respuestas. ¿A qué viene esta reacción?
– Porque es algo íntimo. No quería que nadie lo supiera. Es una cosa familiar y se supone que ha de ser un secreto, aunque, en realidad, jamás debí esperar que tú comprendieras algo así.
Gracie se quedó atónita. No sabía si su hermana se refería a lo de familiar o a lo de secreto. De hecho, no estaba segura de que le importara.
– Tú me metiste en esto -le recordó-. Yo fui a esa casa para ayudarte.
– Lo sé… Lo siento, es que… Bueno, ¿qué te dijo?
– Que, por lo que él sabe, Zeke te ama y te adora, pero esta noche no ha estado trabajando con él en la campaña.
– ¿Algo más?
Gracie dudó. En aquel momento, Alexis detuvo el coche delante de la casa de los Landon y apagó el motor.
– ¿Qué? -preguntó.
– Riley va a hablar con Zeke para preguntarle lo que está haciendo.
Alexis apoyó la cabeza sobre el volante y lanzó un gemido.
– Dime que no es cierto.
– Claro que lo es. A mí no me parece tan mala idea. Tú no estás dispuesta a hablar con tu marido y alguien tiene que averiguar la verdad. Cuando sepas que no está teniendo una aventura, te sentirás mejor. Si fueras tú la que te decidieras a hablar con él…
Alexis abrió la puerta del coche.
– No lo comprendes. Pero no es tan sencillo. No estoy segura de querer saber la verdad de lo que está haciendo. Si efectivamente está teniendo una aventura… No quiero dejarlo, pero lo haré.
En aquellos momentos, Gracie no quería tener aquella conversación ni ninguna otra. Sólo llevaba en casa un par de días y aquello era demasiado.
– ¿Por qué no esperas a descubrir la verdad? -le preguntó.
– Tienes razón. Lo haré. ¿Es que no vas a entrar? -quiso saber Alexis, señalando la casa.
En aquel momento a Gracie le hubiera gustado escaparse a su casita de alquiler, pero asintió y salió del coche. Entraría, saludaría a todo el mundo y se marcharía. Podría racionalizar su decisión diciendo que tenía que deshacer la maleta, pero la verdad era que quería irse porque necesitaba distancia. Demasiados asuntos familiares demasiado rápidamente.
Las dos hermanas se dirigieron juntas a la casa. Mientras Alexis abría la puerta, a Gracie le pareció escuchar gritos desde el interior.
– Eso no puede ser nada bueno -dijo.
– A mí me parece que es Vivian -afirmó Alexis-. Espero que no haya vuelto a cancelar la boda.
– ¿Cómo dices?
Antes de que Gracie pudiera presionar a su hermana mayor para que le diera detalles al respecto, Alexis entró en la casa. A Gracie no le quedó más remedio que seguirla.
Vivian estaba en medio del salón, con el rostro lleno de lágrimas y el rimel corrido por todo el rostro. Su madre estaba sentada en el sofá, con varias revistas de novias sobre la mesa. Cuando vio a Gracie y a Alexis, Vivian sorbió por la nariz.
– Odio a Tom -dijo con voz desafiante-. Es egoísta y malvado. No me voy a casar can él.
– Por supuesto que te vas a casar con él -dijo Alexis con voz tranquilizadora-. Acabas de tener una discusión con él, ¿no? Dime de qué se trata.
– De la despedida de soltero -susurró Vivian entre sollozos. Dijo que yo no podía ir, pero, si no estoy allí, ¿cómo voy a saber lo que está haciendo? No me importa que vean películas, que beban y todo lo demás, pero no quiero que tenga bailarinas de striptease.
– ¿Y él sí quiere?
– Me dijo… me dijo que no dependía de mí -respondió Vivian entre hipos-. Me dijo… me dijo que, hasta que estuviéramos casados, él no tenía que hacer lo que yo le dijera.
Gracie quería estar en cualquier lugar menas allí. No sabía si simplemente podía excusarse y marcharse rápidamente y fingir que tenía que utilizar el baño urgentemente. Se quedó atónita cuando expresó su opinión.
– ¿Le has dicho que el hecho de que tú quieras estar en la despedida de soltero no tiene nada que ver con el hecho de decirle lo que tiene que hacer y sí mucho con empezar vuestro matrimonio en un estado de amor y confianza? Yo jamás he comprendido la necesidad de los hombres, ni le las mujeres, por celebrar una fiesta en la que podrían ocurrir muchas cosas que, potencialmente, podrían destruir la relación que se está tratando de celebrar con una boda.
Todas se volvieron para mirarla. Alexis sacudió la cabeza, como si estuviera tratando de desanimar a una niña no demasiado lista. Su madre se levantó y abrazó a Vivian, que había empezado de nuevo a llorar.
– Supongo que la respuesta es no -murmuró Gracie.
Cada vez se sentía más fuera de lugar.
– Todo saldrá bien hija mía -le dijo su madre a Vivian-. Tom y tú hablaréis por la mañana y todo volverá a ser como antes.
– Supongo… supongo que sí. Yo sólo quiero que me quiera…
– Por supuesto que sí. Todo va a salir bien…
Gracie señaló la puerta.
– Yo os dejo a vosotras para que os ocupéis. Yo me marcho.
– Buena idea -dijo su madre.
Gracie trató de no sentirse como si hubiera empeorado la situación. Se marchó a su casa de alquiler y, con un sentimiento de alivio, se dejó acoger por su tranquila oscuridad. Los interruptores de la luz se ocuparon de destruir la penumbra. Con sólo mirar la cocina, Gracie recuperó el buen humor.
Cazuelas, hornos, libros de cocina… Aquél era su mundo. Su casa en Torrance, sus pedidos, su perfecta cocina con tres hornos enormes y orientación al sur. Era un mundo que comprendía, un mundo en el que era simplemente Gracie. No era la hija ni la hermana de nadie. Allí no cometía errores. No se sentía fuera de lugar.
¿Había sido un error regresar a casa? La decisión había sido tomada y ya no podía dar marcha atrás.
– Sólo serán unas pocas semanas -se recordó. Entonces, podría alejarse de todo aquello sin mirar atrás.