Gracie estaba de pie delante de su horario y se preguntó cuánto tiempo faltaría hasta que todo saltara por los aires. Aunque quería creer que Neda Jackson no divulgaría las noticias, sabía que su suerte no podía ser tan buena. Si no escribía su artículo perdería mucho dinero. Como los tabloides eran los que más pagaban, a Gracie le daba la sensación de que allí seria precisamente donde Neda se dirigiría.
No importaba el tiempo que tardara en hacerlo. Además, aún tenía pasteles que preparar y decorar. Desde lo ocurrido el día de la entrevista con Neda, no había vuelto al hotel de Pam. En cierto modo, no se podía deshacer de la sensación de que había sido ella la culpable de todo aquello. Hasta que Gracie supiera cómo demostrarlo, no quería verla. Un coche se detuvo delante de la casa. Desde que se reconcilió con su madre, Gracie se sentía mucho menos preocupada por los visitantes. Se dirigió corriendo hasta la puerta principal y sonrió cuando vio un Mercedes aparcado junto a su coche y un hombre muy guapo dirigiéndose hacia ella.
– ¿No tienes un banco del que ocuparte? -preguntó, tratando de no prestar atención al aleteo que sentía en el corazón.
– Tengo empleados -contestó él; tras darle un beso-. Es una de las ventajas de ser jefe.
– ¿A qué se debe tu visita? -1e preguntó Gracie, mientras lo acompañaba a la cocina.
– Tengo buenas noticias sobre Zeke. No tiene ninguna aventura, ni nada que se le parezca.
– ¿Cómo? ¿Has hablado, con él? ¿Qué es lo que hace en las noches en las que desaparece?
– Prepárate. Está actuando.
– ¿Cómo dices?
– Eso mismo fue lo que dije yo. Aparentemente, Zeke siempre ha querido ser humorista. Entonces, conoció a Alexis y se enamoró. Dejó la idea, pero, últimamente, le ha estado preocupando de nuevo. No quiere vivir el resto de su vida arrepentido de lo que ha hecho con ella, por lo que está tratando de abrirse camino.
– ¡Vaya! Zeke jamás me pareció tan divertido… ¿Y por qué no se lo dijo a Alexis?
– No lo comprendo. En parte es porque están pensando en empezar una familia y a él no le pareció que el hecho de que él dejara su trabajo hiciera que Alexis se sintiera muy segura. Ha estado yendo a clubes en Santa Bárbara y Los Ángeles para trabajar con su número. Hace un par de semanas, unos tipos del programa televisivo de Jay Leno lo vieran y ha estado esperando una llamada.
– Jamás me lo habría imaginado. ¿Se lo va a decir a Alexis?
– Le he convencido de que es lo mejor. Tuve que amenazarlo.
– ¿Con violencia física?
– Sí. Fue la mejor pelea que he tenido desde hace muchos años. Además, Zeke no es un hombre muy fuerte. Se echó atrás inmediatamente
– Me siento muy orgullosa de vosotros -dijo ella, abrazando a Riley-. Bueno, un problema menos. Ya sólo nos quedan cincuenta millones.
– ¿Es eso lo que te parece? -preguntó él, acariciándole la espalda.
– Todos los minutos del día.
– En ese caso, nos ocuparemos del siguiente. Pam y de las cajas.
– ¿Y por qué iba a estar Pam implicada en todo esto?
– No tengo ni idea, pero me parece muy sospechosa. Sólo tenemos que descubrir qué es lo que está haciendo.
– Dime que no vamos a vigilar su casa -replicó Gracie, con un gesto de aprensión.
Riley dio un paso atrás y sonrió.
– Estaré aquí a las ocho. Vístete de negro. Ah, y llévate la cámara.
Cuando Riley se marchó, Gracie siguió trabajando en sus pasteles. Como el horno no era el adecuado, el trabajo llevaba más tiempo del que hubiera sido necesario. Acababa de sacar un molde del horno cuando el teléfono móvil empezó a sonar.
– Gracie -dijo.
– ¿Cómo has podido? -le preguntó una voz femenina, llena de furia-. Ni siquiera te puedo decir lo horrible que creo que eres.
– ¿Cómo dice? -replicó Gracie atónita-. ¿Quién es usted? Creo que se ha equivocado de número.
– Eso es lo que querrías tú. Te odio. Jamás te perdonaré. Y, maldita sea, quiero que me devuelvas mi depósito ahora mismo. ¿Cómo te has atrevido a hacerte pasar por una profesional? Eres una mentirosa. Mi padre es abogado y voy a hablar con él para demandarte por… por no sé qué, pero por algo. Eres asquerosa.
Gracie sintió que-el estómago se le encogía.
– ¿Con quién estoy hablando? -preguntó con tanta tranquilidad como pudo.
– Con Sheila Morgan. Se suponía que tenías que hacer mi pastel de bodas el mes que viene. Me mentiste, Gracie. Me mentiste en todo. Ahora, tendré que encontrar a otra persona. Espero que te pudras en el infierno. Estoy tan enfadada que ni siquiera se me ocurren cosas malas que decirte.
La llamada de teléfono terminó secamente. Gracie apretó el botón y miró la pantalla. Entonces, decidió apagarlo.
Veinte minutos más tarde, estaba en la cola del supermercado. Los tabloides semanales aún estaban atados. Leyó rápidamente los titulares. Lo vio en el tercero que examinó.
La pastelera de las estrellas utiliza mal la mezcla.
A1 lado del titular, había una caja de masa de pastelería. Tomó uno de los periódicos y fue pasando las páginas hasta que encontró el artículo. Sólo ocupaba media página, pero había una foto de su coche lleno a rebosar de cajas de masa y otra de sí misma con aspecto más que disgustado.
A las seis de aquella tarde, se habían cancelado el ochenta por ciento de sus encargos. Gracie estaba tumbada en la cama mirando el teléfono. Cada vez que lo encendía, había más mensajes de novias que cancelaban sus pedidos. Todas estaban tan furiosas que Gracie no sabía cómo decirles que la que había sido traicionada era ella.
No hacía más que decirse que todo era un mal sueño. Había trabajado durante tanto tiempo para construirse una reputación y, en un abrir y cerrar de ojos, ésta se había desmoronado.
El día se fue convirtiendo en noche. Se dijo que tenía que levantarse y hacer algo, pero no tenía fuerzas. En vez de hacerlo, se colocó la almohada sobre la cabeza y deseó que el mundo desapareciera.
Algún tiempo después, oyó que alguien llamaba con fuerza a su puerta. De repente, recordó que Riley y ella iban a ir a vigilar la casa de Pam. ¿Qué importaba ya que Pam hubiera sido la responsable? El daño era ya irreparable. Su carrera estaba completamente arruinada.
Después de unos minutos, todo quedó en silencio. Entonces, oyó que una puerta se abría y pasos. En circunstancias normales, se habría imaginado lo peor. Sin embargo, en aquellos momentos ni siquiera le importaba.
– ¿Gracie?
Era Riley.
– Estoy aquí -dijo ella con voz triste. Segundos más tarde, él apareció en su dormitorio.
– ¿Qué te pasa? ¿Estás enferma?
– Ojalá. Al menos, podría ponerme mejor. O morirme. Así, el problema podría solucionarse.
– ¿Qué es lo que ha pasado? -le preguntó Riley, sentándose en la cama.
Gracie se limitó a tomar el teléfono móvil y a ponerle todos los mensajes. Riley estuvo escuchando durante unos minutos. Cuando lo apagó, Gracie volvió a echarse a llorar.
– Yo no he hecho nada malo -susurró-. Si lo hubiera hecho, podría aceptar lo que me están haciendo. Sin embargo, no es así. Nadie quiere escucharme. Mi negocio se basa plenamente en la reputación. Ahora, ya no tengo. He conseguido mantener los dos pedidos para este fin de semana porque es demasiado tarde para que encuentren a otra persona. Casi todos los demás han cancelado sus pedidos, a excepción del pastel para la Sociedad Histórica y estoy segura de que la única razón de que no lo hayan hecho es que se lo voy a preparar completamente gratis.
– No te preocupes, lo solucionaremos -le prometió Riley, tras darle un beso.
– ¿Cómo?
– Ya se nos ocurrirá algo. Somos un gran equipo. Venga, vayamos a espiar, a Pam. Ya, le he pedido a mi detective que averigüe todo lo que pueda sobre ella. Hay secretos en su pasado y vamos a descubrirlos. Mientras tanto, vamos a ver qué descubrimos nosotros.
– Ve tú.
– Sin ti, no -afirmó Riley. La agarró de los brazos y la lizo sentarse-. Vamos, Gracie. Será divertido.
– Está bien -replicó ella, a pesar de que hubiera preferido quedarse allí-. Dame un momento para cambiarme.
Diez minutos más tarde, los dos estaban en el coche de Riley y se dirigían hacia la casa de Pam.
– No deberías estar haciendo esto -le dijo ella-. Las elecciones son dentro de dos semanas.
– Lo tengo todo pensado. Empezaré a ir de puerta en puerta dentro de un día o dos.
– ¿Vas perdiendo en las encuestas?
– Aguanto.
– Dime la verdad.
– Yo…
– Riley, no soy una niña. Puedo superarlo. ¿Cómo vas?
– No dejo de perder terreno.
– Lo siento… Lo siento mucho -susurró ella.
– Yo siento lo que te ha pasado con los pasteles, pero nada más.
– ¿Cómo? ¿Estás loco? Podrías perder. ¿Te has parado a pensar en los noventa y siete millones de dólares?
– No voy a perder.
– ¿Y si pierdes? ¿Y si yo estoy embarazada? -preguntó.
Aquellas palabras parecieron llamar la atención de Riley.
– ¿Lo estás?
– No lo sé. No lo creo Puedo hacerme la prueba de embarazo dentro de tres días. ¿Y si lo estoy?
– Nos ocuparemos de ello.
– Te aseguro que trataré de no estarlo.
– No creo que funcione así.
Llegaron por fin a la calle de Pam. Allí, Riley aparcó el coche detrás de una furgoneta.
– La casa de Pam está ahí -dijo, señalando la que había en la esquina-. Iremos andando el resto del camino:
Los dos se bajaron del coche. Las farolas iluminaban bien la zona, pero aún quedaban sombras en las que esconderse. Al llegar cerca, se escondieron entre unos arbustos.
– No ha echado las cortinas -susurró él.
– Probablemente no esperaba que nadie fuera a espiarla. A mí tampoco se me ocurriría, aunque, dado lo que está ocurriendo en mi vida, supongo que debería.
– Ahí está -comentó Riley, señalando.
Gracie estiró el cuello para mirar la ventana. Pam estaba en la cocina, vertiendo algo en un…
– ¡Esa zorra tiene mis moldes!
Gracie habló tan alto que sus palabras resonaron en el silencio de la noche. Cuando Riley la agarró para que se callara, ella se colocó las dos manos sobre la boca.
– Lo siento -murmuró-. No quería hacerlo.
– Lo sé.
– Esa mujer tiene mis moldes.
– Ya me lo habías dicho.
– ¿Por qué ha tenido que llevarse mis moldes?
– Ni idea.
– ¿Para hacer sus propios pasteles? ¿Por qué? Si estaba pensando robarme el negocio, debería haberme hecho más preguntas… ¿Crees que se trata de eso? ¿Me va a robar el negocio?
– ¿Y por qué iba a querer hacerlo? Parece tener bastante dinero.
– Tienes razón. O eso o alguien le está pagando sus carísimas ropas -comentó Gracie-. Además, está el hotel. Eso le debe de estar costando mucho dinero. Me siento completamente confusa. ¿Qué está haciendo?
Estuvieron dos horas entre los arbustos tratando de descubrirlo, pero lo único que averiguaron fue que a Pam no se le daba muy bien hacer pasteles, lo que complació profundamente a Gracie.
– Es un completo desastre -comentó Gracie, mientras se dirigían al coche-. Mi primer pastel me quedó mucho mejor que ése. Supongo que no tengo que preocuparme de que me vaya a robar clientes…
Se interrumpió al darse cuenta de que no tenía ya ningún cliente.
– Ya lo averiguaremos -dijo Riley, rodeándola con un brazo-. La vigilaremos durante las noches que sea necesario paré averiguarlo
Las dos noches siguientes produjeron resultados similares. Pam hacía pasteles. Muy mal, para satisfacción de Gracie. Pam tampoco cuidaba muy bien los moldes, que estaban ya bastante chamuscados y arañados.
Sin embargo, en la tercera noche, no había un molde por ninguna parte. Pam casi no entró en la cocina y, cuando lo hizo, sólo fue para preparar unos aperitivos y sacar una botella de vino blanco del frigorífico.
– Tiene compañía -dijo Riley con satisfacción-. Veamos con quién se junta Pam hoy en día. Tal vez así consigamos respuestas.
– La única persona posiblemente interesante para ella podría ser el alcalde -susurró Gracie-. Y no puede ser él. A Pam le parece tan desagradable como a todo el mundo.
– ¿Estás segura? -le preguntó Riley. Gracie se dio cuenta de que ya no estaba segura de nada-. Vamos al jardín lateral -añadió-. Así podremos ver quién viene a verla.
Gracie lo siguió. Cuando se hubieron colocado, ella se sacó la cámara. En aquel momento, un coche entró en la calle. Gracie se levantó para apoyarse contra un pequeño árbol. Se colocó la cámara en la cara y miró a través del visor. El coche fue acercándose. No supo qué fue lo que ocurrió después. Tal vez fue la hierba u hojas húmedas. Justo cuando estaba preparándose para tomar una fotografía, se resbaló y se cayó. Instintivamente, extendió la mano para agarrarse a algo y apretó el botón a la vez. El flash explotó en medio de la oscuridad. La cámara produjo su foto y fuera quien fuera quien estaba dentro del coche, aceleró y se marchó.
– Vamos.
Riley la agarró con fuerza de la mano y la empujó hacia su propio coche. Las luces se encendieron en la casa de Pam y la puerta principal se abrió.
– ¿Quién está ahí? -gritó Pam-. ¿Qué está pasando?
Gracie se arrojó al interior del coche de Riley y se escondió debajo del salpicadero.
– ¡Vamos! ¡Vamos!
Riley arrancó el motor y realizó un cambio de sentido. No encendió las focos hasta que hubieron recorrido un par de manzanas. Entonces, Gracie se incorporó.
– Lo siento -dijo-. No lo he hecho a propósito -añadió, temiendo que Riley estuviera furioso con ella.
El extraño sonido que él produjo la hizo tensarse. ¿Se estaba riendo?
¿Qué es tan divertido? -le preguntó, completamente incrédula.
– Tú. Sé que no lo hiciste a propósito. Te caíste como un dibujo animado o algo así. Al principio, muy lentamente y luego cada vez más rápido. Tengo que admitir que no resulta aburrido estar contigo.
– Genial. Puedes ponerlo en mi epitafio. Mientras tanto, seguimos sin saber lo que Pam está tramando o con quién se está viendo. ¿Viste el coche?
– No. Estaba demasiado oscuro para distinguir de qué marca era.
Gracie reveló la fotografía y la miró. En ella, se veía un trozo del tejado de Pam y una sección oscura que, seguramente, era el cielo.
– Si no consigo recuperar mi carrera como pastelera, estoy segura de que jamás conseguiré hacerlo como fotógrafa:
– Por supuesto que recuperarás tu negocio de pastelería.
– ¿Cómo lo sabes?
– Porque vamos a resolver este misterio y entonces, quien haya hecho esto, tendrá que pagar.
– Gracias. ¿Quieres quedarte a dormir? -le preguntó ella.
– Por supuesto.
A Gracie le gustó que Riley ni siquiera tuviera que pensarlo.
– Eres un buen hombre, Riley Whitefield.
– Soy un canalla, pero tú no puedes verlo.
– No lo creo.
Por supuesto que Riley tenía sus faltas. ¿Y quién no? Lo importante es que la había estado apoyando desde el principio a pesar del pasado tan extraño que habían compartido. Se mostraba protector, cariñoso y divertido con ella y, cuando hacían el amor, Gracie había alcanzado una nueva dimensión gracias a él. Riley le hacía sentirse segura. Le hacía ver chispas.
Regresaron a casa de Gracie. Después de aparcar el coche, Riley se inclinó sobre ella y la besó. Mientras Gracie lo abrazaba con fuerza, se preguntó si sería posible que tal vez hubiera escogido al hombre de sus sueños a la tierna edad de catorce años.