Capítulo 16

Neda Jackson resultó ser una mujer muy joven y atractiva de unos veinticinco años. Tenía unas rastras fabulosas que le llegaban hasta la mitad de la espalda. Gracie la miró y se preguntó qué tal le quedarían a ella.

– Me alegro de conocerte -dijo Neda cuando entró en la casa de Gracie-. He estado investigando y me alegra decirte que todas las novias están muy contentas con tus pasteles. Una de ellas, me invitó el día después de la boda y probé un trozo de tu pastel. Delicioso y eso que no soy una gran fan de los pasteles. ¿Cómo lo haces?

– Lo siento -respondió Gracie entre risas-. Es secreto de la casa. Estuve experimentando con varias recetas durante un año hasta que perfeccioné el bizcocho que utilizo.

– ¿En qué estás trabajando ahora?

– Trato de no volverme loca. Es la época del año en la que más trabajo tengo. Todas las semanas tengo qué preparar al menos tres pasteles y eso será durante casi tres meses. Luego, son sólo dos a la semana. Algunos de los diseños son sencillos y me llevan sólo veinte o treinta horas. En otros tardo el doble.

– ¿Trabajas sola? ¿Cómo puedes tener suficientes horas en el día?

– No lo sé. Ahorro mucho tiempo haciendo los adornos en grandes cantidades. La mayoría se pueden preparar con mucho tiempo de antemano.

– Lo haces todo tú. Es genial.

Gracie la acompañó al comedor, donde tenía un montón de hojas y flores en bandejas.

– ¿Son de plástico? -preguntó Neda.

– No. Las hago yo. Son comestibles.

– ¿De verdad?

– Sí. Están hechas a mano una a una.

A continuación, Gracie la llevó a la cocina, donde tenía un pastel de dos pisos sobre la encimera. Allí, Neda insistió en tomarle unas fotografías en las que Gracie estuviera decorando el pastel. Mientras tomaba las instantáneas, la periodista no dejaba de hacerle preguntas. Cuando tuvo suficiente material, anunció que la entrevista había terminado.

– Estoy muy impresionada -dijo-. Me encanta tu trabajo, Gracie, y lo pienso decir en mi artículo. Estoy prometida y estamos pensando en casarnos en Navidad. ¿Tienes aún un hueco para hacernos el pastel?

– Por supuesto. Te daré una tarjeta. Llámame el mes que viene para que podamos hablar de cómo lo quieres.

– Estupendo. Muchas gracias. Has sido muy amable.

– No hay de qué.

Gracie la acompañó hasta el coche. Mientras avanzaban por la acera, ella se percató de que había un par de cajas al lado de su propio coche.

– ¿Qué es eso? -preguntó, acercándose a su vehículo. Al ver que se trataba de cajas de masa de pastel prefabricada, se quedó helada.

– ¿De qué se trata? -dijo Neda.

Gracie no podía moverse ni respirar. Tan sólo podía mirar las cajas, que estaban colocadas como si se le hubieran caído del maletero del coche. No era de extrañar, dado que éste estaba repleto de cientos de cajas de la misma masa.

– ¿Utilizas masa preparada? ¿Ese es tu ingrediente secreto? -preguntó Neda, atónita.

– ¡Claro que no! Esas cajas no son mías. No estaban aquí antes. No he utilizado masa de pasteles desde que tenía doce años. Alguien las ha colocado ahí.

– Sí, claro. Alguien que sabía que yo venía y que lo ha puesto ahí aposta. Olvídate de hacerme el pastel de mi boda.

– Tienes que creerme.

– No lo creo.

Neda abrió la puerta de su coche y metió el bolso. Entonces sacó su cámara digital y, antes de que Gracie pudiera impedírselo, tomó media docena de fotos.

– Ni sueñes con ese artículo. Era para una revista muy importante… No me puedo creer que hayas sido capaz de hacer esto. Has caído muy bajo. Parecías una persona muy agradable, pero, evidentemente, eso es tan falso como tus pasteles. Probablemente ni siquiera hiciste esos adornos.

Neda se metió en su coche y se marchó. Gracie estaba en estado de shock. Aquello no podía estar sucediéndole. Alguien le había tendido una trampa. Sólo se le ocurría un nombre: Pam.

A pesar de todo, no se le ocurría ni una sola razón por la que Pam fuera capaz de hacerle algo así. Desde que Gracie había regresado, se había mostrado muy agradable y simpática con ella.

Mientras arrojaba las cajas a la basura; trató de contener las lágrimas. Entonces, entró en la casa, agarró su bolso y, tras asegurarse de que el horno estaba apagado, se dirigió rápidamente a su coche.


Riley dio por terminada la reunión y regresó a su despacho. Mientras pasaba por delante de los ascensores, la puerta de uno de ellos se abrió y salió Gracie. Con sólo mirarla, Riley comprendió que había ocurrido algo malo.

– ¿Que ha pasado? -preguntó, mientras le rodeaba los hombros con un brazo y la acompañaba a su despacho.

– Los pasteles -susurró -ella -. No comprendo cómo ha ocurrido. Se lo conté a algunas personas, pero nadie sabía cuándo iba a ser la entrevista exactamente. Creo que ha sido Pam, pero, ¿por qué? Es muy simpática. No puede ser Jill. Me gustaría sospechar de mis hermanas, pero no lo sabían. Riley cerró la puerta y la abrazó.

– Empieza por el principio -dijo.

Gracie empezó a llorar.

– Estoy arruinada -consiguió susurrar-. Completamente arruinada.

– Eso no es posible. ¿Qué ha pasado?

– Necesito un pañuelo -musitó ella. No podía dejar de llorar.

Riley se lo sacó del bolsillo y se lo entregó. Gracie se secó los ojos y se sonó la nariz.

– Hoy era la entrevista con la periodista de la revista de novias -dijo por fin-. Se quedó tan impresionada por mi trabajo que hasta me pidió que me ocupara de su pastel de bodas, pero…

– ¿Pero qué?

– Cuando terminó, yo la acompañé hasta su coche. Una de las cosas que me preguntó es sobre mi ingrediente secreto. Quería que se lo dijera, pero yo le respondí que no le digo a nadie cómo hago mis pasteles… Había cajas por todas partes: Alguien me había metido cajas de masa de pastel preparada en el coche. Ella se enfadó mucho. Tomó fotos y me dijo que era una mentirosa. Ahora, mi carrera está destrozada.

Gracie se cubrió el rostro con las ruanos y volvió a echarse a llorar. Riley la tomó entre sus brazos y trató de consolarla.

– ¿Quién crees que querría hacerte esto? ¿Hay otras decoradoras de pasteles que sientan celos de ti por lo bien que te va?

– No lo sé… No nos comunicamos mucho. He conocido a algunas en las exposiciones de bodas, pero parecían majas. Ni siquiera podrían saber dónde estoy ahora:

¿Quién sabía lo de la entrevista?

– Tú, yo, Jill… Estoy segura de que ella se lo ha dicho a Mac, pero él jamás haría algo así. Y Pam. Estaba presente cuando recibí la llamada. Se alegró mucho por mí.

– Te aseguro que Pam jamás se ha alegrado por nadie en toda su vida. En mi opinión, es la principal sospechosa.

– Estoy dé acuerdo contigo -admitió Gracie-, pero, ¿por qué iba a hacerlo? A ella no le afecta que yo vaya a aparecer en una revista: Para mí es muy importante, pero no lo es para el resto de la gente. Ni mis éxitos ni mis fracasos la afectan para nada.

– Sí, pero no hay nadie más.

– Lo sé… No lo entiendo. ¿Por qué? ¿Qué voy a hacer ahora?

¿Quieres enfrentarte a ella?

– No. Lo que quiero, es meterme en casa y pensar que esto no ha ocurrido. ¿Crees que es posible?

– Gracie -dijo Riley, acariciándole el cabello-. Sé que es horrible, pero, ¿qué es lo peor que te puede pasar? Que no tengas ese artículo en la revista. Antes de todo esto te iba bien. No creo que eso cambie.

– Mira, Riley, yo he hecho pasteles para personas muy famosas. No hay nada que guste más que un escándalo en el que aparecen personas famosas. Si Neda se conforma con hablar mal de mí en la revista, no voy mal. Sin embargo, si vende la historia y las fotos a un tabloide, me habrá fastidiado por completo.

– ¿Qué puedo hacer por ti?

– Nada, pero te lo agradezco de todas formas. Bueno, te agradezco mucho que me hayas consolado. Ahora, tengo que marcharme. Tengo que terminar unos pasteles antes de que mi carrera se vaya al garete:

– No puedes estar segura de que eso vaya a ocurrir.

– Tal vez tenga suerte, pero no lo creo.

Mientras observaba cómo Gracie se marchaba, Riley apretó los puños. No podía consentir que Gracie sufriera tanto.


Gracie se centró en su trabajo. Su casa` le parecía el lugar más seguro en el que podía estar. Evitó a todo el mundo, incluso a Riley. Habló con Jill por teléfono, pero no mencionó la entrevista. En cuanto a Pam, se mantuvo alejada de ella y del hotel.

Tres días más tarde, alguien llamó a su puerta. Gracie se dirigió al pequeño recibidor y miró por la ventana.

– Justo lo que necesito -murmuró al ver a su madre-. Otra paliza emocional

Como no le quedaba más remedio, abrió la puerta y se preparó para la charla que, con toda seguridad, su madre le iba a echar.

– Hola, mamá -dijo con una alegría que no sentía-. ¿Cómo te va todo?

– No muy bien -respondió su madre, mientras entraba en la casa.

– Lo siento. Te aseguro que no he regresado aquí para crear problemas, pero eso es precisamente lo que está ocurriendo. Aparentemente, hay fuerzas que no soy capaz de controlar. En verdad, aunque agradezco tu interés, no podría soportar una charla más. No quiero hablar de mi relación con Riley, ni de mi pasado ni de cosas por el estilo.

– No he venido por eso.

Gracie se imaginó que su madre había ido para hablarle de la boda. Genial. ¿Habría funcionado el plan de Vivian? Acompañó a su madre hasta el pequeño salón y la invitó asentarse en el sofá.

– ¿Quieres algo?

– No, gracias -contestó su madre, tomando asiento-. Lo siento. Lo siento mucho más de lo que puedo expresar con palabras. He sido una madre horrible y una persona aún peor. Me siento asqueada de mí misma -añadió con lágrimas en los ojos.

– Mamá, no sé de qué estás hablando.

– Lo sé. He tratado de ignorarlo, pero no puedo. Es como en el pasada. Sé lo que hice y me niego a volver á hacerlo. Esas zorras se pueden ir al infierno.

– ¿De quién estás hablando? -preguntó Gracie, atónita. Jamás había escuchado blasfemar a su madre-. ¿Que es lo que han hecho?

– No son ellas, sino yo. Oh, Gracie… Tú fuiste siempre una niña tan alegre y tan lista… Entonces, tu padre murió y tu mundo se derrumbó. Eras su favorita. Se supone que los padres no deben tener favoritos o, si los tienen, no deben decirlo. Sin embargo, todo el mundo sabe que tu padre te quería más que a nadie. Cuando murió, te sentiste pérdida.

– Lo echaba mucho de menos… -admitió Gracie, recordando el pasado.

– Lo sé. Yo estaba muy preocupada por ti, pero pensé que saldrías adelante. Entonces ese Riley se mudó a la casa de al lado y tú te fijaste en él. Yo sabía que era porque habías perdido a tu padre y necesitabas una figura masculina en tu vida. Pensé que todo se pasaría, pero no fue así.

– Mamá, ya hemos hablado de esto…

– Lo sé. Muy pronto se enteró todo el mundo de que estabas coladita por él. Empezaron los rumores y los artículos en el periódico. Te convertiste en una leyenda. A muchas personas le parecieron cosas muy tiernas, pero algunas mujeres fueron muy crueles. Se rieron de ti y de mí. Yo me sentí humillada. Como si no pudiera controlar a mi hija. Todas las semanas había una historia nueva sobre Gracie.

– Lo siento…

– No tienes por qué. Eras muy joven y se trataba de tu primer amor. Yo debería haber sabido cómo ocuparme de ti. Debería haberles dicho que eras mi hija y que pensaba apoyarte. En vez de eso traté de detenerte, lo que no conseguí. Entonces, Pam dijo que estaba embarazada y se produjo la boda. Sabía que tenía que sacarte de la ciudad para que no ocurriera nada, pero no importó. En la boda de Pam y Riley, no se hablaba dé otra cosa más que de ti. Unas personas te admiraban por lo que habías sido capaz de hacer, pero otras no eran tan amables.

– No lo sabía.

– No te lo digo para ser cruel yo también, sino para explicarme. La culpa es mía. No creí poder soportar el ridículo durante más tiempo. Cuando mí hermana se ofreció a quedarse contigo, yo acepté porque era egoísta y débil. Lo siento -musitó su madre. Entonces, empezó de nuevo a llorar-. Te he echado tanto de menos… Todos los días tomaba el teléfono para llamarte y decirte que regresaras a casa. Entonces, alguien me decía algo y recordaba todo de repente. Con el tiempo, los rumores fueron apaciguándose, lo que fue un gran alivio para mí. Sin embargo, en mi interior me sentí muy culpable por ser tan cobarde. Dejé que mis supuestas amigas me influyeran y, por eso, perdí a una hija.

Gracie no sabía qué pensar.

– No me perdiste.

– Claro que sí. Tú y yo no tenemos una buena relación. Tú estás enfadada conmigo por 1o que hice y me lo merezco. No tengo excusas. Lo siento, Gracie. Lo siento mucho… Soy una mala madre porque, de mis tres hijas, tú eres la mejor. Vivían es una niña mimada y egoísta y Alexis no hace más que montar dramas. Creo que esculpa mía. Yo las hice así.

Gracie se acercó al, sofá y abrazó a su madre.

– No importa…

– Claro que importa. Te perdí y todo es culpa mía. Lo siento mucho.

– Yo también lo siento -susurró Gracie sin dejar de abrazarla-. No quería avergonzarte.

– Eso sólo fue culpa mía, no tuya. Tú no eras más que una niña que estaba sufriendo mucho. Debería haberme dado cuenta.

Gracie suponía que su madre estaba en lo cierto, pero no quería seguir hablando del tema.

– Recuérdame que nunca me vuelva a enamorar.

– Creo que ya has superado esa etapa -replicó su madre, riendo.

– Eso no era lo que me decías hace un par de semanas.

– Es cierto, pero ahora sé que no era así. Si Riley Whitefield te hace feliz, deberías seguir viéndolo.

– ¿De verdad?

Su madre asintió.

– No quiero volver a perderte, Gracie. Sé que no podemos recuperar lo que hemos perdido, pero quiero que volvamos a estar unidas de nuevo. Estoy dispuesta a ser paciente y a ganarme tu confianza.

– Oh, mamá… -susurró Gracie, sintiendo que la alegría la embargaba. Las dos volvieron a abrazarse-. ¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?

– Alexis y Vivían estuvieron en casa la otra noche y yo me di cuenta de que parte de nuestra familia estaba ausente. Me sentí muy triste. No podía dejar de llorar. Quería que volviéramos a estar juntas. Espero que tú también lo desees.

Gracie asintió. Tal vez tardara -un tiempo en cambiar su modo de pensar, pero estaba dispuesta a hacer el esfuerzo.

– Muy bien -dijo su madre, dándole un último abrazo-. Ahora que te he contado todos mis problemas ¿cómo estas tú? ¿Cómo van tus pasteles?

– He tenido algunos problemas.

– ¿Como cuáles?

Gracie dudó durante un segundo. No estaba segura de si quería decir algo. Entonces, respiró profundamente.

– Hace unos días tuve una entrevista con una periodista que trabaja para una revista de novias.

– Eso es genial.

– No exactamente.

Gracie le contó todo lo que había ocurrido. Cuando terminó, su madre parecía estar completamente aturdida:

– ¿Quién demonios pudo haber colocado esas dichosas cajas?

– No tengo ni idea. En realidad, no había mucha gente que supiera lo de la entrevista. Sólo Riley, Jill, Pam y yo.

– Pam es una zorra. ¿Cómo es que has hablado con ella?

– Mamá, no haces más que decir tacos -comentó Gracie, riendo. Su madre despreció el comentario con un rápido movimiento de la mano.

– Jamás me ha gustado esa Pam. Ni a mí ni a nadie. Sólo busca su propio interés. Sin embargo, ¿por qué querría tenderte una trampa?

– Esa es la pregunta del millón.

– Preguntaré a ver qué me dicen. Tal vez alguien haya oído algo. Es una pena que Vivian no vaya a celebrar la boda en su hotel. Me encantaría estar cancelando constantemente y estropeándole así sus planes.

– Sobre la boda…

– No es problema tuyo y, a excepción de realizar las llamadas, tampoco lo es mío. Estoy cansada de los caprichos de Viv. Necesita crecer y aceptar las consecuencias de sus actos.

– ¿De verdad?

– Sí. ¿Tienes un trozo de pastel?

– Por supuesto. Vamos a la cocina.


Riley volvió a leer el informe del detective. Nada. No había pruebas de un periodista misterioso ni de que el alcalde estuviera tramando algo. Riley incluso le había pedido que siguiera a Pam durante unos días y, hasta aquel momento, era una ciudadana modelo.

Mientras conducía por Los Lobos, Riley decidió que todo resultaba muy frustrante. No sabía nada. Estaba igual que al principio.

Como no podía solucionar aquel problema, decidió enfrentarse al otro. Aparcó delante de la oficina de seguros de Zeke y entró.

– ¿Está Zeke? -le preguntó a la recepcionista.

– Sí. ¿Puedo preguntar quién…? Oh, señor Whitefield. Le diré que está usted aquí.

– No es necesario. Iré yo mismo a verle.

Riley avanzó por el pasillo y abrió la puerta del despacho de Zeke sin llamar.

– Eh, jefe -dijo Zeke, al verlo-. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Teníamos alguna reunión de la que no me he percatado?

– No. ¿Sabías que cuando me marché de Los Lobos me dirigí hacia el norte?

– No. ¿Debería saberlo?

– En realidad, no. Estuve pescando en Alaska. Un trabajo muy duro. Yo era un niño de una pequeña ciudad. No sabía nada del mundo. Sin embargo, aprendí muy rápido. Me metí en muchas peleas y aprendí a defenderme.

– No creo que podamos utilizar eso en la campaña.

– Sin embargo, es muy interesante. Las plataformas de petróleo son aún peores. Poco espacio, muchos hombres. Cuando las peleas empiezan allí, pueden durar horas.

– ¿Quieres darle una paliza al alcalde?

– No. Estaba pensando más bien en tomarla contigo.

Zeke se quedó atónito y se puso de pie.

– ¿Yo? ¿Qué he hecho?

– Tienes muchos secretos y tengo que decirte que no me gusta. Disgustan a tu esposa, lo que no me importa, pero ella se lo dice a Gracie y Gracie se disgusta. Gracie sí que me importa. Todo este asunto de las fotografías empezó por ti. No puedo resolver el resto de los problemas de la vida de Gracie, pero sí puedo resolver éste. Quiero que me digas adónde vas por las noches y qué es lo que haces.

Загрузка...