A la mañana siguiente, Gracie se despertó con el sonido del teléfono móvil. Su primer pensamiento fue que había superado el virus. El segundo que Riley no la había llamado ni había ido a verla. ¿Sería él?
– ¿Sí?
– Gracie, soy mama. ¿Has visto el periódico? Se trata de Riley. Lo han arrestado.
– ¿Cómo dices?
Se levantó rápidamente de la cama y salió corriendo hacia la puerta principal. Después de abrirla de par en par, echó a correr al lugar donde le esperaba el periódico. Tras echar un rápido vistazo a la portada lanzó un grito de desesperación. Candidato a alcalde arrestado por estado de embriaguez y por conducta desordenada.
La foto mostraba a Riley cubierto de pastel y rodeado de botellas de vino rotas en el vestíbulo de la mansión de la Sociedad Histórica.
– Voy a vomitar -susurró, mientras regresaba al interior de la casa y cerraba la puerta-. Todo esto es culpa mía.
– Estabas enferma. Alexis me lo dijo.
– Exactamente. Yo estaba enferma por lo que Riley me llevó el pastel. Sólo que Pam se le había adelantado con un pastel con muy mal sabor. Me estaba ayudando y todo salió mal.
– Entonces, supongo que tú vas a tener que arreglar la situación. ¿Te puedo ayudar?
– No lo sé, pero si se me ocurre algo, te llamaré -respondió Gracie, muy emocionada por el apoyo de su madre.
– Estaré esperando. Todas te apoyamos, Gracie. Quiero que lo sepas.
– Te lo agradezco mucho, mamá. Te llamaré.
Gracie colgó y marcó rápidamente el número de Riley. Él tardo varios segundos en contestar.
– ¿Te encuentras bien? -le preguntó muy nerviosa-. Acabo de ver el periódico. ¿Qué ocurrió?
– Acabo de llegar a casa y necesito darme una ducha. Vente y te lo contaré todo.
– ¿Te metieron en la cárcel? -quiso saber ella.
Estaba muy disgustada.
– Es una larga historia.
– Muy bien. Ve a darte tu ducha. Iré enseguida.
– Te dejaré abierta la puerta principal.
Gracie se vistió en un tiempo récord y se marchó rápidamente a la casa de Riley. Se sentía algo débil, pero un buen desayuno la ayudaría a entonarse. Tras aparcar el coche, entró en la casa y subió.
Encontró a Riley en su dormitorio. Acababa de salir de la ducha y se estaba poniendo los vaqueros. Gracie rápidamente se acercó a él y lo abrazó.
– Todo esto es culpa mía. Lo siento mucho.
– No es culpa tuya, sino de Pam No te culpes -susurró él.
Le enmarcó el rostro entre las manos y la besó. A pesar de las sensaciones que estaba experimentando; Gracie se dijo que no era el momento de distraerse. Había muchas otras cosas de las que preocuparse.
– ¿Qué ocurrió? -le preguntó.
Riley la soltó y tomó una camisa que tenía sobre la cama. Después de ponérsela, comenzó a abrocharse los botones.
– Uno de los guardias creyó que yo estaba robando el pastel. Alguien había llamado para advertir que yo iba a intentar dar el cambiazo.
– ¿Tú? ¡Qué tontería!
– Vi a Pam alejándose en su coche, lo que significa que ella debió de verme. Supongo que ella realizó la llamada que me metió en el lío. La jugada le salió a la perfección. Yo traté de escaparme, pero me choqué con un tipo que subía por la escalera con una caja de vino.
– ¿Te cortaste con el cristal?
– Nada grave. Entonces llegó la policía y, como había sangre, tuvimos que pasar primero por el hospital.
– ¿Sangre dices? ¿Dónde?
Riley se levantó la camisa y se dio la vuelta para que ella pudiera verle las vendas de la espalda. Tenía cinco, pero ninguna era demasiado grande.
– Tengo algunos puntos
– Lo siento.
Riley se volvió a colocar la camisa y, entonces, colocó las manos sobre los hombros de Gracie.
– No es culpa tuya. Recuérdalo. La responsable es Pam y va a pagar por ello.
– ¿Porqué no te soltó Mac inmediatamente?
– No estaba de guardia y no quisieron llamarlo. Tampoco me dejaron llamar a nadie. Cuando por fin me lo permitieron, me puse en contacto con Zeke. Él se encargó de ir a por Mac. Cuando él llegó me soltaron.
– Y yo dormida toda la noche…
– Estabas enferma. Alexis se marchó cuando te quedaste dormida. No te preocupes. Ahora estoy bien.
– ¿Cómo vamos a vengarnos de Pam?
– Es una pena que sea una mujer. Si fuera un hombre, le daría una buena paliza.
– Podríamos enfrentarnos a ella y amenazarla. Eso serviría.
– Me parece un buen plan. ¿Tienes tu cámara en el coche por si encontramos algo interesante?
– Por supuesto -respondió ella can una sonrisa.
Se dirigieron a casa de Pam y aparcaron justo enfrente.
– No me importa que todo el mundo sepa que estamos aquí -dijo Riley.
Gracie asintió y lo siguió hasta la puerta principal, que estaba entreabierta.
– ¿Crees que será una trampa? -preguntó Gracie-. ¿Nos van a arrestar ahora por allanamiento de morada?
– Demuestra que no era así -le dijo Riley, señalándole la cámara.
– Genial.
Gracie tomó una foto de la puerta. Cuando la instantánea salió, la sacó y se la entregó a Riley. A continuación, los dos entraron en la casa.
De repente, oyeron un débil sonido. Entonces, se escuchó un rítmico sonido que resultaba muy familiar. E íntimo.
– ¡Está con un hombre! -susurró-. ¡Tenemos que ver quién es! ¡Sea quien sea, es quien está ayudándola!
Riley se llevó un dedo a la boca y empezó a andar. Los ruidos fueron haciéndose más fuertes. Respiración agitada. Gritos. Gemidos.
– Prepárate -musitó Riley, señalándole la cámara.
Se detuvieron delante de la puerta medio cerrada del dormitorio durante un segundo. Entonces, Riley la empujó y entró.
Ocurrieron varias cosas a la vez, La pareja se dio cuenta de la intrusión cuando entró Gracie. Pam lanzó un grito. Gracie levantó la cámara y miró a través del objetivo. Vio los senos de Pam y la espalda de un hombre. Cuando él se volvió, Gracie se encontró mirando directamente el miembro aún erecto de Franklin Yardley.
– ¡Qué asco! -gritó, aunque sin dejar de tomar fotografías.
– ¡Fuera!-gritó el alcalde.
Se cubrió con una manta, pero no antes de que Gracie tomara varias fotografías de Pam y de él en lo que podría describirse como “circunstancias comprometedoras”. Aquellas fotografías no le iban a gustar a la encantadora señora Yardley.
– Interesate -decía Riley, a medida que iba revelando las fotos-. Ya iba siendo hora de que otra persona fuera la estrella del periódico local. Estoy cansado de tanta notoriedad.
– Pagarás por esto -le amenazó Yardley, mientras trataba de quitarle las fotos sin éxito.
– ¿Cómo? preguntó Riley-. Una imagen vale más que mil palabras. Por cierto Pam, ¿desde cuándo tienes tan mal gusto?
– No me hables de mal gusto canalla -replicó ella, cubriéndose con la sábana-. Tú eres el que se está acostando con Gracie. ¿Cómo puede gustarte esa zorra?
– Yo no soy ninguna zorra -repuso Gracie.
– Eres asquerosa y horrible -gritó Pam-: Te odio. Odio todo sobre ti. Me gustaría que estuvieras muerta. Me arruinaste la vida. Todos esos artículos cuando estábamos en el instituto… Todo el mundo pensaba que tú eras tan mona y que yo sólo quería casarme con Riley por el dinero. Me estropeaste la boda. Se suponía que tenía que ser mi día, y la protagonista fuiste tú. De lo único de lo que hablaba la gente era de Gracie Landon. Como no pude castigarte entonces, esperé. Ahora lo he conseguido.
– ¡Pam! -exclamó Yardley, apartándose de la cama-. Estás desequilibrada. ¿Qué has hecho?
– ¿Qué? -replicó ella-. No irás a fingir ahora que no estabas metido en esto desde el principio, ¿verdad?
– Juro que no tengo ni idea de qué está hablando -dijo Yardley-. Pam ¿has violado la ley?
– No te hagas el inocente, viejo carnero -le espetó Pam-. Estás metido en esto hasta el cuello, pero finge si quieres. Yo te he arruinado prosiguió, volviéndose a mirar a Gracie-. Ahora ya no tienes nada. Me alegro de haberlo hecho. ¿Sabes por qué? Porque cuando Riley me dejó, me dijo que tú tenías razón. Jamás te he perdonado por eso.
– ¿De verdad dijiste eso? -le preguntó Gracie a Riley.
– Era cierto.
– Vaya…
– No conseguí ni un centavo de ese divorcio -aulló Pam-, y ahora quiero mi dinero. ¿Me oyes?
– Pam -dijo el alcalde-. Calla. Evidentemente, no te encuentras bien. No tenía ni idea de que albergabas tanta ira.
– ¿Ira? -repitió Pam, gritando, llorando y riendo a la vez-: Os odio a los dos. Maldita sea… Trabajé tanto…
– ¡Pam! -exclamó él alcalde-. Ya no te conozco…
– Jamás lo has hecho -repuso Pam con tono de desafío-. Sólo me he acostado contigo porqué te vas a quedar con la mayor parte del dinero cuando Riley fracase. Estaba pensando apropiarme de la mitad y huir cuando estuviéramos casados. Tiene libros de contabilidad ocultos en su despacho -explicó, mirando a Riley-. Tiene un cajón secreto en su escritorio. Lleva robando dinero desde hace años.
– ¡Pam, no! -protestó el alcalde.
– Casi lo había conseguido todo -dijo ella, mirando con desafío a Gracie-. Supongo que te encuentras bien.
– Claro, ¿Por qué…? ¿Qué me hiciste? -preguntó Gracie, recordando su repentina enfermedad.
– Te eché mayonesa en mal estado en tu estúpida ensalada de atún. Dios mío, ¿cómo te puedes comer eso? Huele a comida de gato. Lo había planeado todo… Hasta que tú lo estropeaste todo -añadió, dándole un golpe a Yardley-. Jamás te perdonaré.
– Creo que debemos marcharnos -le dijo Riley a Gracie,
Yardley miraba a Pam como si no la hubiera visto nunca.
– Pero yo te amaba…
– Sí, claro. Por eso te tirabas a todas tus ayudantes. Eres viejo y pésimo en la cama. Y tú también, Riley.
Con eso, Pam se metió en el cuarto de baño, cerró la puerta y echó el pestillo.
Riley sacó a Gracie del dormitorio. Ella no podía creer todo lo que había escuchado.
– Eran ellos -susurró-. El fotógrafo, las cajas de masa… Todo eso parece…Trató de envenenarme y funcionó. No me lo puedo creer.
– Estoy segura de que el sheriff querrá hablar con ella al respecto.
Gracie lo miró mientras salían de la casa.
– No eres malo en la cama.
– Gracias -dijo Riley con una sonrisa.
De vuelta en su casa, Riley preparó un poco de café y colocó las fotos en la encimera de la cocina. Había muchas pruebas… aunque desgraciadamente no las que él podía utilizar.
– Vas a llamar a Mac ¿verdad? -le preguntó Grade, tras dar un sorbo de café-. Puede arrestar a Yardley ahora mismo. Y a Pam, aunque ella me preocupa menos. No nos fijaremos en el escándalo sexual, porque acostarse con sus ayudantes no es ilegal, pero lleva años robando dinero. ¿No te parece genial?
– Bueno…
Riley se volvió a mirar por la ventana de la cortina. Aquella casa representaba todo lo que odiaba sobre su tío, pero, últimamente, había empezado a tomarle cariño. Igual que al banco. Lo echaría de menos…
– ¿Me está escuchando?
– No. -respondió él. Se volvió para mirarla. Cabello rubio, ojos azules, hermosa sonrisa. No se le ocurría nada que no le gustara de Gracie. Era perfecta o, al menos, perfecta para él.
– Eso me había parecido. Te estaba diciendo que, en cuanto acusen al alcalde; tendrás que ir a la radio y hablar a la ciudad para asegurarles a todos que serás un buen alcalde.
– No servirá.
– ¿Cómo dices?
– Yardley me acusó de algunas cosas. Ahora, yo voy a acusarle de cosas peores. ¿A quien van a creer las votantes? ¿A alguien a quien conocen desde hace seis años o a mí?
– Pero los cargos…
– E1 fiscal tardará un par de días en poder acusarlo formalmente. Estamos a domingo. No va a ocurrir nada hasta bien entrada la próxima semana y las elecciones son el martes. Yardley le puede contar a todo el mundo lo del testamento de mi tío. Cuando se sepa por qué me presento, ¿crees que les importará lo que Yardley ha estado haciendo? Es cierto, Gracie. Sólo la hacía por el dinero.
– Pero… Tenemos que encontrar una manera. Has trabajado tanto. No permitiré que te ocurra esto. ¿No puedes querer quedarte y ser alcalde? Podrías decir que has cambiado de opinión.
– Así es pero, ¿quién va a creerme?
– Yo te creeré. Yo… Cásate conmigo; Riley. Eso es la que desea esta ciudad -dijo Gracie, ruborizándose-. Haremos que Jill prepare los papeles ahora mismo. No quiero tu dinero y lo pondré por escrito. Nos casaremos hoy mismo. Podemos irnos a Las Vegas y regresar esta noche. Mañana podríamos dar la noticia. Así ganarás con toda seguridad. Más tarde, podemos separarnos. Creo que podría funcionar. Estamos hablando de noventa y siete millones de dólares…
– Conozco la cantidad.
– ¿Entonces?
Riley llevaba algún tiempo sintiendo algo. Un sentimiento que no fue capaz de identificar hasta aquel mismo instante. Le colocó un mechón de cabello detrás de la oreja y la besó.
– Te amó, Gracie Landon.
– ¿Cómo dices? -preguntó ella, mirándolo atentamente.
– Te amo. Eres la mujer más sorprendente que he conocido nunca. Te guías por el corazón y yo admiro eso. Quiero casarme contigo, tener hijos contigo y envejecer a tu lado. Sin embargo -dijo, colocándole un dedo en los labios cuando vio que ella tenía la intención de hablar-, no pienso acceder a nada hasta después de las elecciones.
– ¿Cómo? ¿Estás loco? ¿Por qué?
– Porque no quiero que te preguntes nunca si lo hice por el dinero.
– Esto no puede estar ocurriendo -susurró ella-, Riley escúchame. Podemos anunciar nuestro compromiso -añadió, agarrándolo por los hombros-. Yo también te amo. Llevo haciéndolo mucho tiempo. Tal vez catorce años, no lo sé. Te quiero tanto que no voy a permitir que arrojes esto a la basura. Se trata de noventa y siete millones de dólares. De la casa, del banco y sé también que has aprendido a sentir algo por la ciudad. Quieres quedarte aquí y sentar la cabeza. Podemos hacerlo.
– Tengo dinero.
– No se trata de dinero, sino de tus raíces.
– Tengo dinero del petróleo.
– Te repito que no se trata de dinero. Tengo un buen negocio, al menos lo tenía, Riley. Espero poder reconstruirlo. Haré que Pam redacte un escrito o algo así. Sé que puedo hacerlo. De todas maneras, no se trata de eso, sino de tener opciones. No te alejes de esto sin intentarlo.
– No se trata de intentar nada -dijo Riley-. Decía en serio lo que he dicho. Te amo y no quiero que tengas que cuestionártelo jamás.
Gracie no podía creerlo.
– Estamos hablando de noventa y siete millones de dólares. Nadie vale ese dinero.
– Tú si -afirmó él estrechándola entre sus brazos y besándola-. Vendré a buscarte el martes por la noche, después de que cierren los colegios electorales. Entonces, me pondré de rodillas y te pediré que te cases conmigo. Es mejor que estés preparada para decir que sí.
Gracie no recordaba haber conducido a casa. Por suerte, no había muchos otros coches en la carretera y llegó sana y salva. Se sentía completamente atónita.
Riley la amaba. Se lo había repetido una y otra vez y había prometido pedirle que se casara con él. Se sentía muy contenta. Iban a estar juntos.
Sin embargo, al mismo tiempo, trataba de luchar contra la indignación y el escándalo. ¿Cómo podría Riley estar dispuesto a renunciar a todo sólo para demostrar que no se iba a casar con ella por el dinero? Eso ya lo sabía. Lo sabría siempre. No hacía falta que él se empecinara en darle la espalda a su herencia
Entró en su casa y se sacó el teléfono móvil del bolsillo. Entonces, apretó un número. Ya se ocuparía más tarde del intento de envenenamiento de Pam. Primero tenía un asunto muy importante del que ocuparse.
– Hola, mamá, soy; yo. Necesito tu ayuda y también la de Alexis y Vivian. No tenemos mucho tiempo. ¿Puedes llamarlas para que estén en tu casa dentro de media hora? Tengo que llamar a Jil1 y a otras personas. Sí, te lo explicaré cuando llegue allí. Por cierto, ¿conoces a alguien en la redacción del periódico?