– Creí que ibas a mantener la lengua fuera de mi boca.
Mick levantó la mirada hacia el rostro de Maddie bañado por la luz de la luna y buscó la cremallera de la sudadera.
– Supongo que tendrías que haberme puesto la lengua en otra parte que no fuera tu boca.
Le bajó la cremallera y la sudadera se abrió para permitirle una visión de su escote. No llevaba nada debajo y los testículos se le tensaron mientras los pálidos montículos de sus senos desnudos quedaban al descubierto a unos pocos milímetros de su cara.
– Nos va a ver alguien -dijo Maddie y le cogió la muñeca.
– Los Allegrezza están en Boise.
Tiró de la cremallera hasta la cintura.
– ¿Y los vecinos del otro lado? -preguntó Maddie, pero no evitó que le apartara los bordes de la sudadera a un lado.
Tenía los pechos firmes y de un blanco pálido a la luz de la luna, mientras los excitados pezones trazaban un perfil erótico en la oscuridad.
– No hay nadie fuera, pero aunque lo hubiera, está demasiado oscuro para ver algo. -Deslizó las manos alrededor de la cintura hasta la curva de la espalda y la atrajo más hacia él-. Nadie puede verme haciendo esto. -Se inclinó para besarle el vientre-. O esto. -Le besó el escote.
– Mick.
– ¿Sí?
Le peinó el cabello hacia un lado con los dedos; las uñas le arañaban el cuero cabelludo y le producían un hormigueo de placer a lo largo de la columna.
– No deberíamos hacer esto -dijo Maddie respirando de manera entrecortada e irregular.
– ¿Quieres que pare?
– No.
– Bien. He encontrado un lugar para mi lengua.
Mick abrió la boca y resiguió con la lengua los erectos pezones. Aquella noche ella olía a galletas dulces y también sabía un poco a galletas.
– Mmm -gimió Maddie atrayéndolo hacia ella-. Qué bueno, Mick. Hacía mucho tiempo. -A Maddie le gustaba hablar, pero para entonces Mick ya podía haberlo adivinado-. No pares.
Él no tenía ninguna intención de parar, sobre todo cuando estaba haciendo exactamente lo que había querido hacerle desde el día en que la vio en la ferretería. Apartó una mano de su espalda para cogerle un pecho.
– Eres una mujer muy hermosa. -Se alejó lo bastante para mirarla a la cara, a los labios entreabiertos y al deseo que brillaba en los ojos oscuros-. Quiero recorrer todo tu cuerpo con la lengua. Empezando por aquí.
La aspiró hasta meterse los pezones en la boca. La carne se fruncía aún más y a él le encantaba su tacto y su sabor. La mano que le cogía el pecho bajó por el liso y plano vientre y se deslizó entre las bragas. Desde la noche en la que le besó en Mort, había tenido fantasías salvajes de lo que le haría si volvía a quedarse a solas con ella. Metió la mano entre los muslos y la acarició a través de las finas bragas. Estaba caliente y húmeda hasta límites increíbles, y el deseo se retorcía y se tensaba dolorosamente en la entrepierna de Mick. La deseaba. La deseaba como no había deseado a una mujer desde hacía mucho tiempo. Intentó alejarse de ella, pero a la menor excusa para verla, allí estaba él con la boca en su pecho y la mano en sus bragas, y aquella vez no iba a irse a ninguna parte hasta que no satisficiera aquella pasión que le latía por todo el cuerpo. Maddie lo deseaba y él estaba más que dispuesto a darle lo que quería. No iría a ningún lado hasta que los dos estuvieran demasiado exhaustos para moverse.
– Sí, Mick -dijo en un susurro-, tócame aquí.
La sudadera cayó a sus pies y él se echó hacia atrás para mirarle los senos y la cara. Deslizó los dedos por dentro de las bragas y los dejó allí.
– ¿Aquí? -Apartó la carne húmeda y la tocó. Estaba increíblemente mojada y él quería meter allí algo más que los dedos.
– Sí.
La respiración de Mick era agitada y las manos de Maddie se pegaban a sus hombros.
– Me encanta saber que te he puesto tan mojada -dijo encima de la boca de Maddie-. Quiero hacértelo con la lengua. -Pasó los dedos por el pequeño montículo femenino-. Aquí. -Ella asintió-. No te importa, ¿verdad?
Maddie sacudió la cabeza, luego asintió e hizo una combinación de los dos movimientos.
– Mick -susurró aumentando la presión en los hombros-. Si no paras… -Respiró en busca de oxígeno-. ¡Oh, Dios mío, no pares! -gimió mientras un poderoso orgasmo le doblaba las rodillas.
Mick le rodeó la cintura con un brazo para evitar que se cayera, mientras la tocaba con los dedos, la acariciaba y notaba su placer en la mano. Él la besó en el cuello, ansiaba con todas sus fuerzas estar dentro de ella y notar que los muslos le agarraban a cada pulsación.
– Yo no pretendía que pasara esto -dijo Maddie cuando acabó.
Mick sacó la mano de las bragas y apretó su erección contra ella.
– Vamos a hacer que vuelva a pasar. Solo que la próxima vez, yo voy a estar contigo.
Le rozó la punta de los pechos con los dedos húmedos y bajó la boca hasta sus labios para alimentar la necesidad y el deseo de placer incontrolado.
– Tienes condones, ¿verdad? -jadeó Maddie después de besarle.
– Sí.
Desnuda de cintura para arriba, le cogió de la mano y lo acompañó dentro de la casa.
– ¿Cuántos tienes?
¿Cuántos?, ¿cuántos?
– Dos. ¿Cuántos tienes tú?
– Ninguno. Yo he sido célibe. -Cerró la puerta detrás de ellos y luego se volvió hacia él-. Vamos a tener que hacer durar estos dos condones toda la noche.
– ¿Qué planeas?
Lo empujó contra la puerta cerrada, le quitó la camisa por la cabeza y la tiró a un lado.
– Algo que no debiste haber empezado. -Maddie asumió el control y aquella impaciencia de ella se la puso tan dura que creyó que los botones de los Levi's iban a estallarle-. Pero algo que vas a acabar. -Los senos de ella le rozaban el pecho mientras le besaba el cuello y le desabrochaba la bragueta-. Voy a usar tu cuerpo. -Le chupó el cuello y le bajó los pantalones y los calzoncillos bóxer hasta las rodillas-. No te importa, ¿verdad?
– ¡Dios, no!
La polla de Mick le golpeaba el vientre y ella la cogió en la cálida mano. Le cogió las pelotas y se las acarició arriba y abajo, apretando el pulgar en la cordada vena de su verga.
– Eres un hombre hermoso, Mick Hennessy. -Le rozó el glande con el pulgar-. Duro.
No era broma.
– Grande.
Mick jadeó.
– Puedes manejarla.
– Ya sé que puedo. -Le mordió el hoyo de la garganta y luego se puso de rodillas despacio, besándole el vientre y el abdomen mientras bajaba-. ¿Y tú puedes?
¡Oh, Dios! Ella iba a usar su preciosa boca. Su «sí» salió en un estallido de respiración contenida.
– ¿No te importa que use la lengua contigo? -Se arrodilló delante de él y levantó la mirada, con una sonrisita en los labios rojos-. ¿Te importa?
– ¡Joder, no!
Sus miradas se encontraron mientras ella deslizaba la aterciopelada lengua por la gruesa verga, y Mick tensó las rodillas para no caerse.
– ¿Te gusta notar mi lengua aquí?
– Sí. -¡Dios!, ¿iba a hablar todo el rato?
Le lamió la hendidura del glande.
– ¿Así, aquí?
Maddie lo estaba volviendo loco, pero él tenía la sensación de que ya lo sabía.
– Sí.
Maddie sonrió.
– Entonces te encantará esto.
Abrió los labios y tomó la verga en la cálida y húmeda boca, metiéndosela hasta el fondo de la garganta.
– ¡La hostia bendita! -susurró él poniéndole las manos sobre la cabeza.
Muchas mujeres dudaban al meterse la polla de un hombre en la boca. Era obvio que Maddie no era una de ellas. Se la chupó hasta llevarlo a un torbellino sexual que le hacía ajeno a otra cosa que no fuera ella. A otra cosa que no fuera sus cálidas manos, su caliente boca líquida y la dulce lengua que le daba puro placer carnal. Mick notó la puerta de cristal fría contra la espalda y cerró los ojos. Esperaba que ella parara en algún punto. Las mujeres siempre paraban, pero Maddie no lo hizo. Se quedó con él mientras llegaba a un clímax tan intenso y poderoso que le dejó sin aliento y le golpeó como un tren de mercancías. Se quedó con él hasta que el último destello del orgasmo cesó y Mick pudo respirar. La mayoría de las mujeres creen que saben dar placer a un hombre con la boca. Algunas mejor que otras, pero nunca había experimentado nada como el intenso placer que Maddie le acababa de dar.
– Gracias -dijo con la voz ronca y la respiración entrecortada.
– De nada. -Maddie se levantó y él le acarició con un dedo la comisura de la boca-. Entonces ¿te ha gustado?
Mick hizo ademán de abrazarla.
– Sabes que sí.
Maddie le abrazó por los hombros rozándole el pecho con los pezones.
– Ahora que los dos ya hemos tenido el primero, espero que no pienses en irte a trabajar, porque tengo planes para ti aquí.
No pensaba irse, no tenía que ir a Mort. El nuevo encargado que había contratado estaba haciendo un buen trabajo. Mick la besó en el cuello y le tocó los pechos. En lo más hondo de su vientre, el deseo que había sido concienzudamente saciado hacía solo un instante volvió a encenderse.
Tenía sus propios planes.
Maddie no debía haber abandonado la abstinencia. Hacerlo con Mick había sido un error por su parte, por muchas razones, pero el momento de detener las cosas antes de que escaparan a control había pasado hacía una hora. Podía haberlo detenido antes de que le pusiera la boca en los pechos y deslizara la mano en sus bragas, pero claro, no lo había detenido. Cuando notó la húmeda boca y sus dedos virtuosos, se volvió egoísta y ávida. Quería notar aquellas manos por todo el cuerpo. Notar que le tocaba lugares del cuerpo que hacía mucho tiempo que no le habían tocado. Mirarle a los ojos y ver lo mucho que la deseaba.
Dentro del chorro de luz que la lámpara derramaba sobre la colcha roja, Mick besó la curva de la espalda desnuda de Maddie y siguió subiendo por la columna.
– Siempre hueles tan bien…
Mick tenía las manos y las rodillas sobre la cama a ambos lados del cuerpo de ella y su erección rozaba la cara interna de los muslos desnudos, mientras se inclinaba para besarle la espalda.
No, no debía haber abandonado la abstinencia con Mick, pero no lo lamentaba. Aún no. No cuando estaba haciéndole sentir aquellas cosas. Cosas maravillosas que ni siquiera sabía que echaba de menos. Al día siguiente lo lamentaría, al pensar en cómo había complicado su vida y la de Mick, pero aquella noche iba a ser completamente egoísta y disfrutar del hombre desnudo que estaba en su cama.
Maddie se dio la vuelta y miró los ojos azules de Mick, llenos de deseo y enmarcados en las gruesas pestañas negras.
– Me gustas -dijo, y subió las manos por los brazos y los duros músculos de los hombros de Mick-. Me haces sentir bien.
Él se inclinó, le mordisqueó un hombro y le rozó la entrepierna con el pene.
– Háblame de todos esos modos en que vas a usar mi cuerpo.
– Es una sorpresa -le dijo Maddie al oído.
– ¿Debería estar asustado?
– Solo si no puedes aguantarlo.
Apretó su erección contra ella.
– Eso no va a ser un problema.
Y no lo fue. Mick la besó, la excitó con las manos y la boca, llevándola hasta el borde del clímax y deteniéndose. Justo cuando pensó que iba a sujetarlo a la cama y saltar encima de él, Mick cogió el condón de la mesita de noche. Maddie se lo quitó y se lo puso, mientras le besaba el vientre. Luego él la sujetó a la cama y se arrodilló entre sus muslos. Cogió con las manos el grueso fuste de su pene y condujo la gran cabeza hasta la resbaladiza abertura. Él entró en ella, caliente y enorme, y ella jadeó por el absoluto placer que le provocaba que la penetrara.
– ¿Estás bien?
– Sí. Me encanta esta parte -dijo ella.
Mick la sacó y se la metió un poco más hondo.
– ¿Esta parte?
Ella se humedeció los labios y asintió. Le rodeó la cintura con una pierna y lo forzó a internarse más en ella. La respiración de Mick se aceleraba un poco cuando la sacaba y luego se enterraba hasta el fondo, embistiéndola y empujándolos hacia arriba en la cama.
Maddie gritó, de dolor o quizá de intenso placer, no estaba segura del todo. Solo sabía que no quería que aquello acabara.
– Lo siento. -Le llenó de besos las mejillas-. Pensé que estabas preparada.
– Lo estoy -gimió ella-. Sigue, hazlo otra vez.
Y él lo hizo una y otra y otra vez. Hacía tiempo que Maddie no practicaba el sexo, pero no recordaba que fuera tan bueno… si hubiera sido tan bueno no habría renunciado a aquello tanto tiempo.
Mick gimió profundamente y tomó en sus manos la cara de Maddie.
– Noto que me aprietas fuerte. -Le besó los labios y dijo cerca de su boca-: Y es tan bueno…
El calor le arrebolaba la piel, irradiaba hacia fuera desde el lugar donde estaban unidos. Maddie deslizó los dedos por los cálidos hombros de Mick y los enredó en su pelo.
– Más rápido, Mick -susurró.
Le encantaba la sensación de que le tocara en lo más hondo, el henchido glande de su pene le frotaba el punto G, llenándola por entero. Le encantaba la presión de su piel húmeda contra ella y la intensidad de sus ojos azules. Sin perder el ritmo de las batientes caderas, Mick pasó una mano por la cadera y el trasero hasta la cara posterior de los muslos.
– Ponme esta pierna alrededor de la espalda -le dijo en un susurro.
Apretó la frente contra la de ella. La respiración jadeante acariciaba las sienes de Maddie, mientras se hundía en ella más rápido y más fuerte.
– Mick -gritó, mientras él proseguía sus embates llevándola cada vez más cerca del clímax-. Por favor, no pares.
– Ni por un momento.
El calor se propagó desde el triángulo de los muslos, como un fogonazo, por todo su cuerpo, y perdió de vista todo salvo a Mick y el placer del cuerpo de él. Le llamó por el nombre una vez, dos, tres veces. Intentó contarle lo bien que se sentía, lo mucho que le encantaba el sexo y cuánto lo echaba de menos, pero sus palabras salieron cortas y abreviadas mientras él no cesaba de arremeter su erección en ella, produciéndole un placer tan intenso que Maddie abrió la boca para gritar. Pero se le ahogó el sonido en la garganta mientras la invadían oleadas de placer, y los músculos vaginales pulsaban y se contraían, aferrándose fuerte al miembro de Mick. Y así siguieron, Mick se hundía en ella, que notaba en la mejilla su fatigado aliento, hasta que por fin se hundió en ella una última vez y un largo y torturado gemido murió en su garganta.
– ¡Oh… Dios… mío! -dijo Maddie cuando recuperó el aliento.
– Sí. -Mick se incorporó sobre un codo y la miró a los ojos.
– No recordaba que el sexo fuera tan bueno.
– No suele serlo. -Apartó unas cuantas hebras de cabello de la frente de Maddie-. En realidad, no creo que haya sido tan bueno nunca.
– De nada.
Mick se rió y dos hoyuelos se marcaron sus mejillas.
– Gracias.
Como ella no respondió, enarcó una ceja.
Maddie sonrió y separó las piernas de la cintura de Mick.
– Gracias.
Mick salió de ella y bajó de la cama.
– De nada -dijo por encima del hombro, mientras caminaba hacia el baño.
Maddie rodó de costado y cerró los ojos. Suspiró y se acomodó en la agradable y cómoda burbuja que se crea después del amor. No tenía ni un solo músculo del cuerpo tenso y no recordaba haber estado así de relajada en su vida. Oyó la cadena del váter y abrazó la almohada sobre la que descansaba la cabeza. Debía practicar el sexo con más frecuencia, como una táctica para reducir el estrés.
– ¿Quién es Carlos?
Maddie abrió los ojos y la burbuja se pinchó.
– ¿Qué?
Mick se sentó en la cama y la miró por encima del hombro.
– Me llamaste Carlos.
Maddie no lo recordaba.
– ¿Cuándo?
– Cuando te estabas corriendo.
– ¿Qué dije?
Una mueca le torció hacia abajo las comisuras de los labios.
– Sí, sí, Carlos.
Maddie notó que se sonrojaba desde el cuello hasta las mejillas.
– ¿Eso hice?
– Sí. Nunca me habían llamado por el nombre de otro. -Lo pensó un momento y luego añadió-: Me parece que no me gusta.
Maddie se sentó.
– Lo siento.
– ¿Quién es Carlos?
Era obvio que no iba a olvidar el tema y la iba obligar a confesar.
– Carlos no es un hombre.
Mick parpadeó y la miró con los ojos muy abiertos durante unos segundos.
– Carlos es una mujer.
Maddie se echó a reír y señaló el cajón de la mesilla de noche.
– Abre el primer cajón.
Mick se inclinó y abrió el cajón. Frunció el ceño para luego relajarlo despacio.
– ¿Eso es un…?
– Sí, ese es Carlos.
Mick la miró.
– ¿Le has puesto nombre?
– Pensé que como éramos íntimos debía darle un nombre.
– Es púrpura.
– Y resplandece en la oscuridad.
Mick se echó a reír y cerró el cajón.
– Es grande.
– No tanto como tú.
– Sí, pero yo no puedo… -Se rascó la mejilla-. ¿Qué hace eso?
– Pulsa, vibra, rota y se calienta.
– ¿Todo eso y también resplandece en la oscuridad? -dijo dejando caer una mano sobre la cama.
– Tú eres mejor que Carlos. -Maddie se acercó, para arrodillarse detrás de él y abrazarse a su pecho. Prefiero pasar el tiempo contigo.
Mick la miró.
– Yo no resplandezco en la oscuridad.
– No, pero tus ojos son más sexys y me encanta cómo me besas y me acaricias. -Apretó los senos contra la cálida espalda-. Tú me haces vibrar y me pones caliente.
Mick se volvió y la empujó suavemente sobre la cama.
– Me haces sentir como la última vez que estuve en esta habitación. Como si nunca tuviera bastante. Como si tuviera quince años y pudiera durar toda la noche.
Un rizo de cabello negro le cayó sobre la frente, y ella lo cogió y se lo volvió a poner en su sitio.
– Es una habitación algo diferente de la última vez que estuviste aquí con… ¿cómo se llamaba?
– Brandy Green. -Miró alrededor, la cómoda de caoba, las mesitas de noche y las lámparas-. A decir verdad, no recuerdo cómo era.
– ¿Hace mucho tiempo?
Mick volvió a mirar a Maddie.
– Estaba demasiado ocupado para notarlo. -La sonrisa le arrugó las comisuras de los ojos-. Brandy era mayor que yo y yo solo intentaba impresionarla.
– ¿Lo conseguiste?
– ¿Impresionarla? -Lo pensó un momento y luego sacudió la cabeza-. No lo sé.
– Bueno, a mí sí me has impresionado.
– Lo sé.
Mick se tendió en la cama a su lado, colocó a Maddie encima de él y luego la atrajo hacia su pecho.
– ¿Cómo lo sabes?
– Porque gimes sin parar.
Maddie se retiró el cabello hacia atrás.
– ¿Ah sí?
– Sí. Me gusta. -Mick le acarició un brazo-. Me permite saber que estás concentrada en lo que te estoy haciendo.
Maddie se encogió de hombros.
– Me gusta el sexo. Me gusta desde la primera vez, cuando estudiaba en la UCLA y perdí la virginidad con mi primer novio, Frankie Peterson.
La mano de Mick se detuvo.
– Esperaste hasta que tenías ¿cuántos… veinte?
– Bueno, yo era Cincinnati Maddie, ¿te acuerdas? Pero cuando salí de casa de mi tía para ir a la universidad perdí casi treinta kilos, porque era tan pobre que no tenía dinero para gastar en comida. En aquellos días solía trabajar mucho. Tanto que quemé todas mis grasas, y ahora me niego a hacer nada que me cause problemas, que sea doloroso o aburrido.
Maddie le acarició la fina línea de vello del vientre.
– No necesitas hacer ejercicio -dijo Mick recorriendo con la mano la espalda de ella hasta el trasero-. Eres perfecta.
– Estoy demasiado blanda.
– Eres una mujer. Se supone que debes ser blanda.
– Pero yo soy…
Mick la tumbó en la cama y la miró desde arriba.
– Te miro y nada de lo que pienso me impide querer estar contigo. -Recorrió el rostro de Maddie con la mirada-. He intentado alejarme de ti. He intentado mantener las manos lejos de ti, pero no puedo. -La miró a los ojos-. Tal vez después de esta noche lo consiga.
A Maddie se le atragantó el aliento en el pecho. No quería una noche. Quería muchas noches, pero él era Mick Hennessy y ella era Maddie Jones. Tendría que decírselo. Y pronto.
– Entonces será mejor que nos apliquemos. -Maddie le puso la mano en la nuca y le acarició el corto cabello con los dedos-. Mañana podrás volver a estar enfadado conmigo, y yo volveré a la abstinencia. Todo volverá a ser como era antes de esta noche.
Mick hizo una mueca.
– ¿Tú crees?
Maddie asintió.
– Ninguno de los dos anda buscando el amor, ni siquiera un compromiso más allá de esta habitación. Ambos queremos lo mismo, Mick. -Maddie atrajo la boca de él hasta la suya y le susurró en los labios-. Sin ataduras. Solo un polvo de una noche.
Como creía que era la última vez que disfrutaba del sexo antes de volver a la abstinencia, se aseguraría de que fuera memorable.
Le dejó durante el tiempo de abrir el grifo de la bañera de hidromasaje y verter jabón de baño con perfume a mango en el agua. Luego lo cogió de la mano y lo llevó al cuarto de baño. Jugaron con las burbujas de espuma y cuando llegó el momento, lo cabalgó como si fuera un caballito de mar. Esta vez, cuando llegó a la cima, se aseguró de que lo llamaba por su nombre.
Cuando terminaron y Mick tiró por el váter el último condón, Maddie se quedó dormida con la espalda apretada contra el pecho de Mick y él con la mano en uno de sus senos. Él le estaba hablado de algo, ella acurrucó el trasero contra la entrepierna de Mick y se quedó dormida. Tenía intención de ponerse una bata y acompañarle hasta la puerta, pero hacía tanto tiempo que no se sentía segura y protegida… Claro que era una ilusión. Siempre había sido una ilusión. Nadie salvo ella misma podía hacer que estuviera segura y protegida de verdad, pero había estado bien.
Por la mañana, cuando se despertó, estaba sola. Tal como ella quería; sin ataduras, sin compromiso, sin exigencias. Mick ni siquiera se había despedido.
Se puso de costado y miró las sombras de la mañana que jugaban en la pared. Colocó la mano en el hueco de la otra almohada y apretó los dedos hasta cerrarla en un puño. Era mejor así.
Aunque nunca le contase quién era ella, aunque se fuera de la ciudad y nunca volviera a poner los ojos en él, él acabaría descubriéndolo. Lo descubriría cuando el libro se publicara.
Sí, era mejor que se hubiera marchado sin despedirse. Una noche ya era demasiado; más habría sido imposible.