Maddie cogió una botella de Coca-Cola light que estaba sobre su escritorio y la destapó. Dio un trago largo y volvió a taparla. Nada más abrir los ojos aquella mañana, supo al instante por dónde tenía que empezar el libro. En el pasador siempre empezaba los libros con hechos escalofriantes. Pero en esa ocasión se sentó y escribió:
– Te prometo que esta vez será diferente, nena. -Alice Jones echó un vistazo a su pequeña hija y luego volvió a fijar la mirada en la carretera-. Truly te va a encantar. Se parece un poco al cielo y ya va siendo hora de que Jesús nos ayude a encontrar una vida mejor.
Pero la nena no dijo nada. Ya había oído aquello antes. La voz emocionada de su madre y las promesas de una vida mejor. Lo único que cambiaba siempre era su dirección.
Como siempre, la niña quería creer a su madre. En realidad la creía, pero acababa de cumplir cinco años y era lo bastante mayor para darse cuenta de que nunca cambiaban a mejor, de que nunca cambiaba nada.
– Vamos a vivir en una bonita caravana.
Se descruzó de brazos y miró por el parabrisas los pinos que pasaban a toda velocidad. ¿Una caravana? Nunca había vivido en una casa.
– Con un columpio en el jardín.
¿Un columpio? Nunca había tenido un columpio. Volvió a mirar a su madre y la luz del sol centelleaba en el cabello rubio. Su madre parecía un ángel de una postal navideña, como esos que están en la punta del árbol de Navidad, y la niña se permitió creerlo. Se permitió creer en el sueño de encontrar el cielo. Se permitió creer en una vida mejor, y durante cinco meses había sido mejor… justo hasta la noche en que una esposa enfurecida vació el cargador de una treinta y ocho milímetros en el joven cuerpo de Alice Jones y convirtió el sueño en una pesadilla.
Maddie se apoyó en el escritorio, empujó la silla hacia atrás y se puso de pie. Las mangas del pijama de algodón resbalaron hasta los codos cuando levantó los brazos y se desperezó. Eran poco más de las doce y aún no se había duchado. Su buena amiga Clare se duchaba y se maquillaba cada día antes de sentarse a escribir. Maddie no. Por supuesto, eso significaba que de vez en cuando los de FedEx le pillaban hecha unos zorros, lo cual no le preocupaba demasiado.
Se metió de un salto en la ducha y pensó en el día que le esperaba. Tenía una lista de nombres y direcciones en la que había anotado la relación que cada uno guardaba con el caso. En el primer puesto de la lista se encontraba una visita a Value Rite Drug, donde trabajaba Carleen Dawson. Carleen era camarera en el Hennessy en la misma época que su madre. Quería pedirle que quedaran para poder entrevistarla, y pedírselo en persona tenía más ventajas que hacerlo por teléfono.
Después de la ducha, se puso crema de almendras y un vestido negro que se ataba a un costado de la cintura. Se retiró el cabello de la cara, se aplicó un poco de rímel y de lápiz de labios rojo intenso. Se calzó unas sandalias rojas y metió una libreta en el fino maletín de piel. No es que planease usar nada de lo que llevaba en el maletín, pero quería causar buena impresión.
Value Rite Drug estaba a unas pocas manzanas de la calle Mayor al lado de la peluquería Hair Hut de Helen. Tiestos con geranios y toldos amarillos daban al exterior de la tienda un toque de color. El interior estaba lleno de todo tipo de cosas; desde tiritas y aspirinas hasta esculturas de madera de renos, alces y osos talladas por los lugareños. Preguntó en la caja principal dónde podía encontrar a Carleen y le señalaron el pasillo de los aperitivos.
– ¿Es usted Carleen Dawson? -preguntó a una mujer bajita que vestía una blusa blanca y un delantal azul y rojo y que estaba inclinada sobre un carro de nubes y de palomitas para microondas.
Se enderezó y miró a Maddie a través de un par de lentes bifocales.
– Sí.
– Hola, me llamo Madeline Dupree y soy escritora. -Le dio a Carleen una tarjeta de visita-. Me gustaría que me concediera unos minutos de su tiempo.
– No es mi hora de descanso.
– Lo sé. -Carleen tenía el cabello muy estropeado y sin nada de vida, y, durante unos segundos, Maddie se preguntó por qué algunas personas de Truly tenían el pelo en tan mal estado-. Pensé que podríamos quedar cuando salga del trabajo.
Carleen bajó los ojos hacia la tarjeta negra y plateada, luego volvió a subirlos.
– ¿Crímenes de verdad? ¿Escribe sobre crímenes de verdad? ¿Cómo Anne Rule?
¡Esa escritorzuela!
– Sí, exacto.
– No sé cómo podría ayudarla. No tenemos asesinos en serie en Truly. Hubo uno en Boise, hace unos pocos años, una mujer, para colmo. ¿Puede creerlo?
En realidad Maddie sí podía creerlo, pues su amiga Lucy había sido considerada sospechosa y Maddie planeaba escribir más adelante sobre aquella matanza.
– Aquí nunca pasa nada -añadió Carleen, y colocó una bolsa de nubes en la estantería.
– No estoy escribiendo sobre un asesino en serie.
– ¿Sobre qué escribe, entonces?
Maddie apretó con fuerza el maletín y metió la otra mano en el bolsillo del vestido.
– Hace veintinueve años usted trabajaba en el bar Hennessy cuando Rose Hennessy disparó a su marido y a una camarera de cócteles llamada Alice Jones hasta matarlos, y luego se pegó un tiro.
Carleen se quedó inmóvil.
– Yo no estaba allí.
– Lo sé. Ya se había ido a casa.
– Aquello fue hace mucho tiempo. ¿Por qué quiere escribir sobre ello?
Porque es mi vida.
– Porque no todas las historias sobre crímenes reales interesantes son de asesinos en serie. A veces las mejores historias son sobre personas normales, personas normales que van y cometen crímenes horribles.
– Me lo imagino.
– ¿Conocía a Alice Jones?
– Sí, la conocía. También conocía a Rose, pero no creo que deba hablar de eso. Fue algo muy triste y la gente ha salido adelante. -Le devolvió la tarjeta de visita a Maddie-. Lo siento, no puedo ayudarla.
Maddie sabía cuándo presionar y cuándo retirarse, por el momento.
– Bueno, piénselo. -Sonrió y mantuvo una mano en el bolsillo y otra aferrada al asa del maletín-. Y si cambia de idea, llámeme.
Carleen se guardó la tarjeta en el bolsillo delantero del delantal azul.
– No cambiaré de idea. Algunas cosas es mejor dejarlas enterradas en el pasado.
Tal vez, pero lo que Carleen no sabía, aunque acabaría por descubrirlo, era que Maddie rara vez aceptaba un no por respuesta.
– No. No puedo ayudarla.
Maddie estaba en el porche lleno de agujeros de Jewel Finley, otra camarera de cócteles que había trabajado en Hennessy en la época en que Alice murió.
– Solo serán unos minutos.
– Estoy ocupada. -Jewel tenía el pelo lleno de rulos de color rosa y Maddie creyó detectar gomina Dippity-do. ¡Cielos!, ¿aún vendían Dippity-do?-. Rose era mi mejor amiga y no voy a hablar mal de ella -dijo Jewel-. Lo que le pasó fue una tragedia. No voy a explotar su desgracia.
¿Su desgracia?
– Mi propósito no es explotar a nadie, sino contar la historia desde todos los puntos de vista.
– Su propósito es hacer dinero.
– Créame, hay maneras más fáciles de hacer dinero. -Maddie notó que se exaltaba, pero sabiamente supo contenerse-. ¿Le parece más conveniente que vuelva en otro momento?
– No.
– Tal vez cuando no esté tan ocupada.
– No pienso hablar con usted sobre Rose, y dudo que nadie quiera hablar con usted. -Entró en su casa-. Adiós -añadió, y cerró la puerta.
Maddie dejó una tarjeta de visita en la persiana del porche y fue hacia el Mercedes, que estaba aparcado junto al bordillo. Ella no solo no aceptaba un no por respuesta, era el maldito Terminator y volvería.
– ¿Sabe cuándo volverá?
– Eso depende de lo que piquen los peces. Mañana, si le va mal. Si le va bien, quién sabe… -Levana Potter miró la tarjeta de vista de Maddie y le dio la vuelta-, pero puedo decirle que recuerda todo lo que ocurrió aquella noche. -La esposa del sheriff retirado levantó la mirada-. Aún lo atormenta.
Había encontrado a Levana cavando en el parterre delantero de su casa estilo rancho, y la buena noticia era que había bastantes posibilidades de que el sheriff quisiera hablar con Maddie. La mala noticia era que su entrevista tendría que esperar a las caprichosas truchas del lago.
– ¿Conoció usted a alguno de los implicados?
– Sí. -Levana se guardó la tarjeta de visita en el bolsillo de la blusa y volvió a meter la mano en el guante de jardinería-. Los Hennessy han vivido en este valle durante generaciones. Yo no conocía demasiado a Alice. Solo habíamos charlado las pocas veces que venía a la pequeña heladería y tienda de regalos que yo tenía en la Tercera. Era muy bonita y daba la impresión de ser muy dulce, parecía un ángel. Tenía una niña pequeña, eso lo sé. Cuando Alice murió, vino su tía a buscarla y se la llevó. No sé qué habrá sido de ella.
Maddie sonrió un poco.
– ¿Recuerda su nombre?
Levana sacudió la cabeza y su cabello blanco con la permanente flotó en la brisa.
– ¡Cielos, no! Eso fue hace veintinueve años y solo la había visto unas pocas veces. Jolines, a veces me cuesta recordar mi nombre.
– Alice vivía en el recinto para caravanas.
– Jolín, aquello lo demolieron hace años.
– Sí, lo sé, pero no he conseguido encontrar ningún documento sobre la gente que pudo haber vivido allí en la misma época que Alice y su hija. -En los diarios, Alice había mencionado a unas mujeres por sus nombres-. ¿Se acuerda de una mujer llamada Trina, que podía haber sido vecina de Alice?
– Hummm. -Levana negó con la cabeza-. No me suena. Bill lo sabrá -dijo refiriéndose a su marido-. Recuerda a todos los que han vivido alguna vez en esta ciudad. Le daré su tarjeta cuando regrese de la pesca.
– Gracias. Mañana no voy a estar en la ciudad, pero volveré pasado mañana.
– Se lo diré, aunque tal vez sea la semana que viene.
Fabuloso.
– Gracias por su tiempo.
De vuelta de casa de los Potter, Maddie se paró en una tienda de alimentación a comprar un pollo al ast y un medicamento contra la migraña. Carleen se había mostrado cautelosa y poco dispuesta a colaborar. Le dolía la cabeza, se sentía frustrada por los pocos avances y tenía una necesidad urgente de agarrar a alguien por los cataplines.
Con una cesta azul colgada de un brazo, se puso en la cola de la caja número tres. La próxima vez que hablase con Carleen y Jewel intentaría una táctica menos formal. Probaría la técnica amistosa, «más buena que el pan». Si eso no funcionaba, iría al programa de Jerry Springer y su panda de paletos.
– La vi antes en Value Rite -le dijo una mujer de la fila de al lado.
Maddie levantó la mirada hacia ella y dejó la cesta en la cinta transportadora.
– ¿Habla usted conmigo?
– Sí. -La otra mujer tenía el cabello negro y corto y vestía una camiseta con una foto de sus nietos-. Carleen dijo que le estuvo preguntando por Rose y Loch Hennessy.
¡Uau!, sí que volaban las noticias en las ciudades pequeñas.
– Es cierto.
– Yo me crié con Rose y tenía algunos problemas, pero era una buena persona.
Algunos problemas. ¿Así es como llaman a llenar de plomo a dos personas? Maddie lo habría llamado un brote psicótico.
– Estoy segura de que sí.
– Esa camarerita se llevó su merecido por liarse con un hombre casado.
Cansada, frustrada y ahora cabreada, Maddie dijo:
– ¿Así que usted cree que cualquier mujer que se lía con un hombre casado merece morir a tiros?
La mujer soltó una bolsa de patatas en la cinta delante de ella.
– Bueno, yo solo digo que si te enredas con el marido de otra, mereces salir malparada. Eso es todo.
No, eso no era todo, pero Maddie se mordió la lengua por prudencia.
Maddie arrojó el maletín en el sofá y miró la foto de su madre sentada a la mesa del café.
– Bueno, vaya desperdicio de maquillaje.
Se quitó los zapatos de un puntapié y puso la fotografía boca abajo. No podía mirar la sonrisa alegre de su madre después de aquel día de perros.
Entró descalza en la cocina y buscó en la nevera la botella de merlot que había abierto el día anterior. Lo pensó mejor y cogió el vodka Skyy, una tónica light y una lima. A veces una chica necesita una copa, aunque esté sola. Mientras se servía vodka en un vaso largo y añadía la tónica, sonó en su cabeza la canción de George Thorogood «I Drink Alone». Tal vez fuera deformación profesional, pero el estribillo era redundante; es evidente que cuando bebes solo no bebes con nadie [4].
Justo cuando acababa de meter hielo y una rodaja de lima en la copa, sonó el timbre. Cogió la copa y se la llevó a los labios mientras cruzaba el salón. No esperaba a nadie, y a la última persona que esperaba era quien estaba al otro lado de la puerta.
A través de la mirilla vio a Mick Hennessy, quitó el pasador de seguridad y abrió la puerta. El sol de última hora de la tarde cruzaba la mejilla de Mick y un lado de su boca. Llevaba una camiseta imperio debajo de una camisa azul a cuadros, con las mangas arremangadas justo por encima de los bíceps. El azul claro de los cuadros hacía juego con sus ojos y le resaltaba el bronceado y el cabello negro como si perteneciera a la portada de una revista, vendiendo sexo y rompiendo corazones.
– Hola, Maddie -dijo con una voz que era un rumor bajo. Sostenía una tarjeta de visita entre los dedos de una mano levantada.
¡Mierda! Lo último que necesitaba aquel día era un enfrentamiento con Mick. Tomó otro trago de la bebida fortalecedora y aguardó a que empezara a gritar. En lugar de eso le soltó una mirada matadora.
– Te dije que te daría el nombre de un buen exterminador.
Le ofreció la tarjeta de visita. Era blanca, no negra, y tenía una rata.
No se había dado cuenta de que estaba algo nerviosa hasta que su boca dibujó una sonrisa. Le cogió la tarjeta.
– No tenías que molestarte y venir hasta aquí para dármela.
– Lo sé. -Le dio una caja anaranjada y amarilla-. Pensé que podías usar esto hasta que venga Ernie, el controlador de plagas. Es más fácil que buscar esqueletos pestilentes.
– Gracias. Ningún hombre me había regalado antes… -Se calló y miró la caja-. Un Mouse Motel 500.
Mick se echó a reír.
– Tenían un Mouse Motel 22, pero pensé que tú te merecías lo mejor.
Abrió la puerta del todo.
– ¿Quieres entrar? -Debía contarle por qué estaba en Truly, pero no en aquel momento. No estaba de humor para otro enfrentamiento.
– No puedo quedarme mucho rato. -Pasó por su lado y ella notó que olía a jabón casero con aroma a madera-. Mi hermana me espera para comer.
– Siempre he querido tener una hermana. -Algún sitio para ir de vacaciones además de la casa de una amiga.
– Si conocieras a Meg, te considerarías afortunada.
Maddie cerró la puerta y entró en el salón junto con Mick. Debía admitirlo, era extraño tenerlo en casa. No solo porque era Mick Hennessy, sino porque hacía mucho tiempo que no dejaba entrar a un hombre en su casa. La energía parecía cambiar, el aire se cargaba de sexualidad.
– ¿Por qué?
– Meg puede ser… -Sonrió y miró la habitación-. Una horrible cocinera -añadió, pero Maddie tuvo la sensación de que no era eso lo que había estado a punto de decir-. El tipo de cocinera que se cree mejor de lo que realmente es, lo que significa que nunca mejorará. Si echa unos guisantes en una cacerola y le llama cena, me parece bien, pero no estoy de acuerdo. -Volvió a mirarla a los ojos y señaló el vaso-. ¿Un día duro?
– Sí.
– ¿Más ratones dándose un banquete con tus barritas de muesli?
Maddie negó con la cabeza. ¿Se acordaba de aquello?
– ¿Qué ha pasado?
Estaba segura de que él oiría hablar de ello bastante pronto.
– Nada importante. ¿Tienes tiempo para tomar una copa?
– ¿Tienes una cerveza?
– Solo cerveza light.
Mick hizo una mueca.
– No me digas que cuentas las calorías.
– Sí, claro. -Entró en la cocina y él la siguió-. Si no lo hago, se me pone un trasero enorme.
Maddie miró por encima del hombro y lo sorprendió bajando la vista hasta su trasero.
– A mí me pareces muy bonita.
– Exacto. -Como si tuviera todo el día, Mick subió lentamente la mirada hasta su cara-. Tengo vodka, ginebra, y whisky Crown Royal.
Bajó los párpados una milésima sobre los ojos, haciendo que sus oscuras pestañas parecieran muy largas.
– Crown.
Abrió un armario y se puso de puntillas. Maddie reconoció aquella mirada en los ojos de Mick. Hacía cuatro años que no follaba, pero recordaba aquella mirada.
– Yo lo cogeré -dijo él, y se acercó por detrás y alcanzó el estante superior.
Ella se dio media vuelta. Mick estaba tan cerca que si se hubiese inclinado hacia delante un poco habría podido enterrar la nariz en su cuello. Los laterales de la camisa rozaron su pecho y ella contuvo la respiración.
Mick la miró a los ojos mientras le daba un anticuado vaso.
– Toma. -Y retrocedió un paso.
– Gracias.
Lo rodeó y abrió la nevera. Fue un gusto notar el aire frío en las acaloradas mejillas. Aquello no podía estar pasando de ninguna manera, no con él, y si hubiera sido cualquier otro hombre, a ella no podrían considerarla responsable de lo mucho que podría usar y abusar de su cuerpo.
– ¿Eres de Idaho? -le preguntó mientras recostaba la cadera contra la encimera y se cruzaba de brazos-. ¿O estás aquí por trabajo?
– Nací y me crié en Boise.
Salvo los cinco meses que había vivido en Truly y los seis años que había vivido en el sur de California, cuando asistía a la Universidad de California, Los Ángeles. Puso unos cubitos de hielo en el vaso.
– ¿Tus padres viven en Boise?
– No conocí a mi padre. -Cerró la nevera y puso el vaso en la encimera-. Me crió mi tía, que murió hace pocos meses.
– ¿Dónde está tu madre?
En el mismo lugar que la de Mick. Enterrada a unos ocho kilómetros de allí.
– Murió cuando yo era joven.
Maddie se inclinó para sacar la botella de whisky del armario de las bebidas.
– Lamento oír eso.
– Apenas la recuerdo. -Esperaba que dijera algo sobre la muerte de sus padres cuando era niño, pero no lo hizo y ella se puso en pie y le ofreció el Crown Royal-. Lo siento, no es tan bueno como el Bushmills de veintiún años.
Mick le cogió la botella y la destapó.
– Pero la compañía es mejor.
Se sirvió tres dedos de whisky encima del hielo.
– Tú no me conoces.
Dejó la botella en la encimera y se llevó el vaso a los labios.
– Esa es una de las cosas que me gustan de ti. -Bebió y luego añadió-: No me senté a tu lado en segundo. Tu hermana no es amiga de mi hermana y tu madre no era la mejor amiga de mi madre.
No, pero había sido muy amiga de tu padre, pensó Maddie.
– Tanya no se crió por aquí.
– Cierto, pero es demasiado neuras. No puede relajarse y pasárselo bien. -Bajó el vaso y miró hacia el salón-. Esta es una de las casas más antiguas del lago.
– El de la inmobiliaria me dijo que la construyeron en los años cuarenta.
Se inclinó un poco hacia delante y miró por el pasillo hacia el lavabo y los dormitorios.
– Parece diferente desde la última vez que estuve aquí.
– Me dijeron que habían remodelado la cocina y los lavabos el año pasado. -Maddie bebió un trago-. ¿Cuándo fue la última vez que estuviste aquí?
– ¡Oh, no lo sé. -Se puso derecho y la miró a los ojos-. Es posible que haga unos quince o unos veinte años.
– ¿Tenías un amigo que vivía aquí?
– Podríamos decir que sí. Aunque no sé si llamaría a Brandy Green amiga. -Esbozó una leve sonrisa cuando añadió-: Sus padres estaban en el Rodeo Pendleton de Oregón.
– ¿Y tú tenías tus rodeos particulares aquí?
La sonrisa se convirtió en una mueca pícara.
– Podríamos llamarlo así.
Maddie frunció el ceño.
– ¿Cuál era la habitación de Brandy?
Seguro que Mick había grabado sus iniciales en una viga del techo.
– No sabría decirlo. -Movió el hielo en el vaso haciéndolo chasquear y luego se llevó el vaso a los labios-. Pasábamos la mayoría del tiempo en la habitación de sus padres. Su cama era más grande.
– ¡Oh, Dios mío! Lo hiciste con ella en mi dormitorio. -Se llevó la mano al pecho-. Ni siquiera yo lo he hecho en ese dormitorio. -Al segundo de haber dicho aquello, deseó que la tragara la tierra. No solía avergonzarse de sí misma con frecuencia, pero odiaba cuando ocurría. Sobre todo cuando él echó la cabeza hacia atrás y soltó unas grandes carcajadas-. No tiene gracia.
– Sí la tiene. -Después de unos momentos de hilaridad por su parte, dijo-: Cielo, podemos arreglar eso ahora mismo.
Si su oferta hubiera sonado amenazadora o babosa, le habría echado de su casa a patadas, pero era sencilla y directa e incluso la hizo sonreír a su pesar.
– No, gracias.
– ¿Estás segura? -Bebió otro sorbo y luego dejó el vaso sobre la encimera.
– Estoy segura.
– Soy mucho mejor que la última vez que estuve aquí. -Le ofreció una sonrisa llena de una irresistible mezcla de encanto, seguridad en sí mismo y puro pecado-. He practicado mucho desde entonces.
Ella no había practicado nada últimamente. Hecho que se hizo muy patente cuando sus pechos se erizaron y notó un tirón cálido en la barriga. Mick era el último hombre en la tierra con el que debía abandonar la abstinencia sexual. Su cabeza lo sabía muy bien, pero a su cuerpo no parecía importarle.
Mick le cogió una mano y le acarició los dedos con el pulgar.
– ¿Sabes lo que más me gusta de ti?
– ¿Mi Crown?
Mick negó con la cabeza.
– ¿Que no quiero un vestido de novia, una casa y una fábrica de bebés?
– Además de eso. -Mick la atrajo hacia él-. Que hueles muy bien.
Maddie dejó la copa sobre la encimera y pensó en qué crema se había puesto.
Mick le levantó la mano y olió la cara interna de su muñeca.
– ¿Cerezas?
– Almendras.
– Ayer fue chocolate, hoy son almendras. Me pregunto a qué olerás mañana. -Mick le puso la mano en un hombro.
– Melocotón. -Lo más probable.
Mick le apartó el cabello hacia atrás y acercó la cara hasta su cuello.
– Me encantan los melocotones tanto como el chocolate y las almendras. Haces que me entre hambre.
Conocía esa sensación.
– Tal vez deberías ir corriendo a casa de tu hermana a comer una cacerola de guisantes.
Maddie notó la suave risa de Mick contra la piel, un momento antes de que él le empezara a besar el cuello con la boca abierta. Sintió un escalofrío en la columna vertebral y dejó caer la cabeza a un lado. Tenía que detenerlo, pero todavía no, en un minuto.
– Tal vez debería comerte.
Él cerró los ojos y ella supo que estaba en un lío. Aquello no podía estar ocurriendo. Mick Hennessy no debería estar en su casa, diciéndole que quería comerla e incitándola a tener malos pensamientos acerca de por dónde podía empezar, incitándola a pasar la mano por su pecho y acariciarle el cabello.
– ¿Sabes lo que te haría si tuviera más tiempo?
La cogió por la cintura y la atrajo hacia él. Maddie notó una hinchazón en su bragueta y se hizo perfectamente a la idea.
Ella tragó saliva con dificultad mientras Mick le mordía el lóbulo de la oreja.
– ¿Quieres echarle otro vistazo al dormitorio principal?
Mick levantó la cabeza, sus sexys ojos azules se habían puesto soñadores de deseo.
– ¿Quién necesita un dormitorio?
Tenía razón. Paseó la mano por el hombro de Maddie y subió por un lado del cuello. Tal vez había sido un error pasar sin sexo tanto tiempo. La presión del cuerpo de Mick era tan increíble que no quería que parase, pero tenía que hacerlo, claro, dentro de un minuto.
– Eres una mujer hermosa, Maddie. -La rozó con los labios ligeramente-. Si tuviera más tiempo, te quitaría el vestido.
– Ya sé quitarme el vestido.
Mick esbozó una sonrisa que le curvó un lado de los labios.
– Es más divertido si te lo quito yo.
Entonces la besó en la boca, con una suave y atormentadora presión. La excitó, alargando el beso hasta que los dedos de Maddie empezaron a acariciar el corto cabello de su nuca y ella abrió los labios. La lengua de Mick entró en su boca, húmeda y deliciosa; sabía a whisky y a deseo. Entre los muslos sentía un charco de calor húmedo, y puso la mano libre sobre el estómago liso de Mick, notando los duros contornos del pecho. ¡Hacía tanto tiempo…! Tanto tiempo desde que un hombre no la tocaba así… Lo besó. Quiso adherirse a él, como si le picase la piel y quisiera desgarrarle la ropa y notar la presión de su piel desnuda. ¡Hacía mucho tiempo! En parte porque ella había desistido y en parte porque ningún hombre la había excitado como Mick.
Mick la cogió por la cintura, cada vez más fuerte, y los pulgares le apretaron el estómago justo debajo de los pechos.
Mick ladeó la cabeza y ligeramente atrajo la lengua de Maddie hasta el interior en su boca, donde experimentó una sensación cálida y húmeda. Los dedos de Maddie se enredaron en su cabello y ella se apretó contra su cuerpo duro. Se le erizaron los pezones contra su firme pecho y Mick emitió un suspiro desde lo más hondo de la garganta. Aquello se estaba descontrolando. Iba en aumento y amenazaba con superarla.
Maddie se apartó de él.
– Basta.
Mick pareció sorprenderse tanto como ella.
– ¿Por qué?
– Porque… -Respiró hondo y soltó el aire despacio. «Porque no sabes quién soy y cuando lo descubras me odiarás»-. Porque tienes que ir a comer con tu hermana.
Abrió la boca para protestar, pero luego bajó las cejas como si hubiera olvidado lo que tenía que decir.
– Mierda. -La cogió más fuerte durante una fracción de segundos, antes de dar un paso atrás y dejar caer las manos a los costados-. Yo no pretendía empezar algo que no pudiera terminar.
– Yo no pretendía empezar nada en absoluto-. Maddie se lamió los labios y se preguntó si debía sincerarse allí mismo, en aquel momento, antes de que lo oyera de boca de alguien de la ciudad-. Definitivamente esto no es una buena idea.
– Te equivocas. -Le cogió la mano y la arrastró consigo hasta la puerta principal-. Lo único malo es mi horario.
– Pero si no me conoces -protestó mientras se acercaba a él en la entrada.
– ¿A qué viene tanta prisa? -Abrió la puerta, pero se detuvo en el umbral. La miró a la cara y soltó un pesado suspiro-. De acuerdo, ¿qué tengo que saber?
Y entonces ella se acobardó o, mejor dicho, decidió que contárselo mientras su cuerpo aún ardía de deseo por él no era el mejor momento. En lugar de eso intentó abordarlo desde otro punto de vista.
– Soy una especie de abstemia sexual.
– ¿De qué tipo? -La miró a los ojos-. ¿Cómo puedes ser «una especie de abstemia sexual»?
Sí, ¿cómo?
– Llevo mucho tiempo sin tener sexo con un hombre.
Mick frunció el ceño.
– ¿Eres lesbiana?
– No.
– No me lo parecía, no besas como una lesbiana.
– ¿Cómo lo sabes?
Estaba mirándole a los ojos azules y al segundo siguiente volvía a estar pegada a su cuerpo. Él la besó en la boca y ella sintió aquellos besos tan ardientes en lo más hondo de su ser. Mick tomó aire de su boca y Maddie se mareó. ¡Cielos!, no podía respirar ni pensar. Iba a desmayarse de placer.
Mick la soltó y ella se recostó en el marco de la puerta.
– Por esto lo sé -respondió Mick.
– Dios mío, eres un tornado -dijo ella jadeando-. Se llevó los dedos al labio superior. Se le había quedado la boca dormida-. Chupas todo lo que hay a tu alrededor.
– Todo no. -Salió al porche iluminado por la luz del sol-. Todavía no.