La noche antes de la boda de Clare, las cuatro amigas se reunieron en la casa de Maddie en Boise. Se sentaron en el salón de Maddie, delante de la chimenea hecha con piedra del río. La casa de Boise estaba amueblada en tonos marrones y beiges, y hacía un momento Maddie había descorchado una botella de Moët. Las cuatro mujeres levantaron las copas de champán y brindaron por la futura felicidad de Clare con su novio Sebastian Vaughan.
Hacía poco más de un año, las cuatro estaban solteras. Ahora Lucy estaba casada y Clare estaba a punto de casarse. Adele continuaba pensando que le habían echado una maldición con todas aquellas citas espantosas, y Maddie se había enamorado y le habían roto el corazón. Adele era la única de las cuatro cuya vida no había cambiado de una manera drástica. Aunque Maddie ya había confiado a sus amigas lo que sentía por Mick, aquella era la noche de Clare, no una fiesta para compadecerse de Maddie. Hacía una semana desde que había visto a Mick en el parque con Tanya, y recordarlo aún la ponía enferma.
– Mi madre ha invitado a medio Boise a la boda. Ha estado en sil… -Clare hizo una pausa y se inclinó a su izquierda para mirar detrás de la silla de Maddie-. Hay un gato en tu casa.
Maddie se dio media vuelta y miró a Bola de nieve, que se saltaba a la torera las reglas y subía a las tapicerías satinadas. Maddie dio unas palmadas y se puso de pie.
– Bola de nieve.
La gata miró a Maddie y bajó al suelo.
– ¿Conoces a ese gato? -le preguntó Adele.
– Más o menos la he adoptado.
– ¿Más o menos?
Lucy se inclinó hacia delante.
– Tú odias a los gatos.
– Lo sé.
Clare se tapó los labios con dos dedos.
– Le has puesto Bola de nieve a tu gata. ¡Qué monada!
– Eso es impropio de ti -añadió Lucy.
Adele ladeó la cabeza y la miró preocupada.
– ¿Te encuentras bien? Te vas unos meses y vuelves con un gato. ¿Qué más has estado haciendo en Truly que no sepamos?
Maddie levantó la copa y se acabó el champán.
– Nada.
Lucy enarcó una ceja de sospecha.
– ¿Cómo va el libro?
– La verdad es que bastante bien -respondió con sinceridad-. Ya debo de haber escrito más de la mitad.
La siguiente mitad sería la más dura. La parte en la que tendría que escribir sobre la noche en que murió su madre.
– ¿Qué tal Mick Hennessy? -preguntó Adele.
Maddie se levantó y se acercó a la mesa de café.
– No lo sé. -Se sirvió más champán-. No me habla.
– ¿Le contaste por fin quién eres en realidad?
Maddie asintió y rellenó las copas de sus amigas.
– Sí, se lo dije, y no se lo tomó demasiado bien.
– Al menos no te acostaste con él.
Maddie apartó la mirada y dio un trago.
– ¡Oh, Dios mío! -exclamó Clare-. ¿Abandonaste la abstinencia con Mick Hennessy?
Maddie se encogió de hombros y se sentó.
– No pude evitarlo.
Adele asintió.
– Tiene un polvo.
– Muchos hombres tienen un polvo. -Lucy dio un sorbo mientras estudiaba a Maddie. Frunció el ceño-. Estás enamorada de él.
– Eso no importa. Él me odia.
– Estoy segura de que eso no es verdad. Nadie puede odiarte -dijo Clare, la más bondadosa de las cuatro.
Ante una mentira tan flagrante, Maddie no pudo evitar sonreír, mientras Lucy se atragantaba con el champán.
Adele se recostó hacia atrás y se echó a reír.
– Maddie Jones tiene un gato y se ha enamorado. ¡Las ranas están criando oficialmente pelo!
El día después de la boda de Clare, Maddie cogió a su gata y se dirigió a Truly. La boda había sido preciosa, claro. Y en la fiesta, Maddie se había divertido y había bailado toda la noche. Bailó con algunos hombres guapos y solteros, y se preguntó si alguna vez llegaría un día en su vida en el que no comparase a todos los hombres que conocía con Mick Hennessy.
Se pasó el resto de septiembre escribiendo y reviviendo los meses anteriores a la muerte de su madre. Insertó fragmentos de entrevistas y entradas del diario, incluida la última:
Mi niña cumplirá seis años el año que viene e irá a primer grado. No puedo creer lo mayor que está. Me gustaría poder darle más. Tal vez pueda. Loch me dijo que me amaba. Ya he oído eso antes. Dice que dejará a su mujer y se irá conmigo. Dice que no ama a Rose, y va a decirle que no quiere vivir más con ella. También he oído eso antes. Quiero creerlo. ¡¡No, le creo!! Solo espero que no esté mintiendo. Sé que quiere a sus hijos. Habla mucho de ellos. Le preocupa que cuando le diga a su mujer que quiere divorciarse los hijos tengan que ser testigos de una escena. Teme que le tire cosas o haga alguna locura, como prenderle fuego al coche. Me preocupa que haga daño a Loch y se lo he dicho. Él se ha echado a reír y ha dicho que Rose nunca haría daño a nadie.
La parte más dura del libro no había sido revivir la muerte de su madre momento a momento, como siempre había pensado. Aquello había sido duro, sin duda, pero la parte más difícil había sido escribir el final y despedirse. Al escribir el libro se percató de que nunca se había despedido de su madre. Nunca había existido ningún tipo de cierre. Ahora lo había hecho, y se sentía como si una parte de su vida se hubiera acabado.
Concluyó el libro a mediados de octubre y acabó física y emocionalmente exhausta. Se derrumbó en la cama y durmió casi veinte horas. Cuando se despertó, sintió como si le hubieran quitado una espina del pecho. Una espina que ni siquiera sabía que la tuviera enterrada allí. Se había liberado del pasado cuando ni siquiera sabía que necesitaba liberarse.
Maddie dio de comer a Bola de nieve, luego se metió en la ducha. La gata aún tenía que dormir en la cama que Maddie le había comprado para ella. Le gustó el vídeo, pero el transportín nada en absoluto. Maddie había desistido de imponerle cualquier tipo de reglas. Bola de nieve parecía pasarse la mayor parte del tiempo durmiendo en el alféizar de la ventana o en el regazo de Maddie.
Se lavó el pelo, se frotó el cuerpo con un exfoliante que olía a melón y se preguntó qué iba hacer con su vida. Lo cual era una pregunta rara de verdad, si se paraba a pensarlo. Hasta que no había terminado el libro no se había dado cuenta de lo mucho que su vida había estado envuelta en el pasado. Había dictado su futuro sin que ni siquiera fuera consciente.
Tal vez se tomaría unas vacaciones en algún lugar cálido, solo se llevaría un bañador y unas chanclas y aterrizaría en una bonita playa. Tal vez Adele necesitara un descanso de su ciclo de citas fatídicas.
Mientras Maddie se secaba, pensó en Mick. Ella tenía treinta y cuatro años y era su primer amor verdadero. Siempre le amaría, aunque él no pudiera amarla, pero quizá había algo que podía hacer por él, podía hacerle el mismo regalo que se había hecho a ella.
Mick levantó la mirada de la botella que tenía en la mano hacia la mujer que entraba por la puerta principal. Dejó la Corona sobre la barra y la observó mientras avanzaba entre las mesas. El bar estaba bastante vacío, incluso para un lunes por la noche.
El pelo se le rizaba sobre los hombros como la primera vez que la vio, y llevaba un suéter negro holgado que ocultaba las maravillas de su cuerpo. Llevaba una caja debajo del brazo. No la había visto desde el día de los Fundadores, cuando le dijo que él no podía asumir la verdad sobre ella. Tenía razón. No podía, pero eso no significaba que no la echara de menos cada puto día. No significaba que no se la comiera con la mirada. Intentar olvidar no había funcionado. Nada había funcionado.
– Hola, Mick -dijo ella, por encima de Trace Adkins en la gramola. Su voz llegó hasta él como coñac caliente.
– Maddie.
– ¿Puedo hablar contigo en privado?
Mick se preguntó si había ido a despedirse y cómo se sentiría al respecto. Asintió y los dos fueron a su oficina. El hombro de Maddie le rozó, añadiendo urgencia a la cálida mezcla que empezaba a propagarse por su carne. Deseaba a Maddie Jones. La deseaba con locura, quería saltar sobre ella y comérsela. Maddie cerró la puerta y las ganas aumentaron. Se colocó detrás de la mesa, lo más alejado de ella posible.
– Tal vez tendrías que dejar la…
– Por favor, déjame hablar -le interrumpió levantando la mano-. Tengo algo que decirte y luego me iré. -Tragó saliva con dificultad y le miró directamente a los ojos-. La primera vez que recuerdo haber tenido miedo fue a los cinco años. No voy a hablarte del miedo que se tiene a Halloween o al coco. Estoy hablando de un miedo mortal.
»Un ayudante del sheriff me despertó para decirme que mi tía abuela venía a buscarme y que mi madre había muerto. No entendí lo que había pasado. No entendí por qué mi madre se había ido, pero supe que nunca volvería. Lloré tanto que vomité en el asiento trasero del Cadillac de mi tía abuela Martha.
Él también recordaba aquella noche. Recordaba el asiento trasero del coche de policía y a Meg sollozando a su lado. ¿Qué sentido tenía recordarlo?
– Cuando te conocí -prosiguió ella-, no esperaba que me gustases, pero me gustaste. En realidad no esperaba que me gustaras tanto que acabara en la cama contigo, pero lo hice. No esperaba enamorarte de ti, pero me enamoré. Sabía desde el principio que tenía que habértelo dicho en cien ocasiones distintas. Sabía que era lo que debía hacer, pero también sabía que te perdería si te lo contaba. Sabía que cuando te lo contara, tú me dejarías y nunca volverías. Y eso es lo que sucedió.
Maddie dejó una caja de papel Xerox encima de su mesa.
– Quería que tuvieras esto. Para escribir este libro me trasladé a Truly, y quiero que lo leas. Por favor. -Miró la caja-. El disco está dentro, y lo he borrado de mi ordenador. Es la única copia. Haz lo que quieras con las dos cosas. Tíralos, aplástalos con tu furgoneta o quémalos en una hoguera. De ti depende.
Volvió a mirarlo con sus ojos castaños firmes y serenos.
– Espero que algún día puedas perdonarme. No porque personalmente necesite tu perdón, que no lo necesito, sino porque he aprendido algo en los últimos meses, y es que solo porque te niegues a reconocer algo, te niegues a mirarlo o a pensar en ello, no significa que no esté allí, que no te afecte ni afecte a las elecciones que haces en tu vida.
Se humedeció los labios.
– Yo he perdonado a tu madre. No porque la Biblia me diga que debo perdonar. Supongo que no soy una buena cristiana, porque no soy tan magnánima. La perdono porque, al perdonarla, me libero de la rabia y la amargura del pasado, y eso es lo que quiero para ti.
»He pensado en lo que he hecho desde que me trasladé a Truly, y lamento haberte hecho daño, Mick, pero no lamento haberte conocido, ni haberme enamorado de ti. Amarte me ha roto el corazón y me ha causado dolor, pero me ha convertido en mejor persona. Te quiero, Mick, y espero que algún día encuentres a alguien a quien puedas amar. Te mereces más que una vida con una serie de mujeres que te importan muy poco y a las que tampoco importas demasiado. Amarte me ha enseñado eso. Me enseñó cómo es amar a un hombre, y espero que algún día pueda encontrar a alguien que me ame de esa manera que tú no puedes, porque me merezco más que una serie de hombres a los que en realidad les importo muy poco. -Repasó el rostro de Mick con la mirada y volvió a mirarle a los ojos-. He venido esta noche a darte el libro y porque quería decirte adiós.
– ¿Te vas? -Supo cómo se sentiría al decirle adiós.
– Sí. Tengo que irme.
Era mejor que se fuera, daba lo mismo que se sintiera como si volviera a arrancarle el corazón del pecho.
– ¿Cuándo?
Maddie se encogió de hombros y se encaminó hacia la puerta.
– No lo sé. Pronto. -Miró por encima del hombro una última vez y dijo-: Adiós, Mick. ¡Que tengas una buena vida!
Se marchó y lo dejó con el olor de su piel en el aire y un gran vacío en el corazón. La chaqueta roja que llevaba la noche en que entró en su oficina con un vestido sin espalda aún colgaba de una percha detrás de la puerta. Sabía que aún olía a fresas.
Se sentó en la silla e inclinó la cabeza hacia atrás. Pensó en el viejo borracho de Reuben Sawyer, que llevaba tres décadas sentado en un taburete de bar, triste, patético e incapaz de superar el dolor por la pérdida de su esposa. Mick no era tan patético, pero comprendía al viejo Reuben como no lo había comprendido antes de amar a Maddie Jones. El aún no empinaba el codo. Tenía dos bares y sabía adónde llevaba ese camino, pero se había metido en alguna que otra pelea. Pocos días antes de ver a Maddie en el parque, había sacado de Mort a los chicos Finley de una patada en el culo. Normalmente llamaba a la poli para que se ocupara de ese surtido de gilipollas y lerdos pirados, pero aquella noche se encargó él mismo de Scoot y de Wes. Nadie había acusado nunca a los Finley de ser listos, pero eran pendencieros y el camarero tuvo que ayudar a Mick a echarlos a empellones al callejón, donde prosiguió una demoledora batalla campal. De esas de las que Mick no disfrutaba desde secundaria.
Mick se rascó las sienes y se sentó hacia delante. Desde la noche en que descubrió quién era Maddie en realidad, las estaba pasando putas y no sabía cómo salir de aquello. Su vida parecía una sucesión de días desgraciados. Pensaba que las cosas mejorarían, pero su vida no iba a mejor, y no sabía qué hacer al respecto. Maddie era quien era, y él era Mick Hennessy, y por mucho que le amara, la vida real no era una peli de esas hechas para la televisión del canal femenino que a Meg le gustaba ver.
Se inclinó hacia delante y acercó la caja de Xerox. La destapó y miró en el interior el disco naranja y una pila de papel. En la primera página, escrito en un cuerpo de letra grande se leía: hasta que la muerte nos separe.
Maddie había dicho que aquella era la única copia. ¿Por qué habría de dársela a él? ¿Por qué tomarse tantas molestias y pasar tanto tiempo haciendo algo, para luego dárselo a él cuando lo había terminado?
No quería leerlo. No quería que se lo tragase el pasado. No quería leer nada acerca de su padre infiel, de su madre enferma y de la noche en que ella se pasó de la raya. No quería ver las fotografías ni leer los informes de la policía. Ya había pasado por ello una vez y no se sentía como para revisitar el pasado, pero mientras cogía la tapadera para volver a cerrar la caja, llamó su atención la primera frase.
– Te prometo que esta vez será diferente, nena. -Alice Jones echó un vistazo a su pequeña hija y luego volvió fijar la mirada en la carretera-. Truly te va a encantar. Se parece un poco al cielo y ya va siendo hora de que Jesús nos ayude a encontrar una vida mejor.
Pero la nena no dijo nada. Ya había oído aquello antes…
Maddie metió el DVD de Bola de nieve en el reproductor y la sentó en la cama para gatos que estaba delante del televisor. Aún no eran las diez de la mañana y ya estaba harta de Bola de nieve.
– Si no te portas bien te meteré en el transportín y te encerraré en el maletero del coche.
– Miau.
– Lo digo en serio.
Bola de nieve estaba atravesando por una especie de fase pasiva-agresiva. Maullaba porque quería salir. Maullaba porque quería entrar, pero cuando Maddie abría la puerta, salía corriendo en dirección contraria. Era de esperar que la gata fuera más agradecida.
Apuntó hacia la nariz de la gatita.
– Te lo advierto. Estás agotando mi paciencia.
Se levantó y salió de puntillas. Bola de nieve no la siguió, por el momento estaba petrificada delante de los periquitos que gorjeaban en la pantalla.
Sonó el timbre y Maddie fue a la parte delantera de la casa y espió por la mirilla. Después de despedirse de Mick la noche anterior, no esperaba volver a verlo. Y allí estaba él, con bastante mal aspecto. La mitad inferior de su rostro estaba cubierto de barba como todas las veces que se había quedado hasta tarde haciendo el amor. Abrió la puerta y vio que llevaba la caja de Xerox en la mano. El corazón le dio un vuelco. Todo ese trabajo y él no lo había leído.
– ¿No vas a invitarme a entrar?
Abrió la puerta y la cerró después de que entrara. Llevaba un forro polar negro North Face y, bajo la barba de un día, tenía las mejillas sonrosadas por el frío de la mañana. La siguió hasta el salón, transportando consigo su olor y el olor del aire de octubre por toda la casa. Le encantaba aquel olor y lo había echado de menos.
– ¿Tu gata está viendo la televisión?
Su voz también era algo ronca.
– Por el momento.
Mick dejó la caja sobre la mesa de café.
– He leído tu libro.
Maddie miró el reloj de encima del televisor solo para asegurarse de la hora que era. Se lo había dado para que lo leyera y lo destruyera porque lo amaba, y probablemente él lo había leído por encima.
– ¡Qué rápido!
– Lo siento.
– No lo sientas. Algunas personas leen muy deprisa.
Mick sonrió, pero la sonrisa no llegó hasta sus ojos azules ni marcó sus hoyuelos.
– No. Siento lo que mi madre le hizo a la tuya. No creo que nadie de mi familia se haya disculpado nunca. Estábamos demasiado obsesionados por lo que nos hizo a nosotros, como para pararnos a pensar en lo que te hizo a ti.
Maddie parpadeó.
– ¡Oh, no tienes que disculparte! -consiguió exclamar sorprendida-. Tú no hiciste nada malo.
Mick se rió sin ganas.
– No me lo pongas tan fácil, Maddie. He hecho un montón de cosas mal. -Se desabrochó la cremallera de la chaqueta, llevaba el mismo polo de Mort que vestía la noche anterior; seguro que debía de tener docenas de polos-. Creer que si no pensaba en lo que había ocurrido en el pasado no me molestaría ni me afectaría fue una estupidez. Si realmente lo hubiera superado, no me habría importado quién fueras. Me habría sorprendido y puede que hasta me hubiera asustado, pero no me habría importado.
Pero le importaba, tanto que la había apartado de su vida.
– Me he pasado toda la noche leyendo tu libro. Al principio no quería leerlo porque pensaba que sería una larga lista de trapos sucios sobre mis padres, rematada con fotos macabras, pero no lo era.
Maddie sintió deseos de acariciarlo, acariciarle el pecho con las manos y descansar la cara en su cuello.
– Intenté ser imparcial.
– Has sido sorprendentemente imparcial. Si tu madre hubiera disparado a la mía, yo no sé si habría sido tan imparcial. Noté una extraña conexión con mis padres, con mi vida de niño, y comprendí cómo todo se fue poniendo tan feo. Comprendí que no siempre tienes una segunda oportunidad para hacer bien las cosas.
Sintió deseos de que él la acariciara, de que le cogiera la cara con las manos y bajara la boca hasta la suya. Pero Mick tenía los dedos metidos en los bolsillos de los tejanos.
– Cuando te vi en el parque, dije que no te conocía, pero era una mentira. Te conozco. Sé que eres divertida e inteligente y que te congelas en cuanto baja un poco la temperatura. Sé que te encanta el pastel de queso, pero que en lugar de comerlo te untas con una crema que huele a pastel. Sé que tienes un problema con la gente que te dice lo que tienes que hacer. Y sé que quieres que todo el mundo crea que eres una mujer dura, pero recogiste a esa gatita de dientes salidos y le diste un hogar. Todo lo que sé de ti me hace quererte más.
Maddie percibió en el corazón aquel dolor familiar y bajó la mirada, desconfiando de la emoción que se expandía por su pecho.
– Desde que volví a Truly -dijo Mick-, me he sentido como si estuviera anclado en un lugar, sin poder moverme, pero no estaba quieto, estaba esperando. Creo que te estaba esperando a ti.
Maddie notó un ligero escozor en los ojos y se mordió el labio superior.
– Cuando estoy contigo, siento una calma que no había sentido nunca en mi vida. Estoy unido a ti y tú estás también unida a mí y es bueno sentir eso. Como si tuviera que ser así. Te quiero, Maddie, y siento mucho haber tardado tanto en volver a decírtelo.
Levantó la mirada y sonrió.
– Te he echado de menos.
Mick se rió y por fin aparecieron esos hoyuelos en las mejillas.
– No más que yo a ti. He sido un triste imbécil. -La abrazó y la alzó del suelo-. Nunca creí que la muerte ocurriera por algún motivo -dijo mientras la miraba a la cara-, pero en nuestras vidas ha sido distinto, yo no me habría enamorado de ti.
La fue bajando despacio hasta que sus pelvis se encontraron. Él estaba preparado para el amor, deslizó las manos por debajo de la blusa y le acarició la espalda desnuda.
Mick bajó la cabeza y la besó. Maddie recibió con agrado su cálida y húmeda boca. Más tarde la tomaría de la mano y la llevaría a su habitación. Por ahora solo quería volver a notar sus besos, y era como caminar hacia el sol después de un frío invierno, con un alivio que notaba hasta la médula de los huesos.
Mick se apartó y apretó su frente contra la de ella.
– Desde la primera noche que entraste en Mort, solo he tenido ojos para ti. Solo podía verte a ti, aunque intentara con todas mis fuerzas mirar hacia otro lado.
– Hummm. ¿Ver o tocar? Te vi hablando con Tanya en el parque.
– Solo verte. No quería a nadie más.
Le abrazó y entrelazó los dedos a su espalda.
– ¿Y qué pasa con Meg?
Mick levantó la cabeza.
– ¿Qué pasa con mi hermana?
– ¿Qué vas a decirle? Ella me odia.
– En realidad actualmente se encuentra demasiado ocupada con mi amigo Steve para pensar en ti. -Lo pensó un momento y luego añadió-: No creo que te odie de verdad. Ella culpa a tu madre de todo lo sucedido, pero en realidad no te conoce.
Maddie se echó a reír.
– Que llegue a conocerme no es una garantía de que le vaya a gustar.
Mick se encogió de hombros.
– Creo que lo superará, porque últimamente quiere que yo sea feliz. Quiere que me case con alguien a quien ame, que tenga una esposa y una familia. Nunca pensé que querría tener hijos, pero después de ver el modo en que has criado a tu gata… -Guardó silencio un instante para ver a Bola de nieve, que estaba hipnotizada por el pececito-. Tienes un talento innato. -Volvió a mirarla y sonrió-. Dime si alguna o todas las partes de este plan te apetece. Si no, haremos algunos ajustes.
– Suena como un plan de esos de boda con vestido blanco, una casa y una fábrica de bebés.
Mick se echó a reír.
– ¿Quién lo iba a pensar?
Seguro que ella no. Nunca había pensado que se casaría ni había pensado en tener descendencia. Claro que nunca había pensado enamorarse ni tener un gato. Su vida había cambiado drásticamente desde que se había trasladado a Truly. Ella había cambiado.
Cogió la mano de Mick y lo condujo hasta la habitación.
Tal vez tuviera razón. Tal vez sus vidas habían estado siempre entrelazadas y estaban destinados a estar juntos. Si aquello era cierto, se pasaría felizmente el resto de la vida unida a Mick Hennessy.