– A menudo las investigaciones son como arrancar un diente. -Ante la chimenea de la sala de Griselda, Barnaby cogió otro panecillo de levadura de la bandeja. -Dolorosas y lentas.
Penelope terminó de masticar su bollo, tragó y rezongó.
– Una lenta tortura, querrás decir.
Barnaby hizo una mueca pero no lo negó.
Habían transcurrido tres días desde la redada en la escuela de Grimsby; pese a los esfuerzos de todos, no habían oído ni un rumor sobre Smythe y los niños que lo acompañaban. Jemmie y Dick seguían en paradero desconocido, de ahí su sombrío estado de ánimo.
Griselda se desplazó hasta el borde de la butaca y cogió la tetera que había dejado en el hogar. Llenó los tazones.
– ¿Qué tal se están adaptando al orfanato los niños?
– Muy bien. -Penelope había pasado la mayor parte de los dos días anteriores allanando el terreno a los niños y ocupándose de las formalidades para asumir la custodia de los dos niños nuevos que habían encontrado. -Por supuesto, haber sido rescatados durante una redada policial en una conocida escuela de ladrones del East End significa que se han convertido en una especie de héroes, así que apenas cabe envidiarles su momento de gloria y, además, les ha puesto más fácil el hacerse un sitio entre los demás niños.
Era sábado por la tarde. Había acudido a preguntar a Griselda si tenía noticias de sus contactos en el East End, lo cual, lamentablemente, no era el caso. Habían decidido consolarse tomando té con panecillos de avena junto al luego en su salita, y entonces habla llegado Barnaby; primero había ido a buscarla a Mount Street, donde el temible e inmutable Leighton lo había enviado a St. John's Wood.
El día siguiente a la redada, Barnaby se había marchado apresuradamente a Leicestershire para hablar con el honorable Carlton Kiggs, con la esperanza de que éste pudiera saber quién era el misterioso Alert. Como tanto Barnaby como Griselda conocían a Riggs de vista, sabían que no era el propio Alert quien, según parecía, era muy rubio.
Hasta ahí muy bien, pero en lugar de satisfacer la curiosidad de Penelope y Griselda en cuanto había aparecido, mirando los panecillos Barnaby había manifestado que necesitaba alimento con urgencia, negándose a soltar prenda acerca de sus pesquisas hasta saciar el hambre.
Lo cual la había llevado a hacer el cortante comentario sobre la tortura. Acurrucada en un rincón del sofá, lo observaba dar cuenta del panecillo.
– Con ése van dos. -Lo miró entornando los ojos. -Ya no corres peligro de desmayarte, de modo que habla.
Barnaby esbozó una picara sonrisa. Alcanzó su tazón, bebió un m sorbo de té y se arrellanó en la otra punta del sofá.
Penelope le miró expectante; Barnaby tomó aire, abrió la boca… y volvió a cerrarla al oír que alguien llamaba a la puerta.
Ella cerró los ojos y gimió, para acto seguido abrirlos e incorporarse.
– Debe de ser Stokes. -Griselda se dirigió a la escalera. -Tal vez haya averiguado algo. -Fulminó a Barnaby con la mirada. -Algo útil.
Si había hecho algún progreso, estaría ansioso por compartirlo.
Stokes subió la escalera de dos en dos y se paró bruscamente al llegar arriba y verlos. Penelope sonrió y saludó con la mano. Griselda le dio la bienvenida y lo condujo a donde estaban los demás.
Hundiéndose en la butaca enfrente de la de Griselda, Stokes aceptó el tazón que ésta le ofreció. Alargó el brazo para coger un panecillo, pero Penelope saltó del sofá y agarró el plato. Stokes la miro sorprendido mientras ella se retiraba al sofá, protegiendo el plato con un brazo, Penelope lo miró a los ojos.
– Primero informa, luego podrás comer.
Stokes desvió la mirada hacia Barnaby y meneó la cabeza. Tomó un sorbo de té y suspiró.
– Ya puedes soltar ese plato, no traigo ninguna novedad; ninguna positiva, en cualquier caso.
Penelope suspiró y volvió a levantarse para dejar el plato otra vez al alcance de Stokes.
– ¿Nada?
– Ni pío. Smythe se ha replegado. No le han visto en ninguno de los garitos que frecuenta. Los vecinos están ayudando todo lo que pueden. Hemos averiguado dónde vivía pero se ha mudado, Dios sabe dónde. -Se sirvió un panecillo.
– ¿Y la vigilancia en la casa de St. John's Wood Terrace? -terció Griselda. -¿No han visto a nadie?
Stokes negó con la cabeza. Acabó de masticar y tragó.
– Nadie se ha acercado por allí. Lo único que se me ocurre es que Smythe estuviera en los aledaños de Weavers Street. Si vio cómo deteníamos a Grimsby, sin duda tuvo claro que Grimsby cantaría. Smythe sabe cómo ponerse en contacto con Alert, de modo que le advertiría y luego se escondió, llevándose a los niños consigo. -Miró a Barnaby. -¿Riggs tenía alguna pista? -preguntó con pocas esperanzas.
– Ni el más leve indicio. Desde luego, la idea de que alguien estuviera usando el salón trasero de su nido de amor para reunirse con criminales en plena noche le dejó horrorizado.
Penelope soltó una risotada.
– Exacto -sonrió Barnaby. -Riggs es de esa clase: pomposo y arrogante. Le pregunté quién más sabía de la existencia de la casa, a cuáles de sus amigos había recibido allí. La lista era demasiado larga para tomarla en consideración. Hace más de una década que tiene la casa y nunca la ha ocultado a sus conocidos. Y, por supuesto, eso incluye a los ayudas de cámara de sus amigos, a los amigos de su ayuda de cámara y a otros sirvientes, etcétera, lo cual nos deja sin ninguna pista que seguir vía Riggs.
No suspiraron todos a la vez, pero dio la impresión de que lo hicieran. La habitación se sumió en la pesadumbre hasta que Griselda miró en torno y dijo:
– ¡Arriba ese ánimo! Seguiremos buscando. Y la buena noticia es que si no hemos oído ni pío sobre Smythe, significa que se está escondiendo, lo cual implica que probablemente todavía quiera utilizar a los niños para sus robos, y eso significa que los mantendrá a salvo y bien alimentados. Según dicen todos, le gusta mantener sus herramientas en condiciones óptimas.
Penelope pestañeó.
– ¿De modo que cuidará bien de ellos porque le conviene?
– Eso es. Así que no corren peligro de ser maltratados en ningún aspecto. Seguramente Smythe cuide de ellos mejor que Grimsby. Quería ocho niños, pero ahora sólo tiene dos; no se arriesgará a que les ocurra nada malo.
Ambos hombres se incorporaron lentamente, ambos ceñudos.
– Sigue con el plan de cometer esos robos, ¿verdad? Los que tramó con Alert. -Stokes miró a su amigo. -Supuse que se echaría atrás después de la redada en la escuela.
Barnaby asintió.
– Yo supuse lo mismo. Pero tal como Griselda ha señalado, no ha renunciado al plan, porque de haberlo hecho habría soltado a los niños, y con tantos vecinos del East End ansiosos por reclamar la recompensa, a estas alturas ya estaríamos enterados. Y los habría soltado porque todavía no son una amenaza para él, y sí, en cambio, una carga innecesaria salvo si tiene intención de utilizarlos, y la única posibilidad que pueden tener… -Se le iluminaron los ojos y alzó el tazón como para brindar. -La partida continúa.
Stokes se inclinó con las manos enlazadas entre las rodillas.
– ¿Y cuál es su plan, qué casas y por qué?
– No es Smythe quien traza el plan; al menos no el dónde, cuándo o por qué. Todo eso es cosa de Alert. Él pone los detalles y Smythe la pericia. Y Alert, como sabemos, es un caballero.
Penelope enarcó las cejas preguntándose qué podía implicar ese último dato.
Al cabo de un momento, Barnaby prosiguió.
– He estado pensando sobre lo que Grimsby dijo a propósito de que Smythe necesitaba tantos niños porque iba a efectuar una serie de golpes sucesivos en una sola noche. -Miró a Stokes. -Ése no es el modus operandi de Smythe ni de ningún otro ladrón. Lo de «en una sola noche» lo ha decidido Alert. Pero ¿por qué? ¿Por qué insistiría un caballero en que varios robos se cometan en una sola noche?
Stokes le devolvió la mirada y sugirió:
– Lo único que se me ocurre, tal como dijo también Grimsby, es que no tendrían problemas con la policía si la serie se lleva a cabo en una noche; y, para empezar, es de suponer que existe una razón para cometer una serie de robos. Una vez que se descubre un robo, se precisa un día o dos para organizar el refuerzo de las patrullas y las demás medidas habituales.
Barnaby asintió.
– Lo cual nos deja con dos puntos. Punto uno, y corrígeme si me equivoco: el refuerzo de las patrullas policiales y demás sólo se daría si las casas robadas estuvieran en Mayfair. -Como Stokes asintió, prosiguió: -Eso confirma lo que hemos sospechado al saber que Smythe necesitaba niños ladrones: que esos robos serán en una serie de casas de Mayfair. No obstante, y éste es el segundo punto, su insistencia en cometer todos los robos en una sola noche sugiere que una vez se descubran los robos, aunque sólo sea uno de ellos, el revuelo será considerable, lo bastante para que cualquier otro intento de robo en Mayfair resulte demasiado arriesgado.
Stokes puso cara de pasmo.
– Demonios.
– Pues sí. -Barnaby asintió. -La única perspectiva que explica el plan de Alert, una serie de casas de Mayfair que hay que robar en una misma noche, es que los artículos que vayan a sustraer sean extremadamente valiosos.
Stokes centró su atención en su amigo.
– ¿Tenemos alguna posibilidad de hacer correr la voz entre la aristocracia para que alerten al servicio? ¿Quizás identificar casas que contengan objetos muy valiosos que un niño pueda birlar?
Barnaby lo miró y luego dirigió la vista a la ventana y al cielo en capotado.
– En cuanto a tu primera pregunta, el Parlamento cerró el jueves. Ahora es sábado por la tarde. -Miró a Stokes a los ojos. -Es demasiado tarde para dar una alerta general; la mayoría de las familias ya se ha marchado de la ciudad. Además, habida cuenta del actual clima político, no creo que fuese prudente para Peel dar a entender, aunque sea indirectamente, que la policía no es capaz de proteger las mansiones de Mayfair de los expolios de un ladrón.
Stokes hizo una mueca de espanto y apartó la vista.
– En cuanto a identificar casas que contengan objetos pequeños muy valiosos -dijo Penelope, -todas las familias bien los tienen a montones. En cualquier casa de Mayfair habrá al menos uno. -Hizo una mueca, desvió la mirada hacia Griselda y volvió a mirar a Stokes. -Sé que parece absurdo, pero generalmente esas cosas han sido nuestras durante generaciones. No solemos considerarlas valiosas, como sucede por ejemplo con el jarrón que un admirador parisino regaló a mi tía abuela Mary. Cosas de esa clase. Por más que se trate de un jarrón de Limoges de valor incalculable, ésa no es la razón por la que está en la mesa del rincón, y tampoco es lo que pensamos o recordamos de él.
– Lleva razón. -Barnaby buscó los ojos de Stokes. -Olvida la idea de identificar las casas. -Hizo una mueca. -Si bien ahora quizá sabemos la clase de objeto que busca Alert, lamentablemente eso no nos ayuda a avanzar.
Al cabo de un momento, el inspector dijo:
– Tal vez no. Pero hay otra cosa. -Miró a Barnaby. -Si, como parece seguro, el plan de Alert estaba pensado para evitar la interferencia de la policía, entonces Alert, sea quien sea…
– Sabe bastante más que la mayoría de caballeros sobre el funcionamiento de la Policía Metropolitana. -Barnaby asintió. -Es verdad. -Al cabo de un momento, prosiguió: -No podemos encontrar a Smythe ni identificarlas casas que tiene en mente con prensión suficiente para tender una trampa. Según mis cálculos, eso nos deja con una única medida a tomar.
Stokes asintió.
– Dar caza a Alert.
Se dijo que era la frustración, la decepción y la simple impaciencia con la investigación lo que la había conducido a buscar distracción, pero lo cierto era que lo había echado de menos.
Aquella noche, Penelope yacía recostada en la gran cama de Barnaby. Él estaba tendido a su lado, boca arriba, con un brazo doblado debajo de la cabeza. El resplandor de las velas bañaba sus cuerpos desnudos. Penelope dejó vagar la vista y sonrió con, -tuvo que admitirlo, -posesivo deleite.
Al menos de momento era suyo, todo suyo, y lo sabía.
Alargando el brazo, le puso una mano en el pecho y luego, lentamente, la deslizó hacia abajo, recorriendo su musculatura hasta el ombligo, luego más abajo, hacia esa parte de él que siempre parecía ansiosa de que ella la tocara. Que a pesar de sus recientes apareamientos, todavía crecía debajo de su mano.
Esa constatación le causó una estremecedora sensación de dominio.
Tampoco era que el resto de él, todo él, no se hubiese alegrado de verla. Aunque no habían fijado una cita, cuando Penelope había llamado a su puerta unas horas antes, él estaba aguardando para abrir; y ni rastro de Mostyn. Barnaby la había conducido a su dormitorio y cerrado la puerta; todo ello con una prontitud que la había reconfortado. Que había hecho que su corazón palpitara, que sus sentidos se pusieran a la expectativa.
Penelope se había arrojado en sus brazos y dado rienda suelta a su anhelo. Dejando que ardiera. Para él. Y él la había correspondido. Habían forcejeado, como siempre, el control primero de él, luego de ella, luego de él otra vez. Finalmente Barnaby la había inmovilizado, desnuda, debajo de él en la cama, y se unió a ella en un frenesí que los había dejado a ambos agotados, deliciosamente saciados.
Satisfechos de nuevo.
Esa había sido la primera vez. La segunda… Penelope tenía una memoria excelente; podía recordar con todo lujo de detalles las diversas posturas descritas en textos esotéricos que ella y Portia habían estudiado años antes llevadas por las ansias de educarse en todos los aspectos de la vida. Esos textos habían resultado sumamente reveladores.
Y muy claros y precisos. Cuando se había puesto a gatas y preguntado si podían intentarlo de esa manera, Barnaby se había quedado perplejo, aunque sólo un instante. Luego estuvo detrás de ella, y dentro de ella, acoplándose mediante prolongados, profundos, terriblemente controlados empujones; había demostrado a conciencia por qué esa postura aparecía en la mayoría de textos.
Después ambos se desmoronaron, formando un amasijo de miembros enmarañados, mutuamente saciados.
Ahora, después de que el embriagador resplandor de la saciedad se desvaneciera, Penelope se había quedado envuelta en una penetrante calidez, el cuerpo le resonaba con un ronroneo de satisfacción y una serena alegría que jamás hubiera imaginado que fuera posible sentir.
Acariciaba el pecho de Barnaby con ternura, fascinada como siempre por los contrastes. Su mano parecía tan minúscula, tan raquítica sobre aquel cuerpo musculoso, inherentemente poderoso; él era duro y ella suave, él pesado y ella ligera, él grande y ella menuda… Sin embargo, en muchos aspectos parecían complementarios.
Y no sólo físicamente.
En la superficie, los interludios como aquél buscaban mayormente satisfacer anhelos físicos, mas en todo ello subyacía un anhelo más poderoso y dominante que a todas luces no era físico. Al menos no para ella.
Y empezaba a creer que tampoco para él.
La actitud posesiva, el afán de proteger, la necesidad y el cuidado formaban parte de lo que ahora había entre ellos, y al menos en los confines de su cama eran reconocidos como tales; prueba de una conexión emocional que no hacía más que fortalecerse y profundizarse con cada día que pasaba.
Tras haber pasado los últimos tres días separados, la mera idea de perder esa conexión, de terminarla… Baste decir que la mente de Penelope evaluaba distintas maneras de garantizar que esa conexión continuara indefinidamente.
Era consciente de que Barnaby la estaba observando, estudiando su rostro con ojos entornados. Girando la cabeza sobre las almohadas, se topó con su mirada azul; al cabo de un momento, enarcó una ceja.
Barnaby sonrió. Alzó una mano hasta su mejilla y le apartó un mechón de pelo, recogiéndoselo detrás de la oreja.
– Stokes y yo comenzaremos a primera hora de mañana… -Echó un vistazo a la ventana- De hoy. Pero si la suerte no está de nuestra parte, llevará tiempo identificar a Alert, suponiendo que lo logremos. Y tiempo es algo de lo que vamos escasos.
Penelope se puso de costado para verle la cara. Sino encontráis a Alert antes de que se cometan los robos, no habrá modo de rescatar a los niños antes de que estén… implicados.
Él hizo una mueca.
– Mientas los rescatemos antes de que Alert lleve a cabo su plan, tendremos argumentos para impedir que acaben ante un tribunal, pero si su plan tiene éxito, una vez concluido y al cabo de un tiempo, a los niños se les podrá imputar el delito igual que a Smythe y Alert. -Hizo una pausa. -También es importante tomar en consideración que si el plan de Alert llega a buen puerto, el Cuerpo de Policía se verá duramente desacreditado, y Peel y los comisionados tendrán serias dificultades para defender su existencia. -La miró a los ojos. -Hay muchos que estarían encantados de ver cómo se desmantela el Cuerpo.
Penelope emitió un sonido de desaprobación y se tumbó boca arriba. Mirando al techo, preguntó:
– ¿Qué clase de persona será Alert? ¿Por dónde empezaréis tú y Stokes?
Satisfecho con el derrotero de la conversación, él se dispuso a contárselo. La había distraído deliberadamente, igual que a sí mismo, mencionando la investigación; en aquel momento sólo tenía en mente dos temas, el primero más que satisfecho, pero no quería arriesgarse a sacar el segundo antes de tiempo. No antes de que ella hubiera puesto en orden sus ideas y llegado a la conclusión que él ya había alcanzado.
La entrevista con Carlton Riggs había sido una buena excusa que había aprovechado con los ojos cerrados. La finca de la familia Riggs estaba en Lancashire, a no demasiada distancia de Calverton Chase. Después de interrogar a Riggs, había rehusado la invitación a quedarse a dormir y en cambio siguió su camino para pasar a ver a Luc, vizconde de Calverton, hermano mayor y tutor de Penelope.
Luc y su esposa, Amelia, lo recibieron encantados; habían coincidido en numerosos actos sociales de sus respectivas familias, y Luc había colaborado con él en una investigación anterior. Afortunadamente, con tres hijos que reclamaban la atención de Amelia, no había sido difícil tener ocasión de estar a solas con Luc en su estudio.
Barnaby no perdió tiempo en anunciar sus intenciones y pedir formalmente la mano de Penelope. Tras digerir su sorpresa, meneó la cabeza sin dar crédito a sus oídos y comentar que Barnaby era el último hombre que se hubiese figurado que perdiera la cabeza por su hermana, Luc le preguntó en qué medida la conocía, a lo que Barnaby contestó lacónicamente que «demasiado bien», cosa que suscitó un momento de tensión entre ambos hombres. Y finalmente Luc, con los ojos entornados y en su papel de sagaz, caballero con cuatro hermanas, había asentido, dando a Barnaby su consentimiento para que le hiciera la corte a Penelope, suponiendo que ella lo permitiera.
Barnaby sabía de sobra que no podía dar por sentado eso último, ni siquiera con ella tendida desnuda y saciada a su lado en la cama.
Pero al menos ya no se sentía culpable por tenerla desnuda y saciada a su lado en la cama. Que Penelope se encontrara en esa situación quizá se debiera a su propia y deliberada instigación, pero él la había estado esperando, listo y más que dispuesto a complacerla.
– Stokes y yo… seguramente comenzaremos por confeccionar una lista de todos los caballeros vinculados con la policía. Los comisionados y su personal, así como quienes tengan relación con el cuerpo a través de otras autoridades, como el Ministerio del Interior y la Policía Fluvial.
– Hummm… -Penelope entornó los ojos, reflexionando. -Habida cuenta de lo que hemos deducido sobre su plan, Alert no solo es alguien que conozca a otros caballeros de alcurnia, a través de su club, por ejemplo, sino que también visita sus domicilios. Si no, ¿cómo iba a saber en qué casas centrarse? -Miró a Barnaby a los ojos. -De modo que Alert debe de ser alguien con cierta posición social.
Barnaby frunció el ceño y asintió.
Tienes razón. En cuanto tengamos nuestra lista, la usaremos para refinarla, para eliminar a los menos probables. -Al cabo de un momento, agregó: -Muy pocos empleados tendrían acceso a ciertos círculos sociales. Tendremos que ver quién cae en nuestra red.