CAPÍTULO 11

En la piscina, Meg observó a Torie envolver con toallas de playa a dos futuras reinas de la belleza. Los felices besos que plantó en las narices de ambas demostraba que todas las quejas sobre sus hijas era una fanfarronería. Kenny, mientras tanto, estaba arbitrando una discusión entre dos jovencitos con el pelo tan oscuro como el suyo, mientras una niña pequeña con los mismo rizos color mantequillas que su madre robaba la disputada colchoneta a sus espaldas y se metía con ella en la piscina.

Finalmente Meg se las arregló para ir al baño, sólo para descubrir que Spence la estaba esperando en el pasillo con un refrescante vaso de vino tan pronto como salió. -Creo recordar que bebías sauvignon blanco -. Pronunció fuertemente las consonantes, como un hombre que no tiene paciencia para otro idioma que no sea el inglés, luego asomó la cabeza por el cuarto de baño. -El inodoro de Kohler -, dijo él. -Pero esos grifos son míos. Níquel mate. Parte de nuestra línea Chesterfield.

– Son… preciosos.

– Sunny los diseñó. Esa chica es un genio.

– Parece muy competente -. Meg intentó alejarse, pero él era un hombre grande y bloqueaba el pasillo. Su mano se instaló en un lugar demasiado familiar en el centro de su espalda. -Tengo que volar de vuelta a Indy durante en par de días. Después, tengo que hacer un rápido viaje a Londres para visitar una empresa de mobiliario. Sé que tienes un trabajo, pero… -le guiñó un ojo -¿por qué no miras a ver si puedes pedir unos días libres y venir conmigo?

Estaba empezando a sentirse un poco mareada. -Spence, eres un gran tipo… -Un gran tipo con un trozo de pollo de la barbacoa entre sus dientes. -Estoy muy halagada, pero… -Intentó parecer embobada. -Sabes que estoy enamorada de Ted.

Él le dirigió una sonrisa indulgente. -Meg, cariño, perseguir a un chico que no está interesado en ti, no te hará respetarte a ti misma. Es mejor enfrentar los hechos ahora porque contra más tardes en darte cuenta más difícil será para ti.

No iba a rendirse tan fácilmente. -En realidad no sé si Ted no está interesado en mí.

Él movió la mano sobre su espalda y apretó. -Tú has visto a Ted con Sunny. Las formas en que salta la chispa entre ellos. Incluso alguien medio ciego puede decir que esos dos están hechos el uno para el otro.

Estaba equivocado. La chispa sólo venía de Sunny. El resto procedía de la máquina de vudú Beaudine. No podía determinar exactamente el tipo de mujer que Ted necesitaba, pero no era la hija de Spence como no lo había sido Lucy. Aunque, ¿qué sabía ella? Tal vez Sunny, con su master en ingeniería y su mente, era la indicada para él.

– Ahora, él acaba de salir de un compromiso -, dijo Spence, -pero Sunny es inteligente. Ella se tomará su tiempo. Él ya la trata como si fuera la única mujer en el mundo.

Obviamente Spence no se había dado cuenta que él trataba a todas las mujeres de esa forma. -Ted y Sunny juntos -. Él se rió entre dientes. -Eso haría que se cerrara el trato aquí.

Justo en ese momento, ella descubrió la respuesta a la pregunta que todo el mundo en el pueblo se había estado haciendo: ¿por qué Spence había cambiado de opinión sobre Wynette?

La pasada primavera Spence había rechazado al pueblo a favor de San Antonio pero, hace poco más de un mes, había reaparecido y anunciado que Wynette estaba de nueva en la carrera. Y, ahora, Meg sabía que era por Sunny. Su hija había conocido por primera vez a Ted cuando él todavía estaba prometido a Lucy. Pero ahora no estaba comprometido, y lo que Sunny quería, Spence haría todo lo posible para asegurarse que Sunny lo tuviera.

– Háblame sobre tu nuevo retrete Cleaner You -, dijo Meg. -Me muero por conocer los detalles.

Él se lanzó entusiasmadamente a describir un retrete que lavaba automáticamente el trasero del usuario. Qué seguidamente llevó al tema favorito de él, la vida de ella en Hollywood. -Todas esas casas de los famoso… Estoy seguro que has visto cuartos de baños geniales.

– Principalmente me críe en Connecticut, y pasó mucho tiempo viajando.


Eso no le impidió preguntarle si conocía a sus estrellas favoritas, una lista que incluía a Cameron Diaz, Brad Pitt, George Clooney e, inexplicablemente, Tori Spelling.


Los fuegos artificiales comenzaron tan pronto como oscureció. Mientras los invitados se reunieron en el jardín traseros, Peter Traveler de once años, el hijo de Shelby y Warren, corría por el césped con sus amigos y los soñolientos niños más pequeños se acurrucaban en las toallas playeras junto a sus padres. Una de las hijas de Torie entrelazaba sus dedos en el pelo de su madre. Los tres niños de Emma y Kenny estaban tirados junto a sus padres, la más pequeña metida bajo el brazo de su padre.

Meg, Spence, Ted y Sunny estaban sentados en una manta que Shelby les había dado. Spence se arrejuntó demasiado cerca y Meg se puso sobre la hierba. Ted apoyaba su peso sobre sus codos y escuchaba como Sunny enumeraba los compuestos químicos que se usaban para hacer de colores determinados los fuegos artificiales. Él parecía fascinado, pero Meg sospechaba que su mente estaba en otro sitio. Los invitados aplaudieron entusiasmados con la primera explosión en el cielo. Spence puso una de sus calientes y peludas zarpas sobre la mano de Meg. El aire húmedo de la noche hizo que el olor de su colonia fuera más picante y, mientras un cohete se disparaba al aire, la piedra negra del anillo de su meñique le guiñó como un ojo demoníaco.

La colonia… el calor… demasiado vino… -Disculpa -, susurró. Se soltó y se encaminó a través de las mantas y las toallas de playa hacia las puertas francesas que se abrían hacia una espaciosa sala familiar. La acogedora decoración de estilo campiña inglesa presentaba unos suaves sofás acolchados y unas sencillas sillas; mesas con revistas y fotografías familiares con marcos de plata; y una librería mostraba modelos de aviones, juegos de mesa y la saga completa de Harry Potter.

La puerta se abrió detrás de ella. Spence la había seguido dentro y su estómago se revolvió. Estaba cansada, de mal humor y no podía soportar nada más. -Estoy enamorada de Ted Beaudine. Apasionadamente enamorada de él.

– Tienes una extraña forma de demostrarlo.

Mierda. No era Spence en absoluto. Se dio la vuelta para ver a Ted justo bajo las puertas francesas, su alta y absolutamente perfecta silueta contra la noche. Un cohete explotó en el cielo formando un haz dorado detrás de su cabeza. Era tan exasperadamente predecible que ella podría haber gritado. -Déjame en paz.

– La pasión te pone de mal humor -. Cuando se alejó de la puerta, las chispas doradas fueron desapareciendo en una cascada en el aire. -Sólo estaba comprobando que estabas bien. Pareces un poco desbordada.

– El olor de demasiada colonia, y eso es mentira. Quieres alejarte de Sunny.

– No sé porque dices eso. Es una mujer realmente inteligente. Sexy, también.

– Y ella es perfecta para ti, excepto que en realidad no te gusta, pero no vas a admitir que te disgusta alguien excepto yo. Aunque si puedes arreglártelas para enamorarte de ella, antes de que te des cuenta tendrás construido ese horrible resort de golf. El mismo Spence me dijo que un emparejamiento entre tú y Sunny cerraría el trato. Esa es la razón por la que volvió a Wynette -. Ella le lanzó una sombría mirada. -Como estoy segura que ya sabías.

No se molestó en negarlo. -Wynette necesita el resort y no voy a disculparme por hacer todo lo que pueda para conseguirlo. Difícilmente hay una persona en esta ciudad que no se beneficiaría.

– Entonces vas a tener que casarte con ella. ¿Qué significa la felicidad de un hombre frente al bienestar de la multitud?

– Apenas nos conocemos.

– No te preocupes. Sunny es una mujer que va detrás de lo quiere.

Él se frotó el puente de su nariz. -Sólo se está divirtiendo.

– Au contraire [24]. Tú eres el único e irrepetible Ted Beaudine y, una simple mirada tuya hace que las mujeres…

– Cállate -. Duras palabras, gentilmente dichas. -Simplemente cállate, ¿quieres?

Él parecía tan cansado como ella se sentía. Ella se dejó caer en el sofá de damasco tapizado, apoyando sus hombros en las rodillas y la barbilla en sus manos. -Odio este pueblo.

– Tal vez. Pero también te gusta el desafío que te está proporcionando.

Levantó la cabeza inmediatamente. -¿Desafío? Estoy durmiendo en una calurosa iglesia desamueblada y vendiendo Bud Light a mimados golfistas que no se molestan en reciclar sus botes de cerveza. Oh, sí, me encanta el desafío.

Sus ojos parecían ver a través de ella. -Eso sólo lo hace más interesante, ¿no? Por fin están teniendo una oportunidad de probarte a ti misma.

– ¿Por fin? -Se levantó del sofá. -He ido en kayak por el río Mekong y he nadado con tiburones blandos en Ciudad del Cabo. No me hables de pruebas.

– Eso no eran pruebas. Es tu idea de diversión. Pero lo que está pasando aquí, en Wynette, es diferente. Por fin estás viendo lo que eres sin el dinero de papá y mamá. ¿Puedes sobrevivir en un lugar donde Spence Skipjack es la única persona impresionada por tu apellido y, seamos sincero, no le gustas a nadie?

– A Torie le caigo bien. Y a Haley Kittle -. La forma en que él la estaba estudiando le hacía sentirse incómoda, así que se giró hacia la librería y fingió inspeccionar los títulos.

Él se puso detrás de ella. -Es interesante observarte. ¿Puede Meg Koranda sobrevivir con nada más que su ingenio? Ese es el real desafío para ti, ¿no?

Eso no era exactamente cierto, pero tampoco estaba completamente equivocado. -¿Tú que sabes? Eres el prototipo de sueño americano, pero al revés. Criado con padres ricos y educado con todos los privilegios. Deberías haber terminado tan echado a perder como yo, pero no lo hiciste.

– No estás echada a perder, Meg. Deja de decir eso sobre ti misma.

Por una vez la había sorprendido. Se quedó mirando a una fila de libros importantes. -¿Qué sabes tú? Nunca la has jodido en tu vida.

– Ahí estás equivocada. Cuando era un crío, causé destrozos en la Estatua de la Libertad.

– Tú y un rotulador. Gran cosa -. Ella paso el dedo por el lomo de un diccionario.

– Oh, fue peor que eso. Me subí a la corona, rompí una ventana y saqué una bandera contra las armas nucleares.

Eso le chocó tanto que finalmente se volvió hacia él. -Lucy nunca me habó sobre eso.

– ¿No lo hizo? -Él inclinó la cabeza, así que ella no podía ver sus ojos. -Supongo que nunca hablamos de algo relacionado con eso para sacarlo a colación.

– ¿Cómo no hablasteis de algo tan importante?

Se encogió de hombros. -Teníamos otras cosas en mente.

– La experiencia debió ser al menos un poco traumática.

Su expresión se relajó y sonrió. -Fue el peor momento de mi infancia. Y el mejor.

– ¿Cómo pudo haber sido el mejor? ¿Seguro que te cogieron?

– Oh, sí -. Él miró un paisaje inglés colgado encima de la chimenea. -No conocí a mi padre hasta los nueve años, larga historia, y cuando nos conocimos, no fue bien. Él esperaba algo más de un niño, y yo esperaba un tipo de padre diferente. Los dos éramos bastante miserables. Hasta el día de la Estatua de la Libertad.

– ¿Qué ocurrió?

Volvió a sonreír. -Aprendí que podía contar con él. Eso cambió mucho nuestras vidas y, desde entonces, nada fue igual entre nosotros.

Quizás fue el vino. El hecho que los dos estuvieran cansados por un día largo y el esfuerzo de tratar con Spence y Sunny. Todo lo ella supo fue que un segundo se estaban mirando fijamente y, al siguiente, sin razón aparente, se movieron y sus cuerpos se tocaron. Ella inclinó la barbilla y él bajo la cabeza, luego él bajó los párpados y, de repente, se estaban besando.

Estaba tan sorprendida que su brazo voló hasta él y le golpeó en el hombro, pero su torpeza no detuvo a ninguno de los dos. Él cogió su cara entre sus manos e le inclinó la cabeza en el ángulo correcto. Era demasiado curiosa y estaba demasiado excitada como para alejarse.

Él sabía bien, a cerveza y chicle. Su pulgar se deslizó hasta un lugar sensible del lóbulo de su oreja, mientras su otra mano se introducía en sus rizos. No había dudas. Le estaban dando el mejor beso de su vida. Ni demasiado brusco. Ni demasiado suave. Lento y perfecto. Pero por supuesto que era perfecto. Él era Ted Beaudine y él lo hacía todo impecablemente.

No recordaba haber puesto sus brazos alrededor de sus hombros, pero allí estaban y su afilada lengua estaba obrando su magia en la de ella, se estaba derritiendo.

Fue el primero en apartarse. Ella parpadeó y cuando levantó la vista, encontró una mirada de sorpresa que debía hacer juego con la suya. Algo había ocurrido. Algo inesperado. Y ninguno de los dos estaba feliz sobre eso. Lentamente él la soltó.

Ella escuchó un ruido. Él se enderezó. La cordura volvió. Ella se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja y se giró para ver a Sunny Skipjack plantada debajo de las puertas francesas con una mano en su garganta y su acostumbrada auto confianza dañada. Meg no tenía ni idea si para Ted el beso había sido un acto impulsivo como lo había sido para ella o sí él había sabido que Sunny estado allí todo el tiempo y temerariamente había iniciado el beso para desalentarla. De cualquier forma, él lo lamentaba, algo que era tan claro como el temblor en las rodillas de ella. Estaba cansado, sus defensas por una vez estaban bajas y él sabía que acababa de joderlo todo completamente.

Sunny luchó por recuperar la compostura. -Uno de esos momentos incómodos de la vida -, dijo ella.

Si Sunny se iba por esto, la gente de Wynette se aseguraría de culpar a Meg, y ya tenía suficientes problemas sin esto. Mientras miraba a Ted, volvió a poner su cara de damisela en apuros. -Lo siento, Ted. Sé que no puedo seguir tirándome encima de ti de esta manera. Entiendo lo incómodo que te hace sentir. Pero eres tan… tan… malditamente irresistible.

Levantó una ceja oscura.

Ella miro a Sunny, de novia a novia. -Demasiado vino. Juro que no volverá a pasar -. Y luego, como sólo era humana, dijo, -es tan vulnerable ahora. Tan dulce e indefenso desde el lío de Lucy. Me aproveché.

– No soy vulnerable o indefenso -, dijo firmemente.

Ella puso su dedo índice sobre sus labios. -Un herida abierta -. Con la dignidad de una mujer valiente que sufre por un amor no correspondido, pasó al lado de Sunny y se dirigió al patio, donde recuperó su bolso y se puso en camino a la que actualmente era su casa.


Acaba de lavarse la cara y meterse por la cabeza la camiseta con el logo feliz de la empresa, cuando escuchó un coche fuera. Un asesino en serie de Texas podría haber aparecido, pero apostaba dinero a que se trataba de Sunny Skipjack. Se tomó su tiempo para colgar el vestido de Modigliani en el armario de hábitos del coro, luego salió por la puerta del altar hacia la sección principal de la iglesia.

Estaba equivocada sobre Sunny.

– Olvidaste los regalos de la fiesta-, dijo Ted.

No le gustó los vertiginosos nervios que sintió cuando lo vió de pie en la parte trasera de la iglesia, sosteniendo unas raquetas de playa estampadas con la bandera americana. -Shelby también tenía una cesta de yoyos patrióticos, pero pensé que te gustarían más unas raquetas. O quizás sólo estaba haciendo una suposición de lo que pensaba que necesitabas -. Él golpeó fuertemente la raqueta contra su mano.

Aunque su camiseta con el feliz logo le tapaba las caderas, sólo llevaba un tanga marfil debajo. Necesitaba más ropa, algo como una cota de malla y un cinturón de castidad. Él dio unos cuantos golpes a la pelota de goma con la raqueta y se acercó, con los ojos puestos en ella. -Gracias por ayudarme con Sunny, aunque podía haberlo solucionado sin tus comentarios.

Miró las palas y luego él. -Fue tu culpa. No deberías haberme besado.

Frunció su ceño con una falsa indignación. -¿De qué estás hablando? Tú eres la que me beso.

– No lo hice. Te abalanzaste sobre mí.

– En tus sueños -. Le dio un golpe extra fuerte a la pelota.

Ella ladeó la cabeza. -Si rompes una ventan con eso, te denunciaré a mi casero.

Él cogió la pelota, echó un vistazo a lo que podía ver de sus piernas y pasó su dedo a lo largo de la curva de la pala. -Me ha venido la idea más extraña a la cabeza -. El ventilador en lo alto del techó le revolvió pelo. Una vez más, golpeó la raqueta contra su mano. -Te la diría, pero sólo te haría enloquecer.

El sexo flotaba en el aire entre ellos, de forma tan explosiva como los fuegos artificiales de esa noche. Sin importar quien había iniciado el beso, algo había cambiado irrevocablemente entre ellos, y ambos lo sabían.

Algo como para jugar a jueguecitos. Aunque nada era más repugnante para ella que convertirse en otra conquista sexual de Ted Beaudine, la idea de convertirle a él en una de sus conquistas sexuales era algo sobre lo que valía la pena reflexionar. -Puedes tener a cualquier mujer del pueblo. Probablemente de todo el estada. Déjame en paz.

– ¿Por qué?

– ¿Qué quieres decir con por qué? Porque has estado tratándome como una mierda desde que llegué aquí.

– No es cierto. Fui perfectamente agradable contigo en la cena de ensayo. No empecé a tratarte como una mierda hasta después de que Lucy huyera.

– Lo cuál no es mi culpa. Admítelo.

– No quiero. Tendría que culparme a mí mismo y ¿quién quiere eso?

– Tú. Aunque, para ser justos, Lucy debería haberse dado cuenta antes de que las cosas llegaran tan lejos.

Dio unos cuantos golpes a la bola. -¿Qué más tienes en tu lista de quejas?

– Me obligaste a trabajar para Birdie Kittle.

Dejó caer las palas en el sillón marrón, como si la tentación de usarlas se estuviera convirtiendo en algo demasiado fuerte de resistir. -Eso te mantuvo fuera de la cárcel, ¿no?

– Y te aseguraste que me pagaran menos que a las otras doncellas.

Se hizo el tonto. -No recuerdo eso.

Ella recordaba todas las injusticias. -Aquel día en e hotel, cuando estaba limpiando… Estabas de pie en la puerta y dejaste que casi me matara intentando darle la vuelta al colchón.

Él sonrió. -Tengo que admitir que eso fue divertido.

– Luego, después de cargar tu bolsa de palos durante dieciocho hoyos, me diste un dólar de propina.

No debería haberlo sacado a relucir porque todavía le guardaba rencor por eso. -Me costaste tres hoyos. Y no creas que no he notado que todas mis nuevas fundas han desaparecido.

– ¡Eras el prometido de mi mejor amiga! Y si eso no es suficiente, no olvides que básicamente te odio.

La golpeó fuertemente con esos ojos marrones dorados. -Tú también básicamente me gustas. No es tu culpa. Simplemente ha ocurrido.

– Y voy a hacer que des-ocurra.

Su voz se volvió más profunda. -¿Por qué quieres hacer eso cuando los dos estamos más que listos para dar el siguiente paso? Para lo que recomiendo encarecidamente que nos desnudemos.

Ella tragó saliva. -Estoy segura que eso te gustaría, pero quizás yo no esté lista -. La timidez no era su punto fuerte y él parecía decepcionado con ella por intentarlo. Ella alzó las manos.

– Está bien, admitiré que siento curiosidad. Gran cosa. Los dos sabemos a lo que lleva eso. A nada bueno.

Él sonrió. -O a un infierno de diversión.

Odiaba estar seriamente pensando en seguir adelante con esto. -No estoy pensando seriamente en seguir adelante con esto -, dijo ella, -pero si lo estuviera, tengo un montón de condiciones.

– ¿Por ejemplo?

– Sólo sería algo sobre sexo, ningún diminutivo de mascota, ni confidencias por la noche. Nada… -ella frunció la nariz ante la idea -… de amistad.

– Ya tenemos un tipo de amistad.

– Sólo en tu retorcida mente porque no puedes soportar la idea de nos ser amigo de alguien en todo el planeta.

– No se que problema hay con eso.

– Es imposible, eso es lo que está mal. Si seguimos adelante con esto, no puedes decírselo a nadie. Lo digo en serio. Wynette es la capital mundial del cotilleo y tengo suficientes problemas. Lo haríamos a escondidas. En público, tienes que seguir fingiendo que me odias.

Sus ojos se estrecharon. -Puedo hacerlo fácilmente.

– Y ni siquiera pienses en utilizarme para desalentar a Sunny Skipjack.

– Eso es un punto para discutir. Esa mujer me asusta como el infierno.

– No te asusta para nada. Lo que pasa es que no quieres tratar con ella.

– ¿Eso es todo?

– No. Necesitaría hablar con Lucy primero.

Eso le pilló por sorpresa. -¿Por qué tendrías que hacer eso?

– Un pregunta que, una vez más, demuestra lo poco que me conoces.

Él metió la mano en su bolsillo, sacó el móvil y se lo lanzó. -¡A por ello!

Se lo tiró de vuelta. -Usaré el mío.

Él guardó su teléfono y esperó.

– No ahora -, dijo ella, empezando a sentirse más agotada de lo que quería estar.

– Ahora -, dijo él. -Acabas de decirme que es una condición previa.

Debería sacarlo a patadas, pero lo deseaba demasiado y estaba predestinada a tomar malas decisiones cuando se trataba de hombres, que era la razón por la que sus amigas siempre habían sido tan importantes. Ella le lanzó una oscura mirada, lo menos que podía hacer para salvar las apariencias, y se encaminó hacia la cocina, golpeando la puerta tras de sí. Mientras cogía su móvil, se dijo a sí misma que se lo tomaría como un señal si Lucy no respondía.

Pero Lucy respondió. -¿Meg? ¿Qué pasa?

Se dejó caer en el linóleo y apoyó su espina dorsal contra la puerta del frigorífico. -Hey, Luce. Espero no haberte despertado -. Despegó un Cheerio que se le había caído esa mañana, o posiblemente la pasada semana, y lo hizo migas con sus dedos. -Así que, ¿cómo te va?

– Es la una de la mañana. ¿Cómo crees que me va?

– ¿En serio? Aquí sólo es medianoche, pero como no tengo ni idea donde estás, es un poco difícil calcular las diferencias horarias.


Meg lamentó su irascibilidad cuando Lucy suspiró. -No será mucho más tiempo. Yo… te lo diré tan pronto como pueda. Ahora mismo todo es un poco… confuso. ¿Va algo mal? Suenas preocupada.

– Está bien, algo va mal -. No había una forma fácil de decir esto. -¿Qué pensarías… -Apretó más sus rodillas contra el pecho y respiró hondo. -¿Qué pensarías si me liara con Ted?

Hubo un largo silencio. -¿Liarse? ¿Cómo…?

– Sí.

– ¿Con Ted?

– Tú ex prometido.

– Sé quién es. Tú y Ted sois… ¿pareja?

– ¡No! -Meg dejó caer las rodillas al suelo. -No, no una pareja. Nunca. Esto se trata sólo de sexo. Y olvídalo. Ahora mismo no estoy pensando claramente. Nunca debería haber llamado. Dios, ¿en qué estaba pensando? Esto es una completa traición a nuestra amistad. No debería haber…

– ¡No! No, me alegro que llamaras -. En realidad Lucy sonaba emocionada. -Oh, Meg, esto es perfecto. Toda mujer debería hacer el amor con Ted Beaudine.

– Eso no lo sé, pero… -Volvió a subir las rodillas. -¿En serio? ¿No te importaría?

– ¿Estás bromeando? -Lucy sonaba casi atolondrada. -¿No sabes lo culpable que todavía me siento? Si se acuesta contigo… Eres mi mejor amiga. ¡Se estaría acostando con mi mejor amiga! ¡Sería como conseguir la absolución del Papa!

– No tienes que parecer tan destrozada.

La puerta se abrió. Meg se apresuró a bajar las rodillas mientras él entraba. -Saluda a Lucy de mi parte -, dijo él.

– No soy tu chico de los recados -, replicó ella.

– ¿Está ahí ahora mismo? -preguntó Lucy.

– Eso sería un sí -, respondió Meg.

– Entonces salúdalo de mi parte -. La voz de Lucy se volvió más suave, llena de culpa. -Y dile que lo siento.

Meg puso la mano sobre el teléfono y lo miró. -Dice que se lo está pasando como nunca en su vida, que se lo está montando con cada hombre que conoce y que deshacerte de ti fue lo mejor que ha hecho nunca.

– Escuché eso -, dijo Lucy. -Y sabrá que estás mintiendo. Sabe esas cosas.

Ted puso la palma de su mano contra uno de los muebles superiores y le dirigió una mirada de superioridad. -Mentirosa.

Ella le frunció el ceño. -Vete. Me estás poniendo la carne de gallina.

Lucy contuvo la respiración. -¿Acabas de decirle a Ted Beuadine que te está poniendo la carne de gallina?

– Podría decirse que sí.

Lucy dejó escapar una larga exhalación. -Wow… -Sonó un poco aturdida. -Te aseguro que esto no lo vi venir.

Meg frunció el ceño. -¿Ver venir lo qué? ¿De qué estás hablando?

– Nada. Te quiero. ¡Y disfruta! -Colgó.

Meg golpeó su teléfono apagado. -Creo que podemos asumir con seguridad que Lucy se ha recuperado de su culpabilidad.

– ¿Eso significa que nos da sus bendiciones?

– A mí. Me da su bendición.

Él adoptó una mirada ausente. -Me perdí una gran mujer. Lista. Divertida. Dulce. Nunca me dio ningún problema.

– Dios, lo siento por eso. Sabía que las cosas entre vosotros eran aburridas, pero no que eran tan malas.

Él sonrió y la cogió de las manos. Le permitió que la pusiera de pie, pero él no se detuvo con eso. En un movimiento suave la atrajo hacia él y comenzó a besarle la nariz. Debido a sus alturas, sus cuerpos se ajustaban de una forma sorprendentemente cómoda, pero eso era lo único cómodo de este lujurioso y rompedor beso.

Él olía tan bien, sabía tan bien y se sentía tan bien. El calor de su piel, la sensación de sus fuertes músculos y duros tendones. Había pasado tanto tiempo.

No le agarró el culo o metió la mano debajo de su camiseta, con lo que rápidamente habría notado gran cantidad de piel sólo cubierta por un frágil tanga color marfil. En lugar de eso, se concentró en su boca, su cara y su pelo; acariciando y explorando, deslizando los dedos por sus rizos, buscando los lóbulos de sus orejas con los pulgares. Era como si estuviera memorizando un diagrama de todas las zonas erógenas no evidentes de su cuerpo. Era embriagador y emocionante y, oh, tan excitante.

Sus bocas se separaron. Él presionó su frente contra la suya y habló en voz baja. -Me gustaría ir a mi casa, pero no voy a arriesgarme a que cambies de opinión en el camino, así que tendrá que ser aquí. -La mordió en el labio inferior. -Dudo que sea la primera vez que dos personas lo hacen en esa galería del coro, aunque pensaba que mis días de hacerlo sobre un futón se habían acabado cuando me gradué en la universidad.

Ella intentó recuperar el aliento mientras la cogía de la muñeca y la llevaba al interior de la iglesia. -Para -. Sus talones se deslizaron por el antiguo piso de pino. -No vamos a dar otro paso hacia el futón hasta que tengamos La Conversación.

No era tonto. Gruño, pero dejo de caminar. -No tengo ninguna enfermedad. No ha habido nadie desde Lucy y, como de eso hace unos cuatro jodidos meses, comprenderás que estoy un poco impaciente.

– ¿Nadie desde Lucy? ¿En serio?

– ¿Qué parte de cuatro jodidos meses no has pillado? -Él la miró obstinadamente, como si esperase una pelea. -Y no voy a ningún sitio sin un condón. Puedes pensar lo que quieras sobre eso. Es lo que hago.

– Siendo Ted Beaudine…

– Como dije.

– Cuatro meses, ¿eh? No hace tanto tiempo para mí -. Mentira. Su desastroso affaire con Daniel, el guía de rafting australiano, había terminado hacía ocho meses. Nunca había sido una persona de rollos de una sola noche, algo que atribuía a la conversación con la que su madre le había hablado de sexo. Desafortunadamente, aquella conversación no le había impedido tomar algunas malas decisiones. Más de una de sus amigas decía que Meg elegía deliberadamente hombres que no se comprometían porque no estaba lista para madurar.

– Yo tampoco tengo ninguna enfermedad -, dijo con altivez, -y estoy tomando la píldora. Sin embargo no dejes que eso te impida usar uno de esos condones que sin duda compras al por mayor. Como esto es Texas, la tierra donde las armas no se disimulan, si me quedo embarazada, conseguiría una de esas armas y te volaría los sesos. Te lo estoy advirtiendo.

– Bien. Lo tenemos claro -. La cogió por la muñeca y la arrastró hacía las escaleras del coro, no es que tuviera que poner mucho empeño.

– Yo tampoco soy una persona de rollos de una noche -, dijo ella cuando llegaron a la parte de arriba. -Así que considero esto el comienzo de un compromiso sexual a corto plazo.

– Incluso mejor -. Él se quitó la camiseta.

– Y no puedes dejar que me despidan del club.

Él se paró. -Espera un momento. Quiero que te despidan.

– Lo sé -, dijo, -pero quieres más el sexo sin complicaciones.

– Buena observación -. Tiró la camiseta.

Antes de darse cuenta, estaban en el incómodo futón y la estaba besando de nuevo. Sus manos acariciaron el contorno de su trasero y deslizó el pulgar por la parte superior del hilo de seda que llevaba. -Todo se disfruta mucho más cuando está acompañado del sexo -. Su erección presionaba contra una de sus piernas. -Asegúrate de decirme si hago algo que te asuste.

El suministro de sangre que normalmente llegaba a su cerebro, se había trasladado a otras partes de su cuerpo, así que no tenía ni idea si él le estaba tomando el pelo o no. -Preocúpate por ti mismo -, fue lo único que pudo decir.

Jugó con la tira un buen rato, calentando el momento, luego retiró su pulgar de ahí para arrastrarlo por su tatuaje del dragón. Aunque le encantaba la fantasía de tener a un hombre desnudándola lentamente, nunca había conocido a uno que lo hiciera realmente bien, y no le iba a dar la oportunidad a Ted de ser el primero. Sentándose en el estrecho espacio junto a él, se enderezó y se quitó la camiseta por la cabeza.

En la época de los pechos de silicona, los suyos no eran particularmente memorables, pero Ted era demasiado caballero como para criticar. Él prestaba atención, pero no realizó ningún agarre torpe. En lugar de eso, pasó los dedos por su caja torácica, luego se incorporó usando sólo sus espectaculares abdominales y la obsequió con un sendero de besos por su estómago.

La piel de ella ardía. Era hora de ponerse serios. Estaba desnuda excepto por el tanga, pero él todavía llevaba sus shorts caqui y lo que fuera que llevara o no debajo. Ella tiró de la bragueta para descubrirlo.

– Todavía no -, susurró, alejándola de él. -Vamos a calentar primero.

¿Calentar? ¡Ella estaba entrando en ignición!

Él rodó para ponerse de lado y le ofreció a su cuerpo atención completa. Su mirada se detuvo en el hueco de la base de su garganta. La curva de sus pechos. En sus pezones fruncidos. Al parche marfil de encaje debajo de su vientre. Pero no la tocó. En ningún sitio.

Ella arqueó su espalda, invitándolo a tocarla antes de que ardiera en llamas. Él inclinó la cabeza hacia sus pechos. Ella cerró los ojos anticipándose, sólo para sentir un mordisco en el hombro. ¿El hombre nunca había estudiado anatomía básica femenina?

Así siguió durante un rato. Investigó un punto sensible en el interior de su codo, la zona donde se toma el pulso en la muñeca y en la curva inferior de sus pechos. Pero sólo en la curva inferior. Para cuando tocó la suave piel de la cara interna de sus muslos, estaba temblando de deseo y harta de la tortura. Pero cuando ella se dio la vuelta para tomar el control, él cambió de posición, profundizó sus besos y de alguna manera volvió a estar a su merced. ¿Cómo un hombre que no había practicado sexo durante cuatro meses podía estar tan controlado? Era como si él no fuera humano. Como si hubiera usado sus habilidades de genio inventor para crear algún tipo de avatar sexual.

Con la erección más grande del mundo.

La exquisita tortura continuó, sus caricias nunca llegaban a donde ella tan desesperadamente las necesitaba. Intentaba no gemir, pero los sonidos se le escapaban. Esta era su venganza. Sus juegos preliminares la llevarían a la muerte.


No se dio cuenta que habría llegado al orgasmo hasta que él la cogió de la mano. -Me temo que no puedo permitirte eso.

– ¿Permitirlo? -Con la fuerza de la lujuria, se retorció bajo él, enrolló una pierna en sus caderas y tiró de sus pantalones cortos. -Hazlo o cállate.

Él le atrapó las muñecas. -Se quedan en su sitio hasta que yo me los quite.

– ¿Por qué? ¿Tienes miedo de que me ría?

Su grueso pelo estaba revuelto donde ella debía haber clavado sus dedos, tenía el labio inferior un poco hinchado donde posiblemente ella lo había mordido y una mirada vagamente arrepentida. -No quería tener que hacer esto todavía, pero no me estás dejando elección -. Él la puso bajo él, aprisionándola con su cuerpo, sujetando su pezón con la boca y succionándolo de una forma perfecta, con el dolor justo. Al mismo tiempo, deslizó un dedo bajo la delgada franja de encaje entre sus piernas y luego dentro de ella. Gimió, clavó los talones en la cama y se rompió en mil pedazos.

Mientras yacía indefensa por las consecuencias, los labios de él rozaron su oreja. -Pensé que tendrías un poco más de autocontrol. Pero supongo que hiciste lo que pudiste -. Fue vagamente consciente de un tirón en su cinturón de castidad de encaje, luego su cuerpo se deslizó sobre el de ella. Cogió sus piernas y las separó al máximo. Su incipiente barba le rozaba el interior de sus muslos. Y luego la cubrió con su boca.

Una segunda explosión cataclísmica la reclamó, pero incluso entonces él no entró en ella. En su lugar, la torturó, la consoló y la volvió a torturar. Para cuando llegó al tercer orgasmo, se había convertido en su muñeca de trapo sexual.

Por fin estaba desnudo y cuando la penetró, lo hizo lentamente, dándole tiempo para aceptarlo, encontrando el ángulo perfecto, sin torpeza, sin tanteos, sin arañazos o codazos accidentales. Ofrecía una caricia constante en el ángulo correcto seguido por un duro empuje, perfectamente orquestado, diseñado para ofrecer el máximo placer. Ella nunca había experimentado algo así. Era como si el placer de ella fuera todo lo que importaba. Incluso cuando él llegó al orgasmo, soportó su propio peso para que ella no tuviera que hacerlo.

Ella se durmió. Luego se despertaron, hicieron el amor de nuevo y, luego, una vez más. En algún momento durante la noche, él la tapó con la sábana, le rozó los labios con un beso y se fue.

Ella no se volvió a dormir de inmediato. En vez de eso, pensó en lo que le Lucy había dicho. Toda mujer debería hacer el amor con Ted Beaudine.

Meg no podía discutírselo. Nunca había sido amada tan profundamente, tan desinteresadamente. Fue como si él hubiera memorizado todos los manuales sobre sexo jamás escritos, algo, se dio cuenta, que él era capaz de haber hecho. No era de extrañar que fuera una leyenda. Él sabía exactamente como llevar a una mujer a su máximo placer sexual.

Entonces, ¿por qué estaba tan decepcionada?

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