El atrio de la iglesia presbiteriana de Wynette olía a antiguos himnos y grandes banquetes de otros tiempos. Fuera, reinaba un caos organizado. La sección especial reservada para la prensa estaba llena de periodistas y los espectadores llenaban las gradas, con el exceso de gente distribuida por las calles laterales. Como parte del cortejo nupcial colocado en fila para entrar al santuario, Meg miró a Lucy. El vestido de encaje se ajustaba perfectamente a su pequeño cuerpo, pero ni siquiera el maquillaje hábilmente aplicado podía enmascarar su tensión. Había estado tan nerviosa durante todo el día que Meg no había tenido corazón para decirle una palabra más sobre esta desaconsejable boda. No es que hubiera podido de todos modos con Nealy Case Jorik observando todos sus movimientos.
El conjunto de cámara llegó al final del preludio, y las trompetas sonaron anunciando el inicio de la procesión nupcial. Las dos hermanas más jóvenes de Lucy se situaron en la parte delantera, con Meg siguiéndolas y después Tracy, de dieciocho años, quién era la dama de honor de Lucy. Todas llevaban sencillos vestidos de seda crepé de china color champán, acentuados con pendientes de topacio ahumado que era un regalo de Lucy a sus acompañantes.
Holly, de trece años, empezó a caminar por el pasillo. Cuando llegó a la mitad, su hermana Charlotte siguió sus pasos. Meg sonrió a Lucy por encima de su hombro, quién había decidido entrar en la iglesia ella sola y reunirse con sus padres a la mitad del camino como un símbolo de la forma en que ellos habían llegado a su vida. Meg se puso en posición delante de Tracy para su entrada, pero cuando estaba lista para dar el primer paso, escuchó un crujido y una mano le agarró del brazo. -Tengo que hablar con Ted ahora mismo -, le dijo Lucy en un susurro de pánico.
Tracy, cuyo cabello rubio había sido arreglado en un complicado recogido, dio un suspiro ahogado. -Luce, ¿qué estás haciendo?
Lucy ignoró a su hermana. -Ve a por él, Meg. Por favor.
Meg había hecho todo lo posible para convencerla, pero esto era algo temerario incluso para ella. -¿Ahora? ¿No piensas que lo podrías haber hecho hace un par de horas?
– Tenías razón. En todo lo que dijiste. Tenías toda la razón -. Incluso a través de unos metros de tull, la cara de Lucy se veía pálida y afligida. -Ayúdame. Por favor.
Tracy se giró hacia Meg. -No lo entiendo. ¿Qué le dijiste? -No esperó una respuesta, sino que agarró la mano de su hermana. -Lucy, estás teniendo un ataque de pánico. Todo va a estar bien.
– No. Yo… yo tengo que hablar con Ted.
– ¿Ahora? -dijo Tracy haciéndole eco a Meg. -No puedes hablar con él ahora.
Pero ella tenía que hacerlo. Meg lo comprendía, aunque Tracy no lo hacía. Apretando su agarre sobre un ramo de lirios en miniatura, Meg puso una sonrisa en su cara y salió al pasillo blanco inmaculado.
Un pasillo horizontal dividía la parte delantera del santuario de la posterior. La ex presidenta de los Estados Unidos y su marido esperaban allí, con los ojos húmedos y orgullosos, para escoltar a su hija en su recorrido final como una mujer soltera. Ted Beaudine estaba en el altar, junto con su padrino y tres acompañantes. Un rayo de luz caía directamente sobre su cabeza poniéndole, ¿qué más?, un halo.
Meg había sido amablemente aconsejada en el ensayo de anoche como para caminar demasiado rápido por el pasillo, pero eso no era por lo que ahora había reducido su acostumbrada larga zancada a pasos de bebé. ¿Qué había hecho? Los invitados se giraron con anticipación, esperando para ver aparecer a la novia. Meg llegó al altar demasiado pronto y se detuvo en frente de Ted en lugar de ponerse en su sitio al lado de Charlotte.
Él la miró con curiosidad. Ella se centró en su frente, así no tendría que enfrentarse a aquellos inquietantes ojos fríos de tigre. -Lucy quiere hablar contigo -, susurró.
Él ladeó la cabeza mientras procesaba la información. Cualquier otro hombre habría hecho algunas preguntas, pero no Ted Beaudine. Su perplejidad se convirtió en preocupación. Con paso decidido, y sin atisbo de vergüenza, caminó por el pasillo.
La presidenta y su marido se miraron el uno al otro cuando él pasó, inmediatamente después le siguieron. Un murmullo se levantó entre los invitados. La madre del novio se puso de pies y luego su padre. Meg no podía permitir que Lucy encarara esto sola así que se dio prisa en volver por el pasillo. Con cada paso su sensación de terror se hacía más fuerte.
Cuando llegó al atrio, vio la parte superior del espumoso velo de Lucy por encima del hombre de Ted cuando Tracy y sus padres se reunían alrededor de ella. Un par de agentes del servicio secreto se situaron en las puertas en estado de alerta máxima. Los padres del novio aparecieron justo cuando Ted alejaba a Lucy del grupo. Con un agarre firme en su brazo, la condujo hacia una pequeña puerta en un lateral. Lucy se giró buscando a alguien. Ella encontró a Meg, e incluso a través de la cascada de tull, su súplica fue clara. Ayúdame.
Meg corrió hacia ella sólo para que el afable Ted Beaudine la mirara de una forma que la hizo detenerse en seco, una mirada tan peligrosa como cualquiera de las que su padre había evocado en sus películas Bird Dog Caliber. Lucy negó con la cabeza y Meg de alguna forma comprendió que su amiga no había estado pidiéndole que intercediera por ella con Ted. Lucy quería enfrentarse a las cosas fuera de aquí, como si Meg tuviera alguna pista de cómo iban a salir las cosas.
Cuando la puerta se cerró tras la novia y el novio, el marido de la ex presidenta de Estados Unidos avanzó hacia ella. -Meg, ¿qué está pasando? Tracy dijo que tú lo sabías.
Meg agarró su ramo de dama de honor. ¿Por qué Lucy tenía que haber esperado tanto para redescubrir su corazón rebelde? -Uhm… Lucy necesita hablar con Ted.
– Eso es obvio. ¿Sobre qué?
– Ella… -Recordó el rostro afligido de Lucy. -Ella tiene algunas dudas.
– ¿Dudad? -Francesca Beaudine, furiosa en un Chanel beige, salió disparada hacia ella. -Tú eres la responsable de esto. Te escuché anoche. Esto es obra tuya.-Ella se encaminó hacia la habitación donde su hijo había desaparecido sólo para ser retenida en el último momento por su marido.
– Espera, Francesca -, dijo Dallas Beaudine con su acento de Texas en marcado contraste con el entrecortado acento británico de su esposa. -Tienen que resolver esto por su cuenta.
Las damas de honor y los padrinos entraron precipitadamente en el atrio del santuario. Los hermanos de Lucy se reunieron: su hermano, Andre; Charlotte y Holly; Tracy, quién estaba dirigiendo a Meg una mirada asesina. El ministro fue hacia la presidenta y los dos mantuvieron una rápida conversación. El ministro asintió y regresó al templo, donde Meg escuchó sus disculpas por el "pequeño retraso" y pidió a los invitados que permanecieran donde estaban.
El conjunto de cámara comenzó a tocar. La puerta del lateral del atrio permanecía cerrada. Meg estaba comenzando a sentirse enferma.
Tracy se alejó de su familia y se encaminó hacia Meg con su boca fruncida en capullo rosado de indignación. -Lucy estaba feliz hasta que apareciste. ¡Esto es culpa tuya!
Su padre llegó a su lado y puso la mano sobre su hombro mientras observaba a Meg con frialdad. -Nealy me habló sobre vuestra conversación anoche. ¿Qué sabes sobre esto?
Los padres del novio escucharon su pregunta y se acercaron. Meg sabía que Lucy contaba con ella y luchó contra el impulso de alejarse. -Lucy… intenta por todos los medios no decepcionar a las personas que ama -. Se lamió los labios secos. -Algunas veces se olvida de ser ella misma.
Mat Jorik era de la escuela de periodistas de sin gilipolleces. -¿Qué estás queriendo decir exactamente? Explícate.
Todos los ojos se clavaron en ella. Meg apretó su agarre en el ramo de lirios. No importaba cuanto quisiese salir corriendo, tenía que intentar hacer esto al menos un poco más fácil Lucy, sentar las bases para las difíciles conversaciones que se avecinaban. Se lamió los labios de nuevo. -Lucy no es tan feliz como debería serlo. Tiene algunas dudas.
– ¡Tonterías! -exclamó la madre de Ted. -Ella no tenía dudas. No hasta que se las metiste en la cabeza.
– Esta es la primera vez que hemos escuchado algo sobre dudas -, dijo Dallas Beaudine.
Meg consideró brevemente no darse por enterada, pero Lucy era la hermana que nunca había tenido, y por lo menos podía hacer esto por ella. -Lucy se dio cuenta que podía estar casándose con Ted por las razones equivocadas. Él… podría no ser el hombre indicado para ella.
– Eso es absurdo -. Los ojos verdes de Francesca disparaban dardos envenenados. -¿Sabes cuántas mujeres darían cualquier cosa por casarse con Teddy?
– Muchas, estoy segura.
Su madre no se tranquilizó. -He desayunado con Lucy el sábado por la mañana, y me dijo que nunca había sido más feliz. Pero eso cambió después de tu llegada. ¿Qué le dijiste?
Meg intentó evitar la pregunta. -Puede que no fuera tan feliz como parecía. Lucy es muy buena fingiendo.
– Soy una experta en saber cuando las personas fingen -, espetó Francesca. -Lucy no lo estaba haciendo.
– Ella es realmente buena.
– Permíteme plantearte otro escenario -. La pequeña madre del novio le expetó con la autoridad de un fiscal. -¿Es posible que tú, por razones que sólo tú conoces, decidieras aprovecharte de un caso perfectamente normal de novia nerviosa?
– No. Eso no es posible -. Retorció la cinta dorada del ramo con sus dedos. Sus palmas habían comenzado a sudar. -Lucy sabe cuánto deseabais todos vosotros que estuvieran juntos, así que ella se autoconvenció que funcionaría. Pero no era lo que ella realmente quería.
– ¡No te creo! -Los ojos azules de Tracy estaban inundados de lágrimas. -Lucy ama a Ted. ¡Estás celosa! Es por eso que lo hiciste.
Tracy siempre había adorado a Meg y, por eso, su hostilidad le dolía. -Eso no es verdad.
– Entonces dinos qué es lo que le dijiste -, demandó Tracy. -Permítenos escucharlo a todos.
Una de las cintas del ramo se rompió entre sus húmedos dedos. -Todo lo que hice fue recordarle que necesita ser ella misma.
– ¡Ella lo era! -lloró Tracy. -Lo has arruinado todo.
– Quiero que Lucy sea feliz al igual que todos vosotros. Y ella no lo era.
– ¿Supongo que todo esto salió en una conversación ayer por la tarde? -dijo el padre de Ted, su voz era peligrosamente baja.
– La conozco muy bien.
– ¿Y nosotros no? -dijo Mat Jorik friamante.
Los labios de Tracy temblaban. -Todo era maravilloso hasta que llegaste.
– No era maravilloso -. Meg sintió unas gotas de sudor entre sus pechos. -Era sólo lo que Lucy quería que creyeises.
La presidenta Jorik sometió a Meg a una larga y pentetrante mirada y finalmente rompió su silencio. -Meg -, dijo en voz baja. -¿Qué has hecho?
Su suave condena le dijo a Meg lo que debería haber sabido desde un principio. Ellos iban a culparla. Y quizás tuvieran razón. Nadie más pensaba que este matrimonio fuera una idea terrible. ¿Por qué una confirmada perdedora pensaba que la conocía mejor que todos ellos?
Se marchitó bajo la poderosa fuerza de los ojos azul Mayflower de la presidenta. -Yo… yo no quería decir… que Lucy no fuera… -Ver como la decepción se reflejaba en la expresión de la mujer que tanto admiraba fue incluso peor que soportar la censura de sus propios padres. Por lo menos Meg estaba acostumbrada a eso. -Yo… yo lo siento.
La presidenta Jorik negó con la cabeza. La madre del novio, quién había sido conocido por aniquilar de un plumazo a celebridades en sus entrevistas de televisión, estaba preparada para aniquilar a Meg hasta que la fría voz de su marido intercedió. -Podemos estar exagerando. Probablemente están arreglando las cosas en ahora mismo.
Pero no estaban arreglando las cosas. Meg lo sabía, y también lo sabía Nealy Jorik. La madre de Lucy conocía a su hija lo suficientemente bien como para saber que Lucy nunca sometería a su familia a este tipo de desastre si no hubiera tomado una decisión.
Uno por uno, le dieron la espalda a Meg. Los padres de ambos. Los hermanos de Lucy. Los acompañantes del novio y su padrino. Era como si ella ya no existiera. Primero sus padres y ahora esto. Todo el mundo que se preocupaba por ella, todos a los que ella amaba, la rechazaban.
No era una llorona, pero las lágrimas presionaban contra sus párpados, y sabía que tenía que irse. Nadie notó cuando comenzó a ir hacia las puertas delanteras. Giró el pomo y salió fuera, sólo para darse cuenta demasiado tarde de su error.
Flases disparando. Cámaras de televisión sonando. La repentina aparación de una de las damas de honor en el momento exacto en que los votos se deberían estar intercambiando desató la locura. Algunos de los espectadores de las gradas de enfrente a la iglesia se levantora para ver que había causado la conmoción. Los reporteros se lanzaron hacia delante. Meg dejó caer su ramo, se dio la vuelta y agarró el duro metal del pomo con ambas mano. Se negaba a girar. Por supuesto. La puerta estaba cerrada por dentro por seguridad. Estaba atrapada.
Los reporteros se precipitaron hacia ella, presionando contra el destacamento de seguridad en la parte inferior de las escaleras.
¿Qué está pasando?
¿Algo ha ido mal?
¿Ha ocurrido un acidente?
¿La presidenta Jorik está bien?
La columna vertebral de Meg estaba presionada contra la puerta. Sus preguntas se hicieron más ruidosas y más exigentes.
¿Dónde están la novia y el novio?
¿Ha acabado la ceremonia?
Dinos qué está ocurriendo.
– Yo… yo no me siento bien, eso es todo…
Sus gritos se tragaron su débil respuesta. Alguien gritó a todo el mundo "¡Callaros de una puta vez¡". Se había enfrentado con estafadores en Tailanda y matones callejeros en Marruecos, pero nunca se sintió tan fuera de su elemento. Una vez más se giró hacia la puerta, aplastando su ramo con su talón, pero la puerta no cedería. O nadie del interior se daba cuenta de su situación o la habían arrojado a los lobos.
La multitud estaba en las gradas de pie. Ella miraba desesperadamente alrededor y vio dos escalones estrechos que conducían a un camino que iba alredor de la iglesia. Se precipitó por ellos, casi tropezando. Los espectadores que no habían podido estar en las gradas se agrupaban en la acera al otro lado de la valla del cementerio, algunos de ellos con cochecitos y otros con neveras. Se recogió la falda y corrió a lo largo del camino de ladrillos irregulares hacia el aparcamiento en la parte trasera. Seguro que alguien del personal de seguridad le permitía volver a entrar en la iglesia. Un terrible perspectiva, pero era mejor que enfrentar la prensa.
Justo cuando llegó al asfalto, vio a uno de los padrinos de espaldas a ella cuando abría la puerta de un Mercedes Benz gris oscuro. La ceremonia definitivamente había sido cancelada. No podía imaginarse volver a montarse en la limusina para volver al hotel con los otros miembros de la boda, así se precipitó hacia el Benz. Tiró de la puerta del pasagero justo cuando se encendía el motor. -¿Podría dejarme en el hotel?
– No.
Ella levantó la vista y se encontró con los fríos ojos de Ted Beaudine. Una ojeada a la terca mandíbula le dijo que él nunca creería que ella no era la responsable de lo que había ocurrido, especialmente después de la forma en que ella lo había interrogado en la cena de ensayo. Empezó a decir que sentía el dolor que esto le estaba causando, pero el no parecía dolido. Parecía más molesto. Él era un robot emocional, y Lucy había hecho bien en dejarlo.
Meg dejó caer su falda y dio un paso vacilante hacia atrás. -Uh… Está bien, entonces -. Él se tomo su tiempo para salir del aparcamiento. Ni derrape de ruedas o rugidos de motos. Incluso toco el claxon a un par de personas en la acera. Él había sido plantado por la hija de la ex presidenta de Estados Unidos mientras el mundo entero miraba e incluso así no mostraba signos de que algo monumental hubiera ocurrido.
Ella se arrastró hacia el guardia de seguridad más cercano, quién finalmente le permitió entrar en la iglesia, donde su reaparición fue recibida con exactamente la recepción hostil que ella se esperaba.
Fuera de la iglesia, la secretaria de prensa de la presidenta hizo una rápida declaración que no ofrecía detalles, sólo un breve anuncio de que la boda se cancelaba. Después de la obligatoria petición para que el público respetara la privacidad de la pareja, la secretaria de prensa se apresuró a volver dentro sin responder preguntas. A través de la conmoción que siguió, nadie noto una pequeña figura vestida con una chaqueta de traje azul marino y unos zapatos blancos de raso deslizarse por la puerta lateral y desaparecer por los patios de los vecinos.