CAPÍTULO 07

Meg corrió hacia el futón. -Estoy intentando dormir aquí -, gritó, preparándose para la batalla. -¿Te importa?

Los pasos de Ted sonaban mientras iba hacia el desván, el suelo temblaba bajo sus pies. -¿Qué demonios te piensas que estás haciendo?

Ella se sentó a la esquina del futón e intentó parecer como si acabara de despertarse. -Obviamente, no estoy durmiendo. De todas formas, ¿qué te pasa? Irrumpiendo aquí en medio de la noche… Y no deberías maldecir en una iglesia.

– ¿Cuánto tiempo has estado aquí?

Ella se estiró y bostezó, intentando darle credibilidad a sus actos. Habría sido más fácil si llevara puesto algo más impactante que unas bragas de calaveras de piratas y una camiseta con un estampado alegre de una empresa, que un huésped se había dejado. -¿Tienes que gritar tan fuerte? -dijo.

– Estás molestando a los vecinos. Y están muertos.

– ¿Desde cuándo?

– No estoy segura. Algunas de esas lápidas van desde cualquier fecha en la década de 1840.

– Estoy hablando de ti.

– Oh. He estado aquí durante un tiempo. ¿Dónde pensabas que me quedaba?

– No pienso en ti para nada. ¿Y sabes por qué? Porque me importa un bledo. Te quiero fuera de aquí.

– Te creo, pero es la iglesia de Lucy, y me dijo que podía quedarme aquí tanto como quisiese.

Al menos lo habría hecho si Meg se lo hubiera pedido.

– Incorrecto. Ésta es mi iglesia, y te vas a ir mañana a primera hora y no vas a volver.

– Espera. Tú le diste esta iglesia a Lucy.

– Un regalo de bodas. No boda. No regalo.

– No creo que se sostenga ante un juez.

– ¡No había un contrato legal!

– O eres una persona que mantiene su palabra o no. Francamente, estoy empezando a pensar que no.

Sus cejas se fruncieron. -Es mi iglesia y tú la estás invadiendo.

– Tú lo ves a tu manera. Yo a la mía. Esto es América. Tenemos derecho a nuestras propias opiniones.

– Incorrecto. Esto es Texas. Y mi opinión es lo único que cuenta.

Eso era más cierto de lo que ella quería reconocer. -Lucy quiere que me quede aquí, así que me quedo -. Seguro que ella quería que Meg se quedara allí si lo supiera.

Él puso la mano en la barandilla del coro. -Al principio torturarte era divertido, pero el juego se ha vuelto aburrido -. Metió su mano en el bolsillo y sacó un clip de dinero. -Te quiero fuera del pueblo mañana. Esto te va a ayudar a irte.

Sacó los billetes, volvió a meter el clic vacío en su bolsillo y agitó el dinero con sus dedos para que ella pudiera contarlo. Cinco billetes de cien dólares. Ella tragó saliva. -No deberías llevar tanto dinero encima.

– Normalmente no lo hago, pero un propietario local se pasó por el ayuntamiento después que el banco cerrara y saldó una deuda de impuestos antigua. ¿No te alegraría que dejara caer todo este dinero por aquí? -Él arrojó los billetes en el futón. -Cuando vuelvas a congraciarte con papi, extiéndeme un cheque -. Se giró hacia las escaleras.

No lo podía permitir tener la última palabra. -Fue una escena interesante la que vi el sábado en el hotel. ¿Estuviste engañando a Lucy durante todo el compromiso o sólo durante parte de él?

Él se giró y dejó que sus ojos se deslizaran sobre ella, fijándose deliberadamente en el feliz logo impreso de la empresa de sus pechos. -Siempre he engañado a Lucy. Pero no te preocupes. Nunca sospechó nada.

Él desapareció por las escaleras. Unos momentos después, la iglesia volvió a la oscuridad y la puerta principal se cerró detrás de él.


A la mañana siguiente condujo con cara de sueño a su trabajo, el dinero le quemaba como un agujero radioactivo en su bolsillo de sus asquerosas nuevas bermudas color caqui. Con los quinientos dólares de Ted podría haber vuelto por fin a L.A., donde podría haberse refugiado en un motel barato mientras conseguía un trabajo. Una vez que sus padres vieran que era capaz de trabajar duro en algo, seguramente le ayudarían a conseguir un verdadero nuevo comienzo.

Pero no. En lugar de hacer una carrera hasta los límites de la ciudad con el dinero de Ted, estaba dirigiéndose a un trabajo sin futuro como chica del carrito de bebidas en un club de campo.

Al menos el uniforme no era tan malo como su vestido de poliéster de doncella, aunque estaba muy cerca. Al final de la entrevista, el subdirector le había entregado un pijo polo amarillo que llevaba el logo del club de campo en verde caza. Se había visto obligada a usar sus preciosas monedas de propina para comprarse unos shorts caqui reglamentarios al igual que un par de baratas zapatillas blancas y algunos odiosos calcetines de deporte que no podía ni mirar.

Mientras giraba hacia la puerta de entrada del club, estaba furiosa consigo misma por ser demasiado terca para agarrar el dinero de Ted y salir corriendo. Si el dinero hubiera venido de cualquier otra persona, podría haberlo hecho, pero no podía soportar aceptar un centavo de él. Su decisión era una total idiotez, porque sabía que él iba a hacer todo lo que pudiera para que la despidieran tan pronto como descubriera que estaba trabajando en el club. Ya no podía seguir fingiendo, ni siquiera ante ella misma, que sabía lo que estaba haciendo.

El aparcamiento de empleados estaba más vacío de lo que se hubiera esperado a las ocho en punto. Mientras se dirigía al club por la puerta de servicio, se recordó a sí misma que tenía que mantenerse alejada de Ted y sus amigotes. Fue hasta la oficina del subdirector, pero estaba cerrada y la planta principal del club desierta. Volvió fuera. Unos cuantos golfistas estaban en el campo, pero el único empleado a la vista era uno que estaba regando las rosas. Cuando le preguntó dónde estaba todo el mundo le respondió, en castellano, algo sobre que la gente estaba enferma. Él le señaló hacia una puerta en el piso inferior del club.

La tienda de golf estaba decorada como un viejo pub inglés con madera oscura, artículos de latón y una alfombra de pelo corto de cuadros verdes y azules. Pirámides de palos de golf montaban guardia entre percheros perfectamente organizados de ropa de golf, zapatos y viseras con el logotipo del club. La tienda estaba vacía por un pulcro chico detrás del mostrador que golpeaba desesperadamente su móvil. Cuando se acercó, leyó su nombre en su identificación: Mark. No era tan alto como ella, estaba hacia los finales de los veinte, de constitución delgada, el pelo castaño claro perfectamente cortado y buenos dientes: un chico de antigua fraternidad que, a diferencia de ella, se sentía como en casa llevando un polo con el logotipo del club estampado.

Mientras ella se presentaba, él levantó la vista de su móvil. -Has elegido el peor día para empezar a trabajar aquí -, dijo. -Dime que has hecho de caddie antes, o al menos has jugado.

– No. Soy la nueva chica de los carritos.

– Sí, comprendo. Pero tú has hecho de caddie, ¿no?

– He visto Caddy Shack. ¿Cuenta?

Él no tenía un gran sentido del humor. -Mira, no tengo tiempo para bromas. Un cuarteto muy importante va a llegar en cualquier momento -. Después de la conversación de anoche, no necesitaba pensar mucho para saber quiénes eran los miembros del famoso cuarteto. -Acabo de saber que todos nuestros caddies excepto uno están con una intoxicación alimenticia, al igual que la mayoría del personal. La cocina sirvió ayer ensalada de col en mal estado a los empleados en la comida, alguien va a perder el trabajo por esto.

A ella no le gustaba la dirección que estaba tomando la conversación. No le gustaba en absoluto.

– Voy a necesitar caddies para nuestros VIP -, dijo saliendo de detrás del mostrador. -Lenny, que es uno de nuestros habituales, odia la ensalada de col y está de camino ahora mismo. Skeet es el caddie de Dallie, como de costumbre, así que es un gran alivio. Pero todavía necesito un caddie, y no hay tiempo para encontrar a alguien.

Ella tragó saliva. -El buen hombre que regaba las rosas donde la bandera…

– No habla inglés -. Comenzó a dirigirse a una puerta trasera de la tienda de golf.

– Seguro que hay alguien en todo el personal que no comió ensalada de col.

– Sí, nuestro barman, que tiene un tobillo roto, y Jenny de facturación, que tiene dieciocho años -. Mientras abría la puerta y le hacía un gesto para que pasara, sintió que la estaba evaluando. -No creo que tengas problemas llevando una bolsa durante dieciocho hoyos.

– Pero nunca he jugado al golf y no sé nada sobre ello. Ni siquiera respeto el juego. Todos esos árboles talados y los pesticidas provocan cáncer en la gente. Será un desastre -. Más de lo que él se podía imaginar. Sólo unos minutos antes, había estado pensando como mantenerse alejada de la vista de Ted Beaudine. Y ahora esto.

– Te diré algo. Hazlo bien y ganarás mucho más que conduciendo el carrito de las bebidas. El salario de un caddie principiante es veinticinco dólares, pero todos esos hombres dan buenas propinas. Conseguirás por lo menos cuarenta más -. Él sostuvo la puerta para ella. -Esta es la sala de los caddies.

El desordenado espacio tenía un sofá hundido y algunas sillas plegables de metal. Un tablón de anuncios, que no mostraba ninguna señal del juego, colgaba sobre una mesa plegable con una baraja de cartas y algunas fichas de póquer dispersas por encima. Se volvió hacia la televisión y cogió un DVD de la estantería. -Este es un video de entrenamiento que mostramos a los niños en el programa junior de caddies. Míralo hasta que vuelva a por ti. Recuerda el palo lo suficientemente cerca del jugador, pero no tan cerca como para distraerlo. Mantén un ojo en la bola, sus palos limpios. Lleva una toalla todo el tiempo. Repara las chuletas [2] de la calle, las marcas del green, mírame. Y no hables. No a menos que uno de los jugadores te hable.

– No soy buena en eso de no hablar.

– Será mejor que lo seas hoy, especialmente respecto a tus opiniones sobre los campos de golf -. Se detuvo en la puerta. -Y nunca te dirijas a un miembro del club de otra forma que "señor". No uses nombres de pila. Nunca.

Ella se desplomó en el sofá hundido mientras él desaparecía. El video de entrenamiento se encendió. No había forma que llamara "señor" a Ted Beaudine. Ni por todas las propinas del mundo.

Media hora después, estaba de pie en la parte exterior de la tienda de golf con un nauseabundo peto verde extra largo de caddie encima de su polo, haciendo lo posible por pasar inadvertida detrás de Mark. Como era al menos cuatro centímetros más alta que él, no lo estaba consiguiendo. Afortunadamente, el cuarteto se acercaba demasiado absorto en una conversación sobre el desayuno que acababan de finalizar y la cena que planeaban tener esa noche como para fijarse en ella.

Con la excepción del hombre, que asumió era Spencer Skipjack, reconoció a todos: Ted; su padre, Dallie; y Kenny Traveler. Y con la excepción de Spencer Skipjack, no podía recordar haber visto alguna un vez un grupo de hombres tan perfectos, ni siquiera en la alfombra roja. Ninguno de los tres dioses del golf mostraba señales de transplante capilares, alzas en los zapatos o sutiles toques de bronceado. Eran hombres de Texas: altos, estilizados, de mirada acerada y fuertes; hombres viriles que nunca habían oído hablar de crema hidratante, cera en el pecho o de pagar más de veinte dólares por un corte de pelo. Eran un artículo genuino: el estereotipo de héroe americano civilizado del Oeste, con una bolsa de golf en lugar de una Winchester.

Además de poseer la misma altura y constitución, Ted y su padre no se parecían mucho. Ted tenía los ojos ámbar, mientras que los de Dallie eran de un azul brillante que no se había visto menguado por el paso de los años. Donde Ted tenía ángulos, los de Dallie se habían suavizado. Su boca era más gruesa que la de su hijo, casi femenina, y su perfil más suave, pero ambos impactaban, y con sus pasos fáciles y llenos de confianza nadie podía confundirlos por otra cosa que padre e hijo.

Un hombre canoso con una coleta gris, ojos pequeños y nariz achatada venía de lo que ella había aprendido era la habitación de las bolsas. Sólo podía tratarse de Skeep Cooper, el hombre que Mark le había dicho era el mejor amigo de Dallie Beaudine y su caddie de toda la vida. Cuando Mark se acercó al grupo, ella se agachó y simuló que se ataba una zapatilla. -Buenos días, caballeros -, escuchó decir a Mark. -Señor Skipjack, hoy seré su caddie, señor. He escuchado que tiene un buen juego y estoy deseando verle jugar.

Hasta ese preciso momento no había centrada lo suficiente como para pensar que jugador exactamente le había asignado Mark.

Lenny, el caddie que odiaba la ensalada de col, se alejó. Era bajo, deteriorado y con dientes desalineados. Cogió una de las enormes bolsas de golf que estaban apoyadas contra la estantería de las bolsas, se la subió al hombro como si fuera una chaqueta de verano y se dirigió directamente hacia Kenny Traveler.

A la izquierda… Por supuesto que iba a terminar siendo la caddie de Ted. Con su vida en caída libre, ¿qué otra cosa podía esperar?

Él todavía no se había fijado en ella comenzó a reatarse la otra zapatilla. -Señor Beaudine -, dijo Mark, -hoy tendrá un nuevo caddie…

Ella apretó su mandíbula, evocó a su padre en su papel más amenazante en la pantalla como Bird Dog Caliber, se levantó.

– Sé que Meg hará un gran trabajo para usted -, dijo Mark.

Ted se quedó totalmente inmóvil. Kenny la miró con interés, Dallie con manifiesta hostilidad. Ella levantó la barbilla, cuadro los hombros e hizo que Birdie Dog se encontrara con los helados ojos ámbar de Ted Beaudine.

Un músculo hacía tic en la esquina de su mandíbula. -Meg.

Ella se dio cuenta, que mientras Spence Skipjack pudiera oírlo, Ted no diría lo que él quería decir. Ella asintió, sonrió pero no le ofreció ni siquiera un simple "hola", nada que la obligara a llamarlo "señor". En su lugar, se dirigió a la estantería y cogió la bolsa restante.

Era exactamente tan pesada como parecía, y ella se tambaleó ligeramente. Mientras pasaba la ancha banda por su hombro, intentaba imaginarse como iba a arrastrar esta cosa durante unos ocho kilómetros por las colinas de un campo de golf bajo el ardiente sol de Texas. Volvería a la universidad. Terminaría los cuatro años y luego conseguiría un título de abogado. O un título en contabilidad. Pero ella no quería ser abogado o contable. Quería ser una mujer rica con una ilimitada cuenta bancaria que le permitiera viajar por todo el mundo, conociendo gente interesante, consiguiendo artesanía loca y encontrando un amante que no estuviera loco o fuera un imbécil.

El grupo comenzó a moverse hacia la zona de tiro para calentar. Ted intentó quedarse rezagado para arremeter contra ella con algo nuevo, pero no pudo alejarse de su invitado de honor. Ella corrió tras ellos, respirando ya con dificultad debido al peso de la bolsa.

Mark se acercó furtivamente a su lado y le habló en voz baja. -Ted va a querer su sand wedge [3] cuando llegue a la zona de tiro. Luego su hierro nueve, hierro siete y probablemente el tres, y finalmente su driver [4]. Acuérdate de limpiarlos cuando los use. Y no pierdas sus nuevas fundas.

Todas esas instrucciones estaban empezando a mezclarse. Skeet Cooper, el caddie de Dallie, la miró y la observó con sus pequeños y brillantes ojos. Debajo de su gorra, su coleta gris caía muy por debajo de sus hombros y su piel le recordaba al cuero secado al sol.

Al llegar al campo de prácticas, ella separó los palos de Ted y sacó un hierro marcado con una S. Él casi le arrancó la mano cuando se lo cogió. Los hombres empezaron a calentara en los tees [5] de práctica y, por fin, tuvo la oportunidad de estudiar a Spence Skipjack, el gigante de la fontanería. Estaba en los cincuenta años, huesudo, el tipo de cara de Jonny Cash y una cintura que había comenzado a ensancharse, pero aún no había desarrollado una barriga. A pesar que estaba bien afeitado, su mandíbula mostraba una sombra de barba espesa. Un sombrero de paja Panamá adornado con una banda de piel de serpiente se asentaba sobre su pelo oscuro con pequeños indicios grises. La piedra negra de su añillo de plata en el dedo meñique brillaba en su pequeño dedo, y un caro reloj rodeaba su peluda muñeca. Tenía una fuerte y resonante voz y un comportamiento que reflejaba tanto su profundo ego como su necesidad de llamar la atención de todo el mundo.

– Jugué en Pebble la semana pasada con un par de chicos de la gira -, anunció mientras se ponía un guante de golf. -Cojimos todos los green fees [6]. También eran malditamente buenos.

– Me temo que no podemos competir con Pebble -, dijo Ted. -Pero haremos todo lo que podamos para mantenerte entretenido.

Los hombres empezaron a hacer sus tiros de práctica. Skipjack parecía un jugador experto, pero ella sospechaba que no estaba en su liga competir contra dos golfistas profesionales y Ted, quién había ganado el torneo amateur de los Estados Unidos, como ella había escuchado repetidamente. Ella se sentó en uno de los bancos de madera para mirar.

– Levántate -, le susurró Mark. -Los caddies nunca se sientan.

Por supuesto que no. Eso tendría demasiado sentido.

Cuando finalmente dejaron la zona de tiros, los caddies se quedaron rezagados respecto a los golfistas, que estaban hablando sobre su próximo partido. Ella pilló los trozos de conversación suficientes para comprender que iban a jugar un partido de equipos llamado "Mejor bola", en el que Ted y Dallie serían un equipo contra Kenny y Spencer Skipjack. Al final de cada hoyo, el jugador que tenía menos golpes en cada hoyo ganaría un punto para su equipo. El equipo con más puntos al final, ganaba el partido.

– ¿Qué os parece apostar veinte dólares para mantener el partido interesante? -dijo Kenny.

– Mierda, chicos -, respondió Skipjack, -yo y mis amigos nos apostamos mil dólares cada sábado.

– Va contra nuestra religión -, dijo Dallie arrastrando las palabras. -Somos baptistas.

Eso era dudoso, ya que la boda de Ted había sido en una iglesia presbiteriana y Kenny Traveler era católico.

Cuando llegaron al primer tee, Ted se acercó a ella y extendió la mano, con sus ojos echando veneno. -Driver.

– Desde que tenía dieciséis [7]-, respondió. -¿Tú?

Llegó junto a ella, quitó una de las fundas y sacó el palo más largo.

Skipjack tiró primero. Mark le susurró que los otros jugadores tendrían que darle un total de siete golpes de ventaja para ser justos. Su tiro parecía impresionante, pero nadie dijo nada, por lo que no debía haber sido así. Kenny fue el siguiente, luego Ted. Incluso ella podía ver la gracia y la fuerza en su swing [8] pero cuando llegó la hora de la verdad, algo salió mal. Justo cuando iba a golpear, perdió el equilibrio y mandó la pelota a la izquierda.

Todos se giraron a mirarla. Ted ofreció a su público la sonrisa de Jesús, pero el fuego del infierno ardía en sus ojos. -Meg, si no te importa…

– ¿Qué hice?

Mark rápidamente la llevo a parte y le explicó que permitir que un par de palos de golf choquen durante el swing de un jugador era el mayor repugnante crimen contra la humanidad. Como si contaminar los arroyos y joder los humedales no contara.

Después Ted hizo todo lo posible para quedarse a solas con ella, pero se las arregló para evitarlo hasta el tercer hoyo cuando una mierda de drive lo envió a una trampa de arena: bunker lo llamaban ellos. Toda la rutina servil de llevar su bolsa y tener que llamarlo "señor", que hasta ahora había evitado hacer, la llevó a tener que golpear primero.

– Nada de esto habría ocurrido si no hubieras conseguido que me despidieran del hotel.

Tuvo la audacia de parecer indignado. -No conseguí que te despidieran. Fue Larry Stellman. Lo despertaste de su siesta dos días seguidos.

– Esos quinientos dólares que me ofreciste están en el bolsillo superior de tu bolsa. Esperaré alguno de ellos como una propina muy generosa.

Él apretó la mandíbula. -¿Te haces una idea de lo importante que es hoy?

– Estaba escuchando a escondidas tu conversación de anoche, ¿recuerdas? Así que sé exactamente lo qué está en juego y cuánto quieres impresionar a tu invitado pez gordo hoy.

– Y a pesar de eso estás aquí.

– Sí, bueno, esto es un desastre del que no me puedes culpar. Aunque puedo ver que lo vas a hacer.

– No sé cómo te las arreglaste para convertirte en caddie, pero si piensas por un minuto…

– Escucha, Theodore -. Ella golpeó con su mano el borde de la bolsa. -No estaba obligada a esto. Odio el golf, y no tengo ni idea de lo que estoy haciendo. Ninguna en absoluto, ¿lo pillas? Así que te sugiero seriamente que intentes no ponerme más nerviosa de lo que ya estoy -. Ella dio un paso atrás. -Ahora deja de hablar y golpea la maldita bola. Y esta vez agradecería que la golpeases bien para no tener que seguir caminando por todo el campo detrás de ti.

Él le dirigió una mirada asesina totalmente fuera de lugar con su reputación de santo y tiró de un palo de la bolsa, demostrando que era perfectamente capaz de encargarse de su propio equipo. -Tan pronto como esto acabe tú y yo vamos a tener nuestro juicio final -. Golpeó la pelota con un swing enorme y lleno de furia que hizo volar arena. El tiro saltó diez metros por delante del green, rodó por la ladera hasta al banderín, se suspendió por el borde del agujero y entró.

– Impresionante -, dijo ella. -No sabía que fuera una buena entrenadora de golf.

Tiró el palo a sus pies y se alejó cuando los otros jugadores lo felicitaron por cruzar la calle.

– ¿Qué tal si me pasas algo de esa suerte? -el acento tejano de Skipjack no podía ser real ya que él era de Indiana, pero él era claramente un hombre al que le gustaba ser parte del grupo.

En el siguiente green, ella era el caddie más cercano a la bandera. Mientras Ted alineaba su putt [9], Mark le hizo una sutil señal. Ella ya había aprendido la lección de no hacer movimientos bruscos, así que aunque todo el mundo empezó a gritar, esperó hasta que la bola de Ted golpeó la bandera y entró antes de quitar la bandera del agujero.

Dallie gimió. Kenny sonrió. Ted bajó la cabeza y Spencer Skipjack se jactó. -Parece que tu caddie te sacó de este hoyo, Ted.

Meg olvidó que se suponía que debía estar en silencio, al igual que ser eficiente, alegre y servil. -¿Qué hice?

Mark se puso pálido desde la frente hasta el logo de su polo. -Siento mucho eso, señor Beaudine -. Él se dirigió a ella con adusta paciencia. -No puedes dejar que la bola golpeé la bandera. Es una penalización.

– ¿Los jugadores son penalizados por un error del caddie? -dijo. -Eso es una estupidez. La bola habría entrado de todas formas.

– No te sientas mal, cariño -, dijo alegremente Skipjack. -Le podía haber ocurrido a cualquiera -. Debido a su handicap [10], Skipjack conseguía un golpe extra y no intentó contener su alegría después de que todos acabasen. -Parece que mi birdie [11] nos hace ganar el hoyo, compañero -. Le dio una palmada en la espalda a Kenny. -Me recuerda a la vez que jugué con Bill Murray y Ray Romano en Cypress Point. Hablando de personajes…

Ted y Dallie estaban ahora un hoyo por debajo, pero Ted puso su cara de bueno cara al público, algo nada extraño. -Nos repondremos en el siguiente hoyo -. La mirada feroz que sólo dirigió a ella, le envió un mensaje que no tuvo problemas en interpretar.

– Este es un juego ridículo -, murmuró ella algo más de veinte minutos después de volver a dejar a Ted fuera de competición por violar otra ridícula regla. Intentando ser una buena caddie, había cogido la bola de Ted para quitarle la suciedad, sólo para descubrir que no estaba permitido hacer eso hasta que estaba en el green y contabilizada. Como si tuviera algún sentido.

– Lo bueno es que hiciste un birdie uno y dos, hijo -, dijo Dallie. -Seguro que tenemos una racha de mala suerte.

Ella no veía sentido a ignorar lo obvio. -Yo soy la mala suerte.

Mark le disparó una mirada de advertencia por violar la regla de no hablar y no llamar a Dallie "señor", pero Spencer Skipjack se echó a reír. -Al menos es honesta. Más de lo que yo puedo decir de la mayoría de las mujeres.

Fue el turno de Ted de enviarle una mirada de advertencia, ésta prohibiéndole comentar la idiotez de un hombre que estereotipaba a todo un género. A ella no le gustaba la forma en que Ted estaba leyendo su mente. Y realmente no le gustaba Spencer Skipjack, que era un fanfarrón y un estúpido.

– La última vez que estuve en Las Vegas, me encontré con Michael Jordan en una de las salas privadas…


Se las arregló para sobrevivir al séptimo hoyo sin romper más regla, pero le dolían los hombros, sus nuevas zapatillas de deporte le rozaban una ampolla en el dedo pequeño, el calor le estaba pasando factura y le quedaban once miserables hoyos a los que ir. Ser obligada a cargar con una bolsa de golf de dieciséis kilos para un campeón atlético de 1,83 m, que era capaz de hacer el trabajo por sí mismo, le parecía cada vez más absurdo. Si había hombres saludables y fuertes demasiados vagos como para llevar sus propias bolsas, ¿por qué no cogían unos coches de golf? Todas las cosas que tenían que hacer los caddie no tenían sentido. Excepto…

– Buen tiro, señor Skipjack. En realidad lo ha clavado -, dijo Mark con un asentimiento de admiración.

– La forma de jugar del viento, señor Traveler -, dijo Jenny.

– La giraste como una peonza -, ofreció Skeet Cooper al padre de Ted.

Mientras escuchaba a los caddies elogiar a los jugadores, concluyó que todo esto iba sobre el ego. Sobre tener tu propio equipo para aplaudirte. Ella decidió probar su propia teoría. -¡Wow! -exclamó en el siguiente tee cuando Ted golpeó. -Bonito drive. Realmente golpeaste eso lejos. Muy lejos. Todo el camino… hasta allí abajo.

Los hombres se giraron a mirarla. Hubo una larga pausa. Finalmente Kenny habló. -Estoy seguro que desearías poder golpear una bola como esa -. Otra larga pausa. -Lejos.

Prometió no decir otra palabra, y podría haber cumplido esa promesa si a Spencer Skipjack no le gustara hablar tanto. -Preste atención, señorita Meg. Voy a usar un pequeño truco que aprendí de Phil Mickelson para enviar esta justo al lado de la bandera.

Ted se tensó al igual que lo había estado haciendo cada vez que Skipjack se dirigía a ella. Esperaba que ella lo saboteara, y definitivamente lo haría si sólo su felicidad y bienestar estuviera en juego. Pero algo más estaba en juego.

Se enfrentaba a un dilema imposible. Lo último que necesitaba el planeta era otro campo de golf absorbiendo sus recursos naturales, pero era obvio incluso para ella lo mucho que estaba sufriendo el pueblo. Cada edición del periódico local informaba de otro pequeño negocio cerrado o alguna asociación de caridad en apuros por no poder mantenerse al día por el incremento de sus servicios. Y ¿cómo iba a juzgar ella a otros cuando estaba viviendo una vida que era cualquier cosa menos verde, empezando por su coche de alto consumo de gasolina? No importaba lo que hiciera ahora, sería una hipócrita, sí seguía su instinto, abandonaría unos cuantos de sus principios y jugaría al buen samaritano con el pueblo que la odiaba. -Verle golpear la pelota de golf es puro placer, señor Skipjack.

– Naw. Sólo soy un aficionado comparado con estos chicos.

– Pero ellos juegan al golf a tiempo completo -, dijo ella. -Usted tiene un trabajo de verdad.

Ella creyó oír a Kenny Traveler bufar.

Skipjack se rió y le dijo que deseaba que ella hubiera sido su caddie, incluso aunque no sabía una maldita cosa sobre el golf y él necesitara más de siete golpes para compensar sus errores.

Cuando se detuvieron en la sede del club entre los hoyos nueve y diez, el partido estaba parejo: cuatro hoyos para Ted y Dallie, cuatro para Kenny y Spencer, un hoyo empatado. Ella consiguió un pequeño descanso, no tan largo como para una siesta, pero suficiente tiempo para salpicarse agua fría en la cara y curarse las ampollas. Mark se puso a su lado y la reprendió por ser demasiado familiar con jugadores, hacer demasiado ruido en el partido, no estar lo suficientemente cerca de su jugador y mirar mal a Ted. -Ted Beaudine es el chico más agradable del club. No sé que está mal contigo. Trata a todo el personal con respeto y da grandes propinas.

De algún modo sospechaba que esto no se aplicaría a ella.

Cuando Mark se marchó para pegarse a Kenny, ella se acercó con aversión a la gran bolsa azul marino de Ted. Las fundas doradas de los palos conjuntaban con las costuras de la bolsa. Sólo dos fundas. Al parecer acababa de perder una. Ted apareció detrás de ella, frunció el ceño ante la pérdida de una funda, luego a ella.

– Te estás poniendo demasiado cariñosa con Skipjack. Da marcha atrás.

Esto por jugar al buen samaritano. Ella mantuvo su voz baja. -Crecí en Hollywood, así que entiendo a los hombres egocéntricos mucho mejor de lo que tú lo harás nunca.

– Eso es lo que tú crees -. Él le puso la gorra que llevaba puesta. -Ponte una maldita gorra. Aquí tenemos sol de verdad, no a esa mierda aguada a la que estáis acostumbrados en California.


En los últimos nueve hoyos, hizo perder otro hoyo a Ted y su padre porque arrancó unas malas hierbas para proporcionarle a Ted un mejor tiro. Sin embargo, a pesar de los tres hoyos que les había costado, y el ocasional tiro errado por Ted cuando difícilmente trataba de disimular lo cabreado que estaba con ella, todavía era altamente competitivo. -Hijo, hoy estás jugando un partido extraño -, dijo Dallie. -Momentos de brillantez mezclados con algunos momentos de locura. No te he visto jugar tan bien, o tan mal, en años.

– Un corazón roto provoca eso en un hombre -. Apuntó Kenny desde el borde del green. -Les hace volverse un poco locos -. Su bola se paró a unos cuantos centímetros de la bandera.

– Además de la humillación de que todo el mundo en el pueblo todavía sienta lástima por él a sus espaldas -. Skeet, el único caddie que tenía permitido tratar de forma familiar a los jugadores, quitó algo de maleza que había caído en el green.

Dallie se preparó para su disparo. -Intenté enseñarle con el ejemplo como se mantiene a una mujer. El niño no prestó atención.

Los hombres parecían deleitarse burlándose de las vulnerabilidades de los otros. Incluso el propio padre de Ted. Una prueba de hombría o algo así. Sí sus amigas hicieran entre ellas lo que hacían estos tipos, alguien habría terminado llorando. Pero Ted simplemente sonrió como siempre, esperó su turno y golpeó su putt alejando la bola unos tres metros.

Cuando los hombres abandonaron el green, Kenny Traveler, por alguna razón que ella no podía comprender, decidió decirle a Spencer Skipjack quiénes eran sus padres. Los ojos de Skipjack se iluminaron. -¿Jake Koranda es tu padre? Eso si es realmente algo. Y yo aquí pensando que trabajabas de caddie por dinero -. Lanzó una mirada entre ella y Ted. -¿Ahora sois pareja?

– ¡No! -dijo ella.

– Me temo que no -, dijo sencillamente Te. -Como puedes suponer, todavía estoy intentando recuperarme de mi compromiso roto.

– No creo que pueda llamarse compromiso roto cuando te dejaron plantado en el altar -, señaló Kenny. -Eso es conocido más comúnmente como catástrofe.

¿Cómo podía Ted estar tan preocupado porque ella lo avergonzara hoy cuando sus propios amigos estaban haciendo tan buen trabajo? Pero Skipjack parecía estar pasándoselo como nunca en su vida, y se dio cuenta que su charla sobre asuntos personales le hacía sentir como si fuera uno de ellos. Kenny y Dallie, con todas sus idioteces de perros viejos, estaban consiguiendo lo que querían.

Después de la revelación de sus padres famosos, Skipjack no la dejaría sola. -Entonces, ¿cómo es crecer con Jake Koranda como padre?

Había escuchado esa pregunta unas mil veces y todavía encontraba ofensivo que la gente no reconociera a su madre, como si sólo fuera un complemento de su padre. Deliberadamente respondió. -Mis padres son papá y mamá para mí.

Ted finalmente se dio cuenta que ella podría tener algo de valor para él. -La madre de Meg también es famosa. Dirige una gran agencia de talentos, pero antes fue una famosa modelo y actriz.

Su madre había aparecido exactamente en una película, Sunday Morning Eclipse, donde conoció al padre de Meg.

– ¡Espera un minuto! -exclamó Spencer. -Hijo de… Tenía ese póster de tu madre en la parte de atrás de la puerta de mi habitación cuando era un crío.

Otra frase que había escuchado un millón de veces más. -Me lo imagino -. Ted le dirigió otra de sus miradas.

Skipjack no dejo de hablar sobre sus famosos padres hasta que se acercaron al hoy diecisiete. Debido a algunos malos tiros, Kenny y Skipjack estaban un hoyo por debajo, y Skipjack no estaba contento. Se puso más descontento cuando Kenny recibió una llamada de teléfono de su mujer, antes de que él diera el primer golpe, contándole que ella se había cortado la mano mientras estaba trabajando en el jardín y había conducido ella sola hasta el médico para que le pusiera un par de puntos. Era evidente por la parte final de la conversación de Kenny que el daño era menos y su mujer no quería ni oírle decir que abandonaba el partido, pero desde entonces él estuvo distraído.

Meg pudo ver cuánto quería ganar Skipjack, al igual que podía ver que ni Ted ni Dallie se iban a dejar ganar, ni siquiera por el futuro del pueblo. Dallie estaba jugando consistentemente y el juego errático de Ted ahora era algo del pasado. Tenía la extraña sensación de que él podría estar disfrutando del desafío de recuperar los tres hoyos que ella les había hecho perder.

Skipjack espetó a Mark por tomarse demasiado tiempo para entregarle un palo. Él podía sentir como la victoria se le escapaba y, con ella, la oportunidad de jactarse que él y Kenny Traveler habían vencido a Dallie y Ted Beaudine en su campo de golf. Incluso dejó de molestar a Meg.

Todo lo que el equipo Beaudine tenía que hacer era fallar unos pocos golpes y conseguirían que Spencer Skipjack estuviera con un estado de ánimo generoso para las futuras negociaciones, pero no parecía que lo fueran a hacer. No podía comprenderlo. Debían tener en cuenta el enorme ego de su invitado en lugar de jugar como si sólo importara el resultado del partido. Aparentemente ellos pensaban que lanzándose algunas bromas unos a otros y dejando que Skipjack se sintiera parte del grupo era suficiente. Pero Skipjack estaba enfurruñado. Si Ted quería que fuera receptivo, él y su padre necesitaban perder este partido. En su lugar, se estaban esforzando para mantener su hoyo de ventaja.

Afortunadamente, Kenny volvió a la vida en el green diecisiete y embocó a unos siete metros y medio, lo que empató a los equipos.

A Meg no le gustó el brillo de determinación en los ojos de Ted cuando él golpeó por primera vez en el último hoyo. Alineó su drive, ajustó su posición y lanzó su swing… en el momento exacto en que ella accidentalmente a propósito, dejo caer la bolsa con los palos de golf…

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