Una nube negra había cubierto Wynette. Una tormenta tropical llegaba del Golfo inundando los ríos y sobrepasando el puente de la carretera Comanche. La temporada de gripe empezó muy pronto y todos los niños se pusieron enfermos. Un incendio en la cocina provocó el cierre del Roustabout durante tres semanas y dos camiones de la basura del pueblo se averiaron el mismo día. Mientras todavía estaban recuperándose de todas esas cosas, Kenny Traveler tuvo problemas con su drive en el hoyo dieciocho del Whistling Straits y no pasó el corte para el campeonato de la PGA. Lo peor de todo fue que Ted Beaudine dimitió como alcalde. Justo cuando más lo necesitaban, él dimitió. Una semana estaba en Denver, la siguiente en Alburquerque. Yendo por todas las ciudades del país que lo necesitaban en lugar de quedarse en Wynette, el pueblo al que pertenecía.
Nadie era feliz. Antes de que Haley Kittle se fuera a su primer año a la U.T., envió un correo electrónico a todo el mundo con un relato detallado de lo que había visto el día que Spencer Skipjacks amenazó a Meg Koranda en el estanque de detrás de la antigua iglesia luterana. Una vez que todo el mundo supo la verdad sobre lo que había ocurrido, no podían culpar a Ted por haber pegado a Spence. Claro que deseaban que no hubiera ocurrido, pero Ted no podía darle la espalda a los insultos que Spence había lanzado. Una persona tras otra intentaron explicárselo las pocas veces que volvió al pueblo, sólo consiguiendo que él asintiera y se subiera a un avión al día siguiente.
Finalmente el Roustabout reabrió, pero incluso aunque Ted estaba por allí, no fue. En lugar de eso, un par de personas lo vieron en el Cracker John's, un miserable bar en la frontera del condado.
– Se ha divorciado de nosotros -, se quejó Kayla a Zoey. -Se ha divorciado de todo el pueblo.
– Es nuestra condenada culpa -, dijo Torie. -Esperamos demasiado de él.
Varias voces bien informadas había dicho que Spence y Sunny habían regresado a Indianápolis, dónde Sunny se había refugiado en el trabajo y Spence había contraído un herpes zoster. Para sorpresa de todos, Spence había roto las negociaciones con San Antonio. Se decía, que después de haber sido cortejado tan bien por la gente de Wynette, había perdido interés en ser un pez pequeño en un estanque grande, había renunciado a sus planes de construir un resort de golf.
Con toda la conmoción, la gente casi había olvidado lo de la subasta Gana un Fin de Semana con Ted Beaudine hasta que el comité de la reconstrucción de la biblioteca le recordó a todo el mundo que el plazo se cerraba la medianoche del 30 de septiembre. Esa noche, el comité se reunió en la oficina del primer piso de la casa de Kayla para conmemorar la ocasión, así como para reconocerle a Kayla la forma en que había seguido encargándose de la subasta después de que su padre le cortara el grifo.
– No podríamos haber hecho esto sin ti -, dijo Zoey desde el sofá Hepplewhite de enfrente del escritorio de Kayla. -Si al final la librería reabre, pondremos una placa en tu honor.
Kayla recientemente había redecorada su oficina poniendo papel de pared Liberty y muebles neoclásicos, pero Torie eligió sentarse en el suelo. -Zoey quería colgar la placa en la sección de los niños -, dijo ella, -pero votamos para ponerla en las estanterías de moda. Nos imaginamos que era donde pasarás más tiempo.
Las otras le lanzaron una mirada acusadora por recordarle a Kayla que estaría leyendo sobre moda en lugar de tener la boutique que siempre había soñado tener. Torie no lo había hecho adrede, así que se levantó para rellenar el mojito de Kayla y admirar su piel después de haberse hecho la exfoliación química.
– Falta un minuto para la media noche -, dijo con falso entusiasmo Shelby.
El suspense real había acabado hace un mes cuando Sunny Skipjacks había dejado de apostar. Durante las dos últimas semanas, el mayor postor, con cuatro mil quinientos dólares, había sido una estrella de un reality de la TV de la que sólo habían oído hablar los adolescentes. El comité hizo que Lady Emma le dijera a Ted que parecía que iba a tener que pasar un fin de semana en San Francisco con una ex striper que se había especializado en levantar las cartas del tarot con el trasero. Ted apenas había asentido y había dicho que debía tener un excelente control muscular, pero Lady Emma dijo que sus ojos estaban vacíos y que nunca lo había visto tan triste.
– Hagamos la cuenta atrás, igual que en Año Nuevo -, dijo Zoey brillantemente.
Y así lo hicieron. Observando la pantalla del ordenador. Haciendo la cuenta atrás. Exactamente a media noche, Kayla pulsó el botón de actualización y todas empezaron a decir el nombre de la ganadora, sólo para quedarse mudas cuando vieron que no era la estriper con un talentoso trasero, pero…
– ¿Meg Koranda? -Dijeron en un colectivo grito y luego comenzaron a hablar todas a la vez.
– ¿Meg ganó la subasta?
– Vuelve a pulsar el botón, Kayla. Esto no puede estar bien.
– ¿Meg? ¿Cómo puede ser Meg?
Pero era Meg y ellas no podrían estar más sorprendidas.
Estuvieron hablando durante una hora, intentando averiguar algo. Cada una de ellas la echaba de menos. Shelby siempre había admirado la forma en que Meg podía anticipar lo que las golfistas querían beber un día en particular. Kayla echaba de menos las prolíficas joyas que Meg le había vendido, al igual que el extravagante sentido de la moda de Meg y el hecho de que nadie tocaba la ropa que Torie le daba. Zoey echaba de menos el sentido del humor de Meg al igual que los rumores que generaba. Torie y Lady Emma simplemente la echaban de menos.
A pesar de los problemas que había causado, todas estaban de acuerdo en que Meg encajaba perfectamente en el pueblo. Incluso, Birdie Kittle se había convertido en la mayor defensora de Meg. -Podría haber hecho que arrestaran a Haley tal y como quería Ted, pero ella se opuso. Nadie más habría hecho algo así.
Haley le había contado todo a su madre y sus amigas. -Voy a ver a un consejero en la facultad -, les había dicho. -Quiero aprender a respetarme más a mí misma, para que así nada como esto vuelva a suceder.
Haley fue tan honesta sobre lo que había hecho y estaba tan avergonzada por sus acciones que ninguna de ellas había sido capaz de estar enfada con ella durante mucho tiempo.
Shelby, que había preferido una Pepsi Light en lugar de los mojitos, su puso de pie sobre el suelo nuevo de estaño. -Requiere mucho coraje enfrentarse a todo el mundo en el Roustabout de la forma que Meg lo hizo. Aunque nadie creyó una palabra de lo que dijo.
Torie resopló. -Si no hubiéramos estado tan deprimidos, nos habríamos caído de las sillas de reírnos cuando dijo que controlaba a Ted y que lo dejó, como si fuera una devoradora de hombres.
– Meg tiene honor y tiene corazón -, dijo Birdie. -Es una rara combinación. Además es la mejor doncella que he tenido nunca.
– Y la peor pagada -, apuntó Torie.
Birdie inmediatamente se puso a la defensiva. -Sabes lo que intentaba conseguir con eso. Le envié un cheque a sus padres, pero no sé nada de ella.
Lady Emma parecía preocupada. -Ninguna sabe nada. Al menos debería haber dejado un número de teléfono para así poder llamarla. No me gusta la forma en que desapareció.
Kayla gesticuló hacia la pantalla del ordenador. -Se las apañó para resurgir. Este es un movimiento desesperado por su parte. Un último intento por conseguir a Ted.
Shelby tiró de la cintura de sus pantalones demasiado apretados. -Debe haberle pedido dinero prestado a sus padres.
Torie no lo creía. -Meg es demasiado orgullosa para hacer eso. Y no es el tipo de mujer que persigue a un hombre que no se compromete.
– No creo que Meg hiciera la oferta -, dijo Zoey. -Creo que la hicieron sus padres.
Reflexionaron esa idea. -Podrías tener razón -, dijo finalmente Birdie. -¿Qué padres no querrían que su hija acabara con Ted?
Pero el ágil cerebro de Lady Emma había tomado un camino diferente. -Estáis equivocadas -, dijo firmemente. -Meg no hizo la oferta y tampoco sus padres -. Intercambió una larga mirada con Torie.
– ¿Qué? -dijo Kayla. -Dínoslo.
Torie dejó a un lado su tercer mojito. -Ted hizo la oferta en nombre de Meg. Él quiere a Meg de vuelta y así es como lo va a conseguir.
Todas querían ver su reacción, así que los miembros del comité pasaron la siguiente media hora discutiendo quién informaría a Ted de que Meg había ganado la subasta. ¿Sería un shock o revelaría su estratagema? Finalmente Lady Emma impuso su rango y anunció que lo haría ella.
Ted regresó a Wynette el domingo y Lady Emma se presentó en su casa el lunes por la mañana. No se sorprendió mucho cuando no le abrió la puerta, pero no estaba en su naturaleza dejarse intimidar, así que aparcó su SUV, sacó una biografía abundantemente ilustrada de Beatriz Potter de su bolso y se dispuso a esperarlo.
Menos de media hora después, la puerta del garaje se abrió. Él se dio cuenta que ella había bloqueado la salida tanto de su camioneta como su Mercedes, así que se acercó a su coche. Llevaba un traje de negocios, gafas de sol de aviador y un ordenador portátil en un maletín negro de piel. Se inclinó hacia ella a través de la ventanilla bajada. -Muévete.
Ella se despegó de su libro abierto. -Estoy aquí por asuntos oficiales. Algo que te habría dicho si hubieras abierto la puerta.
– Ya no soy alcalde. No tengo asuntos oficiales.
– Eres el alcalde tomándote un respiro. Lo hemos decidido todos. Y no es ese tipo de asuntos.
Él se enderezó. -¿Vas a mover tu coche o tendré que hacerlo yo por ti?
– Kenny no aprobaría que me maltrataras.
– Kenny me animaría -. Él se quitó las gafas de sol. Sus ojos parecían cansados. -¿Qué quieres, Emma?
El hecho de que no la llamara "Lady Emma" la alarmó tanto como su palidez, pero ocultó lo preocupada que estaba. -La subasta se ha acabado -, dijo ella, -y tenemos una ganadora.
– Estoy emocionado -, se burló.
– Es Meg.
– ¿Meg?
Ella asintió y esperó su reacción. ¿Vería satisfacción? ¿Shock? ¿Su teoría era cierta?
Se puso las gafas y le dijo que tenía treinta segundos para mover su maldito coche.
El enorme vestidor de Francesca era uno de los sitios preferidos de Dallie, quizás porque reflejaba las tantas contradicciones de su esposa. El vestidor era tanto lujoso como acogedor, caótico y organizado. Olía a especias dulces. Era testigo del exceso y la practicidad. Lo que el vestidor no mostraba era su espíritu, su generosidad o su lealtad a las personas que amaba.
– Nunca va a funcionar, Francie -, dijo mientras estaba de pie en el marco de puerta mirando como sacaba un sujetador de encaje en particular de uno de los cajones del vestidor.
– Tonterías. Por supuesto que funcionará -. Volvió a meter de nuevo el sujetador como si la hubiera ofendido. Eso era bueno para él, ya que la dejaba ante él con nada más puesto que un par de bragas de corte bajo de encaje morado. Quien fuera que dijese que una mujer de cincuenta años no podía ser sexy no había visto a Francesca Serritella Day Beaudine desnuda. A la que él si había visto. Muchas veces. Incluyendo hacía media hora cuando habían estado enredados en su cama deshecha.
Sacó otro sujetador que se parecía mucho al anterior. -Tenía que hacer algo, Dallie. Se está muriendo.
– No se está muriendo. Está resentido. Incluso cuando era un niño, le gustaba tomarse su tiempo para pensarse las cosas.
– Tonterías -. Otro sujetador que se topó con su desagrado. -Ha tenido un mes. Es suficiente.
La primera vez que había visto a Francie, estaba haciendo autostop en una carretera de Texas, vestida como una belleza sureña, furiosa como el demonio y decidida a que él y Skeet la llevaran. Había resultado ser el día más afortunado de su vida. Sin embargo, no tenía pensado dejarla llegar muy lejos y pretendía inspeccionar su plan. -¿Qué ha dicho Lady Emma de tu pequeño plan?
La repentina fascinación de Francie por un sujetador rojo brillante que no combinaba con sus bragas le dijo que no le había mencionado su plan a Lady Emma. Se puso el sujetador. -¿Te dije que Emma está intentando hablar con Kenny para alquilar una caravana y recorrer el país con los niños un par de meses? Le enseñaran en casa mientras están en la carretera.
– No me creo que no lo hicieras -, respondió él. -Al igual que me no creo que le dijeras que ibas a crear una cuenta de correo electrónico a nombre de Meg y hacer una oferta en esa estúpida subasta. Sabías que intentaría disuadirte.
Cogió un vestido del mismo color que sus ojos. -Emma puede ser demasiado cautelosa.
– Mentira. Lady Emma es la única persona racional en este pueblo, eso incluyéndonos a ti, a mí y a nuestro hijo.
– Eso me ofende. Tengo un gran sentido común.
– Cuando se trata de negocios.
Le dio la espalda para que él pudiera a subirle la cremallera. -Está bien, entonces… Tú tienes un gran sentido común.
Le apartó el pelo de la nuca y le besó la suave piel. -No cuando se trata de mi esposa. Lo perdí cuando te recogí aquel día en la carretera.
Ella se giró y lo miró, separó los labios y parpadeó. Podía ahogarse en aquellos ojos. Y, maldita sea, ella lo sabía. -Deja de intentar distraerme.
– Por favor, Dallie… necesito tu apoyo. Sabes como me siento respecto a Meg.
– No, no lo sé -. Subió la cremallera del vestido. -Hace tres meses la odiabas. En caso de que lo hayas olvidado, intentaste echarla del pueblo y cuando no lo conseguiste, hiciste todo lo que pudiste para humillarla haciendo que sirviera a todas tus amigas.
– No fue mi mejor momento -, Arrugó la nariz y luego se quedó pensativa. -Es magnífica, Dallie. Deberías haberla visto. No se doblegó. Meg es… Es más que espléndida.
– Sí, ya, también pensabas que Lucy era más que espléndida y mira como acabó todo.
– Lucy es maravillosa. Pero no para Ted. Se parecen demasiado. Estoy sorprendido de que no nos diéramos cuenta hasta que Meg lo hizo. Desde el principio, encajó aquí de una forma que Lucy nunca pudo hacerlo.
– Porque Lucy es demasiado sensata. Y ambos sabemos que "encajar" no es exactamente un cumplido cuando estamos hablando de Wynette.
– Pero cuando estamos hablando de nuestro hijo, es algo esencial.
Tal vez tenía razón. Tal vez Ted estaba enamorado de Meg. Dallie también lo había pensado, pero luego había cambiado de opinión cuando Ted dejó que se marchara tan fácilmente como dejó que Lucy se fuera. Francie parecía estar muy segura, pero deseaba tanto tener nietos que no era objetiva. -Deberías haberle dado el dinero al comité de la biblioteca desde el principio -, dijo él.
– Ya hablamos sobre eso.
– Lo sé -. La experiencia les había dicho que unas cuantas familias, sin importan la buena posición que tuvieran, no podían sostener un pueblo. Habían aprendido que tenían que elegir donde ayudar, y este año, la expansión de una clínica gratuita había ganado frente a la reparación de la biblioteca.
– Sólo es dinero -, dijo la mujer que una vez había vivido a base de mantequilla de cacahuete y dormido en el sofá de una radio local en medio de la nada. -En realidad no necesito renovar mi armario este invierno. Lo que necesito es tener a nuestro hijo de vuelta.
– No se ha ido a ningún sitio.
– No finjas que no sabes de lo que hablo. Más que la pérdida del resort del golf, quién realmente me preocupa es Ted.
– No lo sabemos seguro, ya que no habla con ninguno de nosotros. Incluso Lady Emma no ha conseguido que se abra con ella. Y olvídate de Torie. La ha estado evitando durante semanas.
– Es una persona reservada.
– Exacto. Y cuando se entere de lo que estás haciendo, estarás tú sola, porque voy a estar convenientemente fuera del pueblo.
– Estoy dispuesta a correr el riesgo -, dijo ella.
No era la primera vez que se arriesgaba por su hijo, y como era más fácil besarla que discutir con ella, se dio por vencido.
Había entrevistado a Jake dos veces en los pasados quince años, todo un record dada su obsesión por su privacidad. Sus reticencias lo hacía un personaje difícil de entrevistar, pero fuera de cámara, tenía un rápido sentido del humor y era alguien con él que era fácil hablar. No conocía a su esposa tan bien, pero Fleur Koranda tenía reputación de ser dura, inteligente y completamente ética. Desafortunadamente, la rápida y desagradaba visita de los Koranda a Wynette no le había dado la oportunidad ni a Dallie ni a Francesca de conocerlos mejor.
Fleur fue cordial, pero reservada cuando Francesca llamó a su oficina. Francesca le dio una versión embellecida de la verdad, dejando fuera sólo algunos inconvenientes detalles, como su parte en todo esto. Le habló sobre su admiración por Meg y su convicción de que Meg y Ted se gustaban.
– Estoy completamente segura, Fleur, que pasar un fin de semana juntos en San Francisco Hill les dará la oportunidad que necesitan para reconectar y reparar su relación.
Fleur no era tonta y señaló lo obvio. -Meg no tiene el suficiente dinero para pagarse el billete.
– Lo que hace que esta situación sea más tentadora, ¿no?
Un pequeña pausa siguió, finalmente Fleur dijo -, ¿crees que Ted lo hizo?
Francesca no mentiría, pero tampoco tenía la intención de decir que lo había hecho ella. -Ha habido muchas especulaciones en el pueblo. No te puedes imaginar las teorías que he escuchado -. Se dio prisa en hablar. -No voy a presionarte para que me des el número de teléfono de Meg… -Hizo una pausa, esperando que Fleur voluntariamente le echara una mano. Cuando no lo hizo, presionó. -Haremos esto. Me aseguraré de que se te envíe el itinerario del fin de semana, junto con los billetes de avión de Meg desde L.A. hasta San Francisco. El comité había planeado un vuelo privado para los dos desde Wynette, pero dadas las circunstancias, esta parece ser la mejor solución. ¿Estás de acuerdo?
Contuvo la respiración, pero en lugar de responder Fleur dijo -, háblame de tu hijo.
Francesca se reclinó en su silla y miró la fotografía de Teddy que le había hecho cuando tenía nueve años. Una cabeza demasiado grande para su pequeño y delgado cuerpo. Los pantalones demasiado subidos. La expresión tan seria de su rostro añadida a la camiseta gastada anunciaban que era listo y sabía como usar su inteligencia. Cogió la foto. -El día que Meg se fue de Wynette, fue al bar donde se reúne todo el mundo y le dijo a todo el mundo que Ted no es perfecto -. Sus ojos se llenaron de lágrimas y no trató de contenerlas. -No estoy de acuerdo.
Fleur estaba sentada en su escritorio recordando la conversación con Francesca Beaudine, pero era difícil pensar con claridad cuando tu única hija estaba destrozada. No es que Meg hubiera admitido que algo iba mal. El tiempo que había pasado en Texas le había hecho endurecerse y madurar, haciéndola más reservada, algo con lo Fleur todavía no sabía lidiar. Pero aunque Meg había dejado claro que el tema Ted Beaudine estaba fuera de los límites, Fleur sabía que Meg se había enamorado de él y que había resultado profundamente herida. Cada instinto maternal que poseía le urgía a proteger a Meg de más dolor.
Consideró las lagunas en la historia que acababa de escuchar. El glamuroso exterior de Francesca ocultaba una mente aguda y le había contado sólo lo que le interesaba. Fleur no tenía razones para confiar en ella, especialmente cuando claramente su hijo era su prioridad. El mismo hijo que había provocado una tristeza nueva en los ojos de Meg. Pero Meg no era una niña y Fleur no tenía derecho a tomar una decisión como ésta por ella.
Cogió el teléfono y llamó a su hija.
La silla que Ted había elegido del vestíbulo del hotel Four Season de San Franciscos le proporcionaba una clara visión de la entrada sin hacerlo visible a los que entraban. Cada vez que la puerta se abría, se le retorcía la boca del estómago. No podía creerse que estuviera tan nervioso. Le gustaba tomarse la vida de una forma fácil, con todo el mundo pasándoselo bien y apreciando la compañía de otras personas. Pero nada había sido fácil desde la noche de la cena de ensayo de su boda, cuando conoció a Meg Koranda.
Iba envuelta en un trozo de seda que le dejaba un hombro al descubierto y se abrazaba a la curva de sus caderas. Su pelo estaba beligerantemente rizado alrededor de su cabeza y monedas de plata colgaban de sus orejas. La forma en que lo había desafiado había sido molesta, pero no se lo había tomado tan en serio como debería. Desde la primera vez que se vieron, cuando se dio cuenta que sus ojos cambiaban de azul claro al verde de un cielo tornado, deberías haberse tomado en serio todo lo relacionado con ella.
Cuando Lady Emma le dijo que Meg había ganado la estúpida subastas, había experimentado una ola de euforia seguida casi inmediatamente por una dolorosa vuelta a la realidad. Ni el orgullo de Meg, ni su cuenta bancaria le permitirían pujar en la subastas, y no le llevó mucho tiempo suponer quién lo había hecho. Siempre le había gustado a los padres, y los Koranda no eran diferentes. Aunque sólo había intercambiado un par de miradas con el padre de Meg, se habían comunicado perfectamente.
El portero ayudó a un anciano en el vestíbulo. Ted se obligó a volverse a apoyar en la silla. El avión de Meg había aterrizado hace una hora, así que debería llegar en cualquier minuto. Todavía no sabía exactamente que le iba a decir, pero estaría condenado si le dejaba ver un atisbo de la ira que le hervía por dentro. La ira era un sentimiento contraproducente y necesitaba tener la cabeza fría para hacer frente a Meg. Su orden arreglaría los líos de ella.
Pero no se sentía frío u ordenado, y contra más esperaba, más ansioso se ponía. Apenas podía clasificar toda la basura que ella le había echado en cara. Primero lo había asaltado con lo que había pasado en el almuerzo. ¿Qué pasaba si él sabía que esas mujeres no iban a decir nada? Aún así había hecho una declaración pública, ¿no? Luego le dijo que se había enamorado de él, pero cuando intentó decirle lo mucho que le importaba, ella lo había descartado justo igual que rechazó el hecho que él había estado a punto de casarse tres meses antes, a punto de casarse con otra mujer. En su lugar, quería algún tipo de promesa eterna, y no satisfecha con eso, quería… ¿meterse en algo sin poner en claro el contexto?
Levantó la cabeza cuando la puerta del vestíbulo se volvió a abrir, esta vez admitiendo a un hombre mayor y a una mujer mucho más joven. Incluso aunque en el vestíbulo hacía frío, la camisa de Ted estaba húmeda. Por más que lo acusara de mantenerse al margen para así no salir dañado.
Volvió a mirar su reloj, luego abrió su teléfono para ver si ella le había mandado un mensaje, igual que había hecho tantas veces desde que había desaparecido, pero no había ningún mensaje de ella. Metió de nuevo su teléfono en su bolsillo cuando otro recuerdo lo asaltó. El único que no quería recordar. Lo que le había hecho ese día en el vertedero…
No podía creerse que hubiera perdido el control de esa forma. Ella no lo había apartado, pero no se lo perdonaría nunca.
Intentó pensar en algo más, para terminar pensando en el desastre de Wynette. El pueblo se negaba a aceptar su dimisión, así su escritorio en el ayuntamiento estaba vacío, pero se negaba endemoniadamente a volver a esa locura. La verdad era que había decepcionado a todo el mundo, y no importaba como de compresibles estaban intentando ser, no había una persona en todo el pueblo que no supiese que él les había fallado.
Las puertas del vestíbulo se abrieron y cerraron. A lo largo del verano, su perfecta vida había sido destruida.
"Soy confusa y salvaje y perjudicial, y me has roto el corazón."
El dolor insoportable en eso ojos azulverdosos le había matado. ¿Pero qué pasaba con su corazón? ¿Con su dolor? ¿Cómo pensaba ella que se sentía él cuando la persona con la que más contaba lo había dejado en la estacada cuando más la necesitaba?
"Mi estúpido corazón…" -había dicho ella. -"Estaba cantando de alegría."
Esperó en el vestíbulo toda la tarde, pero Meg nunca apareció.
Esa noche vagó por el barrio chino y se emborrachó en el bar Mission District. Al día siguiente, se subió el cuello de la cazadora y caminó por la ciudad bajo la lluvia. Montó en el teleférico, deambuló por el jardín de té en el parque Golden Gate y entró en algunas tiendas de recuerdos en Fisherman's Wharf. Intentó comerse un tazón de sopa de almejas en Cliff House para calentarse, pero la dejó a un lado después de unas cucharadas.
"Con simplemente verte me entran ganas de bailar."
Se levantó temprano a la mañana siguiente, con resaca y sintiéndose miserable. Una niebla fría y espesa se había establecido en la ciudad, pero salió a las vacías calles y subió al Telegraph Hill. La Coit Tower todavía no estaba abierta, así caminó por los alrededores, observando la ciudad y la bahía mientras la niebla empezaba a disiparse. Deseaba poder hablar con Lucy de todo este lío, pero no podía llamarla después todo ese tiempo y decirle que su mejor amiga era inmadura, exigente, demasiado emocional, una chiflada irrazonable y qué demonios se suponía que debía hacer.
Echaba de menos a Lucy. Todo había sido tan fácil con ella.
La echaba de menos… pero no quería retorcerle el cuello como quería retorcérselo a Meg. No quería hacerle el amor hasta que sus ojos se nublaran. No anhelaba el sonido de su voz, la alegría de su risa.
No se sentía dolido por Lucy. Soñaba con ella. Suspiraba por ella.
No amaba a Lucy.
Con un susurró de hojas y una ráfaga de frío, el viento se llevó la niebla.