Meg se lavó en la estación de servicio Chevron de la carretera, quitándose lo más gordo de la suciedad y disimulando sus vetas lacrimógenas. Buscó una camiseta suelta en la maleta que había metido en el pequeño baño, un par de vaqueros limpios para esconder los arañazos de sus piernas y un pañuelo de gasa verde para ocultar la irritación de su cuello por la rozadura de la barba. Desde la primera vez que habían hecho el amor, había deseado que él se viera sobrepasado por la pasión y perdiera su legendario control. Finalmente había ocurrido, pero no de la forma que había soñado.
Se obligó a traspasar la puerta de servicio del hotel. Birdie nunca permitiría que huéspedes tan famosos como sus padres se quedaran en ningún otro sitio que no fuera la recientemente renombrada Suite presidencial, así que subió por las escaleras hasta el piso superior. Cada paso era un ejercicio de fuerza de voluntad. Desde el principio, había conseguido que todo fuera mal con Ted. No había creído que él amara a Lucy, pero resulta que la había amado y que todavía ahora la amaba. Meg no era más que la chica de rebote, su escapada temporal al lado salvaje.
No podía permitirse caer en el dolor, no cuando estaba a punto de enfrentar una reunión insoportable con sus padres. No podía pensar en Ted, o en su incierto futuro o en lo que iba a dejar atrás cuando se fuera de Wynette.
Su madre abrió la puerta de la suite. Todavía llevaba la camiseta plateada estilo túnica hecha a medida y los pantalones ajustados que llevaba en el vertedero. Irónicamente, su madre, modelo de pasarela, se preocupaba poco por la ropa, pero se vestía obedientemente con los exquisitos trajes que su hermano Michael hacia para ella.
Al fondo de la habitación, el padre de Meg dejó de caminar. Les sonrió vacilantemente. -Podías haberme dicho que veníais.
– Queríamos darte una sorpresa -, dijo su padre secamente.
Su madre la cogió por los codos, le dirigió una dura y larga mirada, y luego la abrazó. Mientras Meg se hundía en ese abrazó familiar, olvidó durante un momento que era una mujer hecha y derecha. Si sólo sus padres no fueran tan listos y exigentes, no tendría una vida llena de sentimiento de culpa y no tendría que gastar tantas energías en fingir que no le importaba lo que opinaban de ella.
Sintió la mano de su madre en el pelo. -¿Estás bien, cariño?
Se tragó las lágrimas. -He estado mejor, pero considerando el choque de trenes del que fuisteis testigos, no puedo quejarme.
Su padre la abrazó, apretando con fuerza y luego le dio un leve golpe en el trasero, igual que había hecho desde que era una niña pequeña.
– Cuéntanoslo todo -, dijo su madre cuando su padre la soltó. -¿Cómo terminaste involucrada con un hombre tan asqueroso?
– Por culpa de papá -, manipuló Meg. -Spencer Skipjacks es un adorador de celebridades y yo era lo más cerca que podía estar del poderoso Jake.
– No tienes ni idea de las ganas que tenía de hacer pedazos a ese bastardo -, dijo el poderoso Jake.
Eso era algo que daba miedo, considerando que su padre era un veterano de Vietnam y qué lo que no había aprendido en el Mekong Delta, lo había hecho participando en películas en las que se usaban armas que iban desde espadas samuráis hasta AK-47.
Su madre hizo un vago gesto hacia el teléfono. -Ya he empezado a indagar. Todavía no he descubierto nada, pero lo haré. Una serpiente como esa siempre deja un rastro viscoso.
Su enfado no la sorprendió, pero ¿dónde estaba la decepción por haber sido testigo otra vez de cómo su hija mayor era el centro de un desastre?
Su padre volvió a caminar sobre la alfombra. -No va salirse con la suya.
– Es sólo cuestión de tiempo que sus pecados lo atrapen -, dijo su madre.
No entendían las implicaciones de lo que habían presenciado. No tenían ni idea de lo importante que era el resort de golf para el pueblo o la parte que había jugado Meg en la destrucción de esa promesa. Todo lo que habían visto era a un canalla insultando a su amada hija, y a un galante joven vengando su honor. A Meg le había caído un regalo del cielo. Ni siquiera parecía que Dallie o Francesca los hubieran iluminado en su camino al hotel. Si conseguía que sus padres se fueran rápidamente del pueblo, nunca se enterarían de la parte que ella había jugado en todo esto.
Y entonces recordó las palabras que le había dicho a Haley… según actúes en los próximos minutos definirás la persona que vas a ser de ahora en adelante.
Sus circunstancias era diferentes a las de Haley, pero la verdad subyacente era la misma. ¿Qué tipo de persona quería ser?
Una extraña sensación de intranquilidad le sobrevino, porque no habría paz para ella, no durante un largo tiempo. Algo más que el sentido de la justicia se apoderó de ella. La experiencia de los pasados tres meses había estropeado las mentiras de las que se había rodeado a sí misma. Había estado tan convencida de que nunca podría vivir bajo los logros del resto de su familia, que nunca había hecho el intento razonable de intentarlo, sólo había adoptado el papel de la oveja negra de la familia. Si se hubiera arriesgado a intentar algo por ella misma, también se habría arriesgado a fracasar ante sus ojos. Al no arriesgarse por nada, no podía fracasar. Eso era lo que había creído, por lo que, al final, se había quedado sin nada.
Ya era hora de que se convirtiese en la mujer que quería ser, una persona que viviría su propia vida a su manera sin preocuparse si los demás juzgaban sus éxitos o sus fracasos, incluyendo a los que amaba. Lo necesitaba para construir su propia visión de lo que quería ser en la vida y seguir un camino. No podía hacerlo ocultándose.
– La cosa es… -, dijo ella. -Lo que ocurrió hoy… Es un poco más complicado de lo que puede parecer.
– A mí me parece bastante sencillo -, dijo su padre. -Ese tipo es un idiota pomposo.
– Cierto. Desafortunadamente, eso no es todo, él es…
Les contó todo, empezando por el día que llegó. A mitad de la historia, su padre atacó el minibar y, unos minutos más tarde, su madre se unió a él, pero Meg siguió adelante. Les dijo todo, excepto que estaba profundamente enamorada de Ted. Esa historia era sólo para ella.
Cuando terminó, estaba de pie junto a la ventana, de espaldas al ayuntamiento, mientras sus padres estaban sentados uno al lado del otro en el sofá. Se obligó a mantener la barbilla en alto. -Ya veis, es culpa mía que Ted perdiera el control por única vez en su vida adulta y se metiera en esa pelea. Es culpa mía que el pueblo vaya a perder millones de dólares en ingresos y todos esos empleos.
Sus padres intercambiaron largas miradas, llenas de significado para ellos pero incompresibles para ella. Ellos siempre se comunicaban así. Tal vez por eso ni sus hermano ni ella estaban casados. Ellos querían lo que sus padres tenían y no estaban dispuestos conformarse con menos.
Irónicamente, eso era lo que había empezado a creer que tenía con Ted. Eran realmente buenos leyéndose el uno al otro. Lástima que no había pillado lo más importante que debería saber sobre él. Cuanto amaba a Lucy.
Su padre se levantó del sofá. -Vamos a ver si lo entiendo… Evitaste que Lucy destruyese su vida mediante un matrimonio con el hombre equivocado. Te quedaste en un pueblo lleno de locos empeñados en usarte como chivo expiatorio de todos sus problemas. En realidad no eres coordinadora de actividades en el club de campo, pero trabajaste duro en el trabajo que tenías. Y además te las arreglase para empezar con tu pequeño negocio a la vez. ¿Estoy en lo cierto?
Su madre levantó su magnífica ceja. -Has olvidado mencionar el tiempo que consiguió mantener a raya a ese fanfarrón pervertido.
– Aún así, ¿es ella la única que está pidiendo disculpas? -La afirmación de su padre se convirtió en una pregunta y los famosos ojos dorados de Glitter Baby se clavaron en los de su hija.
– ¿Por qué, Meg? -dijo ella. -¿Exactamente por qué te estás disculpando?
Su pregunta la dejó muda. ¿No habían estado escuchando?
La modelo y la estrella de cine esperaron pacientemente por su respuesta. Un mechón del rubio pelo de su madre se le puso sobre la mejilla. Su padre se frotó la cadera, como si estuviera comprobando uno de sus revólveres Colt con mango de nácar que había usado en las películas de Bird Dog Caliber. Meg empezó a responder. Incluso abrió la boca. Pero no salió nada porque no podía dar una buena respuesta.
Su padre se colocó el pelo. -Obviamente, estos tejanos te han lavado el cerebro.
Tenían razón. Con la persona que tenía que disculparse era ella misma, por no ser lo suficientemente inteligente como para proteger su corazón.
– No te puedes quedar aquí -, dijo su padre. -Este no es un buen lugar para ti.
De alguna manera, había sido un lugar muy bueno para ella, pero se limitó a asentir. -Ya tengo el coche cargado. Siento tener que irme tan rápido después de que hicisteis todo el camino hasta aquí, pero tenéis razón. Tengo que irme, y me voy a ir ahora mismo.
Su madre adoptó su voz sensata. -Queremos que vayas a casa. Tómate algo de tiempo para recuperarte.
Su padre pasó los brazos sobre los hombros de Meg. -Te hemos echado de menos, bebé.
Esto era lo que había deseado desde que la echaron. Un poco de seguridad, un lugar para esconderse mientras ordenaba su cabeza. Su corazón saltó de amor por ello. -Sois los mejores. Los dos. Pero tengo que hacer esto por mi cuenta.
Discutieron con ella, pero Meg se mantuvo firme y, después de una emotiva despedida, se dirigió a las escaleras traseras hacia su coche. Tenía una cosa más que hacer antes de irse.
Los coches llenaban el aparcamiento del Roustabout y se extendían hasta la carretera. Meg aparcó detrás de un Honda Civic. Mientras caminaba por la carretera no se molestó en buscar la camioneta o Mercedes Benz de Ted. Sabía que no estaría aquí, al igual que sabía que todos los demás se habían reunido dentro para comentar la catástrofe de esa tarde.
Respiró profundamente y abrió la puerta. El olor a fritos, cerveza y barbacoa la invadió mientras miraba alrededor. La gran sala estaba repleta. La gente estaba de pie a lo largo de las paredes, entre las mesas y en el pasillo que llevaba a los baños. Torie, Dex y todos los Traveler se apretaban en torno a un a una mesa para cuatro. Kayla, su padre, Zoey y Birdie estaban sentados cerca. Meg no vio ni a Dallie ni a Francesca, aunque Skeet y algunos de los caddies senior estaban apoyados en la pared de al lado de los videojuegos, bebiendo cerveza.
Pasó un rato antes de que alguien de la multitud se fijara en ella, y luego el rumor se corrió como la pólvora. Pequeños momentos de silencio que se hacían más grandes según pasaba el tiempo. Primero se propagó por la barra, luego se fue extendiendo por todo el lugar hasta que los únicos sonidos que quedaron fueron el tintineo de los vasos y la voz de Carrie Underwood que salía del tocadiscos.
Habría sido mucho más fácil escabullirse, pero estos últimos meses le había enseñado que no era la perdedora que creía que era. Era lista, sabía cómo trabajar duro y finalmente tenía un plan, aunque frágil, para su futuro. Así que, a pesar de que estaba empezando a marearse, se obligó a caminar hacia Pete Laraman, que siempre le había dado cinco dólares de propina por los Miky Ways fríos que le llevaba. -¿Puedo tomar prestada tu silla?
Él renunció a su asiente, e incluso le tendió la mano, un gesto que sospechó que estaba más motivado por la curiosidad que por la cortesía. Alguien desenchufó la máquina de discos, y Carrie se cortó a mitad de canción. Ponerse de pie encima de la silla podía no haber sido una buena idea porque le fallaban las rodillas, pero si iba a hacer esto, tenía que hacerlo bien, y para eso era necesario que todo el mundo en la sala fuera capaz de verla.
Ella habló en el silencio. -Sé que todos me odias ahora mismo, y no hay nada que pueda hacer sobre eso.
– Te puedes ir al infierno -, gritó una de las ratas del bar.
Torie se puso de pie. -Cállate, Leroy. Déjala que diga lo que tiene que decir.
Una morena, que Meg reconoció del almuerzo de Francesca como la madre de Hunter Gray, fue la siguiente. -Meg ha dicho suficiente y, ahora, estamos todos jodidos.
Otra mujer se levantó de la silla. -También nuestros hijos están jodidos. Ya podemos despedirnos de las mejoras de la escuela.
– Al infierno con la escuela -, declaró otra de las ratas del bar. -¿Qué pasa con todos los trabajos que no vamos a tener gracias a ella?
– Gracias a Ted -, agregó su compinche. -Confiamos en él y mira lo que pasó.
El oscuro murmullo que suscitó el nombre de Ted le dijo a Meg lo que tenía que hacer. Lady Emma se levantó para defender a su alcalde sólo para que Kenny tirara de ella y la volviera a sentar. Meg observó a la multitud. -Eso es por lo que estoy aquí -, dijo ella. -Para hablar de Ted.
– No hay nada que puedas decir de él que ya no sepamos -, declaró la primera rata con una sonrisa burlona.
– ¿Eso crees? -Meg respondió. -Bueno, ¿qué te parece esto? Ted Beaudine no es perfecto.
– Estate segura que ahora lo sabemos -, gritó su amigo, mirando alrededor para comprobar que no estaba por allí.
– Deberíais haberlo sabido todo el tiempo -, contestó, -pero siempre lo habéis mantenido en un altar por encima de vosotros. Es tan bueno en todo lo que hace que no tuviste en cuenta el hecho que es un ser humano como el resto de nosotros, y no siempre puede hacer milagros.
– ¡Nada de esto habría ocurrido si no fuera por ti! -alguien dijo desde la parte de atrás.
– Eso es cierto -, dijo Meg. -¡Estúpidos campesinos! ¿No lo pilláis? Desde el momento que Lucy se fue de su lado, Ted no tuvo ninguna oportunidad -. Se permitió deprimirse durante unos segundos. -Vi la oportunidad y me fui a vivir con él. Desde el principio lo tenía comiendo de la palma de mi mano -. Intentó duplicar la sonrisa burlona de la rata del bar. -Ninguno de vosotros pensaba que una mujer pudiera controlar a Ted, pero yo me codeo con estrellas de cine y roqueros, así que creedme, él ha sido fácil. Luego, cuando el juego se volvió aburrido, lo dejé. No está acostumbrado, y se volvió un poco loco. Así que culparme todo lo queráis. Pero no os atreváis a echarle la culpa a él porque no se merece vuestra mierda -. Sintió que su arrogancia se diluía. -Es uno de los vuestros. Lo mejor que tenéis. Y si no se lo hacéis saber, merecéis lo que tenéis.
Sus piernas habían empezado a temblar tanto que apenas pudo bajar de la silla. No miró alrededor, no buscó a Torie o al resto de los Traveler, para decir adiós a los únicos que realmente le importaban. En su lugar, echó a correr a ciegas hasta la puerta.
Su última vista del pueblo, que amaba y odiaba a la vez, fue un vista lejana del río Pedernales y una señal en el retrovisor.