CAPÍTULO 18

Skeet subió el volumen como respuesta a la intrusión de Ted. Meg se recompuso y asomó la cabeza a la sala de estar. -Sorpresa.

La gorra de béisbol de Ted le tapaba los ojos, pero la rigidez de su mandíbula anunciaba tormenta. -¿Qué estás haciendo aquí?

Hizo un gran gesto hacia el sillón reclinable. -Me he echado un nuevo amante. Siento que hayas tenido que enterarte de esta forma.

– Están echando el Golf Central -, gruño Skeet, -y no puedo oír una mierda.

Dallie salió por el pasillo detrás de ella. -Eso es porque te estás quedando sordo. Llevo diciéndote durante meses que te compres unos malditos audífonos. Hola, hijo. ¿Cómo te fue en el vertedero?

Las manos de Ted se apoyaron agresivamente en sus caderas. -¿Qué está haciendo ella aquí? Se suponía que iba a quedarse conmigo.

Dallie enfocó su atención en ella, sus ojos azules tan claros como el cielo azul de Texas. -Te dije que esto no le gustaría, Meg. La próxima vez tienes que hacerme caso -. Él sacudió la cabeza con tristeza. – Intenté convencerla por todos lo medios, hijo, pero Meg tiene su propia forma de pensar.

Tenía un par de opciones. Eligió la que no implicaba pegar a alguien. -Es mejor así.

– ¿Mejor para quién? -replicó Ted. -Te aseguro que no es mejor para mí.

Y tampoco para ti.

– Es cuestión de opiniones. No tienes ni idea…

– Será mejor que vosotros dos tengáis esta discusión en privado -. Dallie parecía avergonzado, pero no lo estaba. -Tu madre y yo vamos a comer en el club esta noche. Normalmente, os invitaría a los dos a venir, pero habría demasiada tensión.

– Estate malditamente seguro que habría tensión -, dijo Ted. -Ahí fuera hay un chiflado que la está acosando y la quiero en un sitio donde pueda echarle un ojo.

– Dudo que vaya a resultar dañada aquí -. Dallie fue hacia la puerta principal. -A excepción de sus oídos.

La puerta se cerró tras él. La mirada de censura de Ted y su ropa húmeda hicieron que se le pusiera la piel de gallina. Caminó por el pasillo hacia su habitación y se arrodilló delante de su maleta. -He tenido un día difícil -, dijo cuando él entró en la habitación detrás de ella. -También puedes irte ahora mismo.

– ¡No puedo creer que les permitieras salirse con la suya! -exclamó él. – Pensaba que estabas hecha de otra pasta.

No estaba sorprendida por que se hubiera tragado la farsa de su padre. Sacó una bolsa, con las cosas del baño perfectamente colocadas, de su maleta. -Tengo hambre y necesito una ducha.

Él dejó de moverse. El colchón sonó cuando se sentó en una esquina. Segundos después habló tan bajo que apenas pudo escucharlo. -A veces deseo tanto irme de este pueblo, que me lo puedo imaginar.

Una ola de ternura la atravesó. Dejó a un lado la bolsa y fue hacia él. Mientras el sonido de un anuncio de Viagra salía de la sala de estar, ella sonrió y le quitó la gorra de béisbol. -Este es tu pueblo -, ella susurró. Y luego lo besó.


Dos días después, mientras estaba sentada a la sombra en el quinto tee leyendo sobre el compostaje a gran escala, uno de los caddie junior vino hacia ella en un cochecito. -Te llaman en la tienda de golf -, dio él. – Me ocuparé de esto.

Condujo su carrito de vuelta al edificio del club con un sentimiento de premonición que resultó ser cierto. No acababa de dar un paso en la tienda de golf cuando un par de manos grandes y sudadas le taparon los ojos. – ¿Quién soy?

Reprimió un gemido, luego se recompuso. -El acento varonil me sugiere Matt Damon, pero algo me dice que… Leonardo DiCaprio, ¿no?

Una carcajada y las manos la soltaron, luego Spencer Skipjacks la giró de cara a él. Llevaba su sombrero Panama, una camiseta deportiva color agua y unos pantalones oscuros. Una gran sonrisa se extendía en su gran boca mostrando sus grandes dientes blancos. -Definitivamente te he echado de menos, señorita Meg. Eres única en tu especie.

Además, tenía padres ultra famosos y tenía veinte años menos que él, una irresistible combinación para ególatras. -Hola, Spence. Gracias por los regalos.

– El plato para el jabón es de nuestra nueva línea. A la venta por al menos ciento ochenta y cinco dólares. ¿Recibiste mi mensaje?

Se hizo la tonta. -¿Mensaje?

– Sobre esta noche. Con todos mis viajes, te he descuidado, pero eso va a cambiar desde ahora -. Él hizo un vago gesto hacia las oficinas principales. -Te he librado de trabajar el resto del día. Vamos a volar a Dallas -. Él le agarró el brazo. -Primero, iremos un poco de tiendas a Neiman's para que compres lo que quieras, luego beberemos algo en Adolphus y cenaremos en la Mansion. Mi avión está esperándonos.

La había arrastrado hasta medio camino de la puesta, y esta vez él no iba a permitirle desalentarlo como las anteriores veces. La más atractiva de sus opciones involucraba mandarlo al infierno, pero los topógrafos estaban todavía en el pueblo, el trato del resort estaba prácticamente firmado y ella no sería el último escollo. -Eres un hombre muy atento.

– Neiman's fue idea de Sunny.

– Es encantadora.

– Va a pasar el día con Ted. Esos dos tienen muchas cosas sobre las que ponerse al día.

Sunny podría no haber oído hablar sobre el beso del almuerzo, pero casi seguro que había oído hablar sobre las legendarias habilidades amatorias de Ted, y Meg sospechaba que estaba haciendo todo lo posible por comprobar si esas historias eran ciertas. Meg también sabía que Ted no la tocaría. Tener tanta fe en un hombre la descolocaba. ¿No había confiado antes en los hombres? Pero ninguno de ellos era Ted.

Ted… que la había reclamado delante de todo el pueblo y condenado a las consecuencias. Algo tan estúpido y sin sentido, pero lo significaba todo para ella.

Se mordió el labio inferior. -Nos conocemos lo suficiente bien como para poder ser honesta, ¿verdad?

La visión de sus ojos estrechándose no fue alentadora, así que desechó su dignidad y trató de poner un mohín. -Lo que en realidad me gustaría es una clase de golf.

– ¿Una clase de golf?

– Tienes un hermoso swing. Me recuerda al de Kenny, pero no puedo pedirle a él una clase, y quiero aprender del mejor. Por favor, Spence. Eres un gran jugador. Significaría mucho más para mí que otro viaje a Dallas donde he estado por lo menos mil veces -. Más bien una vez, pero él no lo sabía y, veinte minutos después, estaban en el campo de prácticas.

A diferencia de Torie, Spence era un profesor horrible, más interesado en tener su admiración que en ayudarla, pero Meg se comportó como si fuera el rey de los instructores de golf. Mientras él hablaba sin parar, Meg se preguntó si él estaba tan comprometido como Ted en construir un complejo turístico con conciencia ambiental. Cuando finalmente se sentaron en un banco a tomar un respiro, ella decidió tantear el terreno. -Eres tan bueno en esto. Lo juro, Spence, tu amor por el juego se muestra en todo lo que haces.

– He jugado desde que era un crío.

– Es por eso que tienes tanto respeto por el deporte. Mírate. Cualquiera con dinero puede construir un campo de golf, pero ¿cuántos hombres tienen la visión de construir un campo de golf que va a establecer un punto de referencia para futuras generaciones?

– Creo en hacer lo correcto.

Eso fue alentador. Fue un poco más allá. -Sé que dirás que todos los reconocimientos por proteger el medio ambiente, que seguro que ganarás, no tienen importancia, pero te mereces cada pedacito de reconocimiento que obtengas.

Pensó que había ido demasiado lejos, pero de nuevo había sobreestimado su ego sin fondo. -Alguien tiene que marcar las nuevas directrices -, dijo él, haciéndose eco de las palabras que ella le había escuchado a Ted.

Presionó un poco más. -No te olvides de contratar a un fotógrafo para que haga fotos de cómo está ahora el vertedero. No soy periodista, pero supongo que comités de varios premios querrán fotos del antes y el después.

– No hay que adelantarse, señorita Meg. Todavía no he firmado nada.

En realidad no había esperado que le revelara su decisión final, pero había tenido una pequeña esperanza. Un águila sobrevoló sus cabezas y Spence empezó a hablar de una cena romántica en uno de los viñedos locales. Si tenía que cenar con él, quería hacerlo en algún lugar donde tuvieran mucha compañía, así que insistió en que únicamente la barbacoa del Roustabout podría satisfacer su apetito.


Y efectivamente, apenas se habían sentado cuando los refuerzos empezaron a llegar. Dallie llegó en primer lugar, seguido por Shelby Traveler, que no había ni tenido tiempo de ponerse rimel. El padre de Kayla, Bruce, que todavía llevaba sus pantalones cortos de golf, llegó a continuación, dirigiéndole a Meg horribles miradas mientras ella pedía. No tenían intención de dejarla sola con Spence y, para las nueve, el grupo ocupaba tres mesas, con la notable falta de Ted y Sunny.

Meg se había dado una ducha en los vestuarios antes de dejar el club y se puso la ropa que había llevado para cambiarse: una camiseta gris poco impresionante de cuello alto caído, una falda de vuelo y sandalias, pero su atuendo no desanimó a Spence, quién no le quitaba las manos de encima. Se aprovechaba de cualquier excusa para pegarse a ella. Le pasaba los dedos por la muñeca, le reajustaba la servilleta de su regazo y le rozaba el pecho con el brazo cuando cogía el bote de tabasco. Lady Emma hizo lo que pudo para distraerle, pero Spence tenía el poder y trataba de usarlo para conseguir lo que quería. Así fue como terminó en el aparcamiento bajo las luces de neón rojas y azules con el teléfono pegado a la oreja.

– Papá, aquí tengo a tu mayor fan -, dijo ella cuando su padre descolgó. – Sé que has oído hablar de Spencer Skipjacks, el fundador de las industrias Viceroy. Fabrica los productos de fontanería más lujosos. Es básicamente un genio.

Spence sonrió y su pechó se hinchó bajo los parpadeos del neón como uno de los suflés del chef antes del choque de coches.

Debía haber interrumpido a su padre cuando estaba con su antigua máquina de escribir Smith Corona o con su madre. De cualquier forma, no estaba feliz. -¿Qué quieres Meg?

– ¿Puedes creerlo? -respondió ella. -Tan ocupado como está y hoy me dio una clase de golf.

Su molestia pasó a preocupación. -¿Estás en algún tipo de problema?

– Por supuesto que no. El golf es el juego más increíble que hay. Pero bueno, eso ya lo sabes.

– Será mejor que tengas una buena razón para hacer esto.

– La tengo. Aquí está él.

Le pasó el teléfono a Spence y esperó lo mejor.

Spence inmediatamente adoptó una confidencialidad embarazosa con su padre, mezclando una crítica de película con consejos de fontanería, ofreciendo la utilización de su jet y diciéndole a Jake Koranda donde debería comer en L.A. Aparentemente su padre no dijo nada para ofenderle porque estaba radiante cuando finalmente le devolvió el móvil.

Su padre, sin embargo, no estaba tan feliz. -Ese tipo es un idiota.

– Ya sé que estás impresionado. Te quiero -. Meg apagó su teléfono y levantó el pulgar hacia Spence. -Mi padre normalmente no atiende a la gente tan rápido.

Una sola mirada a la expresión radiante de Spence le dijo que la conversación únicamente había intensificado su fijación por ella. Él enrolló sus manos alrededor de sus brazos y comenzó a atraerla hacia él cuando la puerta del Roustabout se abrió de repente y Torie, quién finalmente se había dado cuenta que estaban desaparecidos, vino en su rescate. -Daros prisa. Kenny acaba de pedir tres de cada postre del menú.

Spence no apartó sus depredadores ojos de Meg. -Meg y yo tentemos otros planes.

– ¿El pastel de lava fundida? -gritó Meg.

– ¡Y la tarta de melocotón picante! -exclamó Torie.

Se las arreglaron para conseguir que Spence volviera dentro, pero Meg estaba harta que la agarrara como un rehén. Afortunadamente, había insistido en conducir su propio coche y, después de cuatro bocados a pastel de lava fundida, se levantó de la mesa. -Ha sido un largo día y tengo que trabajar mañana.

Dallie se puso inmediatamente de pie. -Te acompañaré al coche.

Kenny le ofreció una cerveza a Spence, impidiendo que él pudiera seguirlo. -Estoy seguro que me vendrían bien algunos consejos sobre negocios, Spence, y no puedo pensar en nadie mejor para dármelos.

Ella se escapó.


Ayer, cuando salió del trabajo, descubrió que el limpiaparabrisas roto del Rustmobile había sido reemplazado por uno nuevo. Ted negó haberlo hecho, pero sabía que era el responsable. Por ahora, no le habían dañado ninguna otra cosa, pero esto no se había acabado. Quién quiera que fuese que la odiaba no iba a detenerse, no mientras permaneciera en Wynette.

Cuando llegó a la casa, encontró a Skeet dormido en el sillón reclinable. Pasó de puntillas por delante de él para ir a su dormitorio. Mientras estaba quitándose las sandalias, la ventana se abrió y el larguirucho cuerpo de Ted la atravesó. Remolinos de placer se concentraron en su interior. Ella ladeó la cabeza. -Me alegro de no andar a escondidas por más tiempo.

– No quería hablar con Skeet, y ni siquiera tú puede hacerme enfadar esta noche.

– ¿Sunny finalmente se fue?

– Incluso mejor -. Él sonrió. -El anunció se va a hacer mañana. Spence eligió Wynette.

Ella sonrió. -Enhorabuena, señor Alcalde -. Empezó a abrazarlo, luego dio un paso hacia atrás. -Sabes que estás haciendo un pacto con el diablo.

– El ego de Spence es su debilidad. Mientras controlemos eso, controlaremos al hombre.

– Cruel, pero cierto -, dijo ella. -Todavía no me puedo creer que todas esas mujeres mantuvieran sus bocas cerradas.

– ¿Sobre qué?

– Tu temporal lapsus mental en el almuerzo de tu madre. ¡Veinte mujeres! Veintiuna si contamos a mamy.

Pero él tenía algo más urgente en su mente. -Tengo a una empresa de relaciones públicas a la espera. En el momento que la tinta esté seca en el contrato, un comunicado de prensa coronará a Spence como el líder del movimiento verde del golf. Me voy a asegurar que sea tan reconocido por esto desde el principio que nunca pueda saltarse el trato.

– Me encanta cuando hablas como un manipulador.

Aunque sólo se estaba burlando de él, una inquietud se apoderó de ella, el presentimiento de que pasaba algo por alto, pero lo olvidó cuando comenzó a quitarle la ropa. Él cooperó maravillosamente y pronto estuvieron desnudos en la cama, la brisa que entraba por la ventana les rozaba la piel.

Esta vez no iba a dejarle tomar el control. -Cierra los ojos -, susurró ella. -Apriétalos fuerte.

Él lo hizo cuando se lo pidió, lo fue acariciando todo el camino hasta el pequeño y fuerte pezón. Se entretuvo con allí un rato, luego deslizó su mano entre sus caderas. Entonces lo besó, ahuecándolo entre sus manos, acariciándolo.

Los pesados párpados de él se empezaron a abrir. Intentó alcanzarla, pero se puso encima de él antes de que pudiera atraparla. Lentamente, comenzó a guiarlo a su interior, un cuerpo que no estaba completamente preparado para ese tipo de formidable invasión. Sin embargo, la estrechez y el dolor la excitaron.

Ahora, sus ojos estaban completamente abiertos. Comenzó a bajar con fuerza contra él, sólo para sentir sus manos agarrándole los muslos, frenándola. Él frunció el ceño. Ella no quería algo cuidadoso. Quería algo salvaje.

Pero era demasiado caballero para eso.

Él arqueó la espalda y colocó la boca sobre su pecho. El movimiento hizo que él levantara los muslos y, en consecuencia, a ella también. -No tan rápido -, él susurró contra su húmedo pezón.

¡Sí, rápido! quería gritar. Rápido y sucio, loco y apasionado.

Pero él se había dado cuenta de su estrechez y no iba a darle nada de eso. No iba a hacerla soportar esa incomodidad ni siquiera por buscar su propia satisfacción. Mientras jugaba con su pezón, introdujo una mano entre sus cuerpos y comenzó a realizar sus trucos de magia, excitándola hasta volverla loca.

Otra actuación de matrícula.

Ella se recuperó primero y salió de debajo de él. Los ojos de él estaban cerrados, y ella intentó hallar consuelo en la rápida subida y bajada del pecho cubierto de sudor de Ted. Pero a pesar del pelo revuelto y la leve hinchazón provocado por ella en su labio inferior, no podía creerse realmente que hubiera llegado a él, no de una manera perdurable. Sólo el recuerdo de aquel imprudente beso en público le hacía saber que no estaba siendo una tonta.


En el pueblo estalló la noticia de que Spence había elegido Wynette. Durante los siguientes tres días, la gente se abrazaba en la calle, el Roustabout sirvió cerveza gratis y en la barbería sonaban antiguas canciones de Queen de un antiguo equipo de música. Ted no podía ir a ningún sitio sin que los hombres le dieran una palmadita en la espalda y las mujeres se arrojaran encima de él, aunque eso no era algo nuevo. Las buenas noticias incluso eclipsaron el anuncia de Kayla sobre que la subasta había superado los doce mil dólares.

Meg apenas vio a Ted. O estaba hablando por teléfono con los abogados de Spence, que llegarían cualquier día para firmar los contratos, o estaba inmerso en la Operación Evitar a Sunny. Lo echaba terriblemente de menos, al igual que a su vida sexual poco satisfactoria.

Ella estaba haciendo su propia operación de evitar a Spence. Afortunadamente, la gente del pueblo se había puesto de su parte para mantenerlo alejado de ella. Sin embargo, la inquietud que había sentido durante días no desaparecía.

El domingo después del trabajo hizo un desvío hacia el arroyo para refrescarse. Había desarrollado un profundo afecto tanto por el arroyo como por el río Pedernales que lo alimentaba. Aunque había visto fotos de cómo una inesperada tormenta podía transformar el río en un furioso corredor de destrucción, el agua siempre había sido amable con ella.

Cipreses y fresnos creían cerca de la orilla del arroyo y algunas veces consiguió ver algún ciervo de cola blanca o un armadillo. Una vez un coyote salió de detrás de un arbusto y pareció sorprendido de verla mientras ella lo miraba. Pero hoy el agua fría no había obrado su magia. No podía dejar de pensar que estaba pasando por alto algo importante. Una pieza de fruta colgaba delante de ella, pero no podía alcanzarla.

Apareció una nube y una urraca canija gritó desde la rama de un aligonero cercano. Se sacudió el agua del pelo y se volvió a zambullir. Cuando volvió a salir, no estaba sola. Spence se cernía sobre ella en la orilla del río, con la ropa que había dejado allí en sus grandes manos.-No deberías nadar tú sola, señorita Meg. No es seguro.

Sus dedos excavaron en el barro y el agua lamía sus hombros. Él debía haberla seguido hasta allí, pero había estado demasiado preocupada para notarlo. Un estúpido error que alguien con tantos enemigos nunca debería cometer. La imagen de él sosteniendo su ropa provocó un nudo en su estómago. -No te ofendas, Spence, pero no estoy de humor para tener compañía.

– Tal vez estoy cansado de esperar por ti -. Todavía sujetando su ropa, se sentó en una gran roca del río junto a la toalla que ella había dejado allí y la estudió. Iba vestido formalmente con unos pantalones azul marino y una camisa de vestir azul de manga larga que estaba sudada. -Parece que cada vez que empiezo a tener una conversación seria contigo, te las arreglas para escapar.

Estaba desnuda excepto por las bragas empapadas, y aunque sólo podía pensar en Spence como un bufón, no lo era. Una nube tapó el sol. Apretó los puños debajo del agua. -Soy una persona alegre y despreocupada. No me gustan las conversaciones serias.

– Llega un momento en que todo el mundo tiene que ponerse serio.

La forma en que deslizaba los dedos por su sujetador le provocaba escalofríos, y no le gustaba estar asustada. -Vete, Spence. No fuiste invitado.

– O sales o entro yo.

– Me voy a quedar donde estoy. No me gusta esto y quiero que te vayas.

– Esa agua parece endemoniadamente apetecible -. Él dejo su ropa a un lado sobre una roca. -¿Alguna vez te dije que competí en natación en la universidad? -Comenzó a quitarse los zapatos. -Incluso pensé en entrenar para las Olimpiadas, pero tenía demasiadas cosas en juego.

Ella se hundió más en el agua. -Si estás seriamente interesado en mí, Spence, estás yendo por el camino equivocado.

Se quitó los calcetines. -Debería haber hecho esto desde el principio, pero Sunny dice que puedo llegar a ser demasiado franco. Mi mente funciona más rápido que la de la mayoría de la gente. Dice que no siempre le doy a la gente el tiempo suficiente para llegar a conocerme.

– Tiene razón. Deberías escuchar a tu hija.

– Corta el rollo, Meg. Has tenido tiempo de sobra -. Sus dedos trabajaron en los botones de la camisa de vestir azul. -Crees que lo único que quiero es un revolcón en un granero. Quiero más que eso, pero no te quedas quieta el tiempo suficiente para escucharme.

– Lo siento. Me reuniré contigo en el pueblo para cenar y podrás decirme lo que quieras.

– Necesitamos privacidad para esta conversación y no la tendremos en el pueblo -. Se desabrochó los puños. -Nosotros dos tenemos un futuro juntos. Tal vez no un matrimonio, pero sí un futuro. Estando juntos. Lo supe la primera vez que te conocí.

– No tenemos futuro. Sé realista. Sólo te atraigo por mi padre. Ni siquiera me conoces. Sólo crees que lo haces.

– En eso estás equivocada -. Se quitó la camisa revelando un horrible pecho peludo. -He vivido más que tú y comprendo la naturaleza humana mucho mejor -. Se levantó. -Mírate. Conduciendo un jodido carrito de bebidas en un campo de golf público de tercera categoría que se llama a sí mismo club de campo. Algunas mujeres se valen muy bien por sí mismas, pero tú no eres una de ellas. Necesitas a alguien que te extienda un cheque.

– Estás equivocado.

– ¿Lo estoy? -Se acercó a la orilla. -Tus padres te consintieron todo. Un error que yo no cometí con Sunny. Trabaja en la fábrica desde que tenía catorce años, así que aprendió pronto de donde sale el dinero. Pero eso no fue así para ti. Tuviste todas las ventajas y ninguna responsabilidad.

Había demasiada verdad en sus palabras como para que le dolieran.

Se detuvo en la orilla del río. Un cuervo gritó. El agua se precipitó a su alrededor. Se estremeció de frío y vulnerabilidad.

Las manos de él cayeron hacia su cinturón. Ella contuvo el aliento cuando se lo desabrochó. -Alto ahí -, dijo ella.

– Tengo calor y el agua parece realmente buena.

– Lo digo en serio, Spence. No te quiero aquí.

– Sólo piensas que no -. Se quitó los pantalones, los tiró a un lado y se puso delante de ella. Su vientre peludo colgaba sobre sus boxers blancos, las piernas pastosas le sobresalían por debajo.

– Spence, esto no me gusta.

– Tú provocaste todo esto, señorita Meg. Si hubieras ido a Dallas conmigo como yo quería el otro día, podríamos haber tenido esta conversación en mi avión. -. Él se lanzó al agua. El agua le golpeó a ella en los ojos. Parpadeó y, en cuestión de segundos, él volvió a la superficie por detrás de ella, el pelo pegado a la cabeza y riachuelos de agua corriendo por su barba negra. -¿Cuál es el verdadero problema, Meg? ¿Crees que no cuidaré de ti?

– No quiero que cuides de mí -. No sabía si tenía intención de violarla o simplemente quería hacerla someterse a su autoridad. Lo único que sabía era que tenía que escapar, pero cuando retrocedió hacia la orilla, el brazo de él salió disparado y le agarró por la muñeca.

– Ven aquí.

– Déjame ir.

Sus dedos le apretaron en la parte superior de sus brazos. Él era fuerte y la levanto del fondo rocoso, exponiendo sus pechos. Ella vio sus labios se acercaban, esos grandes dientes se dirigían a su boca.

– ¡Meg!

Una figura salió de entre los árboles. Delgada, con el pelo oscuro, con unos pantalones cortos a la altura de las caderas y camiseta retro Haight-Ashbury.

– ¡Haley! -lloró Meg.

Spence saltó hacia atrás como si hubiera sido golpeado. Haley se acercó y luego se detuvo. Ella se abrazó a sí misma, cruzando los brazos sobre su pecho y apretando los codos, sin saber que hacer a continuación.

Meg no sabía por qué había aparecido, pero nunca había estado tan contenta de ver a alguien. Las pobladas y oscuras cejas de Spence sobresalían ominosamente sobres sus ojos. Meg se obligó a mirarlo. -Spence se estaba yendo, ¿no es así, Spence?

La furia en su expresión le dijo que su romance había terminado. Por dañar su ego, había pasado a ocupar el puesto número uno de su lista de enemigos.

Él salió del agua. Los calzoncillos blancos se ajustaban a sus nalgas y ella apartó la mirada. Haley se quedó congelada en la sombra y él no le evitó esa visión mientras se ponía los pantalones y metía los pies en los zapatos sin calcetines. -Piensas que eres mejor que yo, pero no lo eres -. Su voz era casi un gruñido mientras se ponía la camisa. -Aquí no ocurrió nada y ninguna de las dos intentéis decir lo contrario.

Despareció por el camino.

Los dientes de Meg castañeaban y sus rodillas se habían bloqueado, así que no pudo moverse.

Haley finalmente encontró su lengua. -Me… me tengo que ir.

– Todavía no. Ayúdame a salir. Estoy un podo débil.

Haley se acercó a la orilla. -No deberías nadar aquí tú sola.

– Créeme, no lo volveré a hacer. Fui una estúpida -. Una piedra afilada se le clavó en la punta del pie y dio un respingo. -Dame la mano.

Con la ayuda de Haley, llegó a la orilla. Estaba chorreando y desnuda excepto por las bragas, y sus dientes no dejaban de castañear. Cogió la toalla que había llevado y se sentó en una roca calentada por el sol. -No sé lo que habría hecho si no llegas a aparecer.

Haley miró hacia el camino. -¿Vas a llamar a la policía?

– ¿Realmente crees que alguien haría frente a Spence ahora mismo?

Haley se frotó el codo. -¿Qué pasa con Ted? ¿Se lo vas a decir?

Meg imaginó las consecuencias de hacer eso y no le gustó lo que vio. Pero tampoco iba a guardase esto para ella misma. Se frotó el pelo con la toalla y luego se la enrolló. -Llamaré al trabajo y diré que estoy enferma los próximos días y me aseguraré de que Spence no me encuentre. Pero tan pronto como el dinero de ese hijo de puta esté en el banco, le voy a decir a Ted todo lo que ha ocurrido. Y también a otras cuantas personas. Necesitan saber lo despiadado que puede llegar a ser -. Se apretó la toalla. -Por ahora, no se lo digas a nadie, ¿vale?

– Me pregunto lo que habría hecho Spence si no llego a aparecer.

– No quiero pensar en ello -. Meg cogió su camiseta del suelo y se la puso, pero no podía tocar el sujetador que él había sostenido. -No sé qué te ha traído hoy aquí, pero estate segura que estoy contenta de que llegaras. ¿Qué querías?

Haley tembló, como si la pregunta le sorprendiera. -Estaba… no sé -. El color inundó su cara por debajo del maquillaje. -Estaba conduciendo y pensé que podrías querer… ir a por una hamburguesa o algo.

Las manos de Meg se pararon en el dobladillo de su camiseta. -Todo el mundo sabe que estoy en casa de Skeet. ¿Cómo me encontraste?

– ¿Qué importa? -Se dio la vuelta y se dirigió al camino.

– ¡Espera!

Pero Haley no la esperó y su reacción fue tan extrema, tan fuera de lugar en su conversación, que Meg se quedó desconcertada. Entonces todo encajó en su sitio.

Su pecho se contrajo. Metió los pies en las sandalias de dedo y corrió tras ella. Fue por el atajo del cementerio en lugar de seguir el camino. Las sandalias rebotaban contra sus talones y las malas hierbas se le enganchaban a las piernas todavía húmedas. Llegó a la parte delantera de la iglesia justo cuando Haley llegaba por la parte trasera y le bloqueó el paso. -¡Alto ahí! Quiero hablar contigo.

– ¡Sal de mi camino!

Haley intentó pasar pero Meg no la dejó. -Sabías donde estaba porque me seguiste. Al igual que hizo Spence.

– No sabes lo que dices. ¡Déjame ir!

Meg la agarró. -Fuiste tú.

– ¡Basta!

Haley trató liberar su brazo, pero Meg mantuvo tan firme el agarre como el agua helada que goteaba por la parte de atrás de su cuello. -Todo este tiempo. Fuiste quién hizo los destrozos en la iglesia. Quién envió la carta y me tiró la roca contra el coche. Todo este tiempo, fuiste tú.

El pecho de Haley se hinchó. -No… no sé de que me estás hablando.

La camiseta húmeda de Meg se aferró a su piel y los brazos se le pusieron de carne de gallina. Se sintió enferma. -Pensaba que éramos amigas.

Sus palabras hicieron estallar algo dentro de Haley. Consiguió soltar su brazo y una mueca distorsionó su boca. -¡Amigas! Sí, también eras una amiga.

El viento se levantó. Un animal se escabulló entre la maleza. Meg finalmente lo entendió. -Es por Ted…

La cara de Haley se transformó por la furia. -Me dijiste que no estabas enamorada de él. Me dijiste que sólo lo decías para mantener alejado a Spence. Y te creía. Fui tan estúpida. Te creí hasta la noche que os vi juntos.

La noche que Meg y Ted habían hecho el amor en la iglesia, y que Meg había visto los faros de coches. Su estómago se revolvió. -Tú nos espiaste.

– ¡No espié! -Lloró Haley. -¡No fue así! Estaba conduciendo por la zona y vi pasar la camioneta de Ted. Había estado fuera del pueblo y quería hablar con él.

– Así que lo seguiste.

Ella movió la cabeza con movimientos espasmódicos. -No sabía a dónde se dirigía. Sólo quería hablar con él.

– Y así terminaste espiándonos por la ventana.

Lágrimas de rabia salían de sus párpados. -¡Me mentiste! Me dijiste que todo era mentira.

– No te mentí. Así fue como empezó. Pero las cosas cambiaron y te aseguro que no iba a publicarlo a los cuatro vientos -. Meg la miró con disgusto. -No puedo creer que me hicieras esas cosas. ¿Tienes idea de cómo me sentí?

Haley se limpió la nariz con el dorso de la mano. -No te hice daño. Sólo quería que te fueras.

– ¿Qué hay de Kyle? Eso es lo que no entiendo. Pensaba que estabas loca por él. Os he visto juntos.

– Le dije que me dejaras en paz pero sigue apareciendo por el trabajo -. Lágrimas teñidas de negro se esparcían por sus mejillas. -El año pasado, cuando me gustaba, ni siquiera me hablaba. Luego, cuando dejó de gustarme, de repente, quería salir conmigo.

Todo encajó. -No cambiaste de idea sobre ir a la U.T. por Kyle. Desde el principio fue por Ted. Porque él y Lucy no llegaron a casarse.

– ¿Y qué? -Su nariz estaba roja y su piel con ronchas.

– ¿Le hiciste estas cosas a ella? ¿La acosaste a ella como a mí?

– Lucy era diferente.

– ¡Se iba a casar con él! Pero a ella la dejaste en paz y fuiste detrás de mí. ¿Por qué? No lo entiendo.

– Entonces no lo amaba -, dijo ferozmente. -No de la forma que lo hago ahora. Todo cambió después de que ella huyera. Antes… estaba enamorada de él como todas las demás, pero era algo de niños. Después de que ella se fuera, fue como si yo pudiera ver todo el dolor de su corazón y quería hacer que ese dolor desapareciera. Como si yo lo comprendiera como nadie más podía hacerlo.

Otra mujer que pensaba que comprendía a Ted Beaudine.

Los ojos de Haley eran feroces. -Supe entonces que nunca amaría a nadie como lo amo a él. Y si tú amas tanto a alguien, ellos tienen que amarte a ti igual, ¿no? Yo tenía que hacer que él viera quién soy. Eso también estaba marchando bien. Sólo necesitaba algo más de tiempo. Entonces tú fuiste tras él.

A Haley le llevaría mucho tiempo descubrir la verdad y Meg estaba lo suficientemente enfadada como para decírsela. -Sólo funcionaría en tus fantasías. Ted nunca se iba a enamorar de ti. Eres demasiado joven y él es demasiado complicado.

– ¡Él no es complicado! ¿Cómo puedes decir eso de él?

– Porque es verdad -. Meg se alejó de ella con disgusto. -Eres una cría. Dieciocho años que resultan ser doce. El verdadero amor te hace mejor persona. No te convierte una furtiva y una vándala. ¿Realmente te crees que Ted podría enamorarse de alguien que ha estado dañando a otra persona como tú lo has hecho?

Sus palabras dieron en el blanco y la cara de Haley se arrugó. -No quería hacerte daño. Sólo quería que te fueras.

– Obviamente. ¿Qué estabas planeando hacerme hoy?

– Nada.

– ¡No me mientas!

– ¡No lo sé! -lloró. -Yo… cuando te vi nadando, supongo que pensé en quitarte la ropa. Quizás para quemarla.

– Muy maduro -. Meg hizo una pausa y se frotó la muñeca donde Spence la había agarrado. -En lugar de eso, saliste de tu escondite para protegerme.

– ¡Quería que te fueras, no que te violaran!

Meg no creía que Spence la hubiera violado, pero tendía a ser optimista. El sonido de ruedas en la grava interrumpió el drama. Se giraron a la vez y vieron una camioneta azul llegando por el camino.

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