A Emma Traveler le encantaba el rancho de piedra caliza color crema que ella y Kenny compartían con sus tres hijos. En la pradera más allá de las encinas, los caballos pastaban con alegría y el sonido de las aves llegaba desde su posición en la valla recién blanqueada. En poco tiempo los primeros melocotones del huerto estarían listos para la cosecha.
Todos los miembros del comité para la recostrucción de la librería pública de Wynette, excepto uno, se habían reunido alrededor de la piscina para su reunión de los sábados por la tarde. Kenny había llevado a los niños a la ciudad para que el comité pudiera tratar sus asuntos sin ninguna interrupción, aunque Emma sabía por experiencia que ningún asunto se podría tratar hasta que cada miembro, con edades comprendidas entres los treinta y dos hasta sus propios cuarenta años, hubiera terminado de hablar sobre lo que fuera que pasaba por su mente.
– He estado ahorrando durante años para pagar la universidad de Haley y ahora no quiere ir -. Birdie Kittle estiró su nuevo traje Tommy Bahama con un fruncido diagonal para ayudar a disimular su cintura. Su hija se había graduado en el instituto de Wynette hace unas cuantas semanas con matrícula de honor. Birdie no podía aceptar que Haley insistiera en ir a la universidad del condado en otoño en lugar de a la universidad de Texas, al igual que no podía aceptar la llegada de su cuarenta cumpleaños. -Espero que puedas hacerla entrar en razón, Lady Emma.
Como única hija del hace tiempo fallecido quinto conde de Woodbourne, Emma tenía derecho al título honorífico de "Lady" aunque nunca lo usaba. Eso, sin embargo, no había impedido a toda la población de Wynette, menos los hijos de Emma y Francesca, dirigirse a ella como "Lady", no importaba cuantas veces les pidiera que no lo hicieran. Incluso su propio marido lo hacía. A menos, por supuesto, que estuvieran en la cama, en cuyo caso…
Emma luchó para no caer en divagaciones calificadas como X. Era una ex-profesora, miembro de la junta escolar desde hace mucho tiempo, directora cultural de la ciudad y presidenta de los Amigos de la Biblioteca Pública de Wynette, así que estaba acostumbrada a preguntas sobre chicos de otras personas. -Haley es muy inteligente. Tendrás que confiar en ella.
– No sé de donde sacó su cerebro porque es seguro que no fue de su ex-padre o de mí -. Birdie acabó con las barras de limón que Patrick, el ama de llaves desde hace mucho tiempo de los Traveler, había puesto para el grupo.
Shelby Traveler, de treinta siete años, que era tanto amiga como suegra, muy joven, de Emma deslizó su sombrero de ala ancha para el sol sobre su pelo rubio de chica de hermandad. -Mira el lado positivo. Ella quiere quedarse a vivir en casa. Yo no podía esperar a alejarme de mi madre.
– No tiene nada que ver conmigo -. Birdie quitó las migas de su traje de baño. -Si Kyle Basxom fuera a la U.T. en lugar de a la universidad del condado, Haley haría sus maletas para Austin ahora mismo. Y él ni siquiera sabe que existe. No puedo soportar la idea que otra mujer Kittle arruine su futuro por un hombre. Intenté que Ted hablara con ella, ya sabeís cuanto lo respeta, pero me dijo que era lo suficientemente mayor para tomar sus propias decisiones, pero no lo es.
Levantaron la vista cuando Kayla Garvin se apresuró por la esquina de la casa, la parte superior de su bikini mostrando generosamente los implantes que su padre le había pagado hacia varios años con la esperanza de atraer a Ted a unirse a la familia Garvin. -Siento el retraso. Han llegado cosas nuevas a la tienda -. Arrugó la nariz, mostrando su disgusto por la tienda de segunda mano en la que trabajaba a media jornada para mantenerse ocupada, pero su expresión se iluminó cuando vio que Torie no había aparecido. Aunque Torie era una buena amiga, a Kayla no le gustaba estar rodeada de nadie cuyo tipo fuera tan bueno como el suyo, no cuando ella llevaba un traje de baño.
Hoy, Kayla se había recogido su pelo rubio en un descuidado moño a la moda en la parte superior de la cabeza y llevaba envuelto un pareo blanco de encaje en las caderas. Como era habitual, iba completamente maquillada y llevaba su nuevo collar de diamantes con forma de estrellas. Se acomodó en la silla al lado de Emma. -Te lo juro, si una mujer más intenta empeñar un viejo sueter de navidad, voy a cerrar esa tienda de segunda mano y voy a trabajar para ti, Birdie.
– Gracias de nuevo por ayudarme la semana pasada. Esta es la segunda vez este mes que Mary Alice ha llamado para decir que está enferma -. Birdie movió sus pecosas piernas lejos del sol. -A pesar que era bueno para el negocio, me alegro que finalmente la prensa se fuera de la ciudad. Eran como un grupo de cuervos, hurgando en nuestros negocios y burlándose del pueblo. Seguían a Ted por todas partes.
Kayla cogió su pintalabios MAC favorito. -Debería agradecerte por permitirme ayudarte ese día. Ojalá todas hubiérais estado allí cuando Miss Hollywood intentó evitar pagar su cuenta. "¿Sabes quién soy?" dijo, como si se suponiera que tenía que hacerle una reverencia -. Kayla pasó la barra sobre sus labios.
– Tiene más cara que nadie que haya conocido nunca -. Zoey Daniells llevaba un conservador bañador de color marrón nuez unos cuantos tonos más oscuros que su piel. Convencida que las mujeres afroamericanas tienen que cuidar su piel de los peligros del sol al igual que sus pálidas hermanas, había elegido sentarse bajo una de las sombrillas de rayas.
A los treinta y dos años, Zoey y Kayla eran los miembros más jóvenes del grupo. A pesar de sus diferencias, una era una reina rubia de la belleza obsesionada de la moda y la otra la estudiosa joven directora de la escuela primaria Sybil Chandler, habían sido las mejores amigas desde la infancia. De apenas 1,55 metros de altura y delgada, Zoey tenía el pelo corto y de su color natural, unos grandes ojos marrones dorados y un aire de preocupación que había aumentado a medida que el tamaño de las clases había crecido y el presupuesto se había reducido.
Ella tiró de un brazalete elástico de brillantes colores compuesto por lo que parecía ser trozos secos de Play-Doh. -Simplemente ver a esa chica me deprime. No puedo esperar a que se vaya del pueblo. Pobre Ted.
Shelby Traveler se extendió crema solar en la parte superior de sus pies. -Él está siendo tan valiente con lo que ocurrió. Casi se me rompe el corazón.
Ted era especial para cada una de ellas. Birdie lo adoraba, y él había estado entrando y saliendo de la casa de Shelby desde que ella se casó con el padre de Kenny, Warren. Kayla y Zoey estaban las dos enamoradas de él, una seria prueba para su amistad. Todo lo que Kayla decía sobre esos días era que fueron los mejores seis meses de su vida. Zoey sólo suspiraba y se deprimía, así que ellas dejaron de hablar sobre ello.
– Tal vez fueron los celos los que la llevaron a hacerlo -. Zoey cogió una copia de Estudios Sociales en una Escuela Primaria que se le habían caído de su mochila y la volvió a meter. -O no quería que Lucy se quedase con él, o lo vió y lo quiso para ella.
– Todas conocemos mujeres que han tenido más que una pequeña obsesión con Ted -. Shelby no miró ni a Zoey ni a Kayla, pero no tenía que hacerlo. -Me gustaría saber que le dijo a Lucy para convencerla de cancelar la boda.
Kayla jugueteó con su collar de estellas. -Todas sabemos como es Ted. Dulce con todo el mundo. Pero no con la señorita Tengo Unos Padres Famosos -. Kayla se estremeció. -Quién iba a decir que Ted Beaudine tenía un lado oscuro.
– Eso sólo lo hace más atractivo -. Zoey dio otro de sus profundos suspiros.
Birdie sonrió. -La hija de Jake Koranda está fregando mis baños…
Emma se puso su sombrero de sol, uno alegre de paja. -Lo que no entiendo es por qué sus padres no la están ayudando.
– Ellos le cortaron el grifo -, dijo Kayla con firmeza. -Y no es difícil suponer el por qué. Meg Koranda es una drogadicta.
– No lo sabemos con certeza -, dijo Zoey.
– Tú siempre quieres pensar lo mejor de todo el mundo -, replicó Kayla. -Pero está más claro que el agua. Apostaría que su famila decidió que ya habían tenido suficiente.
Ese era el tipo de cotilleo que más disgustaba a Emma. -Mejor no comenzar rumores que no podemos probar -, dijo aunque sabía que estaba malgastando su aliento.
Kayla se reajusto la parte superior del bikini. -Birdie, asegúrate que la caja del dinero está cerrada. Los adictos a las drogras robarían hasta a un ciego.
– No estoy preocupada -, dijo Birdie con aires de suficiencia. -Arlis Hoover la está vigilando.
Shelby se presignó y todas se rieron.
– Quizás tengas suerte y Arlis consiga un trabajo en el nuevo resort de golf.
Emma había tenido la intención de ser divertida, pero un silencio cayó sobre el grupo mientras cada una meditaba como el campo de golf y el complejo podría cambiar sus vidas para mejor. Birdie tendría su confitería y librería, Kayla podría abrir la boutique de lujo de sus sueños y el sistema educativo conseguiría los ingresos extras anhelados por Zoey.
Emma intercambió una mirada con Shelby. Su joven suegra no tendría que ver como su marido manejaba el estrés del ser el único gran empresario en un pueblo donde había demasiados parados. En cuanto a Emma… Ella y Kenny tenían el dinero suficiente para vivir cómodamente sin tener en cuenta lo que ocurriera con el resort de golf, pero no era así para muchas personas por las que se preocupaban, y el bienestar de su pueblo significaba mucho para ellos.
Sin embargo, Emma no creía en el abatimiento. -Con resort de golf o no -, dijo enérgicamente, -necesitamos discutir como vamos a encontrar dinero para reparar nuestra biblioteca y volver a estar en funcionamiento. Incluso con el cheque del seguro todavía estamos miserablemene lejos de lo que necesitamos.
Kayla sujetó su moño rubio. -No puedo soportar otra venta de estúpidos pasteles. Zoey y yo hicimos suficientes de esas en el instituto.
– O una subasta silenciosa -, dijo Shelby.
– O lavar coches o una rifa -. Zoey le dio un manotazo a una mosca.
– Necesitamos algo grande -, dijo Birdie. -Algo que atraíga la atención de todo el mundo -. Ellas hablaron durante otra hora, pero nadie pudo llegar a una sola idea sobre qué podían hacer.
Arlis Hoover apuntó con un dedo regordete la bañera que Meg acababa de limpiar por segunda vez. -Tú llamas a eso limpio, ¿señorita estrella de cine? Yo no llamo a eso limpio.
Meg ya no se molestaba en decirle que no era una estrella de cine. Arlis lo sabía muy bien. Exactamente por eso ella se lo repetía constantemente.
Arlis tenía el pelo teñido de negro y un cuerpo como un cartílago roído. Se alimentaba de un sentimiento permanente injusticia, segura de que sólo la mala suerte la separaban de la belleza, salud y las buenas oportunidades. Ella escuchaba estúpidos programas de radio mientras trabajaba, programas que aseguraban que Hillary Clinton había comido una vez carne de un niño recién nacido y que el PBS (Servicio Público de Radiodifusión) fue financiado en su totalidad por estrellas de cine de izquierdas empeñadas en dar el control del mundo a los homosexuales. Como si ellos realmente quisieran eso.
Arlis era tan mezquina que Meg sospechaba que incluso Birdie le tenía un poco de miedo, aunque Arlis hacía todo lo posible por frenar sus impulsos psicóticos cuando estaba cerca de su jefa. Pero ella le ahorraba dinero a Birdie consiguiendo el máximo rendimiento a un reducido personal de limpieza, así que Birdie la dejaba en paz.
– Dominga, ven aquí y mira esta bañera. ¿Esto es lo que la gente en México llama limpio?
Dominga era una ilegal, no estaba en posición de estar en desacuerdo con Arlis, así que asintió con la cabeza. -No. Muy sucia.
Meg odiaba a Arlis más de lo que había odiado a nadie nunca, con la posible excepción de Ted Beaudine.
¿Qué estás pagando a tus doncellas, Birdie? ¿Siete, siete cincuenta la hora?
No. Birdie les pagaba diez cincuenta la hora, como seguramente Ted sabía. A todas excepto a Meg.
Le dolía la espalda, las rodillas le latían, se había cortado el pulgar con un espejo roto y estaba hambrienta. Durante la última semana había estado subsistiendo a base de pastillas de menta y las magdalenas sobrantes de los desayunos del hotel que le conseguía Carlos, el hombre de mantenimiento. Pero esos ajustes económicos no podían compensar su error de la primera noche cuando había cogido una habitación en motel barato, sólo para despertarse a la mañana siguiente y darse cuenta que incluso los moteles baratos cuestan dinero, y que los cien dólares de su monedero se habían reducido a cincuenta de la noche a la mañana. Había estado durmiendo en su coche en una mina de grava desde entonces y esperando hasta que un día Arlis saliera temprano para entrar a escondidas en una habitación desocupada y ducharse.
Era una existencia miserable, pero todavía no había descolgado el teléfono. No había intentado contactar de nuevo con Dylan o llamar a Clay. No había llamado a Georgie, Sasha o April. Y lo más importante, no había mencionado su situación a sus padres cuando la habían llamado. Se agarraba a esos pensamientos cada vez que tenía que destupir otro fétido retrete o sacar algún pelo asqueroso del desague de la bañera. En una semana o así estaría lejos de allí. Entonces, ¿qué? No tenía ni idea.
Con una gran reunión familiar programada para llegar en cualquier momento, Arlis sólo pudo dedicar unos cuantos minutos para torturar a Meg. -Gira el colchón antes de cambiar las sábanas, señorita estrella de cine, y quiero que todas las puertas correderas de esta planta se limpien. No dejeís que encuentre ni una huella.
– ¿Temes que el FBI descubrá que son tuyas? -dijo Meg dulcemente. -De todas formas, ¿qué quieren ellos de ti?
Arlis estaba cerca de quedarse catatónica si Meg le volvía a hablar y la irritación se extendió por sus venenosas mejillas. -Todo lo que tengo que hacer es decirle una palabra a Birdie y tú estarás encerraja entre rejas.
Quizás, pero con el hotel lleno para el fin de semana y escasez de doncellas, Arlis no podía permitirse perderla ahora mismo. Aunque era mejor no presionarla.
Cuando Meg se quedó finalmente sola, miró con nostalgia la bañera de hidromasaje. Anoche, Arlis había estado hasta tarde comprobando el inventario, por lo que Meg no había podido colarse para ducharse, y con el hotel lleno las perspectivas para esta noche no eran mucho mejores. Se recordó a sí misma que había pasado días en caminos lodosos sin acordarse de cuartos de baño. Pero esas caras excursione habían sido por diversión, no la vida real, aunque ahora que miraba atrás parecía como si la diversión hubiera sido su vida real.
Se estaba esforzando por darle la vuelta al colchón cuando sintió a alguien detrás de ella. Se preparó a si misma para otra confrontación con Arlis sólo para ver a Ted Beaudine en la puerta.
Su hombro apoyado contra el marco de la puerta, los tobillos cruzados, como en casa en el reino que gobernaba. A ella el sudor hacía que el uniforme de doncella, verde menta y de poliéster, se le pegara a la piel y se secó la frente con el brazo. -Mi día de suerte. Una visita del Elegido. ¿Has curado a algún leproso últimamente?
– Demasiado ocupado con lo de los panes y los peces.
Ni siquiera sonrió. Bastardo. Un par de veces durante esta semana, mientras colocaba las cortinas o limpiaba las ventas con uno de esos productos tóxicos que el hotel insistía en usar, lo había visto en la calle. Resultaba que el ayuntamiento ocupaba el mismo edificio que la central de policía. Esta mañana estaba en una ventana del segundo piso y lo vió, al tocado por Dios, detener al agitado tráfico para ayudar a una señora mayor a cruzar la calle. También había notado que muchas mujeres jóvenes entraban en el edificio por la puerta lateral que iba directamente a las oficinas municipales. Tal vez era para trámites municipales. Lo más probable es que fueran trámites con doble propósito.
Él indicó con la cabeza el colchón. -Parece como si necesitaras ayuda con eso.
Ella estaba exhausta, el colchón pesaba y se tragó su orgullo. -Gracias.
Él miró detrás de él en el pasillo. -Nop. No veo a nadie.
Haberse dejado engañar le dio fuerzas para meter el hombre debajo de la parte inferior del colchón y levantarlo. -¿Qué quieres? -gruño.
– Vigilarte. Una de mis obligaciones como alcalde es asegurarme que la población de vagabundos no acosa a los ciudadanos inocentes.
Metió su hombro más hacia el medio del colchón y contestó con la cosa más desagradable que pudo pensar. -Lucy me ha estado mandando mensajes. Hasta ahora no te ha mencionado -. Ni mucho ni poco, sólo una frase o dos diciendo que estaba bien y que no quería hablar. Meg empujó el colchón más arriba.
– Dale recuerdos -, dijo, con tanta naturalidad como si se estuviera refiriendo a un primo lejano.
– Ni siquiera te importa dónde está, ¿no? -Meg levantó el colchón otros pocos centímetros. -¿Ni que esté bien o no? La podían haber raptado unos terroristas -. Era fascinante la fácilidad con la que una persona buena como ella podía convertirse en desagradable.
– Estoy seguro que alguien lo habría mencionado.
Luchó para recupera el aliento. -A pesar de tener supuestamente un gran cerebro parece que se te escapa que no soy la responsable de que Lucy te dejara, así que ¿por qué me usas como tu saco de boxeo personal?
– Tengo que descargar mi furia ilimitada en alguien -. Él volvió a cruzar los tobillos.
– Eres patético -. Pero apenas las palabras salieron de su boca cuando perdió el equilibrio y cayó sobre el somier. El colchón se estrelló contra ella.
Aire frío se deslizo por la parte trasera de sus muslos desnudos. La falda de su uniforme se le subió por encima de las caderas, dándole una visión ilimitada de sus bragas amarillo limón y probablemente del dragón tatuado en su cadera. Dios la había castigado por ser grosera con su Creación Perfecta convirtiéndola en un sándwich de Posturepedic [1].
Ella escuchó su voz apagada. -¿Estás bien ahí dentro?
El colchón no se movió.
Ella se retorció, intentando liberarse y sin obtener ayuda. Su falda se subió hasta su cintura. Olvidándose de las bragas amarillas y el tatuaje de su cadera, se prometió que no iba a dejar que la viese derrotada por un colchón. Luchando por respirar, apoyó los pies en la alfombra y, con una última contorsión, empujó el pesado bulto al suelo.
Ted dio un silbido. -Demonios, si que pesa el hijo de puta.
Se levantó y se bajó la falda. -¿Cómo lo sabes?
Él la miró tranquilamente las piernas y sonrió. -Conjeturas.
Cogió la esquina del colchón y de alguna manera consiguió reunir la suficiente tracción para girar la horrible cosa y ponerlo de nuevo en el somiel.
– Bien hecho -, le dijo.
Ella se quitó un mechón de pelo de los ojos. -Eres un psicópata vengativo de sangre fría.
– Dura.
– ¿Soy la única persona en el mundo que vé más allá del rutinario San Ted?
– Casi.
– Mírate. Ni siquiera hace dos semanas Lucy era el amor de tu vida. Ahora, apenas pareces recordar su nombre -. Ella empujó el colchón unos centímetros hacia delante.
– El tiempo cura todo.
– ¿Once días?
Él se encogió de hombros y caminó por la habitación mientras estudiaba la conexión de Internet. Ella le pisó los talones. -Deja de cargarme a mí lo que ocurrió. No fue culpa mía que Lucy huyera -. No del todo cierto, pero se aproximaba suficiente.
Se agachó para inspeccionar el cable de conexión. -Las cosas estaban bien antes de que tú llegaras.
– Tú sólo piensas que lo estaban.
Se incorporó y se puso de pie. -Esta es la forma en que yo lo veo. Por alguna razón que sólo tú conoces, aunque tengo una ligera idea de cual es, le lavaste el cerebro a una mujer maravillosa haciéndola cometer un error con el que tendrá que vivir el resto de su vida.
– No fue un erro. Lucy se merece más de lo que tú estabas dispuesto a darle.
– No tienes ni idea de lo que estaba dispuesto a darle -, dijo mientras se dirigía hacia la puerta.
– No una pasión desenfrenada, eso seguro.
– Deja de fingir que sabes de lo que estás hablando.
Ella cargó contra él. -Si amaras a Lucy de la forma que merece ser amada, habrías hecho todo lo que hubieras podido para encontrarla y convencerla que regresara. Y yo no tenía ninguna razón oculta. Todo lo que me preocupa es la felicidad de Lucy.
Sus pasos se detuvieron y se giró. -Ambos sabemos que no es del todo cierto.
La forma en que él la estudio la hacía sentir como si él comprendiera algo que ella no hacía. Sus manos se cerraron en puños a los lados. -¿Piensas que estaba celosa? ¿Eso es lo que estás diciendo? ¿Qué organicé de alguna manera un sabotaje hacia ella? Tengo muchos defectos, pero no jodo a mis amigos. Nunca.
– Entonces, ¿por qué jodiste a Lucy?
Su injusto y letal ataque envió una ola de ira a través de ella. -Fuera.
Se estaba yendo, pero no antes de enviar un último dardo envenenado. -Bonito dragón.
Para la hora que su turno terminó, todas las habitaciones del hotel estaban ocupadas, haciendo imposible que se duchara a escondidas. Carlos le había pasado una magdalena, su única comida del día. Aparte de Carlos la otra única persona que parecía no odiarla era la hija de dieciocho años de Birdie Kittle, Haley, lo cuál era algo sorprendente ya que se autodefinía como la asistente personal de Ted. Pero Meg pronto se dio cuenta que eso significaba que le hacía recados ocasionalmente.
Haley tenía un trabajo de verano en el club de campo, así que Meg no la veía mucho pero algunas veces ella se había detenido en una habitación que Meg estaba limpiando. -Sé que Meg es tu amiga -, dijo una tarde mientras ayudaba a Meg a doblar unas sábanas limpias. -Y fue super agradable con todo el mundo. Pero no parecía ser feliz en Wynette.
Haley se parecía poco a su madre. Unos centímetros más alta, con la cara alargada y un pelo liso castaño claro, llevaba ropa demasiado pequeña y se aplicaba más maquillaje del que sus delicadas características necesitaban. Meg dedujo, por una conversación que había escuchado entre Birdie y su hija, que este comportamiento atrevido era bastante reciente.
– Lucy es bastante adaptable -, dijo Meg mientras ponía una funda de almohada limpia.
– Aunque así sea, a mí me parecía el tipo de persona de la gran ciudad y aunque Ted viaja a la ciudad siempre cuando hace consultorías, aquí es donde vive.
Meg apreciaba saber que alguien más en el pueblo compartía sus dudas, pero no le ayudó a deshacerse de su creciente abatimiento. Cuando dejó el hotel esa tarde estaba sucia y hambrienta. Ella vivía en un oxidado Buick que cada noche aparcaba en una zona de matorrales en la mina de grava de la ciudad, rezando para que nadie la descubriera. Sentía su cuerpo pesado a pesar de su estómago vacío mientras se acercaba con paso lento al coche que se había convertido en su hogar.
Algo parecía no estar bien. Miró más de cerca.
La parte de atrás del coche, del lado del conductor, se hundía casi imperceptiblemente. Tenía una rueda pinchada. Se quedó allí sin moverse, intentando asimilar este último desastre. Su coche era todo lo que le quedaba. En el pasado cuando había tenido un pinchanzo, simplemente había llamado a alguien y pagado por que se la cambiaran, pero apenas le quedaban veinte dólares. E incluso si consiguiera encontrar la forma de cambiarla ella sóla, no sabía si la rueda de repuesto tenía aire. Si había rueda de repuesto.
Con un nudo en la garganta, abrió el maletero y quitó la roñosa alfombra, llena de aceite, suciedad y quién sabe qué más. Encontró la rueda de repuesto, pero estaba pinchada. Tendría que conducir con la rueda mal hasta la estación de servicio más cercana del pueblo y rezar para no dañar la llanta en el camino.
El propietario sabía quién era, al igual que todo el mundo en el pueblo. Él hizo una cortante observación sobre que éste era la única estación de servicio del pequeño pueblo de paletos, a continuación siguió con una campaña divagatoria a favor de Ted Beaudine exaltando la forma piadosa en que él sólo había salvado del cierre a la tienda de alimentos del condado. Cuando acabó, le exigió veinte dólares por adelantado para reemplazar la rueda original por la de repuesto.
– Tengo diecinueve.
– Dámelos.
Vació su monedero y caminó haciendo ruido por el interior de la estación de servicio mientras le cambiaba la rueda. Las monedas que se habían acumulado al fondo del bolso era todo lo que le quedaba. Mientras miraba el dispensador de aperitivos lleno de gominolas que ya no podía permitirse, la vieja y potente camioneta Ford azul de Ted Beaudine paró su motor. Ella le había visto conduciendo la camioneta por el pueblo y recordó que Lucy mencionó que él la había modificado con alguno de sus inventos, aunque a ella todavía le paracía una vieja batidora.
Una mujer morena con el pelo largo estaba sentada en el asiento del pasajero. Cuando Ted se bajó, ella levantó la mano y se apartó el pelo de la cara con un gesto tan elegante como el de una bailarina. Meg recordaba haberla visto en la cena de ensayo, pero había habido demasiada gente y no habían sido presentadas.
Ted volvio a entrar en el coche mientras el depósito se llenaba. La mujer le enroscó la mano alrededor del cuello. Él inclinó la cara hacia ella y se besaron. Meg miraba con disgusto. Lucy se culpaba por romper el corazón de Ted.
La camioneta no pareció necesitar mucha gasolina, quizás por la célula de combustible de hidrógeno que Lucy había mencionado. Normalmente Meg habría estado interesada en algo así, pero todo lo que la preocupaba era contar el cambio del fondo de su bolso. Un dólar y seis centavos. Mientras conducía alejándose de la estación de servicio, finalmente aceptó el hecho que menos quería afrontar. Había tocado fondo. Estaba hambrienta, sucia y la única casa que tenía estaba casi sin gasolina. De todas sus amigas, Georgie York Shepard era la más delicada. La infatigable Georgie, que se había mantenido a sí misma desde la niñez.
Georgie, soy yo. Soy una indisciplinada y he perdido el rumbo, necesito que te ocupes de mí porque soy incapaz de ocuparme de mí misma.
Una caravana, con el montor zumbando, pasó en dirección al pueblo. Ella no podía afrontar conducir de vuelta a la mina de grava y pasar otra noche intentando convencerse de que esto era sólo un nuevo viaje de aventura. Por supuesto que había dormido antes en lugares oscuros y que daban miedo, pero sólo durante unos cuantos días y siempre con un amigable guía al lado y un hotel de cuatro estrellas esperando al final del viaje. Esto, por otro lado, era ser una sin techo. Estaba a un paso de empujar un carrito de la compra por la calle.
Quería a su padre. Quería que la abrazara fuerte y le dijera que todo iba a estar bien. Quería que su madre le acariciara el pelo y le prometiera que los monstruos no se escondían en el armario. Quería acurrucarse en la antigua habitación de su casa donde siempre se había sentido tan inquieta.
Pero por mucho que sus padres la quisieran, nunca la habían respetado. Ni lo había hecho Dylan, Clay o su tío Michel. Y una vez que pidiera a Georgie dinero, su amiga se uniría a la lista.
Comenzó a llorar. Grandes y pegajosas lágrimas de su auto aversión por la hambrienta y sin techo Meg Koranda, quién había nacido con todas la ventajas e inclusó así no podía hacer nada consigo misma. Se salío de la carretera en un aparcamiento desvancijado de un hotel de carretera. Necesitaba llamar a Georgie ahora, antes que su padre se acordara que le estaba pagando la factura del teléfono y también le cortara eso.
Pasó el dedo por los botones e intentó imaginarse como se las estaba arreglando Lucy. Lucy tampoco había ido a casa. ¿Qué estaba haciendo ella para salir adelante que Meg no se había dado cuenta para hacerlo ella misma?
Una campana de una iglesia sonó dando las seis, recordándole la iglesia que Ted le había dado a Lucy como regalo de bodas. Una furgoneta traqueteó con un perro en la parte trasera y el teléfono se deslizó por los dedos de Meg. ¡La iglesia de Meg! Estaba vacía.
Recordaba haber pasado el club de campo cuando había ido allí porque Lucy lo había señalado. Recordaba un montón de vueltas y giros, pero no había tantas carreteras en Wynette. ¿Cuáles había seguido Lucy?
Dos horas después, cuando Meg estaba a punto de rendirse, encontró lo que estaba buscando.