CAPÍTULO 14

La madre de Ted llevaba unos pantalones de pitillo negro y un sugerente corset negro que no debería quedarle tan bien a una mujer que se acercaba a los cincuenta. Su brillante pelo castaño no tenía ni una cana, así que o era muy afortunada o tenía un peluquero muy hábil. Unos diamantes brillaban en los lóbulos de sus orejas, en la base de su garganta y en sus dedos, pero nada le quedaba sobrecargado. Por el contrario, reflejaba la elegancia de una mujer hecha a sí misma que poseía belleza, poder y estilo personal. Una mujer que todavía no había visto a Meg mientras abrazaba el pecho desnudo de su amado hijo.

– ¡Te he echado de menos! -Parecía muy pequeña entre los brazos de su alta descendencia, era difícil de creer que pudiera haber dado a luz a ese hombre. -Llamé, de verdad, pero el timbre no funcionaba.

– Está desconectado. Estoy trabajando en una cerradura para la entrada que pueda leer las huellas dactilares -. Le devolvió el abrazo y luego la soltó. -¿Cómo fue tu entrevista a los heroicos policías?

– Estuvieron maravillosos. Todas mis entrevistas fueron bien, excepto por esa bestia de actor, cuyo nombre nunca volveré a pronunciar -. Ella levantó las manos. Y ahí es cuando vio a Meg.

Tenía que haber visto el Rustmobile aparcado fuera, pero el shock que agrandó sus ojos verdes de gato sugería que había asumido que el coche pertenecería a alguna persona del servicio o al más plebeyo del grupo de amigos poco ortodoxo de Ted. La apariencia desaliñada de Meg y Ted no dejaba dudas sobre lo que habían estado haciendo, y cada pelo de loca de ella.

– Mamá, estoy seguro que recuerdas a Meg.

Si Francesca hubiera sido un animal, se le hubiera erizado el pelo de la nuca. -Oh, sí.

Su enemistad le habría resultado cómica si Meg no hubiera tenido ganas de vomitar. -Señora Beaudine.

Francesca se apartó de Meg y se centró en su amado hijo. Meg estaba acostumbrada a ver enfado en los ojos de un padre, pero no podía soportar ver a Ted ser el receptor del mismo, y ella cortó a Francesca antes de que pudiera decir nada. -Me tiré encima de él al igual que cualquier mujer del universo. No pudo hacer nada. Estoy segura que lo ha visto al menos unas cien veces.

Tanto Francesca como Ted la miraron, Francesca con manifiesta hostilidad y Ted con incredulidad.

Meg intentó alargar la camiseta de Ted para que la cubriese más. -Lo siento Ted. Esto… uh… no volverá a ocurrir. Me… iré ahora mismo -. Excepto porque necesitaba las llaves del coche que estaban metidas en el bolsillo de sus shorts, y la única forma que podía recuperarlas era volviendo a la habitación de él.

– No vas a ningún sitio, Meg -, dijo calmadamente Ted. -Mamá, Meg no se ha tirado sobre mí. Apenas me aguanta. Y esto no es asunto tuyo.

Meg le dio con la mano. -Ted, no deberías hablarle así a tu madre.

– No intentes hacerle la pelota -, dijo él. -No hará ningún bien.

Pero hizo un último intento. -Fui yo -, le dijo a Francesca. -Soy una mala influencia.

– Ya basta -. Él gesticuló hacia los tappers de comida en la encimera. -Íbamos a cenar, mamá. ¿Por qué no te unes a nosotros?

Eso tampoco iba a pasar.

– No, gracias -. Su marcado acento británico hacia que sus palabras fueran todavía más gélidas. -Hablaremos más tarde -. Salió disparada de la cocina y sus zapatos fueron dejando furiosas marcas a lo largo del suelo.

La puerta de la entrada se cerró, pero el olor de su perfume, ligeramente superpuesto con cicuta, permaneció. Meg lo miró con tristeza. -Las buenas noticias son que eres demasiado mayor para que te castigue sin salir.

– Lo que no le impedirá intentarlo -. Él sonrió y levantó la botella de cerveza. -Es difícil tener una relación amorosa con la mujer más impopular del pueblo.


– ¡Se está acostando con ella! -Exclamó Francesca. -¿Sabías que esto estaba pasando? ¿Sabías que se estaba acostando con ella?

Emma se acababa de sentar a desayunar con Kenny y los niños cuando sonó el timbre. Kenny había visto la cara de Francesca, había agarrado la cesta de muffins y a los niños, y desapareció. Emma acompañó a Francesca al porche, esperando que su lugar favorito de la casa calmara a su amiga, pero la perfumada brisa de la mañana y las adorables vistas del prado no fueron suficientes para calmarla.

Francesca se levantó de la pequeña silla de mimbre negro brillante en la que acababa de desplomarse. No se había molestado en maquillarse, no es que necesitara mucho, y había metido sus pequeños pies en unos zuecos que Emma sabía que sólo usaba para la jardinería. -Este era su plan desde el principio -. Las pequeñas manos de Francesca volaban. -Precisamente lo que le dije a Dallie. Primero deshacerse de Lucy y, a continuación, ir a por Teddy. Pero él conoce tan bien a la gente que no pensé, ni por un instante, que fuera a caer en su juego. ¿Cómo puede estar tan ciego? -Pasó las páginas de la maltratada copia de Fancy Nancy and the Posh Puppy. -Él tiene que estar todavía en estado de shock o se daría cuenta de cómo es. Ella es mala, Emma. Hará cualquier cosa para tenerlo. Y Dallie no es de ninguna ayuda. Dice que Ted es un hombre hecho y derecho y que yo debería preocuparme por mis asuntos. Pero, ¿me preocuparía de mis asuntos si mi hijo tuviera una enfermedad grave? No, no lo haría, y tampoco lo haré ahora -. Cogió el libro de Fancy Nancy y señaló a Emma. -Tenías que saberlo. ¿Por qué no me llamaste?

– No tenía ni idea de que había llegado tan lejos. Déjame traerte una muffin, Francesca. ¿Te gustaría un poco de té?

Francesca lanzó el libro a la silla. -Alguien debía de saberlo.

– No has estado aquí, así que no puedes comprender lo complicadas que se han vuelto las cosas con los Skipjacks. Spence está obsesionado con Meg y Sunny quiere a Ted. Estamos bastantes seguros que es la razón por la que volvieron a Wynette después de la suspensión de la boda.

Francesca desestimó a los Skipjacks. -Torie me habló de Sunny, y Ted puede manejarla. -El dolor ensombrecía sus ojos. -No puedo entender por qué tú o Torie no me llamasteis.

– Todo ha sido muy confuso. Meg nos dijo a algunos que ella estaba enamorada de Ted, eso es verdad. Pero asumimos que simplemente estaba tratando de alejar a Spence.

Los ojos verdes de Francesca se abrieron con asombro. -¿Por qué no creísteis que estaba enamorada de Ted?

– Porque no actúa como si lo estuviera -, explicó pacientemente Emma. -Nunca he visto a ninguna otra mujer, excepto Torie, hacérselo pasar tan mal. A Meg no le hacen chiribitas los ojos cuando está con él o está pendiente de cada una de sus palabras. Generalmente está en desacuerdo con él en público.

– Es incluso más lista de lo que yo pensaba -. Francesca se pasó una mano por su pelo ya de por sí desordenado. -Nunca ha estado con una mujer que le causara problemas. Lo que le atrae es la novedad. -Ella se hundió en el sofá. -Espero que no esté metida en las drogas. No me sorprendería. La cultura de la droga está por todos sitios en Hollywood.

– No creo que esté metida en las drogas, Francesca. Intentamos convencerla para que se fuera. Sunny Skipjack no quiere competencia en lo que se refiere a Ted, y Spence adora a su hija. Esto cada vez es más lioso. Sabíamos que Meg no tenía dinero, así que le ofrecimos un cheque. No nos sentimos orgullosos, te lo aseguro. De todas formas ella lo rechazó.

– Por supuesto que lo rechazó. ¿Por qué coger un miserable cheque cuando tiene a Ted y su dinero en el punto de mira?

– Meg podría ser algo más complicada que eso.

– ¡Seguro que lo es! -Francesca replicó con vehemencia. -Su propia familia la ha repudiado y no puedes decir que eso sea algo que se haga a la ligera.

Emma sabía que tenía que proceder con cautela. Francesca era una mujer inteligente y racional, excepto cuando se trataba de su hijo y su marido. Los amaba ferozmente a los dos, y lucharía contra un ejército por ellos, incluso si ninguno de ellos quería su protección. -Sé que podría resultarte difícil, pero tienes que conocerla…

Francesca agarró la figura de Star Wars que se le había estado clavando en la cadera y la tiró a un lado. -Si alguien, y eso incluye a mi marido, cree que voy a quedarme sentada viendo como esa mujer hechiza a mi hijo… -Ella parpadeó. Sus hombros descendieron y pareció perder toda la energía. -¿Por qué tuvo que pasar ahora? -dijo en voz baja.

Emma se levantó para sentarse a su lado en el sofá. -Todavía estabas esperando que Lucy volviera, ¿verdad?

Francesca se frotó los ojos. Por sus ojeras era obvio que no había dormido bien. -Lucy no regresó a Washington después de su huída -, dijo.

– ¿No?

– He hablado con Nealy. Ambas creemos que es algo positivo. Estar alejada de casa, del trabajo y sus amigos, le daría la oportunidad de conocerse mejor a sí misma y lo que estaba dando por sentado. La viste con Ted. Ellos se amaban. Se amaban. Y él se niega a hablar sobre ella. Eso te dice algo, ¿no?

– Han pasado dos meses -, dijo Emma con cautela. -Eso es muchísimo tiempo.

Francesca no lo aceptaba. -Quiero que todo se detenga -. Ella se levantó de nuevo del sofá, otra vez estimulada. -Sólo el tiempo suficiente para darle a Lucy la oportunidad de que cambie de opinión. ¿Puedes imaginarte que finalmente regresa a Wynette pera descubrir que Ted está teniendo una aventura con la mujer que considera su mejor amiga? Ni siquiera soporto pensar en ello -. Se dirigió a Emma, la determinación plasmada en las líneas de expresión alrededor de su boca. -Y no voy a permitir que pase.

Emma lo intentó de nuevo. -Ted es bastante capaz de cuidar de sí mismo. No deberías, realmente no deberías, precipitarte -. Miró a su amiga con preocupación, luego fue a la cocina a preparar té. Mientras llenaba la tetera, rememoraba uno de los relatos más frecuentemente contados en Wynette. Según los rumores locales, Francesca había lanzado una vez un par de diamantes de cuatro quilates a una mina para demostrar lo mucho que iba a proteger a su hijo.

Sería mejor que Meg tuviera cuidado.


El día después del encuentro de Meg con Francesca Beaudine, recibió una nota para presentarse en la oficina. Cuando pasaba por la tienda de golf con el carrito de bebidas, Sunny y Ted aparecieron. Sunny llevaba una falda corta de golf de rombos azules y amarillos, un polo sin mangas y un colgante de diamantes con forma trébol de cuatro hojas colgando sobre el cuello abierto del polo. Lucía metódica, segura, disciplinada y perfectamente capaz de soportar el genio de niño pequeño de Ted por la mañana, luego se dirigieron al campo para unos rápidos nueve hoyos.

El polo de Ted de un azul pálido combinaba con el de ella. Ambos llevaban zapatos de golf de alta calidad, aunque él llevaba una gorra de béisbol en lugar de una visera amarilla que se había puesto sobre su oscuro pelo. Meg no podía evitar pensar en lo a gusto que se veía con esta mujer que sólo soportaba por conseguir un resort de golf y el desarrollo de un condominio.

Meg aparcó el carrito e hizo el camino a través del club hasta llegar a la oficina del subdirector. Minutos más tarde, estaba inclinada sobre su escritorio intentando no gritar. -¿Cómo puedes despedirme? Hace dos semanas me ofreciste un ascenso como gerente de la tienda de bocadillos -. Un ascenso que había rechazado porque no quería quedarse en el interior del edificio.

Él tiró de su estúpida corbata rosa. -Has estado llevando a cabo negocios privados desde el carrito de bebidas.

– Te lo dije desde el principio. ¡Hice una pulsera para tu madre!

– Va contra la política del club.

– No lo hacía la semana pasada. ¿Qué ha pasado desde entonces?

No pudo mirarla a los ojos. -Lo siento, Meg. Mis manos están atadas. Esto viene desde arriba.

Meg empezó a pensar en ello. Quería preguntarle quién iba a decirle a Spence que había sido despedida. O a Ted. ¿Y qué pasaba con los jubilados que jugaban todos los jueves por la mañana y a los que les gustaba la forma que les preparaba el café? ¿O los golfistas que se daban cuenta que ella nunca confundía sus pedidos?

Pero no dijo nada de esto.

Cuando fue hacia su coche, vio que alguien había intentado quitar los limpiaparabrisas. La funda del asiento le quemó la parte posterior de los muslos cuando se sentó. Gracias a la venta de las joyas tenía suficiente dinero para volver a L.A., entonces ¿por qué le importaba este trabajo de mierda?

Porque le gustaba este trabajo de mierda y le gustaba la iglesia con el improvisado mobiliario de mierda. Y le gustaba esta mierda de pueblo con sus grandes problemas y su gente extraña. Ted tenía razón, porque lo que más le gustaba era verse obligada a vivir de su trabajo y su ingenio.

Condujo a casa, se dio una ducha y se puso unos vaqueros, una camiseta de tirantes de lino blanca y unas sandalias de cuña rosas. Quince minutos después, atravesaba los pilares de piedra del complejo Beaudine, pero no iba a casa de Ted. En lugar de eso salió con el Rutsmobile por la salida de la rotonda que llevaba a la casa de piedra caliza y estuco donde vivían sus padres.

Dallie abrió la puerta. -¿Meg?

– ¿Está tu mujer en casa?

– Está en su oficina -. No parecía demasiado sorprendido de verla, y dio un paso atrás para dejarla pasar. -La forma más fácil de llegar es siguiendo el pasillo hasta el final, salir por la puerta y cruzar el patio. Un conjunto de arcos a la derecha.

– Gracias.

La casa tenía las paredes fuertemente estucadas, vigas de madera en el techo y suelos fríos de baldosa. Una fuente salpicaba agua en el patio y el suave olor a carbón sugería que alguien había encendido la parrilla en la cena. Un pórtico arqueado protegía del sol la oficina de Francesca. A través de los cristales de la puerta, Meg vio a Francesca sentada en su escritorio, con sus gafas de leer apoyadas en su pequeña nariz mientras examinaba un papel en frente de ella. Meg llamó. Francesca levantó la vista. Cuando vio quién había llamado, se acomodó en su silla para considerarlo.

A pesar de las alfombras orientales sobre los suelos de baldosa, los muebles de madera tallada, la artesanía local y las fotografías enmarcadas, esto era una oficina de trabajo con dos ordenadores, una televisión de pantalla plana y estanterías repletas de papeles, carpetas y archivadores. Finalmente Francesca se levantó y cruzó el suelo con sus sandalias de dedo Rainbow. Se había apartado el pelo de la cara con un par de pequeños broches de corazones de plata que contrarrestaba la madurez que le aportaban las gafas. Su camiseta demostraba su apoyo a los Texas Aggies y sus shorts vaqueros dejaban a la vista sus elegantes piernas. Pero la ropa informal no le había hecho renunciar a sus diamantes. Brillaban en sus orejas, alrededor de su delgada muñeca y en uno de sus dedos.

Ella abrió la puerta. -¿Sí?

– Comprendo porque lo hiciste -, dijo Meg. -Y te pido que lo deshagas.

Francesca se quitó las gafas pero no se movió. Meg había considerado brevemente que Sunny era la responsable, pero esto había sido un acto emocional, no uno calculado. -Tengo trabajo que hacer -, dijo Francesca.

– Gracias a ti, yo no -. Ella se quedó mirando los carámbanos verdes que disparaban los ojos de Francesca. -Me gusta mi trabajo. Es embarazoso de admitir, ya que difícilmente es una profesión, pero soy buena haciéndolo.

– Interesante, pero como dije, estoy ocupada.

Meg se negó a moverse. -Así están las cosas. Quiero recuperar mi trabajo. A cambio, no te delataré ante tu hijo.

Francesca mostró su primer gesto de desconfianza. Después de una pequeña pausa, se hizo lo justo a un lado para que Meg entrara. -¿Quieres un trato? Está bien, vamos a ello.

Fotos familiares llenaban la oficina. Una de las más destacabas mostraba a un joven Dallie Beaudine celebrando una victoria de un torneo levantando por los aires a Francesca. Ella aparecía por encima de él, con un mechón de pelo en su mejilla, un pendiente de plata contra su mejilla, sus pies descalzos y una sandalia roja muy femenina encima de los zapatos de golf de él. También había fotos de Francesca con la primera mujer de Dallie, la actriz Holly Grace Jaffe. Pero la mayoría de las fotografías era de un joven Ted. Mostraban a un chico flaco y feo con gafas muy grandes, con pantalones subidos casi hasta las axilas y una expresión solemne y estudiosa mientras posaba con modelos de cohetes, proyectos de concursos de ciencias y su padre.

– A Lucy le encantaban esas fotografías -. Francesca se sentó en su escritorio.

– Apuesto por ello -. Meg se decidió por un tratamiento de choque. -Tengo su permiso para acostarme con su hijo. Y sus bendiciones. Es mi mejor amiga. Nunca habría hecho algo así a sus espaldas.

Francesca no se lo había esperado. Por un momento su rostro se derrumbó, pero luego elevó su barbilla.

Meg se tiró de cabeza. -Le ahorraré más detalles sobre la vida sexual de su hijo excepto para decirle que está seguro conmigo. No tengo ilusiones sobre matrimonio, hijos o establecerme en Wynette para siempre.

Francesca frunció el ceño, no como una muestra de alivio como debería haber hecho. -Por supuesto que no. Eres una persona que vive el momento, ¿no?

– En cierto modo. No lo sé. No tanto como lo solía hacer.

– Ted ha pasado por suficientes cosas. No necesita echar a perder su vida ahora mismo.

– Me he dado cuenta que mucha gente en este pueblo tiene muy claro lo que ellos creen que Ted necesita y lo que no.

– Soy su madre. Lo tengo muy claro.

Aquí venía la parte difícil, lo que no quería decir que hubiera sido exactamente fácil hasta el momento. -Supongo que un forastero, alguien sin ideas preconcebidas, ve a una persona un poco diferente a aquellos que la conocen desde hace mucho tiempo -. Cogió una foto de cuando Ted era pequeño con la Estatua de la Libertad de fondo. -Ted es brillante -, siguió. -Todo el mundo lo sabe. Y es astuto. También muchas personas saben eso. Y tiene sobredesarrolado el sentido de la responsabilidad. No puede evitarlo. Pero lo que la mayoría de la gente, especialmente las mujeres que se enamoran de él, no parece notar es que Ted racionaliza las emociones.

– No tienes ni idea de lo que estás hablando.

Dejó la foto. -No se mete en una relación amorosa como el resto de las personas. Anota los pros y los contras en algún tipo de lista mental y actúa en consecuencia. Eso fue lo que pasó con Lucy. Ellos encajaban en su lista.

La indignación sacó a Francesca de su silla. -¿Estás diciendo que Ted no amaba a Lucy? ¿Qué no siente las profundamente cosas?

– Hay muchas cosas que las siente muy profundamente. Injusticia. Lealtad. Responsabilidad. Su hijo es una de las personas más inteligentes y más rectas moralmente que he conocido en mi vida. Pero es completamente práctico en cuanto a las relaciones sentimentales -. Cuanto más hablaba, más deprimida se sentía. -Eso es lo que las mujeres no reconocen. Quieren tirarse a sus pies, pero él no se precipita. La decisión de Lucy le traumatizó más a usted que a él.

Francesca salió disparada por un lado del escritorio. -Eso es lo qué tú crees. No podrías estar más equivocada.

– Yo no soy una amenaza, señora Beaudine -, dijo ella con más tranquilidad. -Yo no le voy a romper el corazón o intentar engañarlo para que se case conmigo. No voy a aferrarme a él. Yo soy alguien seguro para que esté con su hijo mientras llega la mujer adecuada -. Eso dolió más de lo que ella quería que doliese, pero de alguna forma hizo un gesto despreocupado. -Soy la chica de sus sueños. Y quiero recuperar mi trabajo.

Francesca estaba bajo control de nuevo. -Realmente no puedes ver un futuro en un trabajo de bajo perfil en un campo de golf de un pueblo.

– Me gusta. ¿Quién lo hubiera imaginado, verdad?

Francesca cogió una libreta de su escritorio. -Te conseguiré un trabajo en L.A., Nueva York, San Francisco. Donde tú quieras. Un buen trabajo. Lo que hagas después depende de ti.

– Gracias, pero me he acostumbrado a conseguir las cosas por mí misma.

Francesca dejó la libreta y giró su anillo de bodas, por fin parecía incómoda. Pasaron varios segundos. -¿Por qué viniste a hablar conmigo antes que con Ted?

– Me gusta pelear mis propias batallas.

El breve momento de vulnerabilidad e Francesca se fue y su columna parecía ser de acero. -Ha pasado por muchas cosas. No quiero que salga dañado de nuevo.

– Confíe en mí cuando le digo que no soy lo suficientemente importante como para que eso ocurra -. Otra punzada dolorosa. -Soy su chica de rebote. Y también soy la única mujer, aparte de Torie, con la que se enfada. Eso significa un descanso para él. Mientras que para mí… Él es un buen descanso de los perdedores con los que suelo salir.

– Ciertamente eres pragmática.

– Como dije. Soy la chica de sus sueños -. De alguna forma se las arregló para poner una sonrisa arrogante, pero mientras salía de la oficina y atravesaba el patio su bravuconería se desvaneció. Estaba harta de sentirse indigna.


Cuando apareció en el trabajo al día siguiente, nadie pareció recordar que había sido despedida. Ted se detuvo en el carrito de las bebidas. Fiel a su palabra, no le mencionó lo que había sucedido o la parte que había jugado su madre en el asunto.

El día resultó ser abrasador y cuando llegó a casa esa noche, estaba sudada y hecha un desastre. No podía esperara para nadar en el arroyo. Se sacó el polo por la cabeza mientras pasaba por la vieja y maltratada mesa en la que tenía sus suministros de joyería. Uno de los libros de ecología que Ted le había prestado estaba abierto sobre el sofá desgastado. En la cocina, una montaña de platos sucios la esperaban en el fregadero. Se quitó los zapatos y entró en el baño.

Se le heló la sangre cuando vio lo que estaba escrito en el espejo con manchas de pintalabios rojo.

Загрузка...