CAPÍTULO 16

– Señoras -. La mirada de Ted fue de la camisa blanca de camarera de Meg hasta su madre, quién repentinamente se había convertido en un torbellino en movimiento.

– Coje una silla, querido. Ponla al lado de Shelby -. Su pequeña mano fue desde su pelo, a las pulseras y luego a las servilletas, un pájaro del paraíso buscando un lugar seguro donde apoyarse. -Afortunadamente, mi hijo se siente muy cómodo entre mujeres.

Torie resopló. -Ni lo que lo dudes. Ha salido con la mitad de las de están aquí.

Ted inclinó la cabeza hacia la asamblea. -Y disfruté cada momento.

– No cada momento -, dijo Zoey. -¿Recuerdas cuando Bennie Hanks tupió todos los aseos justo antes del concierto coral de quinto grado? Nunca llegamos a cenar esa noche.

– Pero conseguí ver a una joven y entregada educadora en acción -, dijo Ted galantemente, -y Bennie aprendió una valiosa lección.

Un anhelo momentáneo suavizó los rasgos de Zoey, un pensamiento dedicado a lo podría haber sido. En su reconocimiento había que decir que volvió de su ensoñación. -Bennie está en el campamento espacial en Huntsville. Espero que ellos protejan mejor sus aseos.

Ted asintió, pero ya había fijado de nuevo su atención en su madre. Sus ojos firmes, sin una sonrisa en la boca. Francesca se abalanzó sobre su vaso de agua. Emma les dirigió una mirada ansiosa y rápidamente metió baza. -Ted, ¿has tenido éxitos en tu viaje de negocios?

– Si, lo tuve -. Lentamente retiró la vista de su madre y se enfocó en Meg. Pretendió no darse cuenta y sirvió el primer soufflé con una floritura como si el postre no tuviera un cráter gigante en el medio.

Se acercó a ella, su mandíbula tercamente cerrada. -Permíteme ayudarte, Meg.

Las luces amarillas de precaución se encendieron en su cabeza. -No hace falta -. Tragó saliva. -Señor.

Los ojos de él se estrecharon. Ella cogió el siguiente recipiente. Tanto Francesca como Emma sabían que estaban juntos, y también lo sabía el misterioso Tom el mirón [27] que podría tratarse del invasor de su casa. ¿Estaba ahora mismo aquí esa persona, observándolos? Esa posibilidad sólo representaba una parte de su creciente sentimiento de aprensión.

Ted le cogió el ramequín y comenzó a servir a cada invitada con una sonrisa fácil y un cumplido perfectamente elegido. Meg parecía ser la única persona en notar la tensión que acechaba en las esquinas de esa sonrisa.

Francesca mantuvo una alegre conversación con sus invitadas, actuando como si su hijo siempre ayudase al personal del catering. Los ojos de Ted se oscurecieron cuando Shelby anunció que la subasta para Ganar un Fin de Semana con Ted Beaudine había alcanzado los once mil dólares. -Nos han llegado ofertas de todos los sitios gracias a la publicidad que conseguimos.

Kayla no parecía tan feliz como las otras, lo que sugería que Papá le había cortado el grifo para la subasta.

Una de las golfistas lo llamó con la mano para atraer su atención. -Ted, ¿es cierto que un equipo de The Bacheloris va a venir a Wynette para tomar imágenes del acontecimiento?

– No, no es verdad -, dijo Torie. -Él no podría pasar su test de estupidez.

La bandeja finalmente estaba vacía y Meg intentó escaparse, pero cuando echó a correr hacia la cocina, Ted la siguió.

El chef era todo sonrisas cuando vio quién había aparecido. -Hola, señor Beaudine. Me alegro de verle -. Dejó la cafetera que acababa de llenar. -Oí que estaba fuera del pueblo.

– Acabo de regresar, chef -. El forzado buen humor de Ted se esfumó cuando se centró en Meg. -¿Qué estás haciendo sirviendo el almuerzo en la reunión de mi madre?

– Estoy ayudando -, dijo ella, -y estás en mi camino -. Agarró un postre extra de la encimera y se lo dio. -Siéntate y come.

El chef se precipitó hacia la encimera central. -No puedes darle ese. Ya se ha hundido.

Afortunadamente, el chef no sabía que los otros veinte habían corrido la misma suerte. -Ted no lo notará -, dijo ella. -Come crema de malvavisco directamente del bote -. Era ella quién lo hacía, pero la vida en Wynette le había enseñado el valor de la tergiversación.

Ted puso de nuevo el recipiente del postre en la encimera, su expresión seria. -Mi madre te obligó a esto, ¿no?

– ¿Obligarme a mí? ¿Tu madre? -Ella se lanzó a por la jarra de café, pero no fue lo suficientemente rápida y él se la quitó por detrás. -Devuélvemela -, dijo ella. -No necesito tu ayuda. Lo que necesito es que salgas de mi camino para poder hacer mi trabajo.

– ¡Meg! -La cara ya de por sí roja del chef se volvió púrpura. -Lo siento, señor Beaudine. Meg no ha trabajado antes de camarera y tiene mucho que aprender sobre cómo tratar a la gente.

– Dímelo a mí -. Ted desapareció por la puerta con el café.

Él lo iba a echar todo a perder. No sabía cómo. Sólo sabía que él iba a hacer algo terrible y tenía que detenerlo. Cogió la jarra de té helado y se precipitó detrás de él.

Ya había empezado a llenar tazas sin preguntar lo que quería cada una, pero no protestaron ni las que bebían té. Estaban demasiado ocupadas quejándose sobre él. Ted no miraba a su madre, y en la frente de Francesca se habían formado otros dos surcos.

Meg se dirigió al lado opuesto del comedor y comenzó a rellenar vasos de té helado. La mujer que Zoey había identificado como la madre de Hunter Gray gesticuló hacia Meg. -Torie, esa se parece a tu falda de Miu Miu. La que llevaste cuando fuimos a ver Vampire Weekendin Austin.

Ted interrumpió su conversación con la agente de Francesca. Torie clavó sus dorados y perezosos ojos en la falda de Meg. -Copian de todo hoy en día. Sin ánimo de ofender, Meg. Es una imitación bastante decente.

Pero no era una imitación, y Meg comprendió de repente las miradas veladas que recibía cada vez que se ponía una de las prendas que había elegido en la tienda de segunda mano de Kayla. Todo este tiempo había estado usando la ropa que ya no usaba Torie O'Connor, ropa que era inmediatamente identificable y que nadie más en el pueblo compraría. Y todo el mundo había participado en la broma, incluyendo a Ted.

Birdie le lanzó a Meg una mirada de suficiencia cuando le tendió su vaso de té helado. -Las demás tenemos demasiado orgullo como para llevar la ropa vieja de Torie.

– Por no mencionar que no tenemos el cuerpo para poder hacerlo -, dijo Zoey.

A Kayla se le encrespó el pelo. -Le sigo diciendo a Torie que ganaría mucho más dinero si enviara sus cosas a una tienda de segunda mano en Austin, pero dice que es demasiado lioso. Hasta que llegó Meg, sólo podía vender sus cosas a gente de fuera del pueblo.

Los comentarios le habrían dolido, excepto por una cosa. Todas las mujeres, incluso Birdie, hablaron en voz lo suficientemente baja para que sólo Meg pudiera escuchar sus pullas. No tuvo tiempo de reflexionar sobre porque lo habían hecho ya que Ted dejó la jarra de café y fue directamente hacia ella.

Aunque su sencilla sonrisa estaba plantada firmemente en su cara, la determinación de sus ojos decía algo peligroso. Una colisión de coches se dirigía hacia ella y no podía pensar en ni una sola forma de evitarlo.

Se detuvo en frente de ella, le quitó la jarra de té helado de la mano y se la pasó a Torie. Meg dio un paso atrás sólo para sentir los dedos de él alrededor de su nuca, manteniéndola en su lugar. -¿Por qué no vas a ayudar al chef en la cocina, cariño? Yo recogeré los platos.

¿Cariño?

El motor rugió, las ruedas chirriaron, los frenos echaron humo y el coche a toda velocidad se estrelló contra el carrito de bebé. Justo allí, en frente de las mayores chismosas de Wynette, Texas, Ted Beaudine inclinó su cara, selló sus legendarios labios sobre los de ella y anunció al mundo entero que no iba a hacer más cosas a escondidas. Meg Koranda era la nueva mujer de su vida.

Una furiosa Kayla se levantó de la silla. Shelby chilló. Birdie volcó su vaso de té helado. Emma se cubrió la cara con las manos y Zoey, que parecía tan aturdida como sus alumnos de segundo grado, exclamó, -pensaba que todo era un montaje para alejarte de Spence.

– ¿Ted y Meg? -exclamó la madre de Hunter Gray.

Francesca se hundió en su silla. -Teddy… ¿Qué has hecho?

Con la posible excepción de su agente, todas las demás en la sala comprendían la importancia de lo que acababa de suceder. Kayla veía como se escapaba su boutique. Birdie veía como su nuevo salón de té y librería se esfumaban. Zoey se lamentaba por las mejoras de la escuela que nunca tendrían lugar. Shelby y Torie preveían más noches sin dormir por el sentimiento de culpa de sus maridos. Y Francesca veía a su único hijo caer en la garras de una mujer intrigante e indigna.

Meg tenía ganas de llorar de pura alegría al saber que él hacía algo tan colosalmente estúpido por ella.

Él le pasó los nudillos por la mejilla. -Vamos, cariño. Mamá aprecia la forma en que la ayudaste hoy, pero ahora ya me encargo yo.

– Sí, Meg -, dijo tranquilamente Francesca. -Ya podemos ocuparnos nosotros.

Meg era más importante pare él que este pueblo. Su corazón empezó a latir de una forma vertiginosa que la hacía marearse, pero la mujer en la que se había convertido no se permitía disfrutar por mucho tiempo. Se clavó las uñas en las palmas y se dirigió a las invitadas de su madre. -Yo… yo… siento que se hayan visto forzadas a ver esto -. Se aclaró la garganta. -Él, uh, ha pasado por momentos difíciles últimamente. Estoy tratando ser amable pero… -Cogió aire de forma irregular e inestable. -No puede aceptar el hecho de que yo… no estoy loca por él.

Ted recogió lo que quedaba del soufflé de Torie, comió un trozo y escuchó pacientemente como Meg hacía todo lo posible por hacer lo correcto e intentaba sacarlo del bonito lío que había creado. -Soy yo, no tú -. Ella se giró hacia él, pidiéndole con los ojos que la apoyara. -Todas las demás piensan que eres fabuloso, así que tengo que ser yo, ¿no? Nadie parece encontrarte un poco… espeluznante.

Él arqueó una ceja.

Francesca se hinchó en la silla. -¿Acabas de llamar a mi hijo "espeluznante"?

Ted tomó otro bocado de chocolate, interesado en qué más iba a decir. No estaba ayudándola para nada. Quería besarlo, maldito fuera. En lugar de eso, volvió su atención a las mujeres. -Sed honestas -. Su voz ganó fuerza porque estaba haciendo lo correcto. -Todas sabéis lo que quiero decir. La forma en que los pájaros empiezan a cantar cuando sale a la calle. Es espeluznante, ¿verdad? ¿Y esos halos que aparecen alrededor de su cabeza?

Nadie se movió. Nadie dijo nada.

Tenía la boca seca, pero siguió. -¿Qué pasa con el estigmata?

– ¿Estigmata? -dijo Torie. -Eso es nuevo.

– Un accidente con el rotulador -. Ted devoró la última cucharada de chocolate y dejó el plato a un lado. -Meg, cariño, sólo te digo esto porque me preocupo mucho por ti, estás actuando un poco como una loca. Espero que no estés embarazada.

Un plato se cayó en la cocina, llevándose la resolución de ella. Era un maestro de la serenidad. Ella apenas era una principiante y nunca sería capaz de ganarle en su propio juego. Este era su pueblo, era cosa suya resolver el problema. Cogió la jarra de té helado y se precipitó a la cocina.

– Te veré esta noche -, gritó tras ella. -A la misma hora. Y lleva el vestido de Torie. Te queda mucho mejor que a ella. Lo siento, Torie, pero sabes que es verdad.

Mientras Meg cruzaba la puerta, escuchó gemir a Shelby. -Pero, ¿qué pasa con la subasta? ¡Esto va a arruinarlo todo!

– Que le den a la subasta -, dijo Torie. -Tenemos problemas más graves. Nuestro alcalde acaba de hacerle una peineta a Sunny Skipjacks y darle a San Antonio un nuevo resort de golf.

Ted sabiamente no regresó a la cocina. Mientras Meg ayudaba al chef a limpiar, su mente daba vueltas en una docena de direcciones. Escuchó irse a las invitadas y poco tiempo después Francesca entró en la cocina. Su cara estaba pálida. Estaba descalza, se había cambiado la ropa de la fiesta por unos pantalones cortos y una camiseta. Le dio las gracias al chef y le pagó, luego le tendió a Meg un cheque.

Por el doble de lo que a Meg le habían prometido.

– Tuviste que trabajar por dos personas -, dijo Francesca.

Meg asintió y se lo devolvió. -Mi contribución para el fondo de la librería -. Le sostuvo la mirada a Francesca el tiempo suficiente para mostrar algo de dignidad, luego regresó al trabajo.


Era casi la hora de cenar cuando los últimos platos se guardaron y pudo irse, portando la generosa bolsa de sobras que le había dado el chef. No pudo dejar de sonreír todo el camino a casa. La camioneta de Ted estaba aparcada junto a las escaleras. A pesar de lo cansada que estaba, en todo lo que podía pensar era en arrancarle la ropa. Cogió la bolsa de sobras y se precipitó al interior sólo para detenerse de golpe.

La iglesia había sido saqueada. Muebles volcados, cojines rasgados, ropa tirada por el suelo… Zumo de naranja y ketchup esparcido sobre el futón, y sus cajas de joyas estaban tiradas por todos lados: sus preciosas cuentas, las herramientas que había comprado, largas marañas de cable.

Ted estaba de pie en medio de ese lío. -El sheriff está de camino.

El sheriff no encontró señales de que la cerradura hubiera sido forzada. Cuando se sacó el tema de las llaves, Ted dijo que ya había avisado para que se cambiaran las cerraduras. Cuando el sheriff puso de manifiesto la teoría de que lo había hecho un vagabundo, Meg supo que tenía que hablar sobre que escribieron en el espejo del baño.

Ted explotó. -¿Has tenido que esperar a esto para decírmelo? ¿En qué demonios estabas pensando? No hubiera dejado que te quedaras otro día más aquí.

Se limitó a mirarlo. Él la miraba a ella, sin halo alrededor.

El sheriff le preguntó con toda seriedad si alguien le guardaba rencor. Ella pensaba que la estaba poniendo a prueba hasta que recordó que él trabajaba para el condado y podría no estar enterado de los chismes locales.

– Meg ha tenido algunos roces con algunas personas -, dijo Ted, -pero no puedo imaginar que ninguna de ella hiciera esto.

El sheriff sacó su cuaderno de notas. -¿Qué personas?

Intentó hacer una lista. -No le caigo demasiado bien, básicamente, a cualquier persona que le guste Ted.

El sheriff negó con la cabeza. -Es un montón de gente. ¿Podría reducirlos?

– No tiene mucho sentido decir nombres al azar -, dijo ella.

– No está acusando a nadie. Me está dando una lista de gente que le tiene resentimiento. Necesito su cooperación, señorita Koranda.

Entendía su punto de vista, no lo veía correcto.

– ¿Señorita Koranda?

Trató de reunir la energía necesaria para comenzar. -Buerno, está… -Apenas sabía por donde empezar. -Sunny Skipjacks quiere a Ted para ella -. Miró la destrucción a su alrededor y respiró profundamente. -Luego, están Birdie Kittle, Zoey Daniels, Shelby Traveler, Kayla Garvin. El padre de Kayla, Bruce. Quizás Emma Traveler, aunque creo que ya le caigo bien.

– Ninguna de ellas dejaría este sitio así -, dijo Ted.

– Alguien lo hizo -, replicó el sheriff avanzando una hoja en su cuaderno. -Siga, señorita Koranda.

– Todas la antiguas novias de Ted, especialmente después de lo que ocurrió en el almuerzo de hoy -. Que requirió una breve explicación, la cual Ted ofreció solícitamente, haciendo comentarios sobre la cobardía de la gente que quería meterse en sus relaciones.

– ¿Alguien más? -El sheriff pasó otra página de su cuaderno.

– Skeet Cooper me vio pegándole una patada a una de las pelotas de golf de Ted para impedir que ganara su partido contra Spencer Skipjack. Debería haber visto la forma en que me miró.

– Deberías haber visto la forma en que te miré -, dijo Ted con disgusto.

Meg se cogió un pellejo de las uñas.

– ¿Y? -El sheriff hizo clic con su pluma

Fingió mirar por la ventana. -Francesca Beaudine.

– ¡Espera un momento! -Exclamó Ted.

– El sheriff quiere una lista -, replicó ella. -Le estoy dando una lista, no haciendo acusaciones.

Ella se giró hacia el sheriff. -Vi a la señora Beaudine hace poco más de una hora en su casa, así que sería bastante difícil que hubiera hecho esto.

– Difícil, pero no imposible -, dijo el sheriff.

– Mi madre no ha destrozado este sitio -, declaró Ted.

– No sé que pensar del padre de Ted -, dijo Meg. -Es difícil de descifrar.

Ahora fue el sheriff quién se indignó. -El gran Dallas Beaudine no es un vándalo.

– Probablemente no. Y creo que seguramente podemos eliminar a Cornelia Jorik. Sería difícil para una ex presidenta de Estados Unidos colarse en Wynette sin dejarse ver.

– Podría haber enviado a sus secuaces -, dijo Ted arrastrando las palabras.

– Si no te gusta mi lista, puedes hacer una -, replicó ella. -Conoces a todos los sospechosos mucho mejor que yo. En pocas palabras, alguien me está enviando el claro mensaje para que me vaya de Wynette.

El sheriff miró a Ted. -¿A ti qué te parece, Ted?

Ted se pasó la mano por el pelo. -No puedo creer que alguna de esas personas hiciera algo tan asqueroso. ¿Y si es alguien con quién trabajas en el club?

– Esas son mis únicas relaciones positivas.

El sheriff cerró su cuaderno. -Señorita Koranda, no debería quedarse aquí usted sola. No hasta que esto se resuelva.

– Créeme, no se va a quedar aquí -, dijo Ted.

El sheriff prometió hablar con el jefe de policía. Ted lo acompañó al coche patrulla, y el móvil de Meg sonó en su bolso. Cuando miró la pantalla, vio que era su madre, la última persona con la que quería hablar en ese momento y la persona cuya voz más quería oír.

Pasó por la destrozada cocina y salió por la puerta trasera. -Hola, mamá.

– Hola, cariño. ¿Cómo te va el trabajo?

– Genial. Realmente genial -. Se sentó en el escalón. El cementó todavía conservaba el calor del día, y sintió ese calor a través de la falda desechada por Torie O'Connor.

– Tu padre y yo estamos muy orgullosos de ti.

Su madre todavía creía la ilusión de que Meg era coordinadora de actividades en el club, algo que tendría que aclararle muy pronto. -Honestamente, no es un gran trabajo.

– Oye, sé mejor que nadie lo que es trabajar con grandes egos, y tienes que tratar con mucho de eso en el club de campo. Lo cuál me lleva a la razón de mi llamad. Tengo buenas noticias.

– Belinda murió y me dejó todo su dinero.

– Eso quisieras. No, tu abuela vivirá para siempre. Es una de esos muertos vivientes. La buena noticia es… Tu padre y yo vamos a ir a visitarte.

Oh, Dios… Meg saltó del escalón. Una docena de escenas horribles pasaron por su cabeza. Los cojines rajados del sofá… Los cristales rotos… El carrito de bebidas… La cara de todos los que le guardaban resentimiento.

– Te echamos de menos y queremos verte -, dijo su madre. -Queremos conocer a tus nuevos amigos. Estamos tan orgulloso de cómo has cambiado.

– Es… es genial.

– Tenemos que resolver algunas cosas pero acabaremos pronto. Una visita rápida. Sólo uno o dos días. Te echo de menos.

– Yo también te echo de menos, mamá -. Tendría tiempo de limpiar el lío de dentro de la iglesia, pero eso era sólo la punta del iceberg. ¿Qué iba a hacer con el trabajo? Barajó las posibilidades de ser ascendida a coordinadora de actividades antes de la visita de sus padres y llegó a la conclusión que sería más fácil que la invitaran a una fiesta de pijamas a casa de Birdie. Se estremeció ante la idea de presentar a Ted a sus padres. No hacia falta mucha imaginación para ver a su madre arrodillándose y rogando por que Ted no fuera un idiota.

Decidió encarar su problema más sencillo. -Mamá, hay una cosa… Mi trabajo. No es tan impresionante.

– Meg, deja de infravalorarte. No puedes cambiar el hecho de que has crecido en una familia con cualidades extraordinarias. Nosotros somos los extraños. Tú eres una mujer guapa, normal e inteligente que perdió el rumbo por toda la locura que te rodeaba. Pero ya has dejado eso atrás. Has empezado de nuevo y no podríamos estar más orgullosos. Tengo que irme. Te quiero.

– Yo también te quiero -, dijo Meg débilmente. Y luego, después de que su madre hubiera colgado: -mamá, soy la chica del carrito de bebidas, no la coordinadora de actividades. Pero mis joyas se están vendiendo muy bien.

La puerta de atrás se abrió y apareció Ted. -Enviaré a alguien mañana para que limpie.

– No -, dijo ella con cansancio. -No quiero que nadie lo vea.

Él lo comprendió. -Entonces quédate aquí y relájate. Me ocuparé de esto.

Todo lo que quería hacer era hacerse un ovillo y pensar en todo lo que había ocurrido, pero había pasado demasiados años dejando que otras personas fueran limpiando detrás de ella. -Estoy bien. Espera a que me cambie de ropa.

– No deberías tener que hacer esto.

– Tú tampoco -. Esa cara dulce y bonita le hacía daño. Hace unas semanas, se habría preguntado qué hacia un hombre como Ted con una mujer como ella, pero algo había empezado a cambiar en su interior, una sensación de satisfacción consigo misma que había comenzado a hacer que se sintiera un poco más digna.

Él arrastró al exterior el arruinado futón, siguió con el sofá dañado y las sillas que había cogido del club. Soltó algunas bromas mientras trabajaba para levantarle el ánimo. Ella barrió los cristales rotos, teniendo cuidado de no tirar accidentalmente algunas de sus preciosas cuentas. Cuando estuvo satisfecha, fue a la cocina para limpiarla, pero él ya lo había hecho.

Cuando quisieron terminar, estaba casi oscuro y estaban hambrientos. Llevaron las sobras del almuerzo y dos botellines de cerveza al cementerio y lo pusieron sobre unas toallas de baño. Comieron directamente de los tappers, con sus tenedores tocándose ocasionalmente. Necesitaba hablar sobre lo que había ocurrido en la casa de su madre, pero esperó hasta que terminaron antes de abordar el tema. -No deberías haber hecho lo que hiciste durante el almuerzo.

Él se apoyó contra la lápida de Horace Ernst. -¿Y qué fue lo que hice?

– No juegues. Besarme -. Intentó suprimir la sensación que todavía le producía ese recuerdo. -A estas alturas todo el pueblo sabrá que estamos juntos. Spence y Sunny no tardarán más de cinco minutos antes de enterarse cuando vuelvan.

– Deja que yo me preocupe por Spence y Sunny.

– ¿Cómo pudiste hacer alto tan estúpido? -Tan maravilloso.

Ted estiró sus piernas hacia la tumba de Mueller. -Quiero que te traslades a mi casa durante un tiempo.

– ¿Estás prestando atención a algo de lo que te estoy diciendo?

– Ahora todo el mundo sabe lo nuestro. No hay razón para que no vengas a vivir conmigo.

Después de lo que había hecho por ella, no podía seguir luchando contra él más tiempo. Cogió un palo y le quitó la corteza con una uña. -Aprecio tu oferta, pero vivir contigo sería tocarle las narices a tu madre.

– Yo me ocupo de mi madre -, dijo él con gravedad. -La quiero, pero no me dirige la vida.

– Ya, eso es lo que decimos todos. Tú. Yo. Lucy -. Clavó el palo en la tierra. -Son mujeres poderosas. Están sanas, son listas, gobiernan sus mundos y nos aman ferozmente. Una poderosa combinación que hace difícil fingir que son madres normales.

– No te vas a quedar aquí sola. Ni siquiera tienes donde dormir.

Miró a través de los árboles hacia los desechos que era ahora su futón. Quién había hecho esto, no se iba detener mientras Meg permaneciera en Wynette. -Está bien -, dijo ella. -Pero sólo esta noche.


Le siguió hasta su casa en el Rustmobile. Apenas habían entrado en su casa cuando él la atrajo hacia su pecho e hizo una llamada telefónica con una sola mano. -Mamá, alguien entró en la iglesia y la destrozó, así que Meg se va a quedar un par de días conmigo. La asustas y estoy enfado contigo, así que no eres bienvenida aquí ahora mismo, déjanos solos -. Él colgó.

– Ella no me asusta -, protestó Meg. -No mucho, de todas formas.

Él la besó en la nariz, la giró en dirección a las escaleras y le dio unas palmaditas en el trasero, demorándose en el dragón. -Por mucho que odie decir esto, estás muerta de sueño. Vete a la cama. Subiré luego.

– ¿Una cita ardiente?

– Incluso mejor. Voy a llamar para que pongan una cámara de vigilancia en la iglesia -. Su voz era casi dura. -Algo que habría hecho antes si me hubieras contado que ya habían entrado.

No era tan estúpida como para tratar de defenderse. En lugar de eso, envolvió sus brazos alrededor de él y lo tiró sobre el suelo de bambú. Después de todo lo que había ocurrido hoy, esta vez sería diferente. Esta vez él tocaría algo más que su cuerpo.

Se puso encima de él, cogiendo su cabeza entre sus manos y besándolo ferozmente. Él la besó con su acostumbrada habilidad. Despertándola con su ingenio embriagador. La dejó sudorosa, sin aliento y casi… pero no suficientemente… satisfecha.

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