Capítulo 11

– Podéis usar el cuarto D.

– Gracias, Ben.

Gideon condujo a Heidi a la pequeña habitación. Ella miró espantada la pila de libros de aspecto inocente que Gideon puso sobre la mesa. Tardó un minuto en reunir valor para examinarlos.

– ¿Qué? -preguntó Gideon viendo que sacudía la cabeza.

– Amy utilizó todos los colores de tinta imaginables para rellenar estos volúmenes -alzó la cabeza para mirarlo-. Por suerte hiciste fotocopias primero -dijo-. En blanco y negro fue fácil ver la uniformidad de la escritura. Pero, con todos estos colores, no sé si me habría dado cuenta.

– Con eso contaba Amy. De hecho, era tan lista que ni siquiera los expertos a los que consultó Cobb se dieron cuenta -le acarició la mejilla con el dedo índice-. Cuando Dana esté libre, tendrá que darte las gracias por ello.

Los ojos de Heidi se llenaron de lágrimas.

– Nada de esto habría sido posible sin ti -musitó.

Él respiró hondo.

– Espero que mi teoría sea correcta. Me gusta tan poco como a ti que Dana esté en la cárcel. Ahora, llamaremos a esa empresa de papelería.

Sacó el teléfono móvil y llamó a información para pedir el número de Artículos de Papelería Millward, en Los Ángeles. Anotó un número y lo marcó, pero le pusieron en espera varias veces. Cuando por fin consiguió preguntar por los diarios, Heidi contuvo la respiración.

Tomando uno de los volúmenes, Gideon leyó en voz alta el número de serie del interior de la cubierta. Al final, Heidi oyó que le preguntaba a la persona del otro lado de la línea si estaría dispuesta a testificar ante un tribunal. Heidi sintió que se le aceleraba el corazón. Incapaz de permanecer sentada por más tiempo, se puso en pie de un salto. Aquel movimiento llamó la atención de Gideon. Sus ojos azules se iluminaron al apagar el teléfono.

– Puedes empezar a rellenar las casillas del tres de nuestro dibujo -se levantó y recogió los diarios de encima de la mesa-. Resulta que estos diarios pertenecen a una línea nueva que salió al mercado hace un año, en febrero, para el día de San Valentín.

– Gideon…

Él esbozó una leve sonrisa.

– Esto corrobora mi suposición de que todas las acciones de Amy fueron premeditadas. Cuando completemos nuestro dibujo, estaremos listos para reunirnos con el señor Cobb. Vamos -le abrió la puerta-. Estoy impaciente por conocer a los Turner y ver la escena del crimen.

– ¡Y yo estoy deseando que te conozcan! Junto con mis padres, son mis personas favoritas. Para ser sincera, no sé cómo han sobrevivido a todo esto. Desde la muerte de Amy, su vida se ha convertido en una prueba de resistencia.

– Supongo que su necesidad de ayudar a Dana es lo que los hace seguir adelante -dijo él.

Heidi asintió vigorosamente.

– Sí. Y lo que estás haciendo les dará nuevas esperanzas -hizo una pausa-. Lo único que les he dicho es que habías abierto otra investigación por encargo de mis padres y mío. Lo que vas a decirles cambiará su vida por completo.


Cambiar su vida por completo.

Durante el trayecto hacia Mission Bay, aquellas palabras resonaban en la cabeza de Gideon como un mantra. Le emocionaba que Heidi confiara tanto en él. Más que nunca, deseaba serlo todo para ella. Su propósito de liberar a Dana se había convertido en su prioridad absoluta.

Media hora después, entraron en el jardín de los Turner. Heidi le presentó a los padres de Dana. Estos saludaron a Heidi como si fuera de la familia y dispensaron a Gideon una cordial y sincera bienvenida. Sin embargo, todavía parecían víctimas asombradas de una guerra. ¿Y quién podía reprochárselo?

La señora Turner prescindió de formalidades y le pidió que los llamara Christine y Ed. Se empeñó en que almorzaran antes de entrar en materia. A Gideon le pareció bien, porque ello le dio oportunidad de observar lo encantadores e inteligentes que eran. La madre de Dana enseñaba literatura inglesa en la universidad estatal; su marido era un conocido astrónomo. Se entendían bien y parecían adorarse.

El almuerzo se sirvió en el comedor de su espaciosa casa. Grandes ventanales se extendían por la parte trasera de la casa, que daba a la bahía, ofreciendo una bellísima panorámica del océano.

Después del postre, Gideon decidió exponerles su teoría. Pensó que no tenía sentido andarse con rodeos. Que era mejor dejar su hipótesis sobre la mesa y continuar a partir de ahí. Los Turner habían creído desde el principio en la inocencia de Dana, pero todavía vivían bajo la ilusión de que el asesino de Amy andaba suelto.

Lo que iba a decirles les causaría un daño que ni siquiera podían imaginar. Sin embargo, si ello significaba que podrían recuperar a Dana, Gideon estaba seguro de que su alegría sobrepasaría el dolor que sentirían.

– Han pasado muchas cosas desde que Heidi vino por vez primera a mi clase de criminología. Por una parte, estoy convencido de que Dana es completamente inocente. Pero también estoy convencido de que Amy no fue asesinada -ellos alzaron la cabeza un poco más, asombrados-. Tengo el convencimiento de que ella misma planeó su suicidio para que pareciera que Dana la mató -dijo abruptamente.

– ¡Suicidio! -gimió Christine. Su marido lanzó a Gideon una mirada incrédula.

– Esta mañana, Heidi y yo hablamos con dos de los profesores que tuvo Amy en séptimo curso. Ambos corroboraron mi sospecha de que vuestra hija tenía problemas ya en aquella época. No sé cuánto tiempo llevaba pensando en quitarse la vida. Tal vez fueran meses, tal vez años. Lo que sí sabemos es que sus diarios revelan que sufría unos celos patológicos hacia Dana. Y, gracias a Heidi, también sabemos otra cosa respecto a los diarios -giró la cabeza hacia ella-. Díselo.

Durante los minutos siguientes, Heidi les explicó lo que había descubierto al revisar las fotocopias.

Luego les contó lo que el fabricante les había dicho respecto a la fecha de fabricación de los diarios.

– Como veis, los diarios no son auténticos. Amy no pudo escribirlos antes del día de San Valentín del año pasado, porque por entonces aún no estaban en el mercado. Inventó mentira tras mentira, siendo plenamente consciente de que ya nadie podría preguntarle sobre lo que había escrito. Para asegurarse de que la policía encontraba los diarios, los escondió en el armario de Dana. Debió imaginar que así proyectaría más sospechas sobre su hermana, que no conocía la existencia de los diarios.

Tras un largo silencio, Christine dijo:

– Nunca la vi con un diario -las lágrimas empezaron a rodar por su cara-. Nuestra hija estaba muy enferma, Ed.

– Permíteme intervenir… -dijo Gideon-. Cuando fui a la prisión, algo que me dijo Dana acerca de la fuerza de Amy me llevó a pensar que tal vez consumiera drogas. Quizá las drogas la ayudaron a cruzar la línea que la separaba del comportamiento irracional.

Christine sacudió la cabeza.

– Yo creía que no tomaba drogas. ¿Tú sospechaste algo alguna vez? -le preguntó a su marido.

– No, pero nunca me gustaron las compañías que frecuentaba.

– A mí tampoco. Esas dos amigas suyas no eran chicas normales. No parecían felices, ni inteligentes.

Gideon se recostó en la silla.

– Tengo la intención de sacarles la información que necesito. Pero también quiero que el mejor forense que conozco le haga la autopsia a Amy.

Heidi lo miró, sorprendida.

– ¿Es que no hubo autopsia? -preguntó con incredulidad.

– No -miró a los Turner-. Una de las razones por las que he venido a veros hoy es para pediros vuestra autorización para que se exhume el cadáver -Christine dejó escapar un sollozo y escondió la cara entre las manos. Ed se acercó a consolar a su esposa-. Sé que es horrible -añadió Gideon, compungido-. Dana me dijo que no quisisteis que le hicieran la autopsia, pero creo que es necesario para conocer la verdad de los hechos. El informe del forense dice que murió como consecuencia de la inhalación de humo. La causa de la muerte se determinó gracias a un análisis de sangre posmórtem que reveló niveles tóxicos de monóxido de carbono. Ello, más las evidencias físicas de una pelea, le sirvió a Jenke para presentar el caso como si estuviera cerrado. Además, se presentó ante el tribunal armado con esos diarios. No es de extrañar que el jurado se tragara sus argumentos. Pero he investigado muchas muertes provocadas por incendio. Y os sorprendería saber cuántas veces se descubre tras la autopsia que la muerte es atribuible a otra causa.

El doctor Turner tenía el rostro desencajado.

– Ni la policía ni el forense insistieron en hacerle la autopsia porque la causa de la muerte parecía clara. John Cobb nos pidió que la autorizáramos, pero en aquel momento no nos pareció bien.

– Por desgracia, la muerte por asfixia suele enmascarar la verdad -prosiguió Gideon-. Solo una autopsia desvelará esa incógnita.

Christine se secó los ojos.

– De modo que lo que insinúas es que es posible que muriera por una sobredosis de drogas.

– Eso es.

El doctor Turner se irguió.

– Lo que dices tiene sentido, Gideon. Pero si Amy tomó drogas esa noche, ¿quedarían rastros en el cuerpo casi un año después de su muerte?

– Eso depende de varios factores.

– ¿Cómo cuáles? -musitó Christine.

– De cómo fuera embalsamada, del estado de conservación de su tumba… -la mujer lanzó un gemido de dolor-. No todas las drogas dejan rastro. Pero si me equivoco respecto a las drogas, puede que la autopsia revele alguna otra información que no conocemos.

Christine miró a su marido con los ojos llenos de lágrimas.

– Tenemos que hacerlo por Dana.

– Sí, cariño.

Gideon respiró aliviado.

– Bien. ¿Dónde está enterrada?

– En el cementerio de Monte Esperanza.

– Conseguiré una orden de exhumación antes de esta noche. Pero además… hay otra cosa. Yo no soy psiquiatra, pero estoy seguro de que, si consultáramos a uno, nos diría que hay algún término médico para designar el trastorno mental que sufría Amy. Esta semana me gustaría hablar con el psicólogo privado que la atendió en séptimo curso.

– Yo lo conozco -dijo Christine-. Fue el doctor Siricca, de la unidad de psiquiatría infantil de Bay Shore.

– ¿Te importaría llamar para averiguar si sigue allí?

– Lo haré ahora mismo.

Cuando su mujer salió de la habitación, Ed dijo:

– Sé que quieres ver el escenario del crimen. Permíteme que te enseñe las habitaciones. La de Amy está entre la nuestra y la de Dana. Naturalmente, ha sido remodelada.

Gideon y Heidi se levantaron de la mesa y siguieron al doctor Turner hasta el otro lado de la casa. La habitación de Amy era muy espaciosa. Soleada. Muy femenina.

– La noche que murió, Christine y yo habíamos ido a una cena en la universidad. Al regresar, nada más abrir la puerta, olimos a humo. Vimos que procedía de esta habitación. Después descubrimos que la alarma contra incendios había sido desconectada -hizo una pausa y bajó los ojos-. Cuando abrimos la puerta -continuó-, el humo era insoportable. Amy estaba boca abajo, junto a la puerta. La pared del fondo, la cama y el suelo alrededor de la cama estaban en llamas. La sacamos al pasillo a rastras. Yo la tomé en brazos y la saqué fuera de la casa. Christine llamó a los bomberos. Llegaron al cabo de unos minutos, pero ya era demasiado tarde para nuestra Amy.

Heidi se apartó de Gideon para consolar al doctor Turner. Mientras este lloraba, Gideon recorrió el pasillo para echarle un vistazo a la habitación de Dana.

Si los Turner no hubieran llegado a casa cuando lo hicieron, aquella parte de la casa también habría sido devorada por las llamas, y los diarios habrían desaparecido. Estaba claro que Amy lo había planeado todo hasta el último detalle.

Un momento después, se encontró con los demás en el cuarto de estar. En cuando Christine lo vio entrar, le dijo:

– Acabo de hablar con el doctor Siricca. Puedes ir a verlo al hospital esta tarde, a partir de las tres y media. Dice que estará encantado de hablar contigo.

– Gracias.

Se sentó en el sofá, junto a Heidi, y la tomó de la mano. Por la fuerza con que ella se la apretó, comprendió que no era el único que estaba deseando que llegara la noche para que se quedaran a solas. Pero, mientras tanto, le quedaban algunas preguntas por hacer.

– Dime una cosa, Ed -empezó-. El último pasaje del diario dice que Amy planeaba escapar adonde nadie pudiera encontrarla. Dice que iba a utilizar el dinero que le diste para matricularse en el curso siguiente. ¿Cuándo se lo diste?

El doctor Turner dio un respingo.

– ¡Pero si no tuve ocasión de dárselo!

– Las mentiras del diario siguen apareciendo -murmuró Gideon.

– La noche de su muerte, me llamó al observatorio sobre la hora de comer para preguntarme si podía darle el dinero de la matrícula. Le dije que esa noche su madre y yo íbamos a una cena en la facultad, que volveríamos tarde y que le firmaría un cheque cuando llegáramos.

– ¿Cómo creéis que sabía que Dana estaría en casa esa noche, a pesar de que todavía era semana de exámenes en Caltech?

– Yo puedo responder a eso -dijo Christine-. Dana me llamó a la universidad esa mañana para decirme que iba de camino a casa. Había decidido terminar su memoria de final de curso en casa. A media mañana, Amy me llamó al trabajo para saber si podía darle el cheque para la matrícula. Le dije que hablara con su padre. Antes de colgar, le comenté que Dana llegaría a casa esa misma mañana -la mujer intentó controlarse-. Nunca se llevaron bien. Así que pensé que sería mejor advertirle a Amy que su hermana iba a llegar de un momento a otro. Ahora me doy cuenta de que fui yo quien… -rompió a llorar.

– No te culpes -dijo Gideon-. Amy estaba decidida a llevar a cabo su plan. Si no hubiera sido esa noche, lo habría hecho cualquier otra. Ahora que sabemos que no pensaba usar el dinero para pagar la matrícula ni para huir, es evidente que lo necesitaba para otra cosa.

– Para drogas -sugirió Ed con voz estrangulada.

Gideon asintió.

– Si se había quedado sin ellas y no tenía dinero para comprar más, es lógico que acudiera a vosotros. ¿Sabéis si os llamó desde casa? -sus padres no lo recordaban-. No importa. Quiero que solicitéis una copia de las facturas de teléfono de febrero a junio del año pasado.

– ¿Quieres también las facturas del móvil de Amy?

– Sí, todo. Intentad conseguirlas hoy mismo, si es posible.

– Lo haremos. ¿Algo más?

– Sí. Esa noche, cuando llegó la policía, uno de los agentes registró el bolso de Dana. Encontró una factura de la gasolinera Lyle por diez litros de gasolina, firmada por Dana. Tenía fecha del mismo día que murió Amy. Vi que la cargó en vuestra cuenta, en vez de pagar con tarjeta de crédito.

El doctor Turner asintió.

– Hace muchos años que tenemos una cuenta abierta en la gasolinera de Lyle. A final de mes, me pasó por allí y se la pago.

– ¿Así que Dana y Amy podían llenar el depósito siempre que querían y cargarlo a tu cuenta?

– Eso es.

La mente de Gideon se disparó, buscando nuevas posibilidades.

– Nos pasaremos por la gasolinera de camino al hospital. Me gustaría hablar con la persona que atendió a Dana.

– Te enseñaré el camino -murmuró Heidi-. Está solo a tres manzanas de aquí.

– Será mejor que nos vayamos. Todavía hay mucho que hacer antes de que acabe el día -se levantó y tiró de Heidi-. Gracias por el delicioso almuerzo, Christine. Ha sido un placer conoceros. Estoy convencido de que vuestra hija será libre dentro de poco.

La mujer se acercó a él y lo abrazó. En cuanto lo soltó, Ed le estrechó la mano con firmeza.

– Nunca podremos agradecerte lo que estás haciendo.

Gideon miró a la bella pelirroja que tenía a su lado.

– Es un placer, creedme. Ah, antes de que se me olvide, necesito alguna fotografía reciente de Dana y de Amy.

– Ahora mismo -Christine se acercó a la chimenea y le dio dos fotos de tamaño grande.

Gideon las observó detenidamente.

– Estás servirán. Os las devolveré dentro de unos días. Gracias otra vez.

Los Turner los acompañaron hasta el coche.

– Conduciré yo -musitó Heidi-. Así podrás llamar para que… para que exhumen el cuerpo de Amy.

Gideon la apretó por la cintura un momento.

Después de despedirse de los Turner, Heidi arrancó y, al ponerse en camino, dijo:

– Dana es una persona muy metódica, Gideon. Se habría asegurado de que tenía suficiente combustible para venir desde Pasadena. No creo que parara a echar gasolina estando a tres manzanas de su casa. Amy probablemente se llevó una lata de gasolina vacía y firmó con el nombre de Dana.

– Pienso lo mismo. La persona que la atendió firmó con las iniciales J.V. ¿Pertenecen a algún nombre que te resulte familiar?

Ella frunció delicadamente el ceño.

– No. Conozco a toda la gente que trabaja en la gasolinera. Quizás esas iniciales correspondan a alguien que trabajó allí temporalmente.

Gideon sacó el teléfono móvil y llamó al teniente Rodman para pedirle que solicitara la exhumación y la realización de la autopsia. Mientras esperaba que el teniente se pusiera al teléfono, miró a Heidi y se dio cuenta de que había cambiado su vida, de que lo había cambiado a él hasta el punto de que ya apenas se reconocía. Durante las últimas veinticuatro horas no se habían separado ni un momento. Y así pretendía que siguiera siendo.


* * *

Dos horas después, Gideon abrió la puerta trasera de su casa llevando en la mano la maleta de Heidi. Pokey salió a recibirlos a la cocina. Luego, Gideon tomó en sus brazos a Heidi.

– Llevo todo el día esperando este momento. Ven aquí -dijo con un murmullo ronco.

Heidi se apretó contra él con una ansiedad que más tarde la haría sonrojarse al recordarlo, y lo besó con la misma intensidad que demostraba él.

La noche anterior había sido un momento de exploración. Esa noche, Heidi se sentía como si se conocieran de toda la vida.

Gideon se estremeció.

– ¿Tienes idea de cuánto te deseo? -y entonces volvió a besarla. Al instante siguiente, la tomó en sus brazos y echó a andar por el pasillo-. Te dije que no entraría en tu habitación si no me invitabas. Pero no dije nada de que tú entraras en la mía.

Heidi sintió que su corazón se fundía con el de Gideon cuando este cruzó el umbral de la habitación con ella en brazos. Luego se tumbaron en la cama y todos sus pensamientos se disolvieron. Llena de deseo, se apretó contra él ansiosamente.

Pero de repente oyeron ladridos en el comedor.

– ¿Papá? ¿Dónde estás?

Kevin.

Gideon se apartó de ella.

– No puedo creerlo. Debe de haber venido en autobús.

– ¿Papá? -gritó el chico.

Heidi se levantó y se alisó la falda y la blusa.

– Espera un minuto, hijo -Gideon se metió la camisa bajo la cinturilla de los pantalones-. Ahora mismo salgo.

– No le digas que estoy aquí -le suplicó ella.

– Verá tu maleta en la cocina. ¿No te das cuenta de que esto tenía que suceder tarde o temprano? -abrió la puerta de la habitación.

Ella sacudió la cabeza.

– No quiero que sufra por mi culpa.

– Debe acostumbrarse a la idea de que tengo que vivir mi vida. Vamos. Sea cual sea el problema, lo afrontaremos juntos.

No había salida, pero Heidi no deseaba ver el sufrimiento reflejado en los ojos de Kevin.

Mientras recorrían el pasillo, Gideon la tomó de la mano y se negó a soltarla. Pero al entrar en el comedor, se quedó helado.

Sentada en el sofá, junto a Kevin, había una atractiva mujer rubia de unos treinta y cinco años. Elegantemente vestida con un traje de ante de color pardo, tenía las piernas cruzadas de una forma que subrayaba su elegancia. El parecido entre madre e hijo era notable. La mujer ignoraba al perro, que se había subido a las rodillas de Kevin y no dejaba de lamerlo.

– Hola, Gideon. Seguro que te sorprende verme, pero no creo que te importe que haya venido con Kevin cuando sepas lo que tengo que decirte -clavó sus ojos marrones en Heidi y la miró de arriba abajo, como si fuera simplemente un objeto extraño-. Ya que Gideon no se ha molestado en presentarnos, supongo que me toca a mí hacer los honores. Soy Fay Doctorman, la madre de Kevin. Mi hijo me dijo que la novia de su padre era pelirroja. No creo que haya dos pelirrojas en su vida, así que supongo que tú eres Heidi.

– En efecto. ¿Cómo estás?

– Eres todavía más joven de lo que pensaba.

Gideon tenía los ojos achicados y una expresión pétrea. Heidi se estremeció; nunca había visto aquella mirada en sus ojos. Él le apretaba fuertemente los dedos.

– Heidi, si no te importa empezar a preparar las hamburguesas que íbamos a hacer para cenar, yo hablaré con Kevin y con su madre en el cuarto de estar. No tardaremos mucho -le soltó la mano-. Andando todo el mundo.

La madre de Kevin salió con una sonrisa altanera en los labios. En cuanto se marcharon, Heidi entró en la cocina y tomó su bolso. Llamó con el móvil a un taxi, recogió su maleta y salió de la casa por la puerta de atrás.

Sabía lo que pensaría Gideon cuando viera que se había ido. Daría por sentado que las tácticas intimidatorias de su ex mujer habían dado resultado. Pero nada más lejos de la verdad. Kevin no se merecía encontrarse en medio de la confrontación que su madre había iniciado. De modo que, quitándose del medio, Heidi confiaba en evitar nuevas escenas desagradables.

Mientras esperaba el taxi frente a la casa de al lado, pensó que se alegraba de que la ex mujer de Gideon los hubiera sorprendido de aquel modo. Aquello había sido la advertencia que necesitaba.

Había muchas cosas que todavía tenía que solucionar antes de profundizar en su relación con Gideon. Había cometido un error al quedarse en su casa. Por mucho que lo amara, no quería que su hijo se sintiera desplazado. Ignoraba si Kevin sabía que su madre le había sido infiel a Gideon. Pero, supiera lo que supiera sobre el matrimonio de sus padres, Heidi quería ganarse su respecto y su confianza. Si no, Gideon y ella no tendrían futuro juntos.

En cuanto vio que el taxi doblaba la esquina, soltó el aire que había estado conteniendo. Le hizo una seña con la mano y corrió hacia él, ansiosa por irse antes de que Gideon descubriera que había desaparecido.


* * *

Mientras Kevin jugaba con Pokey en su cuarto, Gideon observaba a Fay, dudando de que fuera consciente de lo decisivo de aquel momento. Desde que supo que Kevin no era su hijo biológico, la había permitido manipularlo pensando en la felicidad del niño. A lo largo de los años, la había dejado hacer y deshacer porque prefería no crearle tensiones innecesarias a su hijo.

Aquel era otro de sus intentos de manipulación, esta vez debido a que estaba enfadada porque Gideon se había enamorado de otra persona. Fay no esperaba que algo así sucediera. Y, en realidad, Gideon tampoco.

Su ex mujer lo había abandonado hacía años, pero no estaba dispuesta a cedérselo a otra sin poner obstáculos. Sobre todo ahora que había conocido a Heidi, una enemiga mucho más joven y bella de lo que había imaginado.

– ¿Por qué tardas tanto en contestar? -dijo ella fríamente-. Pensaba que estabas deseando que Kevin viniera a vivir contigo. Ahora que te he dicho que puede hacerlo, ¿por qué no demuestras más entusiasmo?

Gideon apretó la mandíbula.

– ¿Sabe Kevin que lo has traído hasta aquí porque de repente has tomado una decisión que puede cambiar nuestras vidas para siempre?

– No te pongas tan dramático, Gideon. Claro que no lo sabe.

«No, claro que no. Porque no hay nada de cierto en lo que acabas de decirme. Solo has irrumpido aquí porque te morías de ganas de ver a Heidi, y querías causarnos problemas».

– Le dije que quería hablar contigo de algo importante. Siempre aprovecha cualquier oportunidad para verte. En fin, por lo menos hasta hace un momento, cuando abrió la puerta con su llave y descubrió que tu amiga se ha instalado en tu casa. No creo que supiera lo lejos que habían llegado las cosas.

Gideon cerró los ojos un momento. Tras el episodio del hospital, Fay sabía perfectamente que su hijo lo estaba pasando mal. Sin embargo, no había tenido en cuenta la fragilidad de sus sentimientos al llevarlo allí. Había llevado a Kevin a casa de Gideon sin previo aviso y sin pensar en las consecuencias, solo con la esperanza de sorprenderlo con Heidi.

El egoísmo de su ex mujer siempre le había parecido repulsivo, pero esta vez la había empujado a cometer un error fatal. Fay estaba muy segura de Gideon. Ahora que había otra mujer en su vida, daba por sentado que no aceptaría su oferta.

Gideon se dio la vuelta y se dirigió a la habitación de Kevin. Su hijo estaba tendido en la cama, jugando a un videojuego. Al ver a Gideon, lo apagó y se sentó con una expresión ansiosa en la cara.

– ¿Qué pasa, papá?

– Nada. Que tu madre ha decidido que puedes venir a vivir conmigo, si quieres.

Kevin lo miró como si no lo hubiera oído bien.

– ¿Lo dices en serio? -gritó suavemente-. ¿De veras lo ha dicho? -añadió, alzando un poco la voz por la excitación.

– Ven al cuarto de estar. Ella misma te lo dirá.

Kevin se abalanzó sobre él y le dio un abrazo. Al instante siguiente, empezó a sollozar. Cuando por fin alzó la cabeza, tenía la cara mojada de lágrimas de felicidad. Entonces salió corriendo, con Pokey detrás.

– ¡Mamá! -gritó con todas sus fuerzas-. Papá dice que me dejas vivir con él. Oh, mamá… ¡te quiero tanto!

Gideon lo siguió más despacio. Fay no dijo nada. Había destapado la caja de los truenos, pensó Gideon secamente. Por una vez en su vida, se había quedado sin habla.

– Iré a verte todos los días y pasaré la noche en tu casa siempre que pueda, mamá. Te lo prometo. Gracias, mamá, gracias. ¡Eres la mejor! -la felicidad que Kevin demostraba era idéntica a la de Gideon. Este deseaba vivir con su hijo desde hacía mucho tiempo.

Pokey -el chico abrazó al perro-. Estaremos juntos todas las mañanas y todas las tardes después del colegio. Y… y todas las noches.

En cuanto Fay vio entrar a Gideon, se levantó temblando de rabia. Le lanzó una mirada venenosa antes de mirar a Kevin.

– Me temo que voy a tener que cambiar de opinión, Kevin. No sabía que tu padre estaba viviendo con otra persona.

Listo para aquella salida, Gideon abrazó a su hijo.

– Heidi no vive conmigo todavía. Ya le he explicado a Kevin que solo viviré con una mujer si es que me caso con ella. Lo cierto es que Heidi y yo hemos pedido unos días libres esta semana para ver si podemos reunir pruebas para sacar a su amiga de la cárcel. Heidi duerme en la habitación de invitados. Pero Kevin sabe que él y yo siempre seremos un equipo.

Ahora, todo dependía de su hijo. Debía decidirlo él, o el cambio de custodia no funcionaría.

– Yo quiero quedarme con papá.

Fay había errado el tiro nuevamente. Gideon se sintió aliviado. Aunque le costara aceptar a Heidi, Kevin no había permitido que ello se interpusiera en su deseo de vivir con su padre. Por fin habían hecho algún progreso.

– ¿Sabes, hijo? Como esto supondrá un gran cambio para todos nosotros, ¿por qué no te vas a casa con tu madre y pasas la noche con ella? Necesitáis tiempo para organizar un horario que nos venga bien a todos. Mañana, después de clase, me pasaré por casa para recoger tus cosas y traerlas aquí.

Afortunadamente, Kevin no protestó. Pero el brillo de los ojos de Fay lo alarmó.

– Tengo una idea mejor -dijo ella fríamente-. ¿Por qué no dejamos que Kevin pase aquí la noche? Tenéis muchas cosas de qué hablar… como, por ejemplo, del hecho de que tú no eres su verdadero padre.

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