Capítulo 12

La puerta se cerró de un portazo. Pokey ladró, asustado.

Kevin se giró hacia su padre en busca de una explicación. Sus ojos castaños reflejaban angustia y confusión.

Fay había hecho lo posible por herir a todos los que se hallaban bajo el techo de Gideon. La carnicería había comenzado con Heidi, y se había extendido de un extremo a otro de la casa. Pero en su intento desesperado de volver a Kevin contra su padre, quizás hubiera hecho lo único que podía alejar a su hijo de ella. Kevin ya no era un niño. Merecía conocer la verdad.

– Tu madre tiene razón -dijo Gideon suavemente-. Tenemos que hablar.

– ¿Qué quería decir con que no eres mi verdadero padre?

Gideon puso una mano sobre su hombro y lo condujo hacia el sofá, donde ambos se sentaron.

– ¿No me dijiste una vez que tu amigo Brad Hillyard es adoptado?

– Sí.

– ¿Brad considera al señor y a la señora Hillyard como sus verdaderos padres?

– Claro -hubo un largo silencio mientras Kevin le daba vueltas a la cabeza-. ¿Mamá y tú me adoptasteis?

– No. Somos tus verdaderos padres, Kevin, y tú eres nuestro verdadero hijo. Yo esperé nueve meses a que nacieras. Asistí a tu parto. Te abracé y te besé antes que tu madre. Lo que tu madre quería decir es que no fui yo quien la dejó embarazada.

Kevin parpadeó, asombrado.

– ¿Por qué no me lo dijisteis antes?

– Tu madre quería decírtelo cuando estuviera preparada y pensara que podías asumirlo. Supongo que ahora me toca a mí hacerlo.

Kevin bajó la cabeza.

– ¿Mamá tuvo un amante?

Gideon respiró hondo.

– Tu madre estuvo viéndose con otro hombre mientras éramos novios. Yo no me enteré hasta mucho después de que nos fuéramos de Nueva York. Para entonces, tú ya tenías tres años. En esa época conoció a Frank y me pidió el divorcio. Yo sabía que nuestro matrimonio no iba bien, pero odiaba la idea de que se acabara. Le dije que quería tu custodia, y entonces me enteré de lo del otro hombre… que no sabe que tiene un hijo. Pero el juez consideró que eras hijo mío a todos los efectos, lo cual es cierto, y me concedió derechos de visita muy generosos.

Kevin lo agarró de la mano.

– Me alegro de que lo hiciera.

– Yo también, Kevin -lo atrajo hacia sí y lo abrazó.

– Siempre me he preguntado por qué no me parecía a ti.

Gideon lo miró con ternura.

– Te pareces tanto a tu madre que yo nunca me lo planteé. No te confundas, Kevin. Tu madre te adora. En realidad, el hecho de que por fin te deje vivir conmigo es una prueba de su amor. En el fondo, solo quiere que seas feliz, aunque pareciera enfadada cuando se marchó hace un momento -aquella parte era mentira, pero Gideon no quería hablarle mal de Fay a su hijo. Algún día, cuando fuera mayor, Kevin comprendería ciertas cosas por sí mismo-. Recuerda que te ha cuidado desde el día que naciste. Va a echarte mucho de menos. A partir de ahora tendrás que ir a verla muy a menudo para que se dé cuenta de que sigues queriéndola tanto como siempre.

– Lo sé.

– Por si lo has olvidado, perdió a sus padres siendo muy niña y creció con una tía que ya tenía bastante con criar a sus cuatro hijos. De pequeña sufrió inseguridades de las que tú y yo no sabemos nada. Con Frank ha encontrado la felicidad. Prométeme que no la juzgarás por un error que cometió hace quince años.

Pareció pasar una eternidad antes de que Kevin dijera:

– Te lo prometo.

Los ojos de Gideon se llenaron de lágrimas.

– ¿Sabes que eres un hijo maravilloso? Y yo soy el padre más afortunado del mundo.

Kevin se sorbió los mocos y se volvió hacia Gideon.

– Siento que entráramos en casa sin llamar al timbre. Mamá dijo que quería darte una sorpresa.

– Y lo consiguió, sin duda -en cuanto a Heidi… Ansioso por hablar con ella, Gideon se levantó del sofá-. Vamos a ver cómo va la cena. Heidi iba a preparar hamburguesas, pero no huelo nada.

Entraron en la cocina. Gideon no se sorprendió al ver que no había rastro de ella ni de su maleta, pero sintió que se le caía el alma a los pies.

– Parece que se ha ido.

– Sí, Kevin. Se ha ido.

Heidi debía de estar espantada por la audacia y la crueldad de su ex mujer. Gideon cerró los ojos un momento. Conociéndola, seguramente se había sentido incómoda al verse sorprendida en medio de un problema familiar. Era muy propio de ella hacer todo lo posible por no interponerse entre Kevin y él.

Su hijo lo miró con recelo.

– ¿Vas a ir a buscarla a su apartamento?

Gideon lanzó un suspiro.

– No. Ni siquiera sé si está allí. Además, no quiero dejarte solo. La llamaré más tarde.

Kevin pareció animarse.

– ¿Podemos sacar un rato a Pokey antes de cenar?

– Claro. Deja que me ponga las zapatillas y enseguida te alcanzo.

– De acuerdo.

En cuanto el chico y el perro salieron por la puerta de atrás, Gideon descolgó el teléfono. Por suerte, ya sabía el número del móvil de Heidi. A menos que lo hubiera apagado, podría hablar con ella estuviera donde estuviera.

– Espera un momento, mamá. Tengo una llamada en espera -«por favor, que sea Gideon». Pulsó el botón de llamada en espera-. ¿Hola?

– ¿Heidi?

– Hola -dijo, aliviada.

– Gracias a Dios que has contestado -parecía tan emocionado como ella.

– Espera un momento, Gideon. Estaba hablando con mi madre. Voy a despedirme de ella.

– Si quieres seguir hablando con ella, llámame luego. Estoy en casa.

– No, no… Estábamos hablando de lo que nos dijo el doctor Siricca sobre Amy. Por favor, no cuelgues.

– De acuerdo.

– Bien. Un momento -volvió a hablar con su madre-. ¿Mamá? Era Gideon.

– Pues habla con él. Llámame después.

– Está bien -se aclaró la voz-. Gracias por escucharme.

– Ya sabes que estoy aquí para lo que quieras. Pero prométeme una cosa.

– ¿Cuál?

– Que mañana traerás a Gideon a casa. Tu padre y yo queremos conocerlo.

– Lo haré. Buenas noches, mamá.

– Buenas noches, cariño.

Heidi retomó la llamada de Gideon.

– Siento haberte hecho esperar.

– Si alguien tiene que pedir disculpas, soy yo… por cómo irrumpió Fay en casa esta tarde. Por si te sirve de algo, era la primera vez que lo hacía.

– No pasa nada, Gideon.

– Sí, sí que pasa -contestó él-. Utilizar la llave de Kevin para entrar sin avisar fue un acto malicioso. Te hizo sentir tan incómoda que te marchaste de mi casa.

– Por favor, perdóname por escabullirme sin decirte nada.

– No hace falta que me expliques nada -dijo él con suavidad-. Mi ex mujer estaba fuera de sí. Pero, por una vez, las cosas han salido bien.

Heidi sintió una descarga de adrenalina.

– ¿A qué te refieres?

– Kevin vivirá conmigo a partir de ahora.

– ¿Quieres decir que Fay renuncia a la custodia? -preguntó ella, asombrada por aquel repentino giro de los acontecimientos.

– Solo el tiempo suficiente para separarnos, o eso cree ella. Lo que no sabe es que es definitivo, al menos para Kevin. Yo estoy encantado, claro -la alegría de su voz resultaba inconfundible.

A Heidi se le llenaron los ojos de lágrimas.

– Oh, Gideon, sé cuánto os queréis Kevin y tú. Da igual cómo haya ocurrido, ¡es maravilloso!

– Quiero darte las gracias por haberte mostrado tan comprensiva en una situación tan delicada -dijo él con voz enronquecida.

Ella apretó el teléfono con más fuerza.

– Imagino que durante algún tiempo tendrás que tratar a Kevin con sumo cuidado.

– Ahora mismo me voy con él y con Pokey a dar un paseo. Voy a decirle que pienso ir a buscarte para que pases la noche en casa.

– ¡No, no lo hagas! -le tembló la voz-. Es su primera noche en tu casa bajo estas nuevas circunstancias. Necesita estar a solas con su padre.

Oyó que él lanzaba un gruñido.

– Daría cualquier cosa por estar contigo en este momento. Así sabrías cuánto significas para mí.

– Quizá sea mejor que estemos separados, porque yo siento lo mismo -confesó ella.

– Heidi, escucha. Por la mañana llevaré a Kevin al colegio y luego pasaré a recogerte sobre las ocho y cuarto.

– Estaré lista.

– No deshagas la maleta. La necesitarás para el resto de la semana.

Le dijo adiós y colgó el teléfono sin que a Heidi le diera tiempo a responder.

Gideon parecía muy animado, pero ella tenía la sensación de que no recordaba que su hijo había dicho que no asistiría más a la clase de criminología de su padre. Si seguía sintiendo lo mismo, sin duda no le haría ninguna gracia tener que compartir a su padre con ella también después de clase.


El perro empezó a ladrar.

– ¡Eh, papá! -Kevin estaba junto al fregadero, llenando el lavaplatos tras su cena de hamburguesas con queso-. Max y Gaby acaban de llegar.

– Lo sé -Gideon se acercó a la encimera para cubrir con plástico el cuenco con las sobras de la ensalada-. Antes de ir a buscarte a la playa, los llamé y les dije que vinieran.

– ¿Quieres decir que…?

– Pensé que había que celebrarlo.

Kevin sonrió.

– ¿Se lo has dicho ya?

– No. Es una sorpresa.

– ¡Eres fantástico, papá! -lo abrazó con fuerza y corrió a la puerta trasera para dejar entrar a los invitados-. ¿Sabéis una cosa? -gritó-. A partir de ahora viviré con papá.

Max le lanzó a Gideon una mirada de sorpresa mientras Gaby y él saludaban alegremente a Kevin y a Pokey.

– Marchando unos helados -anunció Gideon.

Gaby se unió a él junto a la nevera y le dio un abrazo.

– Mmm. No debería comer esto porque mañana tengo cita con el médico, pero no puedo resistirme a un buen helado de chocolate.

Gideon sonrió y le dio una palmadita en el vientre hinchado.

– Tu pequeño o pequeña te lo agradecerá -bromeo.

Ella lo miró con los ojos brillantes.

– Espero que se parezca a Max.

– ¿Sabes si va a ser niño?

– No. Solo es un presentimiento.

– ¿Qué estáis murmurando? -preguntó Max.

– ¿Tú qué crees? -contestó Gideon a su amigo, que se echó a reír.

Al cabo de un momento se sentaron todos en el comedor a disfrutar del postre.

Max miró fijamente a Gideon, y luego a Kevin.

– Bueno, contadnos cómo ha ocurrido este milagro.

– Yo llevaba mucho tiempo pidiéndoselo a mi madre. Y hoy me dijo que tenía que decirle una cosa importante a papá y me trajo aquí.

– Así es -intervino Gideon-. Fue directa al grano y luego se fue sin Kevin.

La mujer de Max se inclinó hacia delante.

– Es una noticia estupenda. La mejor que he oído desde que me enteré de que estaba embarazada.

– ¿A que sí? -dijo Kevin, sonriendo.

– Kevin, creo que deberíamos celebrarlo echando una partida a la PlayStation -dijo Gaby-. El que gane invita al cine este fin de semana. ¿Qué te parece?

– ¡Guay!

Gaby miró a Max y luego a Gideon.

– Dentro de un rato volvemos, chicos.

– Sí -dijo Kevin-. Dentro de un buen rato.

Gideon los miró salir de la habitación. Bendita Gaby. Sabía cuánto necesitaba hablar con Max.

– Demonios, mi mujer es mejor que yo jugando a esos juegos de ordenador.

– A esos y a las cartas.

– No me lo recuerdes -gruñó Max. Se sonrieron con complicidad. Pero al instante la sonrisa de Max se desvaneció-. ¿Qué ha pasado con Kevin?

– Para decirlo en dos palabras, Heidi y yo acabábamos de meternos en la cama cuando oímos voces en la cocina. Fay abrió con la llave de Kevin y entró sin avisar.

Max frunció el ceño.

– ¿Sabía que Heidi estaba aquí?

– Lo suponía.

Max masculló un juramento.

– Cuéntame qué ha pasado.

Fue un alivio poder confiarse a su amigo. Hablaron sobre Fay y Kevin largo y tendido. Luego pasaron al tema de Heidi. Tras confesarle sus sentimientos, Gideon le contó los detalles del caso Turner. Finalmente, le explicó su teoría de que había sido un suicidio cometido de tal forma que parecía un asesinato.

– Me estoy acercando, Max, pero necesito que me ayudes con una parte de la investigación. Podría ser la más importante.

– ¿Qué quieres que haga?

– Algo me dice que Amy consumía drogas. Tal vez la autopsia lo confirme, o tal vez no. Hay dos chicas, Kristen y Stacy, que declararon en el juicio como testigos de la acusación. Ellas lo sabrán. Es posible que también sean consumidoras. Si es así, quiero saber quién les proporciona las drogas. El día que murió, Amy intentó que sus padres le dieran dinero para pagar la matrícula de un semestre.

Max asintió.

– Seguramente lo quería para comprar más drogas… Para armarse de valor y ser capaz de quitarse la vida.

– Estoy de acuerdo. Sin embargo, sus padres no le dieron el dinero. Necesito averiguar si lo consiguió por otros medios. Si no, puede que tuviera un camello habitual al que podía recurrir prometiéndole que le pagaría más tarde.

– Es posible.

– Aquí tienes una fotocopia de la transcripción del juicio -Gideon la tomó de la mesa y la puso en manos de Max-. Todos los nombres que necesitas están ahí. En el momento del juicio, las amigas de Amy asistían a una escuela de interpretación aquí, en San Diego. No sé qué ha sido de ellas desde entonces.

– Lo leeré está noche y te llamaré por la mañana.

– ¿Seguro que no es mucho pedirte, con todo el trabajo que tienes?

– Vamos, Gideon. ¿Crees que no sé lo que significa para ti conseguir que suelten a Dana? Gaby y yo estamos deseando conocer a Heidi. Tráela a cenar a casa mañana, antes de tu clase. Y a Kevin también. Mientras las chicas se conocen, nosotros planearemos nuestra estrategia.

– ¿Se lo has preguntado a Gaby?

– Lo hablamos en el coche, cuando veníamos para acá. Cómo íbamos a imaginarnos que Kevin estaba aquí y que iba a quedarse a vivir contigo. Es una noticia estupenda. Me alegro muchísimo por ti.

Gideon asintió.

– Bueno, ya conoces a Fay. Dentro de unos días pondrá el grito en el cielo.

– Esta vez, los celos le han costado más de lo que cree -dijo Max-. Por más que intente manipular a Kevin, ya no se saldrá con la suya.

Max no tragaba a Fay desde los tiempos en que vivían en Nueva York.

– Yo podría haber forzado la situación hace dos años, pero me alegro de no haberlo hecho. Es mejor así. Ahora Kevin es más mayor y comprende las cosas. Es menos vulnerable que antes.

– Sí -Max se inclinó hacia delante-. ¿Qué le parece lo de Heidi?

Gideon se quedó callado un momento.

– La primera vez que nos vio juntos, en un restaurante mexicano, hizo una escena -le contó los detalles que habían conducido al incidente del hospital-. Esta noche no se ha mostrado abiertamente hostil hacia ella, pero hay que recordar que su madre le robó el protagonismo a Heidi. Sabré cómo están las cosas realmente cuando Heidi y yo vayamos a buscarlo al colegio, mañana.

– En fin, se está haciendo tarde -dijo Max, poniéndose en pie-. Nos vamos para que podáis iros a la cama. Yo también estoy deseando acostarme. Gaby tiene problemas para dormir y seguramente querrá que le cuente todos los detalles del caso.

Gideon hizo una mueca mientras Max miraba la fotocopia.

– Estoy impaciente por resolver el caso. Siento que Heidi y yo estamos al borde de algo maravilloso, pero…

– Pero aún no te atreves a tirarte a la piscina -dijo Max-. A mí me pasó con Gaby. Era como estar en el cielo y en el infierno al mismo tiempo.

– Tienes razón.

Max le dio un apretón en el hombro.

– Haré todo lo que pueda por ayudarte. Si la autopsia confirma que Amy tomaba drogas, conseguiremos una orden para registrar la casa de sus amigas.

– Buena idea. Gracias por venir. Era justo lo que necesitábamos.

– Hazme caso, lo que tú necesitas es una buena esposa.

Gideon cerró los ojos.

– Eso pensé la noche que conocí a Heidi.

– Y se hará realidad.

– Ojalá, Max.


El miércoles por la mañana, Heidi se despertó muy temprano. Tenía tantas ganas de ver a Gideon que estaba preparada mucho antes de que pasara a recogerla.

Le habría encantado fingir que iba con retraso. Entonces lo invitaría a pasar. Y, en cuanto cerraran la puerta, empezarían donde lo habían dejado la noche anterior.

Lo deseaba hasta cuando no estaba con él. Con solo pensar en él, temblaba de deseo. Pero debía tener paciencia… por el bien de su hijo.

Kevin no aceptaría que compartiera la vida de su padre si no le cobraba simpatía. Lo cual quizá llevara cierto tiempo. Heidi se negaba a creer que fuera imposible, pero al fin y al cabo Kevin era un adolescente con serios problemas de inseguridad.

Ahora, Kevin viviría con Gideon. Seguramente soñaba con estar con su padre todo el día, como hacían la mayoría de sus amigos. La presencia de Heidi resquebrajaría la bella estampa que sin duda imaginaba el chico: el padre, el hijo y el perro enfrentándose al mundo juntos. Si ella estuviera en su lugar, no querría que una extraña ocupara su casa y le robara la atención de su padre. Kevin tenía por fin la ocasión de estar con Gideon, de vivir como deseaba. Heidi no podía echarlo todo a perder. No debía hacerlo.

Gideon le había dicho que no deshiciera la maleta, y esta seguía junto a la puerta, esperando su regreso.

– No, nada de eso -dijo Heidi en voz alta en medio de su apartamento vacío. Cruzó la habitación, recogió la maleta y, llevándosela a la habitación, la vació entera. ¿Cómo podía pensar siquiera en sus deseos y necesidades sabiendo que Kevin lo estaba pasando mal y que Dana languidecía en prisión?

Reprendiéndose por su egoísmo, pensó en cómo se habían complicado las cosas desde que asistió por primera vez a la clase de Gideon. Enfrascada en sus pensamientos, se sobresaltó al oír que llamaban a la puerta.

– ¿Heidi? -gritó Gideon.

¡Llegaba antes de tiempo! Heidi había pensado salir de casa en cuanto viera el coche por la ventana. Pero ya era demasiado tarde. El corazón empezó a latirle a toda prisa.

Cuando estaba frente a la puerta, se detuvo.

– Gideon, todavía no estoy lista -«tengo que pensar qué voy a hacer contigo»-. ¿Puedes esperarme en el coche? Bajaré en cuanto pueda.

– Abre la puerta, Heidi -su petición sonó más bien como una orden, y Heidi empezó a temblar-. ¡Heidi!

Ella se rindió por fin y abrió la puerta. Gideon entró como un relámpago y, abrazándola, la besó. Parecía consumido por un ansia devoradora.

Por fin, se apartó de ella.

– ¿Tienes idea de cómo me sentí anoche cuando entré en la cocina y descubrí que te habías ido?

– Ya sabes por qué me fui -murmuró ella mientras él la besaba en los ojos, en la nariz, en las mejillas y en la garganta. Estaba recién afeitado y olía a jabón. Aquel olor actuaba sobre ella como un afrodisíaco.

Gideon metió las manos entre su pelo y le hizo alzar la cabeza para mirarla a los ojos.

– No vuelvas a hacerme algo así. Mi corazón no lo soportaría.

– El mío tampoco. Por eso no puedo quedarme en tu casa.

Él frunció el ceño.

– Ya te has quedado una noche, así que ese argumento no te dará resultado.

– Entonces Kevin no vivía contigo, Gideon.

– Kevin tiene su propio cuarto.

– Esa no es la cuestión y tú lo sabes -le tembló la voz-. Tenemos que darle tiempo. Si yo fuera él, no querría tener una extraña en mi casa.

– Tú no eres una extraña.

– Escúchame Gideon tu eres su padre, te adora. Es la primera vez que puede vivir contigo desde el divorcio. Piensa en lo que significa para él.

Gideon sacudió la cabeza.

– Yo también tengo necesidades, Heidi. Quiero tenerte conmigo esta noche, mañana y siempre.

Heidi se sintió impotente. Él empezó a besarla de nuevo con besos largos y ansiosos que despertaron en ella una respuesta que parecía incapaz de negarle. Tenía que detenerlo antes de que llegaran a un punto sin retorno. Apoyando las manos contra su pecho, lo empujó y logró desasirse de sus brazos y retroceder.

– No -alzó las manos cuando él hizo ademán de tocarla otra vez-. No te acerques, Gideon.

Él se quedó inmóvil.

– ¿Me estás ocultando algo? -preguntó. Una sombra cruzó su cara.

La traición de su ex mujer había dejado hondas cicatrices.

– No hay nadie más y tú lo sabes -se apresuró a decir ella-. Yo también deseo estar contigo cada segundo. Pero hasta que Kevin sea capaz de aceptarme en ese círculo que ha trazado alrededor de vosotros dos, no podemos hacer lo que nos plazca. Si no, echaremos a perder lo poco que tenemos.

Gideon respiró hondo, intentando calmarse.

– ¿Y qué sugieres que hagamos?

– Que sigamos como hasta ahora. Yo me quedaré en mi casa. Quizá para cuando logremos que reabran el caso de Dana, Kevin ya no se sentirá tan amenazado. Recuerdo un viejo dicho: primero se odia, luego se tolera y finalmente se abraza. No creo que Kevin me odie. Pero ahora tu casa es la suya. ¿Es que no ves que lo pasará muy mal si me quedo en la habitación de invitados? Todavía no está preparado para compartirte conmigo, Gideon -al ver que él no respondía, hizo otro intento de razonar con él-. Si conseguimos que se acostumbre a mi presencia, habremos hecho un gran progreso.

Él entrecerró los ojos.

– Los niños son por naturaleza criaturas egoístas. Si hacemos lo que dices, puede que Kevin nos chantajee indefinidamente.

Heidi se frotó la frente. Empezaba a dolerle la cabeza.

– Aun así, debemos pensar en sus sentimientos. Al menos, por un tiempo -añadió suavemente.

Después de una larga pausa, Gideon masculló:

– Estoy dispuesto a aceptarlo durante una temporada, siempre y cuando no permitas que manipule nuestra relación en otros sentidos.

– No te entiendo.

– Creo que sí -dijo él suavemente-. Cuando hoy vayamos a recogerlo al colegio y diga que no quiere venir con nosotros a clase, no quiero que te marches utilizando alguna excusa improvisada solo por no herir sus sentimientos.

Heidi se preguntó cómo podía mantenerse en sus trece y aplacar a Gideon.

– ¿Por qué no intentamos resolver cada problema a su tiempo?

Él suspiró.

– Esta noche tenemos dos problemas -le dijo-. Max y Gaby nos han invitado a los tres a cenar antes de clase. Quieren conocerte.

Ella alzó la cabeza y se atusó el remolino de pelo rojo que le caía sobre los hombros.

– Me encantaría conocerlos.

Él apretó la mandíbula.

– ¿Aunque Kevin decida no venir?

Por alguna razón, Heidi sintió que, si se equivocaba en ese momento, acabaría haciendo daño a Gideon. Ignoraba por qué, pero por primera vez se preguntó si, a su manera, Gideon no sería tan frágil como Kevin.

– Aunque Kevin decida quedarse en tu casa o acompañarnos, pienso quedarme contigo hasta que me traigas a casa, esta noche.

Gideon extendió los brazos y la atrajo hacia sí.

– Debes estar segura de que eso es lo que quieres.

«Y, si no, ¿qué? ¿Te perderé?»

Aquella idea era tan aterradora que Heidi buscó ansiosamente su boca para demostrarle que lo era todo para ella.

Al principio, él la besó casi con ferocidad, como si quisiera probar cuánto lo deseaba Heidi. Al ver que esta se aferraba a él con un ansia casi primitiva, dejó escapar un gruñido de satisfacción y, relajándose, le permitió que respirara otra vez.

Fuera lo que fuera lo que lo angustiaba, parecía haberse evaporado.

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