Capítulo 11

Los días que pasó Blake en Londres con Arabella antes de Navidad fueron mágicos. Nunca en toda su vida había sido tan feliz ni había estado tan cautivado por alguien. Ella incluso le había hecho un pequeño retrato, desnudo. Adoraba todos los momentos que había pasado con ella. La llevó a Saint Moritz a pasar el fin de semana y esquiaron juntos. Fueron a París tres días a hacer compras de Navidad y se hospedaron en el Ritz. Incluso viajaron a Venecia y se instalaron en el palazzo que Blake tenía allí. Fueron los momentos más románticos que él había compartido con una mujer. Y por supuesto, la invitó a ir a Aspen en Navidad a pasar las vacaciones con él y sus hijos. Celebrarían juntos la víspera de Navidad en Londres. Ella quería que conociera a su familia, aunque él deseaba estar con ella a solas y aprovechar cada momento. No solía gustarle conocer a las familias de sus novias. Cuando lo hacía, ellas empezaban a albergar ciertas esperanzas y todo se torcía. En el caso de Arabella, la quería para él solo, y ella estaba más que dispuesta. Poco después de conocerse, ella se había instalado en la casa de Blake en Londres. Y ya habían salido fotografiados varias veces juntos en la prensa del corazón.

Daphne los había visto en la revista People y se lo había enseñado a su madre con expresión de desaprobación.

– Parece que papá se ha enamorado otra vez.

– Déjale en paz, Daff. Ya sabes que nunca va en serio. Solo se divierte.

Últimamente, Daphne se mostraba intransigente con sus padres, tanto con Blake como con Maxine.

– Dijo que esta vez vendría solo en las vacaciones. -Esto era lo que Daphne quería realmente: estar a solas con él, ser la única mujer de su vida. Conociendo a Blake, Maxine sabía que era muy difícil que esto sucediera; además, le parecía que aquella nueva mujer era muy hermosa. Ella se sentía feliz con Charles, y lo que hiciera Blake no la afectaba. Nunca la había afectado-. Espero que no se presente con ella -insistió Daphne, y Maxine dijo que probablemente lo haría.

Era mejor que su hija estuviera avisada y fuera haciéndose a la idea.

Arabella ya había aceptado la invitación de Blake para ir a Aspen. No había estado nunca, y le encantaba la idea de pasar las vacaciones con los adorables hijos de su novio. Había visto fotografías y Blake le había hablado mucho de ellos. Le acompañó a comprar regalos para Daphne, y juntos eligieron un brazalete de diamantes que Arabella aseguró que sería perfecto para ella. Dijo que era digno de una princesa. Blake volvió a la tienda y compró un regalo que era digno de una vizcondesa, un brazalete de zafiros espectacular. Cuando se lo regaló, Arabella se emocionó. Celebraron juntos la Nochebuena y al día siguiente volaron a Nueva York en el avión de Blake. Llegaron al piso de Nueva York la tarde del día de Navidad, y Blake llamó a Maxine enseguida. Ella y los niños acababan de regresar de celebrar la Navidad en casa de los abuelos, y los chicos estaban a punto para salir al día siguiente. Maxine llevaba dos días preparando las maletas.

– Sé que has estado ocupado -comentó tomándole el pelo-. Daffy y yo te hemos visto en People.

No le dijo que Daphne no estaba contenta.

– Espera a conocerla. Es fantástica.

– No puedo esperar… -dijo Maxine riendo.

Normalmente, las mujeres no le duraban lo suficiente a Blake para que ella llegara a conocerlas. Y con esta solo llevaba unas pocas semanas. Conocía a Blake, y no le creyó cuando él dijo que con esta era distinto. Siempre decía lo mismo. No se lo podía imaginar yendo en serio con nadie. Aunque esta mujer superara la media de edad habitual, solo tenía veintinueve años. Para Maxine era una niña. Entonces le dio su noticia.

– ^Estoy saliendo con alguien.

– Vaya, qué novedad. ¿Quién es el afortunado?

– Un médico internista. Le conocí a través de un paciente.

– Parece perfecto. ¿Es simpático?

– Para mí, sí.

No se puso poética, lo cual era muy propio de ella. Maxine era muy reservada.

– ¿Qué les parece a los chicos? -Blake sentía curiosidad.

– Ah… -Maxine suspiró-. Esa es otra historia. Daphne le odia apasionadamente, Jack no está contento y a Sam creo que le da igual.

– ¿Por qué le odia Daphne?

– Porque es un hombre. Los chicos creen que yo debería tener suficiente con ellos, y tienen razón. Pero está bien para variar. Es agradable hablar con una persona adulta entre tantos pacientes y actividades para los niños.

– A mí me parece estupendo.

Maxine creyó que debía advertirlo sobre la actitud de su hija.

– También está en pie de guerra contigo.

– ¿Ah, sí? -Parecía sorprendido-. ¿Y eso por qué?

Era tan ingenuo que no podía imaginarlo.

– Por tu nueva novia. Últimamente está en plan posesivo con los dos. Dice que les prometiste ir solo con ellos a Aspen. ¿Lo prometiste?

Blake dudó.

– Pues… no… la verdad es que no. Y he invitado a Arabella a que venga con nosotros.

– Me lo imaginaba. Le dije a Daffy que probablemente iría. Prepárate para una pequeña tormenta. Que no te pille desprevenido.

– Bien. Hablaré con Arabella. Se muere de ganas de conocerlos.

– Los chicos se portarán bien. Están acostumbrados a tus mujeres. Solo dile que no se tome demasiado a pecho la actitud de Daphne. Tiene trece años y es una edad difícil.

– Ya veo -dijo Blake, pero estaba convencido de que Arabella podía ganarse a cualquiera, Daphne incluida. No le parecía nada serio-. Los recogeré mañana a las ocho y media.

– Estarán preparados -prometió ella-. Espero que todo vaya bien.

Daphne no había cedido con Charles todavía, pero solo lo había visto brevemente y él se había mantenido alejado durante las vacaciones. No le gustaba la Navidad y no tenía familia propia, así que se había ido a su casa de Vermont. Maxine se reuniría allí con él en cuanto dejara a los niños con Blake. Iría en coche al día siguiente y estaba un poco nerviosa. Sería como una luna de miel para ellos. Hacía mucho tiempo que Maxine no se acostaba con nadie, pero llevaban saliendo seis semanas y no podía seguir retrasándolo. Acostarse con él le parecía un gran paso.

Blake recogió a los chicos por la mañana tal como había prometido, y Maxine no bajó a saludarlo. Dijo a los niños que le dieran recuerdos. No le parecía justo entrometerse entre él y Arabella. Sam se pegó a su madre un momento, y ella le dijo que podía llamarla al móvil en cualquier momento; luego recordó a los dos mayores que lo vigilaran y le permitieran dormir con ellos por la noche. Daphne estaba de mal humor desde que su madre le dijo que Blake llevaría a Arabella. «Lo había prometido…», gimió, hecha un mar de lágrimas, la noche anterior, mientras Maxine le aseguraba que eso no significaba que no la quisiera o que no deseara estar con ella. Le gustaba tener a alguna mujer cerca, eso era todo. Ambas sabían que, fuera quien fuese Arabella, no duraría mucho. Sus mujeres nunca duraban. ¿Por qué debería ser ella la excepción a la regla? Daphne abrazó a su madre y corrió al ascensor donde esperaban Jack y Sam.

Una calma sepulcral invadió el piso después de su partida. Maxine y Zelda recogieron la casa y la niñera cambió las sábanas antes de marcharse a una matinal de teatro. A continuación, Maxine llamó a Charles a Vermont. Estaba ansioso por verla. Ella también deseaba verle pero los planes que habían hecho la ponían nerviosa. Se sentía de nuevo virgen ante la perspectiva de acostarse con él. Charles ya se había disculpado por su «cabaña en las montañas», como la llamaba él, consciente del lujo que había vivido con Blake. Sabía que su casa en Vermont era espartana y muy sencilla. Estaba cerca de una estación de esquí, y él estaba deseando esquiar con ella, pero le dejó claro que no se parecía en nada a Saint Moritz o a Aspen, o a ninguno de los lugares que ella conocía tan bien.

– No te preocupes tanto, Charles -le tranquilizó Maxine-. Si eso fuera importante para mí, seguiría casada con Blake. Recuerda que le dejé. Solo quiero estar contigo. No me importa lo sencilla que sea la cabaña. Voy por ti, no por la casa. -Y lo decía en serio.

Charles se sentía muy aliviado de poder estar con ella a solas para variar. A él seguía causándole ansiedad estar con los niños. Había comprado cedés para todos en Navidad, de grupos musicales que había propuesto su madre, y algunos DVD para Sam. No tenía ni idea de qué les gustaba, y elegir regalos para ellos le había puesto nervioso. Había comprado un pañuelo clásico de Chanel para Maxine, que le había parecido bonito, y que a ella le había encantado. Se lo había dado la última vez que habían cenado antes de que él se marchara a Vermont, cuando aún faltaban cuatro días para Navidad.

Prefería irse de la ciudad antes de que la gente se dedicara de lleno a celebrar las fiestas. No eran para él, aunque a Maxine le pareciera una lástima. Pero para ella resultaba más fácil así, por los niños. Daphne se lo habría tomado muy mal si Charles hubiera participado en su Navidad y hubiera querido estar con ellos, así que finalmente todo salió bien.

Maxine le había regalado una corbata de Hermès y un pañuelo de bolsillo a juego. El se los puso para salir a cenar aquella noche. Era una relación cómoda para ambos, no demasiado seria, con mucho espacio para que los dos siguieran dedicándose a sus carreras y a sus vidas. Maxine no sabía hasta qué punto cambiaría su vida si se acostaba con él. No podía imaginárselo quedándose a dormir en la casa, con los niños, pero Charles ya le había asegurado que no lo haría. Le daba demasiado miedo que Daphne lo matara mientras dormía. Además, no le parecía adecuado dormir con ella con los chicos en la casa. Maxine estaba de acuerdo.

Salió de la ciudad a mediodía con la intención de no volver hasta el uno de enero. Esperaba llegar a Vermont a las seis de la tarde. Charles la llamó dos veces por el camino, para asegurarse de que estaba bien. Al norte de Boston estaba nevando, pero las carreteras se mantenían despejadas. Se encontraba en New Hampshire, donde la nevada era aún más copiosa, cuando tuvo noticias de los niños. Daphne la llamó en cuanto aterrizaron en Aspen, y parecía desquiciada.

– ¡La odio, mamá! -susurró. Maxine escuchó y puso cara de exasperación-. ¡Es horrible!

– ¿Horrible en qué?

Maxine intentó mantenerse objetiva, aunque debía admitir que algunas de las mujeres de Blake eran bastante especiales. En los últimos cinco años, Maxine había aprendido a tomárselo con filosofía. De todos modos, nunca duraban, así que no merecía la pena enfadarse, a menos que hicieran algo peligroso para sus hijos. Aun así, ya eran demasiado mayores, no eran unos bebés.

– ¡Tiene los brazos tatuados!

Maxine sonrió solo de pensarlo.

– La última, además de los brazos, tenía tatuadas las piernas, y no te molestaba. ¿Es simpática?

Quizá estaba siendo desagradable con los niños. Maxine esperaba que no, pero no creía que Blake dejara que eso pasara. Adoraba a sus hijos, por mucho que le gustaran las mujeres.

– No lo sé. No hablaré con ella -dijo Daphne orgullosamente.

– No seas grosera, Daff. No me gusta, y lo único que conseguirás es que tu padre se enfade. ¿Se porta bien con los chicos?

– Le ha hecho un montón de retratos estúpidos a Sam. Es pintora o yo qué sé. Y lleva una cosa ridícula entre los ojos.

– ¿Qué cosa?

– Como las mujeres indias. ¡Es una pretenciosa!

Maxine se la imaginó con una flecha pegada en la frente con una ventosa.

– ¿Te refieres a un bindi? Vamos, Daff, no seas mala con ella. Es un poco rara, de acuerdo. Pero dale una oportunidad.

– La odio.

Maxine sabía que Daphne también odiaba a Charles.

Últimamente odiaba a mucha gente; a los padres de Maxine también. Eran cosas de la edad.

– Probablemente no volverás a verla después de estas vacaciones, así que no malgastes energías. Ya sabes lo que ocurre siempre.

– Esta es diferente -dijo Daphne, y parecía deprimida-. Creo que papá está enamorado de ella.

– Lo dudo mucho. Tu padre solo hace unas semanas que la conoce.

– Ya sabes cómo es. Se pone como loco con todas al principio.

– Sí, y después todo se convierte en humo y se olvida de ellas. Tú tranquila.

Pero, después de colgar, se preguntó si Daphne tendría razón y esta sería la excepción. Todo era posible. No se imaginaba a Blake casándose de nuevo y viviendo con la misma mujer mucho tiempo, pero nunca se sabía. Tal vez algún día lo haría. Maxine se preguntó cómo se sentiría cuando eso ocurriera. Tal vez no muy bien. Al igual que sus hijos, le gustaba la situación tal como estaba. Los cambios nunca eran fáciles, pero tal vez algún día tendría que afrontarlos. En la vida de Blake, y en la suya. Charles era eso. Un cambio. Ella también estaba asustada.

El viaje fue más largo de lo que esperaba por culpa de la nieve, así que llegó a casa de Charles a las ocho. Era una casita pulcra de Nueva Inglaterra con el tejado a dos aguas y una verja rústica alrededor. Parecía sacada de una postal. Charles salió a recibirla en cuanto oyó el coche, y le cogió las maletas. Tenía un porche delantero con un columpio y dos mecedoras; dentro había un gran dormitorio, un salón con chimenea y una alfombra a sus pies, y una cocina rústica y acogedora. La decepcionó ver que no había sitio para sus hijos, si llegaban a ese punto. Ni siquiera una habitación de invitados donde pudieran dormir los tres en una cama. Era una casa pensada para un soltero, o una pareja, a lo sumo, y nada más, porque así era como vivía él. Y así era como le gustaba. Lo había dejado claro.

La casa era acogedora y estaba caldeada cuando ella entró. Dejaron las maletas en el dormitorio y Charles le mostró el armario donde podía colgar sus cosas. Era una sensación curiosa estar a solas con él. Le abrumaba un poco que hubiera solo una habitación, porque todavía no se había acostado con él. Pero era demasiado tarde, ya estaba allí. De repente le pareció muy valiente haber llegado tan lejos y se sentía tímida mientras él le mostraba dónde estaba todo. Toallas, sábanas, lavadora, baño… solo uno. Todo en la cocina estaba inmaculado y pulcro. Tenía pollo frío y sopa para ella, pero después de tantas horas conduciendo estaba demasiado cansada para comer. Se sentía a gusto sentada junto al fuego con él y tomando una taza de té.

– ¿Los niños han llegado bien? -preguntó educadamente.

– Están estupendamente. Daphne me ha llamado en cuanto han llegado a Aspen. Está un poco molesta porque su padre ha llevado a su novia. Le había prometido que esta vez no lo haría, pero acaba de conocer a una mujer, así que la ha llevado. Al principio siempre se entusiasma mucho.

– Parece un tipo muy ocupado -dijo Charles, en tono desaprobador.

Cuando se mencionaba a Blake, siempre se sentía incómodo.

– Los niños se adaptarán. Siempre lo hacen.

– No estoy seguro de que Daphne se adapte a mí.

Todavía estaba preocupado por ello, y no estaba acostumbrado a la furia descontrolada de las adolescentes. Maxine parecía mucho menos impresionada.

– Se adaptará. Solo necesita más tiempo.

Se sentaron y charlaron junto al fuego un buen rato. El paisaje era de una belleza impactante, así que salieron al porche y contemplaron la nevada reciente que lo cubría todo a su alrededor. Charles la abrazó y la besó en la magia del momento. Justo entonces, sonó el móvil de Maxine. Era Sam, que llamaba para darle las buenas noches. Maxine le mandó un beso, se despidió y se volvió hacia Charles, que parecía desconcertado.

– Ni siquiera aquí te dejan en paz -comentó secamente-. ¿Nunca tienes tiempo libre?

– No lo quiero -dijo ella con calma-. Son mis hijos. Son todo lo que tengo. Son mi vida.

Era precisamente lo que a él le daba miedo, y el motivo de que los niños lo asustaran tanto. No se imaginaba cómo podía apartarlos de ella.

– Necesitas algo más en tu vida que ellos -dijo.

Parecía que se presentara voluntario, y Maxine se conmovió. La besó de nuevo y esta vez no llamó nadie, ni hubo interrupciones. Ella le siguió dentro y entraron en el baño por turno preparándose para acostarse. Maxine se reía mientras se metía en la cama, porque era un poco incómodo y también gracioso. Se había puesto un camisón largo de cachemir con una bata a juego y calcetines. No era precisamente romántico, pero no se podía imaginar llevando otra cosa. Él llevaba un pijama de rayas. Por un momento, Maxine se vio como sus padres, en aquella gran cama, el uno al lado del otro.

– Esto es un poco raro -reconoció en un cuchicheo.

Él la besó y ya no hubo nada raro. Las manos de él se deslizaron bajo el camisón y poco a poco le quitaron la ropa entre las sábanas y la tiraron al suelo.

Hacía tanto tiempo que Maxine no se acostaba con nadie que temía sentirse asustada y fuera de lugar. En cambio, él se comportaba como un amante cariñoso y considerado, y todo parecía lo más natural del mundo. Después se abrazaron con fuerza y él le dijo que era maravillosa y que la quería. A ella la impactó oír aquellas palabras. Se preguntó si se había sentido obligado a decirlas porque se habían acostado, pero él le aseguró que se había enamorado de ella desde el día que se conocieron. Ella le dijo con toda la delicadeza que pudo que necesitaba más tiempo para saber si sentía lo mismo. Le gustaban muchas cosas de él, y esperaba sentir algo más a medida que lo fuera conociendo. Se sentía a salvo con él, lo que era importante para ella. Cuchicheó en la oscuridad que confiaba en él. Él le hizo el amor otra vez. Después, feliz, cómoda, relajada y totalmente en paz, Maxine se durmió entre sus brazos.

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