Capítulo 15

Tras el impacto de la novedad de la boda de su madre, los niños se quedaron en sus habitaciones varias horas, y Charles decidió volver a su casa. Hacía días que no dormía allí y pensó que sería un buen momento para dejar a Maxine a solas con sus hijos. Se marchó, todavía triste, aunque Maxine le hubiera asegurado otra vez que todo se arreglaría. El no estaba tan seguro. No se echaba atrás, pero tenía miedo. Lo mismo que los niños.

Después de que Charles se marchara, Maxine se desplomó en una silla de la mesa de la cocina con una taza de té; se sintió aliviada al ver entrar a Zelda.

– Al menos hay alguien en esta casa que todavía me habla -dijo mientras le servía también a ella una taza de té.

– Esto está demasiado tranquilo -comentó Zelda, sentándose frente a Maxine-. Las aguas tardarán en volver a su cauce.

– Lo sé. No me gusta disgustarlos, pero creo que es por su bien.

Charles había demostrado de nuevo su compromiso con el accidente de Sam. Era todo lo que esperaba que fuera, y el tipo de hombre que hacía años que necesitaba.

– Se acostumbrarán -la tranquilizó Zelda-. Para él tampoco es fácil -dijo, refiriéndose a Charles-. Se nota que no ha tratado a muchos niños.

Maxine asintió. No se podía tener todo. Y si él hubiera tenido hijos propios, tal vez tampoco les habría hecho gracia. Así era más fácil.

Aquella noche, Maxine preparó la cena para sus hijos, pero todos revolvieron la comida con desgana en los platos. Nadie tenía hambre, ni siquiera Maxine. Le entristeció ver la cara de los niños. Daphne estaba como si hubiera muerto alguien.

– ¿Cómo puedes hacer esto, mamá? Es asqueroso.

Era una mezquindad y Sam intervino.

– No, no es verdad. Ha sido bueno conmigo. Y lo sería contigo, si no fueras tan mala con él. -Lo que decía el niño era cierto y Maxine estaba de acuerdo con él aunque no lo dijera-. Lo que pasa es que no está acostumbrado a estar con niños.

Todos sabían que aquello era cierto.

– Cuando me llevó al partido de baloncesto intentó convencerme de que debería ir a un internado -dijo Jack con expresión preocupada-. ¿Vas a mandarnos fuera, mamá?

– Ni hablar. Charles fue a un internado y le encantó, así que piensa que todos deberían ir. Pero yo no os mandaría nunca.

– Es lo que dices ahora -comentó Daphne-. Pero cuando te cases con él, te obligará.

– No va a «obligarme» a mandaros fuera. Sois mis hijos, no los suyos.

– No se comporta como si fuera así. Cree que el mundo le pertenece -dijo Daphne, mirando furiosamente a su madre.

– No es verdad. -Maxine le defendió, pero se alegraba de que sus hijos se desahogaran. Al menos las cartas estaban sobre la mesa-. Está acostumbrado a hacer su vida, pero no va a dirigir la vuestra. No lo hará, ni yo lo permitiría.

– Odia a papá -dijo Jack con naturalidad.

– Eso tampoco es cierto. Tal vez esté celoso de él, pero no le odia.

– ¿Qué crees que dirá papá? -preguntó Daphne con interés-. Seguro que se pondrá triste si te casas, mamá.

– No lo creo. Tiene millones de novias. ¿Todavía está con Arabella?

No sabía nada de ella últimamente.

– Sí -dijo Daphne, con una mirada fúnebre-. Solo faltaría que se casara con ella. Espero que no lo haga.

Todos hablaban como si hubiera sucedido una catástrofe. Sin duda no habían sido buenas noticias para ellos. Maxine ya se lo esperaba pero aun así, le estaba resultando difícil. Solo Sam parecía tomárselo bien, aunque a él le gustaba más Charles que a los demás.

Charles la llamó después de cenar para saber cómo iba todo. La echaba de menos, pero había sido un alivio volver a su casa. La última semana había sido difícil para todos. Primero el accidente de Sam, y ahora esto. Maxine se sentía atrapada en medio.

– Están bien. Solo necesitan tiempo para acostumbrarse a la idea -dijo con sensatez.

– ¿Cuánto? ¿Veinte años? -Estaba muy angustiado.

– No, son críos. Aguanta unas semanas más. Bailarán en nuestra boda como todos los demás.

– ¿Se lo has dicho a Blake?

– No. Le llamaré más tarde. Primero quería que lo supieran los niños. Y mañana se lo diré a mis padres. ¡Estarán encantados!

Charles les había conocido y se habían caído muy bien. A él le complacía la idea de casarse con la hija de un médico.

Los niños estuvieron mustios el resto de la noche. Se quedaron en su habitación viendo películas. Sam dormía otra vez en la habitación de Maxine. Echada en la cama, pensó que la idea de que Charles estuviera viviendo allí dentro de dos meses se le hacía rara. Era difícil imaginarse compartiendo la vida con alguien después de tantos años. Además Sam tenía razón, no podría seguir durmiendo en su cama. Maxine lo echaría de menos. Por mucho que amara a Charles, la buena noticia tenía una parte negativa para todos, incluso para ella. La vida era así. Cambiabas unas cosas por otras. Pero era difícil convencer a los niños de ello. A veces, incluso le resultaba difícil convencerse a sí misma.

Llamó a Blake pasada la medianoche; ya era por la mañana para él. Parecía ocupado y distraído, y Maxine oía máquinas y gritos de fondo. Fue una conversación complicada.

– ¿Dónde estás? ¿Qué haces? -preguntó a gritos.

– Estoy en la calle, intentando ayudar a despejar un poco todo esto. Hemos traído unos bulldozer por vía aérea para este trabajo. Todavía encuentran gente bajo las ruinas. Max, hay niños vagando por la calle sin un lugar adonde ir. Familias enteras desaparecidas y niños que buscan a sus padres. Hay gente herida tirada por todas partes, porque los hospitales están a rebosar. No te lo puedes imaginar.

– Sí puedo -dijo Maxine con tristeza-. Por mi trabajo, he estado en escenarios de desastres naturales. No hay nada peor.

– ¿Por qué no vienes a echar una mano? Necesitan gente que los ayude a decidir qué hacer con los niños y cómo enfocar la situación después. En realidad, tú eres justo lo que necesitan. ¿Te lo pensarás? -preguntó en un tono ensimismado.

Su casa se mantenía en pie, así que podría haberse marchado, pero le gustaba tanto el país y la gente que quería hacer algo por ayudarlos.

– Lo haría, si alguien me contrata. No puedo ir allí por las buenas y empezar a decirle a la gente lo que debe hacer.

– Yo podría contratarte. -Estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario.

– No digas tonterías. Para ti lo haría gratis. Pero debería saber qué tipo de asesoramiento necesitan de mí. Lo que yo hago es muy concreto. Lo mío es tratar traumas infantiles, inmediatamente y a largo plazo. Ya me dirás si puedo hacer algo.

– Lo haré. ¿Cómo está Sam?

– Bien. Se las arregla muy bien con las muletas. -Entonces se acordó de por qué le había llamado. La había distraído con el desastre del terremoto y el horror de los niños huérfanos vagando por las calles-. Tengo algo que decirte -anunció solemnemente.

– ¿Sobre el accidente de Sam?

Parecía preocupado. Maxine nunca le había oído hablar en ese tono. Por una vez en su vida, pensaba en alguien más que en sí mismo.

– No. Se trata de mí. Me caso. Con Charles West. Nos casaremos en agosto.

El calló un minuto.

– ¿Los niños lo han aceptado bien? -No esperaba que lo hicieran.

– No. -Fue sincera con él-. Les gustan las cosas tal como están. No quieren que cambie nada.

– Es comprensible. Tampoco les gustaría si me casara yo. Espero que sea el hombre indicado para ti, Max -dijo Blake, más en serio de lo que había hablado en años.

– Lo es.

– Entonces, felicidades. -Se rió y volvía a parecer él mismo-. Creo que no me lo esperaba tan pronto. Pero será bueno para ti y para los niños. Aunque todavía no lo sepan. Oye, te llamaré en cuanto pueda. Tengo que irme. Aquí hay demasiado que hacer. Cuídate mucho y da un beso a los chicos de mi parte… Oye, Max, felicidades otra vez…

Un segundo después había colgado. Ella también colgó y se fue a la cama. Se quedó pensando en Blake, en la destrucción dejada por el terremoto en Marruecos y en todo lo que estaba haciendo para ayudar a los huérfanos y a los heridos; despejar los escombros y facilitar la llegada de medicinas y alimentos. Por una vez, estaba haciendo algo más que donar dinero a beneficencia, se había arremangado para trabajar con sus propias manos. No se parecía en nada al Blake que ella conocía, y se preguntó si estaría madurando. En realidad, ya era hora de que lo hiciera.


Maxine llamó a sus padres por la mañana, y por fin alguien se ilusionó con la noticia. Su padre dijo que estaba encantado y que Charles le caía bien, que era el tipo de hombre que había esperado que su hija encontrara algún día. También le gustaba que fuera médico. Le dijo que felicitara a Charles y le deseó a ella lo mejor, como dictaba la tradición. A continuación, su madre se puso al teléfono para pedirle detalles de la boda.

– ¿Los niños están ilusionados? -preguntó.

Maxine sonrió y meneó la cabeza. Sus padres no se enteraban de nada.

– No mucho, mamá. Para ellos es un gran cambio.

– Es un hombre estupendo. Estoy segura de que a la larga se alegrarán de que te cases con él.

– Eso espero -dijo Maxine, menos segura que su madre.

– Tenéis que venir los dos a cenar un día de estos.

– Nos encantará -aceptó Maxine.

Quería que Charles conociera mejor a sus padres, y más teniendo en cuenta que él no tenía familia propia.

Era agradable que sus padres se alegraran por ellos, y que les dieran su aprobación. Para Maxine significaba mucho, y esperaba que también para Charles. Compensaría la falta de entusiasmo de los niños.


Aquella noche, Charles cenó con ella y los chicos; fue una comida silenciosa. No hubo arrebatos fuera de lugar y nadie dijo nada grosero, pero tampoco estaban contentos. Simplemente aguantaron hasta el final y luego se fueron a sus habitaciones. Charles no deseaba que las cosas transcurrieran así.

Maxine le habló de la conversación que había tenido con sus padres y Charles se mostró complacido.

– Al menos le gusto a alguien de esta familia -dijo, con alivio-. Quizá podríamos invitarlos a La Grenouille.

– Primero quieren que vayamos a su casa, y creo que es lo más conveniente.

Quería que Charles se acostumbrara a sus tradiciones y se integrara en la familia.

Después de cenar, Maxine tuvo una idea. Abrió el cajón del escritorio y sacó el anillo que llevaba meses esperando lucir. Le pidió a Charles que le pusiera la sortija en el dedo, y él se emocionó. Por fin parecía real. Estaban prometidos, por muy disgustados que estuvieran los niños. Era maravilloso y Charles la besó mientras ambos admiraban el anillo. Brillaba tanto como sus esperanzas en el matrimonio y en el amor que se profesaban, que no había disminuido en aquellos últimos días difíciles. Nada había cambiado. Era uno de esos baches que sabían que debían superar. Maxine lo había previsto mejor que él. Charles estaba encantado de que a Maxine todavía le gustara el anillo y aún le quisiera a él. Se casarían al cabo de nueve semanas.

– Ahora debemos empezar a organizar la boda -dijo Maxine, emocionada y sintiéndose joven de nuevo.

Era agradable no tener que seguir guardando el secreto.

– Oh, Dios mío -exclamó Charles, tomándole el pelo-. ¿Va a ser una gran boda?

Ya había encargado las invitaciones. Iban a mandarlas tres semanas más tarde, pero todavía tenían que confirmar la lista. Maxine dijo que podían hacer la lista de bodas en Tiffany.

– ¿Se hace eso en segundas nupcias? -preguntó él, sorprendido-. ¿No somos demasiado mayores?

– Ni mucho menos -insistió ella animadamente-. Y yo todavía no he elegido el vestido.

También tenía que encontrar uno para Daphne. Maxine se temía que la amenazara con negarse a asistir a la boda, así que no debería presionarla.

Aquella noche acabaron de hacer la lista y decidieron invitar a doscientas personas a la boda; pero probablemente, al final, asistirían unas ciento cincuenta, una cifra que a los dos les parecía conveniente. Maxine dijo que tenía que invitar a Blake. A Charles no le hizo gracia.

– No puedes invitar a tu ex marido a la boda. ¿Y si yo invito a mi ex esposa?

– Como quieras. Si es lo que deseas, me parece bien. Para mí, Blake es de la familia, y los niños se disgustarán si no viene.

Charles gimió con amargura.

– Esa no es mi definición de familia numerosa.

Para entonces, ya sabía que había ido a parar a un grupo un tanto peculiar. No había nada corriente o «normal» en ellos, y todavía le resultaba más raro casarse con la ex esposa de Blake Williams. Ese pequeño detalle ya los dejaba fuera de la norma.

– Ya veo que en esto no nos pondremos de acuerdo. Pero ¿quién soy yo para decirte lo que debes hacer? Solo soy un mandado.

Bromeaba a medias, porque todavía no era capaz de entender que su futura esposa le estuviera diciendo que su ex marido se ofendería si no le invitaba a su boda. Sin embargo, si no quería una batalla campal, y unos hijastros que le odiaran más de lo que ya lo odiaban, no tenía más remedio que claudicar.

– No te acompañará al altar, ¿verdad? -preguntó Charles, con preocupación.

– Claro que no, tonto. Me acompañará mi padre.

Charles pareció aliviado. Aunque él no lo reconociera, Maxine sabía que sentía cierta aversión por Blake. Para cualquier hombre era una mala pasada que te compararan con él. Si el dinero era la medida del éxito que utilizaba la mayoría de la gente, Blake estaba en lo más alto. Pero eso no cambiaba que fuera un irresponsable, que lo hubiera sido siempre y que nunca estuviera disponible para sus hijos. Blake era divertido, y Maxine siempre le querría. Pero, sin ninguna duda, Charles era el hombre con quien quería casarse.

Aquella noche, Charles la besó antes de marcharse. Habían decidido prácticamente todos los detalles y cuando Maxine hizo brillar el anillo, ambos rieron de alegría.

– Buenas noches, señora West -susurró él.

Al oírlo, Maxine se dio cuenta de que probablemente tendría que conservar el apellido «Williams» para el trabajo. El cambio sería demasiado complicado para sus pacientes, y para todas las cuestiones profesionales, así que aunque fuera la señora West en sociedad, seguiría siendo la doctora Williams; llevaría el apellido de Blake para siempre. Había cosas que simplemente no podían cambiarse.

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