Capítulo 16

Blake llamó a Maxine a la consulta un día que ya estaba siendo bastante frenético para ella. Había recibido a tres nuevos pacientes y acababa de discutir con el restaurador de Southampton sobre el precio de la carpa para la boda. La cantidad que pedía era exagerada, pero estaba claro que la necesitaban. Los padres de Maxine se habían ofrecido a pagar la boda, pero, a su edad, ella no se sentía capaz de permitir que cargaran con los gastos. Por otro lado, tampoco quería que el restaurador la timara. Las carpas eran caras, sobre todo las que tenían los laterales transparentes, como la que ella quería. Las opacas eran demasiado claustrofóbicas. Todavía estaba irritada cuando respondió a la llamada de Blake.

– Hola -dijo bruscamente-. ¿Qué hay?

– Perdona, Max. ¿Es un mal momento? Te llamo más tarde si lo prefieres.

Maxine miró el reloj y vio que ya era tarde para Blake. No sabía si volvía a estar en Londres o seguía en Marruecos, pero de todos modos seguro que era tarde, y se le notaba en la voz que estaba cansado.

– No, no te preocupes. Perdona. Tengo unos minutos antes de que llegue otro paciente. ¿Va todo bien?

– A mí sí. Pero a nadie más. Sigo en Imlil, a unas tres horas de Marrakech. Es increíble, no hay casi nada, pero tienen una torre de telefonía móvil, así que he podido llamarte. He estado trabajando con los niños, Max. Lo que les ha ocurrido es horrible. Todavía están sacando personas de debajo de los escombros, donde han pasado días enterrados con sus familiares muertos. Otros vagan por las calles con expresión aturdida. Aquí, en los pueblos, la gente vive en la miseria, y un desastre como este los borra del mapa. Se ha calculado que han desaparecido más de veinte mil personas.

– Lo sé -dijo Maxine, tristemente-, he visto la noticia en The Times y en la CNN.

A Maxine le sorprendió el hecho de que no hubiera podido localizarle cuando su hijo estaba herido, y sin embargo ahora estuviera intentando remediar los males del mundo. Aunque sin duda era mejor que mariposear de fiesta en fiesta con su avión. Debido al trabajo de Max, las catástrofes no le eran desconocidas, pero era la primera vez que Blake parecía preocupado por algo que no le afectaba directamente. Aunque en esta ocasión, él lo estaba viviendo en persona. Maxine había estado en situaciones así, en desastres naturales donde iba a proporcionar asesoramiento, tanto en el país como en el extranjero.

– Necesito tu ayuda -dijo. Estaba exhausto; apenas había dormido en diez días-. Estoy intentando organizar la asistencia a los niños. He conocido a personas muy interesantes y poderosas desde que compré la casa. Los organismos gubernamentales están tan abrumados que el sector privado está intentando intervenir. He asumido la dirección de un gran proyecto para los niños, pero me hace falta consejo sobre la atención que requieren, a largo plazo y ahora mismo. Es lo tuyo. Necesito tu experiencia, Max.

Realmente se le oía cansado, preocupado y triste.

Maxine soltó un largo suspiro. Era un encargo de envergadura.

– Me encantaría ayudar -insinuó. Le impresionaba la magnitud de lo que Blake estaba haciendo, pero debía ser realista-. No creo que pueda asesorarte por teléfono -dijo con pesar-. No sé qué han preparado los organismos gubernamentales, y estas cosas hay que verlas en persona. Con un desastre así la teoría no sirve. Debes estar allí, como tú, para evaluar la situación y actuar en consecuencia.

– Lo sé -respondió Blake-. Por eso te llamo. No sabía qué más podía hacer. -Dudó un instante-. ¿Podrías venir, Max? Estos niños te necesitan, y yo también.

Maxine se quedó atónita. Aunque ya lo había mencionado en su anterior conversación, no pensó que fuera en serio, ni que fuera a pedírselo de verdad. Tenía la agenda apretada todo el mes. Como siempre, en julio se marcharía de vacaciones con los niños y, con la boda prevista para agosto, su vida era un torbellino.

– Caramba, Blake, me gustaría, pero no veo cómo. Tengo montones de pacientes y algunos están muy delicados.

– Pensaba mandarte mi avión. Aunque solo te quedaras veinticuatro horas, sería de gran ayuda. Necesito que lo vean tus ojos, en lugar de los míos. Dispongo del dinero para ponerle remedio pero no tengo ni idea de por dónde empezar, y solo confío en ti. Tienes que decirme qué debo hacer aquí. Yo solo estoy dando palos de ciego.

Le estaba haciendo una petición asombrosa, pero no veía la manera de poder aceptar. Por otro lado, nunca le había pedido nada, y se notaba que había puesto todo su corazón en el empeño. Estaba dispuesto a hacer todo lo posible para ayudar, con esfuerzo y con dinero. Además, era el tipo de trabajo que más compensaba a Maxine. Sin duda le destrozaría el corazón y sería doloroso ver el desastre en persona, pero era lo que más le gustaba, y una oportunidad de ser útil. Estaba orgullosa de él por lo que hacía, y solo escucharle hablar hacía que se le saltaran las lágrimas. Quería contárselo a sus hijos, para que estuvieran orgullosos de su padre.

– Ojalá pudiera -dijo lentamente-, pero no sé cómo hacerlo.

Le habría encantado ir a Marruecos, para ayudar y asesorarlo. Admiraba sus buenas intenciones y el esfuerzo que hacía. Se daba cuenta de que aquello era algo muy diferente para él y quería ayudarle. Sin embargo, no sabía cómo.

– ¿Y si anularas las visitas del viernes? Te mandaría el avión el jueves para que viajaras de noche. Así tendrías un fin de semana de tres días. El domingo por la noche regresarías, y estarías en tu consulta el lunes.

Se notaba que había pasado horas reflexionando sobre esta solución. Se hizo un silencio al otro lado del teléfono.

– No estoy de guardia este fin de semana -dijo Maxine sopesando la situación.

Thelma se encargaba de sus pacientes. Podía pedirle un día más como un favor. Pero Maxine era consciente de que, con todas las cosas que tenía entre manos, ir a Marruecos para solo tres días era una locura.

– No sé a quién más pedírselo. Las vidas de estos niños estarán condenadas si nadie toma las medidas necesarias inmediatamente. De todos modos, muchos de ellos ya no lo superarán.

Los había que estaban heridos, mutilados y ciegos, con daños cerebrales y miembros amputados cuando los sacaban de la casa o la escuela que se había derrumbado sobre ellos. Muchos de ellos se habían quedado huérfanos. Había visto, con lágrimas en los ojos, cómo rescataban a un recién nacido, todavía vivo, arrancándolo de los escombros.

– Déjame un par de horas para pensarlo -dijo Maxine cautelosamente mientras sonaba el intercomunicador para anunciarle que había llegado el siguiente paciente-. Tengo que pensarlo.

Era martes. Si decidía ir dispondría de dos días para organizado todo. Pero los desastres naturales no avisaban, ni te daban tiempo para hacer planes. Otras veces se había marchado con solo unas horas para prepararse. Tenía ganas de ayudar a Blake, o al menos proporcionarle buenos consejos. Conocía una excelente asociación de psiquiatras de París especializados en esta clase de catástrofes. Pero también la estimulaba la idea de colaborar. Hacía tiempo que no participaba en una misión de este tipo.

– ¿Cuándo puedo llamarte?

– Cuando quieras. No me he acostado en toda la semana. Prueba en el móvil inglés y en la BlackBerry. Los dos funcionan aquí, o al menos casi siempre… Oye, Max… gracias… te quiero. Gracias por escucharme y tomártelo en serio. Ahora entiendo tu trabajo. Eres una mujer increíble.

Después de todo lo que había visto sentía todavía más respeto por ella. Se sentía como si hubiera madurado de la noche a la mañana, y ella también lo notaba. Maxine sabía que era sincero, y que una nueva faceta de Blake estaba surgiendo por fin.

– Lo mismo te digo -correspondió amablemente. Tenía los ojos llenos de lágrimas otra vez-. Te llamaré en cuanto pueda. No sé si podré ir, pero si no puedo, te buscaré a alguien de primera línea que te ayude.

– Te quiero a ti -insistió Blake-. Te lo suplico, Max…

– Lo intentaré -prometió.

Colgó el teléfono y abrió la puerta a su paciente.

Tuvo que esforzarse para regresar al presente y escuchar con atención lo que decía la niña de doce años. Esta paciente se automutilaba y tenía ambos brazos marcados. La escuela se la había mandado a Maxine, porque era una de las víctimas del 11-S. Su padre era uno de los bomberos que habían muerto, y ella formaba parte del estudio que Maxine estaba elaborando para el ayuntamiento. La sesión duró más de lo habitual y, al acabar, Maxine se fue a casa a toda prisa.

Sus hijos estaban en la cocina con Zelda cuando ella llegó. Les contó lo que su padre estaba haciendo en Marruecos y a todos se les iluminaron los ojos al oírlo. Después les comentó que le había pedido que fuera a ayudarle. Les entusiasmó la idea y dijeron que esperaban que lo hiciera.

– No sé cómo podría ir -se lamentó, en tono preocupado y distraído, y salió de la cocina para llamar a Thelma.

El viernes no podía sustituir a Maxine porque daba una clase en la facultad de medicina de la Universidad de Nueva York, pero dijo que tenía una socia que podía hacerlo, si al final ella decidía irse. En cuanto al fin de semana, le tocaba estar de guardia de todos modos.

Maxine realizó otras llamadas, comprobó en el ordenador las visitas que tenía el viernes y a las ocho había tomado una decisión. Ni siquiera paró para cenar. Era lo menos que podía hacer y Blake se lo ponía fácil mandándole el avión. La vida era así. Siempre le había gustado una frase del Talmud en la que pensaba a menudo: «Salvar una vida es salvar el mundo entero». Se daba cuenta de que seguramente Blake también lo había entendido por fin. Le había costado una barbaridad, pero a los cuarenta y seis años se estaba convirtiendo en un ser humano de verdad.

Esperó a medianoche para llamarle. Entonces era primera hora de la mañana para él. Tuvo que intentarlo varias veces en los dos móviles, pero finalmente le localizó. Parecía más agotado que el día anterior. Le contó que había estado levantado toda la noche otra vez. Era normal en aquellas situaciones y Maxine lo sabía. Todos debían hacerlo. Si ella iba, tampoco podría perder el poco tiempo del que disponía. No había oportunidad para comer o dormir. Era lo que estaba viviendo Blake ahora.

Fue directa al grano.

– Iré.

El se echó a llorar al oírlo. Eran lágrimas de alivio, de agotamiento, de terror y de agradecimiento. Nunca había sentido o experimentado algo así.

– Puedo ir el jueves por la noche -continuó.

– Gracias a Dios… Max, no sé cómo darte las gracias. Eres una mujer fantástica. Te quiero… te lo agradezco de corazón.

Maxine le enumeró los informes que necesitaría consultar al llegar y lo que quería ver. El debía encontrar la manera de que pudiera reunirse con agentes del gobierno, entrar en hospitales y conocer a cuantos más niños mejor, en los lugares donde los tuvieran reunidos. Quería aprovechar cada minuto de su estancia, y Blake también. Le prometió que se encargaría de todo y le dio las gracias una docena de veces más antes de colgar.

– Estoy orgullosa de ti, mamá -dijo Daphne con un hilo de voz cuando su madre colgó.

Estaba en la puerta, escuchando lo que decía su madre, y tenía lágrimas en los ojos.

– Gracias, cariño. -Maxine se levantó y la abrazó-. También estoy orgullosa de tu padre. No tiene ninguna experiencia con este tipo de situaciones, pero hace lo que puede.

Daphne tuvo uno de esos momentos de lucidez en que vio claramente que sus padres eran buenas personas; se sintió conmovida, de la misma manera que la llamada de Blake había conmovido a Maxine. Hablaron un rato mientras Max hacía rápidamente una lista de lo que precisaría para el viaje. Mandó un correo a Thelma confirmando que se marchaba y que necesitaba que su socia la sustituyera el viernes en la consulta.

Entonces Maxine se acordó de que tenía que llamar a Charles. Habían pensado pasar el fin de semana en Southampton y ver al restaurador y al florista. Podía hacerlo sin ella, o dejarlo para el siguiente fin de semana. No era grave, porque todavía faltaban dos meses para la boda. Se dio cuenta de que era demasiado tarde para llamarle. Se fue a la cama y se quedó despierta durante horas, pensando en lo que deseaba hacer en cuanto llegara a Marruecos. De repente, aquel también era su proyecto, y estaba agradecida a Blake por dejarla participar. Tuvo la sensación de que la alarma del despertador sonaba cinco minutos después de haberse dormido. Desayunó y llamó a Charles inmediatamente. Todavía no había salido para ir a la consulta, y ella también debía estar en la suya al cabo de veinte minutos. No había escuela, así que los niños dormían. Zellie se afanaba en la cocina, preparándose para el zafarrancho que empezaría en breve.

– Hola, Max -dijo Charles, encantado de oír su voz-. ¿Va todo bien? -Por experiencia sabía que las llamadas a horas insólitas no siempre significaban buenas noticias. El reciente accidente de Sam se lo había demostrado. La vida era distinta cuando se tenían hijos-. ¿Sam está bien?

– Sí, perfectamente. Quería hablar contigo. Este fin de semana tengo que irme. -Habló con prisas y con más brusquedad de la que pretendía, pero no quería llegar tarde a la consulta, y sabía que él tampoco. Ambos eran escrupulosamente puntuales-. Tendré que anular la reunión con el restaurador y el florista en Southampton, a menos que quieras hacerlo sin mí. Podríamos ir el próximo fin de semana. Me marcho fuera.

Se dio cuenta de que saltaba de una cosa a otra de forma poco coherente.

– ¿Sucede algo? -Maxine daba conferencias continuamente, pero no en fin de semana, ya que intentaba dedicarlos siempre a su familia-. ¿Qué ocurre? -Parecía perplejo.

– Me voy a Marruecos a ver a Blake -dijo por las buenas.

– ¿Qué te vas adonde? ¿Qué quieres decir?

Estaba estupefacto, y aquello no le hacía ninguna gracia. Maxine se apresuró a explicárselo.

– No es eso. El estaba allí cuando se produjo el terremoto. Ha intentado organizar operaciones de rescate y conseguir recursos para los niños. Por lo que parece el desastre ha sido enorme y no tiene ni idea de cómo hacerlo. Es la primera vez que se involucra en un trabajo de ayuda humanitaria. Quiere que vaya, que vea a algunos niños, me reúna con algunas agencias internacionales y gubernamentales y le asesore un poco.

Lo dijo como si Blake le hubiera pedido que fuera a comprarle una lechuga al supermercado. Charles seguía estupefacto.

– ¿Lo haces por él? ¿Por qué?

– Por él no. Pero es la primera vez en cuarenta y seis años que da señales de ser un adulto. Estoy orgullosa de él. Lo menos que puedo hacer es darle consejos y echarle una mano.

– Esto es una estupidez, Max -exclamó Charles, echando humo-. Ya tienen a la Cruz Roja. No te necesitan.

– No es lo mismo -se apresuró a replicar ella-. Yo no busco supervivientes, ni conduzco ambulancias, ni curo heridos. Yo aconsejo a las autoridades sobre cómo tratar los traumas infantiles. Esto es exactamente lo que necesitan. Solo estaré tres días. Me mandará su avión.

– ¿Vas a quedarte con él? -preguntó Charles, con desconfianza.

Se comportaba como si Maxine hubiera dicho que se iba de crucero con su ex marido. En realidad lo había hecho en más de una ocasión con los niños, pero Blake era inofensivo. Tenían hijos en común, y para ella aquello lo justificaba casi todo. En todo caso, esto era distinto, tanto si Charles lo entendía como si no. Se trataba únicamente de trabajo. Nada más.

– Supongo que no me quedaré en ninguna parte, si se parece a otros terremotos que he visto. Estaré acampada en un camión, y dormiré de pie. Probablemente, una vez allí, ni siquiera veré mucho a Blake.

Le parecía absurdo que Charles se sintiera celoso por algo tan evidente e inofensivo como aquello.

– Creo que no deberías ir -dijo él con firmeza.

Estaba furioso.

– Esta no es la cuestión y lamento que te lo tomes así -replicó Maxine fríamente-. No debes preocuparte por nada, Charles -añadió intentando ser amable y comprensiva.

Estaba celoso, y tenía su encanto, pero aquella era la especialidad de Maxine y el tipo de trabajo que se dedicaba a realizar en todo el mundo.

– Te quiero. Pero me apetece ir y echar una mano. Solo es una coincidencia que la persona que me lo ha pedido sea Blake. Podría haberme llamado cualquiera de los organismos que trabajan sobre el terreno.

– Pero no lo han hecho. Te lo ha pedido él. Y no entiendo por qué vas. Por el amor de Dios, cuando su hijo estuvo en el hospital tardaste una semana en localizarle.

– Porque estaba en Marruecos y había habido un terremoto -exclamó ella con exasperación.

Aquella discusión le parecía cada vez más estúpida.

– Sí, claro, ¿y dónde ha estado el resto de la vida de sus hijos? En fiestas, en yates y persiguiendo mujeres. Tú misma me has dicho que nunca puedes localizarle, y no hace falta que haya habido un terremoto. Es un imbécil, Max. Y tú recorrerás medio mundo para hacerle quedar bien mientras rescata a un puñado de supervivientes del terremoto. No me vengas con cuentos. Que se apañe. No quiero que vayas.

– Por favor, no te pongas así -insistió Maxine con los dientes apretados-. No me estoy escapando para pasar un fin de semana de lujuria con mi ex marido. Voy a asesorarle para que inicie un programa para miles de niños que han quedado huérfanos, están heridos y quedarán traumatizados el resto de su vida si alguien no interviene cuanto antes. Puede que no sirva para mucho, dependerá de cómo lo apliquen y de los fondos de que dispongan, pero algo se puede hacer. Y ese es mi único interés, no Blake; solo ayudar a los niños, a cuantos más mejor.

Fue muy clara, pero él no se lo tragaba. Ni por un segundo.

– No sabía que me casaba con la madre Teresa de Calcuta -espetó, más enfadado todavía que antes.

Maxine se sintió frustrada y disgustada. Lo último que deseaba era pelearse con Charles. Era absurdo y solo haría que complicarle la vida. Se había comprometido con Blake, y pensaba ir. Era lo que deseaba hacer, tanto si le gustaba a Charles como si no. No era de su propiedad, y debía respetar su trabajo, incluso su relación con Blake, tal como era. Charles era el hombre que amaba su futuro. Blake era el pasado y el padre de sus hijos.

– Te casas con una psiquiatra especializada en el suicidio en adolescentes, con una subespecialidad en traumas infantiles y adolescentes. Creo que está bastante claro. El terremoto en Marruecos entra dentro de mis competencias. Lo único que te preocupa es Blake. ¿Podemos comportarnos como personas adultas? Yo no te montaría una escena si lo hicieras tú. ¿Por qué no puedes ser razonable?

– Porque no entiendo la relación que mantienes con él; creo que es enfermiza. No habéis cortado el vínculo y, aunque seas psiquiatra, doctora Williams, creo que tu vínculo con tu ex marido es retorcido. Es mi opinión.

– Gracias por tu opinión, Charles. La tendré en cuenta cuando llegue el momento. Ahora llego tarde a la consulta y después me iré a Marruecos tres días. Me he comprometido y me apetece. Te agradecería que fueras más maduro con esto y confiaras en mí en lo que concierne a Blake. No pienso tener relaciones sexuales con él entre los escombros.

Había levantado la voz, lo mismo que él. Se estaban peleando. Por Blake. ¡Qué locura!

– No me importa lo que hagas con él, Maxine. Pero debo decirte algo: no toleraré este tipo de cosas una vez casados. Si quieres correr tras los terremotos, los tsunamis o lo que sea por todo el mundo, adelante. Pero no lo harás con tu ex marido; no lo aceptaré. Creo que solo es una excusa para hacerte ir a su lado y poder estar contigo. No creo que tenga nada que ver con los huérfanos de Marruecos ni nada por el estilo. Este tipo no es suficiente ser humano para que le importe nadie aparte de él mismo; tú misma me lo has dicho. Esto es una excusa y tú lo sabes.

– Charles, te equivocas -replicó Maxine con calma-. Es la primera vez que le veo hacer algo así, pero debo respetarlo. Y me gustaría ayudarle si puedo. Pero no te equivoques, no le estoy ayudando a él. Lo hago por esos niños. Por favor, intenta entenderlo.

El no contestó. Se quedaron en silencio, furiosos. A Maxine le molestaba que él sintiera tanta hostilidad hacia Blake. Si no lo superaba, la situación sería difícil para ella y para los niños en el futuro. Esperaba que lo entendiera pronto. Mientras tanto, pensaba ir a Marruecos. Era una mujer de palabra. Con un poco de suerte, Charles se calmaría. Colgaron sin haber solucionado nada.

Angustiada por la discusión, Maxine se quedó un momento contemplando el teléfono. Se sobresaltó al oír una voz detrás de ella. En el calor de la pelea con Charles, no había oído entrar a Daphne.

– Es un imbécil -dijo la niña, con una voz de ultratumba-. No puedo creer que vayas a casarte con él, mamá. Y odia a papá.

Maxine no estaba de acuerdo, pero entendía que su hija lo viera de ese modo.

– No comprende la relación que tengo con vuestro padre. El nunca habla con su ex esposa. No tienen hijos.

Pero con Blake había algo más que eso. A su manera, seguían queriéndose, aunque el amor se hubiera transformado en un vínculo familiar que ella no quería perder. No deseaba pelearse con Charles por ello. Quería que lo entendiera, pero él era incapaz.

– ¿Vas a ir a Marruecos o no? -preguntó Daphne, con preocupación.

Creía que su madre debía ir a ayudar a su padre y a todos esos niños.

– Sí. Espero que Charles se calme con este asunto.

– ¿A quién le importa? -soltó Daphne, llenando un cuenco con cereales, mientras Zellie empezaba a preparar panqueques.

– A mí -contestó Maxine sinceramente-. Le quiero.

Esperaba que algún día sus hijos también le quisieran. Era comprensible que los niños se volvieran contra un padrastro, sobre todo a esta edad. No era nada del otro mundo, pero resultaba muy difícil vivir así.

Maxine llegó media hora tarde a la consulta, y siguió retrasada todo el día. No tuvo tiempo de volver a llamar a Charles. Estaba demasiado ocupada visitando pacientes y anulando todas las citas que podía del viernes. Le llamó en cuanto llegó a casa, pero se le cayó el alma a los pies al ver que seguía enfadado. Intentó tranquilizarlo, y le pidió que fuera a cenar. La sorprendió diciendo que ya se verían a su regreso. La castigaba por el viaje que Blake había organizado, y no quería verla antes de irse.

– Me gustaría mucho verte antes de marcharme -insistió ella con cariño.

Pero Charles no estaba dispuesto a ceder. Maxine no quería marcharse sabiendo que él estaba enfadado, pero Charles se mostró inflexible. A Max le pareció una actitud infantil, pero decidió dejar que se tranquilizara mientras estaba fuera. No tenía alternativa. Cuando le llamó más tarde descubrió que había apagado el teléfono. Estaba furioso y se lo hacía pagar a ella.

Aquella noche tuvieron una cena agradable con los niños. El jueves, tras otro día de locos en la consulta, Maxine volvió a llamar a Charles por la noche, antes de marcharse. Esta vez cogió el teléfono.

– Solo quería despedirme -dijo con toda la tranquilidad que pudo-. Me voy al aeropuerto.

Despegarían de Newark, donde Blake aterrizaba siempre.

– Cuídate -dijo Charles de mal humor.

– Te he mandado los números del móvil y de la BlackBerry de Blake, pero también puedes probar con el mío. Creo que funcionará -dijo, intentando aplacarle.

– No pienso llamarte a su teléfono -dijo Charles, enfadado de nuevo.

Todavía le escocía que Maxine se marchara. Pasaría un fin de semana horrible. Maxine entendía el motivo y se sentía mal, pero le habría gustado que lo superara y fuera más comprensivo. Estaba ilusionada con el viaje y con lo que le esperaba. Aquellas situaciones siempre le provocaban una descarga adicional de adrenalina, aunque también le destrozaran el corazón. Colaborar en la ayuda humanitaria cuando había catástrofes hacía que sintiera que su vida tenía más sentido. Maxine sabía que también le haría bien a Blake. Para él era la primera vez, y en parte esa era la razón de que Maxine fuera. No quería fallarle y deseaba reforzar el giro que parecía haber tomado su vida. Era imposible que Charles lo comprendiera. Daphne tenía razón. Odiaba a Blake y había estado celoso de él desde el principio.

– Intentaré llamarte -dijo Maxine para tranquilizarlo-. Le he dejado tus teléfonos a Zellie por si acaso.

Dio por hecho que se quedaría en la ciudad, ya que ella no estaba.

– La verdad es que pensaba irme a Vermont -contestó Charles.

Estaba precioso en junio. A Maxine le habría gustado que Charles tuviera una relación con sus hijos que le permitiera verlos sin ella; iba a ser su padrastro dentro de dos meses. Pero no la tenía. También sabía, que en su ausencia, sus hijos tampoco querrían verle a él. Era una lástima. Faltaba mucho trecho antes de que ambos bandos estuvieran cómodos el uno con el otro. La necesitaban a ella para hacer de puente.

– Sé prudente. Los escenarios de una catástrofe pueden ser peligrosos. Y se trata del norte de África, no de Ohio -la advirtió, antes de colgar.

– Lo haré, no te preocupes. -Sonrió-. Te quiero Charles. Estaré de vuelta el lunes.

Al colgar estaba triste. Aquello había abierto una brecha entre ellos. Esperaba que no fuera más que eso, y lamentaba no haberle visto antes de marcharse. Su negativa le parecía infantil y mezquina. Cuando fue a dar un beso de despedida a sus hijos pensó para sí misma que al final, por muy adultos que fingieran ser, todos los hombres eran unos niños.

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